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U l d a r ic o r u e d a d e la s ier r a

Fue entonces cuando Uldarico observó por la


esquina del ojo el papel con el trazo de la calavera
y la osamenta en cruz. Medio leyó otra vez la
caligrafía de la amenaza y salió al porche, hacien­
do sonar su pulgar contra la yema del corazón. En
sus labios, ahora sí plena, se dibujó por fin la
mueca de la ironía: ¿Y, ahora qué hago, papaaá?
¿Con qué pata me aconsejas bailar este último
bolero?, se preguntó, mientras pedaleaba en el
aire con la punta del pie. La tienda había quedado
desocupada desde la media noche y a partir de
ese instante no se volvió a ver a nadie por el sector,
salvo la sombra que horas después comenzó a
merodear, junto a un perro, entre los tarros de
basura que habían sido amontonados ante el
portal de la plaza de mercado, donde Pensi y Rosa
solían esperar la subienda de sus clientes mien­
tras se limpiaban las uñas con astillas de bambú,
recostadas al muro negro del embarcadero para
Umbría.
Ya amanecía. Sólo se veía a lo lejos la neblina,
aquellas correas esponjosas saeteando contra las
puertas cerradas, muertas. Un caballo resopló al
pisotear en el empedrado y Uldarico vio entre la
blancura su cuerpo oscuro cuando empezó a hun­
dirse para siempre en el horizonte: deben ser los

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últimos que huyen, pensó. Arriba de la sombra en del ordeñadero en tinieblas, y ya de viejo porque
movimiento observó unos bultos y encima de ellos no se tumbaba a dormir hasta no ver agotada la
la borrosa silueta de un baúl. Lo pensaré muy bien, parte más tenue del amanecer, como quien en­
papaaá, me tomaré mi tiempo, dijo y se retiró del frenta una tonada que en tanto escucha al mismo
porche arrastrando las botas sobre el aserrín y la tiempo va pasando de los tonos mayores a los me­
ceniza de los tabacos. Mañana vence el plazo, ya nores. ¿A qué otra cosa tenía apego él en su actual
veremos lo que sucede. Fue al aparato de sonido y pedazo de existencia? A nada, salvo a los dados
puso a girar un disco. Cualquiera, al azar. Hacía marcados, a la baraja inclinada y a la aurora eva­
más de cinco años que todo para él se decidía al nescente y móvil.
azar. Estaba casi amaneciendo y no se había re­ Azar y aurora, sólo a esto había quedado reduci­
costado siquiera. ¿Para qué recostarse sin quitarse da su existencia. Perm anecer despierto hasta el
las botas? ¿Y, cómo quitarse las botas con un papel amanecer era su afición principal, su motivo de
de aquellos quemándole las manos? orgullo ante los demás, su elíxir de la juventud
La aurora con seguridad muy pronto vendría ante las fuerzas contrarias que a esta edad le mor­
tenue a su ventana, amoratada en su comienzo y disqueaban ya las uñas de los pies. Pero de ama­
luego lila hasta quedar rosada, y si Uldarico tam­ necer en amanecer la vida le había quedado con­
bién decidía por fin sumarse al éxodo aquella sería vertida en un pegote de carne amoratada bastante
para él su última alborada en el encumbrado case­ vil y además su cara, espejo de su alma, se veía
río de la sierra. Pero, tantas cosas habían sido pa­ tan afligida como el fuelle de un bandoneón. Cuando
ra él las últimas en su destartalada vida, que ya los clientes se marchaban a dormir, él permanecía
no sentía apego por nada ni experimentaba nostal­ en la tienda dando vueltas por ahí, de la manera
gia de mucho. Hasta en Jamaica cada día trae su más inútil y como a la espera de algo indefinible,
pequeña aurora, del mismo modo como en toda dedicado tan sólo a dar golpes en el aire con un
parte del planeta cada loco arrastra con su puñetero pedazo de lienzo, hasta que veía en el horizonte la
trapo, murmuró: lo importante es observar el asun­ grieta amoratada cuyo alto significado él ya cono­
to sin sentir mucho, cualquier aurora en realidad cía. Entonces se instalaba en la ventana y per­
me da igual. manecía mirando el oráculo durante largo rato, y
Había dicho Jamaica por decir al azar alguna cuando la ranura lila ya no era más una grieta
cosa. Hubiera podido pronunciar en su lugar algo sino un extenso esplendor amarillo, el asunto per­
así como Pensilvania o Angostura. Hacía más de día todo su interés y él cerraba las ventanas y sin
cinco años que la casualidad se había apoderado desvestirse se tumbaba en el camastro, como quien
de sus días, pero a cambio de esto su relación con tira un bulto de garbanzos a que se pudra en una
la aurora en el poblado de la sierra siempre fue bodega vacía. A solas, claro, porque desde hacía
hilo violeta sacado de otro carretel. Desde tiempos varios años Almendra ya no estaba a su lado. Aun­
inmemoriales. De niño, porque madrugaba dema­ que se cuidaba muy bien de no invadir todavía su
siado para echarse al hombro la cantina, camino espacio vacío, aquel rastro dejado por su mujer en

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el lecho como el zarpazo de un arado, de modo que punta del tabaco y a cortarse las uñas de los pies
hacía hasta lo imposible para no sobreponerse a en forma de abanico o de alas de paloma. Si aca­
su sombra ni a su recuerdo, que a decir de paso ya so Almendra se arrepintiera de la mitad de sus
se observaban bastante fríos y de un color fran­ fechorías y se acercara a verlo en el estado en que
camente amoratado. Pensó de nuevo en el papel ahora se encontraba, de seguro que él la perdona­
con la calavera y la osamenta en cruz, aquella hoja ría. Lo olvidaría todo y no preguntaría por nada de
siniestra que había sido adherida a la ventana de aquello que no debiera saber nunca. ¿Para qué
su tienda y escupió en el tablado, donde en el acto preguntar por lo que ya se sabe? Pero estaba se­
se formó una moneda de polvo y espuma. Un día de guro de que en caso de convertirse en realidad su
estos mando a engrasar el piso, papaaá, dijo, como sueño, ella se reiría de él y no pararía de carca­
si le quedara mucho tiempo por delante para em­ jearse a lo largo de varios meses. Y las tetas se le
prender alguna empresa, por insignificante que subirían hasta el cuello y enseguida irían a dar
pudiera parecer ante la aterradora conciencia de contra el mostrador y descenderían casi al piso,
su actual límite. como en sus buenos tiempos, y sus lágrimas mo­
No se había sumado al éxodo todavía, pero algo jarían generosamente las tablas. ¡Ahhh, su Almen­
le decía que no habría de volver a presenciar nun­ dra Pelá, cómo se retorcía de alegría la condenada!
ca aquel amanecer en la sierra ni encima de las ¿Por qué todo aquello le habría de hacer tanta
techumbres del caserío. La neblina helada que lo falta, tal como desde ya mismo lo presentía, si de
arropaba todo, el olor a musgo que chorreaba de antemano sabía que había quedado absolutamen­
la cordillera cercana, el ruido del agua que se que­ te maltratado en el tejido de sus sentim ien tos, con
braba contra las piedras espumantes, cuánto le la jeta abierta y la baba como un hilo de cristales
agradaba a él todo aquello. Como también le agra­ de azúcar extendidos por el piso a lo largo de más
daba observar los sombreros y los capotes de de treinta meses, incluyendo sábados, domingos
monte blancos cuando partían y barajaban lo otro y festivos, horas hábiles y de descanso? ¿Cuál sie­
más blanco que poblaba el aire, paisaje con el cual rra, entonces, cuál aurora y cuál neblina, cuáles
Uldarico entretenía los sorbos de su café en la sombreros y capotes de monte blancos, si tales
mesa que daba contra la baranda, por cuyo aire sensiblerías no correspondían ni de lejos a las de
circulaban las golondrinas y las palomas rumbo un hombre que había quedado muy pronto tirado
al abismo de los días. Parecía demasiado poco el por ahí en la cuneta, a poco más de la mitad del
consuelo, pero a su edad ciertamente era bastante recorrido de su puerca vida? Mejor no pensar en
y al desagradecido ni siquiera un dedal de agua. nada, cuán gratificante más bien ir a revolcarse
Uldarico había empezado a comportarse como por fin en la basura, en el denominado fango de la
un nómada voluntario a los doce años, el desarrai­ sinceridad. La pensadera mata y trae fiebre, la
go se le veía en el entrecejo y ya era hora de echar­ basura jamás, en tal sentido los desechos son
se a rumiar el heno de su alma en algún sitio, así lo más pulcro que flota en el reino. Y encima de
fuera para dedicarse tan sólo a mordisquear la todo la pena sobrepone la parte más oscura de su

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sombra a la luz que suele acumularse en el filo de amerita ser amansado y quebrado de nuevo, como
ios lagrimones, termina por estropear la línea del por los días de la primera vez, hasta dejarlo aplas­
ojo y de paso arruina para siempre el semblante. Y tado y quieto. Y se peinó, dedicado a mirar hacia el
la gente se alegra a mares por causa de semejante vacío y sin esperanza de mucho, tirando de la pei­
miseria. ¡Cómo se divierte, cómo se deleita la gen­ neta como quien desenreda a la brava cabuya color
te al verlo a uno al borde del precipicio!, dijo. Y si ceniza que cuelga de la alambrada. Ahora pare­
no lo empujan entre todos, es por divertirse más cía que se le hubieran orinado en la cabeza mínimo
y más, en el refinado disfrute del tiempo que se tres caballos.
extiende ante el filo del fracaso. Hay que parecer No fue mucha la cerveza que debió malgastar en
siempre alegre entonces, pensó, hay que sacar a el empeño, toda exageración apesta y al final cau­
relucir el pellejo curtido, para no dar pie al perver­ sa daño, pero aquella generosidad pareció abso­
so goce de la masa. La nostalgia que él padecía lutamente eficaz a sus fines. De esta suerte en el
desde niño era una especie de tristeza por causa acto su cabellera de ensortijada y rebelde pasó a
de nada que se le hubiera perdido, una suerte de dócil y plana. La verdad, Uldarico siempre supo
aflicción por la pérdida de lo que no conocía ni de respetar la tradición. Sus hermanas cultivaron la
lo cual pudiera tener antecedentes, pero en cambio costumbre de acicalarse con un brebaje hecho de
la pena por lo concreto era filete arrancado de otro cerveza, café, azúcar y claras de huevo, con todo lo
pem il y algo por completo a otro precio. ¡A la puta cual se hicieron crespos capaces de resplandecer
mierda con los sentimientos!, dijo, pateando el pi­ como pasteles de almíbar en la mañana y que fue­
so y escupiendo encima. Partir o no partir detrás ron famosos al lado de la baranda., bajo las jaulas
de la cola del éxodo, esa era ahora toda la cues­ en movimiento, de tal manera que nadie podría ne­
tión. Y tenia hasta mañana en la noche para empe­ gar que siempre anduvieron demasiado bien pei­
zar a desatar la parte más gruesa del nudo. nadas y arregladas por los vertederos del mundo,
Fue al mostrador y se quedó mirando las últimas en cuyo fango al fin un aciago día se hundieron
botellas de cerveza, algunas de ellas medio vacías. para siempre, como codornices entre la paja po­
Como quien observa fijamente el fondo de un pozo drida. Entonces Uldarico pensó en sus hermanas y
o el enigma de un espejo roto, la punta de un cu­ miró desconfiado al horizonte, cada vez más trans­
chillo o la saliente de un vidrio. Mejor traer aquí a parente. Copas de árboles nogales en la lejanía,
dar vueltas otro bolero, tanto más agradable la haga de cuenta oscuros hongos negros de ramas y
compañía de la incredulidad. Vació un chorrito de hojas, encordados eléctricos, crucetas metálicas
cerveza en el cuenco de la mano y se acarició la en lo alto de los postes carcomidos por la bruma,
cabeza. Aquel agrio brebaje ya no tenía la menor como lienzos salidos de la mano del barbudo Pe-
posibilidad de hacer espuma y en el acto de rubio iáez. El mundo todavía dedicado a dar pedazos
pasó a turbio. Su cabello era crespo de nacimiento, de vueltas sin sentido en el aire fresco, a empu­
pero hacia la m adrugada solía verse bastante jar una vez más el día a continuación de la noche,
más ensortijado de lo usual. Todo pelo al amanecer asunto de nunca acabar. ¡Quiero vomitar!, dijo de

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repente, por decir cualquier cosa. Motivo por el cual ¡ ensaba en ella, últimamente, la única metáfora
no supo si estaba realmente enfermo o más bien S que se le ocurría era la del bacalao en el otro cos­
triste y encima de todo nauseabundo, presa de un 1 tado del frasco de la Emulsión de Scott: siempre
malestar de coyuntura por causa del papel con la ¿ la pobre colgando de su espalda, bastante bo­
calavera en silueta que le había sido arrimada no i quiabierta, atenida a él y semidormida encima del
sabía cómo a su ventana. ¡Ay, papaaá!, exclamó. ¿A j vello de su nuca, prácticamente a la sombra de su
quién podría haber pertenecido en vida semejan- ■ encanecida cabellera. Pero ahora él vivía de ru­
te cráneo, que la imaginación había puesto a cir­ miar híbrida caña nihilista nacional, eso que se
cular ahora por la sierra de semejante manera tan conoce como el día a día de los entusados hundi­
profana? dos en la desesperanza feliz del abandono, moti­
Hay m om entos en que ese extraño anim al * vo por el cual se sentía libre como el viento y ya ni
llamado hombre no logra identificar al fin qué es lo > siquiera la recordaba demasiado a menudo. Sal­
que le sucede, cual es la causa de su erizadera, al vo cuando se le dañaba el dobladillo o se le reven­
punto de que no consigue saber si anda en la aflic­ taba por ahí un botón de la camisa. Aunque, vién­
ción o en la alegría, dijo. Momentos en que el es- . dolo bien, aquellas eran calam idades que él
píritu se deja cautivar por la fascinación que irra- i también había aprendido a resolver por sí mismo
dia del negro vacío. Así que, cosa extraña, Uldarico antes de ir a tumbarse en la cama. Además, había
empezó de pronto a presentir que algo de positivo ; decidido alimentarse por contrato en el restauran­
debía tener todo aquel desarraigo con que ahora • te de un barrigón al que llamaban «recalentao»,
era. amenazado, y que él experimentaba como una 1 quien con su sola figura grasicnta recostada al mar­
especie de aventura tardía con cara de ventaja, co de la puerta contagiaba de prestigio el lugar.
algo muy propio del declive actual de su vida. ¿Qué * ¿De qué le daba miedo, entonces, delante del
había hecho él para merecer de semejante manera dibujo de aquella tostada calavera, si había que­
aquella salutación, tamaño perfume en tufarada ' dado solo en el mundo y no tenía a nadie más a
de la paradoja? Nada. Por supuesto que nada, la quien empujar como a una vaca normanda, a tra­
verdad siempre debe ser dicha, de lo contrario cual- j vés de los tréboles y la alfalfa? De su edad, tal
quier honor cae de rodillas y muy pronto se mar- j vez, cuando mucho. ¡Ahhh, la madurez, la puta
chita. Pero, precisamente de eso y no de otra cosa . vejez, con su carga de reuma y esclerosis! A cierta
se trataba. Quien no hace nada para merecer na­ edad no es justo que el hombre tenga que volver a
da, debe entonces irse acostumbrando a todo. Y de emprender su viaje hacia el vacío, intempesti­
verdad que, en estos términos, Uldarico la tenía vamente, las manos llenas de tumefacciones y el
relativamente fácil. Veamos: alma como de paja, pensó. Y éste era entonces
Su mujer ya no ronroneaba como un felino al ahora su problema: él mismo en su declive. A su
pie de su costillar y, por tanto, si él decidía su­ edad, prácticamente ya hundido en la hondona­
marse al éxodo, no tendría por qué empujarla para da, depositado en sus propias manos nudosas.
ningún lado, como cualquier bulto ciego. Cuando Pero, tal como casi siempre sucede, toda tragedia

m m sm ,1
ItBPOSLICA
AOEM ;i*íf T lin ü O-
viene al mundo adornada de su carisello, a modo conocimiento de que no paraba en ningún sitio y
de complemento: en este caso la inmensa ventaja de que en casi todos los veranos iba a templar a
de su soledad. Veamos otra vez: Estocolmo en compañía de unas amigotas tan chi­
Paola, su tímida hija medio boba de otro tiem­ llonas como aterneradas, a las que él siempre
po, vivía ahora en New York, su cabellera por com­ escuchaba del otro lado de la bocina, como chi­
pleto extendida, desplegada con total desenfado charras en el aire suspendido de agosto. ¿Aquel
sobre la línea de sombra del East River. De modo grupo de chicas era siempre el mismo? No, no lo
que por este concepto Uldarico se sentía recom­ sabía. Ya en el otoño, como los patos, Paola y sus
pensado y sabía que, salvo el altísimo costo de la secuaces abandonaban el círculo ártico para venir
caja funeraria y demás servicios finales, él podría a recalar a Miami, desde donde ella en diciembre
empezar a descender tranquilo al hirviente se­ le enviaba su buena tarjeta, con muchas palabras
pulcro. Inicialmente, ella había emprendido su garabateadas en inglés, de su puño y letra. ¡Debes
viaje a escondidas y hasta el día presente se cui­ aprender a decir aunque sea yes!, le escribía. Y,
daba muy bien de mantener en secreto sus coor­ cuando esto sucedía, Uldarico corría a buscar en
denadas, así como su exacta ubicación en el com­ el fondo del sobre, pero nunca consiguió encontrar
plejo tejido de los paralelogramos del mundo, pero allí un infeliz dólar doblado ni nada que se le pa­
de todas maneras él se las arreglaba para ubicar reciera, algo así como el miserable huevo nidador
a cada instante el lugar donde la muy viva se en­ de la fortuna con que él soñaba. A todas luces, su
contraba encaramada, como una ardilla del Cen­ hija había perdido para siempre lo mejor de sus
tral Park. Según las últimas noticias, se había sentimientos. Esto era lo ñoco o lo mucho, aunque
teñido la cabellera de violeta, su nariz ya no era la demasiado concreto, que él podía ahora concluir
misma de siempre en la sierra y se había manda­ acerca de su hija Paola: que no paraba en ningún
do a hacer la liposucción. Y su timidez de gallineta sitio y que en medio de su trajín había arruinado
había entonces volado a la mierda. Además, ya la parte más noble de sus sentimientos. Ella tam­
casi ni hablaba el castellano. Le daba vergüenza: bién se había convertido en nómada por voluntad
¡Papi, esa lengua tan barata, tienes que hacer un propia, y con sensiblerías colgando de la espalda
esfuerzo!, decía. Y cuando ella se atrevía a opi­ era muy difícil posar de tránsfuga y al mismo tiempo
nar de esta vil manera, por lo general cada año y pasársela bien por los andurriales del mundo. La
siempre agarrada de la otra punta del teléfono, nostalgia de los lugares, eso fue algo de lo que ella
desde cualquier cabina de Berlín o de Tokio, él cla­ jamás quiso siquiera hablar. ¿Nostalgia, eso qué
vaba sus ojos en el piso y no encontraba nada más putas es? ¿Eso con qué tenedor se come o qué,
qué decir, pues en el acto se sentía presa de sen­ papiiií?, decía. ¡Ahhh, la diabla de la Paola se de­
timientos ambivalentes. En definitiva, Uldarico fendía de esta manera de su lado débil desde la
no sabía muy bien lo que ella hacía ahora con la otra orilla del Hudson! Para ella, el mundo era tan
flor de su vida, ni cuántos pétalos le quedaban in­ sólo un inmenso no lugar, algo así como un espacio
tactos en medio del fragor del combate, pero tenía infinito e indefinido que le había sido dado para

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flotar en él con extrema levedad, una miel p a ra* n0 tenía conocimiento de mucho más. Por este lado,
sorber hasta agotarla. ¿Pero, en qué exactasá pues, Uldarico también se sentía libre como el
.-isj
diabluras andaba metida ahora la niña de sus| viento, y podía emprender el éxodo en caso de ser
ojos? Uldarico no lo sabía y prefería no pensar enl necesario.
nada. Sin embargo, a fuerza de no querer pensar! Finalmente, para darle la vuelta completa al
en lo peor, casi que de rebote lo adivinaba todo. 4 círculo familiar, Uldarico pensó en su bacalao,
¡Allá ella con su pellejo de seda y sus picaduras de ! aquello que el destino le había dado por mujer y
garrapata! * cuya sombra grasienta todavía colgaba de su
Y de su otro hijo -para continuar con la familia-, , espalda. Su Alm endra Pelá, alias Tetasclaras,
a quien todo el mundo conocía ahora como El- quien había tenido el valor suficiente como para
Melenas, sabía bastante menos. Había huido de • canjearlo por un joyero que hacía el oficio de ca­
casa, como papá en su época, al cumplir apenas ; charrero superior a lo largo de los caminos, y que
doce años, edad en que suele incrementarse en ‘ andaba ataviado de oro hasta el pescuezo. Y eso
los adolescentes el pavor a los sermones, en cuan- j era todo. De modo que ante el papel con la cala­
to encima de la cantaleta casi siempre llueven las j vera y los huesos en cruz, aquella soledad, de
estrellas del fiero látigo. El joven había tomado i la que a veces se quejaba como quien se lamenta
rumbo a las colonias de Alaska, según se comen­ del reumatismo, se había convertido para él en
tó días más tarde, donde al final terminó por es- ' una especie de fortaleza. ¿Con qué pata hubiera
fumarse. Diez años después Uldarico tuvo noti- tenido que bailar aquel bolero que la vida había
cias de que El Melenas andaba de guitarrista, al decidido hacer girar para él, tan tardíamente, si
lado de la fama de un imitador de Carlos Gardel todavía tuviera a su Almendra como cualquier
que circulaba por las veredas y que se hacía malacopterigio adherido a su espalda y a sus
acompañar de una extraña dama de pitillera, a muchachos menores chupando tetero como unas
la que por sus chillidos nocturnos apodaban La 1 cabras? En estas circunstancias, la soledad se
Gata, cuya devoción por él consistía en estarle ’ convertía para él en una suerte de blindaje que
cepillando a toda hora el ala de su sombrero. Se- - el azar le había por fin regalado como un don ines­
gún las informaciones más confiables, muy pro- ; perado.
bablemente su hijo vivía ahora por lofs farallones 1 Así que estaba por fin solo en el mundo, y él
de Umbría, la tierra donde a toda hora atardece, ; empezaba a sentir que la amenaza de muerte que
bajo la protección de los negros nevados, y según \ acababa de recibir hasta le sentaba bien. Si huía,
las malas lenguas había perdido ya una pierna, | habría de dejar atrás la tienda con todos sus pe­
con su rodilla completa, tendones y demás acce- - 1 sados recuerdos y podría comenzar a vivir a ple­
sorios, por causa de una mina quiebrapatas que \ nitud una nueva vida. ¿Por qué no? ¡Ahhh, gracias,
tropezó un día que huía raudo por el camino de j bandidos -dijo-, hacía mis buenos años que no
Jericó. Le debía hasta al diablo, y el diablo suele f me sucedía nada tan positivo! Vendrá la noche y
ser el peor acreedor. Y, adicional a esta calamidad, d ya veremos qué diablos hacer, concluyó.

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II que se habían quedado flirteando con una chica de
las afueras y que además de jarras traían ma­
Pero cayó la noche y el ya veremos se convirtió * chetes, chicos a quienes no les faltó uno que otro
en un ya lo estoy viendo todo, hombre, papaaá, 11 pescuezo para poner a prueba el filo de sus alma­
escuchen ustedes el traqueteo de la quemazón,.® radas y echar así a rodar por el suelo, de la manera
observen la humareda que asciende del holocaus- S más ejemplarizante, cuatro o cinco cabezas al azar.
to, dijo Uldarico. La muerte existe, caramba, eso® Las cabezas arrancadas de sus troncos son nece­
no se discute. No sólo la muerte natural sino la » sarias para hablar todavía más claro y contunden­
otra, la inhumana, aquella que sacia con creces la j l te de lo apenas justo, por lo que forman parte subs­
sed extrema. La sangre mucho más, no es sino J l tancial de la racionalidad de que se rodea la vio­
olería, su evidencia anonada. La bestia humana \ lencia expresiva. Estaba anocheciendo, una hora
juzga que la muerte y la sangre son siempre epi- i mucho más que ideal para la matanza. Y una vez
sodios para el castigo del prójimo, ungüentos í hicieron lo básico y después de cortar las cabezas
atribulóles a otros, con el propio pellejo nunca ja- j que vieron a la mano y que consideraron suficien­
más nada. Pero resulta que al fin un buen día al­ tes, corrieron a dañar las líneas telefónicas y de
guna de estas dos grandes comadres se mete a paso le pusieron una bomba a la planta eléctrica
fondo con uno, le caga toda su mierda en el corazón l que alimentaba el hospital. ¿Era necesario expre­
y con los días uno se pudre porque se pudre. ¿Quién, sarse todavía más claro? Bueno, quizá, puesto
ante la muerte y la sangre, no se pudre más tem- ; que la claridad y la contundencia jamás sobran.
nrano aue tarde? = Pero, aún así, el esplendor de la noche resultó en-
A i
Así que primero aparecieron piquetes de frené- J ceguecedor. Y a poco después los frenéticos se jun­
ticos por la esquina de la farmacia y empezaron a J taron para lanzar extraños chillidos en la terraza
lanzar los cilindros a la topa tolondra. ¡Ayyy, de del café, los mismos que habían brotado por las
nuevo la zarpa del azar, su frenesí! ¡Booommm! Ve „ diferentes esquinas después de rasquetear las
nían como de fiesta y además de cilindros traían J calles, una que otra vida por allí perdida, ya do­
jarras para echar allí la sangre de refresco, porque j blada como una cebolla, una que otra existencia a
durante el verano el calor resultaba insoportable j la deriva, los ojos colgando de sus órbitas, el fue­
en la sierra y los frenéticos andaban con la lengua | go encima de la corcova de los difuntos dedicado a
afuera y como ahogados, un diamante de carbón | purificar la matanza.
ardiente al pie de la glotis. Sangre con cerveza, eso ¡ Estaban muriendo quienes no habían huido adhe­
era todo, en realidad mucho más que bastante, aun- j ridos a la cola del éxodo, quienes habían hecho caso
que en ocasiones algunos le rociaban al menú una I omiso de las advertencias y se habían comportado
pinta de pólvora, a modo de pimienta. i como unos pobres incrédulos, precisamente aque­
Los techos comenzaron muy pronto a volar por el | llos que inexplicablemente dijeron: hay tiempo to­
aire y abajo de ellos se formó una bola de fuego que 1 davía de bailar el bolero, ya veremos lo poco o mucho
en el acto lo mordió todo. Al rato aparecieron otros ¡ que pasa, caramba, mañana será otro día, si acaso

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me voy para dónde pego, papaaá, cosas de esti sonar los primeros bombazos corrió despavorido
tenor. ¡Ahhh, ei eterno costo de la duda! Mientra! hacia el otro costado, por puro instinto, y de paso
tanto, algunos de los frenéticos fueron a la iglesia^ r un jardín florido desembocó en el cementerio
bebieron otra vez de sus jarras y desde el atrio se." Y se coló entre las rejas, para ir a doblarse al lado
entregaron al frenesí de disparar contra el aura! de una lápida y bajo la maleza, como quien se
que brotaba del copón, sin siquiera chamuscar las. aquieta piando al calor de la pollera de su madre
barbas del buen dios, aquellos pelos blancos que que escarba acurrucada. La metáfora no resulta­
parecían hervir en el fondo del vino, haga de cuenta I da demasiado alentadora para un hombre de su
alambres despuntando de la roja tierra pantanosa.! edad y de su ñero talante, pero en este caso pareció
Uldarico terminó por refugiarse en el cemente­ que valiera y de qué modo. Muy pocos siguieron
rio, otra vez gracias a la generosidad del azar y la detrás de su ejemplo, pues ya en el mundo no
casualidad, extraña mezcla a la que tanto debía ;1 quedan personas para las cuales la mordedura de
últimamente. Y entre la hierba y la cal de los muer- í un perro se cura con hilos arrancados a la cabe­
tos se sintió mucho más cómodo, pues ni al m á sj llera del mismo perro. Así que los demás tomaron
ingenioso de los frenéticos se le habría ocurrido ir raudos por el cañón de una chorrera de aguas
a visitar algún día a su podrida madre a semejante 1 cristalinas cuyas riberas se veían sembradas de
lugar de pestilencia y alacranes, donde tampoco heliconias, pero al rato se escuchó cuando eran
escaseaba el peluche de las tarántulas. La muerte abaleados por otro piquete de frenéticos, compues­
se rodea de sus propios héroes y símbolos, esto to por aprendices adolescentes al mando de un
hav— aue
j. saberlo a tiemoo.
± Y se sintió seguro
O y
J jefe sodomita, grupo que bajaba cantando y hacien­
hasta eufórico, oculto entre las tumbas, escuchan­ do sonar sus jarras de lata, las unas contra las
do sonar piedras y huesos allá abajo, al pie de sus otras, como sordos timbales. El agua de la fuente
botas, pues jamás la muerte visita a la otra muerte duró roja varios días, a pesar del tamaño de las
que ya se ha cumplido, algo por demás redundan­ jarras. En mi país, dijo Uldarico a los días sin dejar
te, inútil y de absoluto mal gusto. La estratage­ de mirar el infinito, parece que la gente tiene dema­
ma le había dado hasta ahora un buen resultado, siada sangre para la ofrenda, mucho más de la que
precisamente porque no era una real estratagema pudiera considerarse justa y necesaria.
sino el derivado sin causa de una simple casuali­ Iban siendo las ocho de la noche cuando sonó el
dad del destino. En efecto, en lugar de huir, como clac-clac del primer helicóptero, que muy rápido
era su deber al menos consigo mismo, Uldarico se empezó a trazar círculos en el aire. Pasó muy ba­
dedicó a malgastar el escaso tiempo de aquel día jito, rasante, de modo que la fuerza de la hélice
pensando sin resultado alguno dónde diablos casi le chupó el pelo, que de no ser por lo ensortija­
refugiarse si la cosa empeoraba, pero a pesar del do de su textura habría terminado absorbido cual
esfuerzo nada serio y de peso se le ocurría. hojarasca seca. Debía tratarse de un aparato blin­
Sin embargo, tal fue su falta de claro tejido ra­ dado, pues los plomazos que subían de la tierra
cional, que en el momento en que empezaron a sonaban en el fuselaje como pedradas. Entonces

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Uldarico se deslizó, salamandra meada, en u n g j el privilegio de la sangre caliente, de modo que
tumba recién desocupada y esperó allí el desenJj diera aparecer titilando en la pantalla de su com-
lace. Mejor lugar, imposible. Luego pasó otro helij* mitador. Y lo que en aquella cordillera se movía era
cóptero, que a diferencia del primero empezó ail todo, y todo en el lugar y a varios kilómetros a la
trazar elipses, y al rato se produjo el apoyo aéreo» redonda tenía sangre caliente, salvo las serpientes,
más nutrido. El cielo se vio negro allá arriba y lalf las arañas y las salamandras.
tierra se puso roja y era posible olfatear el va p o r» De pronto el fuego y la ceniza se tomaron serenos,
de la ceniza. De pronto escuchó a lo lejos otra clase-9 decrecientes, por lo que el viento empezó a soplar
de ruido y le pareció que debía ser el avión fantas-jl de nuevo casi fresco. Pero, aun así, Uldarico per­
ma. ¡No faltaba sino el tal espectro volador!, dijo J l .... maneció en su escondite hasta el amanecer, a veces
Y la cosa se puso de inmediato bastante más ur-¡| de cúbito dorsal en la providencial tumba deso­
gente y los alaridos se tornaron generales, ante laJl cupada, en ocasiones canturreando sentado en un
imagen del espíritu artillado que daba vueltas de a montículo de escombros y huesos anónimos, como
loco invidente en el cielo. 3 si estuviera empeñado en replicar la figura de El
Cuando interviene la aviación todo hay queJi Pensador, en homenaje a un tal Rodin, de cuyo
terminarlo más rápido. Así que cinco minutos m á s jj nombre él jamás tuvo noticia. De vez en cuando se
tarde empezó la desbandada de los feroces y el 3 metía una espiga a la boca, para poder observar
fuego cruzado fue amainando hasta convertirse f§ las estrellas e identificar las constelaciones, pero
sólo en candela de francotiradores que se limita-11 cuando pensó que aquellas pajas se habían ali­
ban a cubrir la veloz retirada. Pero a medida que ; mentado con seguridad de semejante carne en polvo
decrecía el tartamudeo de las armas se hizo más 1 de cementerio, empezó a escupir entre la maleza
intensa la llamarada de los incendios. Palestina t hasta que sintió que los ojos se le pusieron ama­
estaba en llamas. Pero en el cementerio nada ha- *¡ rillos. Entonces concluyó que ya era hora de aban­
bía sido siquiera tocado levemente, el aire se con- é donar el lugar, donde había sido tan fugazmente
servaba fresco y las flores de las tumbas estaban ■ feliz y se había sentido tan seguro de no estar to­
intactas y se mecían serenamente con el viento. davía muerto, para retornar de nuevo a casa. Pe­
¿Qué se podría quemar en un cementerio, salvo é ro, ¿qué diablos había sucedido al fin con su tienda,
las cruces de madera? Bueno, Uldarico había I entonces? Pues bastante, papaaá, puesto que el
* .-1 demonio en persona se la había devorado enterita,*
elegido demasiado bien su escondite y el triquitra- 1
que ya estaba pasando. después de haberla lamido durante varias horas
Después de la media noche no se vio a nadie s con su ensortijada lengua de fuego. Por lo que se
más por los alrededores, los helicópteros se mar- : encontraba ya reducida a blancas cenizas.
charon hacia el oeste y el avión fantasma se internó j
definitivamente rumbo a la parte más elevada de ; III
la cordillera, donde comenzó a dar largas vueltas ; Uldarico asoma ahora su nariz por el roto de la
y a disparar a todo lo que se moviera y ostentara j tela asfáltica y olfatea el paisaje, como un dálmata.

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Ha llovido durante toda la noche y el piso está hecho; mientras ellos se frotan las manos y echan vaho
fango. A su lado se levantan otros cambuches y en 1 ñor Ia boca, haga de cuenta bagres. No ha vuelto a
la lejanía asciende al cielo la poderosa sombra de saber nada de su Paola, mucho menos de su hijo
los edificios del centro de la ciudad, aplastante man­ gl Melenas, aquella pareja de desagradecidos a
cha color petróleo. Desde aquella ranura no es quienes lentamente empieza a olvidar, como él
posible observar la sierra, pero en cambio es viable juzga que bien se lo merecen. La sierra quedó arra­
imaginarla con gran viveza. Amanece y no cesa de sada y es mejor que Paola no sepa nunca nada de
lloviznar sobre el lodo, que hace burbujas. Durante nada acerca de aquello, pues de lo contrario él
toda la noche unos aparecidos de rostros negros tendría que humillar la cabeza y doblegarse de
estuvieron clavando postes y extendiendo tejas plás­ nuevo ante ella y sus poderosas razones. Le echa­
ticas sobre escombros de madera. Hicieron sonar ría la culpa de todo y hasta dejaría de escribirle.
con escándalo un radio, hasta el amanecer, y de ¡Eso te pasa por imbécil, papi!, le diría con toda
vez en cuando tomaron café que sacaron a chorritos autoridad la exboba de hace apenas unos cuan­
de una marmita. Uldarico no pegó los ojos más allá tos años. Pero Uldarico no estaba en condiciones
de las dos de la madrugada y sus huesos estuvie­ de escuchar otro reproche más en su vida.
ron siempre helados, por lo que ya hacia la albo­ De vez en cuando alguien llega al trote hasta su
rada los sintió quebradizos y como hechos de arena cambuche con la noticia de nuevas matanzas y de
y cal. El lugar se veía rodeado de alambradas, en otros incendios todavía más esplendorosos y
cuyas púas se estuvieron enredando y punzando eficaces en Palestina. Entonces Uldarico levanta
camisas ^ v calzones húmedos a lo Igrcm --- día Pe-
o “del 1^,o Vi/-\r>-»‘K -rr*c tyt V i o r>r\r\ I n q 1 oV \ír\c n n a m n p r a
liVlilUi uO 11U.W '-
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.a. ivO ÍW.W1VW 4XJ.biVVM.

ro al caer la tarde la ropa fue recogida y guardada enigmática, bastante parecida a aquella que en
en cajas de cartón, en el estado en que estuviera. el crepúsculo despide la monalisa en el invierno
Suenan ahora algunas ollas, las unas codeándose de enero contra los muros del museo donde desde
con las otras, y el olor del café hirviente comienza hace varios siglos fue hecha prisionera. Por esa
a generalizarse y a colarse por las ranuras. Más razón y ante su rostro entre nihilista y descarado,
café negro y un pocilio de arroz hacia el medio día'. últimamente nadie le ha vuelto a confiar mucho
ÍÉÍBiÍ¡ÍÍS®¡si3ISite|g^

Y los domingos un poco de lentejas y judías secas. de nada, pero él se las arregla para no ser sacado
Hace ya cuatro meses que Uldarico decidió aga­ del corrillo del barrio, cuyo parloteo escucha de
rrarse del último pelo de la cola del éxodo, cuando lejos como un trigo volátil de vida o muerte. La
su tienda quedó reducida a polvo y nadie permane­ gente espera de la noticia escabrosa una respues­
ció en la sierra para ofrecerle siquiera los buenos ta aún más escandalosa, pero Uldarico ha apren­
días. Con el paso de las semanas ha quedado dido a permanecer congelado ante lo peor, como si
convertido en un experto en el oficio de echar gra­ nada, siempre riendo de para adentro y a veces de
sa y sacar brillo a los zapatos, hasta dejarlos co­ medio lado, poniendo a prueba todo el prestigio de
mo nuevos. Y ya tiene asegurada una pequeña su perfil ejemplarizante. Ha decidido nunca más
clientela de oficinistas a quienes él engrasa y brilla hablar, eso para qué, en un lugar donde todo el
Al
,;':1
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mundo cantaletea por todo y hace escándalo p, S é PARADO d e m i r a z ó n d e s er
nada, a toda hora a menos de un palmo de su rosJj
tro, boca con boca, pues ahora el horizonte term in j
en la punta de su nariz. En el barrio le dicen e®
loco Ulda pero él no se siente por ello del todo mal‘3 Y a sin u estra s búsquedas, nuestros
tratado. Vive una vida independiente y muy pocos] proyectos o trabajos nos quitan de verlos
se meten con él, porque cuando le preguntan poá rostros que luego se nos aparecen como
una cosa él les sale con otra, su mirada hábilmen-i los verdaderos mensajeros de aquello
te desparramada en el infinito, que hierve sereno mismo que buscábamos, siendo a la vez,
ellos, las personas a quienes nosotros
adentro de sus ojos. Esta misma mirada la conoció-:
debiéram os haber acom pañado o
él en alguna película de su niñez y ahora la ha ]
protegido.
comenzado a explotar en su favor. Pero antes del
ponerla en práctica la estuvo ensayando hasta* Ernesto Sábato. La resistencia
perfeccionarla, valiéndose de un espejito de mano]
que logró sacar con vida de la sierra. |
Uldarico se siente tranquilo en esta nueva ver- j
sión de su vida, porque ya no espera nada de nada., j
Tiene su clientela diaria asegurada en la banca j
del parque de Las Nieves y a su disposición un es- i Ahí está de nuevo, se acerca, me presiona las
cupidero amplio y sereno en el prado, al lado de la \ costillas y sube hasta la garganta donde se queda
estatua de Santander, cuyo rostro a veces mira de un rato. Entonces viene lo más duro, lo más difícil
una manera que parece irreverente. Durante el de todo: hacer que el dolor baje por el pecho para
último mes ha sentido mucha tos pero él se ha ] que no salga por los ojos. Y ahí es cuando la gente
comprado un jarabe de cera de abejas que lo ha j confunde la irritación de mis vistas con los efectos
puesto de nuevo a respirar. Mira la caja de madera, de un baretazo. Pero no los contradigo, porque se­
con el águila en la proa, y decide salir rumbo al ría más vergonzoso confesar que son simplemente
trabajo. El domingo irá a la chorrera a bañarse. De ; unas ganas muy verracas de llorar... La gente ya
nuevo la soledad se ha convertido en su aliada, en empieza a salir del teatro. Hay que, aprovechar y
su no muy prolongado hasta ahora tránsito por el caerle a alguien, antes de que se arme más albo­
puñetero camino del mundo, cuyo fin él mismo ni roto. Es todo un arte eso de saber con un reojo ra­
siquiera imagina. pidísimo quién está dispuesto a la limosna. Es un
arte, porque si uno se equivoca de gesto se arries­
Fernando Cruz Kronfly ga al insulto o a los golpes. Ya me ha pasado. El
Agosto de 2000 tipo elegante y bien vestido que resulta ser una
bestia. O el muchacho que esgrime su arma sin
darle a uno la oportunidad de nada. Por eso, lo más

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