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Estructura Matrisocial en la Familia Venezolana

Abyayala Lanz
Escuela de sociología. FACES
Universidad Central de Venezuela. Caracas-Venezuela
Abyayalal14@gmail.com

Resumen: En lo que respecta al estudio de la realidad social venezolana desde el punto de


vista de la teoría social y los postulados de la sociología del conocimiento, descubrimos en el
proceso analítico y constructivo de dicho artículo (que comprende la revisión de textos de
reconocidos sociólogos, comunicólogos y psicólogos expertos en el tema, así como también la
base teórica impartida y discutida en la cátedra de teoría social III de la Escuela de Sociología
(UCV), apoyada ésta en los estudios de Berger y Luckmann, 1966), el papel esencial que
juegan los elementos culturales e ideológicos que conforman la estructura familiar, nutriendo así
el análisis social de la realidad, tomando como problemática central la Matrisocialidad (Hurtado
1998).

INTRODUCCIÓN

A través de la socialización primaria aprehendemos la realidad y comprendemos el orden


objetivo que la conforma, la familia, como primer núcleo social del sujeto, juega un papel
fundamental en esta aprehensión, siendo nuestro primer nivel de socialización, aquí nos
enmarcamos en las pautas morales, valores y costumbres con las que se rige la sociedad en la
que vivimos, esto quiere decir que las estructuras familiares desde lo más pequeño, son el
reflejo de las estructuras sociales, como pequeñas muestras de la realidad social que
habitamos.

En el caso venezolano, las estructuras convencionales de familia en nuestra sociedad son


ampliamente variadas, partiendo desde matrimonios, familias de padres separados, familias
monoparentales, familias adoptivas, etc. A pesar de que actualmente esto no se evidencie
cotidianamente debido a la fragilidad de las familias venezolanas y lo concurrido que se ha
vuelto el divorcio y separación en las relaciones de pareja, el término de familia, desde un punto
de vista occidental está determinado por dos actores esenciales, la figura materna y la figura
paterna. Estos, junto a los hijos, constituirían el núcleo familiar convencional.

En la sociedad venezolana, aunque también se evidencia en otros países, sobre todo


caribeños, existe cierta particularidad en cuanto a la estructura familiar. Por diversas razones,
tanto por la ausencia del padre, fenómeno común que incide en la relación madre-hijo, como
también en las familias convencionales, predomina desde el punto de vista funcional y
estructural (Alejandro Moreno, 1995, p.1), la figura de la madre sobre el núcleo familiar. Es
decir, en estas sociedades las familias son matricentradas.
Es de suma importancia la comprensión de la estructura familiar venezolana para descifrar los
demás fenómenos que se presentan. Tomamos en cuenta los aportes de los autores Berger y
Luckmann en la “Construcción social de la realidad”

Matrisocialidad

Entonces partimos del siguiente hecho: el modelo cultural y familiar de la familia venezolana
está determinado por el papel preponderante de dos actores; madre e hijo(s), aquí yace el
centro de las relaciones afectivas y de parentesco familiar. Es decir, el vínculo inevitable de
madre-hijo que además de ser un elemento natural, surge de la relación impuesta por la
sociedad de mujer-maternidad, dándole un sentido inamovible a su capacidad de reproducir la
vida.

El padre se presenta entonces como una figura que se va desdibujando en la medida en la que
corre el tiempo, esto sucede por lo general cuando la mujer, en el universo simbólico del
hombre, representa primordialmente la figura de madre, es así como desde el momento en el
que tienen un hijo éste lo identifica como “el hijo de su madre”, acción que al mismo tiempo
reafirma su sexo. La madre por su parte cierra ese círculo al apropiarse del hijo, y satisfacer la
realización antes expuesta, la de ser madre.

El hombre, en su subjetividad crea un sentido emocional alrededor de la figura materna, y


agrupa o tipifica a la mujer de acuerdo a esas características, también establece una estructura
simbólica en donde el hecho objetivo del sexo femenino, pasa a tener significado sólo desde la
maternidad. Desde este punto, se justifica el aplastante papel que juega la mujer en cuanto a la
operatividad del hogar; la mujer es la que lo administra y se responsabiliza de las tareas
esenciales. Esta relación simbólica finalmente determina la realidad de la vida cotidiana, “El
simbolismo y el lenguaje simbólico llegan a ser constituyentes esenciales de la realidad de la
vida cotidiana y de la aprehensión que tiene de esta realidad el sentido común” (Berger y
Luckmann, 1966, p.57)

Un ejemplo de esto se evidencia en el lenguaje venezolano. Tomando en cuenta que a través


del lenguaje podemos construir universos simbólicos dentro de la realidad de la vida cotidiana,
resulta paradójico que la expresión “mami” o “mamita”, se utilice para denominar a la mujer bien
sea en el cortejo, el acto sexual, o como demostración de afecto. Es una expresión que emplea
el hombre como símbolo de una mayor proximidad hacia la mujer a través de la maternidad.

En el orden objetivado socialmente en el que van tomando forma las cosas adyacentes al
esquema matrilineal, la madre funge como eje psicosocial. El machismo a pesar de predominar
como cultura, esquema de valores y significaciones del esquema social general, deja su
existencia subordinada a la representación cultural madre/macho de la familia venezolana; la
madre se ubicaría como eje porque en el juego de roles intrínseco de la estructura familiar
matricéntrica es una figura insustituible, es la figura más significativa en la convivencia
cotidiana, en la dimensión afectiva y en su función de cohesión del grupo familiar.

No por esto el padre deja de ser importante en dicha estructura familiar, su papel es
fundamental sobre todo si tratamos las consecuencias psicosociales en los miembros de la
familia, su accionar vital (cultural), orgánico, así como las obvias consecuencias materiales
desiguales. El hecho que aclara esto último es que dicho modelo posee como toda
institucionalización un juego de roles, cada miembro del grupo familiar está dotado de
objetivaciones, de un lenguaje común, conocimiento necesario y algunos elementos ontológicos
que contribuyen al fenómeno social particular de la matrisocialidad. El caso tan frecuentado de
la ausencia del padre, es uno de los elementos que acompañan a la familia matricéntrica
venezolana pero esta surge de un proceso que vive la mujer. Esta aprehende a través de
objetivaciones de la madre, las estructuras a las que debe responder dentro de una sociedad
que le impone, a parte del vínculo natural entre madre-hijo, ser el centro afectivo y de
parentesco en el núcleo familiar, es decir esta capacidad surge tanto compartiendo la crianza
de los hijos con el padre, como estando sola.

El hecho singular de la ausencia del padre en el círculo afectivo, orgánico y de parentesco


esenciales de la familia viene dado por diversos factores y ha sido interpretado de diversas
maneras por su incidencia en la familia venezolana, sosteniendo que este elemento es
consecuencia de un cúmulo histórico arrastrado desde la concepción de familia europea en la
América precolombina y los acontecimientos históricos independentistas de finales del siglo XIX
(A.B Viso, Almecijá, Mijares, todos citados por S. Hurtado en “Matrisocialidad”, 1994), otros se
basan en un modelo funcional-estructural en el que asocian la estructura familiar legal
(matrimonio) a las clases dominantes, y la “atípica” (concubinato) a sectores “blancos criollos
por un lado y mestizos por otro”. Otros (como Vethencourt, 1974) hacen un enfoque basado en
patrones socioculturales, cuestión en la que diferimos al igual que los autores Alejandro
Moreno, Vethencourt y Hurtado asegurando que este hecho no es sólo característico de las
familias populares, escapando de prejuicios sobre la cultura de los pobres. Sin embargo, al
igual que el primero (Alejandro Moreno, 2007, Pág. 6.) se puede considerar que esta
característica sí se presenta con cierta acentuación en este sector de la población.

La ausencia del padre es, en consecuencia, ausencia de la pareja. “La pareja…, implica la
convivencia continuada por un tiempo lo suficientemente largo como que tanto el hombre como
la mujer intervengan, compartiendo funciones y responsabilidades, en la crianza de los hijos
comunes a ambos”, (Alejandro Moreno, 2012, Pág 9). Es decir, siendo la pareja una unidad
esencial para el hecho de la institución familiar, la carencia de uno de los actores principales
reproduce un vacío.

Este último hecho está presente en la dimensión cultural de la mujer, pues cada rol está inserto
en una trama de relaciones en las que los diferentes miembros del núcleo contribuyen con su
acción. La madre asimila mediante mecanismos de compensación emocional y afectiva la
carencia del padre. El rompimiento de la pareja comprende lo espiritual, social, sexual, es así
como la mujer entra a jugar un papel fundamental, al asumir un rol que auto regula carencias en
el yo y también en la estructura familiar y social.

La idea predominante de “padre” en la familia matricéntrica es fundamental para explicar la falta


de fortaleza de la familia monogámica, pero esto no puede explicarse sino es a través del
análisis de la forma de realización del hombre dentro de la cultura machista venezolana. El
machismo se caracteriza por el ejercicio del poder por parte de los individuos del sexo
masculino ubicándolos en una posición ventajosa respecto a las mujeres. Esto puede
entenderse por un lado con la fuerza física como sustento, el papel que le atribuye la
sociedad y la ley, la tradición y la costumbre, es decir, el “machismo-poder”. Por otro lado
es característica del machismo una mayor libertad en la actividad sexo-genital con respecto
a las mujeres (machismo-sexo). El machismo venezolano tiene sus particularidades, en ese
sentido explica A. moreno:
“Ambos factores se entrelazan en una relación compleja pero, a mi entender,
uno y otro ocupan distinta jerarquía en ella de acuerdo a distintos ambientes y
culturas. En unos casos prima el poder, en otros el sexo, primacía que colorea al
machismo con un matiz significativo y revela de algún modo su función. Dos
machismos, por tanto: un machismo-poder y un machismo-sexo.”

En la cultura venezolana prima el machismo-sexo, de origen materno y orientado a la


actividad sexo-genital dispersa, el hombre termina relacionándose con varias mujeres y por
ende, con varias familias sin terminar de establecerse en alguna.

De esta manera el desentendimiento con respecto a los hijos se acrecienta, por lo que la mujer
es la que asume la responsabilidad casi total en la crianza de estos. El padre queda así ausente
(puede ser una ausencia física como una ausencia emocional) del núcleo familiar. La madre
como el eje de la vida familiar, acapara completamente el eje emocional de los individuos
venezolanos. (Moreno, 2007, p.6)

Su accionar en la familia además de ser gerencial, y de cumplimiento con los vínculos


consanguíneos y afectivos (orden que es impositivo y acentúa una lógica de poder), demuestra
una objetivación del machismo, por eso ya es normal presenciar actitudes que lo avalan y
propician, pues se vuelve algo intrínseco al mismo carácter institucional de dicho rol. A pesar de
que la mujer está en el esquema de poder a nivel emocional, nunca llega a asumir por completo
la centralidad de la familia, ya que la figura masculina es la que realmente ocupa la posición de
poder.

También podemos observar que la madre, como consecuencia de las condiciones dadas por la
ausencia del vínculo con la pareja, consigue soslayar este hecho sustituyéndola por el hijo(a),
“vínculo inevitable”. Éste hecho, consciente en gran medida, busca alargar la relación madre-
hijo(a), pues en su “autodefinición” primordialmente es madre y es el medio en el cual se realiza
psico-sexualmente.

“De mil formas, sutiles unas, más explicitas otras, la madre forma al hijo para que sea
siempre su-hijo. Ella nunca se vivirá como mujer pura y simple, en una sexualidad
autónoma una de cuyos aspectos puede ser la maternidad. Su autodefinición no será la
de mujer, en ese sentido, sino la de madre, su identificación sexual consiste en ser
cuerpo-materno. Su maternidad la define de-su-sexo, delimita su feminidad y la realiza
en lo sustancial” (A. Moreno, 2007, Pág.10.)

Los rasgos característicos en la crianza del hijo varón auspician la cultura machista; “los
varones no tienen por qué estar fregando los platos”, “mi hijo es un galán, tiene tres novias”,
etc., son algunos ejemplos de actitudes en nuestra cotidianidad, que son avalados socialmente
porque dentro del entramado de significados objetivados, se interconectan y se explican como
síntesis de una realidad, es decir estos significados están al alcance de todos los que
comparten la realidad de la vida cotidiana. El esquema educativo nuclear familiar está enfocado
en el reforzamiento de dichos valores, preparan al individuo desde su socialización primaria con
los valores y determinaciones de género correspondientes.

La madre también participa como inductora de valores y prácticas en un formato de aprendizaje


en la que se van moldeando a través de la educación impartida en la familia, los elementos
necesarios para ir preparando al hijo varón a asumirse, actuar y aprehender el mundo de la
realidad cotidiana bajo la dependencia objetivada de la figura materna. Esta dependencia
encuentra como único elemento satisfactor el vínculo emocional con la madre, lo que dificultará
sus relaciones futuras con otras mujeres. Este mismo vínculo materno alimenta esa dificultad
para que la relación madre-hijo se vea favorecida ante las demás.

A esto podemos sumar el hecho de que la ausencia del padre genera un vacío vinculante
respecto al rol que a éste le corresponde, de esto deriva que el hijo pierde la “elasticidad” que le
proporciona el juego de los diversos roles que le proporciona el círculo familiar, es decir, este
vacío vinculante es el de padre que en el caso “familia ideal” él pudo presenciar.

Las condiciones antes mencionadas tienen frutos; los vínculos dominantes presentes en ésta
familia determinarán la psique de un hijo, ahora hombre, cerrado a la vinculación afectiva
(pareja–paternidad), lo que llama Moreno “el púber eterno”, “el hijo eterno”, esto podría explicar
desde el punto de vista de la psicología social y sociología del conocimiento la actitud sexual de
los hombres; la sustitución del goce por el deseo y la inexistencia del rol de padre como ente
integral, por esto entonces podríamos ver un déficit de estructura en la familia, de límites y de
planificación.

La ausencia del padre también reconfigura el modo de crianza de la hija dentro de la familia,
existe un condicionamiento. A modo de conocimiento adquirido se legitima todo éste proceso,
como ya hemos señalado, la niña comienza a educarse con el objetivo de que a partir de ahora
interprete y accione en sus vínculos afectivos predominantemente como madre, dicho de otro
modo, la cultura imperante moldea su accionar vital, y le preestablece un rol determinado.

El análisis de la estructura familiar que predomina en Venezuela goza de mucha consonancia si


lo relacionamos con lo que señala Berger y Luckmann, sobre la definición de “atípico” por
cuestiones de tipos ideales, pero siendo la familia matricentrada un hecho perfectamente
institucionalizado en nuestra sociedad, podemos describir cómo todos los elementos que lo
componen engranan perfectamente. Esta realidad social genera conflictos y fricciones como
toda construcción, pero cada miembro familiar posee las herramientas cognitivas que les brinda
la cultura para enfrentarlos (conocimiento del sentido común) y un esquema práctico de acción
y poder que logra cierta estabilidad

No con esto tratamos de decir que la familia matricéntrica es una realidad inmóvil, pero sí
comprendemos que podemos describir el rol primordial que juega como institución ante la
sociedad venezolana.
Conclusión

Dentro de la formación del ser social en la familia venezolana es necesario confrontar los
elementos culturales imperantes que generan características atípicas como la matrisocialidad.
Esto a través de Berger y Luckmann, lo comprendemos como el análisis a través del
conocimiento de la objetivación, la institucionalización, y la legitimación dentro de la realidad de
la vida cotidiana y cómo el sujeto en su proceso de aprehensión va adaptándose a esta
realidad.

Un análisis minucioso que se vincula con el trabajo de Alejandro Moreno, en el punto de la


comprensión de las pautas objetivas, es decir al alcance de todos los individuos, y cómo estas
determinan las estructuras sociales de las que formamos parte. Queda a elección del individuo
cambiar de propósito respecto a estas pautas impartidas por la estructura cultural-familiar.

En lo propositivo, refiriéndonos a la matrisocialidad, determinamos que el individuo desde su


socialización primaria, es decir desde la infancia, debería gozar de una educación que
comprenda el reconocimiento de sus comunes. El contacto real y asociativo puede mejorarse
en la medida en la que los roles de género sean basados en el reconocimiento del otro.

En la sociedad, desde las diferentes trincheras que se encuentran en constante búsqueda por
la transformación de la realidad, se hace necesaria la idea de tomar conciencia sobre las
prácticas que forman parte de las objetivaciones de nuestra realidad de la vida cotidiana pero
que también responden a un juego de poder en donde un sector puede buscar aventajarse
sobre otro, por lo que el cuestionamiento de estas, aunque difícil en un principio, responde
también a alternativas en vías al reconocimiento de la subjetividad del otro.

Referencias Bibliográficas

BERGER, P. & LUCKMANN, T. (1966). La Construcción Social de la Realidad.


Disponible en: https://zoonpolitikonmx.files.wordpress.com/2014/09/la-construccic3b3n-
social-de-la-realidad-berger-luckmann.pdf

HURTADO, Samuel (1994) Matrisocialidad. Ediciones FACES, Universidad Central de


Venezuela, Caracas.

MORENO, Alejandro, (2007) La Familia Popular Venezolana. Disponible en:


http://www.cs.usb.ve/sites/default/files/CSA211/Alejandro_Moreno_LA_FAMILIA_POPU
LAR_VENEZOLANA%281%29.doc

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