TORRE AMARILLA
pater de 11 aos
fsta es una recopilacién de los mitos griegos
ris conocidos, Senarra, por ejemplo, la his-
toria del Rey Midas, quien suicumbe ante la
terrible fuerza de sit ambicién. O la historia
de Narciso, quien se enamora de su propia
imagen en el momerto mismo en que clescu-
bre su reflejo en el agua. Vast, todos y cada
tuno de los mitos que aqui se encuentran ex-
presan Ia union entre Io fantastico y lo real
es se casan con los mortales, las hom
‘em animales y plantas, yen
donde
ger in exteaio univer
lo imposible se convierte en realidad.
Mary Pope Osbome es escritora de cuatro re-
conocidas novelas para jévenes adultos, ast
‘como dle varias biogralias libros ilustrados
para nifios. Tambiér ha escrito, junto con su
esposo, Will Ostiome, libros sobre mitos grie-
gos. Su interés por la mitologia griega nacié
hace ya varios aos, cuando vivia en la isla de
Creta, Actualmente reside en Nueva York y
‘en Bucks County, Pensilvania
ccroasesso
olan ||
SODERIDSOLIN, Ca
aui09so adog Avy,
BulMITOS GRIEGOS
MARY POPE OSBORNE
Tracluccién de Luz Amorocho
Hustraciones de Patricia RodriguezMITOS GRIEGOS‘hte ongeaen ge
AVOUT CLIK ATS
‘ena Pps anime
npn pbs 1 pore Rab
Capri pr tay Tope ene
pro pt enn on
‘Aon La per Ea ee
"RA SS pen Cae
"poi i re Bata
ier ripen 18
Sok ree
Gait eget 8
Secon
CONTENIDO,
Introduccién
TL. ELCARRO DEL DIOS SOL
La historia de Faeton y Helios 17
II, e TOQUE DORADO
La historia de Baco y el rey Midas 29
IL, peRDIDo ey Et. aR
La historia de Ceix y Alcion 35
IV. e CONCURSO DE TEHIDO
La historia de Minerva y Aracne 43
V. FL ARBOL DE APOLO
La historia de Dafne y Apolo 47
vl
EL ROSTROEN EL ESTANQUE
La historia deVIL
VIL
Xi.
Xi
eLRArTO
La historia de Ceres y Proserpina
LA.O5A MAYOR
La historia de Calisto y Arcas
VIAIE ALAVERNO
La historia de Orfeo y Euridice
LAS MANZANAS DE ORO
La historia de Atalanta
¢ Hipémenes
LASCUATROTAREAS,
La historia de Cupido y Psique
LOS VISITA NTES MESTERIOSOS
La historia de Baucis y Filemén
[DIOSES, DIOBAS Y MORTALES
Los Olimpicos, dioses y
diosas mas intportantes
Otros dioses y diosas
Los mortales
Otros nombres parra conocer
PALABRAS MODERNAS
DE ORIGEN GRIEGO,
61
71
W
85
93
115
7
118
119
121
ZQUIEN ESCRIBIO
LOS MITOS GRIEGOS?
BIBLIOGRAFIA,
INDICE
125
127
129Para Michnel, Becca, y
Nathaniel
MPO.INTRODUCCION
Bienvenidos al extraiio y hermoso mundo
en donde las formas humanas se convierten
en gaviotas, en leones, en osos y en estrellas.
Bienvenidos a un mundo en donde lo impo-
sible parece comin; en donde la luna, el sol
y el viento son dioses. Bienvenidos al
mundo de la mitologia griega,
Imaginense que estuvieran viviendo en
una isla griega, en la antigiiedad, mucho
antes de que existieran los aviones, los auto-
moviles y la televisién; en el tiempo en que
la civilizacién era muy joven y Ia gente vivia
muy cerca de la naturaleza. .
40
Una ola trajo el cuerpo hacia la playa, y
Alcion pudo ver que era su esposo. Entonces
exclamé:
«Oh, amor mio! Por qué has regresado a
m{ de esta manera?»
Luego, corriendo, entré en el mar. Y, aun-
que las olas se quebraban contra ella, no se
hundi6, sino que comenzé a batir el agua
con gigantescas alas. Gritando como un ave,
se elevé por el aire y vol6 sobre el mar hasta
alcanzar el cuerpo'inerte de Ceix. Cuando
tocé con su pico los frios labios de su esposo,
éste también se convirtid en péjaro, y los dos
pudieron estar juntos de nuevo.
Desde entonces, todos los afios, durante
siete dias antes del solsticio de invierno, las
olas se aquietan y ‘el agua permanece en
perfecta calma. Estos dias se llaman los dias
del alcién, pues durante ellos, el rey de los
-vientos los mantiene encerrados porque su
hija Alcion esté empollando en su nido, mas
allé de los mares.
aIV
EL CONCURSO DE TEJIDO
La historia de Minerva y Aracne
*... era una campesina orgullosa
y,ala vez, una admirable hilandera y teje-
dora. Las ninfas del agua dejaban sus rios, y
Jas ninfas del bosque sus florestas para venir
a ver c6mo Aracne remojaba la lana en tintu-
ras de color carmest, tomaba luego los largos.
hilos y, con sus habiles dedos, tejfa exquisi-
tos tapices.
;Ah! jMinerva debi6 de ser quien te dio
semejante don! —dijo un dia una de las
ninfas del bosque, refiriéndose a la diosa del
tejido y de las artes manuales.
Aracne eché atrés la cabeza y exclamé:
—i0h, no! ;Minerva no me ha ensefiadoiTodo lo que sé, lo he aprendido yo
—y enseguida, decidié retar a la diosa
a competir con ella:
—iVeamos quién de las dos merece Ila
marse la diosa del telar!
Las ninfas, ante tal céimulo de propésitos
desdefiosos lanzacios contra una diosa del
Olimpo llena de poder, se cubrieron la boca
horrorizadas.
Y tenfan razén, porque cuando Minerva
se enter6 de semejantes pretensiones, se en-
furecié. Inmediatamente adopté la aparien-
cia de una anciana de pelo gris, y cojeando,
ayudada de un bastén, se dirigié hacia la
cabatia de Aracne,
Cuando ésta abrié la puerta, Minerva,
amenazAndola con su dedo nudoso, le dijo:
—Si yo estuviera en tu lugar, no andarfa
compardndome de manera tan engreida con
la gran diosa Minerva, y humildemente le
pediria perdén por tus palabras arrogantes.
—iRidicula tonta! —repuso Aracne—.
2Quién eres tii para venir ante mi puerta a
decirme lo que debo hacer? ji esa diosa
tiene al menos la mitad del poder que la
gente le atribuye, que se presente aqui y lo
demuestre!
—iAqui esté ella! —anuncié una potente
“
voz y, ante los ojos de la joven, la anciana se
convirti6 al instante en la diosa Minerva.
Aracne enrojeci6 de vergiienza. Sin em-
bargo, se mantuvo desafiante, y en forma
temeraria caminé hacia su destino.
—iHola, Minerva! —dijo—. zAl fin vas a
decidirte a competir conmigo?
Minerva se limit6 a lanzarle una mirada
de fuego a la joven, mientras las ninfas,
acobardadas al ofr tanta insolencia, atisba-
ban desde detrés de los Arboles.
—Entra si quieres —dijo Aracne dején-
dole libre el paso a la diosa.
Sin hablar, entr6 Minerva en la cabafia,
mientras algunas servidoras se apresuraban_
a preparar dos telares. Luego, Minerva y
‘Aracne se recogieron las largas tanicas y se
dispusieron a trabajar. Sus veloces dedos se
movian de arriba a abajo, dejando a su paso
arcos iris de todos los colores: morados os-
curos, rosados, dorados y carmesfes.
Minerva tejié un tapiz en el que se vefan
los doce dioses y diosas més grandes del
Olimpo; pero el de Aracne mostraba no slo
los dioses y las diosas, sino también sus
aventuras. Luego, la joven rebordes su mag-
nifica obra con una franja de flores y de
yedra.
45_
Las ninfas del rio y del bosque miraban
con payor el tapiz de Aracne. Sin duda su
trabajo era superior al de Minerva, y hasta la
diosa Envidia, inspeccionéndolo con altivez,
dijo:
—No hay en él ningtin defecto.
Al oir las palabras de Envidia, estallé Mi-
nerva, Rasgé el tapiz de Aracne y la golped
sin compasién, hasta que Aracne, cubierta
de oprobio y de humillacién, salié arrastran-
dose y trat6 de ahorcarse.
Finalmente, movida por un poco de pie-
dad, Minerva dijo:
—Podris vivir, Aracne, pero permanece-
tis colgada para siempre, jy tejerds en el
Luego, la vengativa diosa la rocié con
vedegambre, cle tal manera que el cabello de
la joven, lo mismo que la nariz y las orejas,
fueron desapareciendo. Con la cabeza redu-
a a_un tamafio mfnimo, toda ella qued6
convertida en un vientre gigantesco. Sin em-
bargo, sus dedos pudieron seguir tejiendo, y
en pocos minutos Aracne, la primera araiia
dela tierra, tejiG su primera y magnifica tela.
Vv
EL ARBOL DE APOLO
La historia de Dafne y Apolo
Nidaweande Apolo, el dios de la
luzy dela verdad, era atin joven, encontré a
Cupido, el dios del amor, jugando con una
de sus flechas.
—cQué estas haciendo con mi flecha? —
pregunté Apolo con ira—. Maté una gran
serpiente con ella. jNo trates de robarme la
gloria, Cupido! ;Ve a jugar con tu arquito y
con tus fechas!
—Tus flechas podrin matar serpientes,
Apolo —dijo el dios del amor—, jpero las
‘uias pueden hacer mas dano! jIncluso ta
puedes caer heridlo por ellas!
Tan pronto hubo lanzado su siniestraamenaza, Cupido volé a través de los cielos.
hasta llegar a lo alto de una elevada mon-
‘tana, Una vez alli, sacé de su carcaj dos
flechas. Una de punta roma cubierta de
plomo, cuyo efecto en aquel que fuera to-
cado por ella, serfa el de huir de quien le
profesara amor. La segunda tenfa la punta
aguda, guarnecida de oro, y quien fuera
herido por ella, se enamoraria instantdnea-
mente.
Cupido tenia destinada su primera flecha
a Dafne, una bella ninfa que cazaba en lo
profundo del bosque. Dafne era seguidora
de Diana, la hermana gemela de Apolo y
diosa del mundo salvaje. Igual que Diana,
Dafne amaba la libertad de correr por cam-
pos y selvas, con los cabellos en desorden y
‘con las piernas expuestas a la Iluvia y al sol.
Cupido templ6 la cuerda de su arco y
apunté con la flecha de punta roma a Dafne.
Una vez en el aire, la flecha se hizo invisible,
asf que cuando atraves6 el corazén de la
ninfa, ésta slo sintié un dolor agudo, pero
no supo la causa.
Con las manos cubriéndose la herida, co-
rri6 en busca de su padre, el dios del
—jPadre! —exclam6—: jDebes hacerme
una promesa!
—zDe qué se trata? —pregunté el dios,
quien estaba en el rio rodeado de ninfas.
—iProméteme que nunca tendré que ca-
sarme! —grit6 Dafne.
El dios del rio, confuso ante la frenética
peticion de su hija, le replicé:
—iPero yo quiero tener nietos!
—iNo, padre! No! jNo quiero casarme
nunca! {Déjame ser siempre tan libre como
Diana! ;Te lo ruego!
Sin embargo, iyo quiero que te cases!
—exclamé el dios.
—iNo! —grité Dafne y comenz6 a golpear
el agua con los pufos mientras se balan-
ceaba hacia adelante y hacia atrés sollo-
zando. ;
—iMuy bien! —profirié el dios del rio—.
iNo te aflijas asf, hija mfa! {Te prometo que
no tendrés que casarte nunca!
—iY prométeme que me ayudards a huir
de mis perseguidores! —agrego la cazadora.
—iLo haré, te lo prometo!
Después de que Dafne obtuvo esta pro-
mesa de su padre, Cupido preparé la se-
gunda flecha, la de aguda punta de oro, esta
vez destinada a Apolo, quien estaba va-
gando por los bosques. ¥ en el momento en
que el joven dios se encontré cerca de Dafne,
~templé la cuerda del arco y disparé hacia el
corazén de Apolo.
Al instante, el dios se enamoré de Dafne.
Y, aunque la doncella llevaba el cabello sal-
vaje y en desorden, y vestia s6lo toscas pie-
les de animales, Apolo pensé que era la
mujer m4s bella que jamés habia visto.
—iHola! le grit6; pero Dafne le lanz6
una mirada de espanto y, dando un res-
pingo, se intend en el bosque como lo hu-
biera hecho un ciervo.
Apolo corrié detras de'ella gritando:
Detente! |Detente!
Pero la ninfa se alejé con la velocidad del
viento.
— ‘Por favor, no corras! —le grité Apolo—
Huyes como una paloma perseguida por un
Aguila; jyo no soy tu enemigo! No te escapes.
de mil
Dafne continuaba corriendo.
—jDetente! —profirié Apolo.
—,Sabes quién soy yo? —dijo el dios—.
No soy un campesino ni un pastor. Soy el
Senor de Delfos! ;Un hijo de Jupiter! ;Cacé
una enorme serpiente con mi flecha! Pero
jay!, temo que el arma de Cupido me ha
herido con mis rigor!
Dafne seguia corriendo, con los muslos
0
desnudos al sol y con el cabello salvaje al
viento.
Apolo ya estaba cansado de pedirle que se
detuviera, asi que aumenté la velocidad. Las
alas del amor le dieron al dios de la luz y de
Ja verdad una celeridad que jamas habia
alcanzado; no le daba respiro a la joven,
hasta que pronto estuvo cerca de ella.
Ya sin fuerzas, Dafne poda sentir la respi-
racién de Apolo sobre sus cabellos.
—jAytidame, padre! —grito dirigiéndose
al dios del rio—. ;Aytidame!
No acababa de pronunciar estas palabras,
cuando sus brazos y piernas comenzaron a
tornarse pesados hasta volverse lefiosos. El
pelo se le convirtié en hojas y los pies en
rafces que empezaron a internarse en la tie-
ra. Habfa sido transformada en el rbol del
laurel, y nada habla quedado de ella, salvo
su exquisito encanto. Apolo se abrazé a las
ramas del érbol como si fueran los brazos de
Dafne y, besando su carne de madera,
apreté las manos contra el tronco y llord.
—Siento que tu coraz6n late bajo esta cor-
teza —dijo Apolo, mientras las lagrimas ro-
daban por su rostro—. ¥ como no podras ser
mi esposa, serds mi drbol sagrado. Usaré tu
madera para construir mi harpa y fabricar
51mis flechas, y con tus ramas haré una guir-
nalda para mi frente. Héroes y letrados se-
r4n coronados con tus hojas, y siempre seras
joven y verde, tui, Dafne, mi primer amor.VI
EL ROSTRO EN EL ESTANQUE
La historia de Eco y Narcis
luando JGpiter llegaba a las monta-
has, las ninfas del bosque corrian a abrazar
al festivo dios, y jugaban y refan con él en he-
ladas cascadas y en frescos y verdes pozos.
Juno, la esposa de Jipiter, que era muy
celosa, con frecuencia espiaba por las faldas
de la montana, tratando de sorprender a su
esposo con las ninfas. Pero cada vez que la
diosa estaba a punto de descubrirlo, una
ninfa encantadora Hamada Eco le salfa al
paso y, entablando una animada conversa~
mn, hacia todo cuanto estaba a su alcance
para entretener a la diosa mientras Jupiter y
las otras ninfas escapaban. Finalmente, enuna ocasin Juno descubrié que la ninfa
habia estando engafténdola, y lena de ira,
estallé:
—iTu lengua ha estado poniéndome en
ridiculo! —vociferé contra Eco—. ;De ahora
en adelante tu voz ser més breve, querida
mia! Siempre podrés decir la siltima palabra,
pero nunca la primera!
Desde ese dia, la pobre Eco solo puede
repetir la iltima palabra de lo que los otros
dicen.
Un dia Eco descubrié a un muchacho de
cabellos dorados que estaba cazando ciervos
en el bosque. Se lamaba Narciso y era el
joven mas hermoso de la floresta. Cual-
quiera que lo mirara, quedaba inmediata-
mente enamorado de él, pero éste nunca
queria saber nada de nadie, tal era su engrei-
miento.
Cuando Eco vio por primera vez a Nar-
iso, su coraz6n ardié como una antorcha.
Lo sigui6 en secreto por los bosques y a cada
paso lo amaba mas. Poco a paco se fue acer-
cando, hasta que aquél pudo oir el crujir de
las ramas, y dandose vuelta, grité:
—{Quién esté aqui?
Desde detrés de un Arbol, Eco repitié la
‘iltima palabra:
Aqui!
Narciso miré extranado.
—{Quién eres ta? |Ven aca! —dijo.
‘en acé! —dijo Eco.
Narciso escudrifé el bosque, pero no
pudo encontrar a la ninfa.
Deja de esconderte! jEncontrémonos!
—grito.
—jEncontrémonos!. —exclamé Eco, y
luego, saliendo de entre los arboles, corrié a
besar a Narciso.
Cuando el joven sintié que la ninfa se
abrazaba a su cuello, entré en panico, y la
rechaz6 gritando:
\éjame tranquilo! {Mejor morit que
permitirte que me ames
Me ames! —fue lo tinico que la pobre
Eco pudo decir mientras vefa emo Narciso
hufa de ella a través de la floresta.
—iMe ames! ;Me ames! ;Me ames!
Entre tanto, Narciso cazaba en el bosque,
cuidando solo de si mismo, hasta que un dia
descubrié un estanque escondido, cuya su-
perficie relucia como la plata. Ni pastor, ni
jabali, ni ganados habfan enturbiado sus
aguas; ni péjaros, ni hojas. Sélo el sol se
permitia danzar sobre ese espejo.
Fatigado de la caza y ansiando calmar la
7sed, Narciso se tendi6 boca abajo y se inclin6
sobre el agua; pero cuando miré la lisa su-
perficie, vio a alguien que lo observaba.
Narciso qued6 hechizado. Unos ojos
como estrellas gemelas, y enmarcados por
cabellos tan dorados como los de Apolo y
por mejillas tan tersas como el marfil, lo
miraban desde el fondo del agua; pero
cuando se agach6 para besar esos labios
perfectos, lo tinico que tocé fue el agua de la
fuente. Y, cuando buscé y quiso abrazar esa
visién de tal belleza, no encontré a nadie.
«Qué amor podré ser més cruel que
éste?», se lamenté. «Cuando mis labios be-
san al amado, jsdlo encuentran el agua!
Cuando busco a mi amado, js6lo toco el
agual»
Narciso comenz6 a sollozar. Y, mientras
se enjugaba las lagrimas, la persona del agua
también se enjugaba las suyas.
«.
En cuanto Psique prometié que no se ma-
tarfa, la torre le explicé c6mo viajar hasta el
pats de los muertos:
—Toma dos monedas y dos pedazos de
104
torta de cebada —le dijo la torre—. El cojo
conductor de un asno va a pedirte ayuda,
pero tii debes negérsela. Debes darle luego
una de las monedas a Car6n, el barquero,
quien te conduciré a través del rio Estigio,
hasta el Averno. Mientras estés cruzando el
fo, la mano de un moribundo se estiraré
hacia ti a tientas, pero ti debes volverte
hacia otro lado. También debes negarte a
ayudar a tres mujeres que estarén tejiendo
los hilos del destino. Cuando llegues al pie
del Cancerbero, el perro de tres cabezas que
custodia las puertas del palacio, dale uno de
los pedazos de torta de cebada para que sea
amigable contigo. Y cuando emprendas el
regreso, haz lo mismo. Sin embargo, hay
algo atin mas importante: cuando vengas de
regreso con el cofre lleno de la belleza de
Proserpina para entregarlo a Venus, no lo
bras; hagas lo que hagas, ;no abras el cofre de
1a belteza!
Psique hizo tal como se lo habia aconse-
jado la torre, hasta haber obtenido de Pro-
serpina, reina de los muertos, el cofre con su
belleza. Luego, al salir del Averno, repiti6 lo
que ya habia hecho: cuando lleg6 a las puer-
tas del palacio, le dio a Cancerbero el resto
de la torta; le entregé una moneda a Carén
105
oe 28) aepara que la condujera a través del rio Esti-
gio, y se nego a detenerse al escuchar los
gritos engafiosos de quienes pidieran ayuda.
No obstante, cuando ya iba llegando al
palacio de Venus, una vehemente curiosi-
dad se apoderé de ella. Ardia en deseos de
abrir el cofre y de usar un poco de la belleza
de Proserpina.
Cautelosamente Ievant6 la tapa, pero en
lugar de belleza, encontr6 dentro de él un
suefio mortal que, al apoderarse de ella, la
dejo abatida en el camino.
Entretanto, Cupido, quien se habia esca-
pado del palacio por la ventana de su alcoba
‘para ir en busca de Psique, la vio yaciendo
inconsciente al lado del camino.
Se precipit6 entonces hacia ella y, reco-
giendo con rapidez el suefio de su cuerpo, lo
encerré de nuevo en el cofre. Luego des-
perté a Psique con un beso.
Antes de que Venus pudiera darles al-
cance, Cupido levant6 a Psique del suelo y la
transporté a los cielos mas altos, hasta el
Monte Olimpo en donde habita Jépiter, dios
del firmamento; y a éste le pidi6 que los
uniera oficialmente,
Después de que Jupiter hubo celebrado el
matrimonio de Cupido y Psique, todos los
106habitantes del Olimpo agasajaron a la pa-
Teja, con excepciGn de Venus, quien estuvo
furiosa durante muchos dias. No obstante, a
medida que fue pasando el tiempo, a diosa,
ya entrada en aftos, se convirtié en la abuela
de una hermosa nifita llamada Dicha.
i
XII
LOS VISITANTES MISTERIOSOS
La historia de Baucis y Filemon
FA... ya mucho tiempo, sucedié que
dos mortales lamados Baucis y Filemén,
habiendo apenas acabado de terminar su
comida del medio dia, oyeron que alguien
tocaba a la puerta. Llenos de contento se
dirigieron hacia el frente de la pequefia ca-
bafa pajiza en que vivian, pues, aunque se
amaban mucho, también disfrutaban de la
compaiiia de otras personas. Al abrir la
puerta, se encontraron frente a frente con
dos extranjeros bastante altos. Uno de ellos
era un hombre barbado, de complexion muy
fuerte, y el otro, un joven de aspecto tra-
vieso.
|—Hemos viajado desde muy lejos —dijo
‘1 hombre de barba con una hermosa voz
profunda—. {Podriamos quedarnos por un
rato en vuestra casa?
—iAdelante, adelante! —dijo Baucis sos-
teniendo la puerta mientras los visitantes
agachaban la cabeza para entrar en la dimi-
nuta cabafia.
Filemén corrié al hogar, rasp6 los carbo-
nes, agreg6 hojas y cortezas y soplé con
fuerza para conseguir un alegre fuego. Bau-
cis puso una vasija de cobre sobre la llama, y
Tuego se dio prisa en la cocina para preparar
un poco de sopa.
‘Al mismo tiempo que realizaban sus ta-
reas, los dos ancianos conversaban anima-
damente con los htiespecies, porque desea-
ban que éstos se sintieran en su propia ca-
sa.
‘Y mientras Baucis preparaba la mesa, File-
mén lavaba los pies de los visitantes y los
secaba con una toalla. En seguida, Baucis
sirvié muchos platos de barro Ilenos de re-
pollo con tocino, aceitunas negras, cerezas
Temojadas en vino, ensalada de endibias y
rébanos, leche y blanca miel de panal, nue-
ces, datiles, ciruelas, uvas recién cosechadas
de la vid y deliciosas manzanas rojas
no
Después de haber escanciado el vino en
copas de madera de haya, Filemén se puso
de pie juntoa la mesa mientras se retorcia las
nudosas manos.
«Perdonadnos, seores, por haberos dado
tan poco», dijo.
Y luego, antes de que los visitantes pudie-
ran protestar, ;Baucis le propuso a Filem6n
ofrendarles su tinico ganso!
Los ojos de Filem6n se llenaron de lagri-
mas porque él y sul esposa sentian un gran
afecto por el viejo animal a quien considera-
ban como el guardidn de su patrimonio;
pero-el anciano, inclinando la cabeza, aceptd
de buen grado, y se apresuré a salir para
atrapar el ave.
Los dos visitantes permanecian en la
puerta de la cabafta mirando cémo la pareja
de ancianos se fatigaba persiguiendo el flaco
ganso por el patio de tierra.
Mas, en el momento en que el animal
buscé refugio detras de los extranjeras, el
hombre de barba levanté la mano y di
«Deteneos! {No matéis a vuestro nico
ganso!» y cuando Baucis y Filemén regresa-
ron a la cabaiia, el mas joven de los dos
hombres hablo asi:
«Nosotros no somos mortales, sino dioses
m1