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01-08-2018
Los opulentos se confabulan para dejarnos atrás
La supervivencia de los más ricos
Douglas Rushkoff
Future Human
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

El año pasado me invitaron a un complejo privado de superlujo para pronunciar una conferencia
magistral ante lo que yo suponía que sería en torno a una centena de gerentes de bancos de
inversión. La cantidad que me ofrecieron en pago era, con diferencia, la mayor suma que jamás me
habían pagado por una charla (más o menos la mitad de mi salario anual como profesor
universitario). Querían saber mi opinión sobre "el futuro de la tecnología".

Nunca me ha gustado disertar sobre el futuro. El turno de preguntas y respuestas suele acabar
como un juego de salón en el que se me pide la opinión sobre las últimas tendencias tecnológicas
como si se trataran de indicadores de cotizaciones bursátiles para potenciales inversores:
blockchain, impresiones en 3D, CRISPR (1), etc. El público pocas veces está interesado en aprender
sobre estas nuevas tecnologías o su impacto potencial; lo único que desean es saber si deben
invertir en ellas o no. Pero el dinero es poderoso caballero, así que acepté dar la charla.

A mi llegada me condujeron a una sala donde supuse que debía esperar. Pero en lugar de
colocarme un micrófono o llevarme hasta el escenario, me sentaron en una simple mesa circular
mientras iba llegando mi público: cinco tipos superricos -todos hombres- pertenecientes al nivel
más elevado del mundo de las finanzas especulativas. Tras una pequeña conversación
intrascendente, me di cuenta de que no tenían el menor interés en la información que había
preparado sobre el futuro de la tecnología. Estaban ahí con sus propias preguntas.

Comenzaron de una manera bastante inofensiva. ¿Ethereum o bitcoin? ¿Es la informática cuántica
algo real? Poco a poco, pero con firmeza, se fueron aproximando a los temas que en verdad les
interesaban.

¿Qué región se verá menos afectada por la crisis climática que se avecina, Nueva Zelanda o
Alaska? ¿Es cierto que Google está habilitando un lugar para alojar el cerebro de Ray Kurzweil (2)?
En caso afirmativo, ¿su conciencia seguirá activa durante la transición, o morirá para luego renacer
como alguien completamente nuevo? Para acabar, el director general de una correduría de bolsa
explicó que estaba terminando de construir su propio búnker subterráneo y preguntó: "¿Cómo
puedo mantener la autoridad sobre mi personal de seguridad después del suceso?"

El "Suceso". Ese fue el eufemismo que utilizaron para referirse al colapso medioambiental, los
disturbios sociales, la explosión nuclear, el virus incontrolable o el hacker de [la serie] Mr. Robot

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que hace caer todo el sistema.

Esta fue la única pregunta a la que dedicamos en resto de la hora. Sabían que necesitarían
guardias armados para proteger sus recintos de la muchedumbre enfurecida. ¿Pero de qué modo
remunerarían a sus guardianes cuando el dinero no valiera nada? ¿Que impediría que los
guardianes escogieran a su propio líder? Los multimillonarios pensaban en el uso de cerraduras de
combinación cuyo código solo conocieran ellos para proteger sus reservas de comida. U obligar a
los guardias a llevar algún tipo de collares disciplinarios a cambio de su supervivencia. O quizás
diseñar robots que ejercieran las funciones de guardianes y trabajadores, si dicha tecnología podía
desarrollarse a tiempo.

Eso es lo que me chocó: para esos caballeros, esto era una conversación sobre el futuro de la
tecnología. Siguiendo el ejemplo de Elon Musk (3), que pretende colonizar Marte, Peter Thiel (4) y
su proyecto parar revertir el proceso de envejecimiento, o Sam Altman y Ray Kurzweil que
pretenden subir sus cerebros a superordenadores, estos tipos se estaban preparando para un
futuro digital que tenía mucho menos que ver con la construcción de un mundo mejor que con
trascender por completo la condición humana y aislarse del peligro actual y muy real de cambio
climático, aumento del nivel del mar, migraciones masivas, pandemias globales, pánico nativista y
agotamiento de los recursos. Para ellos, el futuro de la tecnología solo tiene importancia si les
ayuda a una cosa: huir.

***

Las valoraciones exageradamente optimistas sobre el papel de la tecnología en la mejora de la


sociedad humana no tienen nada de malo. Pero la corriente actual que contempla una utopía
poshumana es otra cosa. Tiene menos que ver con la transformación de la humanidad en una
nueva forma de ser que con la búsqueda de trascender todo lo que es humano: el cuerpo, la
interdependencia, la compasión, la vulnerabilidad y la complejidad. Los filósofos de la tecnología
llevan años señalándolo: en la actualidad, la visión transhumanista reduce de un modo demasiado
simplista toda la realidad a los datos, hasta llegar a la conclusión de que "los humanos no son más
que objetos procesadores de información".

Supone la reducción de la evolución humana a un videojuego en el que alguien gana cuando


encuentra la puerta de salida y luego permite que algunos de sus mejores amigos le acompañen en
el viaje. ¿Serán Musk, Bezos, Thiel... Zuckerberg? Estos multimillonarios son los presuntos
ganadores de la economía digital, el mismo panorama de "supervivencia de los más fuertes" que
alimenta la mayor parte de sus movimientos especulativos.

Es evidente que no siempre fue así. Hubo un momento, a comienzos de los años noventa, en el que
el futuro digital parecía estar abierto a nuestra innovación. La tecnología se estaba convirtiendo en
un área de juegos para la contracultura, que veía en ella la oportunidad de crear un futuro más
inclusivo, distribuido y favorable al ser humano. Pero los intereses empresariales establecidos solo
consideraban su nuevo potencial extractivo, y demasiados tecnólogos se vieron seducidos por el

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unicornio de la oferta pública de venta de los nuevos activos financieros. Los valores de futuro
digitales se veían como el mercado de futuros del algodón: algo sobre lo que hacer previsiones y
apuestas. Así que prácticamente cada discurso, cada artículo, cada estudio o cada documentación
técnica se consideraba relevante solo sí señalaba a un indicador bursátil. El futuro dejó de ser algo
que creamos mediante nuestras elecciones cotidianas o nuestra esperanza en la humanidad para
convertirse un escenario predestinado sobre el que apostamos con nuestro capital de riesgo, pero
al que llegamos de forma pasiva.

Esto liberaba a todo el mundo de las implicaciones morales de las actividades en las que estuviera
envuelto. El objetivo del desarrollo tecnológico dejó de ser la prosperidad colectiva y se convirtió en
la supervivencia personal. Y lo que es peor: llamar la atención sobre esto suponía, tal y como
experimenté yo mismo, declararse involuntariamente enemigo del mercado o un cascarrabias
contrario a la tecnología.

Así que en lugar de considerar la ética implícita en empobrecer y explotar a la mayoría en nombre
de una minoría, la mayor parte de los académicos, periodistas y escritores de ciencia ficción se
dedicaron a descifrar enigmas mucho más abstractos y rocambolescos: ¿Es correcto que un agente
de bolsa utilice drogas inteligentes? ¿Deberíamos colocar implantes a los niños para que aprendan
idiomas extranjeros? ¿Queremos que los vehículos inteligentes prioricen la vida de los peatones
sobre la de sus pasajeros? ¿Debería la democracia ser la forma de gobierno de las primeras
colonias marcianas? ¿Los cambios en el ADN socaban la identidad personal? ¿Deberían tener
derechos los robots?

Aunque plantearse ese tipo de cuestiones pueda resultar un entretenimiento filosófico, supone un
pobre sustituto de los auténticos dilemas morales relacionados con el desarrollo tecnológico
desenfrenado en nombre del capitalismo corporativo. Las plataformas digitales han convertido lo
que ya era un mercado explotador y extractivo (pensemos en Walmart) en algo aun más
deshumanizador (pensemos en Amazon). La mayoría de nosotros nos dimos cuenta de estos
inconvenientes al presenciar la automatización y precarización del empleo y el declive del comercio
local.

Pero las consecuencias más devastadoras del capitalismo digital desenfrenado se las llevan el
medio ambiente y los pobres globales. Algunos de nuestros ordenadores y smartphones se fabrican
utilizando redes de mano de obra esclava. Estas prácticas están tan profundamente arraigadas que
una compañía llamada Fairphone, creada desde abajo para fabricar y comercializar teléfonos
móviles éticos, llegó a la conclusión de que su objetivo era imposible. Su fundador ahora califica
con tristeza su producto como "un teléfono más ético".

Mientras tanto, la minería de metales raros y la eliminación de nuestros dispositivos ultra-digitales


fuera de uso destruyen hábitats humanos, reemplazándolos por vertederos tóxicos, en los que
familias de campesinos rebuscan para vender a los fabricantes los materiales que pueden
reutilizarse.

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Esta externalización de la pobreza que queda "fuera de la vista y fuera de la mente" no desaparece
simplemente por habernos cubierto los ojos con gafas de realidad virtual y estar inmersos en una
realidad alternativa. Cuanto más ignoremos las repercusiones sociales, económicas y
medioambientales, mayor será el problema. Esto, a su vez, motiva más aislamiento y retraimiento
y una fantasía apocalíptica aún mayor, además de tecnologías y planes de negocio cada vez más
descabellados. El ciclo se retroalimenta.

Cuanto más nos identificamos con esta visión del mundo, más consideramos a los seres humanos
como el problema y a la tecnología como la solución. La esencia del ser humano se considera no
tanto un rasgo como un virus. Por muy sesgadas que sean, las tecnologías se consideran neutrales.
Cualquier mala conducta que induzcan en nosotros no es sino un reflejo de nuestra esencia
corrupta. Es como si la culpa de todos nuestros problemas estuviera en algún tipo de salvajismo
humano. Igual que la ineficacia del mercado local del taxi puede "resolverse" con una aplicación
que lleve a la ruina a los taxistas, las molestas inconsistencias de la psique humana pueden
corregirse con una actualización digital o genética.

Según la más reciente ortodoxia tecnosolucionista, el futuro de la humanidad alcanzará su clímax


cuando colguemos nuestra conciencia en un ordenador o, aún mejor, cuando aceptemos que la
propia tecnología es nuestro sucesor evolutivo. Como si fuéramos miembros de una secta gnóstica,
estamos deseosos de entrar en la próxima fase trascendente de nuestra evolución abandonando
nuestros cuerpos y dejándolos atrás junto con nuestros pecados y problemas.

El cine y la televisión representan estas fantasías para nosotros. Las pelis de zombis pintan un
escenario postapocalíptico en el que las personas no son mejores que los muertos vivientes, y
parecen saberlo. Lo peor es que estas ficciones invitan al espectador a imaginar el futuro como una
batalla entre los humanos que quedan, en la que unos pierden y otros ganan, en la que la
supervivencia de un grupo depende de la desaparición de otro. Incluso la serie de TV Westworld
-basada en una novela de ciencia ficción en la que se pierde el control de los robots- terminaba su
segunda temporada con la gran revelación: los seres humanos somos más simples y predecibles
que la inteligencia artificial que creamos. Los robots se dan cuenta de que cada uno de nosotros
puede reducirse a unas pocas líneas de código, y de que somos incapaces de tomar decisiones
deliberadas. ¡Demonios! ¡Hasta los robots de esa serie quieren escapar de los confines de su
cuerpo y pasar el resto de sus días en una simulación virtual!

La gimnasia mental que requiere tan profundo cambio de papeles entre los humanos y las
máquinas se basa en presuponer que los humanos son una porquería. Hace falta cambiarlos o
distanciarse de ellos, para siempre.

Y así llegamos hasta esos multimillonarios de la tecnología lanzando vehículos eléctricos al espacio,
como si eso simbolizara algo más que su poder para promocionar su negocio. Y si un puñado de
personas logra alcanzar la velocidad de escape y, de alguna manera, consigue sobrevivir dentro de
una burbuja en Marte -a pesar de nuestra incapacidad de mantener una burbuja así ni siquiera en la
Tierra, en cualquiera de los dos multimillonarios experimentos Biosphere-, el resultado no será
tanto una continuación de la diáspora humana como un bote salvavidas para la élite.

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***

Cuando los inversores de riesgo me preguntaron cuál era la mejor manera de mantener su
autoridad sobre los servicios de seguridad tras "el suceso", les sugerí que lo mejor que podían
hacer era tratar bien a esas personas desde ya. Deberían relacionarse con el personal de seguridad
como si fueran miembros de su propia familia. Y cuanto más puedan generalizar esta ética inclusiva
al resto de sus prácticas empresariales, la gestión de la cadena de suministro, las iniciativas de
sostenibilidad, y la distribución de la riqueza, menos probabilidades habrá de que llegue a
producirse un "suceso". Toda esta brujería tecnológica podría orientarse desde el momento
presente hacia otros intereses menos románticos pero más colectivos.

Mi optimismo les hizo mucha gracia, pero no terminaron de creérselo. No les interesaba saber cómo
evitar la calamidad; estaban convencidos de que ya habíamos llegado demasiado lejos. A pesar de
todo su poder y riqueza, no creían poder influir en el futuro. Se limitaban a aceptar el escenario
futuro más sombrío y a poner todo el dinero y la tecnología posible para aislarse, sobre todo si no
pueden conseguir una plaza en el cohete a Marte.

Afortunadamente, todos aquellos que carecemos de los fondos necesarios para renegar de nuestra
humanidad contamos con opciones mucho mejores a nuestro alcance. No necesitamos utilizar la
tecnología de manera tan antisocial y atomizadora. Podemos convertirnos en los consumidores con
el perfil que nuestros dispositivos móviles y nuestras plataformas quieren que seamos, o podemos
recordar que los humanos verdaderamente evolucionados no avanzan solos.

La esencia del ser humano no está en la huida o la supervivencia individual. Es un trabajo de


equipo. El futuro de la humanidad, cualquiera que sea, nos afectará a todos.

Notas del traductor (tomadas de Wikipedia):

(1): Los CRISPR (en inglés: clustered regularly interspaced short palindromic repeats, en español
repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas) son familias de
secuencias de ADN en bacterias. Tienen aplicaciones en ingeniería genética y biotecnología.

(2): Experto tecnólogo de sistemas y de Inteligencia Artificial y eminente futurista . Presidente


de la empresa informática Kurzweil Technologies, que se dedica a elaborar dispositivos electrónicos
de conversación máquina-humano y aplicaciones para personas con discapacidad .

(3): Físico , inversor y magnate cofundador de PayPal , Tesla, SpaceX , Hyperloop , SolarCity ,
The Boring Company y OpenAI . Su fortuna se estima en 17.400 millones de dólares. En diciembre
de 2016, fue nombrado como la 21ª persona más poderosa del mundo por la revista Forbes .

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(4): Empresario, administrador de fondos de inversión libre y capitalista de riesgo . Thiel cofundó
PayPal y fue su director ejecutivo . Actualmente preside Clarium Capital, un fondo de inversión
libre macroglobal que administra más de 2.000 millones de dólares, y es socio administrador de
The Founders Fund , un fondo de capital de riesgo de 275 millones de dólares. Fue uno de los
primeros inversores de Facebook y está en su Consejo de Administración

Douglas Rushkoff es autor del libro Team Human, de próxima publicación, y del podcast
TeamHuman.fm

Fuente: https://medium.com/s/futurehuman/survival-of-the-richest-9ef6cddd0cc1

El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se


nombre a su autor, su traductor y a Rebelión como fuente de la traducción.

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