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Introducción
El concepto jurídico de Patrimonio Cultural Subacuático (PCS a partir de ahora) se utiliza por
primera vez en 1978, en la Recomendación 848 del Consejo de Europa sobre PCS. Desde ese
momento, la inquietud de la comunidad científica por garantizar la protección del PCS se plasma
en varios documentos: el proyecto fallido de Convenio Europeo para la protección del PCS, de
1985; la Carta Internacional del ICOMOS para la protección y gestión del PCS, conocida como la
Carta de Sofía de 1996; o la recomendación 1486, del Consejo de Europa, sobre patrimonio cul-
tural marítimo y fluvial, del 2000. Sin embargo, se trata de recomendaciones generales, de carácter
orientativo y sin vinculación jurídica.
La Convención de la UNESCO de 2001 sobre la protección del PCS recoge el espíritu de los
documentos citados y viene a llenar un vacío legal en la normativa internacional. Tras ser ratifi-
cada por los primeros veinte países, entró en vigor el 2 de enero de 2009. A partir de esa fecha
tiene un carácter jurídico vinculante para todos los estados que la han ratificado, 46 países en
marzo de 2014, e incluso su anexo ha adquirido tanta relevancia que es aceptado por los res-
ponsables de estados no firmantes.
El articulado de dicha Convención establece que por «patrimonio cultural subacuático se en-
tiende todos los rastros de existencia humana que tengan un carácter cultural, histórico o ar-
queológico, que hayan estado bajo el agua, parcial o totalmente, de forma periódica o continua,
por lo menos durante 100 años, tales como: los sitios, estructuras, edificios, objetos y restos hu-
manos, junto con su contexto arqueológico y natural; los buques, aeronaves, otros medios de
transporte o cualquier parte de ellos, su cargamento u otro contenido, junto con su contexto ar-
queológico y natural; y los objetos de carácter prehistórico» (artículo 1.a).
Este concepto es muy amplio en cuanto a los bienes que se relacionan e incluso incorpora
el contexto arqueológico y natural de los mismos, aunque es restrictivo al establecer la antigüedad
de los bienes en 100 años. En algunos países el límite está en 50, 60 o 75 años, o bien no hay
ninguna restricción cronológica, como en el caso de España.
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Subacuático. Rocío Castillo Belinchón
En el año 2005, el Estado español fue uno de los primeros en ratificar en el Parlamento la
Convención UNESCO de 2001. Tras su entrada en vigor el 2 de enero de 2009, el instrumento de
ratificación del Estado español fue publicado en el BOE de 5 de marzo de 2009. Desde ese mo-
mento, la Convención del PCS forma parte del ordenamiento interno español, sólo por debajo
de la Constitución y con rango superior a cualquier otra normativa estatal o autonómica promul-
gada hasta esa fecha y desde la misma (VV.AA., 2010: 48). El reto actual es crear un nuevo marco
legislativo y reglamentario al respecto, que aplique los principios de la Convención.
Desde entonces, el único paso dado ha sido la puesta en marcha del Plan Nacional de Pro-
tección del PCS español (PCSE a partir de ahora), que se inspira y supone la asunción de los
principios de la Convención UNESCO de 2001. Su origen fue un decálogo de medidas aprobado
por el Consejo de Patrimonio en octubre de 2007 y ratificado por el Consejo de Ministros en no-
viembre del mismo año. Después se desarrolló en un documento conocido como Libro Verde
del citado Plan, cuyos contenidos fueron validados en 2009. Se trata de un compromiso consen-
suado entre las distintas administraciones, que concluye con una propuesta de actuaciones prio-
ritarias (medidas políticas, legislativas, administrativas y científicas, a nivel estatal y autonómico)
a fin de conseguir una efectiva tutela y adecuada protección del PCSE para su utilización educa-
tiva, cultural y social (VV.AA., 2010: 92). Sin embargo, hasta ahora, solo se han suscrito algunos
acuerdos interdepartamentales con otros ministerios, varios convenios con las comunidades au-
tónomas y un acuerdo internacional de cooperación.
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Subacuático. Rocío Castillo Belinchón
Una de las mayores dificultades para garantizar la protección y preservación del PCS es la
de determinar de quién es esa responsabilidad y, más aún, a quién «pertenece» ese patrimonio:
¿a los estados ribereños donde se localiza, a los estados de pabellón que abanderaron esos bu-
ques, a las personas o empresas que lo descubren o a la humanidad en su conjunto? Además,
con ello se añade otra complejidad, la del emplazamiento de ese patrimonio.
Según el derecho internacional del mar (Convenio de Naciones Unidas sobre el Derecho del
Mar, Montego Bay, 1982), el Estado ribereño tiene plena soberanía en sus aguas continentales,
aguas interiores y el mar territorial hasta las 12 millas náuticas (m.n.). A partir de ese límite va
perdiendo competencias: en la zona contigua, entre las 12 y las 24 m.n., todavía conserva sobe-
ranía en varios aspectos entre ellos el PCS por referencia; en la plataforma continental sobre los
recursos no vivos, y en la zona económica exclusiva sobre los recursos vivos. Por último, en alta
mar, la denominada «Zona» a partir de las 200 m.n., prima el principio de libertad siempre que
no se vean afectados los derechos legítimos de estados terceros.
El derecho internacional –en general– y el derecho del mar –en particular– regulan esos de-
rechos legítimos por el principio de inmunidad soberana sobre los buques y aeronaves de Estado.
Un régimen según el cual el Estado de pabellón, salvo abandono expreso, conservaría todos sus
derechos y títulos de propiedad sobre los buques/aeronaves de Estado, indistintamente del lugar
dónde se hallen e indistintamente del tiempo transcurrido desde el hundimiento. Además, muchos
pecios son asimismo tumbas de guerra, protegidas igualmente por el derecho internacional actual
(Aznar, 2009: 41-42).
El principio de inmunidad soberana es defendido, sobre todo, por los estados que han sido
grandes potencias navales y no aceptado por muchos de los estados ribereños, que fueron an-
tiguas colonias. Esa falta de acuerdo generó muchos desencuentros en las negociaciones de la
Convención de 2001 y hace que muchos países no la hayan ratificado. España, durante esas ne-
gociaciones, mantuvo una actitud conciliadora frente a las dos posturas totalmente enfrentadas
–de máxima soberanía de una u otra parte– y apostó por una línea de cooperación entre los pa-
íses miembros en la protección de un patrimonio que es común (Azuar et alii, 2006: 80).
En la actualidad, los derechos del Estado de pabellón son reconocidos por los Estados Partes
que han ratificado la Convención UNESCO, por los países que han suscrito convenios bilaterales
o por aquellos que avalan el principio de inmunidad soberana. Potencias navales como Rusia,
Gran Bretaña, Alemania, Japón o Francia manifestaron su adhesión a este principio en una de-
claración de 1995 (Aznar, 2009: 46).
En este sentido son muy importantes las recientes sentencias de los tribunales de los Estados
Unidos a favor del Estado español, al reconocer el primer país el derecho de inmunidad soberana
de los buques de Estado del segundo –hundidos en sus aguas nacionales e incluso fuera de ellas–
y dictar sentencia en contra de dos compañías de cazatesoros norteamericanas. En primer lugar,
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Esas amenazas han sido discutidas en varios foros internacionales (Malta, 1992; Sofía, 1996;
París, 2001) y han sido analizadas detenidamente por distintos autores (Negueruela, 2000b: 179-
184; Grenier, 2006; García y Alzaga, 2009: 133-34; Manders, 2012: 6-11). Tal como señala Robert
Grenier: «el verdadero enemigo de ese patrimonio subacuático es el ser humano, con sus equipos
de inmersión, con sus dragas, con sus potentes equipos de construcción, motivado por ese po-
deroso enemigo del patrimonio cultural que es el afán de lucro, la avaricia. El verdadero peligro
es el hombre. No obstante, es también el hombre quién puede erigirse en el protector, el salvador,
dotado ahora de esta Convención de 2001 y de su anexo» (Grenier, 2006: XIV).
En este sentido, la Convención UNESCO de 2001 es muy clara y tajante. Uno de sus pilares
más relevantes es defender y determinar que «el patrimonio cultural subacuático no será objeto
de explotación comercial» (artículo 2.7). Para ello establece que «no deberá ser objeto de trans-
acciones ni operaciones de venta, compra o trueque como bien comercial» puesto que «la reali-
zación de transacciones, la especulación o su dispersión irremediable es absolutamente
incompatible con una protección y gestión correctas de ese patrimonio» (norma 2 del anexo).
Además, ante el resto de riesgos que amenazan al PCS, la Convención también marca varios
principios de actuación. Por una parte, establece que «cada Estado Parte empleará los medios más
viables de que disponga para evitar o atenuar cualquier posible repercusión negativa de activida-
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des, bajo su jurisdicción, que afecten de manera fortuita al PCS» (artículo 5). Por otra, promueve
un acceso responsable y no perjudicial del público al PCS in situ, siempre que sea compatible
con su protección y gestión, para favorecer la sensibilización de la sociedad (artículo 2.10).
Por último, hay otro factor que obstaculiza la preservación del PCS: la inaccesibilidad al pro-
pio medio subacuático hace que habitualmente el patrimonio subacuático sea «invisible» y, por
ello, más complicado de proteger. La dificultad de observar, conocer y constatar el impacto de
esos peligros hace que muchas veces ni siquiera sepamos lo que está ocurriendo: «bajo el mar,
la acción de los hombres o de las fuerzas de la naturaleza puede destruir sitios irremplazables
sin que nadie lo sepa… Bajo el agua, prácticamente todo pasa desapercibido» (Grenier, 2006:
XIV). Consecuentemente, es muy difícil vigilar directamente los yacimientos subacuáticos para
evitar los riesgos a los que están sometidos (Castillo, 2009: 12-13).
La investigación arqueológica
La investigación arqueológica tiene dos objetivos principales. En primer lugar, el análisis, com-
prensión y explicación de las sociedades humanas pretéritas, a través del estudio de su cultura
material y sus contextos con metodología arqueológica. Y, en segundo lugar, aunque igualmente
importante, la transmisión del conocimiento adquirido a la sociedad (San Martín, 1994: 14-16;
Nieto, 2009: 183-184).
La metodología se debe ajustar a los objetivos del proyecto y las técnicas utilizadas deben
ser lo menos perjudiciales posible, tal y como establece la Convención UNESCO (norma 16 del
anexo). Ambas, metodología y técnica, tienen que adaptarse a la casuística de cada yacimiento,
que es único. Su elección está condicionada por distintos factores: las características propias del
sitio –el tipo de yacimiento y su importancia científica–; las peculiaridades de su entorno natural;
y los medios humanos, técnicos y económicos disponibles para garantizar la consecución de los
objetivos planteados.
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En el ámbito del PCS, el arqueólogo aborda el estudio de un patrimonio muy variado con dis-
tintos tipos de yacimientos: infraestructuras portuarias, como las de Delos en Grecia, Cesarea Marítima
en Israel, Alejandría en Egipto, Ampurias en España; infraestructuras pesqueras, como las piscifac-
torías romanas en las costas mediterráneas de Italia y España o los corrales de pesca de Cádiz o las
anclas de almadraba; infraestructuras de comunicación, como las cimentaciones de puentes docu-
mentadas en Irlanda, Inglaterra o Zaragoza; concentraciones de objetos en fondeaderos y puertos
en todo el mundo; ofrendas ceremoniales en islas o lagos, como el Titicaca en Bolivia, la laguna de
Culebrillas en Ecuador o el volcán Nevado de Toluca en México; objetos aislados, huella de la pre-
sencia o actividad humana; etc. Sin olvidar el tipo de yacimiento subacuático por antonomasia, el
pecio, que puede presentar restos de arquitectura naval o de su cargamento o ambos. Entre los
miles de ejemplos existentes, destacan los míticos Ulu Burun, Kyrenia, Grand Congloué, Yassi Ada,
Serçe Limani entre otros; los galeones de los siglos XVI-XVIII; los buques hundidos en batallas navales
del XIX, como la del cabo de Santa María o Trafalgar, o bien barcos de vapor de esa época; y los pe-
cios del siglo XX, desde el Titanic a los submarinos de las guerras mundiales o incluso aviones hun-
didos, como el pilotado por Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito.
Muchas son las publicaciones que tratan de la metodología y las técnicas de la arqueología
subacuática o de las fases del procedimiento de investigación. En este sentido, el anexo de la
Convención UNESCO 2001 desarrolla una serie de protocolos generales de intervención en el
patrimonio sumergido, un conjunto de normas básicas que conforman un límite mínimo infran-
queable y constituyen un verdadero código deontológico de la arqueología subacuática (VV.AA.,
2010: 49; Azuar et alii, 2006: 75). Su contenido es básicamente el mismo que el de la Carta de
Sofía de 1996, de ICOMOS, por lo que es un documento generado por la comunidad científica
que adquiere fuerza jurídica y carácter vinculante al incluirse en la Convención (Azuar et alii,
2006: 80). Ello explica que haya alcanzado bastante relevancia y trascendencia, al ser incluso
aceptado y aplicado por los responsables políticos de algunos países no firmantes –como EEUU,
Reino Unido, Holanda o Australia– que han incluido el Anexo en sus respectivos reglamentos
nacionales. Recientemente, la UNESCO ha publicado un manual con las directrices para la apli-
cación del Anexo de la citada Convención (Maarleved, Guérin y Egger, 2013).
Las actuaciones arqueológicas dirigidas a ese heterogéneo PCS tienen que enfrentarse a una
problemática técnica común, al desarrollarse en el medio subacuático y en unas condiciones am-
bientales determinadas –profundidad, tipo de fondo, visibilidad, temperatura–. Por eso, es nece-
saria una programación muy exhaustiva y resulta imprescindible que todo esté perfectamente
planificado y preparado fuera del agua, para poder optimizar el tiempo de inmersión.
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«Todo proyecto dirigido al PCS debe ajustarse, lógica y estrictamente, al texto y al espíritu de
la Convención UNESCO de 2001, muy particularmente a las normas recogidas en su anexo»
(VV.AA., 2010: 71). Independientemente del tipo de yacimiento en el que se vaya a actuar, la
clase de intervención arqueológica a realizar y el procedimiento, el método y las técnicas a uti-
lizar, toda intervención tiene que seguir el mismo planteamiento metodológico general que se
sintetiza a continuación.
Antes de iniciar cualquier actuación arqueológica hay que elaborar un proyecto científico,
que debe ser autorizado por las autoridades competentes. Además se tiene que contar con los
medios humanos, técnicos y, sobre todo, con la financiación suficiente para garantizar que se
pueden culminar todas las fases del proyecto: las actuaciones preliminares, la propia intervención
arqueológica subacuática (prospección, sondeos, excavación, cubrición u otros), la protección
del yacimiento in situ, la conservación y estudio de los materiales, junto con la interpretación,
publicación y difusión de los resultados. Si no se pudiera asegurar la disponibilidad de medios
para todas las fases del proyecto, hay que hacer un ejercicio de responsabilidad y no comenzar
la actuación hasta que ésta se pueda acometer con las garantías suficientes.
Se comienza con una recopilación y análisis de todas las fuentes documentales relacionadas
con la zona de estudio: bibliografía; documentación en archivos –históricos, portuarios u otros–
y en museos; cartografía, toponimia, fotografía; geomorfología y dinámica litoral; intervenciones
arqueológicas terrestres y subacuáticas previas; información oral y hallazgos casuales, etc. Asi-
mismo, hay que evaluar la importancia del propio yacimiento y de su entorno natural, su vulne-
rabilidad y las consecuencias de la actuación o de cualquier intrusión en su estabilidad a largo
plazo, tal como establece la Convención de 2001 (normas 14 y 15 del anexo). A continuación
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hay que procesar la información y confrontar los datos recopilados de las distintas fuentes, para
definir las áreas susceptibles de ser investigadas con metodología arqueológica y poder planificar
la actuación de campo, en este caso, subacuática.
Para realizar el estudio arqueológico de la zona se deben priorizar las actividades no intru-
sivas de reconocimiento y de localización de bienes integrantes del PCS frente a la excavación
de los mismos. La Convención UNESCO de 2001 insiste en ello, señala que es preferible el uso
de técnicas y métodos de exploración no destructivos frente a la recuperación de objetos (norma
4 del anexo).
Para cotas mayores o zonas de gran extensión se realizan prospecciones geofísicas, con métodos
sísmicos o magnéticos y sus distintas técnicas: sonar de barrido lateral, perfilador de fondos, sonar
de apertura sintética, multibeam u otros, de una parte; y magnetómetro de protones, gravímetro,
etc. de otra. Estas técnicas proporcionan una cartografía georreferenciada de los fondos marinos y
de las anomalías detectadas en la zona de estudio. Posteriormente, aquellos registros de posible in-
terés que se encuentren en superficie se comprueban con arqueólogos buceadores o vehículos ope-
rados remotamente –ROV– equipados con cámaras de fotografía y vídeo u otros medios.
Prospección arqueo-geofísica de la bahía de Cartagena (2008). Autor imagen: Fundación Aurora Trust. Archivo
ARQUA.
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En los casos en que se verifica el interés arqueológico del sitio, se procede al posiciona-
miento, delimitación, documentación y análisis del estado de conservación del yacimiento, así
como a su adscripción tipológica y cronológica. Y, ocasionalmente, si fuese imprescindible para
poder visualizar y valorar correctamente el yacimiento, se realizan sondeos de comprobación.
Una vez concluidos los estudios preliminares y las actuaciones arqueológicas, es imprescin-
dible sistematizar toda la información obtenida en bases de datos normalizadas y en Sistemas de
Información Geográfica (SIG). Eso facilita el intercambio de información y hace posible un aná-
lisis espacial de los yacimientos, así como una gestión eficaz de los mismos (Benítez y Alonso,
2011).
En definitiva, la Carta Arqueológica no debe entenderse como un fin en sí mismo, sino como
«una herramienta imprescindible que permita disponer de la información suficiente para elaborar
políticas correctas de gestión del PCS» (VV.AA., 2010: 40). Es un proyecto abierto, que requiere
una continua actualización. El análisis de la información obtenida permite diseñar líneas generales
de actuación de los órganos de gestión de este patrimonio, planificar actuaciones futuras de pro-
tección-conservación o estrategias de investigación y difusión, así como fomentar la protección
jurídica y física del PCS (VV.AA., 2010: 43-44).
La protección física de los yacimientos subacuáticos se hace necesaria para conservar ade-
cuadamente el PCS, especialmente en aquellos sitios que están en peligro por su propia fragilidad
–restos orgánicos no enterrados– o por la agresión de agentes naturales –oleaje, corrientes, etc.–
y, sobre todo, por la acción humana fortuita o intencionada, como se ha explicado anteriormente.
Para evitar o paliar esos peligros, se pueden utilizar diferentes sistemas de protección física y
conservación in situ en distintos momentos: antes de comenzar la excavación, si ésta no se puede
acometer por motivos técnicos, científicos o económicos; durante la misma, si el yacimiento así
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lo requiere; y siempre al terminar, para tapar y dejar el entorno natural tal como estaba y proteger
adecuadamente los restos que no se recuperen (Castillo, 2009: 13). Se trata de sistemas de pro-
tección preventivos y pasivos, a los que se suman sistemas activos de vigilancia (Negueruela,
2000a: 112-115 y 2000b: 192-194; Castillo, 2008: 48-49 y 2009: 19).
A ese respecto la Convención de 2001, considera la conservación in situ como opción prio-
ritaria para proteger el PCS (artículo 2.5 y norma 1). Además establece un programa de gestión
del yacimiento que tiene que preveer la protección y gestión in situ del PCS durante el trabajo
de campo y tras su conclusión. Para ello, determina que se deben tomar las medidas adecuadas
para la estabilización del sitio, su control sistemático y su protección de las intrusiones (norma
25 del anexo).
Para estabilizar los sedimentos en los yacimientos subacuáticos, de forma temporal o defini-
tiva, existen distintos sistemas y métodos de cubrición (Davidde, 2004: 139-147; Castillo, 2009:
13-27; Manders, 2012: 20-28; Pešič, 2014: 98-105). Con frecuencia se tienen que combinar varios
métodos o desarrollar nuevos para adaptarlos a las características intrínsecas y del entorno natural
de cada yacimiento.
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La medida más eficaz para la protección del PCS es la sensibilización pública en relación a
la conservación de este bien común. Para ello es fundamental la implicación de pescadores, sub-
marinistas y habitantes de la zona en la conservación de los yacimientos locales (VV.AA., 2010:
58-59). En países como Portugal, Italia, Croacia o Suecia, entre otros, la implicación o colaboración
de los clubs de buceo en la gestión de yacimientos abiertos al público buceador ha permitido
garantizar la preservación de ese patrimonio subacuático y el desarrollo sostenible de las comu-
nidades locales (Alvés, 2006; Tusa, 2009; Flyg, 2011). Por ello, es imprescindible proteger el PCS
para que en el futuro «podamos bucear en la Historia», tal como señala R. Stanley, «We need to
protect what we have, so that in the future, we can, “Dive into History”» (Stanley, 2006: 4).
Además, hay que establecer un régimen de vigilancia, control e inspección del PCS para
evitar su desprotección, los atentados contra el mismo y el expolio. Ello exige una coordinación
permanente entre las administraciones públicas implicadas: las de Cultura, los cuerpos y fuerzas
de seguridad del Estado, la Armada, etc. En España, por ejemplo, se están haciendo experiencias
piloto al incluir algunas áreas arqueológicas en los sistemas de vigilancia existentes, como el Sis-
tema Integral de Vigilancia Exterior (SIVE). Al mismo tiempo se pretende fomentar proyectos de
investigación de desarrollo de nuevos sistemas de vigilancia indirecta adaptados al PCS (VV.AA.,
2010: 59).
La realización de sondeos previos permite valorar la presencia del PCS en el subsuelo. Pro-
porciona al arqueólogo una aproximación directa y más fiable a la realidad y la problemática del
yacimiento, aporta informaciones imprescindibles para poder reflexionar y tomar una decisión
sobre la conveniencia o no de excavar (Nieto, 2009: 185). También ayuda a diagnosticar su im-
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La decisión de excavar un yacimiento sólo está justificada por su interés científico o por la
necesidad de garantizar su protección frente a riesgos naturales o antrópicos. Por ello, solo se
autorizará cuando constituya una contribución significativa a la protección, el conocimiento o el
realce de este patrimonio. En estos casos se procurará que las técnicas y métodos empleados
sean lo menos dañinos posible y contribuyan a la preservación de los vestigios (normas 1 y 4
del anexo de la Convención de 2001).
Además, antes de comenzar la excavación de un yacimiento hay que valorar y sopesar dis-
tintos condicionantes: la importancia científica del mismo, la preparación científica y técnica del
equipo humano, la problemática técnica, la disponibilidad de tiempo, los medios técnicos, eco-
nómicos y humanos para garantizar la propia excavación y sobre todo el proceso posterior post-
excavación (Nieto, 2009: 185-186).
Cualquier campaña de excavación se inicia con la señalización, reticulado del área e insta-
lación de puntos de control topográficos, lo que permite realizar la cartografía general del yaci-
miento y ubicar los bienes muebles o inmuebles localizados. A continuación se procede a la
eliminación de sedimentos, capa a capa, utilizando mangas de succión. Solo se puede pasar a
excavar la siguiente capa o estrato cuando se ha completado el registro de los contextos y los
bienes arqueológicos localizados. Para ello, es imprescindible llevar a cabo una documentación
sistemática, exhaustiva y progresiva. Se etiquetan los objetos o los elementos estructurales y se
registran con distintos métodos y técnicas: dibujo de planos, secciones y detalles; fotografía, fo-
tomosaico, fotogrametría, etc.
El programa de gestión del sitio tiene que preveer las medidas necesarias para garantizar la
protección y conservación del yacimiento durante la actuación y sobre todo a su cierre temporal
o definitivo. Entre ellas, como se ha comentado anteriormente, están la estabilización del sitio,
su control sistemático y la protección de las intrusiones (norma 24 del anexo).
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Durante la campaña, se tienen que tomar las medidas de conservación preventiva necesarias
para evitar que los objetos sufran alteraciones en su transición del medio acuático –en el que ha-
bían alcanzado un equilibrio– al medio aéreo –dónde se conservarán en el futuro–. Una extracción
inadecuada puede destruir en muy poco tiempo lo que se ha conservado durante años o siglos.
La reciente investigación realizada en una muestra de las monedas de la fragata Nuestra Se-
ñora de las Mercedes, depositadas en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática, es un ejem-
plo de ello. La colaboración con el SAI (Servicio de Apoyo a la Investigación de la Universidad
Politécnica de Cartagena) ha permitido los análisis de identificación mineralógica de las concre-
ciones por difracción de rayos X, tras una inspección bajo microscopia electrónica de rastreo y
microanálisis tipo EDX. De esa forma, se ha podido hacer una caracterización muy precisa de
los productos de corrosión presentes en cada grupo de monedas y en base a ello –según cada
patología– proponer los tratamientos más adecuados, que se están acometiendo en la actualidad
(Buendía, Gómez-Gil y Sierra, en prensa).
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Por otra parte, se llevan a cabo los inventarios definitivos de los materiales recuperados y su
catalogación comparada, el dibujo de las piezas más representativas, el análisis de los resultados
arqueométricos, la búsqueda de paralelos, etc. De esa forma, los arqueólogos van avanzando en
el estudio de los bienes y contextos arqueológicos documentados, de las estructuras si las hubiera
y del propio yacimiento, lo que les permitirá acometer las siguientes fases de su investigación:
la interpretación y difusión de resultados.
Las informaciones obtenidas deben ser estudiadas en sus interrelaciones temporales y espa-
ciales. Es importante ubicar en el tiempo esos resultados, llegar a una aproximación cronológica
en tiempo absoluto o relativo. Asimismo, es elemental la ubicación espacial y el estudio de las
relaciones espaciales entre el yacimiento y su entorno, entre los distintos yacimientos o entre los
materiales y su distribución.
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Por lo tanto, un barco hundido es mucho más que un conjunto o cápsula cerrada en el
tiempo. El pecio es un documento en sí mismo, una realidad biunívoca entre continente y con-
tenido, la propia embarcación y el cargamento, en el que la arquitectura naval da respuesta a las
necesidades que plantea la carga. Además, un barco hundido alcanza su pleno valor como do-
cumento histórico en cuanto que es reflejo de la realidad histórica en tierra firme, de la situación
social, económica y cultural de los grupos humanos ubicados tanto en el puerto de origen como
en el de destino no alcanzado por la nave (Nieto, 2009: 187).
Afortunadamente, son muchos los proyectos de investigación científica que nos permiten
conocer las historias de embarcaciones que surcaron nuestros mares. En España sirvan de ejemplo
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los barcos fenicios de Mazarrón, la nave griega de Cala Sant Vicenç, las numerosas embarcaciones
romanas (Escombreras 1, Culip IV y VIII, Bou-Ferrer, etc.), los barcos medievales de Culip VI y
Le Sorres, Urbieta del siglo XV, los barcos Delta 2 y 1 de los siglos XVI-XVII, y de épocas venideras
Matagrana, Triunfante, Trafalgar, Deltrebe 1, entre otros.
Sin embargo, cuando un pecio no se investiga con método científico, y sólo se recuperan
los objetos, se pierde mucha información, una documentación histórica irremplazable. La-
mentablemente esa es la situación de muchos barcos españoles hundidos en aguas de ter-
ceros países o en aguas internacionales, como Nuestra Señora de la Concepción (1641),
Nuestra Señora de Atocha (1662), los galeones de Azogue (1724), La Galga (1750), El Juno
(1802), etc.
Entre ellos está la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, hundida en 1804 en la batalla
del cabo de Santa María y expoliada por la compañía Odyssey en 2007. Tras un proceso ju-
dicial de cuatro años, el Estado español ganó la batalla legal en los tribunales de Estados Uni-
dos en 2011 y el cargamento retornó a España en 2012. En la actualidad, se está restaurando
los materiales recuperados. Sin embargo, nunca se podrán recuperar los contextos arqueoló-
gicos donde estaban los objetos expoliados y la documentación que no se registró. Por des-
gracia, se ha destruido mucha información y se han perdido gran parte de los documentos
históricos que atesoraba esta fragata, privando a la sociedad de su auténtico valor arqueoló-
gico e histórico.
Montaje de los bienes expoliados en la fragata Nuestra Señora de las Mercedes (2014). Archivo ARQUA.
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Por una parte, sólo la publicación científica de los proyectos hace posible avanzar a la ciencia
histórica y obtener unas conclusiones para ser trasmitidas a la sociedad. Una actuación arqueo-
lógica no publicada no se justifica, sobre todo si es una excavación, porque «constituye un de-
rroche de medios, generalmente públicos, y una destrucción inaceptable de un bien patrimonial
irremplazable ya que nos priva de conocimiento y no se justifica con la simple posesión de ob-
jetos mudos» (Nieto, 2009: 187). Por ello, los investigadores se tienen que comprometer a publicar
los resultados de sus proyectos y a presentarlos en congresos y foros científicos. Asimismo, tienen
el deber de que los archivos del proyecto sean accesibles a los especialistas y al público en ge-
neral, no después de trascurridos diez años de la finalización del proyecto (norma 33 del anexo
de la Convención de 2001).
Por otra parte, el conocimiento adquirido tiene que revertir a la sociedad y ser transmitido
de manera clara, asequible y fiable. Para ello, se tienen que prever actividades de educación y
difusión al público de los resultados del proyecto (norma 36 del anexo). Hay que llegar a la so-
ciedad en general a través de conferencias y publicaciones divulgativas, catálogos, guías, vídeos,
modelizaciones en 3D, webs, noticias en los medios de comunicación y las redes sociales. Igual-
mente, con la organización de exposiciones temporales o permanentes en los museos y, cuando
sea posible, con la puesta en valor de los yacimientos, fomentando su accesibilidad para todos
los públicos –buceadores y no buceadores– de forma real o virtual.
De esa forma, los ciudadanos pueden disfrutar del PCS, conocerlo mejor, concienciarse de
su importancia y colaborar en su protección. Cuando la sociedad conozca, respete y valore este
patrimonio, se sentirá orgullosa de él y podrá colaborar en su conservación. Cuando lo sienta
como un patrimonio propio, lo defenderá como parte integrante de su historia (Castillo, 2009:
38). Así, entre todos, lograremos que este legado y patrimonio de la humanidad se preserve para
las futuras generaciones.
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