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EL JOVEN

RICO
Mientras me encontraba en
Monterrey, Míchigan, el 8 de
octubre de 1854 se me mostró
en visión que la condición
de muchos observadores del
sábado era como la del joven
rico que acudió a Jesús para
averiguar lo que debía hacer a
fin de heredar la vida eterna.
“Jesús le dijo: Si quieres
ser perfecto, anda, vende lo
que tienes y dalo a los
pobres, y tendrás tesoro en
el Cielo; y ven y sígueme.
Oyendo el joven esta
palabra, se fue triste,
porque tenía muchas
posesiones”
(Mat. 19:16–26).
“Entonces Jesús dijo a sus
discípulos. De cierto os
digo, que difícilmente
entrará un rico en el
Reino de los Cielos. Otra
vez os digo, que es más
fácil pasar un camello por
el ojo de una aguja, que
entrar un rico en el Reino
de Dios” (Mat. 19:16–26).
En esta referencia directa
señaló cuál era su ídolo. Su
amor a las riquezas era
supremo, por lo tanto, era
imposible que él amara a Dios
de todo corazón, con toda el
alma y con toda la mente. Y
ese amor supremo por sus
riquezas cerró sus ojos a las
necesidades de sus
semejantes.
Su corazón estaba con su tesoro. Fue absorbido por sus posesiones
terrenas. Amaba sus posesiones más que a Dios, más que al tesoro
celestial. Escuchó las condiciones de boca de Jesús. Si vendiera sus
bienes y diera el producto a los pobres, tendría tesoro en el Cielo.
Esa era una prueba para establecer cuánto más apreciaba la vida
eterna que las riquezas. ¿Se aferró él a la posibilidad de recibir la
vida eterna? ¿Luchó sinceramente por remover el obstáculo que se
encontraba en el camino que debía recorrer para tener un tesoro en
el Cielo? Oh, no; en cambio, “se fue triste, porque tenía muchas
posesiones”.
Jesús dijo: “Para los hombres
esto es imposible; mas para Dios
todo es posible” (Mat. 19:26). El
ángel dijo: “¿Permitirá Dios a
los ricos quedarse con sus
riquezas y al mismo tiempo
entrar en el Reino de Dios?”
Otro ángel contestó: “No,
nunca”.
Vi que el plan de Dios es que esas riquezas se utilicen
debidamente, que se distribuyan para bendición de los
necesitados y para hacer avanzar la obra de Dios. Si los
hombres aman sus riquezas más de lo que aman a sus
semejantes, más de lo que aman a Dios o a las verdades de su
Palabra, si sus corazones están con sus riquezas, no podrán
tener vida eterna.
Mediante el amor es en adelante
inducido a proveer recursos para
la causa de Dios. Experimenta un
placer supremo al disponer
correctamente de los bienes del
Señor. Predomina el amor a Dios
y a sus semejantes, y todo lo que
tiene no lo considera suyo propio,
sino que cumple fielmente su
deber como mayordomo de Dios.
“Y cualquiera que haya
dejado casas, o hermanos, o
hermanas, o padre, o
madre, o mujer, o hijos, o
tierras, por mi nombre,
recibirá cien veces más, y
heredará la vida eterna.
Pero muchos primeros
serán postreros, y postreros,
primeros”
(Mat. 19:29–30). […]
Dios ha obrado en ciertas personas
acaudaladas, y las ha traído a la
verdad a fin de que a medida que la
obra crece, sean suplidas las
necesidades de la causa. Muchos
recursos han ingresado en las filas de
los observadores del sábado, y vi que
actualmente Dios no exige las casas
que la gente necesita para vivir, a
menos que se quieran cambiar casas
costosas por otras más económicas.
Algunos dan de su abundancia, pero no les falta nada. No se niegan
especialmente de ninguna cosa por la causa de Cristo. Todavía tienen
todo lo que el corazón puede desear. Dan liberalmente y de corazón.
Dios los observa, y conoce y percibe con exactitud sus acciones y
motivos. Ellos no perderán su recompensa. Los que no pueden dar
con tanta liberalidad, no deben excusarse porque no pueden hacer
tanto como otros. Hagan lo que puedan. Prívense de algunas cosas
que no son indispensables y sacrificaos por la causa de Dios.

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