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UNA LEYENDA: POLVO TALBITA

Y los tengo bien escogidos son


Lo mejor de cada casa
J.M. Serrat

Éramos unos fenómenos. Bueno, no tanto, nos las arreglábamos bastante


bien, pero todo se simplificaba cuando en el equipo jugaba POLVO
TALBITA. La barra de amigos lo queríamos un montón.
- Vos sos el único que nos puede hacer ganar. Le decía el CACO antes de
cada partido.
El CACO medía casi dos metros. Era un buen corredor de maratones. Buen
nadador, algo tímido en general, pero sobre todas las cosas era un tipazo. El
fútbol nunca le había interesado, pero el CACO siempre hacía lo que la
mayoría decidía. Sus piernas largas y escuálidas tardaban una eternidad
para doblarse, pero con una pelota en profundidad, te sacaba, por lo menos,
unos cuatro o cinco metros de ventaja. Claro, el problema nacía cuando
agarraba el balón. No tenía la menor idea que hacer con él. No importaba,
decíamos hasta el cansancio, en nuestro arco, a nuestras espaldas, estaba
LA LEYENDA: POLVO TALBITA.
El WINNER JOE, siempre le exigía al POLVO el máximo posible.
WINNER JOE era un calentón bárbaro. De la barra era él más gritón
dentro del campo de juego. Nunca daba una pelota por perdida ni se
cansaba de correr. Era medio angurriento para dar un pase, pero así como
nos exigía, él se tomaba cualquier partido de potrero como una final por la
copa del mundo en el Maracaná.
El POLVO TALBITA era un pan de dios. Soportaba los gritos de todos y
más que nadie los de WINNER JOE. El POLVO era nuestra mayor
esperanza para conservar “ el cero “ en el arco propio. Como un buen
arquero de los de antes, venía vestido como para deslumbrar con su
presencia. Buzo negro, medias y zapatos negros con tapones de metal. El
POLVO TALBITA varias veces, había sacado el premio a la valla menos
vencida. Era lo que se dice un arquerazo. Para nada se le notaba ese
pequeño defecto que tenía. Ser manco no le impedía ser el mejor
guardameta de todos. Es que tampoco era exactamente manco, con esos dos
muñones que le llegaban a la altura de las tetillas, se las arreglaba
perfectamente. El POLVO contaba con una personalidad atrapante. No
había mujer que resistiera a sus encantos. Él sabía más que ninguno, el arte

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de conquistarlas. Las seducía con una galantería admirable. Sabía de
memoria muchas poesías. Entre las más hermosas estaban las de Becquer,
las de Neruda y las de Machado. Con un discurso seguro, se tumbaba a la
más difícil. Era tan exitoso, que sus amigos terminábamos pidiéndole
consejos a la hora de encarar una minita.
El EDWARD, clásico marcador de punta derecho, de pegada segura y más
mañoso que las mulas para jugar, le decía al POLVO que se dejara de
romper las bolas. Es que no había mujer que cuando él la encaraba, no
terminara hablando únicamente de nuestra LEYENDA: EL POVO
TALBITA. Que el POLVO esto, que el POLVO lo otro, etc. El EDWARD
Odiaba todo lo que tuviera que ver con el baile. Su gusto musical no salía
del tango y le fascinaba esos grupos que cantaban en esas fiestas de mala
muerte. En un buen español, el EDWARD tenía alguna deformación en los
oídos, sino no me explico ese empecinamiento por esa clase de música. Sí, él
se caracterizaba por ser irreductible cuando algo le gustaba. También tenía
un arrastre bárbaro con las mujeres, si hasta había popularizado entre
nosotros una frase que me resulta imposible reproducir en estos recuerdos.
No por mí, que me la sé de memoria, sino por el destino que podría tener
este relato en manos de cualquier mujer. En fin, teorías son teorías, y el
“filósofo de Sarandí” - así lo llamaba al EDWARD, cuando opinaba sobre
el sexo opuesto -, no se iba en chiquitas al momento de criticarlas.
Él me hacía cagar de la risa. Yo corría a su lado cuando calentábamos
antes de los partidos. Me preguntaba cosas que mi ignorancia no podía
responder: - ¿ Cómo hacía- el POLVO- para tocarles el orto a las
mujeres?, ¿ Cómo solucionaba la cantidad de cosas que se debían hacer con
las manos, cuando tenía que salir con ellas?. ... – que sé yo, le contestaba y
me ponía a reír por quince minutos hasta que irremediablemente me
atacaba el asma. Después pasaba lo mismo: le daba, dele y dele a esos
aparatitos atomizadores para salir de ese cuadro de ahogo. Menos mal que
nunca me hicieron el control antidoping, de lo contrario, me hubieran
suspendido hasta el año de la escarapela!!.
ELSO era el más habilidoso de todos nosotros. Nuestro número diez. Un
señor dentro de la cancha. Nunca se burlaba de los rivales, ni discutía los
fallos de los árbitros. Jugaba con una tranquilidad única y de que manera
nos alentaba: - Hoy hay ganar muchachos, si nos matamos, le pasamos
por encima. El ELSO sospechaba que con su destreza y la seguridad de
tener al POLVO TALBITA al arco, solo quedaba que nosotros, los demás,
tuviéramos que meter y meter, y que alguno la empujara adentro del arco
de enfrente y a festejar. El WINNER JOE se especializaba en hacer goles.

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Sabía como nadie aprovechar los pases y centros milimétricos del ELSO.
De hecho, había salido en algunas ocasiones, goleador del equipo.
El ELSO era un tipo bastante callado, pero cuando el partido terminaba, al
salir de las duchas, se calzaba la otra personalidad.
El POLVO TALBITA, muchas veces, lo tuvo que acompaña al
departamento. Es que se tomaba hasta el agua de los floreros. Mina que le
gustaba, mina que se encaraba. Era un clásico verlo con una copa de Vodka
en la mano hablándole al oído a alguna flaca. Su auto rojo llevaba el
perfume impregnado de todas las mujeres con las que había salido. Una
rara mezcla de esa bebida rusa con fragancias francesas de toda índole. El
POLVO era así. Nunca lo descuidaba y hasta le pasaba letra de la buena,
cuando el alcohol se apoderaba de los centros nerviosos que controlaban la
seducción del ELSO.

Me acuerdo que una vez, para un fin de año, ELSO no podía distinguir si lo
que llevaba en el auto era una mujer, un reloj de arena o una lámpara de
rayos. Como siempre, el POLVO dejó lo que estaba haciendo – eligiendo
una de sus tantas admiradoras para llevársela vaya a saber dónde - y lo
acompañó manejando hasta el departamento, a él y a la señorita en
cuestión. Le encomendó a ella, que si las cosas empeoraban lo llamara por
teléfono a cualquier hora.
El POLVO era así, su alta estatura de amigo contrastaba con su verdadero
metro cincuenta. Sí, era un poco petiso. ¡ Pero que petiso!.
El POLVO TALBITA se las arreglaba exitosamente con lo que había
recibido de la naturaleza. Su renquera en la pierna izquierda tampoco le
impedía ser un eximio bailarín de salsa y merengue. Una suave cojera no
iba a dejar que fuera el mejor de la barra al momento de bailar. Él nos
explicaba los pasitos de cualquier ritmo de moda, por todos los medios
posibles. Porqué no decirlo de una buena vez: Sus amigos lo amábamos.
Como dice el tango: “ se le formaban rondas pa´ verlo bailar”; sí no fuera
por ese curioso tic que lo perseguía de pequeño – sacaba la lengua para un
costado, cada dos minutos- la expresión de su rostro al momento del baile,
era para envidiar. Era como si sintiera la música en cada músculo de su
cara. Nadie, en esa época podía jurar que el POLVO TALBITA no hubiera
nacido en algún lugar de Centro América. Y eso que el YOBANI bailaba
bastante bien. Como un buen hijo de peluquero, se mandaba un gran
número de cortes y vueltas bailando al lado del POLVO. El YOBANI,
jugaba de siete mentiroso o de once mentiroso, o de dos o de tres, bah,
nadie, creo yo, podía asegurar dónde jugaba el Tano. ; o si jugaba, porque

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era un fiaca terrible. Todos corríamos y el YOBANI no, todos terminábamos
empapados de sudor y éste llegaba a los vestuarios como si recién saliera
del cine. Pero lo que nadie podía negarle era esa caballerosidad tan propia.
Buen amigo, mejor compañero de baile no hubo ni habrá. A él no le
importaba invitar a bailar a cualquier gorda, si sus amigos se lo pedíamos.
Tenía un “aguante” irreprochable, a la hora de despejarnos el camino y así
poder sacar alguna amiguita de la gorda en cuestión, el YOBANI era
nuestra “cabeza de playa”. Ahora sí, no le podíamos pedir que corriera, que
transpirase la camiseta por el equipo. Él estaba para otra cosa: para un
toque corto, una gambeta en el lugar, tal vez un cabezazo, pero nunca lo
íbamos a ver tirarse al piso, era lo que se dice: un señorito.
El POLVO TALBITA, nuestro líder y director técnico, se caracterizaba por
ser el que mejor veía el juego desde el fondo de la cancha. Sus gruesos
anteojos verde botella, parecían como los catalejos de un capitán de barco.
No había partido complicado para él. Se secaba la transpiración de los
lentes y mandaba los cambios posicionales. Al YOBANI, bien abierto por las
puntas, que no molestase, hasta alguna vez improvisó ponerlo al GATO de
carrilero por la derecha. El GATO era cinturón negro, tercer dan de Karate
y contaba con una patada de burro que te podía sacar los dientes en el
menor descuido. Esa vez el POLVO lo mandó al GATO a que cortara la
salida del mejor jugador rival. Claro, él supuso que el GATO no tardaría en
aprovechar lo mucho que conocía de artes marciales y lo poco que
dominaba los secretos del fútbol. No se equivoco. Como a los veinte minutos
del primer tiempo, lo vimos al animal ponerle un Yamaguchi Takashi a la
altura del diafragma al diez contrario. Para que!!... , el otro en un vano
esfuerzo por defenderse, empezó a prodigar insultos a diestra y siniestra, no
se salvó ni la madre del árbitro. Conclusión: los dos expulsados. Nosotros
contentísimos, porque ellos eran lo más perjudicados con esa baja. Baja que
de no mediar el POLVO TALBITA, hubiese sido definitiva. Es que el GATO
quería comerse en carne cruda al pobre infeliz contrario. Menos mal que
solo alcanzó a romperle dos costillas y un diente que sino. Ni la sabiduría de
nuestra leyenda lo hubiesen sacado de la cárcel, y eso que nuestro gran
arquero manejaba las palabras con una diplomacia incomparable. Ni
siquiera esa imperceptible tartamudez lo turbaba en sus amplios recursos
discursivos. La lectura de los antiguos griegos y los filósofos alemanes del
siglo pasado, hacía de POLVO TALBITA un león al momento de cualquier
conflicto. Era un monstruo, en el buen sentido, y estando con él, daba la
sensación de que nada malo nos podía suceder.

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Como suele pasar con todas las barras de amigos, el tiempo las va
separando. Que uno se casa, que el otro se recibe de médico, que aquel no
puede venir porque cambió los horarios de trabajo, etc., etc. Cierto es, que
llega un momento en la vida, que las cosas que antes no importaban, de
repente, se vuelven imprescindibles. Tanto es así, que los partidos de fútbol
se suspenden y quedan para cuando la ocasión se preste.
A bailar se va cada vez con un grupo menor de amigos. En fin, la mal
llamada evolución, todo lo contamina. Se va perdiendo esa alta dosis de
vivencias a tiempo completo. No importa si después llegan los divorcios, y el
trabajo nos aplaste la risa y la rutina haga de nosotros una irremediable
cosa que va perdiendo el pelo. Cuando una barra de amigos se separa, algo
queda y algo se pierde irremediablemente para siempre.
Ahora nos juntamos solo, para algunos cumpleaños, y lo que es peor,
ninguno falta a los entierros.
El POLVO TALBITA, un héroe del pasado, es ahora un recuerdo. El más
glorioso recuerdo. La evocación misma a la amistad.
Nada pudo con él. Con su memoria. Ya no esta aquí con nosotros. Esa
misma falta de audición que siempre le conocíamos, hizo más que su
esfuerzo por ser el mejor. El POLVO, no oyó que venía ese maldito camión
tocando bocina. Difícil, su costumbre era leer algún poeta hasta cuando
caminaba por la calle. En fin. El POLVO TALBITA esta incorporado a
nosotros y allí quedará para siempre. POLVO tus amigos te extrañaremos.
Sí por lo menos alguno de la barra hubiese sabido porqué te pusimos:
POLVO TALBITA, otro hubiera sido este relato.

Nac

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