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we Cove ° . VENI - NATALIO R. BOTANA LA TRADICION. REPUBLICANA Alberdi, Sarmiento y las ideas politicas de su tiempo EDICION REVISADA Y ACTUALIZADA EDITORIAL EUDAMERICARA BUENOS AIEES vo EL ORDEN POLITICO En los Viajes..., Sarmiento acus6 a Maquiavelo de inéurable anacronismo: “El pobre Maquiavelo escribié en el Principe lo que creian y practicaban los hombres mis justificados de la tierra entonces, des- de el papa hasta el tiltimo juez de paz; desde-el inguisidor mayor en Espaiia, hasta Pizarro y Valverde en el Pera. La moral y la justi- cia aplicada a la politica es de pura invencién moderna, y debemos de ello holgarnos sobre manera, aunque queden todavia por acd y por allé ramplones atrasados, que hacen el Principe de Maquiavelo con un candor digno de todo elogio.”* Sarmiento no habia padecido ain el vértigo de quien - estA decidido a fundar y mantener un régimen de gobier- no. Esa enervante experiencia para elevar de entre los es-" combros del disenso revolucionario la legitimidad repu- blicana, habra de sugerirle a nuestros legisladores, testi- gos de victorias y derrotas, una respuesta semejante a la que habia planteado un Maquiavelo ignorado por Sar- miento. La férmula —una antropologia del poder— invi- taba a descender ul fondo inconsciente de Ja naturaleza humana en procura no ya de la virtud del bien comin, encarnada en un ciudadano instruido, sino de la virtu exaltada por. el autor de El principe en tanto cualidad del * hombre politico que le’permitfa “mantener su estado” y desviar los dardos de una fortuna ultrajante. ,Acaso la LA TRADICION REPUBLICANA fundacién de un orden politico reposaba exclusivamente en la bondad de una constitucién pactada con sabidurfa? zNo reclamaban también esos estados recién establecidos “buenas leyes y buenas armas”? Sarmiento no. compren- dié a Maquiavelo, ni tampoco percibié —era todavia jo- ven— la porfiada sobrevivencia de las pasiones pero al cabo de una trayectoria pablica, que comenzé después de Caseros y se prolongé durante casi treinta afios, bien podria haber aceptado la exhortacién para librar a Italia . de los bérbaros, escrita como capitulo final del optiscu-_ lo: “Vedesi come Ia prega Dio che le mandi qualcuno che Ja redima da queste crudelté ed insolenzie barbare”.? @Este nuevo viaje por los vericuetos del poder, donde la teorfa se topaba con la practica, pondra en conflicto dos concepciones que lucharon sin tregua en la conciencia de Sarmiento desgarrada por la violencia y la guerra. Un Sar- | miento que, en 1858, suefia con trasplantar en Argenti-( na la republica de Story y Tocqueville —espejo de la vir-} + tad contenida en el municipio— y otro Sarmiento, gue-| rrero de las luchas civiles dispuesto a imponer orden y/ estado de sitio, organizador del ejército de oficiales pro-| fesionales, que veinte afios ‘mas tarde justifica una repi-| blica fuerte con el auxilio de Thiers y Taine.// (rberdi no sufrié esa contradiccién, La continuidad dey su pensamiento —no por ello menos atormentado— lo / condujo a Postular, con rasgos cada vez mas acentuados, una repiblica centralista de inspiracién monirquica, es- trictamente Jimitada para que la libertad modema recon. ciliase a la Argentina, por imprevisibles: caminos, con la paz universay/Entre la ilusion Por-los pactos primitivos prontamente destruidos por las batallas, la virulencia de Polémicas donde latian querellas renovadas por el libera- lismo doctrinario, que contraponfan formas puras con go- biernos mixtos, Alberdi y Sarmiento meditaron el orden 340 NATALIO R. BOTANA Politico a la sombra de Hobbes. Si, en la perspectiva del punto de partida, la constitucién fue.el ideal histérico de la dignidad humana, desde la éptica que proponfa el or- den politico, ese cédigo escrito tuvo que alumbrar el poder y armarse para derrotar a la violencia. La polémica constitucional En 1852 So hemos visto— Sarmiento rompié con Ur- quiza y regres6 a Chile. Ese afio publicé Campafia en el Ejército Grande aliado de Sud América donde proclamé su disidencia con el régimen que nacfa en el interior ar- gentino bajo la influencia del vencedor de Caseros. El libro motivé una respuesta de Alberdi —que estaba plena- mente identificado con Urquiza— escrita también en Chile, en la localidad de Quillota, con el t{tulo de Cartas sobre la prensa y la politica militante en la Republica Ar- gentina (lamadas Cartas quillotanas). Sarmiento no fue remiso en la respuesta y un mes después escribidé Las ciento y una. Alberdi replicé con Complicidad de la prensa en las guerras civiles de la Repiiblica Argentina. A la pos- tre, ya sancionada la Constitucién Nacional de 1853, Sar- miento dio a conocer los Comentarios de la Constitucién de la Confederacién Argentina, alos que siguieron los Es- tudios sobre la Constitucién Argentina, de Alberdi. Este es el marco bibliogrdfico de una polémica ubicada en el momento en que ambos terminan de fijar el punto de par- tida/Entre recriminaciones y agravios, ese virulento did- logo invirtid de tal suerte el rol intelectual asumido por Sarmiento que éste concluy6 adhiriendo con inusitado jfervor a una teorfa del trasplante institucional, mientras jaa defendfa una teorfa fuertemente arraigada en la tradicién colonial./ Los Comentarios... fueron el'vehiculo de que se valid LA TRADICION REPUBLICANA 341 Sarmiento para aplicar en Ja Argentina la filosoffa’ pablica ‘de los Estados Unidos segin las lecciones de Story. El titulo, la intencién y los ejemplos, todo recuerda al gran comentador en clave centralista de la constitucién nortea- mericana. En ningGn instante pretendié Sarmiento dis- frazar este designio: “La constitucién —afirmé— vendria a ser, pues, para nuestros males, lo que aquellas tisanas qué traen, envolviendo el frasco que las contiene, la ins- truccién para ensefiar la manera de usarlas”.? (/®stas palabras definen el sentido del trasplante consti- ’ tucional. Alberdi querfa instalar en América del Sur la so- * ciedad industrial. Sarmiento sofiaba con implantar la constitucién presidencial que dicté el Congreso de Fila- delfia tal cual ella existfa, madura y consagrada, en Amé- rica del Norte//fn ambos casos se trataba' de productos “terminados. Naturalmente, ni el antiguo régimen espafiol, ni la tradicién de las monarquias constitucionales euro- peas podian servir de ejemplo para Sarmiento. Un modelo exclusivo orientaba al legislador para discernir el alcance de los conceptos constitucionales. Los comentarios de © doctrina escritos en Estados Unidos pasaban a ser argen- tinos, “la practica norteamericana regla, y las decisiones de sus tribunales federales antecedentes y norma de los nuestros...’* [/H1 modelo constitucional era selectivo. Sarmiento buscé en la obra de Story tory aquellas instituciones capa- | menos dos tendencias malsanas para cuya a al confidente del porvenir debia interrogar al espejo que re- flejaba la democracia-en el norte. A la monarquizacién * del mando ejecutivo, Sarmiento oponia la figura de un} presidente republicano; frente a la centralizacién del po-\ der en el gobierno federal y a su correlato, las oligarquias / enquistadas en las provincias, Sarmiento recomendaba 342 NATALIO R. BOTANA } nacionalizar al inmigrante, difundir la educacién gratuita, sembrar en cada provincia la vida municipal, distribuir la propiedad rural y promover la agricultura. La vision del ejecutivo republicano no se inspiraba en la democracia extrema pregonada por Franklin y Paine sino en la concepcién de Kl federalista, segan la inter- pretacién de Story y el juez Marshal}/“Aun asf, esa figura presidencial, cuyo origen mondrquico era indiscutible, no atrafa a Sarmiento con Ja fascinacién que ejercfa sobre Hamilton y sus seguidores. En los Comentarios... todavia se advierte el temor hacia el despotismo de uno solo: “‘,..el principal infractor de las leyes puede ser —en efec- to— el Ejecutivo donde a él solo se halla reducido el go- bierno y no es necesario suprimirlo por nada més que por el justo temor de que infrinja las leyes, si no esta limita- do” El ejecutivo monarquizante en una constitucién re- publicana acarreaba grandes riesgos entre los cuales {el més acuciante era Ja centralizacién. El dogma federal * debia combatirla en su rafz, es decir atacarido al corrupto fejercicio del gobierno en las Provincias{/ “El hecho existente de una general tiranfa, no resistida por los gobiernos de provincia, muestra la necesidad de un gobierno gene- ral en que cada una de las provineias tenga parte, y por la accion moral y fisica del todo sobre cada una de ellas, garantice las liber- tades que de otro modo no han podido conservarse.””> ‘alidad_ciudadana en las provincias —aducfa Sar- } eto el sistema federal no dispondrfa de reservas de libertad con las que resistir al gobierno nacional! nevita- blemente —como ya lo habfan postulado Royer-Collard y Tocqueville— la centralizacién’ se impondria sobre esa muchedumbre aislada que, por otra parte, las oligarquias locales no representaban, Se imponfa, pues, el remedio del voluntarismo legislativo més decidido. El vendaval del cambio que Sarmiento impulsaba no se detenia en los LA TRADICION REPURLIOANA goograffa ni la historia: se ine. c dibujaba otras fronteras; rehacia drfa més —preguntaba— pensar en joracion y necesidades, des incoherentes y casi perfil de 1a legislatura, Comentarios.-- ante la naba sobre el mapa 7 viejos limites (“zno vale’ snuperse provincias segun su ool en vez de constituir quince nulida %); esculpfa, en fin, el el gobernador.® verdaderas sedes de la representacion das atendiendo a la “‘rafz del arbol” que era la eleccién. Habfa que aumentar el niime- ro de representantes y elegirlos mediante un sistema uni- nominal como el que se puso en practica en el estado de ‘ Maine, en Estados Unidos y Del trasplante emanaba un poder magico que curaba por encanto: “Jocalizada la re- presentacién, marcada en limites, todos los males estén remediados”. zLeyes electorales que giraban en el vacfo? Sarmiento no levaba su pasién por el trasplante hasta limite tan extremo, También exploraba el contorno so- ciolégico més adecuado para recibir esos admirables pro- cedimientos,/Ahora —sugerfa— para alumbrar una consti-~. tucién republicana ya no bastarfan los cimientos de las ciudades historicas que describié en el Facundo, ni tam- ° poco la reconstruccién civica de Buenos. Aires, a la que se consagraré més tarde, Con diferente espfritu, pero con el mismo empefio, habfa que seguir una pista semejante imposibles? del municipio y 4 Las legislaturas, popular, debfan ser reforma a la que recorrieron los viejos conquistadores, Sarmiento seré entonces un fundador de ciudades de nuevo cuiio | que reagrupen @ los habitantes en pequeiias localidades y en un espacio urbano, s{ntesis del tipo social que el orden : republicano reclama. En una palabra: habré que otorgar' acta de fundacién al municipio, forma juridica de la ciu- dad sarmientina, que “es la sociedad en relacién al suelo, / es la tierra, las cosas, las calles y las familias considerades,_| como una sola cosa”,"// 344 NATALIO R. BOTANA Tal como aparecia en el espejo constitucional, el mu- . nicipio xeflejaba la aldea-norteamericana de los Viajes... ’. y era también la imagen utépica de aquel rudimentario go-_ « { bierno comunal que Sarmiento habia conocido en\ Cuyo'y, {€n el valle central de Gail: pueblos agricolas, de vida fra< gal, escasos de agua, que administraban con inteligencia el riego. Esa tradicién reaparecfa en el régimen municipal de la constitucién, formado por el “‘conjunto de familias que tienen intereses comunes, una ciudad; sus suburbios, una villa, sus alrededores, un lugarejo y las fincas y plantacio- nes rurales que se continwan en un paiio de tierra. Una ciu- dad ‘para proveerse de agua potable, alambrado de gas, mantener serenos,-policia de seguridad, etc., tiene una municipalidad, porque el bien o el mal es comin...” //No es de extrafiar, por consiguiente, que Sarmiento Smprenda una requisitoria implacable contra la figura constitucional del gobernador en tanto agente natural del gobierno federal. La primacfa de la provincia sobre el mu- nicipio y la del ejecutivo nacional sobre aquella, le suge- rian, no sin raz6n, males mayores, como por ejemplo una oligarquia regularizada de gobiernos provinciales bajo el amparo presidencial.° Wi Este es el escenario ‘que arma Sarmiento para dar en- trada a los protagonistas de la constitucién entre los cua- les sobresalian los extranjeros en pleno ejercicio de los derechos politicos y los ciudadanos educados gracias a un sistema de instruccién pablica. Los embajadores de la vir- tud adquirfan estatura constitucional. Sarmiento embes- tia de frente contra la idea que tenia Alberdi acerca de la condicién del extranjero en América del Sur. En las Bases... —méas tarde en Derecho piblico provincial y en. el Sistema...—, Alberdi adopté fielmente del pensamien- to doctrinario, expuesto por Guizot y Pellegrino Rossi, la distincién entre libertad polftica y libertad civil. Esé LA TRADICION REPUBLICANA 345 corte de la accion humana en dos planos distintos fue para Alberdi un concepto juridico magistral que le permi- ti concebir la formula més eficaz para resolver el “‘pro- blema del establecimiento de la libertad politica” en Ar- La desesperante anarquia, engendrada por un la utopia racionalista de Rivadavia su colonial letargo al proclamar ‘‘la democracia ilimitada” en Buenos Aires, debfa tropezar contra una valla robusta capaz de contenerla y dxientarla hacia un orden duradero. Habia entonces que capturar a Ja libertad politica y limitarla férreament ‘Para Alber Ja libertad politica era una cuestion de capacidad. Gene- ralizada por el sufragio conformaba una soberanfa de he- /* cho inepta para jntervenir como creadora de la soberania ) de derecho prevista por la constitucién:// + gentina. estado’ social qui habfa despertado de “La inteligencia y fidelidad en el ejercicio de todo poder —escri- bié en ...Derecho publico provincial— depende de la calidad de las personas elegidas para su depésito; y la calidad de los elegidos tiene estrecha dependencia de la calidad de los electores. El sistema electoral es la lave del gobierno representativo. Elegir es discernir y deliberar. La ignorancia no discierne, busca un tribuno y. toma un tirano. La miseria no delibera, se vende. Alejar el sufragio de manos de la ignorancia y de 1a indigencia es asegurar la pureza y el acierto de su ejercicio.” ¥ en el Sistema... advertia: “...usar de la libertad politica es tomar parte en el gobierno; gobernar, aunque no sea mas que por el sufragio, requiere educacién, cuando no ciencia, en el manejo de Ja cosa publica. Gobernar es manejar la suerte de todos; Jo que es mas complicado que manejar su destino individual y pri- vado”,!0 7’ La libertad civil significaba en cambio una promesa ) universal de la que todos debfan disfrutar a manos llenas, ‘ x criollos y extranjeros// Ella era la libertad por excelencia ¢ que la libertad politica debfa servir como el medio se ordena al fin, el recinto que habia construido la primera - parte de la-constitucién donde albergar, con garantias 346 NATALIO R. BOTANA inviolables, «1 transplante de la sociedad industrial y a su “protagonista més activo, el habitante extranjero;~ “No participo del fanatismo inexperimentado, cuando no hipé- crita —insistia Alberdi en el Sistema...—-que pide libertades poli- ticas a manos Menas pata pueblos que solo saben emplearlas en crear sus propios tiranos. Pero deseo ilimitadas y abundantisimas Para nuestros pueblos las libertades civiles, a cuyo namero perte- necen las libertades econémicas de adquirir, enajenar, trabajar, na- vegar, comerciar, transitar y ejercer toda industria. Estas libertades, comunes a ciudadanos y extranjeros (por los art. 14 y 20 de la Constitucién), son Jas llamadas a poblar, enriquecer y civilizar estos paises, no las libertades politicas, instrumento de inquietud y de ambicién en nuestras manos, nunca apetecibles ni titiles al extran- dero, que viene entre nosotros buscando bienestar, familia, digni- dad y paz. Es felicidad que las libertades mas fecundas sean las mas Practicables, sobre todo por ser las accesibles al extranjero que ya Viene educado en su ejercicio.”"! “Esta era la solucién para el problema del gobierno en ‘ América del Sur: aguardar, confiar en la accién esponté- nea del trasplante y en la trama infinita de la accion * )humana, “mejorar la sociedad, para obtener la mejora del \poder, que es su expresion y resultado directo”.\¥Mien- tras tanto, el ejercicio de la libertad politica debfa quedar encerrado dentr imites de un orden restrictivo, de una “repiblica posible”) como la Namé Alberdi. Era ja férmula constitucional mds congruente con el tras- plante social. Desligar al extranjero de toda responsabili- dad cfvica basta que la buena semilla creciera en la socie- dad y transformase por efecto. natural al gobierno de la repiblica. Esta, ciertamente, no era la f6rmula que Sar- ,miento apetecfa,//#1 trasplante institucional, que él ’, preconizaba, se situaba en las antipodas porque la consti- tucién y las leyes debfan convertir. de inmediato al extranjero en ciudadano e inducirlo a adoptar carta de naturalizacién como ocurrfa en Estados Unidos: LA TRADICION REPUBLICANA “Su distincién entre nacionales y extranjeros debio aie pre. cisamente porque existe en América y debe bortarse. No debe haber dos naciones sino la Nacién Argentina; no dos derechos, sino el ‘derecho comin. Los extranjeros, dice el sefor Alberdi, gozan de los derechos civiles y pueden comprar, Jocar, vender, ejercer in- dustrias y profesiones; las mujeres argentinas se hallan en el mismo caso, como todos los argentinos y todos los seres humanos que no tienen voto en las elecciones {Para qué distinguizlos?”*> Por otra parte, el proyecto de constitucién, que Alber-, di presentd como colofén de las Bases. negaba a los extranjeros el derecho de armarse en defensa del pais antes de que cumplieran treinta afios de residencia (pla- zo que la constitucién redujo a diez). Segundo error que Sarmiento impugnaba cuando insistia en subrayar el ca- yacter nocivo de un inmigrante incapacitado de tomar parte en defensa de la nacién: ‘“‘zPara qué pais se da esa Constitucién? Para uno convulsionado por haraganes, apoyados por masas estélidas; y treinta afios de excep- cién’ no pedida, otorgada y que puede ser convertida en negacién por un propésito de usurpacién, puede decidir la suerte del pais. jTreinta afios fomentando el egoismo del inmigrante industrial, que es un elemento de orden y libertad porque es una fuerza de inercia contra las turbu- lJencias y un muro contra la barbarie!’’!* La barbarie, siempre el fantasma de la barbarie. Sar- miento aplaudfa la sentencia del articulo 5 (cada provin- cia debe. asegurar la educacién primaria gratuita) como “una de las mas bellas prescripciones de la Constitucién’’. La reverenciaba como un simbolo sagrado en el debate que ponia frente a frente la educacién de las cosas y la instruccién impartida por la escuela//Para Alberdi,” la pedagogia espontdénea de la sociedad industrial de>" < sempefaba el papel més importante, al que debian — ‘apuntalar la escuela y la instruccién obligatoria con-/ 348 NATALIO R. BOTANA 2 (Sagrada a las ciencias aplicaday/Ambos conceptos, sin duda complementarios, se ordenaban segin priorida- des. Alberdi apostaba en el punto de partida a favor de la educacién practica y de los usos sociales que habfan madurado en la civilizacién industrial. Sarmiento reducit ese matiz a esquema antagénico. Entre los agentes del cambio social, la escuela y el maestro que ensefiaba aritmética, gramitica e instruccién civica ocupaban el pri- mer puesto. Por eso, ante la sugerencia de Alberdi que ya comentamos —mis falta hacen hoy la barreta y el arado que el alfabeto— Sarmiento se rasgaba las vestiduras: “No, Alberdi, Deshonradme ante mis compatriotas, como lo habéis hecho en vuestro libro, preciéndoos de haberlo hecho con moderacién, sin ruido, como el habil Iadrén que rompe las corras Guyas y el duefio de casa no despierta; que abre las puertas y los goznes no rechinan; que descerraja los armarios y no deja sefiales aparentes de la sustraccién. Deshonradme en hora buena; pero no toquéis 1a educacién popular, no desmoronéis la escuela, este san- tuario, este refugio que nos queda contra Ia inundacién de Ta bar- barie.”"> ff Usta vision de la escuela, junto con 1a distribucién del suelo, completaba el propésito del municipio: la asocia- cién de agricultores con intereses comunes en pequefios centros que imparten educacién. Una comunidad xural- urbana, instalada sobre Ta propiedad de la tierra, un islote de sociabilidad en un medio hostil que irradia desde el municipio instruccién y educacién civica//,cémo poner- esta posible reserva de xiqueza al servicio de la nueva po- blacién? La clave constitucional residira en la politica que el icongreso nacional. adopte con: respecto a la tierra fis- cal: “las tierras baldfas pueden ser un disolvente de la sociedad, o una fuente de engrandecimiento segan la manera de enajenarlas”. En Norteamérica, la division de "Ja tierra fiscal en parcelas pequefias, comparadas con la a2. —-A— LA 'TRADICION REPUBLICANA B49 extensién de la propiedad rural en Argentina, ha’gestado una sociedad ‘igualitaria. “No hay en los Estados Unidos una clase de pueblo destinada como entre nosotros al pro- letariado, y como consecuencia a la miseria, a la depen- dencia, a:la degradacién y al vicio.’"* Distribuidora de “la materia prima de la sociedad y de la propiedad, que es el suclo”, la legislacién federal de los Estados Unidos ha puesto en marcha a un pueblo de colo- nizadores. Es la interpretacién constitucional de Jeffer- son en contra de la que postulaban Hamilton y Adams. Tal la tarea que Sarmiento impone al orden politico de la nueva sociedad: declarar al pais en estado’ de coloniza- cién. De ese proyecto depende la legitimidad constitucio- nal: “pueden a su impulsién brotar nuevas Provincias; pueden extenderse a mayor escala las catisas de miseria, de despoblacién, de ignorancia y disolucién que labran ~ hoy las entrafias de la parte ya poblada”.*7 Todo est4 previsto por el legislador. Todo, excepto la resistencia de la realidad. No hay lugar, aparentemente, para el compromiso con el pasado. 7/Ese compromiso constituye el sitio de arranque de la obra que emprende Alberdi//“He escrito mis Cartas ) —dice en su respuesta a Sarmiento— por el mismo esti- mulo que me hizo escribir mis Bases, Ambos son es- critos conservadores; el mismo éspfritu de orden y dis- ciplina prevalece en los dos.” La barbarie era segin [Sarmiento im fendmeno de naturaleza social: el cmed , to, la campafia ganadera, el aislamiento, el analfabetismo/ Alberdi observa, desde una dptica diferente,.que la bar- } barie traduce un hecho politico: Ja resistencia frente a lal autoridad establecida por la constitucién, la desobedien- cia ante el orden politico, 1a negacién de la ley:// “No es la resistencia, sefior Sarmiento, lo que deben ensefiar los buenos escritores a nuestra América espafiola enviciada en la rebe- 350 NATALIO R. BOTANA lién; es 1a obediencia. La resistencia no daré la libertad; slo ser- viré para hacer imposible el establecimiento de la autoridad, que la América del Sur busca desde el principio de su revolucién como el Punto de partida y de apoyo de su existencia pol{tica. Sin la autori- dad que da y hace respetar la ley, es imposible la libertad, que no es més que la voluntad ejercida en Ia esfera de la ley. El principio de autoridad es el sfmbolo actual de la civilizacién en Sud América; todo lo que se opone-a su establecimiento, barbarie y salvajismo dorado.”!* or-ego, ante la disyuntiva entre civilizacién y barbarie, | Alberdi xesuelve combatir al caudillismo en sus causas y a ar la politica que prevalecfa en el mundo rural’ El caudillo, entendido como expresién politica del antiguo régimen, no seré erradicado hasta tanto no desaparezean las causas que lo engendraron. Esos antecedentes, que Sarmiento habfa discernido en el Facundo, estan presen- tes en el desierto, la distancia, “el aislamiento material, 1a nulidad industrial, que hacen existir al caudillo como su resultado légico y normal”."® Argumenta estratégico, como se advierte, que subraya las contradicciones entre el Sarmiento que escribié el Facundo y el apasionado opositor de Urquiza en la Campajia en el Ejército Gran- de. 77¥n todo caso, hasta que el trasplante produzea efec- tos sociales, es preciso acatar la realidad del mundo rural *\ como fuente y sustento del orden polftica:““La politica que no sepa apoyarse en nuestros campos para resolver el problema de nuestra organizacién y progreso, sera cie- ga, porque desconoceré.la tinica palanca que hace mover este mundo despoblado, {Dominar el. desierto sin elhom- bre del desierto, es cosa que tenga sentido comin? No achaquéis a los campos Ja anarquia. Ella ha sido hija de la revolucién, que ha .dividido campos y ciudades /.../ Asi el gaucho argentino, el hacendado, el negociante, son més aptos para la politica practica que nuestros alumnos LA TRADICION REPUBLICANA crudos de Quinet y Michelet, maestros que todo conocen, menos Sud América”.?°. ~" /Paxece claro que Alberdi Persigue legitimar el orden‘ Politico emergente bajo la proteccién de criterios tradi- / cionales. La‘ tradicién que se recupera es, ante todo, po-' » itica. Es la mediacién necesaria para alcanzar log fines de progreso eri 1a sociedad/}Desde la formacién de nues- fras colonias nos ha regido un derecho piiblico espafiol, Somos la obra de esa’ legislacién; y aunque debamos cam- biar los fines, los medios han de Ser por largo tiempo aque- Mos con que nos hemos educado. Estos medios, es decir, el gobierno propiamente di, icho, las autoridades, dependen en su organizacién y mecanismo de 1: as Condiciones y antecedentes peculiares de cada pafs””.21 Ga tradicién politica se condensa en la institucién pre- ° lominante del poder ejecutivo, que es la clave de béveda *, « del orden constitucional/Alberdi se complacfa en recor- ; dar —to amaba “dicho profundo y espiritual”— el con- sejo de Bolivar: “Los nuevos Estados de la América antes len; a ella ‘dinados los restos de autonomia que atin persistian en las provincias. Suerte “de reconstruccién del gobierno central que habia existido por dos Biglos”, sobre todo luego de que se fundara el Virreinato del Rio dela Plata, el poder ejecutivo de la constitucién, “determi. nante de toda su fisonomia”, es completamente distinto del norteamericano. “Mil veces més —prosigue Alberdi— se asemeja al de Chile que al de Estados Unidos, a pesar de Ja diversidad de nombres /.../ Fuerte como el de Chile, republicano en la forma y casi monarquico en el fondo, central. como en dos siglos, hasta donde lo permitia el individualismo provincial creado de hecho por la revolu- cién,?22 : B52 NATALIO R. BOTANA * sfba repiiblica (en recuerdo de Diego Porta- .. les, bajo cuyo influjo la repablica chilena vivid un ciclo de } estabilidad polftica que Alberdi conocié y disfrut6 duran- te la década del cuarenta) era un modelo més atractivo we la reptiblica norteamericana. “Centr: y_axistocra- | (Hgyee recencion del orden virreinal tras 1a divisa repu- cana’se despoja de su mascara cuando se declara el es- tado de sitio, “‘adopcién casi literal de los articulos 82, inciso 20, y 161 de la.Constitucién de Chile”, momento fuerte del régimen, estado de excepcién basado en la pre- rrogativa que faculta al gobierno federal a suspender las garantias individuales en defensa del orden frente al peli- gro de la disgregacién o de la resistencia armada.”? _ 5 rumbo parece ahora claro: del mismo modo como el Sut dominante en la nacién es el poder ejecutivo, asf también habré que buscar en las provincias un compromiso con la tradicién del antiguo régimep/’La atitonomia provincial a la norteamericana, que recomen- daba Sarmiento, es para Alberdi poco recomendable en Argentina pues convertirfa en estados cuasi independien- tes, ‘a los que son y fueron provincias de un solo Esta- - do”. Unién sobre la diversidad sin desconocer, por cierto, Ja importancia del régimen municipal. La formula federal que propone Alberdi es al revés de la trama de los argu- mentos clasicos: no se trata ya de la uni6én de territorios iguales para proteger su originaria independencia, cedien-_ do parte de su soberania, sino del margen de autonomia (concesién inevitable y resignada) que el poder central ores a las provincias. No quedan en pie, por el momen- Fee eanes se Cree la ironia que, al pasar, aes an 2. lescribe el exfuerzo del autor de ‘ +». aplicado a develar las incégnitas del Poder mediante una pYolija lectura de Story: 353 ADICION REPUBLICAN a institueion para Le Rioja ySe quiere LA TR. 2 —Al momento se una respuesta de la estion ‘administrativa en San Juan? an sino & la historia del —pues no se dencia argentina? en Estados Unidos. i dencia? 4Cuando él se o de Massachusetts, re- de Ginebra en la Federacion Hel- «$e necesita un nojean los ar historia para xplicar las leyes propone © archivos de Lucerna 0 vuelve los yética?”?* milagro de traer- Entonces, Si el trasplante obrara el nos nueva cultura, mejor educaci6n practica ¥ habitantes mas aptos 4para qué trazar caminos de utopia: maunici- pios armoniosos, escuelas publicas ¥ tierra entregada a los agricultores mediante una geométrica distribucién? No, Sarmiento, concluye Alberdi, todo eso vendra después cuando el progreso erosione los medios tradicionales que, por necesidad; el legislador elige para reservar el orden” bio de la sociedad | frente a la anarquia/Hasta tanto el cam no produzca el cambio del Estado, habra que enhebrar Ja tradicién y el progreso, reservando\ ? para este el Ambito de la sociedad, cuya garantia juridica} * ¢s la libertad civil, y para aquella el orden del poder, cuya' expresién es el ejercicio de la libertad politica/Si, habra | que aguardar, pues Ja “politica eficaz parte de los hechos, no dela ideologia”.* Significativa consecuencia: segtin él mismo admitfa, Alberdi habia conocido la repiblica norteamericana 2 través de la prosa francesa de Tocqueville, Achille Murat y Michel Chevalier?®, Los dos primeros, desde perspecti- vas radicalmente diferentes, elogiaron la descentraliza- cién. Tocqueville 1o hizo inspirado en la democracia; Mut mediante una descarnada justificacién de la rept. me cats que se habia formado en los estados nor ft 108 del sur. Solo Chevalier, con su andlisis a centralizacién econémica en el ea Bis pire state de Nueva compromisos entre 354 NATALIO R. BOTANA. York, podfa arrimar argumentos favorables, que no eran, Por cierto, de naturaleza jurfdica. Entre aquellas reflexiones sobre la autonomia bienhe- chora del gobierno local y la repablica monarquica de Bolivar o Portales (y de los tres presidentes, se entiende, que en Chile gobernaron dos periodos de cinco afios cada uno: Prieto, Bulnes y Montt) se interponia el espacio que separaba ambas Américas. Mas cerca estaban las medita- ciones de Hamilton y los federalistas acerca del poder, las Pasiones populares y los empresarios ilustrados. Pero esta reaparicién en América del Sur de una reptblica centralis- ta, fundada en el interés comercial de las ciudades, pade- cia un proceso deformante, como si el cristal con aumen- to de otra circunstancia histérica y geografica diese a esas figuras constitucionales una ignorada dimension. Frente a las elucubraciones de-los autonomistas norteamericanos, los Comentarios. :. de Story eran una sazonada propuesta de centralizacion constitucional. En contraste con las lec- ciones de Alberdi, los Comentarios... de Sarmiento, que tenian sabor de aplicado alumno, representaban una de las posiciones autonomistas més extremas. He aqui el trecho que habja recorrido la teorfa: aquello que en el norte era modelo de centralizacién evocaba un riesgo de disolucién en el sur. Formas mixtas y formas puras Ese viaje de las ideas no disipaba, por cierto, otras Preocupaciones consagradas por la teoria. La constitu- cién de 1853 proclam6 la republica como forma de go- bierno. Para Alberdi era este un hecho inevitable; seme- jante al progreso de la humanidad que impulsé6 a la inde- pendencia: ‘estamos arrojados en él, y no conocemos LA TRADICION REPUBLICANA 3b otro aplicable, a pesar de’ nuestras desventajas”.°” Sin yeferencia expresa, Alberdi y el congreso constituyente recogieron la concepcién de Madison. Miraban con des- dén por turbulenta, a la repiblica clasica, e incorporaban en la sociedad democratica el principio representativo que Montesquieu habia radicado en la repiblica aristocratica: una repiblica donde la soberanfa residja en el pueblo de- pfa ser gobernada en nombre del pueblo por representan- tes electos. : [furs ideas acerca de la repiblica entretejian pues mode-— jos dominantes en torno a los que deambulaban las pre- guntas acerca del poder o la legitimidad. Acaso, si asistia Ja fortuna, lograban alguna respuesta eficaz. En esas mar- chas y contramarchas latfa la esperanza de recuperar parte de un principio teérico, o bien el. fragmento del pasado que atin sobrevivia en el presente. El pacto social, por ejemplo, en el cual intervenian los ciudadanos para dictar su ley fundamental, se podfa convertir, segtin la circuns- tancia, en un pacto histérico capaz de reconciliar a la legi- timidad revolucionaria con la legitimidad tradicional, -como aquel que intentaron establecer los doctrinarios luego de la restauracién en Francia. Y esas peripecias, que tenfan lugar en el mundo politico, eran parte visible del - fenédmeno més hondo de una sociedad moderna en la cual se abria paso la libertad individual. Alberdi us6 estos instrumentos conceptuales a volun- tad, de acuerdo con cambiantes oportunidades. Su consti- tucién, tal como la pens6 para fundamentarla o justificar- Ja, fue ante todo una combinacién de principios ‘y una forma mixta. En Ja esfera politica —ya lo hemos visto mas arriba— era una reptblica aristocratica, celosa dél ejerci- cio de la libertad politica; desde la perspectiva del pasado, en la-constitucién resonaba el pacto histérico entre dos " Jegitimidades incompletas.cuya ambicién de fundar un 356 NATALIO R. BOTANA orden exclusivo, federal o unitario, habia fracasado; y, por fin, desde el punto de vista de la formacién civil de la sociedad, la constitucién ofrecfa al individuo y a su fami- Jia la promesa de una vida democritica. La relacién de ~-Alberdi con el eclecticismo de los doctrinarios es ambigua. En el Fragmento... los miré con sorna: “El eclecticismo es Ja moderacién, dice Cousin, la moderacién es todo el arte politico’ dice Montesquieu: pero es menester decir.a Cousin y Montesquieu, que tam- ‘bién la‘moderacién quiere ser moderada, y que nada hay mds moderado que la excesiva moderaci6én”’. Royer-Co- lard, Guizot, el mismo Cousin, eran para el joven Alberdi personajes anacrénicos. “Un noble corazén asociado a un epfritu preocupado y timido”, decia de Collard, a quien el siglo XIX en su ‘marcha representativa, pura, sin ejado de lado. Pero ese mezcla, sin eclecticismo”, habia d rechazo no guardaba correspondencia con la ostensible identificacién de Alberdi con el pensamiento de Guizot agerca de la soberanfa de la raz6n ¥ de la capacidad poll- tica, que también defender Pellegrino Rossi: gerd preciso —escribia Alberdi— que del sono de 1a grat socie- aad civil, salga otra sociedad politica, formada de los individuos capaces de concurit a la formacién de un fondo comin de inteli- geneia y de fuerza /.../ La soberania del pueblo, no es Pls la vetuntad eolectiva del pueblo; es'la raz6n colectiva del pueblo, la vaz6n que es superior a la voluntad, principio divino, origen finico de todo poder legitimo sobre-la tierra /.../-La idea pues, de toda soberanja ilimitada, es impia, insolente, infernal.”?® Tan fuerte es la critica a los que se juzgaba derrotados por la revolucién de Julio, como ajustados a las fuentes son los argumentos doctrinarios acerca de la representa- cién politica. En el Fragmento..., Alberdi es un ecléctico “que se ignora. Poco tiempo después, en la XV palabra simbélica del credo o dogma de la Asociacién de Mayo _ LA TRADICION REPUBLICANA 357 —que él mismo redacté— el método pluralista expuesto por Guizot en su Historia de la Civilizacién... habré de reaparecer con’ més fuerza. Es la interpretacién de la gue- rra civil como un conflicto entre principios opuestos que deben pactar la paz. La guerra civil era para Alberdi una confrontacién entre dos facciones perdurables que en la historia cotidiana cambian de nombre y no-de naturaleza: “Faccién Morenista, faccién Saavedrista, faccién Rivada- vista, faccién Rosista, son para nosotros, voces sin inte- ligencia”. Era obvio que tras las divisas’se agitaban co- rrientes més hondas. “Hemos visto luchar dos principios, en toda la época de la revolucién, y permanecer hasta hoy indecisa la victoria.’ Unitarios y federales, celestes y colo- rados, dejaban en su carrera sedimentos histéricos que el legislador debia recuperar en una férmula ecléctica. En la guerra no cabia la victoria sino la transaccién. Tal deberia ser el resultado final de la larga lucha abierta por la inde- pendencia: una “‘fusién doctrinaria /.../politica y social”’?® ‘(La explicacién de Alberdi proponia un inventari ‘Scandal-respectivo Ye poder de ambos principiog, unite) j rio 4 federativo”. J4éos dos venian acumulando recursos / ésde el pasado~que arrancaba en la sociedad colonial yi aceleraba su marcha en tiempos de la-revoluci6n. El po- \ der, mds que un hecho singular, manifestaba un fenéme- | no.de larga continuidad. La tradicién unitaria nacia de la\ unidad del origen espafiol, de la religién catélica, cos- tumbres e idioma, y del orden politico coloni: : unidad | en el territorio del virreinato-con Buenos Aires por ca- \ pital, en la legislacién civil, comercial y penal, en el pro- ( cedimiento judicial, en las finanzas y. administracién co-* min3y . A esos antecedentes la revolucién afiadié otros: una * creencia republicana, el sacrificio colectivo en la guerra, - pactos y proyectos de gobierno comin, la accién diplo- 358 NATALIO R. BOTANA matica, bandera, sfmbolos y glorias compartidas, “la unidad tdcita, instintiva, que se revela cada vez que se dice sin pensarlo: Republica Argentina, territorio argenti- no, nacién argentina, patria argentina...” El unitarismo colonial es el poder institucional forjado por una rutina, actos y conductas repetidas; el unitarismo revolucionario es en cambio el poder en su momento originario, el genti- miento de una guerra compartida por el pueblo. Sobre el lenguaje que proviene del fondo colonial, ese poder uni- tario ha creado nuevas palabras. Argentina es el vocablo de la unidad interior, de una realidad inédita, fronteras adentro, que van trazando los gobernantes y las ‘bata- las.34 Las tendencias unitarias no han podido vencer, bargo, al espacio y a la disgregacién de la indepen El federalismo no es para Alberdi un origen querido sino una inesperada fragmentacién derivada de la guerra; de” las rivalidades sembradas por el régimen colonial wy renovadas por la demagogia republicana”; del largo in- terregno donde reiné el aislamiento; de la diversidad del suelo, clima y produccién; de la larga tradicion munici- pal que se remonta hasta los cabildos; de los habitos ad- quiridos por las provincias al ejercer una espontanea in- dependencia y la soberania parcial que-la revolucién les concedi6; de los celos hacia Buenos Aires; y sobre todo del desierto: de esas ‘‘distancias enormes y costosas”, sin caminos, ni canales, ni transportes.?? @ Unitarios y federales son modos de ser, politicos y sociales, que reclaman ‘‘fatigados de lucha, una fusién ‘ arménica, sobre la cual descansen inalterables, las liber- tades de cada provincia y las prerrogativas de toda la na- (cién”./Esta transaccién —sostenia Alberdi en las Ba- ses...— debia inspirarse en tna lectura del federalismo, sin em- dencia. favorable al gobierno nacional, ‘que tiene su raiz en las LA TRADICION REPUBLICANA _ 889 condiciones naturales € historicas del pais”, an i unidad no es el punto de partida, es el punto fn ie los gobiernos...” Con Pellegrino Rossi, Alberdi sefialaba que «toda confederacion es UD estado i termediario entre la jndependencia absoluta de muchas jndividualidades Ppo- Uticas, y su completa fusion en una sola y misma sobe- yania”. Por ese jntermedio —conclufa— “sera necesario pasar para llegar a la unidad patria”. Este es el perfil ju- ridico de un “gobierno mixto”, parecido en su designio centralista al que pregonaba Madison en El federalista, “consolidable en la unidad de un régimen nacional; pero no indivisible como querfa el Congreso de 1826, sino di- visible y dividido en gobiernos provinciales limitados, como el gobierno central, por la ley federal de la rept- plica”.5? Entre Madison y Rossi, en esa combinaci6n de princi- pios donde la accién polftica escucharia sin sobresaltos “el eco de las Provincias y el eco de la Nacién”, descan- saba, segin Alberdi, la repiblica posible. Mas que un equilibrio entre poderes institucionales, esa forma mixta expresaba un equilibrio histérico en procura de la unidad politica. El gobierno mixto de Alberdi también pretendia regular, en la naciente Argentina, un conflicto entre pode- xes y fuerzas sociales. No representaba una balanza in- mévil sino el equilibrio de una etapa transitoria en mo- vimiento y tension hacia la unidad. Al recuperar parte del pasado y fundirlo con los logros del presente, la es- tructura unitaria, arrasada por la revolucién, podria quizd reaparecer bajo el nuevo rostro republicano. Alberdi coloca a la legitimidad republicana en la obliga- cién de transar, Tiene la apariencia.de una idea nueva, pero * no obstante esté grévida-de pactos expresos 0 sobreen- _tendidos con los genios invisibles de la vieja legitimidad. Pacta con la monarquia la ynidad del mando ejecutivo . ,Y” 360 NATALIO R. BOTANA , que renace en la figura del presidente electo por un cole- gio de notables. Transa sobre los valores tradicionales cuando Alberdi, si bien aboga con fervor por la libertad de cultos, otorga al catolicismo un rol predominante en la educacién: “la libertad religiosa es el medio de poblar estos pafses, la religién catélica es el medio” de educar- les. Los pactos con la vieja legitimidad son una herramienta politica para apaciguar las pasiones que blo- quean el trasplante y con ello demoran la marcha del progreso. El seritido es pues instruniental: “es menes- ter Mevar la paz a la historia —concluye Alberdi— para radicarla en el presente”’.** Condicién nécesaria para que naciera y creciera 1a nue- va sociedad al abrigo de los derechos individuales, ese concordia, que anunciaba'un discurso prescriptivo, habra de someterse muy pronto a la disciplina de los hechos, al fracaso politico de Alberdi y Urquiza y a la reclusién en Europa del diplomatico despedido. Pero una década des- pués de publicado el Sistema..., en los apuntes intimos de 1866, Alberdi mantiene la misma argumentacién. Parado- ja sugestiva, el pacto doctrinario era la formula politica que se adaptaba a una sociedad condenada a irremedia- ble extincién. Apoyado en la autoridad de la Historia de Buckle, Alberdi escribié que en América “llamamos re- volucién, alo que fue mera independencia. La revolucién, propiamente dicha, es decir, el cambio intelectual y moral, no ha empezado a opérarse sino después, y a con- secuencia de la independencia que nos dieron los cambios de la Europa’. La sociedad de la independencia tiene por protagonista a un hombre politico “escéptico, egoista, turbulento o inerte, alternativamente”. Provisorio instru- mento, el pacto doctrinario morigera esas pasiones. El, en realidad, no viene a pactar una paz definitiva, sino a traer las condiciones de donde emergera la paz verdadera LA TRADICION REPUBLICANA 361 que transmite el “mundo civil o privado”.** Para Alberdi la polftica era-un medio necesario y a la vez insuficiente para calmar las pasiones de 1a edad heroica. El genio de la paz, el tinico medio capaz de hacer més benignas a las costumbres, era comercial e industrial. ((Hamilton concebfa al federalismo como una forma mixta que combinaba gobiernos y sociedades, Alberdi si- ) tué esa perspectiva teérica entre’el pasado y el porvenir ; de la Argentina. De espaldas al pasado, el gobierno mixto | incorporaba en su seno al régimen sefiorial y a las tradi- : ciones de la colonia e independencia. De frente al porve- | _ nir, la repiiblica mixta debia acoger a los pueblos: vivien- | tes del trasplante. No habfa lugar en ella para legislacio- i nes feudales, como el cédigo de las Siete Partidas que hacfa coincidir la ciudadanfa con el nacimiento y el arrai-' go en la sony a ley de 1857, que dicté el congreso de ; Parana, segura cual los hijos de extranjeros nacidos en el pais podfan conservar la nacionalidad’ de sus padres si no querfan ser argentinos, era para Alberdi un arma ju- ridica de excepcional importancia para crear el mundo civil del futuro. La reptiblica mixta acogfa pues a una so- ciedad con muchos pueblos: pueblo de viejos criollos, sol- dados en las guerras civiles, que no toma parte en el go- bierno; pueblo de ciudadanos formado por los notables, jefes de los conflictos armados; pueblo de extranjeros, libres de Ja obligacién politica, que deberfan vivir aparta- dos del tumulto pablico y 1a violencia electoral: “Imponer 1a cludadanfa al hijo del extranjoro nacido en el pais, es obligar al padre a reemigrar para evitar que le despedacen la familia, o para que sus hijos no plerdan Ja ventaja de una naciona- lidad importante y prestigiosa, Es obligar al hijo mismo a emigrar al pais de su extracci6n para salvar esas ventajas y escapar de ser soldado en pafses que nunca estén en paz /.,,/ Cuando se plensa que 10s hijos de los colonos europeos, que hoy cultivan los campos de Santa Fe y Entre Rfos, tendrén que dejar el arado dentro de 2 362 NATALIO R. BOTANA diez afios para tomar el fusil y hacer campafias presidenciales, como otros tantos provinciales argentinos, la esperanza-en el porvenir del pais pierde su base mas poderosa.”?° Bastaba el soplo de la libertad moderna para que el pacto doctrinario entrase en un perfodo’ de graduales transformaciones, {No era ésta, acaso, una version criolla del gobierno mixté segin Montesquieu? Ain sobrevivian en la sociedad argentina restos del mundo feudal y de la pasién -del honor aristocratico. Debfan durar el tiempo necesario para que se colara por los entresijos de las viejas instituciones el interés comercial del extranjero y con él la medida inteligente de las cosas que calmaré las borras- cas de antafio. Como Montesquieu, Alberdi queria que esa pasién, ahora convertida en interés, corriera enérgica y sin trabas: un limite jurfdico, firme como la roca, que controlase al gobierno, garantias universales para crio- llos y extranjéros y luego que la libertad hiciese su faena. “Si los derechos civiles del hombre —escribié Alberdi en su lar- ga réplica al proyecto de cédigo civil de Vélez Sarsfield— pudie- sen mantenerse por si mismos al abrigo de todo ataque, es decir, si nadie atentara contra nuestra ‘vida, persona, propiedad, libre acci6n, etc., el Gobierno del Estado serfa inutil, su institucién no tendrfa raz6n de existir. Luego el Estado y las leyes politicas que lo constituyen, no tienen més objeto final y definitivo que la obser- vancia y ejecucién de las leyes civiles, que son el Cédigo de la socie- dad y de la civilizacién misma.” Entre todos estos derechos sobre- salfa la propiedad: “el supremo aliciente de la poblacién en Amé- rica —prosigue Alberdi— es la propiedad, base del desarrollo de la familia y de la inmigracién extranjera. Se puede decir que en la organizacién de la propiedad descansa todo el edificio de la demo- cracia, levantado o més bien delineado por la revolucién de Amé- rica” 37 2Qué respuesta podia merecer esta meditada defensa de la sociedad civil? Sarmiento fue més rotundo que Al- berdi. La solucién ecléctica que explor6 en.el Facundo y LA TRADICION REPUBLICANA 368 Argirépolis (“Proponemos una transaccion, fundada en la naturaleza de las cosas y afortunadamente Estado alguno de los comprometidos en la lucha es duefio de su volun- tad en este momento”), corrié paralela, desde Ja década del cuarenta, con un instintivo desprecio hacia las formas mixtas. Para el Sarmiento de 1845, el gobierno mixto de Montesquieu encubria el dominio exclusivo del poder aristocratico. Para el Sarmiento de los Viajes..., que se- gan Cané “‘vefa las cosas de arriba y que no iba a buscar en los programas universitariés cudl era la corriente de ideas imperante, el eclecticismo, la pomada de M. Cousin, habia realmente muerto”’. Para el Sarmiento del estado de Buenos Aires, que queria reformar la constitucién de 1853 segin el modelo norteamericano, las ideas doctri- narias de los escritos de Alberdi, ‘“llenos de esa fraseolo- gia”, representaban las corrientes més reaccionarias en América.** Sarmiento confirmé en Paris su fe antidoct jay de inmediato encontré a quien debfa atacar, Guizot\/he ahi ~ al enemigo de la democracia. A Sarmiento. le sonaba es- _ candaloso el monopolio que ejercfan 270.000 electores ,** en Francia sobre una poblacién de 35,000,000 de almas// donde “el sabio que no paga impuestos no entraba en el pafs electoral”. Para colmo, su tempestuosa entrevista con un funcionario del Ministerio de Relaciones Exterio- res lo levé a la conclusién de que ser doctrinario en Eu- ropa era lo mismo que ser rosista en Buenos Aires. La pavorosa confusién presentaba‘en Paris a Rosas y a la » Mazorea como una sabia conjuncién moderada, digna del partido de la petite propriété,” Entre tanto desaire, el “approche alentador” de ‘Thiers, que lo recibié en “su jardin a la sombra de los &rboles”, -concedié a Sarmiento “la dicha tan cara para los hom- bres que comienzan y no tienen prestigio, de verse ani- r 364 NATALIO R. BOTANA mados, aplaudidos por una de las primeras inteligencias de la tierra”. Pero Thiers se sentaba en esos momentos en el banco de la oposicién y ni la atractiva personalidad del meridional ‘“chiquitito, moreno, de cara redonda co- mo un boliviano”, podfa salvar al régimen orleanista de la jmapelable sentencia. Espectador conmovido por la pala- bra, Sarmiento contemplaba en una sesion de la Chambre . en semicirculo, “la mitad de un xefiidero de gallos de di- mensiones colosalés’”’, a los nombres que pocos afios antes habia conocido en ‘letra de molde; escuchaba el discurso de_ Thiers, la réplica de Guizot al dfa siguiente, su gesto “naturalmente insolente... la cabeza echada hacia atras, la frente dominafite, el corte . de Ja boca encorvado para abajo...”; Guizot dirigiéndose “ala Cémara, justificando- se, mintiendo, manda, ensefia, hace un curso’ de historia, de moral, de politica, de filosoffa... tiene a Thiers frente a frente en el centro izquierdo, para aplastarlo con su légica fulminante, su desdén matador, su desprecio inso- portable”’.*° Complaciente defensa del orden, brillante representa- cién teatral, en todo caso no era ese el régimen politico que queria Sarmiento. Esos “‘casuistas de la politica” ha- bfan sin duda recreado un orden posible a la caida de Napoleén, “en que entraba de hecho el principio de la legitimidad monarquica, vencido y guillotinado por la re- -volucién del 89, que a su turno habia sido vencida por “sus propios excesos y encadenada por el genio de las ba- tallas”. Ambos principios ‘no pudiendo vencerse uno a otro” pactaron una paz provisoria, un compromiso entre tendencias opuestas. La teorfa alcanzd fama universal pero no tardé ella misma en sucumbir presa de su propiz contradiccién. Para Sarmiento la solucién doctrinaria nc trafa la paz sino la guerra civil permanente: LA TRADICION REPUBLICANA 365 “Si en la revolucién de 1830 se descarté 1a legitimidad como la causa del mal, en la-de 1848 se descarté la monarquia misma; pero Ja repiiblica que salié del trastorno, si bien vacil6 un momento lue- go se proclamé decididamente conservadora, abandonando a su propia suerte el resto de la Europa arrastrada en el movimiento, y desconocidos los tratados de 1815 en principio, sin romperlos en la prictica, El golpe de Estado de diciembre de 1852 fue la ruptura de aquel pacto celebrado en 1816, robustecido en: 1830, confirmado en 1848, para vivir en paz los principios liberales y reaccionarios, . apoderéndose uno solo de ellos desde entonces de los destinos de la Europa entera,””*1 El desenlace del 48 cierra el capitulo doctrinario. Es el fin del juste milieu y de la cultura que le did origen. En adelante, Francia tendrd el consuelo de ser un fascinante objeto de estudio para el historiador; jamés sera un paradigma del orden deseable. ‘‘La accién conservadora o revolucionaria de la Francia se ha ejercitado en el mundo civilizado por sus libros y sus revoluciones”’, y esos influ- jos son malsanos. Fatigado de ideologfas, Sarmiento per- sigue el contacto vital con la ciudadanfa de los Estados Unidos, “el tnico pueblo dél mundo que lee en masa y ~ practica la democracia. ;Estan uno y otro —pregunta Sar- miento— en igual caso en punto alguno de la tierra? La Francia tiene 270.000 electores, estos son entre treinta y seis millones de individuos de la nacién mas antiguamente civilizada del mundo, los tnicos que por la ley no estén declarados bestias; puesto que no les reconoce razén. para + gobernarse’’,*? Las formas mixtas del eclecticismo doctrinario, su irre- mediable decrepitud, deben ceder paso ala repiblica mo- derna, en tanto forma pura basada en la representacién. Alli tiene América de] Sur “su principio de gobierno en- contrado, su tendencia fatal, inevitable, porque nadie po- - dr4 estorbarla; porque alld va el mundo americano; Porque va a dominar, a sobreponerse a toda otra influen- 366 NATALIO R. BOTANA cia exterior, porque cada dfa serd més fuerte e irresisti- ble”. La conclusién’ es transparente. Tocqueville en Amé- rica del Sur, Sarmiento proclama ala democracia como una forma pura que se niega a compartir su predominio Con los principios de gobierno que ella rthisma ha despla- zado. Estos son sus fundamentos: “El hombre. =2Cémo es chudadano? La tierra. —,.Cémo es distribuida? + La sociedad. —,C6mo se educa y eleva? La Constitucién. —,Cémo es defendida contra las violaciones? Los derechos. —Cuiles son superiores a la voluntad h Por tanto, no materia de legislacion?”"43 La reptblica moderna, tal cual surge de esta visién del orden deseable, esta vaciada en la democracia pluralista de Tocqueville y difiere, pues, de la reptiblica antigua y de las formas, mixtas de inspiracién doctrinaria. Para Sar- miento, la reptblica moderna es un ideal histérico que su- pera a la constifucién aristocratica y que, jumana y, al mismo tiem- Po, no incurré en el equivoco de predicar un utépico retomo ala repiiblica antigua: “No aproximaremos a nuestro siglo —escribié en 1841— las turbulentas agita- ciones de los griegos, ni el vivir sangriento de las luchas ~ intestinas .de los romanos, ni tampoco recordaremos con Sismondi lo que ha pasado en las reptiblicas italianas de la edad media.” Entre el contrato social de los antiguos y el pacto doctrinario de sus contempordneos, Sarmiento se aferré al ejemplo de la reptiblica moderna practicada en Norteamérica. Ella rescataba la virtud y la divisién de poderes sin caer en désérderies facciosos ni lacras esi. gualitarias. Con esta dogmatica conviccién Sarmiento crefa alejarse de ambos extremos. Era una distancia come la que separaba a Tocqueville de Rousseau y Pellegrino Rossi: - LA TRADICION REPUBLICANA 367 “4Cudl seria el programa? ~inquirfa Sarmiento a: Avellaneda— Usted lo ha indieado admirablemente: mis servicios pasados —trein- ta afios de vida publica, tales como ellos han sido, Para lo futu la realizacién de 1a Constitucién tal como la entienden y Ia practi- can los Estados’ Unidos— y una poderosa y capital revolucién en las rentas provinciales y nacionales para educar a la nacién argentina, compuesta hoy de un millén de bérbaros ignorantes y pobres, go- bernada por diez mil ricos y letrados no menos ignorantes en la ciencia de fundar y establecer la Reptiblica.”*# Esta carta, escrita en Lago Oscawana, en el condado de Westchester} contiguo a Nueva York, es de 1866. Dos afos mas tarde Sarmiento era elegido Presidente. Une repitblica fuerte: las luchas civiles zComo esa visién de una reptblica descentralizada, dedicada en todo al descubrimiento de la virtud, que descansaba sobre un pueblo de ciudadanos criollos ¥ ex- tranjeros, podfa superar la barbarie y la herencia colo- nial? La teorfa explicaba que esa repiblica moderna, réplica fiel de 1a democracia pluralista de ‘Tocqueville, crecia esponténeamente al abrigo de costumbres favora- bles, La realidad proponfa a Sarmiento un acertijo me- nos optimista: no habfsa en ella suelo adecuado sino re- sistencia, choque, obstéculo y permanente lucha entre facciones, De ese contraste entre ideales y experiencia surgié 1a respuesta al viejo mal de Hobbes que fuera capaz de contener el descenso al infierno de la guerra civil don- de todavia cabalgaba el espectro de Facundo. No, la guerra no habfa terminado, Nada podia hacer la persuasién para abuyentarla porque Ix repablica moder nu —tal su destino de concordia entrevisto en otras tie- rras~~ ensefiaba a perfeceionarse por consenso y convenio. Era un instrumento admirable en tiempo de pas que no instrufa para la guerra, Entonces, si la historia nacional ce NATALIO R. BOTANA disputaba esa fortuna con su tradicién malsana y los con- flictos endémicos, era necesario echar mano a la excep- cién y a la prerrogativa del soberano. Para Sarmiento era este un lamento casi sin esperanza como aquel con que conclufa su retrato de una corrida de toros en el ruedo espafiol: ‘ jId, pues, a hablar a estos hombres de caminos de, hierro, de industria o de debates constitucionales!”” En esos pueblos con la Maga profunda de no hallar “‘fu- sién en el Estado”, en los cuales la anarquia mostraba constantemente sus dientes, solo cabfa el recurso —creia Sarmiento— de la Ultima ratio del poder republicano: fuerza, coaccién, la repablica que impone su voluntad de orden.** : La reptblica fuerte fue otra experiencia paralela en la vida de Sarmiento. Importante en su exilio chileno, es- bozada con precaucién mientras actué en el estado de Buenos Aires, confirmada en su segundo viaje a los Esta- dos Unidos cuando recién terminaba la guerra del norte contra el sur, la reptiblica fuerte tuvo en Sarmiento aun ejecutor decidido como gobernador y presidente y a un defensor entusiasta desde la prensa y el senado durante la década del setenta. ‘Tras esa vivencia se alzaba invencible la guerra civil argentina que no le dio tregua, desde su nacimiento.en San Juan hasta que las batallas del ochenta, en los su- -burbios de Buenos Aires, marcaron una provisoria con- clusion, Era una perspectiva muy diferente de la que desplegaba el culto a la virtud y a la bondad del muni- cipio: ‘el miedo de los males pasados —escribié Sar- miento en 1853— es pues el sentimiento que solicita buscar una organizacién que no los reproduzca”, En - aquel Chile de 1840 los exorcistas del miedo eran los mismos que admiraba Alberdi: Portales y sus sucesores, entre ellos Manuel Montt: LA TRADICION REPUBLICANA 369 “R1 gobierno de Portales —recordaba Sarmiento en sus Memo- rias— dio de baja a todo el que no reconociese el triunfo de 1a reac cién; y sus sucesores gobemnaron veinte afios, sin dar més ascensos que los que reclamaba estrictamente el servicio; rarfsimos corone- les, ningdn general, En cambio se fundé la escuela militar, todas las familias aristocraticas codiciaron una beca y en cuarenta afios a que est& Ianzando cadetes instrufdos en todas las cienctas militares. Chi- le se ha creado el ejército con que invadié el Pera, gastando poco dinero y emploando bien los misiles. Para el orden interior, una ofi- cialidad educada en ideas de orden y legalidad, ‘scabé con Ia era de las revoluciones, sin que se les sucedan despotismos militares como lo han demostrado las ‘fechas posteriores.’"** Esta repiblica patricia, que tenfa en el ejército a su trinchera mas eficaz, fue aceptada por Sarmiento con “gnimo decidido” para inyectarle progreso ¥ educaci6n: “e] movimiento en las ideas, la estabilidad én las institu- ciones, el orden para poder agitar mejor, el gobierno con preferencia a la oposicién, he aqui lo que puede de mis escritos colegirse con respecto a mis predilecciones”’. Montt, su protector, que como ministro de Educacién nombr6é a Sarmiento director de la Escuela Normal en Santiago y lo envié a conocer el mundo civilizado, desempefié un papel paradigmitico de importancia equi- valente a los embajadores de la virtud. En éstos, la repa- blica virtuosa coincidfa con el poder descentralizado y be- nigno que Ja sustentaba, En Montt, esa pasién educadora deploraba “la desmoralizaci6n de los elementos de fuerza. y de estabilidad del gobierno”, Un gobernante firme, con ideas liberales, que, en buen conservador, “hufa de remo- delar la sociedad”, Montt tenfa una entereza para defender el podér amenazado como la que Sarmiento evidenciara siendo presidente: “No obstante nuestras instituciones norteamericanas —irénicdNe confesaba en 18738— el espi- “ritu es francés del tiempo de Luis XVI, de Rousseau y de 370 NATALIO R. BOTANA Mably. El ejecutivo es el Poder’a lo Bilbao, y todo hombre que se respeta, hasta mi camarero (mucamo), estar contra el poder”.*7 Sarmiento condené a este liberalismo extremo —del cual el chileno Bilbao-era un tipico exponente— en. la po- lémica que desaté desde las paginas de El Progreso entre 1844 y 1845. Quizé en este punto se encuentre el origen de un largo entramado. En el combate verbal de Sarmien- to contra un partido liberal que no le concede aquies- cencia a los “pelucones” del orden portaliano, las pala- bras tienen raiz doctrinaria. Sarmiento afirmaba que el “ominoso” decenio de las presidencias de Prieto y Bul- nes, “a pesar de todas sus tachas figurard en la historia de Chile de un modo muy conspicuo. Durante esos diez aiios se ha elaborado un principio de gobierno, sin el cual todo orden social es imposible y aun la libertad misma. De-las luchas. y arbitrariedades del famoso decenio salio armada de todas las armas la autoridad; es decir, ese sen- timiento instintivo de los pueblos de respetar el gobiemo existente y desesperar de destruirlo por medios violen- tos mientras queden expeditos otros menos desastrosos’?. Esta primitiva concepcién de la autoridad, referida a lo que ella encierra de fuerza, poder o violencia instituciona- lizada, inspira la nocién menos imprecisa —por cierto mas escueta— que aparece en el Facundo: “La autoridad se fun- da en el asentimiento indeliberado que una nacién da a un hechq permanente. Donde hay deliberacién-y volun- tad no hay autoridad”.*® Es que, como Alberdi dird afios mas tarde, la repablica fuerte debia preceder a la verdadera hasta tanto no se mo- dificaran las costumbres. En la repdblica chilena del 45, la “voluntad de la nacién” solo podia generar el gobierno barbaro de Rosas, que es —admitfa Sarmiento— “lo que en todas partes de la América espafiola quieren las nacio- LA TRADICION REPUBLICANA. nes...” Frente a ese perverso efecto de la democracia es- pontanea, las instituciones debfan ser valla de contencién de “cuanto hay de atrasado y de ignorante, de barbaro y de retrégrado en el pais”. Sobre esa “tabla blanca”, que no era nada, ni monarqufa ni repdblica, debia edifi- car un orden politico sujeto ala ley y representativo de “Ja razén nacional, es decir de la voluntad del reducido nimero de hombres ilustrados de todos los partidos que se interesan en la cosa piiblica y dirigen, cosechan, compran, intrigan y seducen a los electores”. La apues- ta de los “que aspiran a la libertad” estaba “en ganar tiempo”, en esperar “a que las nuevas ideas se difundan y arraiguen”. ~Qué mejor elogio a la soberania de la ra- zon?*? / El orden no se conservaba sin un régimen eficaz. Entre ° €l enjambré de ideas d la page que circulaban por comar- | cas pobres e ignorantes, Sarmiento armé presuroso una ; ‘ justificacién de la reptiblica fuerte,/Aan no habia cono- ‘ cido sobre el terreno a la democrdcia norteamericana, ' pero a tientas, del escaso conocimiento que le dejaba la politica comparada, Sarmiento dedujo los rasgos de un régimen de presidencialismo extremo, con fusién de po- deres, m4s cercano a las lecciones de L. Blanc que a las de Montesquieu y Constant: “los tres poderes sociales —de- cfa— son una quimera, el equilibrio un absurdo: en la monarquia inglesa, no hay més que un poder, la aristo- cracia; en la monarqufa francesa tal como esta organizada _ hoy, un poder, el del rey, o si no, la guerra entre dos poderes distintos; en la repdblica norteamericana, un solo poder, el de la mayorfa que triunfa, representado en el Presidente y su partido”. Esta esquemitica reduccién del gobiemo mixto y del equilibrio entre poderes al princi- pio monocrftico permitfa dibujar, con trazo vigoroso, “poder director” cuyas aristas debfan resaltar en medio .

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