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Con este análisis intenta demostrar Perec que incluso en el free jazz la libertad
no está exenta de coerciones, mas lo importante de dicho género es su capacidad
de construir un nuevo lenguaje a partir de su propia tradición. Italo Calvino
comparte esta idea, sobre todo a partir de Las cosmicómicas (1965), cuando su
obra se orienta hacia la creación de un orden mental tan sólido y complejo que
contenga en sí mismo el desorden del mundo, que tienda a establecer un método
tan sutil y dúctil que sea el equivalente de la ausencia de armonía. Si la literatura
llegó a ser para el autor un medio para guiar los procesos históricos, en esta
segunda etapa creativa busca generar relatos cristalinos, de talla exacta y con
capacidad de refractar la luz. Pero esa renovación formal, a diferencia de otros
escritores vanguardistas, se orienta a la recuperación de temáticas italianas en
desuso, caracterizadas -de Dante a Galileo- por concebir la obra como un mapa
del mundo y de lo cognoscible, por un deseo de conocimiento teológico,
especulativo, brujeril, enciclopédico, filosófico o de observación visionaria.
...¿es la ciencia un conocimiento, sirve para conocer? dado que se trata (en
este artículo) de matemática, ¿qué es lo que se conoce en matemática?
Precisamente: nada. Y no hay nada que conocer. No conocemos el punto, el
número, el grupo, el conjunto, la función, más de lo que conocemos el electrón,
la vida, el comportamiento humano...Todo lo que conocemos es un método
aceptado (consentido) como verdadero por la comunidad de científicos... Pero
este método es también un juego, más exactamente lo que se llama un jeuì
d'espirit (Calvino, 1992: 258).
Es probable que estas nociones le permitan a Calvino desarrollar una idea que
ya rondaba en su mente cuando escribió El Barón rampante (1957): su
escepticismo, unido a su infinita curiosidad por el saber humano, lo lleva a
interpretar el mundo como multiplicidad, como totalidad potencial y conjetural.
Pero, al mismo tiempo, esa idea de mundo lo estimula a crear una literatura
caracterizada por el orden mental, la exactitud y la inteligencia, donde las
coacciones autoimpuestas le permitan disolver la «personalidad» del escritor en
el proceso creativo, lo que no evita los espasmos de un yo inmerso en un tiempo
histórico, su reacción, su hilaridad convulsa y una rabia capaz de hacerle
golpear su cabeza contra la pared.
El texto sugiere la idea de que cuanto más se avanza en la reflexión sobre las
distintas capas que forman al yo-autor, mejor se comprende que muchas de esas
capas no pertenecen al individuo-autor, de tal forma que el punto de partida de
la cadena, el verdadero primer sujeto de la escritura, aparece cada vez más
distante, más disperso, más confuso, como si se tratara de un yo-fantasma, un
lugar vacío, una ausencia. Así, las figuras narrativas prestan forma al autor de Si
una noche de invierno un viajero (Italo Calvino), quien se incluye al inicio
del propio relato. Al mismo tiempo, la lectora Ludmilla comprende que poco
tiene que ver la persona del autor con el papel del autor, y que las novelas «se
hacen», por decirlo de alguna manera, a sí mismas: como un naranjo hace
naranjas. Por otro lado, la búsqueda constante de los libros conduce a la
confirmación de que no existen originales sino únicamente sus rastros, que sólo
existen lecturas y no textos, que no hay ficciones a los que se opone un mundo
real. Finalmente se llega a la conclusión de que el libro vive en el instante en
que es leído. Por ello el escritor, que se extingue a sí mismo como autor, busca
entrar en el circuito de los lectores para convertirse en una fuerza estética capaz
de dar cauce al proceso de apertura al mundo.
Por otro lado, Habermas parece desconocer los estudios sobre la recepción
literaria que analizan la dimensión social de competencia de toda recepción, así
como la creación de significados en la lectura, pues a fin de cuentas el lector
ideal no es el lector empírico, sino un conjunto de condiciones establecidas en
el texto que deben satisfacerse para que el contenido potencial se actualice de
manera plena, como sugiere Umberto Eco. El autor de El pensamiento
postmetafísico elude este aspecto cuando supone que a la soberanía del autor
no escapa nadie. ¿Mas no es acaso el lector quien cubre los elementos no dichos,
a partir de una estrategia textual que si bien orienta la lectura la deja abierta a
interpretaciones legitimadas? Dice Calvino que le gustaría deshacerse de las
historias que lleva a cuestas, pero es consciente de la dificultad de despojarse
de ellas: «en realidad, estaba establecido que pasase por aquí sin dejar rastro;
y en cambio cada minuto que paso aquí dejo rastro: dejo rastro si no hablo con
nadie pues me califico como uno que no quiere abrir la boca; dejo rastro si
hablo pues toda palabra dicha es una palabra que queda y puede volver a
aparecer a continuación, con comillas o sin comillas. Quizá por esto el autor
acumula suposición tras suposición en largos párrafos sin diálogos, un espesor
de plomo denso y opaco en el cual yo pueda pasar inadvertido». (Calvino,
1984: 116).
El lector se acerca al universo creado por el autor y tiene acceso a una cierta
visión del mundo que puede ser aceptada o rechazada. Cuando Calvino sostiene
que el libro vive en el instante en que es leído, no sólo sigue una lógica formal,
también motiva al lector a cavilar sobre la recepción literaria. Este último puede
rehusar o admitir la metáfora, pero cualquier decisión que tome implicará una
relación entre el material fantástico y sus concepciones particulares; es decir,
implicará un diálogo con el autor, más allá de la lectura de los actos ilocutivos
entre los personajes, porque la novela también habla de algo en el mundo.
Con estas novelas se puede mostrar que, mientras otros escritores recurren a la
vaguedad, a la casualidad y a la pérdida de forma en la literatura para
representar lo azaroso de la existencia, Italo Calvino, por el contrario, busca
generar relatos basados en la precisión y en la exactitud, como respuesta al
pandemónium del universo. La aplicación de restricciones que el propio escritor
se impone constituye un reto para salir de los hábitos de la imaginación y para
abrir caminos inéditos al mundo no escrito, debido a que el juego combinatorio
potencia la creación de universos posibles. Mas esto sólo tiene lugar si se
entiende a la literatura no como mimesis, sino como construcción, de tal manera
que las coacciones devengan apertura hacia lo desconocido, lo que no significa
eludir la realidad caótica que vivimos, sino rechazar la visión directa para dar
sitio a lo nuevo. Por eso en sus seis propuestas para el próximo milenio, Calvino
elige a la levedad como una de las cualidades de la literatura que es necesario
preservar para no quedar petrificado con la mirada inexorable de la Gorgona.
Como él mismo señala: «Si quisiera escoger un símbolo propicio para
asomarnos al nuevo milenio, optaría por éste: el ágil, repentino salto del poeta
filósofo que se alza sobre la pesadez del mundo, demostrando que su gravedad
contiene el secreto de la levedad, mientras que lo que muchos consideran la
vitalidad de los tiempos, ruidosa, agresiva, piafante y atronadora, pertenece al
reino de la muerte, como un cementerio de automóviles
herrumbrosos» (Calvino, 1988: 24).
Bibliografía utilizada