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Cecilia Eudave il UNA NOCHE DE INVIERNO ES UNA CASA Para Almudena Mora 1 Al entrar se comprob6 mi mas triste sospecha: ahi hacia un frio de ésos ancestrales, que me doblo la espina dorsal y me oblig6 a apoyarme sobre una de las desconchadas paredes. Aquel lugar era inmenso, si, muy grande, pero inmundo, parecido a una piel que con el tiempo se desgaja y va dejando su ras- tro por cualquier parte. Y ese olor, que nunca logré erradicar, entre dulz6n y amargo, parecido a la des- composicion de una vaca que por el camino algun incauto golped y dejo morir. Esa casa agonizaba y necesitaba sangre fresca para seguir viviendo, ahora me parece mas claro, pero en ese entonces.. La sefiora que nos mostré la casa tampoco me result agradable, me miraba con desconfianza, cuando lo hacia, y s6lo se dirigia a Enrique. Eso no me import6 nada, pues mientras ellos hablaban de precios y de arreglos necesarios, més bien urgentes, yo comencé a pasear por el lugar. Todo iba de ho- rrible a horroroso, pero no fue suficiente hasta que llegué al bao y vi aquel desastre Ileno de hongos, de humedad y suciedad, Para colmo me habian di- cho que alguien habia habitado esa casa, una pare- ja, como nosotros. Ah no, me dije, como nosotros 127 Otras historias extraviadas no, sQuién puede vivir asi? Aquello era un chiquero. Pero, :quién puede resistirse a un jardin? 2A un in- menso jardin en medio de una ciudad tumultuosa? Todos, menos yo, y accedi a rentar esa casa invierno —jamiis deje de sentir frio mientras estuve dentro de ella—, porque cuando vi el jardin cai en el hechizo, y pagué un tributo muy caro por ceder cuando la in- tuicion manda otra cosa, por querer tener un parai 50 donde se sabe que solo puede habitar la miseria, porque no hay jardin de las delicias ni parque encan- tado que no cobre precio. Después de unas negociaciones muy duras, Ile- gamos a un buen precio con la casera y nos dio las llaves. Asi, pudimos comenzar a disfrutar de aquel paraiso de mugre y desolacién, junto a tres albariiles, dos carpinteros (antes cantantes de un bar), un fon- tanero y un electricista que parecia ser el tinico que portaba un poco de compostura, pues no dejaba de repetir: «Esta casa es un desastre, ni tiréndola una y otra vez sera habitable». Ya llevaba dos semanas in~ tentando que los interruptores respondieran al lugar donde se requeria luz, y no que hicieran lo que les viniera en gana. Le habia sacado a las paredes todos los alambres, que yacian como venas por cualquier lado, como anacondas silenciosas carcomidas por los aiios, insdlito resultaba ver aquel espectaculo de metros y metros de cables blancos, azules, rojos, en treverados unos con otros, enloqueciendo la mente de aquel electricista que no podia ponerle orden a ese cuerpo. Logr6, por lo menos, que algunos inte~ rruptores si funcionaran, otros tuvo que clausurarlos y quedaron como falsos apagadores, de manera que puso nuevos para suplir a los viejos, y como es na- 128 Cecilia Eudave tural, en esa casa loca y fria, a veces funcionaban hasta los clausurados. Total, no se pudo lograr que un solo apagador hiciera lo que debe hacer un interruptor: prender la luz, apagar la luz. incluso por las noches un peque- fio recital de clicks se escuchaba cuando llegabamos intentando encender la luz, y s6lo conseguiamos ecos, destellos que se iluminaban en distintas zonas. Corriamos, entonces, tras la luz, para atraparla en donde menos la imaginéramos (pues una vez captu: rada con la mano puesta en el interruptor, los demas prendian y la luz se distribuia por las habitaciones) Eso ocurtia solo cuando Enrique y yo legabamos juntos, 0 cuando yo entraba sola a fa casa, a él nun- ca le paso. «Yo creo que tii tienes un problema con lo eléctrico, debes de tener mal los polos 0 de plano eres un pésimo catalizador, 0 algo asi, Recuerda que a todo el mundo le das toques». Con eso quedo claro quién era el motivo del desorden de iluminacion, no se pudo buscar mas respuestas,

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