Jeremy Narby
La Serpiente
cosmica
el ADN y los origenes del saberCAMTULO FRIMERO
LA TELEVISION DEL MONTE si
piedades medicinales de las plantas se aprende absorbiendo
una mixtura alucindgena, cref que se trataba de una broma.
Estibamvos en pleno bosque, acurrucados al lado de un arbusto, cu-
yas hojas, decia él, permitirian curar la mordedura de una serpiente
mortal, «Es bebiendo ayahuasca que uno aprende estas cosas», con-
cluyG —pero él no se sonreia.
Era al inicio del aio 1985, en la comunidad de Quirishari, va-
Ne del Pichis, en ta Amazonia peruana. Yo era un joven hombre blan-
co, de veinticinco alos, y acababa de comenzar una investigacidn de
dos aifios sobre el terreno, con miras a obtener un doctorado en antro-
pologia en una universidad estadounidense. Mi formacién me habia
Nevado a esperar que los indigenas cuenten esa clase de historias
abracadabrantes, y pensaba que mi trabajo de antropdéloge no iba a
consistir en dejar que me jas cuenten sino en descubnir, un poco a la
manera de un detective privado, lo que ellos verdaderamente pensaban.
Efectivamente, a bo largo de mi investigaciin sobre la ecologia
de los Ashdninca, los habitantes de Quirishari me proporcionaron
regularmente explicaciones que remitian al mundo alucinatorio de
los avdhwesqueros o chamanes. En las conversaciones concemientes
ala flora, la fauna, el suelo, el territorio o los elementos naturales, la
gente: se referia a los ayahwasqueros como fuente primera dell saber,
Y mi pregunta perminecia: jcémo interpretar estas declaraciones para
comprender su verdadero sentido’?
Habjia leido, y apreciado, varios libros de Carlos Castaneda
sobre el uso de plantas alucindgenas por un «brujo yaquie. Pero sa-
bia que la profesidn antropoligica habia desacreditado a Castaneda
L a primera vez que un hombre ashaninca me dijo que las pro-acusdindolo particularmente de inverosimil, de plagio y de invencidn'.
Aunque explicitamente no se le reprocha jams el haberse acercado
demasiado a su tema, Is advertencia tacita era: una consideracidén
subjetiva de los alucindgenos indigenas podria engendrar problemas
can la profesién. Para mi, en 1985, ¢l mundo de: los avahiasqueros
representaba una zona de sombnais un poco tabi para la investigacién
que me proponia,
Ademds, el temade mi investigacién, la utilizacién ashéninca
de Ios recursos naturales en el valle del Pichis, no era neutro. En
efecto, al principio de los afios 80, el gobierno peruano se habia lan-
zado, con el apoyo de grandes organismos internacionales de desa-
rollo, a la colonizacién de territorios ind{genas sobre los flancos
orientales de la base de los Andes. El objetivo era emprender «la
conquista del Peni por los peruanos» y se basaba sobre la idea de
inmensos tertitorios «deshabitados», que no demandaban mis que
Ser puestos en valor para el progreso del pais. Para.los expertos de
esa época, el desarrollo consistia en talar el bosque tropical y en esta-
blecer pastos para la crianza de ganado, Cuando se les argumenté
que esos territories estaban habitados desde hacta milenios por pue-
blos indigenas y que, en ciertos casos, el umbral de utilizacién equi-
librada habia sido ya aleanzado por la poblacién existente, explica-
ron que los indigenas «utilizaban los recursos de manera irracionals
y que la confiscacién de sus tierras s¢ justificaba econémicamente’.
En mi idealismo, habia concebido un proyecto de investiga-
cién que debia ser también ttl a los sujetos de ella, Queria realizar
un andlisis econémico, cultural y politico que demostrara la natura-
leza ractonal de la utilizacién ashaninca del bosque. Esto debia con-
tibuir, de una u otra manera, a-su lucha para obtener el reconoci-
miento oficial de sus temtorios. Poneren evidencia el ongen alucinatono
del saber ecoldgico indigena, tal como los mismos Ashiininca lo dectan,
hobria sido contraproducente para mi angumento,
Después de dos meses sobre el terreno mi investigacién sufrid
un revds inesperado. Me habia ausentado de Quirishart por unos diez
dias para ir a Limaa renovar mi visa, A mi regreso, fui recibido de
manera indiferente, Al dia siguiente, en una.reunién informal que se
desarrollé frente a la casa donde me alojaba, el malestar se hizo evi-
dente, Se me preguntaba si era verdad que habfa venido de mi pais
para convertirme en doctor. La cuestién me sorprendié porque yo
tenia la costumbre de hablar de «antropdlogo» y no de «doctor» para
describir mi furura profesién, a fin de evitar toda confusién con «mé-