Professional Documents
Culture Documents
Lectura Frecuente
La Sagrada Escritura es como la llave de oro que nos abre el corazón de San Agustín.
«Sean tus Escrituras -confiesa- mis castas delicias: ni me engañe en ellas ni con ellas
engañe». Todo un programa de vida en permanente servicio de amor, a cuyo protagonista
cabría aplicarle las palabras de San Pablo a Timoteo: «Desde niño conoces las Sagradas
Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación» (2Tm 3,15), y de cuyo
ministerio podríamos decir lo que el Vaticano II de la Tradición, que «da a conocer a la
Iglesia el canon de los Libros sagrados y hace que los comprendan cada vez mejor y los
mantengan siempre activos. Así... el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio
resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la
verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo» (cf. Col 3, 16).
Desde su ordenación hasta su muerte, en efecto, vivió acogido al amor de la Divina
Palabra. Dispensarla, fue la más importante de sus actividades; estudiarla, el más urgente
de sus deberes. Funciones una y otra de un ministerio siempre al servicio del Verbo, no
sólo en la predicación, sino también en el estudio, y dialogando, y discutiendo, y
meditando y escribiendo. Sirvió a la Palabra de Dios sirviéndola, de presbítero y de obispo,
en privado y en público, como catequista, orador, liturgista, escritor y salmista redivivo. En
las reflexiones que siguen me atendré a su oficio de predicador.
Ministro de la Palabra
Una vez presbítero de la comunidad hiponense (a. 391), solicita de su obispo Valerio
tiempo hábil, por lo menos hasta Pascua, «para meditar las divinas Escrituras», en cuyos
salubérrimos consejos espera estar para entonces, o tal vez antes, instruido. Se le alcanza
ya sin dificultad que debe estudiarlas y dedicarse a la oración y a la lectura, pues los
hechos le han enseñado qué necesita un hombre para distribuir el sacramento y la Palabra
de Dios, pero aún desconoce cómo administrar tales misterios buscando la salvación de
los otros antes que el propio beneficio. «¿Cómo conseguir eso, se pregunta, sino pidiendo,
llamando y buscando, es decir, orando, leyendo y llorando, como el mismo Señor
preceptuó?» Vive hasta el episcopado (395), pues, «meditando día y noche la divina ley»
y comunicándosela generoso al monasterio del huerto, en cuya comunidad ha de
encontrar, cuando ciña la mitra, eficaces colaboradores de la Iglesia local y, andando el
tiempo, fecundo plantel de sacerdotes. San Posidio atribuye tan prodigioso desarrollo a la
madurez bíblica del grupo y al ejemplar magisterio del joven monje, llamado pronto a
«edificar la Iglesia del Señor con la palabra de Dios y la recta doctrina».