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ARTE MODERNO MEXICANO

1810 -------------------------------------------------------------------------------------------1910

ARTISTAS VIAJEROS
LINATI, RUGENDAS, D´ALVIMAR, EGERTON

Clacisismo, naturalismo, art noveau Simbolismo, sintetismo, impresionismo,


puntillismo expresionismo
ROMANTICISMO
Pintura Académica

En nuestro siglo romántico la pintura vino a ser la


expresión de mayor categoría, por su calidad y las
obras que produjo. La pintura académica tuvo
cierto carácter especial y algunos temas novedosos
en que se inicia un mexicanismo. Los temas de
historia cobran importancia y se renueva la pintura
mural, primero con asuntos tradicionales y
después con uno filosófico, de acuerdo con el
positivismo y el progreso.
Los retratos del tiempo tienen positivo interés.
Pero es la pintura de paisaje la que alcanza
mayores vuelos y modernidad con la obra de un
artista de primera línea: Velasco. También tienen
importancia algunas obras de escultura y la
litografía. Mas la pintura provinciana o "popular"
alejada de los cánones académicos da un interés
especial al arte del siglo XIX. La arquitectura es
secundaria y sólo vino a tener auge e intenta
renovarse hasta fines y principios de siglo,
gracias al Art-nouveau.
Roque Pelegrín Clavé

El maestro español Pelegrín Clavé enseñó pintura en la Academia.


Los antecedentes de su expresión eran: el clasicismo a la manera
de Ingres y el primer romanticismo alemán, de los "nazarenos",
entre quienes admiraba a Overbeck. Así, lanzó a sus discípulos por
la vía de una pintura religiosa muy sentimental, con la belleza
ideal -que era la clásica- como meta, y se reservó para sí la
expresión clasicista de Ingres.
Nació en Barcelona y estudió en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad
natal antes de obtener la preciada beca de Roma. En la capital italiana
entró en contacto con la escuela nazarena, encabezada por el pintor
alemán Johann Friedrich Overbeck, y quedó fuertemente
impresionado por la obra de Rafael y de los primitivos italianos. En
1846 se trasladó a México para dirigir la Academia de San Carlos. Bajo
su mandato se formó toda una generación de pintores mexicanos que
produjeron un gran número de obras de tema religioso e histórico bajo
la influencia de la artificiosa estética nazarena.
Se reservó para sí la
expresión clasicista
de Ingres. De esta
manera produjo
algunos excelentes
retratos, como el de
la Señorita
Echeverría (fig.
167), el de don
Andrés Quintana
Roo (M.S.e.) y los
del arquitecto
Lorenzo de la
Hidalga y su esposa
Juan Cordero

El rival de Clavé fue el


pintor mexicano Juan
Cordero (1824-1884),
también académico,
formado en la escuela
clasicista de Roma, quien
regresó a México habiendo
ejecutado telas de grandes
dimensiones, como La
mujer adúltera (Museo de
la Colegiata de Guadalupe)
y otras de tema histórico:
Colón ante los Reyes
Católicos.
Cordero había pintado en
Roma un cuadro de calidad,
el Retrato de los escultores
Pérez y Valero (1847),
novedoso porque introdujo
dos tipos mexicanos, de tez
morena, en una
composición clásica;
caracteres semejantes
ciertamente no encajaban
en la "belleza ideal”
El artista ejecutó los retratos del
General Santa Anna y de su
esposa, Doña Dolores Tosta (1855.
Col. particular), que es el más
interesante de cuantos produjo.
Aparece de pie, en uno de los
salones del Palacio Nacional; la
composición recuerda los grandes
retratos aristocráticos de antaño, y
el elegante traje de brocado de oro
con adornos de camelias y perlas,
la diadema, el sillón y el dosel a la
izquierda, sugieren un sentido
imperial. La ejecución es excelente,
pero el colorido y cierta dureza en
las formas dan al cuadro un
carácter que, si novedoso, brinca
más allá de los principios y del
gusto clasicista.
Cordero inició la renovación de la pintura
mural, y dos obras suyas, la cúpula de la
antigua capilla del Señor, de Santa Teresa
(1857), y la cúpula de la iglesia de San
Fernando (1859), ambas en la ciudad de
México, son muestras de sus aptitudes y
personalidad. Pero esas obras, tanto como las
de Clavé en la Profesa, resultaban muy
tradicionalistas, por los temas y formas, y la
crítica pedía que se pintara nuestra historia,
vida y costumbres, con sus héroes y con tipos
que en verdad fueran mexicanos. Esto no era
aún posible y había que esperar casi un siglo.
La cabeza del nuevo movimiento filosófico a
tono con el tiempo, el positivismo, fue el
doctor
Gabino Barreda, amigo de Cordero, así,
inspirado por aquél, el artista pintó el primer
mural de tema filosófico en la Escuela
Nacional Preparatoria (1874), hoy día
desaparecido, que se refería a la Ciencia, la
Industria y el comercio desterrando a la
Ignorancia y a la Envidia. Era el tema de el
progreso.
Discípulos de Clave
En las obras de sus
discípulos, de tonos claros,
con buenas composiciones
y dibujo, los temas eran
generalmente del Antiguo
Testamento y escenas en
que la dulce figura de
Jesús reemplazaba la
trágica de Cristo. Clavé y
sus discípulos tuvieron
buen éxito, porque esa
pintura correspondía al
espíritu romántico,
sentimental.
Pero no era suficiente, la crítica pedía que se pintaran los temas mexicanos, y Clavé, obrando siempre con talento,
hizo producir a sus discípulos obras académicas con temas de la historia del antiguo mundo indígena. Una de ellas
es buen ejemplo: El descubrimiento del pulque, de José Obregón. El equívoco era mayúsculo, hoy, que podemos
juzgar a distancia en otra actitud, pues se trataba de hacer aparecer a los tipos indígenas idealizados según el
molde clásico, y así nuestros indios e indias surgían en teatrales "reconstrucciones" escenográficas disfrazados de
apolos y vestales, apenas si asoma un débil "realismo", como se decía, o naturalismo en algunas figuras.
Clavé y Cordero significan la pintura académica de figuras de mayor calidad, aunque
tras ellos vinieron otros, como José Salomé Pina y Santiago Rebull, quienes
mantuvieron la enseñanza, clasicista y romántica, hasta 1902.
Un pintor interesante fue Felipe Gutiérrez porque intentó con buen éxito al naturalismo, apegado al
modelo y sin idealismos; sus dos cuadros San Bartolomé y San Jerónimo (fig. 170), son excelentes.
Gutiérrez pintó el único desnudo femenino de la época La amazona de los Andes (Biblioteca de la
antigua Academia de San Cados) que hace recordar a Courbet.
A medida que avanzó el siglo el romanticismo en la pintura académica se hizo más agudo y sentimental. Manuel
Ocaranza fue un buen pintor, delicado y sensible; dos cuadros suyos, La flor marchita y Travesura del Amor, son
suficientes para recordado. José Ibarrarán dio muestras de aquel tono del tiempo en El mártir cristiano, sin embargo,
Gonzalo Carrasco siguió más bien las huellas del naturalismo de Gutiérrez y su Job en el estercolero es obra de
calidad.
Los temas históricos aparecieron. Félix
Parra pintó a Fray Bartolomé de las
Casas (1876), hoy en la Biblioteca
Nacional, y a Galileo (fig. 171), éste de
superior categoría,
y Leandro Izaguirre con El suplicio de Cuauhtémoc (1892) llevó la pintura académica de intención
naturalista a un límite en que conserva dignidad (fig. 172).
El senado de Tlaxcala de Rodrigo Gutiérrez.
En general el naturalismo produjo
mejores resultados que el idealismo
clasicista, pues con él las costumbres y
tipos mexicanos podían alcanzar cierto
carácter, como en El velorio, dramático y
fino cuadro de José María Jara.
Con la decadencia de la pintura académica hacia el fin del siglo XIX y con la muerte de Rebull en 1902, los estudios quedaron
sin dirección y entonces se contrató al pintor español Antonio Fabrés, quien permaneció al frente de la institución de 1903 a
1906. Fabrés era un artista experto y disciplinado que puso orden y saneó la escuela en muchos aspectos, pero su concepto
de la pintura en vez de ser renovador significaba la última expresión de ese naturalismo romántico que hemos dado en llamar
"fotográfico" por la reproducción detallista de los objetos. Su obra mayor Los borrachos (1904) vagamente recuerda por su
título a Velázquez, pero se trata de unos alegres mosqueteros con capas, encajes y chambergos emplumados que entronizan
a uno de ellos, semi desnudo, en el papel de Baco. Expresión y tema eran decadentes, pero Fabrés fue un buen maestro que
enseñó a dibujar con precisión.
Otra corriente arcaizante estuvo representada en las obras de buena calidad de Germán
Gedovius, inspiradas en el siglo XVII español y holandés; pero su gran cuadro con un desnudo
recostado resume el espíritu del "fin de siecle" y es excelente y atractivo como ningún otro del
tiempo.
La última expresión del romanticismo tuvo un digno, profundo y hábil artista
como representante: Julio Ruelas (1870­1907). Gran dibujante, fue
ilustrador, viñetista y grabador de primera línea; parte de su obra se
encuentra en la Revista Moderna, en la que colaboraban los más
distinguidos poetas, literatos y pensadores que representaban la "avant­
gard" del tiempo.
Ruelas se atuvo a un naturalismo bien ejecutado, pero que utilizó
simbólicamente, tanto como vestuarios arcaicos y otros
accesorios y formas decorativas. Todo es simbólico en su obra
para expresar las que son sus preocupaciones centrales: la vida y
la muerte y un sentido trágico de la existencia; por eso la mujer,
vestida, o desnuda, el erotismo, los esqueletos, las calaveras y las
telarañas son frecuentes en sus obras.
También pintó retratos y alegorías, como el pequeño cuadro La
Revista Moderna (1904. Col. particular), en el que sobre un paisaje
imaginado aparecen los principales colaboradores de la famosa
publicación recibiendo a su mecenas que monta un caballo blanco;
unos son centauros, otros sátiros, alguno es alada libélula y otros más
han sido transformados en aves. Lo extraño del ambiente, las
originales figuras: y la buena ejecución hacen del cuadro la expresión
de un mundo ideal que, sin embargo, se completa con el real, que se
significa en la figura ecuestre del mecenas. Los grabados de Ruelas
son de primer orden ( fig. 173); uno de ellos se refiere a La Crítica (fig.
174), Y en él un pequeño monstruo mide y perfora el cráneo del propio
artista, que se muestra en un autorretrato
. Con Ruelas se extinguió propiamente el romanticismo
del siglo XIX; en sus obras hay formas que ya son
"artnouveau".
Valle de México desde el cerro de Atzacoalco (164), 1873
Óleo sobre tela, 32 x 43cm

Mas ahora es necesario retroceder para considerar lo que constituye la expresión más
importante del siglo, a mi modo de ver, la pintura de paisaje, cuyo máximo exponente es
un pintor de primera categoría: José María Velasco (1840-1912). Fue discípulo de
Eugenio Landesio, el maestro italiano que Clavé recomendó e hizo que se contratara
para enseñar la pintura de paisaje en la Academia
Landesio fue un excelente pintor y maestro, cuyas disciplinas produjeron los mejores
resultados. El mismo ejecutó muchas obras en México, pues le impresionaba la
naturaleza monumental de América y le interesaron aspectos peculiares, como el Valle
de México, las haciendas y los acueductos; gran dibujante y fino pintor sus obras tienen
perfección en todo y su colorido de tonos dorados da cierta teatralidad romántica a
nuestros paisajes.
La hacienda de Col�n, 1857-58
Foto: Eugenio Landesio La hacienda de Col�n, 1857-58
Foto: Eugenio Landesio
Velasco no sólo aprovechó las
enseñanzas del maestro, sino que
pronto dio muestras de
personalidad. Más c1asicista que
aquél, su pintura se mantiene en
buena parte dentro de las
tonalidades frías de los azules y
grises, si bien se anima con las
gamas de verdes, pues tenía un
finísimo sentido para distinguir los
tonos y manejó con maestría las
grandes composiciones.
. La pintura de paisaje era la tendencia más moderna en Europa y a ella se atuvo Velasco,
pero también era necesario dar expresión no sólo al paisaje propio sino a la historia, así,
con intuición genial y sutilezas expresivas, sintetizó lo uno y lo otro y pudo ser moderno y
expresar lo propio sin falsedades idealistas. Anotaré algunas de sus obras más
importantes. Un paseo en los alrededores de México (1866), además de ser una bella
composición incluye muchas figuras que intencionalmente representan todos los niveles
sociales de la vida mexicana (fig. 175).
El Valle de México (1875), visto desde los cerros al norte de la Villa
de Guadalupe; la ciudad y los lagos se extienden a lo lejos y en el
horizonte se perfilan los volcanes; es una composición grandiosa en
que juegan como puntos y contrapuntos de alguna orquestación
grandes curvas en la tierra y en las nubes que adornan el celaje
Pero Velasco superó su arte en otra obra maestra que tituló simplemente: México (1877. Lám. V) y
que es otra vista del Valle, desde otro sitio, para ahondar más y lograr mayor monumentalidad, si
cabe. Allí, entre los montes, vuela un águila que lleva en el pico una serpiente; los contrastes de luz
y sombra están graduados para establecer los diferentes planos con precisión y en el cielo un
precioso cúmulo de nubes remata garbosamente todo. Así, México, según tal alegoría, es "la tierra
del águila y la serpiente", de los grandes montes y planos, de volcanes, de celajes, de grandeza y
belleza solemnes. El paisaje se vuelve simbólico y hace una obra formidable.

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