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Staff

MODERADORA
Mae

TRADUCTORAS CORRECTORAS
Mae Nix

Jazmin flochi

Dee
paola buenavida

Koté

Rihano

Nix

REVISIÓN
Nix

Mae

DISEÑO
Mae
Índice
Sinopsis Capítulo 8
Capítulo 1 Capítulo 9
Capítulo 2 Capítulo 10
Capítulo 3 Capítulo 11
Capítulo 4 Capítulo 12
Capítulo 5 Siguiente libro
Capítulo 6 Sobre la autora
Capítulo 7
Sinopsis
Una semana.

Una playa privada.

Una chica invisible.

Un chico malo.

¿Qué es lo peor que podría pasar?

Kaitlyn Parker no tiene ningún problema en ser la chica invisible, por lo


que se encuentra escondida en varios gabinetes y armarios en todo el
campus universitario. A pesar de sus mejores esfuerzos, no puede
escapar a la atención de Martin Sandeke —chico malo, idiota y el más
guapo, rico e inalcanzable soltero del universo— quien es su compañero
de laboratorio en química.

Kaitlyn puede ser la única chica que no esté interesada en explorar su


impresionante cuerpo de remero, rasgos cincelados y fortuna
multimillonaria familiar. Kaitlyn quiere a Martin por su cerebro,
especialmente para tabular los resultados de los elementos en el agua
de superficie.

Cuando Kaitlyn salva a Martin de un vil complot, Martin aprovecha la


oportunidad para sacar a Kaitlyn de su zona de confort: vacaciones de
primavera, una semana, fiestas, trajes de baño y bronceador. ¿Podrá
superar su aversión a ser observada? ¿Será él capaz de dejar atrás su
naturaleza egocéntrica? O incluso con su indudable química, ¿será
Martin el que empuje a Kaitlyn en el armario de la oscuridad para
siempre?

Elements of chemistry #1
Capítulo 1
Átomos, Moléculas e Iones

Traducido por Jazmín, Dee & Mae

Corregido por Nix

Tranquilo, silencio, apagado, callado, calmado, reticente... moví mi boca, susurré las
palabras silenciosamente desde mi escondite.

Este juego consolaba, calmaba, normalizaba mis nervios. Sí, diciendo


sinónimos a pesar de los nervios era una estrategia extraña, pero funcionaba. Y
muy poco generalmente funcionaba.

Las voces más allá del gabinete aumentaron y fueron acompañadas por el
sonido de tacones y el sordo eco de zapatillas. Contuve la respiración y me esforcé
para descifrar cuántos conjuntos de pies había por los zapatos que se acercaban.
Supuse que dos, también debido a que solo dos voces eran audibles.

—¿... crees que va a querer follarte? ¿Después de lo del viernes pasado? —Las
palabras eran un siseo viniendo de una voz masculina desconocida; me tensé por
las palabrotas.

—Llegaré tarde. Si haces tu trabajo entonces él ni siquiera lo recordará. —Esa


fue una respuesta femenina. La chica estaba más cerca de mi escondite en el
gabinete del laboratorio; y sus palabras eran, por lo tanto, mucho más claras.

—Mierda —dijo él. Traté de no resoplar de disgusto por su lenguaje soez


mientras continuaba—. Ni siquiera sé cuánto usar. Solo lo he utilizado en perras.

—Yo tampoco sé. Solo... duplícalo. Martin es, ¿qué? Como, ¿el doble de
tamaño de las chicas que usualmente drogas?

Me tensé de nuevo, mis ojos entrecerrados. El nombre de Martin, en específico,


hizo que mi corazón latiera más rápido. Conozco a solo un Martin.

Martin Sandeke.

Martin Sandeke, el heredero de Sandeke Telecom Systems en Palo Alto,


California, y sabelotodo. Yo también vengo de una familia notable, mi madre era
senadora, mi padre el decano de la facultad de medicina de la UCLA, y mi abuelo
materno era un astronauta. Sin embargo, a diferencia de la familia de Martin, no
éramos multimillonarios. Éramos científicos, políticos y académicos. Martin
Sandeke era la manifestación física moderna con un metro noventa de Hércules y el
capitán del equipo de remo de nuestra universidad.

Martin Sandeke, impenitente, promiscuo, extraordinario y una especie de


bravucón.

Martin Sandeke, mi compañero de laboratorio de química desde hace un año y


la persona más inalcanzable en el universo, con quien nunca hablé a excepción de
pedirle un matraz, transmitir hallazgos y solicitar modificaciones al nivel de calor
de mi mechero Bunsen.

Y por mechero Bunsen que quise decir, literalmente, mi mechero Bunsen. No


es el figurativo mechero Bunsen en mis pantalones. Porque esperaba que Martin
Sandeke no tuviera ni idea de que afectaba los niveles de calor de mi figurativo
mechero Bunsen.

Lo afectaba. Pero, obviamente, ya que era cósmicamente inalcanzable y una


especie de bravucón, no quería que supiera eso.

—Él tiene más o menos veintidós, así que... sí. Supongo —respondió el
hombre. Sus zapatos sonando contra el piso mientras se acercaba a mi escondite.

Enganché mis labios entre mis dientes y me quedé mirando la abertura entre las
puertas del gabinete. No podía ver su rostro, pero ahora podía decir con certeza que
estaba de pie directamente delante del gabinete, junto a la chica desconocida. Tal
vez enfrentándola.

—Pero, ¿qué hay para mí? —preguntó el monstruo manifestador de palabrotas,


su voz más baja de lo que había sido, más íntima.

Escuché algunos susurros luego sonidos de besos descuidados. Instintivamente,


saque mi lengua e hice gestos de sentir nauseas. Escuchar demostraciones públicas
de afecto era desagradable, especialmente cuando se lamian los labios y gemidos
estaban involucrados, y muy especialmente cuando estaba atrapada en un gabinete
en el laboratorio de química que olía a azufre.

Las siguientes palabras dichas vinieron de la chica y fueron un poco agudas.

—Dinero, estúpido. Martin es adinerado, bueno, su familia es adinerada, y


ellos me callarán. Todo lo que tienes que hacer es poner eso en su trago esta noche.
Lo llevaré arriba, grabaré todo el asunto. Bonus si quedo embarazada.

Mi boca se abrió, mis ojos muy abiertos, incapaz de creer lo que acababa de
oír. El horroroso sonido de lamidas de labios continuó.

—Tú lo drogas y yo lo persuadiré. —Los jadeos de completo placer de la chica


eran audibles y sonaban bastante ridículos.
—Oh, sí nena, tócame ahí. —Esas palabras entrecortadas fueron acompañadas
por el sonido de un vaso estrellándose contra el suelo y una cremallera siendo
abierta.

Hice una mueca, frunciendo el ceño. Realmente, la gente no tenía modales o


sentido del decoro.

—No, no podemos. Llegará en cualquier momento. Tengo que irme —dijo la


chica. Noté que lo decía con la mezcla perfecta entre arrepentida y apresurada—.
Tienes que asegurarte de que se quede en la fiesta. Estaré allí a las once, así que
dale eso alrededor de las diez y treinta, ¿de acuerdo?

La cremallera volvió a subir, el chico se apoyó en el gabinete. Tiré de lo que


quedaba de las puertas.

—¿Cómo sabes dónde va a estar todo el tiempo?

—Salimos, ¿recuerdas?

—No. Follan. Tú nunca sales con alguien. Martin Sandeke no sale con nadie.

—Sí, bueno, me sé su horario. Viene aquí los viernes y hace... hace yo que sé,
con su fea compañerita de laboratorio.

¿Fea?

Giré mis labios hacia un lado, mi corazón se apoderó de mi pecho. Odiaba la


palabra feo. Era una palabra horrible.

Feo, antiestética, repugnante, deforme, repelente... me recitaba mentalmente. Por


alguna razón, el juego de sinónimos no me ayudó esta vez.

—¿Su compañera de laboratorio? Espera, he oído sobre ella. ¿No es su papá un


astronauta, o algo así?

—¿A quién le importa? No es nadie. Kathy o Kelly o algo así. Lo que sea —
resopló la chica, sus tacones alejándose—. Olvídate de ella, no es nadie. El punto es
que tienes que estar aquí y asegurarte de que venga esta noche, ¿de acuerdo? Me
tengo que ir antes de que llegue aquí.

—Perra, es mejor que no estés jugando conmigo.

La chica respondió pero no entendí las palabras. Mi espalda picaba y mientras


estaba en el armario, no alcanzaba a divisar el lugar. De hecho, sería difícil de
encontrar, incluso si estuviera de pie en un campo abierto. Además, mi mente
seguía recitando sinónimos para feo.

No creía que yo fuera fea.


Sabía que mi cabello no era nada especial. Era largo, ondulado y de color
marrón oscuro. Siempre lo llevaba en una cola de caballo, moño, o con una
horquilla. Esto se debía a que el cabello, aparte de calentar mi cabeza, no servía de
nada. Generalmente, lo ignoraba.

Me gustaban bastante mis ojos. Eran grises. Me habían dicho en más de una
ocasión que era un color inusual. Por supuesto, nunca nadie dijo que fueran lindos,
pero tampoco que eran feos. Eso tenía que contar para algo.

No era supermodelo en altura o tamaño, un metro cincuenta y siete y talla de


diez. Pero tampoco era Jabba el Hutt1.

Mis dientes eran bastante rectos, aunque tenía una brecha notable entre los dos
primeros del frente. También era pálida, como el color del papel, eso me lo había
dicho mi mejor amiga Sam. Mis cejas eran demasiado gruesas, sabía eso. Sam,
abreviación de Samantha, a menudo comentaba que debería sacármelas,
disminuirlas.

Ignoraba ese consejo, ya que no me preocupaba por las cejas gruesas siempre y
cuando no se convirtieran en una uniceja como mi tía Viki.

Miré mi cómoda ropa, pantalones anchos de tela azul marino, convers


desgastadas, y una gran camiseta Weezer. Puede que tal vez fuera sencillo, común
y corriente, o incluso nerd. Pero no era como si fuera una horrible bestia que
convertía a las personas en piedra con una sola mirada. Solo estaba... bajo
mantenimiento.

Eso estaba bien conmigo. No necesitaba atención, no la quería. Las personas,


especialmente personas de mi edad y en especial otras chicas, me tenían sin
cuidado. No veo la importancia de pasar horas delante de un espejo cuando podría
estar jugando video juegos, o tocando guitarra o leyendo un libro en su lugar.

Pero a veces, cuando estaba con Martin y estábamos calculando los niveles de
las partículas, quería ser hermosa. Realmente era la única vez que deseaba que me
mirara diferente. Entonces recordaba que era un imbécil y todo volvía a la
normalidad.

Me di una sacudida mental y apreté los dientes. Esforzándome por escuchar,


presioné mi oído contra la puerta del armario y esperé por señales de que el chico
desconocido siguiera presente.

La picazón en mi espalda se extendía y no sabía cuánto tiempo más podría


soportarlo. En la escala de picor, la picazón se movía rápida y torturosamente hacia
mi cerebro.

1
Es un personaje ficticio de la serie La Guerra de las Galaxias es n alienígena obeso y con forma de
gusano
Pero entonces el sonido de pasos acercándose desde el pasillo captó mi
atención. Desaceleraron y luego se detuvieron.

—Hola, hombre. ¿Qué sucede? —dijo el misterioso malvado manifestador de


palabrotas.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Martin. Supuse que estaba de pie en la
entrada del laboratorio porque su voz era un poco amortiguada. De todas formas,
eso hizo que mi estómago erupcionara en rabiosas mariposas. A menudo tenía una
respuesta física al sonido de la voz de Martin.

—Quería asegurarme de que vinieras a la fiesta esta noche.

Escuché más pasos. Eran de Martin. Reconocería esos despreocupados pasos


en cualquier lugar, porque era patética y tal vez un poco obsesionada con todos los
aspectos de Martin Sandeke. Pero la diferencia entre mi obsesión con Martin y las
otras chicas obsesionadas con Martin era que no tenía ningún problema en lo
absoluto al admirar sus finos rasgos desde lejos.

Porque Martin realmente era una especie de idiota.

Él nunca había sido un idiota conmigo, probablemente porque era una


compañera de laboratorio excelente. Hablamos únicamente de química, y le
gustaba sobresalir en tareas, pero lo había visto en acción. Perdería su
temperamento y luego ¡BOOM! Se las agarraría con cualquier pobre alma que
pasara a creer era la responsable.

Si era una chica, dejarían de llorar después de entrar en contacto con su ingenio
cortante (y, por cortante, me refiero a cortante y provocador de heridas). Él nunca
las llamaba por nombres, no tenía que hacerlo. Solo les diría la verdad.

Si era chico, podría solo utilizar palabras. Pero a veces también usaba los
puños. Había sido testigo de eso una vez, Martin moliendo a golpes al novio
ligeramente más fornido de una de sus aventuras de una noche. Al menos, ese fue
el rumor que recorrió después de que ambos fueran escoltados del comedor por la
policía del campus.

Martin era un patán en igualdad de oportunidades y por lo tanto es mejor


evitarlo fuera del laboratorio de química.

Nadie habló por un momento; entonces, me puse rígida cuando oí a Martin


preguntar—: ¿Dónde está Parker?

Esa era yo. Soy Parker.

Para ser más precisa, soy Kaitlyn Parker, Katy para abreviar; pero dudo que
Martin sepa mi nombre de pila.
—¿Parker? ¿Quién es Parker?

—Mi compañera de laboratorio.

—Pensé que tu compañero de laboratorio era esa chica, la que…

—Es una chica.

—¿Su nombre es Parker?

Sabía que Martin estaba cerca ahora porque lo escuché suspirar; sus siguientes
palabras fueron cortadas con impaciencia.

—¿Qué querías de nuevo?

—La fiesta de esta noche, todavía vas a venir, ¿cierto?

—Ya te dije que estaría allí.

—Bien. Porque estoy contando contigo para ser mi acompañante. —La voz del
hablante misterioso comenzó a desvanecerse. Supuse que se iba, después de haber
asegurado lo que vino a buscar.

—Sí, lo que sea. —Fue la respuesta de Martin.

—Te veré esta noche, hermano. Será mejor que vengas, lo digo en serio.

Martin no respondió. Supuse que el macho desconocido finalmente se marchó,


ya que después de una pausa en silencio, escuché a Martin lanzar un bufido muy
audible. Fue pesado, exagerado y aromatizado con exasperación; importante, lo
había escuchado usar ese suspiro una vez antes con una chica que lo siguió a
nuestro laboratorio de química. Nunca quise estar en el lado receptor de ese
suspiro, entre más lejos mejor.

Mientras tanto, todavía estaba en el armario de química y la picazón del siglo


se había extendido a mis hombros y estómago. Probablemente me iba a volver loca
si no me rascaba en los próximos diez segundos. Se sentía como si estuviera siendo
picada repetidamente por una legión de hormigas de fuego.

Durante esos diez segundos debatí mis opciones.

Podría quedarme en el gabinete, esperar a que Martin se fuera, volverme loca


en silencio y entonces enviarle una nota anónima acerca de la conversación que
había oído.

O podría salir precipitadamente de mi escondite, rascarme la comezón, lucir


como la idiota que era, luego esperar a que lo olvidara cuando lo entretuviera con
los detalles de la conversación que había escuchado.
Al final no importó, porque las puertas del armario se abrieron bruscamente.
Un silbido de aire fresco siguió y me encontré cara a cara con Martin Sandeke.

Sus ojos eran azules y excepcionalmente hermosos. Me recordaban a una llama


azul. Bueno, generalmente eran encantadores, pero en este momento
estaban entrecerrados y agudos, y estaban centrados directamente en mí.
Comenzando con mis ojos, se movieron hacia abajo y luego hacia arriba,
terminando donde comenzaron.

Era verdaderamente un magnífico espécimen. Con hombros anchos y caderas


estrechas y gruesos muslos musculosos de un remero. Su cabello castaño tenía
hebras rubias, probablemente debido a todo su tiempo bajo el agua y sol.

No estaba acostumbrada a esto, a él mirándome estando tan cerca, por


consiguiente, junto con mis palpitaciones femeninas normales, no pude respirar
bien durante varios segundos.

Por fin, él dijo—: Parker.

—Sandeke.

—¿Qué estás haciendo?

—Uh… —Solté el aliento que había estado conteniendo y sin pensar arqueé la
espalda, me estiré detrás de mí para rascarme la comezón.

Tal vez fue el efecto de sus ojos y hermosura inevitable, o tal vez fue porque lo
había visto rasgar chicas a jirones y por eso tenía un poco de miedo de una posible
conversación no química relacionada con él. O tal vez fue la picazón entre mis
omóplatos, porque sin pensar, solté la verdad—: Me escondía en el armario.

Frunció el ceño, pero su mirada se relajó un poco, su confusión fue obvia.

—¿Por qué te escondías en el armario?

Estiré el brazo sobre mi hombro y traté de llegar a la picazón con la mano


izquierda en lugar de mi derecha. No funcionó.

—¿Porque nadie se esconde en un armario de química? —Me encogí de


hombros, sobre todo porque esperaba que el movimiento ayudara a llegar a la
picazón.

Levantó una ceja y me agarró por los brazos, jalándome y levantándome como
si no pesara nada.

Las manos de Martin en mis brazos enviaron un rayo de conciencia femenina a


la boca de mi estómago. Estaba combinado con la vergüenza tardía de ser
encontrada mientras un estallido de calor se propagaba de mi pecho a mi cuello.
Todavía agarraba mis brazos cuando él preguntó—: ¿Te escondes en el armario
a menudo?

—A veces —dije distraídamente, mi mandíbula apretada, pretendiendo que el


rubor mortificado retrocediera.

—¿Esto es una cosa cotidiana?

—No. Solo en ocasiones especiales, como cuando personas extrañas llegan y


conspiran tu muerte. —Me retorcí fuera de su agarre, me estiré y no pude encontrar
el punto necesitado de alivio seguro.

—¿Conspirar mi muerte? —Sus ojos se lanzaron sobre mí otra vez, me di


cuenta de que estaba estudiando mis movimientos—. ¿Qué estás haciendo?

—Tratando de llegar a una picazón entre mis omóplatos. —Mi codo estaba en
el aire ahora, mi mano por el cuello de mi camiseta.

Los ojos de Martin se ampliaron y luego parpadearon. Sin decir una palabra,
entró en mi espacio personal. Antes de que pudiera comprender lo que estaba
pasando, él me había apoyado en la mesa de laboratorio y estaba atrapada. Martin
estaba contra mí, sus brazos envueltos alrededor de mi cuerpo, sus manos se
deslizaron bajo mi camiseta hacia el centro de mi espalda, y luego sus dedos
rascaron el espacio inalcanzable entre mis omóplatos.

Al principio me puse tensa porque… LOS BRAZOS DE MARTIN ESTÁN A


MI ALREDEDOR. SUS MANOS ESTÁN DEBAJO DE MI CAMISETA. ¡SU
CUERPO PRESIONADO CONTRA EL MÍO!

OMG. ¿WTF? ¡BBQ!

Pero entonces, la reacción fan-girl de mi cerebro muy probablemente atrofiada


por sus movimientos fue eclipsado rápidamente por el dichoso alivio de una
rascada.

Me derretí en sus brazos, mi frente apoyada en su pecho, y gemí mi


satisfacción.

—Oh, sí, Dios. Ese es el punto... por favor, no te detengas —murmuré,


obviamente, fuera de mi mente. Pero se sentía tan bien. Tan bien, muy bien. Como
hundirse en un baño de burbujas después de caminar una milla a través de la nieve.

Martin no se detuvo.

Bueno... no exactamente.

Por el contrario, en el transcurso de un minuto completo, dejó de usar sus uñas,


y en su lugar comenzó a acariciar y masajear mi espalda con sus dedos y manos.
Me di cuenta demasiado tarde que su cabeza había bajado a mi cuello y sus labios
estaban contra mi oído, su aliento caliente haciéndome cosquillas y enviando
escalofríos deliciosamente peligrosos por mi espalda, y por de la parte posterior de
mis piernas a mis pies.

—¿Lo he mejorado? —susurró, y luego mordió, ¡sí, mordió!, mi cuello, como si


me estuviera probando.

Entonces me mordió de nuevo.

Inhalé y mis ojos se abrieron, incluso cuando mi cuerpo instintivamente se


arqueó hacia él. La realidad entró a través de la deliciosa niebla de su ayuda como
uno de esos payasos de cajas sorpresas inquietantes y chirriantes.

Después de un semestre y medio de prácticamente nada, excepto interacciones


académicas mundanas, estaba en el laboratorio de química con Martin Sandeke y
sus manos vagaban, libres y codiciosas. Su rostro estaba escondido en mi cuello.
Estaba atrapada contra una mesa de laboratorio. Nuestros cuerpos estaban
íntimamente conectados.

Y yo acababa de gemir.

¿Qué hipos estaba pasando?

Levanté mis manos a su pecho e hice ademán de alejarlo. Esto solo hizo que
sus manos se detuvieran, ahora en la curva de mi cintura, y su agarre se apretara. Él
pegó nuestras frentes más completamente.

—Um... —Me aclaré la garganta, encontré mi voz temblorosa—. Sí, sí, todo
mejor —grazné.

Él rio. En realidad, fue más como una risita descuidada.

Una de las manos de Martin se deslizó por mi espalda y debajo de la correa de


mi sujetador, donde la picazón había estado, sus dedos extendidos. La otra fue al
broche en mi cabeza y soltó el rodete. Mi cabello cayó como una cortina y lo sentí
envolver su mano alrededor de la espesa longitud.

Lo empujé de nuevo, incliné la cabeza hacia un lado, sintiendo su aliento.

—Estoy mejor ahora. Gracias por la ayuda. Tus servicios ya no son necesarios.
—Dondequiera que tocara enviaba ondas de conciencia y calor a mi centro.

Mi intento de fuga fue un fracaso, ya que, tan pronto como me apreté contra él,
Martin tiró de mi pelo, animándome a inclinar la barbilla hacia arriba.

Luego me besó.

Y, maldita sea, maldita sea, maldita sea, era un buen besador.


De manera más precisa, dado que yo tenía experiencia extremadamente
limitada en el departamento de besos, era como imaginaba que un buen besador
besaría. Con el que las chicas fantasean. El tipo que solo toma lo que quiere, como
si tuviera hambre y tú estuvieras en el menú, pero de alguna manera hace que sea
épico por las partes implicadas.

Sin más preámbulo, prólogo o prefacio. Solo urgentes y fervientes besos de


adoración, uno después del otro. No tuve más remedio que envolver mis brazos
alrededor de su cuello, ponerme de puntillas y tratar de devolverle el beso. Porque
la verdad, por la forma en que me sostenía, la forma en que gruñó cuando nuestras
lenguas se encontraron, la forma en que su boca se movía sobre la mía, lo exigía.

Además, en los recovecos de mi mente, me di cuenta de que toda esta situación


era completamente absurda. Probablemente, estaba borracho, o perdido, o jugaba
una broma.

Un día convencería a mis nietos de que se reunieran a mí alrededor, mientras


me colocaba la dentadura buena, esa sin espacio entre mis dos dientes delanteros, y
les contaría por enésima vez cómo Hércules me había besado una vez
accidentalmente en el laboratorio de química en mi universidad de la Ivy League.

La necesidad de aire requirió que nuestros labios se separaran, aunque nos


separamos solo pulgadas. Si inclinaba mi cabeza hacia delante nuestras narices se
tocarían.

Abrí los ojos tanto como pude y lo miré, donde me encontré con su mirada
moviéndose alternativamente entre mis labios y mis ojos. Me di cuenta que no era
la única que respiraba con dificultad.

Dije y pensé al unísono, mi voz apenas un susurro—: ¿Qué fue eso?

Sus ojos dejaron de moverse sobre mi cara y en su lugar se quedaron quietos,


cautivando los míos. Eran cálidos y... calientes e... intensos. Empezaba a entender
por qué la sangre de mil vírgenes había sido sacrificada en su altar de potencia
sexual.

Traté de tragar. No pude.

—Eso fue necesario —dijo finalmente. En realidad, lo gruñó.

—¿Necesario?

—Sí. Tenía que suceder.

—¿Ah, sí?

Asintió y se inclinó como si fuera a hacerlo de nuevo. Me puse rígida, mis


manos se movieron al instante a su pecho y frustré su avance, porque si empezaba a
besarme, sería sin duda una señal del Armagedón. Además, estaba tan lejos de mi
nivel de comodidad, me encontraba en una dimensión alternativa.

—No-no-no-no. —Giré mi cabeza hacia un lado, coloqué mis manos contra la


pared imponente de su pecho—. No vamos a hacer eso otra vez. No beso chicos
imposibles de conseguir, es una de mis reglas de vida.

Tiró de mi cabello, olvidé que había envuelto su mano alrededor de él, y me


presionó contra la mesa de laboratorio negra. Su otro brazo, todavía bajo mi
camisa, se envolvió por completo a mi alrededor.

—Sí. Haremos eso de nuevo.

—No. No lo haremos. No vamos a hacer nada a menos que se trate de medir la


composición de oligoelementos en el agua.

—Parker… —Su mano dejó mi cabello y se metió debajo de mi camisa de


nuevo, abarcando mi lado y vientre.

—Porque somos compañeros de laboratorio y los compañeros de laboratorio


no se besan.

—Entonces ya no somos compañeros de laboratorio.

—No puedes cambiar compañeros de laboratorio en medio del semestre.

—Lo acabo de hacer.

Mis dedos se movieron para atrapar sus muñecas porque sus manos estaban de
camino a segunda base; intercepté con éxito su avance hacia el norte.

—Nop. No voy a ser eso.

—¿Hacer qué? —Acarició mi cuello y susurró contra mi piel. Debió saber que
acariciándome iba a hacer que mi interior se derritiera. Me imaginé que había
llevado a cabo experimentos metódicos de forma más rápida a la auto-lubricación
femenina.

—No soy una de tus chicas fáciles, o incluso difíciles. —Mi voz vaciló, por lo
que me aclaré la garganta—. Ni siquiera soy realmente una chica. Soy más como
uno de los chicos. Piensa en mí como un chico.

—Imposible.

—Es cierto. ¿Besas chicos? Porque si no, entonces creo que debes haberme
confundido con alguien más.

Sus movimientos se detuvieron y un largo momento pasó. Entonces sus manos


cayeron, se apartó, y caí ligeramente hacia adelante, entre una mezcla extraña de
sentirse despojada y aliviada.
—Eres lesbiana —dijo las palabras como si explicara un misterio que había
estado tratando de resolver durante años.

Mis ojos se dispararon a los suyos. Se encontraba a un metro de distancia y lo


encontré mirándome diferente. Si no lo conociera dijera que parecía decepción y
frustración.

Tragué saliva, con éxito, lamí mis labios, luego sacudí la cabeza. La ironía de
su confusión no me pasó desapercibida.

Mi primer y único novio había sido gay. No lo sabía mientras éramos novios en
la secundaria.

Todavía trataba de recuperar el aliento cuando le respondí:

—No. No soy gay. Solo... no estoy interesada en ti de esa manera.

Eso era cierto, porque había sido testigo de su camino de devastación con mis
propios ojos.

Esa era también una mentira porque estaba definitivamente interesada en él de


esa manera, pero no la parte donde después diría que era sexo sin sentido, me haría
llorar y me diría que lo superara.

Sus cejas subieron una fracción de centímetro ante mi suave declaración.

—No estás interesada... —repitió.

Di un paso a un lado, atravesando la longitud de la mesa y cogí mi mochila. La


coloqué en mi hombro, escapar ahora era la única cosa en mi mente. Sus ojos
ligeramente entornados siguieron mis movimientos.

—Lo sé, ¿verdad? —Traté de sonar autocrítica, lo que no fue difícil porque
realmente quise decir mis próximas palabras—. ¿Quién soy yo? No soy nadie.

—Tú no eres cualquiera —respondió—. Tu madre es senadora y tu abuelo era


un astronauta.

Me encogí. Odiaba cuando la gente traía a colación a mi familia.

—El hecho de que mi familia sea famosa, no quiere decir que yo sea alguien.

Se movió hacia adelante y dijo con una sorprendente cantidad de vehemencia.

—¡Exactamente! Eso es exactamente correcto.

—Lo sé, ¿verdad? —Estuve de acuerdo fácilmente—. Mira, soy normal. Y tú


eres tú y estoy segura de que estás acostumbrado al sonido ensordecedor de ropa
interior golpeando el suelo cada vez que entras en una habitación. Pero no hago ese
tipo de cosas, ni siquiera por Hércules. Claro, voy a pensar en la posibilidad más
adelante cuando esté segura y sola en la cama, pero nunca cruzaría la línea entre
fantasía y la realidad.

—¿Cuando estés sola en la cama?

No reconocí sus palabras porque... mortificación.

En su lugar, le dije—: No soy una chica descuidada. Soy una chica lenta y
constante. ¿Quién sabe cuándo o si volveré a cruzar la línea de la meta?

Él parpadeó hacia mí, ante mi diluvio de palabras. Ni siquiera traté de leer su


expresión, porque estaba tan centrada en salir de la habitación.

—¿Te vas? —preguntó.

—Sí. —Señalé con mi pulgar por encima del hombro—. Voy a irme ahora. Y
no te preocupes por el experimento. Voy a venir durante las vacaciones de
primavera y terminar. Y cuando te vea después del descanso, todo volverá a la
normalidad. Podemos olvidar que esto sucedió. Nunca hablaremos de ello. —Mi
voz se quebró en la última palabra.

—Parker…

—Ten unas geniales vacaciones de primavera.

—Kaitlyn… —Dio dos pasos hacia adelante como si me fuera a detener, pero
se detuvo al oír crujir el vidrio bajo los pies. Miró a sus pies, notando por primera
vez el vaso roto en el suelo—. ¿Qué demonios?

Aproveché la oportunidad brindada por su distracción y salí de la habitación.

De hecho, corrí por el pasillo como loca y me metí en el ascensor justo antes de
que cerrara. Incluso corrí a mi dormitorio, no comencé a relajarme hasta que crucé
el umbral, subí los tres tramos a mi habitación y cerré la puerta detrás de mí.

Arrojé mi bolsa a la esquina del pequeño espacio, me lancé en mi cama, y me


froté los ojos con la base de mis palmas. La escena en el laboratorio se reprodujo
una y otra vez detrás de mis párpados cerrados, él tocándome, besándome.

No fue sino hasta varios minutos después que di cuenta de que había olvidado
decirle acerca del cobarde argumento que oí por casualidad.
Capítulo 2
La Teoría Atómica de la Materia
Traducido por Jazmín & paola buenavida

Corregido por Nix

—No puedo creer que estuviste de acuerdo con esto.

—Cállate, Sam.

Puse mi largo y alisado cabello castaño detrás de mis ojeras. Auto-consciente,


alisé el vestido negro que ella me convenció que usara, molesta, por vigésima vez,
de que el dobladillo del vestido terminara a mitad de mi muslo.

—Te ves caliente, perra. Solo genial. —Sam golpeó mi codo con el suyo e hice
una mueca.

Si alguien me hubiera preguntado hace doce horas cómo iba a pasar la primera
noche de viernes de las vacaciones de primavera, les habría dicho que estaría
acurrucándome en mi cama contra las esponjosas almohadas, bebiendo té y
comiendo galletas de mantequilla mientras leía.

No, no podría haber previsto que estaría yendo a una fiesta de fraternidad
usando un vestido negro de encaje más arriba de mis muslos, tacones de aguja, mi
cabello suelto y usando maquillaje.

Es correcto. Maquillaje. En mi rostro. Con sombra bríllate de ojos. Mis cejas


también fueron depiladas. ¡Depiladas! ¡Grrr!

Rodé mis ojos y resoplé como la descontenta ermitaña que era. Preferiría
comprar un sujetador que ir a una fiesta de fraternidad, y eso era decir mucho.

—Oh, vamos, Katy. No había manera de que pudiéramos entrar en la fiesta


usando camisetas de franjas y pantalones de hombres. Se trata de una fiesta de solo
faldas.

Había sido enseñada antes en la tarde que una «fiesta de solo faldas» era una
fiesta de fraternidad donde se requiere que todas las chicas usen faldas cortas. Al
escuchar esta noticia consideré brevemente dejar a Martin a su suerte. Al final, mi
conciencia no me lo permitió.

Estúpida conciencia. Siempre me hace hacer cosas.


—Actúas como si arreglarse fuera una tortura —continuó—. Te ves caliente. —
Sam, quien sospechaba había estado esperando una oportunidad como esta desde
nuestro primer año en la escuela secundaria, no sonaba arrepentida.

—No me veo caliente. Me veo ridícula.

—Eres una nena.

—Silencio.

—Una nena caliente. Y los chicos van a querer algo de eso. —Me señaló y
movió su muñeca, indicando mi pecho y trasero—. Especialmente ese culo.

Me quejé, pero no respondí audiblemente. Interiormente, me maldije por


centésima vez en fallar en advertible a Martin sobre la conspiración que había
escuchado antes por casualidad en el laboratorio de química.

Si seguía mi buen juicio sobre estar acurrucada con un libro ahora en lugar de
caminar hacia una guarida de inequidad vestida como una chica.

A pesar de que todavía estábamos a dos cuadras de distancia, podía oír los
sonidos de la fiesta. Mi cuello se sentía rígido y mis manos estaban húmedas.

El plan era muy simple. Encontraría a Martin, le explicaría sobre el complot y


lo que había oído, luego nos iríamos. Sam tampoco era una chica de fiestas de
fraternidad. Sí, le gustaba arreglarse, pero llamaba a las chicas de hermandad
«hermaputas» y a los chicos de fraternidad «fratputos». Los etiquetaba como «grupo
de pensadores» y afirmaba que sufrían de mentalidad grupal.

Ella era un poco juzgona a su manera.

Yo no le daba mucho crédito a las hermandades o fraternidades porque... no


tenían sentido.

—Todavía no entiendo por qué no tienes su número de celular. Es tu


compañero de laboratorio, ¿cierto? ¿Y era tu compañero de laboratorio el semestre
pasado también? —Sam puso sus rizos rubios sobre su hombro.

Sam era un poco más baja que yo y estaba asistiendo a la universidad con una
beca de tenis. Ella estaba determinada en entrar a Harvard Law y, al igual que yo,
era centrada, gasta muy poco de su tiempo en sexo. Su actitud todo-negocios la
hizo una ideal mejor amiga y compañera de cuarto.

—Simplemente no. No tengo su número.

—¿Porque no? —insistió. Me había hecho esta pregunta varias veces mientras
nos estábamos vistiendo o, más bien, mientras ella me estaba vistiendo.

—Porque… —respondí de nuevo, limpiando mis palmas en el vestido.


—¿Porque qué? ¿Qué pasa si necesitas estar en contacto con él por un
proyecto?

—Le dejo una nota.

—¿Una nota? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo?

—En el laboratorio de química, en el gabinete.

—¿Se pasan el uno al otro notas? —Su tono se volvió burlón.

—No. No es así. Yo le dejo una nota si no puedo llegar los viernes y él hace lo
mismo. O si termino algo sin esperarlo, ese tipo de cosas.

—¿Pero por qué no quiere que tengas su núme...?

Dejé de caminar y la enfrente. —Él trató de dármelo, ¿está bien? Trató de


intercambiar números el último semestre y yo no quise. ¿Puedes dejarlo estar?

—¿No querías el número de Martin Sandeke? —preguntó, como si las palabras


que acababa de decir no tuvieran sentido.

—Eso es correcto.

—Pero... ¿por qué no? Él es... es... ¡es Martin Sandeke!

—Porque es Martin Sandeke. Ese es el por qué no lo quiero. —Empecé a


caminar de nuevo, mis dedos de los pies protestando por el movimiento.

—Katy, has estado flechada por Martin Sandeke desde la primera semana de
clases hace dos años cuando lo acechabas afuera de física, antes de que incluso
supieras quien era.

—Eso es porque es físicamente hermoso y agradable a la vista —murmuré.

—Trató de darte su número de teléfono y tú no lo quisiste. ¿Porque hiciste eso?


Explícamelo.

—Porque, me conoces, cuando me emborracho, a pesar de que solo ha


ocurrido dos veces, ¡llamo por teléfono! Llamé a Carter la última vez que sucedió.

Carter fue mi novio en la escuela secundaria quien nunca pareció interesado en


la intimidad física a menos que tuviéramos una audiencia. Ya que fue mi único
novio, pensé que eso era normal. Habíamos terminado como amigos.

Pero el año pasado le dejé un mensaje borracha preguntándole porque nunca


intentó dormir conmigo. Cuando me desperté a la mañana siguiente, y recordé
todo, me tomó tres semanas devolver su llamada.
Cuando por fin lo hice, me informó que era de hecho, gay. Además, él había
apreciado mi voluntad de ser su soporte en la escuela secundaria. También me
aseguró que si no hubiera sido gay, habría intentado meterse en mis pantalones con
frecuencia.

Todo eso sonó como lástima.

La peor conversación de todos los tiempos.

Sam me detuvo de nuevo con una mano sobre mi codo.

—Ese fue el verano pasado y Carter es historia antigua.

—¿Podemos acabar con esto? —supliqué, no queriendo hablar de Carter o


sobre mi raquítica historia romántica.

Sam lanzó un suspiro audible.

—Katy, eres hermosa y deseable...

—Oh dios mío, no más bromas. Estoy usando el vestido, ¿no? Incluso te dejé
ponerme maquillaje.

—No estoy bromeando. Estoy tratando de sacarte esa infinita baja autoestima
que tienes. Te escondes detrás de ropa holgada y cejas espesas que bien podrían ser
bigotes. Carter es una persona encantadora, pero no debería haberte usado de esa
manera. Ahora estás mal de la cabeza.

—¿Podemos no hablar de esto?

—Solo si prometes conseguir el número de Martin esta noche.

Sacudí la cabeza, volviendo a caminar.

—No lo haré. No quiero marcar borracha a Martin Sandeke en unos meses. No


me dará compasión, es despiadado. Se reirá en mi cara y me hará llorar.

Sam chasqueó su lengua, puso los ojos en blanco, y comenzó a caminar de


nuevo.

—Bien. Lo que sea. Ve por la vida reprimiendo tu sexualidad porque un chico,


un estúpido chico te utilizó para ocultar su propia confusión interna.

—Gracias.

—No me agradezcas. —Dejé el comentario sarcástico pasar porque


estábamos en la misma manzana que la casa de la fraternidad. Era lo que
se esperaría de una casa de la fraternidad en una escuela de la Ivy League.
Grandes, adornos de época, clásicamente pintada, un césped cuidado lleno de
vasos rojos y fiesteros borrachos. Masas de cuerpos de pie, sentadas, derramadas
por la puerta principal, por la amplia escalera y sobre la hierba.

A la entrada de la casa había dos grandes hombres. En realidad, tengo la


impresión de que eran hombres gorila. Ambos vestidos con camisas de polo de
fraternidad y sus cuellos eran tan gruesos como mi cintura. Estaban charlando con
un grupo de cinco chicas altas. Sus ojos recorrieron tanto Sam como a mí cuando
pisamos la calzada descomunal.

Frente a nosotras dos chicas en vaqueros y un chico, también en vaqueros,


empezaron a cruzar el umbral de la casa.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Uno de los grandes chicos tendió la mano
y detuvo su marcha.

La más baja de las dos chicas vestidas de mezclilla se encogió de hombros y se


enfrentó al gran amigo.

—Ir a La fiesta.

—Nah-uh, es en falda o vestido.

El segundo tipo grande nos señaló con la punta de la barbilla a Sam y a mí.

—Pueden entrar, chicas.

Sam me empujó suavemente y que se movió alrededor del grupo en la entrada.


Una vez dentro, Sam y yo avanzamos. No tenía idea de dónde íbamos o cómo iba
a encontrar Martin.

Mirando al alrededor, empecé a sentirme un poco mejor acerca de mi vestido.


Era de algodón negro, sin mangas, y más corto de lo que pensaba en un principio,
pero era modesto en comparación con algunos de los vestidos y minifaldas que
vimos cuando pasamos por la entrada gigantesca.

No obstante, me siento mejor sobre la multitud. La gente, todo el mundo


bailando, besándose, hablando, bebiendo y riendo. Incluso teniendo en cuenta el
tamaño del vestíbulo, la aglomeración se sintió sofocante.

—Disculpen.

Di un paso a un lado para permitir que tres chicos altos y guapos pasaran.
Llevaban el cabello castaño casi intencionalmente en un corte largo al estilo
inconformista y piel bronceada; dos tenían ojos marrones, el otro los tenía azul.
Vestían camisas de polo de fraternidad y los tres desaceleraron, sus ojos
moviéndose sobre Sam y sobre mí con simple interés.
El último de los chicos se detuvo; agarró mis caderas, y luego me emitió una
sonrisa muy linda y coqueta.

—Oye, ¿quién eres tú?

Abrí la boca para responder que no era nadie y que no debería ir por ahí
tocando personas sin su permiso, pero Sam tiró de mi mano y se insertó a sí misma
en la conversación. Tenía que semi-gritar para ser escuchada sobre la música de los
alrededores y voces.

—Estamos buscando a Martin Sandeke. ¿Él está aquí?

El de ojos azules del trío resopló una carcajada y sacudió la cabeza.

—Haz la fila, cariño.

Sam inclinó la cabeza hacia un lado, entrecerró los ojos en él.

—Escucha, no nos vamos a quedar. Esta es su compañera de laboratorio, ella


tiene que hablar con él acerca de la clase. ¿Sabes dónde está?

Los tres chicos intercambiaron miradas confusas; el que tenía sus manos en mis
caderas se inclinó a mi oído.

—¿Tú eras la compañera de laboratorio de Sandeke?

Asentí y finalmente encontré mi voz.

—Sí. Ambos semestres. Es muy importante que hable con él sobre, um... un
proyecto que se supone que debemos estar haciendo durante las vacaciones.
Además, realmente apreciaría si me quitaras las manos de encima.

Él parpadeó, frunció el ceño y luego quitó las manos y dio un paso atrás, o
como mucho un paso atrás cuando pudo con el enamoramiento.

—¿De verdad eres su compañera de laboratorio?

Sus ojos parecían buscar mi cara con interés. De hecho, los tres parecían estar
mirándome un poco raro. Alisé mi mano por mi falda de nuevo y estaba agradecida
por las luces tenues. Bajo su triple ardiente lectura, sabía que estaba sonrojada
incontrolablemente.

—Es ella, la hija del astronauta —dijo finalmente el de los ojos azules, como si
se hubiera dado cuenta y me reconoció. Lo dijo como si yo fuera una celebridad.

Apreté los labios antes de murmurar—: Es mi abuelo.

—También estoy en la clase del profesor Gentry. —Ojos Azules extendió su


mano, capturando la mía; su expresión me decía que estaba investigando y también
tenía respeto mientras se movía por encima de mi cara—. Te ves muy diferente
fuera de la clase. ¿Has hecho algo diferente en... tu cara?

Pensé en responder que estaría feliz de hacer algo diferente en su cara, como un
puñetazo, pero Sam habló primero.

—Así que, ¿cuál de ustedes nos llevará a Martin? —Sam parecía no


haberle gustado esta última pregunta sobre mi cara tanto como a mí, porque su
tono tuvo cierto fastidio moderado—. No tenemos mucho tiempo.

Esa fue una verdad. Ya eran las diez y diez y sabía, basado en mi espionaje, la
misión «narcotizar» se produciría en algún momento alrededor de las diez y
treinta. Ojos Azules asintió, sin soltar mi mano.

—Seguro. Seguro. Sígueme. —Tiró de mí hacia adelante.

Ojos Marrones, el que se sintió cómodo poniendo sus manos sobre mi cuerpo,
me guiñó un ojo al pasar.

—Encuéntrame después, vamos a tener un poco de diversión.

Su compañero lo golpeó en la parte posterior de la cabeza y le oí decir cuando


nos fuimos—: No es probable, idiota.

—Soy Eric —dijo Ojos Azules dijo hacia nosotras por encima del hombro—.
Stroke está por acá.

—¿Stroke?

—Martin es braceo. —Eric se volvió brevemente para explicar. Hicimos una


cadena, los tres, ya que íbamos atreves de un mar de cuerpos sudorosos—.
Sucede que cuando alguien se ubica en el octavo asiento en un bote. Se llama
movimiento de braceo debido a que marca el ritmo de la carrera para el resto de la
embarcación. Así que lo llamamos Stroke2.

Apreté los dientes a través de los empujones, ignoré las partes del cuerpo
presionándose contra mí, o de plano palmando mi anatomía.

Martin era llamado Stroke. De alguna manera le cae bien apodo.


Eric nos llevó a una escalera donde otro tipo gorila estaba de pie. Asintió una vez
hacia Eric y nos sonrió a Sam y a mí. Deduje que pensaba que estábamos de
camino a participar en un trío. Esto, por supuesto, hizo que mi rubor se
intensificara.

Conciencia idiota.

2
Stroke en español significa braceo.
Luché para subir las escaleras en los tacones, casi le pregunté a Eric si
podría quitármelos. Estaba tan ocupada debatiéndome si quitar o no mis tacones
que casi choco con la espalda de Eric cuando se detuvo frente a un par de
excesivamente grandes puertas dobles.

—Él está aquí. —Eric se volvió, inclinó la cabeza y luego soltó mi mano para
empujar la puerta.

—Gracias. —Me asintió una vez y agarró la mano de Sam parándola mientras
me movía para entrar.

—No. No. Ella se queda aquí. —Eric sacudió la cabeza e hizo un gesto a Sam.

— ¿Qué? ¿Por Qué?

—Solo una chica a la vez, a menos que ambas estén invitadas.

Miré a Sam y me imaginé que puse una expresión igual de aturdida.

—¿Perdón? —preguntó Sam—. ¿Qué es él? ¿Un sultán? ¿Tiene un harén?

Eric sonrió, sus ojos se movieron sobre Sam como fuego lento.

—Te seguiré el juego, magdalena.

—No, gracias, consolador —respondió ella.

Esto solo hizo ampliar su sonrisa, dijo—: Estás a salvo conmigo. Te prometo
que lo único que voy a hacer es mirarte. —Ella frunció el ceño. Él entrecerró los
ojos en tono burlón, aunque su diversión y disfrute era obvia.

—No estoy preocupada por mí —explicó Sam—. No me fío de tu chico


alrededor de mi chica, no en esta casa.

La mirada de Eric se movió sobre mi vestido; su sonrisa se desvaneció,


suavizada, como si supiera un secreto sobre mí.

—Kaitlyn estará a salvo. Pero si no está fuera en quince minutos la rescatamos


juntos.

No me gustó lo que sus palabras implicaban. Yo no era una damisela. No iba a


necesitar rescate. Si alguien era una damisela en esta situación era Martin Sandeke.

Lo estaba rescatando, él no sabía que aún...

Me dirigí a Sam con voz baja. —Estaré bien. Martin no va a hacer nada. Solo
le diré acerca de la, eh, la asignación y luego me iré.

Sam estaba vacilando, aún no estaba segura. Después de un momento


prolongado espetó—: ¡Oh, está bien! —Entonces cambió su mirada a Eric—. Pero
voy a temporizar esto. Tengo un reloj. —Levantó su muñeca para que pudiera ver
que iba en serio.

—De acuerdo —dijo él con una gran sonrisa y luego levantó las manos como
si se rindiera.

Antes de perder los nervios, giré el mango a la puerta y la abrí mirando a Sam
por última vez y entré en la habitación.
Capítulo 3
Tabla Periódica
Traducido por Jazmín & Nix

Corregido por flochi

No sabía lo que esperaba, pero segura que no era una mesa de billar.

Me detuve en la entrada de la habitación, justo dentro de la pequeña alcoba, y


observé mientras Martin y otros tres chicos golpeaban una bola blanca con sus
palos de billar.

Nadie se fijó en mí al principio, y esto me dio tiempo para corear mis


sinónimos en silencio.

Vacilante, inseguro, nervioso, ansioso, inquieto, pánico…

Entonces un idea surgió en mi mente, a pesar de que no te sientas calmada no


significa que no puedas calmarte. Eso fue algo que mi madre me había dicho a
menudo cuando tuve problemas de angustia, frustración, y decepción cuando era
pequeña. Esas palabras eran un excelente mantra ahora.

No estaba preocupada por mi seguridad, pero estaba preocupada. Rememoré


una vida de esconderme en armarios, era perfectamente feliz de continuar esa vida
práctica una vez que esta tarea haya terminado. Solo tenía que acabar con esto
primero.

Impulsada por esta determinación, para tachar esta tarea de la lista de mi


conciencia y buscar un armario agradable y seguro para esconderme, di un paso
hacia delante y aclaré mi garganta.

Uno de los chicos estaba a media risa y me pregunté al principio si me habían


oído. Pero, finalmente, cuatro pares de ojos giraron a mi posición, aunque traté de
concentrarme solo en Martin.

—Uh, hola. Hola. —Le di a la habitación un pequeño saludo.

Martin, como el resto, me miró como si fuera una extraña. Sin embargo, sentí a
todos los pares de ojos mirarme de arriba a abajo de una manera que me hizo sentir
como si fuera un auto, o un caballo, uno que pensaban montar.

Ansiedad intensa se apoderó de mi pecho, y la tensión se extendió en mi


estómago. Apreté mis puños y di otro paso en el cuarto, impulsándome a la luz.
—Estoy buscando a Martin. —Mantuve mis ojos en él; a casi dos metros de
distancia, era el más cercano a mí.

El reconocimiento aún no se había registrado cuando respondió sonando tanto


aburrido como irritado:

—¿Qué quieres?

—Soy yo. Ah, soy Parker. Kaitlyn Parker. Estaba esperando poder hablar
contigo por… un… minuto… ¿sobre química? —Mordí mi labio, esperando su
reacción.

Martin visiblemente se tensó, parpadeó, y se estremeció cuando le dije mi


nombre. Sus ojos, ahora enfocados y entrecerrados, se movieron sobre mí una vez
más, esta vez, con evidente y renovado interés.

—¿Parker? —Dio un paso adelante y puso su palo sobre la mesa; sonaba y


parecía desconcertado.

Asentí, dándole una mirada a los demás. Estaban mirándome alternadamente


para luego mover sus cabezas para mirar la reacción de Martin.

—Sí. Te prometo que solo será un minuto, no tomará…

—Todo el mundo afuera —interrumpió Martin, su voz un poco demasiado


fuerte para el espacio. Era una orden.

Para mi sorpresa, sus tres compañeros depositaron sus palos de billar sobre la
mesa y arrastraron sus pies mientras salían como les indicó, y sin demora.

Uno o dos de ellos me llamaron la atención cuando se fueron, sus expresiones


eran claramente curiosas pero ninguno habló. La mirada de Martin nunca dejó mi
rostro; pareció recuperarse rápidamente de la sorpresa de mi llegada. La línea de su
mandíbula se endureció, y el músculo en su sien pulsó.

No sabía qué pensar de la tormenta que se avecinaba en sus ojos, así que lo
ignoré y traté de pensar en una palabra para usar en mi juego de sinónimos.
También traté de no mirar sus labios.

Lo intenté y fracasé.

No pude evitarlo; el recuerdo de su beso, nuestro beso, llegó como un tsunami,


inundando mi cuerpo con algo cálido y tenso. Me sentí abrumada por él, rodeada
por todos lados. Conocía su sabor, cómo sonaba cuando gruñía, cómo se sentían
sus manos en mi piel desnuda.

Traté de no temblar y fallé en eso también.


La puerta se cerró detrás de mí, pero eso sonó como un disparo para mí,
porque señaló que estábamos solos. Solté un suspiro y puse mi cabello detrás de mis
orejas. Tenía que concentrarme en recitar el discurso que había practicado en mi
cabeza durante las últimas cinco horas.

Luego podría irme, mi conciencia podría calmarse, y todo esto habría


terminado.

Haciendo caso omiso de la piel de gallina que había aparecido por su mirada
ardiente, hice mi mejor imitación de calma y dije:

—Entonces, la razón por la que estoy aquí…

—Déjame adivinar. —Cruzó sus anchos brazos sobre su amplio pecho, sus
anchos hombros rígidos y rectos, y apoyó sus caderas, que eran estrechas y no
amplias, contra la mesa de billar—. Tu nivel de interés ha… cambiado.

Entorné mis ojos en él.

—¿Qué?

—Has cambiado de opinión sobre mí. —La forma en que dijo las palabras:
inexpresivo y mordaz, me llevó a la conclusión de que él pensaba que yo estaba allí
para suplicar por más besos, atrapándolo con mis artimañas femeninas. Poco sabía
que yo no poseía artimañas femeninas. Solo estupidez y miedo.

Entrecerré más los ojos. Me sentía nerviosa. Él no se suponía que hablara. Se


suponía que escuchara.

—No. No es eso en absoluto. Es sobre el armario.

Frunció el ceño, como si no me creyera.

—Bonito vestido.

Me miré, mi mano automáticamente levantándose a mi abdomen.

—Eh, gracias. Es prestado.

—¿En serio? —dijo en serio como si realmente no me creyera.

—Sí. También es demasiado corto, creo. —Tiré del dobladillo, deseando que
fuera más largo—. Me dijeron que no se me permitiría entrar sin una falda.

Su atención se trasladó a donde mis manos ahora estaban jugueteando con el


borde del vestido, permaneciendo allí.

Martin se enderezó en la mesa de billar y fue a donde yo estaba, sus pasos sin
prisa, su mirada deslizándose por mi cuerpo. Una vez más, me sentí como un
caballo que era examinado para montarlo.
—Siempre podrías quitártelo, el vestido, si te hace sentir incómoda.

Un intenso, y alarmante rubor avergonzado se extendió en mis mejillas. Se


detuvo justo frente a mí. Sus ojos estaban yaciendo descaradamente en la curva de
mis pechos con una insinuación que cruzó por completo la línea apropiada.

Era muy apropiado para…

Era…

Era inapropiado.

Tomé una lenta respiración, con la esperanza de permanecer inmutable, y


alejar la creciente ola de sensaciones indescriptibles plagando mis emociones,
algunas placenteras, algunas no tanto.

—Escucha —dije a través de una mandíbula mayormente tensa—. Escuché


algo cuando estaba en el armario, antes de que llegaras, y pensé que deberías
saberlo. Esa es la única razón por la que estoy aquí.

Sus ojos parpadearon en los míos, aun duros, incrédulos. Estaba de pie solo a
unos treinta centímetros más o menos de distancia e incliné mi barbilla hacia arriba
para encontrarme con su mirada.

Después de una pausa, durante la cual estudió mi rostro, Martin dijo:

—Adelante, hermosa. Ilumíname.

—Escuché a dos personas entrar en la habitación. Debido a lo cual, entré en


pánico y, sí, me escondí en el armario. Pero, en mi defensa, ya estaba ahí sacando
el equipo para instalarlo. De todos modos, eran dos voces, una femenina, una
masculina, y entraron juntos en el laboratorio. Quien fuera el chico que estaba
cuando entraste en el laboratorio, era el mismo chico que escuché. La chica quería
que el chico te drogara.

Las cejas de Martin se alzaron y luego bajaron cuando dije la palabra drogar.
No quiero que me interrumpa de nuevo, así que hablé más rápido.

—Ella dijo que quería que te drogara. Lo planificaron para las diez treinta de
esta noche y él se suponía que se asegurara de que te quedaras en la fiesta. Ella dijo
que iba a llegar a las once y luego te llevaría, drogado, hasta tu habitación y los
grabaría. Luego dijo algo realmente perturbador, no es que el resto no sea ya
perturbador, pero lo que dijo después como que me dejó sin aliento porque no sabía
que las personas podían ser tan frías y calculadoras sin tener respeto básico por la
decencia.
—¿Qué dijo? —preguntó, con tono impaciente. Sus ojos todavía duros,
enojados, pero la severidad no estaba centrada en mí. Parecía que yo no era el
objetivo, ¡gracias a Bunsen y su mechero!

—Ella dijo que si quedaba embarazada, entonces sería «un bono extra».

La boca de Martin se abrió, luego se cerró y su mirada se movió de mí al suelo.


Estaba visiblemente aturdido. Observé su hermoso rostro mientras procesaba la
información, aproveché la oportunidad para examinarlo de una manera que nunca
me había permitido hacer antes.

Era dolorosamente guapo. Como que ya lo sabía, pero realmente lo vi ahora.

Mi pecho dolió un poco mientras estudiaba sus rasgos: la mandíbula cuadrada,


nariz fuerte, forma y tamaño perfectos para su rostro, pómulos altos, como si
tuviera ascendencia indígena Cherokee o Navajo. Junto con sus ojos azules, era
sorprendente. Comprendí mi renuencia anterior a mirarlo directamente. Se llamaba
instinto de auto-conservación.

Quité mis ojos de él y de su forma excepcional. Traté de no notar su cuerpo, la


forma en que sus pantalones se aferraban a sus caderas, la forma en que sus muslos
llenaban los vaqueros y miré por encima de su hombro.

—Bueno. Eso era todo lo que tenía que decirte así que, creo que voy a…

—¿Por qué debería confiar en ti?

Mis ojos se movieron de regreso a él y parpadeé ante esa pregunta, porque la


respuesta era obvia.

—Eh, ¿qué?

—¿Cómo sé que me estás diciendo la verdad?

—¿Por qué mentiría?

—¿Qué esperas a cambio?

—¿A cambio de qué?

Cambió de posición acercándose apenas unos centímetros. Sin embargo, esa


cercanía trajo consigo un aire amenazador y desagradable.

Para alguien tan hermoso, su expresión era sorprendentemente fea.

—¿Qué quieres? ¿Qué esperas ganar de esto? ¿Dinero?

Mi boca se abrió y mi nariz se arrugó de nuevo, esta vez de rabia. Lo miré, de


verdad lo miré, y esta vez no estaba viendo la máscara de arrebatadora belleza de la
superficie. Lo que vi fue un chico que era amargado, estaba harto y probablemente
desesperado, por qué, no tenía idea.

Finalmente dije:

—¿Qué te sucede?

Su ceja se alzó.

—¿Qué sucede conmigo?

—Sí —dije, mis manos subiendo a mis caderas—. ¿Qué está mal contigo? Vine
aquí para ayudarte, lo menos que podías hacer es no actuar como un idiota.

—¿Idiota? —dijo de regreso, sus ojos volviéndose tanto fríos como cálidos—.
¿Vienes aquí, luciendo así, y esperas que crea que no quieres algo?

—¡Ya te lo dije, idiota, es una fiesta de faldas! No habría pasado por la puerta
sino tuviera este vestido puesto, imbécil. Si no te gusta cómo luzco, entonces tú y
tus hermanos de sororidad pueden irse al demonio.

—Quieres decir, hermanos de fraternidad.

—Hermandad, sororidad, fraternidad, frartiladad… ¡lo que sea! Me da lo


mismo.

—Entonces, ¿se supone que crea que no tienes ningún motivo oculto? Si esto es
verdad, entonces ¿por qué no me lo dijiste en el laboratorio? —Dio otro paso hacia
adelante y, ya que me rehusaba a retroceder, solo centímetros nos separaban.

—Porque rascaste mi comezón y luego me besaste, ambas cosas me


enloquecieron porque ninguna de las dos están en los temas de los experimentos de
laboratorio en este semestre. Y además…

No alcancé a terminar porque la puerta se abrió detrás de mí y una voz que


reconocí, habló dentro de la habitación.

—Oye, Stroke, amigo, ¿por qué estás aquí? Te traje una bebida. Algo de mi
jugo especial.

Me di la vuelta hacia el sonido de la voz y me tropecé un paso hacia atrás. El


brazo de Martin se envolvió alrededor de mis hombros, los atrajo hacia su pecho
mientras el dueño de la voz estaba a medio entrar, con dos vasos rojos extendidos.

El tipo, casi cinco centímetros más alto que Martin, o sea, muy alto, atravesó la
puerta después de una breve pausa. Detrás de él, pude ver a Eric parado con Sam.
Ambos miraron en la habitación y noté que la cara de Eric tenía una disculpa
mientras miraba a Martin.
Traté de dar un paso hacia delante pero el brazo de Martin se apretó,
manteniéndome quieta.

Los ojos azul claro del extraño se movieron de mí hacia Martin.

—Hola… Eric dijo que tenías compañía así que traje uno para cada uno.

Conocía esta voz porque era él. El monstruo del laboratorio que dijo
palabrotas.

Sentí el pecho de Martin expandirse en una lenta inhalación, sus dedos


enterrándose en mi brazo; no era doloroso pero era apretado, firme, comunicando
un mensaje, no te muevas.

—Gracias, Ben —dijo Martin, pero el borde en su voz fue glacial y no hizo
movimiento alguno para tomas las bebidas.

Ben me dio una sonrisa tiesa, sus ojos aterrizando en el brazo que Martin tenía
a mi alrededor, entonces levantó ambos vasos.

—Deberían comer algo. Vengan, bajen a la fiesta.

—Deja las bebidas y vete —dijo Martin

Ben frunció el ceño, miró las bebidas y aclaró su garganta.

—Deberían bajar, esto es épico…

—Vete —repitió Martin.

Esta vez, Ben asintió una vez y puso las bebidas en la mesa cerca de la puerta.

—Claro, claro. Volveré en un momento para ver si necesitan algo más. —


Levantó sus manos y retrocedió hacia la puerta, sus ojos inspeccionando una vez
más mi cuerpo antes de cerrar la puerta.

Exhalé el aliento que había estado conteniendo, solo por un momento me


permití apoyarme contra Martin.

—Era él. El tipo… reconocí su voz.

Sentí a Martin asentir, y su barbilla y mejilla contra un lado de mi cabeza. Nos


quedamos parados, quietos y callados, un largo tiempo, luego me dio la vuelta para
encararlo. Sus manos se movieron a mi cintura y retrocedimos hacia la mesa de
billar.

Sus ojos, cautelosos, pero también reforzados con curiosidad, buscaron los
míos. Aun podía ver la desesperación y todavía me sorprendía. No lo toqué. En
lugar de eso, puse mis manos en mis caderas, donde mi cuerpo de encontraba con
la mesa.
Al momento, él preguntó:

—¿Qué quieres?

Tragué y luego respondí:

—Me gustaría irme.

Sacudió la cabeza lentamente.

—No me refiero a eso. ¿Qué quieres de mí?

Me encogí de hombros.

—Sería genial si pudieras tabular lo de las asignaciones de la semana pasada,


pero no voy a contener la respiración. —Él nunca hizo las tabulaciones ni los
análisis. Era molesto.

—Parker.

—¿Qué?

Sus ojos cayeron a mi boca y su voz fue más suave de lo que alguna vez la
había escuchado, casi como engatusadora.

—Kaitlyn…

Me endurecí contra los sentimientos asociados con mi nombre viniendo de sus


labios, hablado en tonos gentiles.

Aparté mis ojos y mi voz fue un poco tensa cuando dije:

—Martin, honestamente no quiero nada de ti. Me gustaría irme para así poder
cambiarme a algo normal, beber té, comer galletas y leer un buen libro en mi
dormitorio.

—Kaitlyn, mírame.

Una vez más, mi cuello se enrojeció y mis brazos se llenaron con piel gallina.

Traté de ignorar tanto el rubor como la piel de gallina.

—También quiero que olvides que algo de esto sucedió para que podamos
volver a ser compañeros de laboratorio.

Se quedó callado por un largo tiempo, pero supe, a pesar de que me negaba a
mirarlo a los ojos, que me estaba estudiando, examinándome como si fuera algo
nuevo.

—¿Por qué te escondes? —dijo luego.


Las palabras me sorprendieron tanto que mis ojos instintivamente buscaron los
suyos, y esto fue un error. Su mirada, ahora un bonito fuego azul, estaba
estudiando mi cara, como si estuviera memorizando cada detalle. Era alarmante y
mi corazón se aceleró.

Intenté dar un encogimiento de hombros pero probablemente parecía uno mal


hecho, un temblor convulsivo.

—¿Por qué te importa?

Su mirada se encontró con la mía y luego se movió a mis labios.

—Tienes unos labios increíbles.

Medio me atraganté, con los ojos muy abiertos.

—¿Te importa porque tengo labios increíbles?

—Y tus ojos. Son grises. Los noté primero. —Su voz era apenas un susurro;
sonaba como si estuviera hablando consigo mismo.

Me aclaré la garganta, no muy segura de qué decir. Pero resultó que no


necesitaba decir nada, porque, continuó.

»A principios del semestre pasado, llevabas una camiseta sin mangas y el


cabello suelto. Seguías quitándolo de tu cuello. —Levantó su mano y rozó el dorso
de sus dedos contra el bordado del escote de mi vestido, una caricia suave—. Traté
de conseguir tu número de teléfono, pero no me lo diste.

—Rara vez doy mi número, es una de mis reglas de vida —dije tontamente.

—Los pantalones rojos, los ajustados que muestran tu trasero. Me torturaste,


agachándote para tomar suministros del gabinete. Eso no es muy agradable.

Mi voz estaba inexplicablemente sin aliento.

—¿Los de pana? Solo me los pongo cuando toda mi ropa está sucia.

—Eres mejor en la química que yo, sacas excelentes en todas las pruebas.

—Me gusta la química, y no estudias como deberías.

—¿No te has preguntado por qué vengo los viernes? —Sus dedos se cerraron
alrededor de mi cuello y su pulgar trazó círculos a lo largo de la línea de mi
clavícula. Empujó mi cabeza suavemente hacia atrás.

—¿Para que podamos terminar la asignación semanal?

Sacudió la cabeza.

—Tú.
Mis pestañas revolotearon.

—¿Yo?

Me mantuvo cautiva tanto con su mirada ardiente como con sus manos
acariciándome. Martin se inclinó hacia adelante y rozó sus labios contra los míos.
No fue un beso. Fue más como si estuviera usando sus labios para sentir los míos,
para disfrutar de mi suavidad.

—Tú —susurró de nuevo.

Mis dedos agarraron la madera a cada lado de mis caderas y luché con éxito
contra un gemido. La opresión en mi pecho se alivió y retorció, mi estómago agitó,
mi aliento saliendo superficial y rápido.

Mi cerebro no estaba funcionando correctamente porque lo había confundido


con sus palabras, manos y labios de tentación. Por lo tanto, en un intento
insignificante de defenderme contra su embestida de seducción, solté uno de mis
mayores temores en lo que a él se refería.

—Me vas a hacer llorar.

Sus ojos se abrieron un poco, moviéndose entre los míos.

—No lo haría.

—Lo harías. Lo he visto, he visto cómo tratas a las chicas.

Su mano en mi cintura se apretó.

—No te haría eso. No eres… sé que no eres así. No seríamos así.

—No confío en ti.

Él suspiró, pero no con impaciencia.

—Lo sé. —Asintió—. Pero lo harás.

Bajó la cabeza otra vez, me dio un beso suave en los labios, solo un toque de su
lengua. No fue suficiente. Mis manos se levantaron por su cuenta y se apoderaron
de su camisa, alejando cualquier amenaza que podría haber previsto. No lo hice a
propósito. De hecho, no sé por qué lo hice.

—Martin, no puedo…

—Puedes.

—No soy…

—Lo eres.
—Tú no…

—Yo sí. —Me besó otra vez y cambió su peso más completamente en mi
contra. Martin llenó mi espacio por lo que ocupó cada centímetro. Cuatro de mis
sentidos se vieron desbordados por él, el olor de su colonia, su cuerpo caliente y
duro contra el mío, el sabor de su boca, el gruñido bajo en la parte posterior de su
garganta cuando nuestras lenguas se encontraron y chocaron.

Brevemente quitó su boca de la mía, y exigió:

—Di que pasarás la semana conmigo.

Parpadeé, empecé a protestar.

—Martin, esto no es…

Me besó de nuevo, puso mis brazos alrededor de su cuello, luego sus manos
subieron por mis costillas y sus palmas me acunaron a través de la fina tela de mi
vestido. Su pulgar dibujó pequeños círculos alrededor del centro de mi pecho.

Gruñó.

—Dilo. Pasa la semana conmigo.

Gemí, porque… me excité.

Mordió mi labio, chupándolo entre los suyos. Gemí de nuevo.

—Eres tan jodidamente hermosa, Kaitlyn. —Respiró las palabras de repente,


como si no quisiera decirlas en voz alta, pero estallaron espontáneamente—.
Quiero que pases la semana conmigo. Di que sí.

Me besó de nuevo, rápidamente, luego hizo un sendero de besos húmedos y


calientes sobre mi mandíbula y detrás de mi oreja hasta mi hombro. Me mordió,
con fuerza, y succionó mi cuello de una manera que me hizo retorcer y que mi
aliento se atascara; a la vez que su gran mano masajeó mi pecho y me torturó a
través de la tela. Su otra mano se había trasladado a mi trasero y apretó mi centro
contra el suyo.

—Martin… —Fue todo lo que pude decir, porque… estaba realmente excitada.
Y no es que fuera una experta, pero a juzgar por la larga longitud contra mi
estómago, él también estaba muy excitado.

—Por favor, di que sí —susurró en mi oído.

—Sí… —dije.

—Prométemelo.

—Lo prometo.
Para ser honesta, no lo dije en serio. En ese momento, dije que sí porque me lo
había pedido, y usó las palabras por favor, y no quería que los buenos sentimientos
se detuvieran, no porque tenía intención de pasar la semana con Martin Sandeke,
Hércules, idiota con las mujeres, y al parecer, el rey en seducir a vírgenes ingenuas.

En cualquier caso, mis palabras parecieron ser suficientes para Martin porque
sonrió contra mi piel y dejó de hablar. También trasladó sus dos manos de sus
cuidados sorprendentemente eficaces y me rodeó con sus brazos. Su boca se movió
de nuevo a la mía.

Esta vez el beso fue lento, menos urgente, suave y dulce. Se sentía como un
preludio, un comienzo. Cuando levantó la cabeza, abrí los párpados para
encontrarlo mirándome, sus ojos encendidos… unas llamas azules.

—Te recogeré mañana —dijo. Su voz era diferente, más suave, más
profunda… contenida.

—¿Qué? —Parpadeé hacia él.

—Estate lista a las ocho.

—¿Ocho?

—No tienes que empacar mucho. —Besó mi nariz, me soltó de sus brazos,
entrelazó sus dedos con los míos, y tiró de mí hacia la puerta—. Espero que te
gusten las playas privadas.
Capítulo 4
Entalpías de reacción
Traducido por Nix & Jazmín

Corregido por flochi

—¿Qué vas a hacer?

—Nada.

Oí a Sam moverse en su asiento haciendo que el cuero a crujiera.

—¿Qué quieres decir con nada? Está esperando que vayas con él durante las
vacaciones de primavera.

Me encogí de hombros, mirando por la ventana del auto con chofer de Martin.
Eso es correcto. Un auto con chofer, para un estudiante universitario de veinte años.
Si no me hubiera sentido tan pensativa puede ser que haya buscado la mostaza
Grey Poupon Dijon.

Después de mi error de juicio contra la mesa de billar, Martin nos había


conducido a Sam y a mí a la parte trasera de la casa de la hermandad, mientras
llamaba a su chofer por teléfono. El hombre estaba en la puerta trasera para cuando
llegamos.

Martin me atrajo para un beso rápido, lo cual fue completamente extraño,


provocativo y desagradable, luego sin más preámbulo, nos hizo entrar, diciéndole a
su conductor que nos llevara a nuestro dormitorio.

Sam me bombardeó para obtener información en cuanto la puerta se cerró.


Relaté los hechos, los cuales me dieron la oportunidad de recuperar algo de
cordura. En retrospectiva, me di cuenta de que había estado actuando como una
loca. La proximidad a Martin me hizo perder el sentido. Había estado sin sentido.
Sin sentido. Nada de sentido. Sin sentido.

Tonta.

Hablé a la ventana en lugar de enfrentarme con la expresión ansiosa de Sam.

—Quiero decir eso, no voy a hacer nada. No puedo ser responsable de mis
reacciones, lo que digo o lo que hago, cuando estoy frente al Martin Sandeke de la
vida real. Él es el hombre equivalente a una pistola en la cabeza, salvo que sin el
aspecto de temer por mi vida. Le voy a escribir un correo electrónico, le diré que
afecta negativamente mi capacidad de funcionar como un ser racional. Como tal, el
debate de anoche y todos los acuerdos resultantes son nulos y sin efecto. Estoy
segura de que lo entenderá.

Me sentí como si hubiera caído en una realidad alternativa y acabara de


encontrar mi camino fuera de la madriguera del conejo.

Sam resopló.

—Mmm, no. No lo va a entender. Y dudo que vaya a aceptar un no por


respuesta. Él es una especie de matón de esa manera, o por lo menos, tiene esa
reputación.

Esta declaración capturó mi curiosidad; me volví en mi asiento para enfrentar


Sam.

—Espera, ¿qué quieres decir? ¿Él ha forzado…?

—¡No! Dios, no. Nunca me hubiera burlado de ti sobre conseguir su número si


hubiera forzado a chicas. Eso no es lo que quise decir. No necesita eso en cualquier
caso, ya que las tiene colgando de él en la casa de fraternidad con sus mini faldas,
dispuestas a doblarse de la forma en que él quiera. Apuesto a que es por eso que se
escondía arriba. Debe ser agotador en algún momento… —Sam se fue quedando
callada y me dio la sensación que estaba hablando para sí misma.

Le fruncí el ceño a Sam.

—La violación no se trata de necesidad, se trata de poder.

—Exactamente. Lo siento si he dado a entender lo contrario. Como sea,


Martin Sandeke tiene una reputación de conseguir chicas dispuestas.

—Entonces, ¿de qué estás hablando? ¿Cómo es que un matón? Aparte de lo que
las chicas con las que ha dormido lloran y se meten en peleas a puñetazos. —
Escuché las palabras que salieron de mi boca, dándome cuenta de que esos dos
hechos hicieron lo suficiente como para etiquetarlo como tal.

—Solo quiero decir que está acostumbrado a salirse con la suya, ¿no? Él tiene
su propio yate. Su-Propio-Yate. —Me miró, levantó las cejas enfatizando más—. Si
quiere algo, es suyo. Ni siquiera pregunta, solo lo dice.

Giré mis labios hacia un lado y consideré esta información, sin entender por
qué era pertinente para nuestra discusión.

—¿Y? ¿Qué tiene eso que ver conmigo?

Los párpados de Sam cayeron con incredulidad, pero sus cejas quedaron
suspendidas.
—¿No has estado prestando atención? Vi la forma en que te miraba, la forma
en que te tomó de la mano todo el camino hasta el auto, la forma en que te besó
antes de irnos. Te desea. Martin Sandeke te desea.

La consideré, y suspiré.

—No soy un yate.

—No. Eres una chica. Ha tenido cientos de ellas. Pero él solo tiene un yate. —
Entonces, en voz baja, agregó—: Bueno, solo tiene un yate, que yo sepa.

—Sam, ¿no fuiste tú la que me empujó para conseguir su número?

—Sí, pero eso fue antes de que me dijeran que permaneciera fuera mientras
entrabas en su guarida. Eso fue antes de que viera la mirada aturdida en tu cara
cuando saliste de la mencionada guarida. ¡Eso fue antes de enterarme que quiere
que vayas con él durante una semana! Quiero que enloquezcas, pero no quiero que
rompan tu corazón.

—Creo que estás exagerando. Tú misma lo has dicho, las tiene haciendo fila
alrededor de la manzana. Voy a declinar su oferta, y se lo va a pedir a otra persona.
No hay necesidad de enloquecer.

—No estoy enloqueciendo y tú estás siendo totalmente obtusa.

—Bien. Voy a dormir con él. Lo llamaré mañana y le voy a decir que quiero
terminar con eso. Luego, de acuerdo a tu lógica, va a desaparecer. Problema
resuelto.

Sam gruñó.

—Eso no es una buena idea.

—Bueno, ¿qué quieres que haga?

—Deberías decirle cara a cara que no quieres ir. Deberías explicar tus razones y
establecer límites para las futuras interacciones. Y deberías tenerme allí como
representante para asegurarte de que no trate de golpearte con su rayo sexi.

—¿Golpearme con su rayo sexi?

—Sabes de qué estoy hablando. Apenas lo vi y estoy sintiendo los efectos.


Tiene como un… pulso electromagnético sexi o algo. También lo tiene su amigo,
Eric. Son una amenaza. No deberían permitirles estar en público.

—Así no es cómo funcionan los electroimanes.

—Lo que sea. Entiendes mi punto.


—Llegamos. —La voz del chofer por el altavoz interrumpió nuestra
conversación y captó nuestra atención la vista de nuestro dormitorio fuera de mi
ventana.

Oí el sonido de él saliendo del auto, presumiblemente caminando para abrir mi


puerta.

Sam cubrió mi mano con la suya fijando mi atención en ella.

—Solo piensa en lo que he dicho. Carter te humilló, pero sus intenciones no


eran hirientes. Este chico —Se detuvo, sus ojos se moviéndose hacia los míos—, si
Carter era un cartucho de dinamita, este tipo es un arma nuclear.

●●●

El directorio de correos electrónicos del campus era información pública dentro


del sistema del Tablero Negro de la escuela. Podía encontrar la dirección de correo
electrónico de cualquier persona mediante un simple nombre, apellido o año
inscrito. Sin embargo, ya que era tan fácil de encontrar la dirección de correo
electrónico de una persona, muy pocas personas realmente utilizaban su cuenta de
correo electrónico en el campus, prefiriendo Gmail u otra alternativa en la que el
spam no fuera un problema.

Sabía esto. Sabía que las posibilidades de que Martin en realidad recibiera mi
correo electrónico eran ínfimas. De todas formas, razoné que tendría la autoridad
moral si le enviaba un correo electrónico tan pronto como llegara a casa. Entonces,
cuando se presentara al día siguiente y yo no estuviera, podría señalar más tarde
que, de hecho, le envié un correo electrónico.

No era mi culpa que no hubiera checado su bandeja de entrada.

Martin,

Espero que estés bien.

Aprecio tu oferta de acompañarte en tus viajes durante las vacaciones de primavera, pero
he reconsiderado mi respuesta. Una vez que me alejé un poco de la situación, veo que cometí
un error al estar de acuerdo contigo. Simplemente tengo muchas tareas que hacer esta semana.
También estoy en un voluntariado en un centro de crisis como asistente de apoyo. No quiero
dejarlos sin notificarles ya que ellos cuentan conmigo cuando hay problemas. Y por eso, por
favor, acepta mis disculpas. Estoy segura de que no tendrás problemas al encontrar una
alternativa.

También apreciaría si nuestros futuros temas de conversación estuvieran limitados a la


química (y solo química) de ahora en adelante. Te veo en el laboratorio.

~Parker.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Sam mientras entraba en nuestra
habitación.

Cuando llegamos al dormitorio, había ido al baño primero a lavar mi cara y


cepillarme los dientes mientras Sam se cambiaba. Entonces, ella fue al baño
mientras yo me cambiaba. Pero en lugar de cambiarme, abrí mi portátil.

—Nada.

Chasqueó la lengua, guardando sus artículos de aseo.

—Estás enviándole un correo electrónico. Eso es un error.

—No importa si lo ve. Lo envié. Eso es lo que importa.

—Eso no es lo que quise decir. Le estás dando un aviso. Ahora él será capaz de
planear un contraataque.

La miré por el rabillo de mi ojo.

—¿Contraataque? Esto no es algún ejercicio de Sun Tsu de El Arte de la Guerra,


esta soy yo rechazando su oferta de vacaciones gratis. ¿Qué puede hacer?

—Ya verás —dijo con una voz cantarina, apagando la luz en su lado de la
habitación, y metiéndose en la cama.

—Además, se lo envié a la cuenta de la escuela. Probablemente ni siquiera lo


vea.

—Entonces va a aparecer mañana y tendrás que lidiar con él en persona.

—No. Me habré ido. Dijo que estaría aquí a las ocho. Me voy a ir a las siete y
estaré en la biblioteca todo el día.

—Cobarde.

—¿Es un camaleón un cobarde, porque puede cambiar de color? No.


Evoluciona y es genial. Me gusta pensar en mí de una manera similar. No hay nada
malo en tener un fuerte sentido de auto-preservación.

—Lo que sea. ¿Quieres que te despierte? Tengo práctica de tenis a las seis.

—No, pondré la alarma en mi teléfono. —Cerré mi portátil y lo puse al lado de


nuestra mesa de noche compartida, luego me puse de pie para ponerme el pijama.

Después de cambiarme, agarré mi teléfono para poner mi alarma a las seis y


treinta de la mañana. Quería irme mucho antes de que Martin o alguien de su
personal llegara. Normalmente despertaba a las siete y treinta, por lo tanto, era
necesaria la alarma.
Al echar un vistazo a la pantalla de mi celular, me di cuenta de que tenía dos
llamadas perdidas de mi madre, más un mensaje de texto. Decía:

Acabo de llegar a casa. Llámame cuando puedas. Estaré disponible hasta las 2.

Mi madre: senadora, adicta al trabajo, conversadora eficiente, superhéroe.

Distraída por el mensaje, dejé mi alarma por el momento y marqué el número


de mi madre. No tomaría mucho tiempo. Nuestras conversaciones raramente
duraban más de tres minutos. Ella respondió después de cinco timbres.

—Kaitlyn. No has comunicado tus planes para las vacaciones de primavera.


¿Es tu intención unirte a nosotros en Monterrey o te quedarás en el campus? —La
voz formal de mi madre sonaba seria desde el otro extremo.

Ella tenía una agenda y temas de charla para cada conversación. Al crecer, me
entregaba una copia en papel y me pedía que los siguiera. Cuando yo era muy
pequeña, utilizaba imágenes en lugar de palabras y discutíamos cosas como:
Revisión de tres meses: Preescolar. Programado: Corte de cabello. Plan de acción requerido:
Limpieza de tu habitación. Música: Interfiere con el tiempo programado.

Antes de irme a la universidad, si uno o ambos de mis padres viajaban, la


reunión familiar se llevaría a cabo a través de una reunión telefónica. Ahora
normalmente realizamos la reunión vía teleconferencia debido a mi ausencia física
en casa. Los temas para discutir pasaron a la gama de Solicitud de compra: Nueva bici,
a Noticias familiares: Tu abuela tiene cáncer, a Punto de preocupación: El tiempo dedicado a
la música superando el tiempo dedicado a las tareas, a Recreación programada: opciones de
vacaciones anuales, a Noticias para Kaitlyn: Aceptada en Harvard, Yale, Princeton, MIT,
Caltech.

—Me quedaré en el campus.

—¿Sam estará presente?

—Sí.

—¿Necesitas fondos?

—No.

—¿Estas dispuesta a venir con tu padre y conmigo el próximo domingo?


Almuerzo o cena, en Kartwell Deli.

—Sí. Domingo. Almuerzo.

Incluso ahora, las reuniones familiares eran los domingos. Mi padre y yo


presentaríamos los puntos de nuestras agendas a George, la asistente personal de mi
madre a más tardar el viernes por la noche. Un esbozo de agenda se distribuiría el
sábado por la tarde para hacer comentarios y la versión final se distribuiría el
sábado por la noche. Se uniría a la agenda una copia de nuestros calendarios
individuales para el próximo mes, actualizándose semanalmente.

Había perdido la costumbre de actualizar mi calendario desde que dejé mi casa.


Agendas, calendarios y listas aseguraban que hiciéramos el uso más eficiente de
nuestro tiempo. Sabía eso. Pero mi agenda solo cambiaba una vez al semestre. Mi
vida era predecible, por lo tanto, no vi necesidad de enviar actualizaciones
semanales.

—¿Cómo está la universidad?

—Muy bien. ¿Cómo está el trabajo?

Para mi sorpresa, ella no dio su respuesta típica de, «es lo que hay». En cambio,
hizo una pausa, luego suspiró y dijo:

—Terrible.

Mi boca se abrió y se cerró, podía sentir mis cejas alzándose en mi frente.

—Uh… ¿Te importaría explicarlo mejor?

—Mi medida de Net Neutrality no está progresando para mi satisfacción en


The House, los grupos de presión de telecomunicaciones están creciendo
rápidamente, y la FCC se está volviendo difícil. Estoy frustrada.

Inmediatamente respondí:

—Net Neutrality es un tema importante y vale la pena el esfuerzo y la


frustración. Estás haciendo lo correcto. —De vez en cuando servía como
animadora de mi madre. De vez en cuando ella se desempeñaba como la mía. Estas
ocasiones eran raras, ya que ambas creíamos en la autosuficiencia salvo que las
circunstancias fueran terribles.

Sin embargo, nos amábamos. Ninguna de las dos éramos tan austeras como
para retirar el apoyo cuando era solicitado, pero lo valoraba y me uní a su mantra
de no-drama. La energía debería ser gastada en soluciones a problemas reales,
como el estado abismal del sistema de cuidado de crianza de estados unidos, o
nuestra tensa política exterior con Pakistán, o las gigantes telecomunicaciones
usando Net Neutrality como un arma contra el bien público; por lo tanto, cuando
dijo que estaba frustrada, por lo general, significaba que estaba en un punto muerto.

—Gracias. Agradezco tus palabras de aliento y valoro tu opinión. —Su tono


era más suave. Era la voz que había usado cuando yo era niña y ella me había leído
los tres primeros libros de Harry Potter antes de ir a la cama.

—En cualquier momento.

Entonces me sorprendió aún más, diciendo:


—Sabes que te quiero, ¿verdad?

Una vez más, mi boca se abrió un poco y se cerró antes de que la soltara:

—Claro. Por supuesto que sé que me quieres. Yo también te quiero.

—Bien… bien.

Ella me decía todos los domingos que me amaba. Era lo último que mis padres
y yo intercambiábamos en nuestra llamada de conferencia a pesar de que no estaba
incluido en nuestra agenda. Un te amo a mediados de semana no se había dado
desde que mis padres me dejaron en la universidad en mi primer año.

Estaba a punto de pedirle más detalles sobre la fuente de su estrés, porque


estaba obviamente de mal humor y me hizo preocuparme, pero antes de que
pudiera hacerlo, su tono eficiente estaba de vuelta.

—Por favor, envíale a George tu calendario actualizado con una actualización


semanal para el período de las vacaciones de primavera. No tienes clases la
próxima semana, así que el calendario es incorrecto.

—Lo haré.

—Gracias. Buenas noches, Kaitlyn.

—Buenas noches, mamá.

Ella cortó primero. Sostuve el teléfono en mi oído durante varios segundos


antes de dejarlo en la mesita de noche, luego distraídamente me acosté en la cama.

Mi madre era la hija de una física (mi abuela) y un astronauta (mi abuelo). Mi
abuelo también fue un físico en la Marina. Había destacado académicamente toda
su vida y creía en la estructura de enfocarse en la meta. Era una súper heroína. Era
mi heroína. Por eso, los momentos en los que se permitía mostrar su vulnerabilidad
eran angustiantes. Era como ver a Superman luchando a través de un encuentro
ante la exposición de kriptonita.

Acomodé mi almohada y edredón, los cuales me encantaban; olían a lavanda,


y eran muy acogedores, los poemas debían ser escritos sobre su épica, maravillosa
comodidad. Me acurruqué contra su suavidad y alejé el toque de ansiedad que
sentía por el extraño comportamiento de mi mamá.

Finalmente me quedé dormida.


Capítulo 5
Conceptos básicos de vinculación química
Traducido por Nix & Mae

Corregido por flochi

—Parker.

Unos dedos tocaban mi cabello, apartándolo de mi cara. Un momento después,


acariciaron un camino por encima de mi hombro, bajando por mi brazo, y se
ajustaron alrededor del mío, apretándolo.

—Parker… es hora de levantarse. Es hora de irnos. —Una misteriosa voz


masculina reverberó en mi cabeza. Era una bonita voz. Hizo que mis entrañas se
sintieran como un malvavisco cálido, dulce y esponjoso.

Levanté las cejas, pero no pude abrir los ojos; pregunté en un murmullo
adormecido:

—¿A dónde vamos?

—Vamos a la playa.

Las palabras sonaban lejanas y mi cerebro somnoliento me dijo que las


ignorara. Empecé a ir a la deriva.

—Eres linda cuando no te quieres despertar. —La voz sonaba misteriosa y


divertida. Me gustó esa voz misteriosa.

También me gustaba la palabra linda, pero no tanto como sus suplentes.

—Adorable, cautivadora, encantadora, querida…

—¿Qué?

—Sinónimos.

—Bueno. Vamos, bomboncito. Despierta. —La mano se encontraba en mi


cara, ahuecando mi mejilla. Me di cuenta que se sentía excepcionalmente callosa.
Un pulgar se movió hacia atrás y hacia adelante, dejando ligeros toques sobre mi
labio inferior, enviando pequeños escalofríos por mi cuello hasta mi espina dorsal.
Abrí un ojo, me las arreglé para ver una forma difusa, y reconocí al dueño de la
voz misteriosa. Era Martin Sandeke. Y parecía que estaba sentado en mi cama. No
podía darle sentido.

—¿Qué está pasando? —Me froté los ojos con mis palmas, todavía en algún
lugar entre mis sueños y la realidad, pero más cerca de los sueños.

Esto era un sueño. Estaba segura. Un sueño dentro de un sueño o de uno de


esos sueños que se sentían extrañamente reales. Tal vez, si tenía suerte, sería capaz
de controlar la acción del sueño y pasar algo de tiempo desnuda con el físico
superior de Martin Sandeke sin el peligro de su personalidad arruinándolo todo.

—Vengo a recogerte para nuestro viaje. —Su mano se posó en mi muslo


desnudo. El peso se sentía muy real.

Dejé de frotarme los ojos, optando por la contemplación inmóvil en lugar de un


grito jadeante.

—¿Martin? —pregunté en lo que yo esperaba fuera una habitación vacía.

—¿Sí?

Me senté de un salto, con los ojos abiertos.

—Oh, Dios mío, ¿qué estás haciendo aquí?

Martin se encontraba en el borde de mi cama. Lo miré; llevaba unos oscuros y


descoloridos jeans, una camiseta blanca y una sonrisa. Era tan guapo que sentí que
tuviera que presentar una demanda civil en contra de sus padres, reclamando por
causar daños y perjuicios punitivos, dolor y sufrimiento a mi psique.

—Te estoy recogiendo.

Tomé mi teléfono para ver la hora. Eran las 7 a.m.

—¿Qué? ¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué? —Fue todo lo que pude decir, porque mi
alarma no sonó.

Me quedé dormida, pero olvidé poner mi alarma... ¡Rayos!

Así que Martin llegó una hora antes y estaba aquí. En mi cuarto. Sentado en mi
cama. Mirándome como si me quisiera para… cosas.

Se inclinó hacia delante, con la mirada en mi boca de alguna manera tanto


suave y perversa. Horrorizada de que pudiera tratar de besarme a primera hora de
la mañana, me puse de pie y salí corriendo de la cama, saltando desde el colchón
como si fuera un trampolín. Estoy segura de que lo empujé de mi camino.

Tomé mi bolso y saqué mi goma de mascar Wintermint, desenvolviendo tres


pedazos, y empujándolos en mi boca.
—Son las siete —dije descuidadamente con la goma de mascar en mi boca.

—Sí. Vine antes.

Miré por encima del hombro y encontré que Martin Sandeke se había acostado
en mi cama, los tobillos cruzados, apoyado en la almohada, sus dedos entrelazados
apoyados detrás de la cabeza.

Dándome la vuelta completamente, mastiqué agresivamente y lo miré


fijamente. Sus ojos estaban moviéndose de arriba a abajo en mi cuerpo lentamente.
Me miré a mí misma. Llevaba mi camisa de Bob Esponja sin mangas y pantalones
cortos para dormir. Pero no llevaba sujetador y mi forma era notable a través de la
camiseta ajustada.

Crucé los brazos sobre mi pecho y enderecé mi espalda.

—¿Cómo entraste?

—Tengo mis maneras… —Había pasado de mirarme a comerme con los ojos.
Se lamió los labios. La acción se sintió maliciosa—. ¿Por qué no vienes aquí?

—Estoy perfectamente bien aquí —dije con remilgo, pero el efecto fue
arruinado por el mascar de chicle en mi boca que estaba perdiendo rápidamente el
sabor. Tomé una servilleta al lado de mis productos alimenticios y delicadamente
me libré del chicle, arrojándolo a la basura desde mi lugar. Lo bueno de los
dormitorios es que todo está al alcance.

Sin embargo, me había posicionado en el lado opuesto de la puerta. Si quería


irme tendría que pasar por el lado de Martin para salir.

—Trae los pantalones rojos —dijo de pronto.

—¿Qué?

—Cuando empaques, lleva esos pantalones rojos. He estado pensando mucho


en ellos.

Bufé.

—No voy a llevar los pantalones rojos.

Se encogió de hombros, con las manos aún detrás de su cabeza.

—Bien. No lleves los pantalones rojos. No traigas nada.

—No voy a llevar nada, ¡no voy a llevar algo!

—Bien. Estamos de acuerdo.

—Eso no es lo que quise decir. No voy a llevar nada porque no voy a ir.
Me miró de soslayo.

—Lo prometiste.

—Bajo presión.

—No sostenía una pistola en tu cabeza.

—No, solo te inclinabas contra mi cuerpo. Eso es más que suficiente para
ponerme en un estado de coacción.

—¿Mi cuerpo te pone en un estado de coacción? —Algo malicioso se desató


tras sus ojos.

—Claro. Por supuesto que sí. ¡Qué ridícula pregunta! Tu cuerpo provoca
malestar, inquietud, desolación, y me pone en un estado de coacción.

Sonrió, sentándose y planeando levantarse.

—Tal vez voy a utilizarlo ahora.

—Por favor, no. —Levanté mi mano pensando que podía detenerlo. No lo


detuvo. Se levantó, dio un paso y cerró la puerta, entonces se quitó la camisa. Mi
boca se secó. Mi corazón latió dolorosamente. Mis partes de chica dieron a conocer
su opinión.

¡Yo querer galletitas con sabor a Martin! ¡¡Yo querer galletitas ahora!!

La vista era indecente porque de inmediato me hizo querer hacer varias cosas
indecentes, a su alrededor, cerca de él, en la parte superior, debajo, a su lado, si se
trataba de una preposición, quería hacerlo con Martin.

—¡Ack! ¡No! —Apreté los ojos y me cubrí la cara con las manos—. ¡No el
pecho! ¡Cualquier cosa menos el pecho!

—¿Cualquier cosa? —No me perdí la burla en su tono, ni el sonido


característico de una cremallera siendo abierta.

—Está bien, mentí. Sin camisa está bien, pero por favor, por favor, por favor,
no te quites los pantalones. —Me alejé de él, todavía cubriendo mi cara con una
mano, y ciegamente alcancé la puerta del armario con la otra. El armario recorría la
longitud de una de las paredes y tenía puertas corredizas. Sabía que iba a ser capaz
de caber en el interior. Tal vez podría esconderme hasta que se fuera, o lanzar mis
zapatos hacia él como misiles.

Por primera vez en mi vida, deseé tener tacones en lugar de zapatillas de


deporte. Sin embargo, tenía un par de Doc Martins…

Sus pantalones cayeron al suelo, las monedas en su bolsillo tintinearon cayendo


al suelo, e imaginé que ahora se quitaba los zapatos.
—Por el amor de Bunsen, por favor ponte los pantalones. —Mi voz sonaba
desesperada porque estaba desesperada.

Deslicé la puerta del armario para abrirla mientras las manos de Martin
tomaban mis caderas por detrás. Me puse rígida porque presionó su pecho desnudo
a mi espalda y su ingle en mi trasero. Era duro y suave, y estaba convencida de que
iba a morir de… algo relacionado con el deseo sexual abrupto. Solté un gemido
torturado porque podía sentir su rigidez a través de sus bóxeres, o calzoncillos, o
calzoncillos bóxer.

Sin pensarlo me di la vuelta, mis ojos todavía cerrados, y encontré el algodón


fino de sus calzoncillos bóxer justo cuando mordió y me besó en el cuello. Tiré de
mi mano.

—Estás en ropa interior.

—Tú también.

—Oh Dios mío. ¿Quién hace eso? ¿Por qué harías eso?

—Estoy lanzando un contraataque.

—¿Un contraataque? No he atacado. No puedes lanzar un contraataque hasta


que la otra persona haya atacado.

—Bien. —Beso. Mordida. Lengua. Lamida—. Entonces es un ataque


preventivo —dijo, su mano debajo de mi camisa, en mi estómago. La otra mano
sobre mi camisa, amasando mi pecho.

El instinto me hizo presionar mi trasero hacia atrás y contra él mientras me


arqueaba en la mano jugando con mi pecho.

—Crees que estoy interesado en ti por una cosa. Te equivocas —susurró en mi


oído, su aliento caliente derramándose en mi cuello haciéndome temblar, su mano
en mi estómago avanzó poco a poco hacia bajo.

—Esto, lo que estás haciendo ahora, cómo me estés tocando, no da credibilidad


a tus palabras. —Mi respiración se atascó, mi cerebro se deshizo.

—Te equivocas. Te lo voy a probar.

—Tengo razón. Tengo razón. Tengo tanta, tanta, tanta razón. —Suspiré, mis
manos abandonaron la puerta del armario y extendí la mano detrás de mí para
tocar su cuerpo. Mi centro dolía. Mi estómago revoloteó. Mi piel ardía. La lujuria y
la locura habían descendido.

—Vienes conmigo. No hay nada temporal acerca de cómo te deseo. —Su


pulgar trazó un círculo alrededor de mi pezón. Pellizcó duro, lo que me hizo tomar
una sobresaltada, pero encantada, respiración.
Era tan talentoso en esto. Muy, muy hábil. Sus movimientos eran expertos,
practicados. Mientras tanto, yo estaba buscando a tientas, una criatura de instinto,
reaccionando a su profesionalidad.

—¿Te gusta esto? —preguntó, su voz sonando oscura y encantadora contra mi


oreja—. ¿Se siente bien?

Asentí.

—¿Quieres más? Di sí o no.

—Sí. —Jadeé sin aliento—. Sí.

Los dedos de su otra mano se adentraron en mi ropa interior, su largo dedo


medio acarició mi centro. Si no me hubiera perdido en la lujuria y la locura, sin
duda me habría avergonzado por el estado de mi región inferior.

Estaba segura de que las chicas a las que estaba acostumbrado tenían vaginas
de estrellas porno: depiladas, suaves, blanqueada por un tono de color, mejoradas
quirúrgicamente para hacerlas parecer menos como un suelo de bosque, pero yo
estaba a lo natural allá abajo. Nunca había tenido una razón para hacer nada más
que cortar un seto por el amor de la higiene.

Pero no estaba avergonzada. Solo un poco aterrorizada y muy confundida,


pero sobre todo, atrapada en la bruma erótica de Martin. Me frotaba contra él
porque su dedo había entrado.

—¡Whoa! —Jadeé.

—Joder. —Respiró contra mi nuca, sus dientes mordiendo mi nuca—. Eres tan
apretada. Tan jodidamente apretada.

—Eso es porque soy virgen y estoy excitada —dije sin pensar en una
exhalación—. El canal vaginal se hincha cuando está excitado.

Sus manos se detuvieron, tanto la de mi pecho como la de mi ropa interior,


aunque su pene parecía empujar con más insistencia contra mi trasero, como si
levantara la cabeza y dijera: Quiero saber más sobre este canal vaginal hinchándose del
que hablas.

—¿Qué? —preguntó, con un tono agudo, exigente.

—Es verdad, se hincha. —Me puse inquieta cuando se quedó inmóvil—.


También se alarga.

—¿Eres virgen?

Fue mi turno de quedarme quieta, una sensación desagradable recorrió mi


cuerpo. No había querido admitirlo. No había querido decirle nada personal acerca
de mí, nada que pudiera ser escondido y me hiciera llorar en algún momento más
tarde para siempre.

—Um… —dije, tratando de pensar en alguna manera de ocultar ese hecho sin
una mentira.

Martin retiró sus manos y sentí la pérdida de él en mi espalda; unos segundos


después oí el tintineo de monedas en el bolsillo de su pantalón. Cerré los ojos, mi
frente golpeó la puerta del armario.

—Ah, percebes —susurré, mi cuerpo frío y caliente. Estaba fuertemente herida


tanto con mortificación como con energía sexual no utilizada.

—Eres virgen —dijo, esta vez no era una pregunta; sonaba como una
acusación.

Asentí, respiré hondo, y miré por encima de mi hombro. Se estaba abrochando


los vaqueros, su expresión era atronadora. Miré a donde sus dedos agarraban la
cintura de sus pantalones.

—¿Y qué? —dije. Si fingía que no era gran cosa tal vez me creería—. ¿Qué si
soy virgen?

Terminó con su botón, tiró de su cremallera con un tirón brusco.

—Eres una virgen y no voy a… —gruñó, interrumpiéndose y cogió la camisa


de un golpe—. No soy un completo bastardo —dijo, esto a su camisa.

Lo miré, sin creer lo que acababa de decir, lo que acababa de implicar.

—¿Que tiene que sea virgen? Todas las chicas deben ser tratadas con respeto,
independientemente de si son o no son vírgenes. Ser virgen no me hace ni más ni
menos valiosa que una no-virgen. Tu lógica de seducción es terrible.

—No tengo problema con las vírgenes. Me he follado un montón de vírgenes.

Hice una mueca ante esto y lo vi colocarse la camisa con movimientos bruscos.
Antes de que pudiera recuperarme de su dura admisión, continuó.

—Pero ser virgen y ser Kaitlyn Parker me hace querer asegurarme de que
nuestra primera vez tocándonos no sea una sesión de toqueteo contra el armario de
un dormitorio.

—Así que si no hubiera sido virgen, entonces nosotros… ¿qué? Habríamos,


simplemente… —No podía decir la palabra follar. Simplemente no podía. En
cambio me apresuré a terminar—. ¿Me hubieras empalado con tu pene mientras
tenía la cara presionada al armario?
—Dios, Kaitlyn. ¡No! —Su protesta parecía ser horrorizada y seria—. Quería
coquetear contigo hasta que accedieras a venir conmigo. No iba a dejarlo ir tan
lejos. ¿Nunca han coqueteado contigo antes?

Creo que supo la respuesta antes de que terminara de hacer la pregunta, porque
sus ojos se abrieron cuando las últimas palabras salieron de su boca.

No. No, nunca he coqueteado.

No quería admitir nada. Sin embargo, no pude evitar apartar la mirada,


mirando sin ver a los pies de mi cama. Me di cuenta demasiado tarde de que con
mi pequeña acción evasiva le dije todo. Mis manos se apretaron en puños y crucé
los brazos sobre mi pecho. El peso y el calor de su mirada, lo que debía estar
pensando de mí, hizo que mi piel se sintiera tres tallas más pequeñas.

—¡Maldita sea, Kaitlyn! ¿Fui tu primer beso también? —Sonaba enfadado y sus
palabras me hicieron saltar.

—No. Por supuesto que no. —Mis mejillas y el cuello estaban en llamas. Traté
de levantar los ojos a los suyos, pero no pude elevar más la barbilla—. He besado a
alguien antes.

—¿Alguien? Al igual que, ¿una persona?

Por alguna razón inexplicable, me dieron ganas de llorar. Las lágrimas ardían
detrás de mis párpados y mi garganta se sentía apretada.

Lo sabía.

LO SABÍA.

Sabía que iba a hacerme llorar. Es lo que hacía. Por lo tanto, no le contesté.
Observé los pies de mi cama y apreté los labios, concentrándome en mi respiración.

Se sentó pesadamente en el borde de mi cama, con los codos sobre las rodillas,
pasándose las manos por el pelo, y le oí exhalar un atónito:

—¡Joder!

—Esa palabra es poco imaginativa —murmuré.

—Eres completamente inexperta. —Lo dijo a la habitación.

Probablemente pensaba, ¿Qué es lo que te pasa que solo has besado a otra persona?
¿Que nunca pasaste la primera base antes de ayer?

—He leído libros —dije en silencio, aclarando mi garganta, con seguridad más
allá de la amenaza de las lágrimas—. Y visto una serie de videos pornográficos.
Tomé notas extensas. También he leído varios artículos de revistas esclarecedoras
en PubMed sobre la fisiología del acto sexual. Probablemente sé más sobre la
logística que tú. No soy una idiota.

—No. No eres idiota —dijo. Una vez más, su voz sonaba enojada. Se agachó
para ponerse los zapatos y noté que su mandíbula se flexionaba, y apretaba sus
dientes.

Me moví incómodamente en mis pies. El instinto de ocultarme era fuerte.


Consideré retroceder al armario y cerrar la puerta. Tal vez no se diera cuenta. Solo
miraría hacia arriba con el tiempo y vería como simplemente desaparecí.

Estaba a punto de poner este plan en acción cuando se paró abruptamente. Me


sorprendió por lo que di un paso raro hacia adelante y luego hacia atrás, similar a
un cuadrado de jazz. Se acercó a mí, sus ojos feroces, su mirada intencionada. Me
retiré hasta que mi espalda golpeó el armario, levantando la barbilla para mantener
el contacto visual.

—Esto es lo que va a suceder —dijo, sus manos se movieron como si me fuese


a tocar, pero luego las retiró en el último minuto y las metió en los bolsillos—.
Empaca tus cosas, vas a venir conmigo.

Abrí la boca para protestar, pero me interrumpió.

—Lo prometiste, Parker. Dijiste que sí y lo prometiste.

No romper promesas era una de mis reglas de vida. Si hacía una promesa, la
cumplía. Por tanto, fruncí el ceño y no admití nada.

Me estudió por un momento, su mirada cada vez más reflexiva, introspectiva.


Sus palabras sonaron distraídas cuando dijo:

—Vamos a tomar esto lentamente. Vamos a empezar de nuevo y hacerlo bien.

Entrecerré los ojos hacia él, mi boca abriéndose y cerrándose.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Tomar el qué lento?

—Te gusto —dijo esto de manera casual, con un toque de beligerancia.

Esta declaración no respondió a mi pregunta.

—¿Qué?

—Te gusto. Quieres conocerme mejor.

—Ciertamente no quiero conocerte mejor.

—Definitivamente quiero conocerte mejor. —Su mirada se movió hacia abajo


y luego hacia arriba de manera significativa.
Lo miré boquiabierta porque, sexi de Villasexy, de la forma gruñona e intensa
en que lo dijo, sin duda, quiero conocerte mejor hizo que mis entrañas ardieran en un
frenesí de querer que quisiera conocerme mejor.

Mi primer pensamiento fue: Bueno, hagamos eso. Haremos lo que quieras, solo di
todo usando esa voz, ¿mmm-bien?

—Tendremos citas —continuó.

Debido a que mi mente se distrajo, no entendí su significado, por lo tanto, dije:

—No me gustan los dátiles. Son demasiado azucarados y se adhieren a los


dientes.

Su fachada sombría y feroz se rompió, una pequeña sonrisa levantó un lado de


su boca. Se inclinó más cerca, apoyando la mano en el armario detrás de mí, su
cara a centímetros de la mía.

Sus verdaderamente magníficos ojos brillaban con diversión y algo más,


cuando escanearon mi rostro. Sus verdaderamente magníficos labios formaron una
curva fascinante. Su cuerpo magnífico realmente se encontraba a centímetros del
mío, pero no me tocaba.

—Está bien. —Su voz fue tranquila y atada fuertemente con la intimidad—. No
tendremos dátiles en nuestras citas. Tendremos tacos.

—Me gustan los tacos —ddije esto porque me gustaban los tacos, pero también
estaba fascinada por su cercanía.

—Bien. Tacos. Prométemelo. —Me tendió la mano.

—Lo prometo. —Tomé su mano, la sacudí, liberé, luego fruncí el ceño—.


Espera, ¿qué?

Sus ojos se dirigieron a mis labios y se lamió los suyos, llevando la parte
superior de uno en su boca y mordiéndolo. Creo que me desmayé un poco, sé que
no es posible que uno se desmaye un poco. Pero su atractiva cosa de lamer-chupar-
morder su labio puede haber causado que perdiera la cabeza.

Pensé que iba a besarme, porque miraba mi boca de tal manera que me llevó a
creer que tenía hambre… por mis labios. Parecía estar luchando, consigo mismo;
contuve la respiración.

Los cinco segundos de duda resultaron ser la ruina del beso potencial, porque
fuimos sin contemplaciones interrumpidos por una Sam chillando.

—¿Qué diablos está pasando?


Capítulo 6
Química cinética
Traducido por paola buenavida & Jazmín

Corregido por flochi

—Tonto, absurdo, estúpido, loco, ilógico, ridículo, tonto, estúpido… —


murmuré.

—¿Qué estás haciendo?

Deslicé mis ojos a mi derecha, donde se enfrentaron donde una hosca Sam se
sentaba, hojeando su libro de texto de ciencias políticas pretendiendo estudiar.

—Sabes lo que estoy haciendo —susurré.

—Es el juego de sinónimos, ¿no? —susurró a su vez, girando ligeramente en su


asiento e inclinando su cabeza cerca de la mía—. ¿Cuál es la palabra?

—Tonto.

—Oh. ¿Cuántos tienes hasta ahora?

—Uh, siete. Creo que tal vez ocho.

—Bueno… necesitas más que eso. —Sam se volvió y miró por encima de su
hombro.

Tuve el asiento de la ventana. Ella tenía el del pasillo. Por lo tanto, los chicos
se encontraban detrás de ella. Yo había experimentado la máxima fuerza de
voluntad y no había mirado a Martin durante los últimos cuarenta y cinco minutos.
Si esto fuera un videojuego, estaría en el nivel de mil, a punto de enfrentar al jefe
final, y mis palmas estarían sudando con la anticipación.

Mis palmas sudaban ahora.

No mirar a Martin cada trece segundos era una tortura. Estaba tan… mirable.
Y mirable ni siquiera era una palabra. Debería haberlo sido, porque él lo era
definitivamente. Un regalo para los ojos era la frase más cercana que podría llegar a
ser sinónimo de la no-palabra mirable. Tal vez, ¿fascinante?

Fascinante, hipnótico, irresistible, atractivo, seductor… hmmm…


—¿Sabías que deductivo y seductor están a pocas letras de distancia de ser la
misma palabra? —pregunté.

Sam se volvió hacia mí y enarcó la ceja.

—Y conducto es conductor, pero con una r.

—Eh. —Asentí. Eso era interesante. Me pregunté cuántas palabras similares


podría identificar.

Sam continuó en un susurro:

—¿Estás lista para hablar de ello?

—¿Hablar de qué? —Quité los ojos de ella y me quedé mirando el asiento


vacante enfrente de mí. Ya que estábamos en el avión privado del padre de Martin,
teníamos un montón de espacio. Dos asientos estaban a cada lado del pasillo, y el
avión tenía seis filas con una zona de estar abierta en la parte trasera que incluía un
bar, sofás y una gran pantalla de televisión. En la cabina delantera, otros cuatro
asientos enfrentados.

Cuando abordamos el avión, Sam insistió en que ella y yo necesitábamos los


cuatro asientos para nosotras y que ni a Martin ni a ninguno de la comitiva de
chicos se les permitía sentarse frente a nosotras. Desde que nos encontró a Martin
y a mí en el dormitorio, con una clara postura de intención de beso, Sam había
estado haciendo un montón de preguntas.

Sam me niveló con una mirada estrecha.

—No te hagas la tonta, Kaitlyn Parker. ¿Por qué estamos en este avión?

Crucé los brazos sobre mis rodillas y enterré mi cabeza en mis brazos.

Sentí su tirón en el pelo, no demasiado fuerte, tratando de conseguir que me


incorporara. No lo hice. Un momento después estaba inclinada sobre mí,
susurrando en mi oído:

—Cuando entré esta mañana estabas a punto de hacer algo imprudente. ¿Es
una palabra que puedes añadir a tu lista de sinónimos de tonto?

—Sí, voy a añadirlo a la lista. —Mi respuesta fue amortiguada porque me


estaba escondiendo.

—Parker, ¿por qué estamos en este avión?

Me quedé mirando la tela de los pantalones vaqueros que cubrían mis piernas
dentro de la caverna oscura creada por mi cabeza, brazos y cabello. Soplando un
suspiro largo y medido, me senté despacio, me erguí hasta que mi espalda estaba
apoyada en el cojín del asiento de nuevo y mis ojos estaban al nivel de la hosca
Sam.

La miré fijamente. Ella me devolvió la mirada, expectante.

—Le prometí que vendría —dije.

Sus cejas rebotaron hacia arriba, luego hacia abajo.

—¿Tú lo prometiste? ¿Eso es todo, es por eso que estamos aquí? ¿Lo
prometiste?

Asentí.

—Sí. Lo prometí. Se lo prometí anoche y lo prometí esta mañana y entonces


entraste y me asustaste y luego se asustó y luego pensé en esconderme en el
armario, pero no soy muy rápida, así que solo accedí. ¿Bien? Acabé accediendo
para que los sustos e insultos pararan y desistiera de una vez.

Los ojos de Sam estaban entrecerrados y su continua expresión hosca me


dijeron que no estaba impresionada con mi respuesta.

Pero era la verdad… algo así.

Cuando Sam entró, se lanzó en ataque y comenzó a gritarle a Martin.


Realmente, reaccionó exageradamente porque me ama. Ella fue bastante
desagradable con Martin, le llamó algunos nombres desagradables que no voy a
repetir, pero voy a decir que son sinónimos de hijo de puta.

Luego Martin, que no tiene ningún problema en gritarle a las mujeres, los
hombres, las tortugas, la hierba, y los muebles, gritó. Realmente, él se defendía de
su sobreprotección y desagradables insultos. A su favor, no la llamó con los
nombres con los que yo llamaba Sam. En su mayor parte solo le dijo que
retrocediera y «se metiera en sus propios malditos asuntos».

Intervine y traté de calmarlos. Al hacerlo, tranquilicé a Martin diciendo que iría


con él, porque me hizo prometerlo más de una vez, pero solo si Sam iba también.
Finalmente, se sobrepuso a la conmoción de mi petición y accedió. Una vez
confirmado que nuestro destino tendría una pista de tenis, Sam estuvo de acuerdo.

Entonces él hizo algo extraño.

Me recogió en sus brazos como si yo perteneciera allí, me dio un rápido beso


con la boca cerrada, y dijo que me esperaría en el pasillo. Luego salió de la
habitación y salió de la zona de baño y con prontitud esperó en el pasillo… por
mí… por una hora completa.

Me sentí como Scarlett O'Hara después de que fue besada por Rhett Butler,
confundida, ansiosa y con ganas de que volviera a suceder.
Sam y yo tuvimos una breve discusión después de eso, y por algún milagro
acordó venir conmigo. Sinceramente, no creo que se sintiera como si tuviera una
elección desde que yo obstinadamente insistí en que iba, y ella carecía del tiempo
necesario para discutir conmigo para salirse con la suya.

Sin embargo, con toda la discusión, promesas e insultos aparte, una gran parte
de mí estaba extrañamente emocionada por el viaje. Tenía diecinueve años y lo
más loco que había hecho era tomar una bebida de aguardiente con durazno y
hablar borracha con mi ex el verano pasado. Nunca había tirado una cana al aire
antes. Nunca había hecho nada arriesgado y espontáneo. Y esto era tanto
emocionante, como aterrador y confuso.

Así que… aquí estábamos. En el avión, con Martin, su apuesto amigo Eric de
la fiesta de fraternidad, y otros siete tipos, la mayoría de los cuales parecían que
acabaran de salir de una sesión de fotos Abercrombie y Finch; excepto que tenían la
ropa puesta, por desgracia. Sam y yo éramos las únicas mujeres si no contábamos
las dos asistentes de vuelo.

Nos presentaron brevemente a los chicos al entrar en el avión. Martin se refirió


a algunos de ellos por un número primero, y luego por su primer nombre.

Curiosamente, no parecían estar sorprendidos por nuestra presencia. Yo


también estaba bastante segura de que estaban comprobándome, pero no de una
manera como para seducirme. Más bien mirándome como ¿Eres una Yoko Ono?

Mientras estrechaba la mano de todos, me sorprendí al ver que uno de los siete
chicos era Ben, el maldito monstruo protagonista de mi mal momento en el
gabinete de la clase de ciencias. No podía entender por qué Martin lo trajo con
nosotros, especialmente teniendo en cuenta el hecho de que había tratado de drogar
y luego extorsionar a Martin la noche anterior.

Tal vez se habían dado un abrazo de hombres y todo olvidado.

Los chicos eran simplemente extraños.

Hice una nota mental para decirle a Martin toda la conversación entre Ben y la
mujer desconocida, porque Ben básicamente había admitido drogar chicas. Y
había en realidad solo una razón por la que podría drogar chicas. Ben era un
violador por lo que me concernía y no quería tener nada que ver con él.

Sam y yo tomamos un asiento en la parte delantera del avión después de las


presentaciones y dejar a los hombres a su unión.

Sentí la creciente presión de la mirada de Sam; ella apretó los labios en mi


dirección, mirándome disgustada y hosca.
—No puedo creer que hicimos esto, no puedo creer que me hayas metido en
esto. ¿Cómo sucedió eso? ¿Cómo llegamos aquí? ¿Y ahora vamos a una playa
privada en el medio del Caribe? Esto es una locura.

—Es una locura. —Me encogí de hombros, sintiéndome conmocionada por el


hecho de que estaba en este avión y todas las circunstancias que condujeron a este
momento. Hace menos de veinticuatro horas había besado a Martin Sandeke, o
más bien, él me había besado. Y luego sucedió otra vez… y otra vez. Había puesto
sus manos sobre mi cuerpo como si tuviera derecho a hacerlo, y yo se lo permití.

Mi piel todavía recordaba su tacto. Solo de pensar en sus manos sobre mí hizo
que mis pechos se sintieran apretados y pesados, y mi cuello, espalda y brazos se
llenaron con piel de gallina. Estaba caliente por todas partes y me sentí un poco
borracha por la excitación y el miedo.

—Pero —empecé, me detuve, di a mi cabeza una sacudida rápida y entonces


comencé de nuevo—, pero… está bien. Estamos bien. Estamos juntas. Si llegamos
allí y no queremos quedarnos podemos irnos.

—¿Y a dónde? ¿Y cómo? ¿Nadando a Jamaica?

Sacudí la cabeza, luchando contra la creciente ola de lujuria inspirada por


Martin.

—No. Le envié a George, el asistente de mi madre, un mensaje. George conoce


la información de vuelo, dónde estamos. En el peor de los casos, lo llamo y él se
encarga de que nos vayamos. Estamos bien.

Sam me miró durante varios segundos sin hablar, y luego soltó:

—¿Le dijiste a tu madre?

—Claro. Bueno, técnicamente le dije a su asistente personal, George. Como


hija de un senador, tengo que informarle en cualquier momento si dejo el país.

—¿No crees que va a enloquecer?

—No. ¿Por qué iba a hacerlo? Estoy usando el sistema de compañeros. Ella
sabe dónde estoy y con quién, por cuánto tiempo, y por qué.

Aunque, todavía estaba un poco incierto el tema del por qué…

—Ustedes, señoritas ¿quieren algunas bebidas?

Sam y yo miramos hacia arriba para encontrar a un guapo Eric flotando en el


pasillo, sereno en el precipicio de nuestra isla aislada de cuatro asientos. Sam lo
miró fijamente, como si estuviera confundida por su presencia.

—¿Qué? —preguntó.
—Bebidas. ¿Quieren algo de… beber?

—No. Nada de bebidas. —Cruzó los brazos e inclinó la cabeza hacia un lado,
con los ojos entrecerrados, como si lo estuviera inspeccionando—. Eres más bajo de
lo que recordaba.

Él le guiñó el ojo y le dio una sonrisa.

—Tal vez estás sufriendo de mal de altura. Probablemente deberías levantarte y


caminar, estirar las piernas.

Más juego de miradas siguió y ahora ambos estaban sonriendo.

Por fin, Sam asintió y dijo:

—Podría estirar las piernas.

La seguí con la mirada mientras rápidamente desabrochaba el cinturón de


seguridad y se ponía de pie, al tiempo que mantenía su mirada fija en el guapo Eric.
Su sonrisa se convirtió en una gran sonrisa cuando entró en el pasillo y los ojos se le
iluminaron cuando ella se movió un poco más cerca de él.

—Te voy a dar un recorrido por el avión —ofreció amablemente como un boy
scout—. Puedes apoyarte en mí si experimentamos cualquier turbulencia.

—Claro que sí —dijo ella arrastrando las palabras, sonando hosca y divertida al
mismo tiempo—. Muéstrame el camino, bajito.

Eric se frotó la parte posterior de su cuello y resopló una risa cuando los dos
caminaron hacia la parte delantera del avión. Estiré el cuello y vi mientras Sam
sonreía fascinada.

Cuando Sam se rio de algo que Eric dijo y me estaba convirtiendo en una
mirona. Así que me relajé, tanto como pude relajarme, y di una vuelta en mi
asiento y miré mis manos.

—Parker.

Salté al oír mi nombre viniendo de los labios de Martín y me volví hacia él.
También, por razones que solo sabía mi subconsciente, cerré las manos en puños y
las alcé delante entre nosotros, como si estuviera preparada para una pelea a
puñetazos o un combate de boxeo.

Estudió mi postura defensiva y sonrió, tomando el asiento que Sam había


dejado libre sin pedir permiso. Mientras tanto, yo lo fulminé con la mirada,
imaginé mis paredes mentales y me preparé, aunque mis manos cayeron de nuevo a
mi regazo. Tuve que hacer esto porque… el nivel de alerta de chico muy caliente
pasó de diez a mil.
—Sandeke —dije. Sabía que sonaba ridícula, como si estuviera saludando a un
enemigo, pero tenía que estar en guardia.

Su mirada recorrió mi cara y luego parpadeó a mis manos, todavía hechas


puños en mi regazo. Luego le dio a mis manos una sonrisa. Al parecer le divertían.

—¿Vas a golpearme?

—No sé —respondí con honestidad—. Depende de si te quitas los pantalones


de nuevo.

—¿Me vas a golpear si me quito mis pantalones?

—Sí… podría darte un buen puñetazo.

Se rio, en voz muy alta y muy rápido, y con el completo abandono que viene
cuando uno está sorprendido. Pero su risa era una seducción radiactiva y parecía
infinita. No quería que terminara de reír. Hacía que sus ojos se arrugaran y su boca
se curvara en una sonrisa pecaminosa, mostrando su excelente régimen de higiene
dental.

También se veía tan diferente. Por lo general, tenía una expresión de perpetuo
aburrimiento. Perpetuo aburrimiento se veía bien en él, muy bien. Como eran todas
las otras expresiones que había visto, como la desconfianza, la diversión traviesa, la
ira atronadora, cuando daba a conocer los intereses, etc.

Pero la risa… casi se veía feliz. La felicidad en Martin era una revelación de la
belleza y la perfección física casada con excelentes e infecciosas vibras de buen
humor. Dejé que mis puños cayeran. Menos de un minuto en nuestra primera
interacción en este viaje y mis defensas cuidadosamente construidas habían sido
virtualmente voladas en pedazos.

Podría agitar las bragas blancas de rendición.

—Oh bien. Percebes —dije a nadie en particular.

Su risa se desvaneció poco a poco y sus ojos brillaron sobre mí.

—Se acabaron los puños.

—Nop. No sirve de nada. —Estoy segura de que sonaba abatida.

—¿Así que piensas que podría hacerte entrar en una pelea de puños?

—Creo que me podrías tomar cuando quisieras. —Me encogí de hombros—. Si


quisieras, y realmente la culpa la tengo solo yo.

Martin entrecerró los ojos, y agudizó la voz, midiéndome.

—No te ves feliz por esto.


—No lo estoy.

—¿Por qué no?

Lo miré por un tiempo y luego admití libremente la verdad.

—Aquí está el problema, Martin. Siento como que me gustas.

La agudeza de su mirada se suavizó y su boca se curvó en una sonrisa


satisfecha y perezosa.

—Eso no suena como un problema para mí.

—Pero lo es —presioné—. Debido a que el sentimiento se origina enteramente


en mis pantalones.

Martin ahogó una risa sorprendida, y se apartó de mí.

Me apresuré a continuar.

—No entiendes el problema, ¿ves? Te conozco como el compañero de


laboratorio que no me ayuda a tabular los resultados. Y también te conozco como
un poco, y perdón por la expresión, un poco como un machote que no es bueno
para las chicas con las que duerme y que se mete en peleas de puños, y que es algo
amargado y cansado a pesar de tener el mundo en sus manos.

Martin apretó la mandíbula. Sus párpados se cerraron en rendijas infelices y se


estremeció ligeramente. Sus largos dedos se apretaron en sus piernas.

No hice caso de los signos externos de irritación, con ganas de hacerlo entrar
en razón.

—No tenemos nada en común. Estás en una fraternidad, vas a fiestas a


propósito, dueño de un yate, y eres el rey del universo. —Apreté mis manos en mi
pecho—. Y yo soy una empollona sin complejos que piensa que es divertido pasar
las noches del sábado tocando mi guitarra y escribiendo música. Me gusta discutir
sobre episodios de Doctor Who, y si Samsagaz Gamyi o Frodo Bolsón fueron en
última instancia responsables de la destrucción del anillo. Juego videojuegos. Me
limito a tres galletas, pero luego siempre hago trampa y tomo siete. Mientras tanto,
tú te ves como si nunca hubieras comido una galleta en tu vida. Soy virgen y tú
eres solo el segundo chico he besado… simplemente no encajamos —dije esta
última parte en voz baja, con cuidado, esperando que me diera la razón.

El rostro de Martín carecía de expresión, pero su mirada se movió desde la


punta de la mi barbilla a la parte superior de mi frente, luego de vuelta a mis ojos.

Estaba sonriendo… pero parecía una mueca más que una sonrisa. Observé su
pecho expandirse con una respiración honda antes de decir—: Ni siquiera me
conoces, ¿cómo puedes decir que no encajamos? Eso no está bien, Kaitlyn.
—Yo…

—La forma en que me describes me hace sonar como un completo idiota.

Fue mi turno de estremecerme, tomando distancia. Mis mejillas se acaloraron y


escocieron como si hubieran sido abofeteadas. Miré boquiabierta a esos feroces ojos
azules por un largo rato. Cuando no dijo nada más, solo me miró, agaché la cabeza
y estudié el reposabrazos entre nosotros.

—Yo… yo… yo… tienes razón —admití en un suspiro—. No te conozco, no


realmente. Y tienes razón que mi conclusión de que no encajamos solo se basa en
mis observaciones e hipótesis, que están claramente limitadas a fuentes de datos
empíricos.

—No estoy pidiendo matrimonio, Parker. Solo… —Hizo una pausa, aunque
sentí su mirada en mí y se sentía pesada—. Mírame.

Me preparé, entonces levanté la barbilla para mirarlo a los ojos. Esperaba


encontrar un ceño fruncido o una mueca. En su lugar me encontré con su mirada
extrañamente seria y escrutadora.

—Solo me gustaría tener la oportunidad de conocerte.

—Pero, ¿por qué? —espeté, sintiéndome ofendida en nombre de todo lo que era
perfecto, dotado y hermoso en él—. ¿Por qué yo?

—Porque no estás intimidada por mí.

—Bueno, eso está mal. Estoy… me asustas.

—No lo hago.

—De alguna manera lo haces.

—No, no lo hago. ¿Esa sensación de miedo y emoción? Esa que se origina en


tus pantalones. No se trata de quién soy, se trata de cómo me veo. Siento eso por ti
también.

Mi cerebro trabajó para entender el significado de sus palabras. Levanté una


ceja, fruncí mis labios, y consideré su declaración.

Continuó antes de haber terminado la consideración.

—No te importa quién es mi familia.

—Me importa tu familia como seres humanos, pero no la conozco —dije a la


defensiva—. Estoy segura de que si los conociera me preocuparía por ellos.

—Exactamente. Eso es correcto, excepto que no lo harías. Si conocieras a mi


familia no te preocuparías por ellos, porque eres inteligente. —La nublada
frustración en sus ojos comenzó a disiparse y parecía como si mi respuesta le
agradó.

—Es verdad. Soy inteligente. Pero también tú lo eres, tal vez más.

—Y eres divertida.

—Sabes que la mayoría de las veces lo divertido no es a propósito.

—Y honesta.

—Eso no siempre es algo bueno.

—Y jodidamente hermosa…

Resoplo con una despectiva risa. Pero entonces mi expresión se vuelve seria
cuando vi que Martin estaba serio.

Tragué con dificultad para luego aclarar mi garganta. No podía soportar el peso
y la intensidad de su mirada, así que bajé la mirada de nuevo al apoyabrazos.
Aprendí de mi madre que cuando alguien te da un cumplido subjetivo, es decir,
uno que no puede ser refutado y que es basado en opinión, pero que encuentras
completamente falso, en lugar de discutir, es mucho mejor simplemente decir
gracias, o lo agradezco y esforzarte para estar elogiada.

Los tontos discuten los cumplidos, había dicho, y a veces otras personas te ven
mejor de lo que puedes verte a ti misma.

Así que en voz baja le dije:

—Gracias —dije al apoyabrazos.

—De nada.

Metí mi cabello detrás de mis orejas, luchando para encontrar el valor de


mirarlo de nuevo. Lo hice tan lejos como llegaba su cuello.

—¿Vas a darme una oportunidad? ¿Sí o no? —La forma en que hablaba, con tal
intensa franqueza, fue una experiencia desagradable y extrañamente atractiva. Él
tenía derecho, o al menos lo veía de esa manera, porque todas sus palabras eran
demandas.

También me dieron ganas de rehusarme a lo que exigía.

—Voy… a estar abierta a la posibilidad de darte una oportunidad. —Cuando


terminé, mis ojos se posaron en los suyos. Descubrí que me observaba con una
mirada estrecha y una pequeña sonrisa. Era realmente muy atractivo, era lo más
justo de lo injusto.

—¿Eso es lo mejor que puedes hacer? —desafió, inclinándose hacia adelante.


—No. Pero por cómo me hablas a veces me dan ganas de no darte lo que
quieres.

Sus ojos brillaron y se sintieron a la vez más penetrantes.

—¿Cómo hablo contigo?

—Como si te debiera algo, como si tuvieras derecho.

—Eso es confianza. No voy a estar cohibido por ningún motivo, y no voy a


fingirlo para que te sientas mejor.

Su respuesta fue discordante, irritante, y extrañamente excitante, así que le


respondí:

—Tal vez deberías serlo. Tal vez tu confianza no se basa en la realidad. Tal vez
no eres inequívoco. Tal vez no siempre vas a conseguir lo que quieres.

Me observó por un largo momento, su mirada cada vez volviéndose más


indescifrable pero de alguna manera más caliente. Sostuve sus ojos, tal vez
encontrando el coraje debido a que me fastidiaba.

—Está bien —dijo finalmente—. Voy a tratar de no exigirte cosas… tan a


menudo.

—Bien. —Me sentía extrañamente decepcionada por esta noticia, lo que no


tenía ningún sentido. ¿Disfrutaba cuando me hablaba como si yo fuera un
subalterno asignado a obedecer todos sus caprichos? Cuando reflexioné sobre eso,
me di cuenta de que tal vez lo era, porque sin duda disfrutaba rebelándome,
resistiéndome y desafiando sus demandas…

Nos miramos el uno al otro. Traté de mirarlo y a su hermoso rostro con la


mayor objetividad posible. ¿Quién era esta persona? ¿Quién era realmente Martin
Sandeke?

—Dime algo, Martin.

—¿Qué quieres saber, Parker? —Una vez más, mi pregunta pareció agradarle,
sus facciones se suavizaron y se volvieron en entretenida curiosidad, ¿me atrevería a
decir tal vez entusiasta?

—¿Qué piensas sobre el debate de Samsagaz Gamyi contra Frodo Bolsón?

Su sonrisa flaqueó un poco y por primera vez desde que se sentó, Martin apartó
la mirada. Se aclaró la garganta, quitó una pelusa de sus vaqueros, luego volvió su
mirada a la mía.

—No tengo idea de lo que estás hablando.


Esta confesión me hizo sonreír, luego reí tardíamente porque se veía incómodo.
Martin Sandeke se veía incómodo y era porque estaba fuera de su zona de confort,
específicamente, estaba fuera de su territorio por una nerd, y estar fuera de su zona
de confort hacía adorable a Martin.

—Bueno, deja que te ilumine —dije con un poco de dramatismo femenino,


agitando mi mano en el aire. Luego me volví hacia él completamente. No traté de
atenuar mi sonrisa brillante—. Está este libro, llamado el Señor de los Anillos y fue
escrito por un lingüista hace muuuucho tiempo en el siglo veinte.

—He oído hablar del Señor de los Anillos. —Sus labios se movieron, pero su
tono era inexpresivo. Lo tomé como una buena señal.

—Ah, bien. ¿Has visto las películas?

—No.

—¿Pero has oído hablar del siglo veinte? Esto paso justo después del siglo
diecinueve.

No respondió, pero su sonrisa creció. Sus ojos azules estaban entre abiertos,
eran aguamarina y brillantes como el mar al atardecer.

—Me lo tomaré como un sí. De todos modos, en este libro hay diferentes tipos
de razas: elfos, ogros, humanos, blah, blah, blah, enanos, pero también, hay una
raza de seres llamados hobbits. Son pequeños, de baja estatura, y generalmente son
considerados insignificantes. Tienen pies peludos y les gusta fumar pipas y vivir
tranquilamente. De hecho, viven muy tranquilamente. Pero tienen varios
desayunos diarios, así que… genial. De todos modos…

Martin ladeó la cabeza hacia un lado, como estudiándome. No sabía si estaba


realmente escuchando o no, pero sus ojos estaban atentos y centrados, como si le
estuviera dando un acertijo súper importante que tendría que resolver en algún
momento. Eso hizo que las mariposas en mi estómago tuvieran toda su atención en
algo como eso. También me recordó lo mucho que a esa área en mis pantalones le
gustaba él.

—De todos modos —repetí, tratando de concentrarme—. El punto del libro es


destruir este anillo, porque el anillo es muy, muy malo.

—¿Por qué es malo?

—Vas a tener que leer el libro, y no me interrumpas. Ya es bastante distractor


mirarte. Ya has descarrilado el tren de mi cerebro con tu rostro varias veces.

La boca de Martin se presionó más firmemente y me dio la impresión de que


trataba de no reírse.
—Volviendo a la historia, en última instancia, alerta de spoiler, el anillo es
destruido por dos de estos hobbits.

Sus cejas se alzaron en sorpresa.

—¿Como lo hicieron? Tú dijiste que eran insignificantes.

—Como he dicho, vas a tener que leer el libro para los detalles, pero el punto
decisivo de mi pregunta tiene que ver con los dos hobbits que destruyen el anillo:
Frodo y Samsagaz. Frodo usaba el anillo. Él lo llevaba. Pero —Levanté un dedo en
el aire para dar énfasis—, Samsagaz es su criado de confianza, y es muy confiable.
Él apoya a Frodo, evita que Frodo se dé por vencido. Incluso usa el anillo por un
corto momento. Además, pasa esta cosa al final que… bueno, tendrás que leer el
libro. Entonces, la pregunta es, ¿quién merece el crédito por la destrucción del
anillo? ¿Quién fue más fuerte? ¿Frodo o Samsagaz? ¿El maestro o el sirviente?

Martin me frunció el ceño; lo tomé como una buena señal, ya que significaba
que en realidad estaba considerando la pregunta. Pero entonces su ceño empezó a
preocuparme porque sus ojos eran desconfiados y cautelosos.

Después de unos minutos preguntó:

—¿Es esto una prueba?

Le levanté una ceja a él y a su tono. Sonaba un poco enojado.

—¿Qué quieres decir?

—Solo lo que he dicho, ¿es esto una prueba? ¿Si respondo de forma incorrecta
aun así nos darás una oportunidad?

Sí. Definitivamente enojado.

Era mi turno para fruncir el ceño.

—Martin, esta es una conversación. Estamos teniendo una conversación. Esto


no es una prueba. Tú lo dijiste, y yo estoy de acuerdo, en que no te conozco muy
bien. Este es mi intento de llegar a conocerte mejor.

—Pero si respondo de una manera que no te gusta, ¿qué sucede?

Lo miré, mis fracciones probablemente mostrando mi desorientación a su


extraña pregunta.

—Um. —Mis ojos se deslizaron a un lado, porque estaba tratando de no


mirarlo como si él fuera un adicto al crack—. ¿Nada? Quiero decir, hablamos de
ello, cada uno analiza nuestras propias opiniones y nos apoyamos en lo que
creemos. Pero entonces, siempre podemos aceptar las diferencias en algún
momento.
—¿Entonces, después de eso?

—¿Supongo que podríamos terminar con un máximo de cinco para demostrar


que no hay resentimientos…?

Sus ojos se estrecharon en mí, y me miraba como si fuera un rompecabezas;


cuando dijo lo siguiente fue con un aire de distracción.

—Eso suena bien.

Fruncí el ceño, viéndolo, teniendo en cuenta su reacción ante una simple


pregunta. Eso me hizo preguntarme si Martin Sandeke había tenido una
conversación antes, una donde se le permitió estar en desacuerdo sin que se
burlaran de eso o lo castigaran por sus pensamientos, donde no era una prueba.

Estuve a punto de preguntarle algo sobre eso cuando la voz del piloto vino por
el intercomunicador. Anunció que nos acercábamos al aeropuerto, y debíamos
ponernos nuestros cinturones de seguridad para el descenso final. Mientras tanto,
miré a Martin y un comienzo inquietante de comprensión brotó en mí.

Martin Sandeke no estaba acostumbrado a expresar libremente sus


pensamientos y sentimientos… ni estaba acostumbrado a la amabilidad.
Capítulo 7
Geometría Molecular y Vinculaciones Teóricas
Traducido por Jazmín & Rihano

Corregido por flochi

Gran parte del humor hosco de Sam se disipó después de sus quince minutos
de recorrer el avión, cortesía del guapo Eric. Ambas estábamos complacidas y
consternadas por este giro de acontecimientos. Dado que la atención de Sam estaba
desviada, o en el mejor de los casos, dividida entre Eric y yo, significaba que no
estaba tan centrada en su papel como mi cinturón de castidad en las vacaciones de
primavera.

Una limusina muy lujosa nos recogió. En el interior del auto, me senté junto a
uno de los otros siete chicos; su nombre era Ray, y sus padres habían emigrado de
Mumbai, India, cuando tenía dos años. Él era un estudiante de bioquímica, y
estaba en el quinto asiento.

—¿Quinto asiento? —pregunté, mi cabeza inclinándose a un lado—. ¿Qué


quieres decir con quinto asiento?

Dos más de los chicos entraron en la limusina, sentándose en el asiento frente a


Sam y Eric.

—Quinto asiento en el bote. Soy un estribor —explicó Ray, enseñándome una


gran sonrisa cuando vio que no entendía muy bien lo que quería decir—. Estamos
todos en el equipo, en el mismo bote. Yo estoy en el quinto asiento, Martin esta en
el octavo asiento. Él es el braceo en la parte posterior de la embarcación. —Ray
levantó la barbilla hacia uno de los otros chicos—. Ese es nuestro timonel, Lee.

Le doy a Lee una sonrisa amistosa.

—¿Que es un cocks-twin3?

Lee se rió y negó con la cabeza.

—Se pronuncia la cox-wain, no cocks-twin. Básicamente es dirigir el bote y


evitar que estos chicos sean pendejos perezosos.

3
Cocks-twin: Parker malinterpretó lo que dijo Ray y lo comprendió como ‘‘dos pollas’’ o algo por
el estilo, cuando en realidad se refería a coxswain (timonel).
—Lee también se queda mirando los azules ojos de ensueño de Stroke todo el
día —añadió Ray con una sonrisa—. Probablemente deberías estar celosa.

Me encogí de hombros convulsivamente, sintiéndome sumamente rara y


autoconsciente.

—¿Qué…? Yo… nosotros… es… quiero decir… ¿De qué estás hablando? —
dije mientras mis manos hacían cosas raras, movimientos bruscos en el aire delante
de mí—. No estoy celosa. ¿Por qué debería estar celosa? Ni siquiera conozco al
tipo.

Ray, Lee, Eric, y otro de los chicos que se llamaba Herc, quien tenía
obscenamente largas piernas musculosas, levantaron sus cejas hacia mí al unísono.

—Eres su chica, ¿cierto? —Lee miró a sus compañeros de equipo como para
confirmar esta declaración.

—Así es —confirmó Herc, con tono seguro e inmutable.

Sentí a Sam tirar mi camiseta pero la ignoré. En ese momento, tres de los otros
chicos entraron en el auto; había reconocido al par de ojos cafés como chicos de
fraternidad quienes habían estado con Eric en la fiesta de la noche anterior. El más
alto de los dos, Griffin, había sido quisquilloso conmigo en la casa de la
fraternidad. El otro, Will, había golpeado a Griffin en la parte posterior de la
cabeza mientras se alejaban.

El nombre del otro chico era Tambor. Tenía el cabello rubio, más oscuro que el
de Ben, bastante largo con reflejos pálidos probablemente causado por el sol. Tenía
los ojos de color marrón oscuro y una cara muy estoica. Él y Herc eran los más
estoicos y fornidos de los chicos con una mísera altura aproximada de un metro
setenta.

—Así que… ¿dónde se sientan todos los demás? En el bote, quiero decir —
pregunté débilmente, con ganas de cambiar de tema.

—Como sabes, Martin es el braceo, estando en el octavo asiento. —Ray


entonces señaló a Eric—. Eric es un estribor, séptimo asiento. Ben… —Se detuvo y
miró a su alrededor en el interior del vehículo. Ben y Martin eran los únicos dos
que no estaban en el auto aún—. Bueno, Ben, que no está aquí es el babor, sexto
asiento. Ya hemos establecido que soy estribor del quinto asiento. Griffin está
detrás de mí, en el babor del cuarto asiento. Luego Will, estribor tercer asiento.
Tambor, babor segundo asiento. Por último, pero no menos importante Herc. Él es
la proa, primer asiento, en la parte delantera del bote.

—¿Todos los asientos pares son asientos de babor, y los impares son estribor?

Ray asintió.
—Eso es correcto. Babor y estribor tienen que ver con los lados del bote. Mi
remo está ubicado en el lado de estribor; mientras que Martin, Ben, Griffin, y
Tambor están ubicados en el lado de babor.

Asentí, imaginando un bote que había visto en la televisión durante los Juegos
Olímpicos en verano. Ahora, teniendo en cuenta cómo Martin me había
originalmente presentado a todos en el avión, refiriéndose a cada uno de ellos como
un número primero antes de sus nombres, esto le dio mucho más sentido. Sus
apodos eran sus asignaciones de asientos, con Martin llamado Stroke y Herc
llamado Bow.

Martin entró en la limusina justo cuando Ray terminó la explicación de babor y


estribor. Noté que un silencio cayó sobre los ocupantes; todo el mundo parecía
sentarse un poco más erguido, los chicos mirándolo como si algo les llamara la
atención.

Se movieron más al interior cuando Ben entro por la otra puerta y la cerró. La
mirada de Martin se detuvo en mí, lo que envió calor a mis mejillas y revolvió mi
estómago. Finalmente miró a Ray y sus ojos se estrecharon por un margen
infinitesimal.

La sonrisa de repuesta de Ray se vio cautelosa.

—Voy a moverme por aquí… —Ray se movió lejos de mí, dejando mucho
espacio para que alguien llenara el vacío.

Martin siguió los movimientos de Ray con sus ojos, lo miró por un segundo,
luego se inclinó y cruzó al asiento ahora vacante junto al mío. Martin luego lanzó
una mirada oscura alrededor de la limusina, casi como si estuviera advirtiéndoles
que se alejaran de su comida para llevar.

Mientras tanto apreté los labios en una línea infeliz. Estaba impresionada con
la dinámica de la tácita, pero claramente entendida, posesividad.

Incluso si yo fuera la chica de Martin, lo que no era, no había nada malo


conmigo sentándome junto a un amigo de Martin. Sentí de pronto, como si acabara
de ser marcada.

No quería ser marcada.

●●●

El resto del viaje fue ajetreadamente sin incidentes. El viaje en limo al puerto
deportivo fue de quince minutos. En el puerto deportivo, hombres aparecieron, a
pesar de que estábamos a mitad de la nada, y cargaron nuestras pertenencias en un
barco. Luego los hombres desaparecieron. El barco viajó cuarenta y cinco minutos
hacia un puerto deportivo mucho más pequeño situado en una insignificante isla.
Al menos parecía insignificante en un primer momento. Tras una inspección
más cercana, estimé que era cerca de seis kilómetros y medio de largo y al menos
un kilómetro y medio de ancho. Bosques tropicales exuberantes estaban esparcidos
en casas de lujo masivamente obscenas, algunas directamente sobre la playa, un
poco más arriba en los acantilados montañosos. Conté siete cuando nos guiaron
hasta el muelle.

Luego nos subimos en cinco carritos de golf todo terreno, dos por vehículo.
Viajé con Martin, Sam viajó con Eric. Recorrimos un camino de tierra en buen
estado a donde supuse que nos quedaríamos por la próxima semana.

No mencioné el comportamiento inadecuado de Martin; esto era por varias


razones. En primer lugar, el drama me repelía. No quería iniciar una conversación
sobre el tema cuando otros podían escuchar. Por lo tanto, solo aguantaría su
merodeo y la forma en que miraba con desdén a los otros chicos cuando entraban
en mi radio.

En segundo lugar, no sabía cómo iniciar la conversación. ¿Qué pasa si yo


estaba imaginando cosas? ¿Qué pasa si estaba siendo demasiado delicada? ¿Y si
esta era la forma en que las relaciones normales eran? Si en realidad hubiéramos
estado saliendo, creo que podría haber sido capaz de entablar la conversación, pero
no lo estábamos.

—¿Por qué estás tan callada?

Había estado envuelta en mis pensamientos y me sobresalté un poco por su


pregunta sin rodeos.

—Uh. —Lo miré. Él estaba dividiendo su atención entre mí y el camino—.


Porque estoy pensando en algo.

—¿En qué estás pensando? —preguntó. Como de costumbre, esto sonaba como
una demanda.

Traté de no leer demasiado en el tono de su voz; quizá Martin no sabía cómo


hacer una pregunta muy bien, otra cosa que no me agradaba mucho sobre él.

—Supongo que porque no tengo mucha experiencia con chicos, así que estoy
tratando de averiguar algo.

—¿Qué es? Tal vez pueda ayudar. —Me dio un codazo.

Negué con la cabeza, no dispuesta a hablar de ello todavía.

—No estoy dispuesta a discutirlo. Necesito un poco de tiempo con mis


pensamientos.
Sus ojos inteligentes se posaron sobre mí, su expresión volviéndose distante e
impasible. Al final se encogió de hombros, su rostro sombrío, y le dio su atención
por completo al camino. No hablamos de nuevo hasta que llegamos a la casa.

Y por casa no me refiero a una casa en absoluto. Era colosal.

Una vez dentro, me maravillé de la riqueza. El gigantesco vestíbulo era de


mármol azul, asemejándose al turquesa, con incrustaciones de latón. Una
grandiosa y elegante escalera curvada predominaba en la parte izquierda de la
entrada, mientras que una ventana de tres metros de un solo acristalamiento
proporcionaba luz natural y una vista impresionante del océano. En el centro del
lugar había una gran fuente con una sorprendente escultura de buen gusto de una
sirena soplando el agua saliendo de una concha de caracol.

Todo era demasiado detallado. Las esculturas de madera en la escalera tenían


tallas. La incrustación de latón bailaba hermosos patrones oceánicos por el suelo.
Gloriosos mosaicos de azul y cobre decoraban la fuente.

Todo era demasiado. No se sentía como una casa, se sentía como el vestíbulo
de un enorme y ostentoso hotel.

Cuando me di cuenta de que estaba boquiabierta, cerré la boca de golpe y miré


a Martin para ver si me había atrapado luciendo como un bicho raro
horrorosamente asombrado. Lo había hecho. Estaba mirándome. De nuevo.

Estaba empezando a preguntarme si me había imaginado su risa en el avión y


si él era capaz de algo más que miradas severas. No me malinterpreten, todavía se
veía celestial incluso cuando estaba dando miradas severas, pero eso era solo si no
era una de las destinatarias de dicha mirada.

Yo era la receptora ahora, su atención estaba en mí y se veía infeliz.

Por eso le di una mirada amplia arrugando la nariz, seguida por una expresión
extraña, lengua afuera, ojos torcidos, enseñando los dientes como un conejo, y
luego volviendo a centrarme en su expresión para ver si había provocado algún
efecto.

Lo hice. Ahora me miraba como si yo fuera una adicta al crack.

—Parker, ¿qué estás haciendo?

—Haciendo una cara graciosa en un esfuerzo por hacer que dejes de mirarme
como si hubiera asesinado a tu amado pez dorado. ¿Qué estás haciendo tú?

Tuve el placer de ver sus ojos aligerarse con algo como maravillosa confusión,
pero antes de que pudiera hablar, el sonido de voces entrando en la casa volvió mi
atención de vuelta a las enormes puertas. Abrí la boca para anunciar dónde
estábamos, pero las palabras nunca llegaron porque Martin puso su mano sobre mi
boca, abruptamente pero gentil, trayendo mi atención de nuevo a él.

Se llevó un dedo a sus labios en el símbolo universal de shhh, luego colocó su


mano sobre la mía y me llevó alrededor de la fuente, por un pasillo, más allá de la
gran ventana de tres metros con vista al mar, a través de un gran salón con una
gigante chimenea… ¿chimenea? ¿En una isla tropical? Los ricos estaban locos, y
hacia un dormitorio gigante hecho todo de blanco estéril y tonos de azul y verde
mar.

Cerró la puerta de teca maciza para luego acorralarme contra ella, mirándome,
sosteniéndome en el lugar con sus ojos y la promesa que contenían. Mi corazón
latía dolorosamente en mi pecho y me estaba ahogando con su intenso enfoque.

Abrí la boca de nuevo para decir algo, realmente algo, pero fracasé porque
estaba besándome. El calor, la urgente destreza de su lengua estaba robándome el
aliento, su sólido cuerpo contra el mío estaba calentándome más que la humedad
de los trópicos, impregnándose en mi centro.

Nos besamos y nos besamos, luego nos besamos un poco más. No fue hasta
que él apartó su boca de la mía que me di cuenta que yo sostenía puñados de su
cabello y estaba de puntillas.

Su frente encontró la mía y gruñó, un sonido bajo mezclado con frustración,


antes de que él dijera:

—Eres jodidamente linda.

—Tú también.

Él exhaló un suspiro de incredulidad, y tragó.

—¿Soy lindo?

—Como un botón.

Él rio entre dientes, robando otro beso.

—Me gustaría que estuviéramos aquí solos. Ojalá… Dios, te quiero para mí
solo.

Una punzada de inquietud hizo que los pelos cortos de mi cuello se pararan.
Por un lado, eso era una cosa preciosa para que la dijera. Por otra parte, había
acabado figurativamente de orinar un círculo alrededor mío en su flagrante pantalla
de posesividad cavernícola. Tal vez estaba exagerando, pero no tenía ninguna base
para la comparación. Todo esto era un territorio muy, muy nuevo para mí.

Necesitaba tiempo para pensar, lejos de sus labios y miradas cautivadoras.


Por suerte, estaba bastante segura de que este lugar tenía algunos armarios
agradables.

●●●

—Él es el macho alfa —dijo Sam desde mi cama donde yacía con sus brazos y
piernas extendidas. Yo estaba a su lado, mis brazos y piernas también extendidas.

No estábamos tocándonos. La cama debía tener su propio código postal.

Después de mis encantadores besos con Martin, él me informó que la suite


gigantesca y hermosa era la mía. Las voces de nuestros compañeros de viaje se
hicieron más fuertes, más cercanas, así que me dijo que me quedara. Explicó que la
gente traería mi equipaje y también comida. Luego se fue.

Personas llegaron con mis maletas. Una vez más, gente al azar parecía aparecer
del aire, un hombre mayor en un traje le señaló a un hombre más joven dónde
colocar mis cosas. Entonces una mujer, unos diez años mayor que yo, apareció con
una bandeja de comida decadente, agua mineral con gas, y preguntó si podía
prepararme un baño o arreglarme un masaje.

Me negué cortésmente a ambos, pero insistí en presentarme a estas apariciones.


En última instancia, tuve que presionarlos por sus nombres porque al principio me
ofrecieron solo títulos.

El hombre mayor era el director de personal, el señor Thompson.

El joven era uno de los jardineros, Peter.

La mujer era la gerente de la casa, la señora Greenstone.

Traté de modular mi tono a brusco y despreocupado mientras preguntaba


cuántos otros miembros del personal estaban presentes en la casa. Después que el
señor Thompson nombró al cocinero, ayudante de cocinero, otros tres jardineros, y
dos criadas, dejé de contar. El personal de la casa superaba en número a los
huéspedes.

Sam me encontró justo cuando el señor Thompson hacía su reverencia.

Así es, haciendo su reverencia… como algún gran mayordomo de la Inglaterra


de la regencia. Había entrado al mundo bizarro de los obscenamente ricos, donde
los baños eran preparados y se hacían reverencias.

Ahora Sam y yo comíamos de la bandeja de comida y mirábamos al techo


abovedado. Un inmenso y hermoso tragaluz me mostraba que el cielo de final de la
tarde era de un azul sin nubes.

Sam continuó expresando su teoría, mientras comía uvas.


—Ya sabes, como una manada de lobos. Él es su alfa.

Hice una mueca y retorcí mis labios hacia un lado para ocultar mi expresión,
no es que ella estuviera mirándome.

—Eso es una tontería —le dije.

—No, no lo es en absoluto. Todos ellos… bueno… básicamente lo adoran,


creo. Eric dijo que el asiento ocho, la posición de Martin es sin duda el asiento más
importante de la embarcación. Establece el ritmo para el resto, los empuja. Incluso
Lee, quien malditamente gobierna el barco, sigue su ejemplo. Ellos hacen lo que se
llaman «decenas de energía» durante los entrenamientos y carreras. Es donde todos
reman tan duro como pueden por diez golpes, bueno, Martin decide cuándo y por
cuánto tiempo. Él es solo un estudiante de segundo año y tiene el lugar más
codiciado en el equipo, y es el capitán del equipo. El resto de los chicos son de
tercero y cuarto año.

—Tal vez sea porque es de una familia tan extravagante —dije con ligereza,
porque Sam estaba empezando a hacerlo sonar como que esto importaba. Por
supuesto, ella era una atleta competitiva, por lo tanto, yo podría perdonar un poco
de su expresión de ojos abiertos y la emoción en su voz.

Mientras que yo nunca había entendido el deporte y la dinámica del equipo.


Había intentado jugar al fútbol una vez; todos estaban tan en serio con eso. Yo
seguía pensando en lo tonto que era correr alrededor de un campo de hierba, patear
una pelota en una red y pensar en esto como un logro.

Acabar la Guerra y lograr la Paz, ahora eso era un logro.

—No, le pregunté a Eric cómo Martin consiguió su asiento —dijo Sam,


volviéndose hacia mí, su codo y mano levantando su cabeza—. Dijo que Martin
tiene el mejor tiempo de erg, esto tiene que ver con la máquina de remo que
utilizan, el ergómetro o como se llame, y que él tiene la mejor forma con diferencia.
Honestamente, es como que Eric tiene lavado el cerebro o tiene un enamoramiento
con él o algo así. Hablan de él como si hubiera inventado el deporte.

Me encogí de hombros, pero mi mente estaba atrapada en la metáfora de la


«manada de lobos», Martin como el alfa de una manada de remeros de cuerpo
duro. Esto podría explicar por qué cada vez que hablaba sonaba como una
demanda. Además, explicaba la mentalidad de manada en la limusina y en el
barco. Él era más joven de lo que ellos eran. Me preguntaba si toda su riqueza
deslumbrante tenía algo que ver con el por qué él era capaz de merecer su respeto
por completo.

Podía sentir los ojos de Sam en mí. Mantuve mi atención enfocada en el cielo.

Después de un rato dijo—: Eres preciosa, lo sabes.


Mis ojos saltaron a los suyos y fruncí el ceño de forma automática, sus palabras
habladas con seriedad me atraparon con la guardia baja.

—¿De qué hablas, Willis?

Me dio una pequeña sonrisa y luego empujó mi hombro.

—Tú, siendo hermosa. Eres hermosa. No te enfocas en tu apariencia o incluso


parece que te preocupas por ella, pero eres realmente bastante espectacular a la
vista.

Volví la cabeza completamente hacia ella y doblé mis manos en mi estómago.

—¿Y piensas que esa es la razón por la que Martin está de repente trayéndonos
a mí y mi amiga malhablada a playas privadas? ¿Porque él piensa que soy hermosa?

—Definitivamente es parte de eso. El muchacho tiene ojos y necesidades.

—Ja. Sí, él tiene…

—Pero ese no es el por qué, o eso no es todo.

—¿Entonces qué es? ¿Por qué estoy aquí?

Sam estuvo en silencio durante un minuto, luego preguntó:

—¿Por qué crees?

Miré por encima de su hombro, mis ojos descansando en la magnífica vista


detrás de ella. Toda la pared trasera completa de la suite era de cristal y daba a la
playa. La casa estaba a unos metros sobre el nivel del mar. Si yo hubiera estado de
pie, habría visto la blanca playa de arena. Pero desde aquí, todo lo que veía era el
cielo azul besando al océano azul en el horizonte.

—Creo que —empecé, decidiendo decir mis pensamientos en voz alta mientras
se me ocurrían. Necesitaba hablar con alguien de esto, y necesitaba salir de mi
propia cabeza, porque no podía llegar más allá, ¡esto no tiene sentido!—.Creo que
quiere que alguien sea amable con él —espeté.

Me fijé de nuevo en Sam, vi su expresión de sorpresa, pero luego algo así como
reflexión se fijó en sus rasgos.

Continué.

—Creo que está cansado de que la gente lo juzgue o haciendo suposiciones


acerca de quién es basándose en quién es su familia. Creo que quiere que alguien
sea amable con él, por él, y mostrar interés en quién es porque es Martin, solo
Martin, y no debido a de qué familia es, cuánto dinero tiene… o cómo se ve.

—Eso suena… bien, en realidad, eso suena plausible.


—Me pregunto. —Me apoyé en mi codo, frente a Sam y reflejando su posición
en la cama—. Tal vez en realidad solo quiere un amigo. Creo que podría hacer eso
por él.

Sus ojos se estrechan sobre mí.

—No creo que él quiera que seas su amiga.

—Pero eso es lo que necesita —dije, arrugando mi nariz—. Creo que confía en
mí porque no quiero nada de él. Creo que realmente necesita desesperadamente de
alguien con quien hablar, alguien que esté de su lado, y está confundiendo
confianza con… lujuria.

Sam sonrió con diversión, sus ojos bailando sobre mi cara.

—O está confundiendo lujuria con confianza.

Rodé los ojos y caí de nuevo en la cama, otra vez mirando a través de la
claraboya.

—Pero en serio —comenzó ella, hizo una pausa, luego tomó una respiración
profunda—. De alguna forma es posesivo contigo, ¿verdad? Al igual que, cómo
miró a Ray en la limusina. Y yo pensaba que iba a morder el brazo de Griffin
cuando te tocó mientras estábamos en el barco. Parece especialmente extraño ya
que ustedes dos en realidad no estén ni siquiera juntos todavía.

Todavía…

—Esto es raro. Me alegro de que dijeras algo, porque me preguntaba si yo


exageraba. Y todo es tan rápido.

—No, en realidad no. Han sido compañeros de laboratorio durante casi dos
semestres. De lo que tú me dijiste, por tu conversación con él contra la mesa de
billar anoche, para él, creo que esta relación, de alguna forma, ha estado en marcha
desde hace meses, no horas. Sospecho que ha estado pensando en ti mucho más de
lo que te das cuenta.

Me cubrí la cara con las manos.

—¿Cómo sobrevivo a esto? ¿Cómo voy a conseguir atravesar esta semana? Él


necesita un amigo y todo en lo que puedo pensar es hacer cosas muy malas a su
cuerpo.

—Estás hambrienta de intimidad física. Él está hambriento de intimidad


emocional. Tal vez puedes ayudarlo y ayudarte a ti misma.

—No quiero usarlo así. Creo que toda su vida la gente ha estado tratando de
usarlo.
—No estoy a hablando de sexo, Katy. Todavía no creo que estés lista para eso.
Tienes un gran corazón y definitivamente este sería el camino de un acuerdo sin
emociones. Solo estoy diciendo, no hay nada malo en perder un poco el tiempo con
un hombre que te atrae. Tal vez… —Sam tomó mis manos y las apartó de mi cara.
Luego levantó sus cejas y me dio una mirada mordaz—. Tal vez ustedes pueden
ayudarse el uno al otro.
Capítulo 8
Polaridad de enlace y electronegatividad
Traducido por Mae & Rihano

Corregido por flochi

Sam pasó la noche conmigo. Tenerla allí no ayudó. Pero a pesar de la cama
divina y el sonido del océano en el fondo, no dormí muy bien.

Sam y yo no nos unimos a los chicos para la cena. En su lugar, optamos por
sentarnos en el balcón con vistas al mar y estudiar. Esta fue mi idea. Necesitaba
más tiempo para pensar, para considerar, para planificar mi próximo movimiento
con Martin. Estaba segura de que él necesitaba una amiga, mucho más de lo que
necesitaba una novia, ahora solo tenía que convencerlo de este hecho.

El señor Thompson se detuvo para registrar su entrada y asegurarse de que


todo estaba a nuestro gusto. Le pregunté acerca de cenar en la suite y me dijo que
comunicaría el mensaje. Una de las camareras nos trajo la cena. Se llamaba Rosa y
me recordó a mi abuela paterna; su gran sonrisa era dulce y nos prometió galletas si
comíamos todas nuestras verduras.

También me trajo una nota de Martin. En su masculina, escritura caótica


decía:

Parker,

Voy a estar en la playa esta noche. Ven a buscarme.

~Martin

Me sentí aliviada que no viniera ni presionara la cuestión de comer la cena en


mi habitación. Necesitaba espacio y tiempo y… básicamente todas las dimensiones
conocidas disponibles para mí, tal vez incluso la asistencia de materia oscura
invisible. Aún no estaba lista para dar un paseo a la luz de la luna en la playa con
Martin. El cielo tenía demasiadas estrellas para ser cualquier cosa menos
fatalistamente romántico.

Después de comer, Sam y yo estudiamos un poco más. Opté por la ducha


gigante con siete cabezas, a pesar de que la bañera era del tamaño de una pequeña
piscina, entonces trabajé en un ensayo final hasta la medianoche cuando nos
fuimos a la cama.
Era temprano cuando me desperté, el sol acababa de hacer acto de presencia y
la luz seguía siendo suave y nebulosa. Me puse mi bata y me dirigí a la ventana,
queriendo atrapar los morados y naranjas que pintaban el cielo antes de que dieran
paso al azul.

Obtuve mi deseo y algo más. La vista era espectacularmente épica. La playa de


arena blanca y aguas tranquilas me llamaba de una manera que nunca había
experimentado. De repente, quise ir a nadar. Justo en ese minuto. Necesitaba dejar
la opulencia de la casa grande. La verdadera belleza de la naturaleza me llamaba.

Me cambié rápidamente en el baño, cuidadosamente cubriéndome con


protección solar alta, y tomé dos toallas de playa de gran tamaño.

También empaqué una bolsa de lona con una botella de agua de la noche
anterior, mi libro actual, un gran sombrero, gafas de sol y otros elementos
esenciales de playa. Salí por la puerta del balcón y caminé por el camino a la playa.
La ruta consistía en diez escalones de piedra y treinta metros de la más fina, y más
suave arena que nunca había tocado.

Una vez allí, dejé mis pertenencias, quité mi camiseta, pantalones cortos de
algodón y zapatillas, y entré en el agua salada. El agua era cristalina, la temperatura
fresca y refrescante, y estaba tan tranquilo como un lago. Me sentía como en el
cielo.

Por lo menos una hora, floté, nadé, busqué conchas y en general disfruté del
tiempo a solas con mis pensamientos en este hermoso lugar. Cuando mis dedos se
convirtieron en pasas, abandoné el agua por la orilla.

Organicé una de las toallas bajo la sombra de una palmera grande y doblé la
otra en una almohada para mi cabeza. Entonces, leí mi libro, secándome en el aire
del mar y holgazaneando como una persona perezosa. Este era el tipo de
imprevisto relajante que había preferido desde el inicio de la universidad.

Estaba tal vez a cuatro páginas de mi novela, cuando oí el ruido; era un canto,
débil luego más fuerte, de voces de barítono. Levantándome sobre mis codos, puse
mi libro a un lado, sosteniendo mi lugar con mi pulgar, y busqué el origen.

Entonces los vi. Los nueve chicos, viéndose notablemente como hombres, a
cierta distancia de la costa; lo suficientemente lejos para no poder distinguir rostros
individuales, pero lo suficientemente cerca para poder ver claramente que todos
estaban sin camisa. Y debía tenerse en cuenta que siempre debían estar sin camisa.
De hecho, debían evitar que usar camisas… siempre.

Estaban remando, su barco volaba sobre el agua. Esforcé mis oídos y me di


cuenta que contaban hacia atrás desde diez.
Seguí su progreso, maravillada por cómo se movían tan rápidamente y con
aparentemente tan poco esfuerzo al unísono. Me preguntaba cómo sería eso, ser
parte de algo tan perfecto, tan armonioso. Era… bueno, era hermoso.

Lo más cerca que nunca había estado de algo así fue tocando mi música,
perderme en el piano, o tocar con mis compañeros de banda la noche del domingo.
Pero no éramos perfectos. Estábamos lejos de ser armoniosos, sin embargo a veces
pasábamos una buena noche en la que todo se sentía bien y sin esfuerzo, como si
estuviéramos volando en la música que habíamos creado juntos.

Tan repentinamente como aparecieron, los remeros se habían ido. El barco dio
la vuelta al borde de la cala y su canto se hizo más débil, más lejano. Me quedé
mirando el lugar donde habían desaparecido durante un minuto y luego me recliné
en mi toalla, mirando el horizonte.

—Santo cielo. Eso fue bueno.

Giré la cabeza un poco y encontré a Sam de pie en la playa, con las manos en
las caderas, y su atención centrada en la curva de la cala. Llevaba un bikini Itsy
Bitsy que mostraba lo mucho que ejercitaba en su juego de tenis.

—Oye, ahí estás. Chica bien parecida —dije—. ¿Qué te traes entre manos?

—Porque me compré este maldito bikini el año pasado y esta es mi primera


oportunidad de usarlo. —Ella caminó hacia donde me reclinaba y extendió su
toalla. Su lugar estaba un poco en el sol, pero dudaba que le importara la
oportunidad de broncearse. No quería correr el riesgo de cegar a alguien, así que
me gustaba mi lugar en la sombra. Con mi tez blanca como el papel, el fulgor de
mis muslos probablemente quemaría retinas.

Se volvió hacia mí para decir algo más, pero entonces el canto se hizo audible
de nuevo. Efectivamente, el barco regresó a la vista. Ocho remeros musculosos
barrían el agua con los remos, Lee en la popa enfrentaba a Martin. Sus brazos y
hombros se flexionaban, sus estómagos y espaldas ondulaban. El movimiento de
sus cuerpos era tan fascinante como excitante. Esta vez estaban lo suficientemente
cerca que casi podía ver sus expresiones faciales, ver el sudor rodando por sus
cuellos y pechos.

Desde donde yo estaba sentada, se veían serios, concentrados, tal vez un poco
adoloridos, pero todavía hermosos. Dolorosamente hermosos para el corazón. Mi
boca se secó completamente.

Sam y yo los observamos durante casi un minuto completo antes de que


pasaran y desaparecieran una vez más.

Entonces, ella se abanicó.

—Sí. Definitivamente tendré sexo con Eric. Eso fue caliente.


No dije nada, porque una vez más mis pensamientos sucios estaban en
desacuerdo con lo que sabía era inteligente, con lo que sabía era correcto.

Martin necesitaba una amiga.

Sería esa amiga.

Lo haría.

Y mis pantalones me odiaban por ello.

●●●

Tres de los jardineros trajeron el almuerzo hasta la playa bajo la supervisión de


la señora Greenstone. Y por almuerzo, quiero decir que transportaron lo que
parecía ser el equivalente de un restaurante al aire libre de lujo a la playa. Un gran
buffet se extendió sobre una enorme mesa de madera, mesas y sillas con cojines
profundos de comedor bellamente talladas fueron instaladas en el borde del agua.
Un aparador con porcelana, vasos, servilletas de lino, toallas, loción bronceadora, y
básicamente todo lo demás que pudieras desear, fue colocado en la playa con una
eficiencia practicada y estéticamente agradable.

Para colmo, varios grandes arreglos de flores tropicales fueron colocados en las
mesas junto con pequeños paquetes de aloe en hielo para relajarse.

Miré de reojo a la opulencia, sintiéndome fuera de lugar con mi modesto bikini


negro de dos piezas que tenía tres años, mis zapatillas turquesa de Walmart y gafas
de sol de la gasolinera.

Para ser honesta, el exceso me repelía casi de la misma forma en que el tamaño
y el lujo de la casa me habían repelido cuando llegamos. No estaba en contra de la
gente rica. Tampoco de las personas que poseían y que disfrutaban de las cosas
bonitas.

Supuse que el problema era que todo era demasiado grande, demasiado,
demasiado brillante, demasiado nuevo, demasiado estéril, demasiado impersonal.
Sentía que todos los detalles reales que importaban: el olor del mar, la sensación de
la arena bajo los pies, los suaves sonidos del mar reuniéndose con la costa, el
susurro del viento entre las palmeras, se perdía en la ostentación de la casa y su
extensa sombra esplendorosa.

Donde Sam y yo dejamos nuestras toallas se encontraba a un buen par metros


del buffet de lujo y bajo la sombra de una palmera; sin embargo, el lugar era
claramente visible desde el sendero. Las dos estábamos sobre nuestros estómagos y
leyendo cuando Herc, Ray, y Ben aparecieron desde la senda.

Ray nos saludó con la mano y una sonrisa amable, Herc nos dio un pequeño
saludo que imaginé era amable para él, y Ben nos dio una mirada lasciva y ningún
otro reconocimiento. Me preguntaba en silencio otra vez, por qué Martin había
invitado a Ben cuando todas las pruebas apuntaban al hecho de que era un tipo
desagradable. Los chicos cruzaron al impresionante almuerzo.

Tan pronto como llegaron a las mesas, Eric y Griffin pasaron. Eric caminó
hasta detenerse cuando nos vio y le dio a Sam una sonrisa brillante. Griffin levantó
la barbilla y saludó cortésmente, luego caminó hacia la comida.

—Vuelvo en un momento. —Eric extendió su dedo índice hacia nosotros en el


símbolo universal de dame un minuto—. Estoy hambriento.

—Tómate tu tiempo. —Sam se encogió de hombros, y vi que hacía todo lo


posible para parecer no afectada—. No es como si fuéramos a alguna parte.

—Sí. Bueno. —Los ojos de Eric se movieron sobre su cuerpo, no en una lasciva
forma, tipo follé eso, sino más bien en una forma joder, debes ejercitarte y estoy
impresionado, sus cejas haciendo una adorable apreciación mientras la escaneaba.
Luego sacudió la cabeza como si la aclarara y poco a poco se dio la vuelta. De
hecho, sus pasos casi se detienen mientras caminaba hacia el buffet cuando se giró
y miró a Sam dos veces.

Sam, sin embargo, miraba a su libro. Pero me di cuenta de que no estaba


leyendo. Cuando él estuvo fuera del alcance del oído, preguntó en un susurro:

—¿Miró hacia atrás?

—Sí. Dos veces.

—Excelente.

Sonreí y miré a los chicos. No puede evitarlo, Sam levantó sus ojos también.

No se habían molestado aún en ponerse las camisas y todavía llevaban


pantalones cortos de spandex que terminaban justo por encima de sus rodillas.
Realmente, deberían haber estado desnudos. Sus trajes no dejaban nada a la
imaginación.

Rápidamente reorienté la atención a mi libro, con mis mejillas rojas por la


exposición repentina a la exquisitez de sexo masculino, pero Sam los miró
boquiabierta durante unos minutos más.

—Gracias, Katy. Gracias por ser compañera de laboratorio de Martin Sandeke.


Gracias por no tener la menor idea de lo increíble que eres. Gracias por volverlo
loco con tu indiferencia despistada. Solo… gracias por este momento.

Rodé los ojos detrás de mis gafas de sol y me coloqué sobre mi espalda.

—De nada. Nunca digas que no te consigo nada, sobre todo porque hay otros
cuatro remeros sin camisa de camino aquí.
—Moriré feliz aquí, hoy, en este lugar. —Suspiró.

—En un charco de lujuria.

—Deja a mi charco de lujuria en paz. Consigue tu propio charco.

Unos momentos pasaron en silencio relativo, relativo porque el sonido de la


conversación de los chicos se desvió hacia nosotros, aunque ninguna de las palabras
fue descifrable. Fui realmente capaz de concentrarme en mi libro durante unos diez
minutos antes de que nos interrumpieran.

—Oigan, ¿qué piensan hasta ahora?

Giré la cabeza y descubrí a Eric de rodillas en la arena junto a la toalla de Sam,


dividiendo su atención entre las dos. Me di la vuelta en mi costado y luego me
senté, acercando mis rodillas a mi pecho. Sam, sin embargo, siguió recostada en el
suelo.

—Es muy bonito —dije con sentimiento, ya que lo era y él era agradable, y es
agradable ser agradable.

Entonces, porque quería decir algo más que agradable, añadí:

—La playa es exquisita. Nunca he visto este tipo de arena.

Eric me dio una sonrisa amistosa.

—Sí, este es nuestro segundo año. El año pasado Martin nos trajo en las
vacaciones de primavera y he estado a esperándolo desde que salimos. Amo este
lugar.

—Puedo ver por qué —dijo Sam—, es una preciosidad.

La mirada de Eric descansó en ella por un segundo antes de que estuviera de


acuerdo:

—Sí, magnífico…

Mis ojos parpadearon entre los dos, obviamente compartiendo un momento, y


traté de no hacer movimientos bruscos. Devolví mi mirada a la portada del libro
que había descartado y me di cuenta de que no tenía ningún recuerdo de lo que leí.

Eric fue el primero en hablar, y lo hizo con una sonrisa encantadora.

—Entonces, Sam. ¿Te importaría ayudarme a poner bronceador en mi espalda?


Me gustaría ir a nadar, pero estoy seguro de que lo que me puse anteriormente se
ha ido ya.
—Claro —respondió de inmediato, y luego saltó sobre sus rodillas, agarró su
loción, rodeándolo, mientras ambos se levantaban, y ella aplicaba una cantidad
generosa de líquido protector y protección UV a su torso.

Él me estaba enfrentando, por lo que Sam se encontraba detrás de él. Por lo


tanto fui sorprendida por sus expresiones faciales mientras tocaba su cuerpo. En un
momento pronunció las palabras Oh Dios mío, sus ojos se agrandaron. Tuve que
apretar mis labios entre los dientes para no reírme.

Después de la aplicación de loción más larga de la historia, Sam se movió para


alejarse, pero él le cogió la mano.

—¿Quieres ir a nadar?

Ella asintió, una gran sonrisa en su rostro. Todos sus intentos anteriores para
ser casual debieron derretirse… por alguna razón inexplicable.

Sin mirar hacia atrás o un adiós, o un te veré más tarde en mi dirección, los dos
se fueron al océano. Los vi irse sintiendo una mezcla de emoción en nombre de
Sam, y preocupada, también en nombre de Sam. Era evidente que le gustaba
mucho. Y supuse que era lo suficientemente agradable. Pero ninguna de las dos lo
conocía muy bien.

—Hola. Kaitlyn, ¿no? —dijo alguien detrás de mí.

Me giré hacia la voz a mi espalda y me encontré a Ben, el monstruo de las


groserías, aspirante a drogadicto, violador confeso y flagrante observador lascivo,
en el borde de mi toalla. Mi estómago se apretó con temor.

—Sí. Eso es correcto. Soy Kaitlyn —dije, sin querer sonar tan robótica como lo
hice, pero no puede evitarlo. Este tipo quería hacer daño y extorsionar a Martin, y
eso era suficiente para hacer que me desagradara con el calor del magma.

—Hola. —Sus ojos se movieron sobre mí otra vez, donde me hacía un ovillo en
mi toalla—. Necesito ayuda para poner esta cosa en mi espalda. —Levantó la
botella de loción bronceadora que Sam acababa de descartar.

—¿Está bien…? —Lo miré fijamente, sin comprender por qué me decía esto.

Nos miramos el uno al otro por un instante. Era muy guapo, en muy buena
forma, muy alto, y me hacía sentir muy incómoda.

Por fin, resopló.

—Necesito que pongas loción en mi espalda.

Mi ceño se profundizó y negué con la cabeza.

—Um, no, gracias.


—¿No gracias?

—Eso es correcto. No gracias.

Sus ojos se lanzaron a los míos mías y pareció estar confundido.

—¿No lo harás?

—Correcto. No lo haré.

La expresión confundida de Ben se transformó en una mueca de desprecio.

—¿Cuál es tu problema?

Apreté mis brazos alrededor de mis piernas.

—No es gran cosa. No toco a gente que no conozco, es una de mis reglas de
vida. —Lo bueno de tener reglas de la vida es que puedes hacer otras nuevas en el
acto cuando es conveniente. No tocar a la gente que no conozco no era una regla
de vida antes de este minuto, pero se encontraba sin duda en la lista ahora.

—Nos hemos encontrado.

—Sí, pero no te conozco y no quiero tocarte.

Me miró por cinco segundos, pero se sintió como una hora, sus ojos claros se
volvieron crueles y enojados. De repente, espetó:

—¿Por qué eres tan perra? Solo necesito un poco de ayuda aquí y estás
actuando como una maldita perra.

Me estremecí ante las palabras, incluso sus improperios eran redundantes y


carentes de imaginación, y luego aparté mi mirada de la suya, optando por mirar a
la playa y deseando haberme unido a Sam y Eric. Ellos se encontraban en el agua,
flotando, hablando, y probablemente sin maldecirse el uno al otro.

A pesar de que no te sientas tranquila no significa que no puedes estar


tranquila. Las palabras de mi madre volvieron a mí.

—Vete —dije. El latido de mi corazón y el bombeo de mi sangre rugían entre


mis oídos. Mi cuerpo se encontraba más allá de tenso, como si se estuviera
preparando para un golpe físico, y me sentí de pronto fría y alejada de mi entorno,
como si estuviera en un túnel.

—Bien, gorda. No quiero tus dedos regordetes sobre mí de todos modos.

Cerré los ojos, esperando el sonido de su salida y tratando de calmar mi


corazón. Pero no se fue. Lo sentí allí, más allá de la pequeña isla de seguridad que
era mi toalla. Me encontraba a punto de levantarme y alejarme hacia el agua,
cuando volvió a hablar.
—Sí, me alegro de que estés pasando un buen rato. Este lugar es bastante
grande.

Fruncí el ceño con confusión, lo que momentáneamente me paralizó, pero no


abrí los ojos.

Pero entonces Ben dijo:

—Oh, hola, Stroke. —Justo cuando distinguí nuevos pasos que se acercaban
por detrás de mí. Martin se acercaba.

Exhalé una respiración lenta, mi interior todavía se sentía como carámbanos, y


lentamente abrí los ojos. Mantuve mi atención fija en la orilla ya que no quería
mirar a Ben de nuevo, probablemente nunca.

—Hola —dijo Martin de algún lugar cercano y por encima de mi hombro—.


¿Qué está pasando?

—Ah, no mucho. Solo haciéndole compañía a Kaitlyn. —La voz de Ben era
notablemente diferente, amable, afable—. Pero ya que estás aquí, voy a ir a comer
algo. ¿Quieres algo? ¿Puedo traerte algo? —Ben obviamente dirigía esta pregunta
solícita a Martin.

Me pregunté brevemente si Martin debería invertir en un probador de veneno


de algún tipo. No confiaría en Ben ni con una serpiente que no me agradaba, y
mucho menos que me trajera comida que no se hallaba contaminada con arsénico.

—No —dijo Martin.

Casi me reí, a pesar de mi estado frágil. El sencillo no de Martin sonó como


mucho más que un no. Sonó como una advertencia y una amenaza, como un
despido y una orden. Me impresionó la cantidad de desprecio que logró meter en
una palabra de una sola sílaba.

—Bueno, bueno… —Por fin oí los pies de Ben moverse contra la arena—. Me
muero de hambre así que voy a comer. Nos vemos más tarde.

Me quedé quieta, incluso cuando estuve segura de que Ben se fue. No pude
mover mis dedos desde donde sostenían mis piernas en mi contra.

Al crecer, luché un poco con mi tamaño, pero no en la forma en que la mayoría


de las personas se acercan a las frustraciones de tamaño. Luché y trabajé en
aceptarlo. Me hubiera gustado ser diferente, sin embargo, porque confiaba en mi
madre y sus garantías de que no había nada de malo en mí o mi forma de verme,
que la grasa de bebé era normal en mí y que mi cuerpo iba a arrojarla finalmente,
nunca luché contra la rollitos.
Fui una niña regordeta y muy, muy pequeña la mayor parte de mi infancia;
entonces, durante mi segundo año de la secundaria, me estiré y crecí diez
centímetros básicamente durante la noche. Crecí otros cinco en mi primer año.

Pero nunca he sido delgada y firme; más bien, siempre he sido suave y curvada.
Me gustaba la línea de mi cintura porque se volvía cónica drásticamente por debajo
de mis costillas, y luego se curvaba de nuevo a mis caderas, un reloj de arena, mi
madre dijo con una sonrisa, definiéndolo.

Me dijo que debía estar orgullosa de mi forma sana y cuerpo sano, amarlo y
atesorarlo porque era mío. Nadie, dijo, podía decirme qué pensar de mi cuerpo. Si
dejaba que la opinión de otra persona importara, le daba control sobre mí, y yo
tenía el control completo sobre mi propia imagen.

Eso es lo que dijo.

Pero esa no era verdad, no realmente. Porque incluso aunque yo sabía que Ben
era un hablador de la peor clase y su opinión importaba tanto como los centelleos
en el mar, palabras como gorda dolían, sin importar la fuente.

Sentí los ojos de Martin en mí y deseé tener una camisa, una bata o una gran
bolsa plástica de basura para cubrir las imperfecciones de mi cuerpo. Lo que es
más, deseé que yo hubiera golpeado al indeseable de Ben cuando había tenido la
oportunidad.

Martin se movió, caminando hacia la toalla de Sam y sentándose junto a mí.


Levanté mi barbilla y mantuve mis ojos en el horizonte; aún no estaba lista para
mirarlo. Todavía estaba tratando de ganar control de mis desmoronados
sentimientos. También estaba intentando suprimir la vergüenza trepando desde mi
pecho a mi garganta y ahogándome. Yo era esta torpe y rellenita chica, del color de
la tiza, sentada junto a un musculoso y bronceado dios griego.

Martin estiró sus largas piernas en frente de él; descansó una mano detrás de mí
así su brazo y pecho rozaban contra la piel desnuda de mi brazo y espalda. El
contacto era una chispa en mi túnel de entumecida frigidez. Entonces se inclinó
hacia delante, acarició mi mejilla suavemente con su nariz, y colocó un beso suave
sobre mi mandíbula. Inesperadamente, me sentí derretir.

—Hola, Parker —susurró, entonces besó el hueco de mi mejilla—. ¿Qué pasa?

Negué con mi cabeza incluso mientras mi cuerpo instintivamente se inclinaba


hacia él, mi hombro descansando contra su pecho. Él se sentía bien, sólido, cálido.

—¿Por qué está ese tipo aquí? —pregunté.

Martin miró sobre su hombro a donde sus compañeros de equipo estaban


comiendo, luego me enfrentó de nuevo.
—¿Te dijo algo?

Aclaré mi garganta, entonces respondí con otra pregunta:

—¿Por qué lo invitarías? Después de lo que él trató de hacerte.

Exhaló suavemente, luego rozó el dorso de sus dedos hacia abajo a lo largo de
mi brazo hasta mi codo; sus ojos siguieron el camino. Parecía estar estudiando mi
mano donde esta se agarraba a mi pierna.

—Porque él es fuerte y nosotros, el bote, lo necesitamos para ganar. —Su voz


tenía un borde de ira, pero yo sabía que no estaba dirigida a mí.

Deslicé mis ojos a un lado, consideré esta noticia y la expresión de Martin. No


parecía feliz de tener a Ben ahí. De hecho, parecía furiosamente resignado. Tuve la
impresión de que no estaba acostumbrado a hacer compromisos, y este se sentía
equivocado y poco eficiente.

—Él trató de drogarte —declaré con un fervor que me sorprendió, sintiéndome


indignada por el comportamiento de Martin.

—No dije que confiara en él. Dije que lo necesitábamos. Confiar y necesitar a
alguien son, por lo general, mutuamente exclusivos. —Martin levantó sus
deslumbrantes ojos hacia los míos. Así de cerca estaba sorprendida de ver que eran
del color exacto del océano. Motas de verde, plateado y turquesa radiaban de su
pupila como una explosión de estrellas.

—Pero algunas veces, raramente… —comenzó él, se detuvo, su atención


desviándose a mis labios brevemente—, conoces a alguien a quien necesitas, en
quien también puedes confiar.

Me miró y le devolví la mirada, sintiéndome confundida e incrédula ante la


implicación de sus palabras. Me permitió luchar por todo un minuto, entonces
alcanzó mi mano y la separó de mi pierna, sosteniéndola ligera y reverentemente.

—Kaitlyn, ¿Ben te dijo algo? Porque si lo hizo voy a deshacerme de él. —Los
ojos de Martin se estrecharon por una fracción y su mirada se volvió penetrante,
escudriñadora.

Tomé una gran respiración y me volteé de la mirada escudriñadora de Martin.


Su obvia preocupación estaba haciéndome cosas extrañas. Esta actitud protectora
no se sentía como posesividad, y me pregunté cuán a menudo yo lamentablemente
confundiría una con la otra.

No quería mentir. Pero si Martin podía vivir con Ben intentando drogarlo y
extorsionándolo por el bien de la cohesión del equipo, entonces supongo que yo
podría vivir con unas pocas palabras desagradables.
Por supuesto, había toda la cosa de Ben drogando chicas por cuestiones de
razones indefinidas…

Miré hacia el agua mientras hablaba.

—Martin, no te dije esto el viernes cuando te vi en la fiesta, pero no eres la


primera persona que Ben ha tratado de drogar. Cuando estaba hablando con esa
chica, él lo hizo sonar como… como que ha estado drogando chicas desde hace
tiempo. Eso en verdad solo puede significar una cosa, ¿cierto?

Eché un vistazo hacia Martin y su ceño fruncido era feroz. Él dijo a través de
los dientes apretados:

—Gracias por dejarme saber. Yo manejaré a Ben. Él no hará… —Se detuvo,


exhaló lentamente—, no hará eso de nuevo.

—Pero, ¿qué acerca de lo que ha hecho hasta ahora?

—Me ocuparé de eso también.

—Él es tan desagradable. Es… es como el dicromato de amonio con tiocianato


de mercurio. Es el universitario equivalente a los pozos del infierno.

La sonrisa de Martin fue súbita e inesperada que pareció tomarnos a ambos por
sorpresa; rio suavemente ante mi analogía, pero también parecía preocupado.

—Oye, ¿te dijo algo? ¿Antes de que me acercara?

—No me gusta él —dije, entonces me apresuré cuando temí que Martin vería
que yo estaba siendo evasiva—. Es desagradable y escalofriante, y ya no quiero
hablar más de él. Vamos a hablar de química.

Sentí más que vi la pequeña sonrisa de Martin porque él se había inclinado


hacia delante y mordisqueó mi hombro, sus labios cerniéndose contra mi piel.

—Sí, vamos a hablar de química. Tenemos una excelente química.

Me incliné un poco a un lado y lejos porque sus labios suaves, dientes filosos y
boca caliente estaban abrumando mi pecho, estómago y bragas.

—Quise decir nuestra tarea. Traje todas mis notas, creo que deberíamos
comenzar con la búsqueda de la literatura esta tarde.

—No-o. —Martin levantó su cabeza, colocó mi mano en su muslo, y entonces


apartó varios mechones sueltos de cabellos de mi cara. Los metió detrás de mi
oreja—. Nos vamos. Tú y yo tenemos planes.

—¿Planes? ¿Qué planes?

—Conozco un lugar donde podemos estar solos.


—¿Más que en los cincuenta cuartos libres en la casa? —dije, entonces me sentí
ponerme roja inmediatamente ante la insinuación no intencionada—. Ah… quiero
decir… eso es… lo que quiero decir es… oh maldita sea.

Me observó luchar bajo sus cejas levantadas, el susurro de una sonrisa en su


cara, entonces la cortó cuando intenté esconder mi cara en mi brazo.

—No, el lugar que tengo en mente es mejor. El almuerzo está empacado.


Vamos. —Apretó mi brazo, luego jaló mi mano mientras se paraba, empujándome
con él—. Necesitamos encaminarnos.

Lancé mi mano hacia atrás y rápidamente me cubrí con una toalla.

Traté de no mirarlo, en su mayoría porque él era magnífico. A diferencia de los


otros, estaba vestido con pantalones cortos rectos que terminaban en su rodilla. Su
torso sin camisa era impecable y totalmente suave. Parecía una estatua dorada,
irradiando duro placer por el sol, pero cálido al toque. ¡Y eso era solo su torso! No
confiaba que mi mirada se aventurara hacia abajo para asegurar lo impecable de sus
piernas… o algún lugar más.

Mi corazón y el área previamente definida como «mis pantalones» se retorcían


y apretaban ante la vista de su cuerpo perfecto. Sentía pinchazos y hormigueo por
todas partes y un poco de mareo mientras me alejaba de él.

—Déjame cambiarme primero —murmuré sin pensar—. Desearía haber


invertido en un burqa4 o un moomoo5…

Martin agarró la toalla mientras yo trataba de envolverla bajo mis brazos,


arrastrando mi atención de nuevo a él.

Su expresión era feroz de nuevo, sus cejas bajas en un ceño fruncido.

—¿Qué dijiste?

—Nada.

—¿Qué estás haciendo? —Su mirada pasó a la toalla luego de regreso a la mía.

—Agarrando mis cosas.

Él jaló la toalla y yo la sostuve más apretada. Su ceño se intensificó. Mientras


observaba mi cara, me sentí mucho como que estaba siendo examinada bajo un
microscopio.

4
Burqa: Vestimenta usada por mujeres musulmanas que las cubre desde la cabeza hasta los pies,
con una pequeña malla al nivel de los ojos.
5
Moomoo: Vestido amplio, que cuelga desde los hombros, originario de Hawái.
Martin tomó tres completas y medidas respiraciones, su mano empuñaba ahora
tercamente la tela, antes de que preguntara de nuevo a través de los dientes
apretados:

—¿Qué te dijo Ben, Parker?

—Nada importante. —Levanté mi barbilla y me encogí de hombros. Cuando


pareció que él iba a presionar el asunto más lejos, yo dejé ir la toalla, dejando que el
peso de esta cayera en su agarre.

Martin pareció molesto, pero con su atención desviada como si estuviera


compelido, como si él no tuviera opción sino mirar mi cuerpo. Me tensé, peleé la
urgencia de cruzar mis brazos sobre mi pecho, y miré al cielo, dejándolo mirar.

En verdad no importaba. ¡Estábamos en la playa por el santo Bunsen! Más


temprano que tarde él iba a verme en un traje de baño. Repetí el sabio consejo de
mi madre, Si dejaba que la opinión de otra persona importara entonces le daba
control sobre mí; y yo sola tenía el control completo sobre mi propia imagen. Me
mantuve quieta por tanto tiempo como pude.

Entonces lo oí suspirar.

—Jódeme…

Mis ojos se dispararon de regreso hacia Martin y lo encontré mirando mi


cuerpo con una mezcla de dolorosa hambre y apreciación. La obscenidad se había
deslizado de su lengua como una extraña caricia.

—¿Disculpa? —pregunté, aunque casi pregunté, ¿Eso fue una petición?

Su mirada saltó a mi cara y se paró adelante, arrojando la toalla a la arena. No


me tocó excepto para acomodar los dedos de mi mano izquierda en la palma de su
mano derecha.

—Es una expresión, Parker. Por lo general, significa que una persona está
sorprendida.

Lo miré con los ojos entrecerrados.

—¿Qué es sorprendente? ¿Es mi piel como la de un fantasma? ¿Te asusta?

Vi su boca tirar hacia un lado justo antes de que se volteara y me empujara


hacia el camino de la casa.

—No. Tu piel de fantasma no me asusta.

—¿Es…?

—Eres jodida y malditamente hermosa, Parker —dijo él ásperamente, un


medio gruñido, y sin mirarme.
Sobresaltada, cerré mi boca, mientras un complacido y placentero calor se
extendía por mis mejillas, pecho y estómago. Por primera vez en mi vida encontré
que no me importaba el uso de obscenidades.
Capítulo 9
Las reacciones en solución acuosa
Traducido por paola buenavida, Mae & Rihano

Corregido por Nix

No me cambié de ropa, me olvidé por completo de que quería cambiarme de


ropa. Por lo tanto seguía usando mi relativamente modesto traje de baño de dos
piezas en el trayecto de la casa a este nuevo y mejor lugar donde, Martin insistió,
vamos... a estar solos...

Estar sola con Martin no me asustó al principio. Se sentía como un estado


muy teórico del ser; como ser informada de que iba a convertirme en plasma de
quarks y gluones (es decir, una de las fases teóricas de la materia) o en la
concursante ganadora de American Idol. Por lo tanto, estaba asustada.

La verdad es que mi mente era lenta en captar porque todo estaba sucediendo
demasiado rápido. El viernes por la tarde yo estaba escondida en un armario
de ciencias en el campus. Ahora era la tarde del domingo y estaba con este loco
y guapo multimillonario que consiguió traer a esta chica a una pequeña isla en el
Caribe.

No estaba acostumbrada a cambiar y no era buena con las sorpresas. La


totalidad de mi pasado y todos los cambios en ella estaban bien documentados a
través de las agendas preparadas por George. Siempre había tenido tiempo para
prepararme.

Pero no esta vez.

Por lo tanto, olvidé sorprenderme hasta que estuve siendo llevada de la mano
por un camino de arena y por una buena cantidad de maleza tropical. En la otra
mano sostenía una cesta de picnic. Miré hacia arriba y parpadeé ante los grandes
músculos de su espalda y de pronto me di cuenta de dónde estaba y con quién
estaba y lo que había hecho hasta ahora.

Los besos, las caricias, los susurros, los momentos compartidos y las miradas
calientes. Yo había hecho más contacto visual con él en las últimas treinta y seis
horas de lo que lo había hecho en los últimos seis meses como su compañera de
laboratorio. Un escalofrío me recorrió. La vida me estaba cambiando demasiado
rápido.

Murmuré—: Rápido, veloz, apresurado, dinámico...


Martin miró sobre su hombro, sus ojos corrieron de arriba y hacia debajo de
mí.

—¿Qué dijiste?

—Nada.

Sus ojos se estrecharon.

—¿Estás bien?

Mentí.

—Sí. Bien. —Entonces desvié el tema—. ¿A dónde vamos?

Un destello de diablura brilló en su mirada, curvando su boca a un lado, la


diablura se veía muy bien en Martin Sandeke y entonces volvió su atención al
camino.

—Solo a un lugar que conozco con una cascada y una cueva. Es parte de la
finca, pero nadie más lo usa.

—Qué bueno —dije, doblando mientras sostenía una hoja de palmera de mi


camino, y añadí distraídamente—: Tenemos un garaje en mi casa. Donde hay un
auto y algunas de las herramientas de mi padre.

Martin me miró, entre divertido y confundido.

—¿Oh?

—Sí. Y una hamaca en el patio trasero.

—Ah, sí….

—Sí.

—Por lo tanto, ¿no hay saltos en el agua?

—No. Pero una vez, cuando llovió mucho, una alcantarilla se rompió. Eso
fue similar a una cascada.

Martin se rio. Sabía que él estaba riendo porque, a pesar de que estaba
tranquilo, vi sus hombros temblar; y cuando se volvió para mirarme, sus ojos
brillaban con humor y fue una sonrisa letalmente brillante.

—Eres divertida, Parker.

—Gracias. —Aparté la vista de faro que era su sonrisa. Era cegadora—. Tú


también eres... agradable a veces.
Caminamos otro buen rato en silencio y me obligué a estudiar el paisaje
circundante. El suelo era de arena blanca y gris y muy llena de conchas
blanqueadas. Altas palmeras siempre en el techo de la marquesina. El camino
estaba cubierto de arbustos de palmas gruesas y maleza. A nuestro alrededor
insectos zumbaban y zumbaban en una sinfonía constante, y pude distinguir los
sonidos débiles de un torrente de agua. Se hizo más fuerte cuanto más caminamos
pero no fue abrumador. El día era cálido, y habría estado caliente si
estuviéramos bajo el sol o más en el interior. Pero a la sombra y tan cerca del
océano, una brisa fresca susurró enfriando mi piel.

Martin se volvió ligeramente, sin soltar mi mano, aunque su atención estaba en


una serie de rocas que tenemos ante nosotros que descendían como una escalera.

—Cuidado aquí, un paso a la vez. Tal vez sería mejor si lo haces descalza. No
vas a necesitar zapatos de todos modos.

Soltó mi mano, se quitó los zapatos, y caminó por el camino hecho de rocas
arenosas. Del mismo modo, me quité las chanclas y lo seguí, manteniendo mi
atención en el camino. El sonido del agua corriendo aumentó a medida que
descendíamos. Entonces me detuve porque Martin se detuvo, levanté la mirada y vi
el lugar al que nos había traído. Y mi boca se abrió.

Él nos había llevado a una pequeña cala, en su mayoría a la sombra de las


palmas y de la cara de la roca circundante. Era de veinte pies de diámetro. El agua
era cristalina y turquesa en su mayoría, pero más oscura en los extremos. Tras una
inspección más cercana, la cala parecía estar al lado de una cueva. La cascada era
invisible, pero se podía escuchar; supuse que debía estar detrás de la roca.

Era como una pequeña habitación, privada, íntima, impresionante.

No sé exactamente cuánto tiempo estuve boquiabierta ante la pequeña belleza


natural de nuestro entorno. Pero me di cuenta de que la mirada de Martin estaba…
estudiándome; le lancé una mirada, cerrando mi boca.

—¿Te gusta?

Asentí. —Es... es impresionante.

Él sonrió, obviamente complacido. Había puesto la cesta de picnic en algún


momento en un estante creado por las rocas curvadas, dejando ambas manos libres.
Martin con dos manos libres era un poco peligroso. Eché un vistazo a sus manos,
con el corazón saltando.

—Vamos —dijo, sosteniendo una de sus peligrosas manos hacia mí.

La acepté, y él nos llevó hacia el agua, su mirada sosteniendo la mía. Luego


nos sumergimos a tan solo a tres pies de la orilla.
—¿Qué tan profundo es?

—Uh, esto es la entrada a la cueva donde la cascada se encuentra. —Señaló


con la cabeza hacia el otro lado—. Es relativamente profundo allá, tal vez quince o
veinte pies. Pero en este lado —dijo apuntado a mi derecha—. Es plano, tal
vez unos tres o cuatro pies.

—¿Has ido a la cueva?

Él asintió, sus ojos viajando por encima de mí. Él leyendo lentamente mi


cuerpo hizo cosas, cosas inesperadas, me hizo temblar, rodar mi estómago y
endurecer mis pezones. Entre más miraba, más caliente y más intensa era su
mirada. Se sentía como si estuviera al borde de algo, como si debiera decir algo.

No quería saltar en un acantilado verbal, así que aparté la mirada, apartando


mi mano de la suya, antes de que pudiera hablar.

—¿Cuál es el plan?¿Hay un horario para el resto de la semana? ¿Cualquier cosa


que deba tener en cuenta? Te recuerdo de nuevo, con toda seriedad, que tengo dos
informes para escribir y una prueba de cálculo vectorial que estudiar. También, una
vez más, está esa asignación laboratorio que tenemos que hacer. Me tienes
atrapada aquí, por lo tanto, espero que me ayudes con la búsqueda bibliográfica.
Además, tengo dos libros que he estado muriendo por leer…

Martin no estaba sonriendo, pero sus ojos eran cálidos e interesados.

—¿Siempre hablas así?

— ¿Cómo? ¿Impresionante?

—Sí, como impresionante. —Su tono era serio.

Me sentí satisfecha por el cumplido a pesar de que me he auto-alagado y él


simplemente lo había aceptado. Yo quería ser su amiga, así que era importante ser
honesta.

—En realidad no. A decir verdad, me tienes nerviosa, así que estoy un poco
más nerviosa y vociferante de lo habitual.

—Vociferante. Tienes un excelente vocabulario. —Se empujó hacia atrás y


comenzó a nadar cerca del centro de la cala. Sus ojos parecían brillar, lo cual
reflejaba el verde mar del agua salada.

—Ah, sí. Lo tengo. Soy una gran fan de los sinónimos.

Él exhaló una suave risa, mirándome como si yo fuera extraña y maravillosa.


Eso hizo que mi sonrisa se ampliara.
—Por lo tanto, ¿el plan para esta semana? ¿Qué puedes esperar? —Di unos
pasos cerca de la orilla, sin querer aventurarme demasiado cerca de Martin y sus
ojos brillantes y manos peligrosas.

—Bueno, práctica del equipo, como esta mañana. Las olas son mínimas en
este lado de la isla, ya que estamos, básicamente, en una gran entrada. El Golfo es
como un gran lago. Vamos a estar practicando y formando en las mañanas, por lo
que podremos darte un tiempo de silencio. —Su voz era francamente
conversacional. Fue agradable.

—Bien. —Metí mi cabello detrás de mis orejas, esta noticia debilitó mis nervios
un poco. Si él estaba entrenando en las mañanas entonces yo podría utilizar el
tiempo para prepararme para sus ataques.

—Pero en las tardes y noches... —hizo una pausa, se lamió los labios, sus ojos
parpadearon a mí—. Quiero que estemos juntos.

Esta noticia detuvo mi progreso alrededor del borde de la cala. Junto con el
brillo depredador en sus ojos y el leve tono mandón en sus palabras, mi interior se
sentía como un revoltijo de nudos... hechos de magma. Eso es, nudos de
magma. Tal vez si no me hubiera saltado el desayuno mi estómago no estaría tan
revuelto.

—¿A comer tacos? —A pesar de mis mejores esfuerzos, esta pregunta surgió un
tanto aguda y sin aliento.

—Sí, tacos. Y habrá fiestas y otras cosas.

Fiestas.

¿Fiestas?

¿Qué?

Fruncí el ceño. Estoy bastante segura de que fruncí el ceño. Esta reacción fue
instintiva. Odiaba las fiestas. Las odio.

—¿Fiestas? —Pude haber levantado mi labio en una mueca de desprecio.

—Sí, en la isla, en algunas de las otras casas, amigos míos. Sabes, el usual
ambiente de universidad.

Usual ambiente de universidad... solo un montón de chicos multimillonarios y


sus amigos. Sonaba genial.

—Sí, no, gracias. —Aparté los ojos, inspeccionando las rocas—. No voy a
fiestas. Es una de mis reglas de vida.

—¿Reglas de la vida?
—Sí. Buenas ideas para vivir.

—Acabas de hacer eso. No ir a fiestas no es una de tus reglas de vida.

Tenía razón, acababa de hacer de no ir a fiestas una regla de vida, pero él no


necesitaba saber eso. Por lo tanto ignoré su último comentario y traté de actuar
indiferente.

—No quiero ir, pero no dejes que eso te impida ir.

—Parker.

Suspiré, y luego encontré su mirada.

—Quiero que vengas.

—No, gracias.

Apretó los dientes.

—Kaitlyn, prometiste que ibas a darle una oportunidad a esto.

—Lo haré…

Una vez más, me daba esa mirada severa, probablemente porque mi débil lo
haré ni siquiera sonó convincente para mí.

Tragando todo lo que de repente se acumuló en mi garganta, cuadré mis


hombros para enfrentarlo.

—Aquí va, Sandeke. Lo haré. Voy a darle una oportunidad a esto. A pesar de
mis preocupaciones…

—¿Qué preocupaciones? —Sonaba exasperado.

Ignoré su pregunta.

—A pesar de mis preocupaciones y reservas, voy a darle a esto una


oportunidad. Pero ni siquiera sé bailar. Puedo bailar el tango como una profesional,
pero no hacer esa extraña maniobra de cuerpos. ¿Y no es eso lo que los chicos
hacen en estos días en las fiestas? ¿Bailar?

Levantó una ceja ante mi excusa, obviamente impresionado y con


movimientos fluidos se unió a mí.

Me puse rígida, con los ojos abiertos, y retrocedí un paso ante su avance.

—¿Qué ... qué estás haciendo?

—Te voy a enseñar a bailar —dijo simplemente, contra mí, tratando de tocar
mi cuerpo.
Me puse más rígida, sintiéndome inexplicablemente sin aliento mientras sus
grandes manos se deslizaban alrededor de mi cintura y se colocaban en mis caderas
y espalda baja.

—Pero... pero... pero…

—Shhh —dijo, acercándome—. Relájate.

—Crear fusión fría —murmuré en respuesta, incapaz de relajarme y poner mis


manos en alguna parte, porque colocarlas en Martin se sentía peligroso para mi
bienestar.

Él bajó la mirada hacia mí, sus cejas en una perpleja V.

—¿Qué tiene que ver la fusión fría?

—Me dices que me relaje, lo cual es imposible. Te digo que crees fusión fría, lo
cual es imposible.

Su sonrisa en respuesta fue torcida.

—¿No puedes relajarte?

—No.

—¿Por qué no?

—Sabes por qué.

—Bueno, podría ayudar si me tocaras.

—Eso no va a ayudar.

—Podría.

—No lo haré.

—Tócame.

Fruncí el ceño a su pecho, mis manos todavía en el aire en mis


costados. Perfecto y estúpido pecho.

—Parker, si vamos a bailar tienes que tocarme. —Sonaba divertido y sus dedos
se flexionaron en mi piel desnuda. Sentí los callos rugosos de sus palmas justo antes
de que soltara mi cuerpo para agarrar mis manos. Las llevó a sus hombros, las
apretó allí, y luego regresaron las suyas a mis caderas. No me perdí el hecho de que
el lugar en el que estaba su mano ahora era un poco más atrevido de lo que era hace
un momento, más abajo, más cerca de mi trasero.

Tragué saliva, mirando a mis dedos donde tocaban su hombro perfectamente


esculpido.
—¿No quieres tocarme? —preguntó, desafiándome, burlándose, pero también
algo más. Algo vacilante e incierto.

Levanté mis ojos a los suyos; eran inflexibles, su sonrisa parecía forzada, casi
como una mueca, como si se estuviera preparando para malas noticias.

Suspiré. Sabía que sonaba resignada y un poco lamentable.

—Sí...

Su mirada se descongeló mientras caía a mis labios.

—Entonces debes hacerlo... porque quiero que lo hagas.

—No sé cómo —espeté.

—Te voy a enseñar. —Su voz era baja y suave, y llena de promesas.

—No soy buena en esto.

—Ni siquiera hemos empezado.

—No me refiero al baile, me refiero a tocar. Estoy bastante segura de que seré
buena en el baile una vez que me aplique, ya que tengo un excelente ritmo. —El
calor empezaba a construirse en el espacio entre nosotros donde no tocábamos; mi
estómago y el suyo, su pecho y el mío. Tenía la sensación repentina de que nos
magnetizábamos, y tuve que hacer tensar mi cuerpo para evitar aplastarme contra
él.

—¿Por qué crees que no serás buena en el baile? Estás muy rígida, es necesario
que te aflojes. —Balanceó sus caderas y las mías a la izquierda, luego a la derecha,
luego hacia atrás, con movimientos calculados y lentos. Me moví con él, tratando
de aflojarme sin sucumbir al magnetismo.

—Porque solía bailar y toco tres instrumentos. ¿Sabías eso? Y también batería...
así que supongo que son cuatro instrumentos.

Sus ojos, que todavía se encontraban en mis labios, se posaron en los míos y
sus cejas se levantaron con sorpresa.

—¿De verdad? ¿Qué más tocas? —Sonaba interesado.

—Guitarra en su mayoría. Pero también el piano y el saxofón y la batería antes


mencionada.

Él sonrió. Juro que había estado sonriendo tanto que se sentía poco
natural. Antes de ahora, creía haberlo visto sonreír tres veces en los últimos seis
meses y las tres esas ocasiones la sonrisa fue tensa y dura porque había estado a
punto de desatar un mundo de dolor en alguien.
Estas sonrisas eran diferentes, sonrisas relajadas y felices. Eran devastadoras y
no menos malas para mi bienestar que sus tensas y duras sonrisas.

—Me gustaría ver eso —dijo después de golpe—. Me gustaría verte tocar.

—Podemos volver ahora y te mostraré. Creo que vi una guitarra en una de las
habitaciones de atrás en el complejo —dije complejo en una voz profunda y extraña,
con la esperanza de cortar la tensión que se construía entre nosotros dificultándome
la respiración.

Hice amago de alejarme. Su agarre en mí se tensó, deteniendo mi intento de


retirada.

—No. —Sacudió la cabeza, la palabra fue aguda, y sus ojos brillaban con una
advertencia. Entonces me acercó al ras contra él.

Esta no era una buena idea. Sacó todo el aire de mis pulmones y temblé, jadee,
picos de calor y frío corriendo debajo de mi piel. Me sentía sensible por todas
partes. Instintivamente, mis ojos se cerraron, sorprendida por la ferocidad de las
sensuales, turbulentas, comprometedoras y sobrecogedoras sensaciones físicas.

Él medio gruñó, medio gimió y luego me apartó, colocando una distancia


indispensable entre nosotros. Mis pestañas parpadearon abriéndose y lo encontré
mirándome con su mandíbula tensa y sus ojos en llamas. Sus manos estaban en sus
caderas y vi su manzana de Adán moverse con un tragar grueso.

Me moví sobre mis pies, sin estar segura de qué hacer con mis brazos. Decidí
colocarlos en el agua a mis costados.

—Lo siento.

—¿Por qué lo sientes?

—No lo sé. Supongo que no lo siento.

Él gruñó, sus ojos medio cerrados y metió una mano en su cabello. Parecía…
frustrado.

Su frustración me hizo frustrarme porque no sabía por qué estaba frustrado.


Asumí que, basada en su expresión, yo había hecho algo mal, cometido algún error
de novata, pero no tenía idea de qué era.

Odiaba que yo estuviera tan perdida acerca de los chicos. No sabía nada sobre
ellos más de lo que una puede absorber de la pornografía y artículos médicos. Por
lo demás eran un suministro de incongruencias.

—¿Qué está pasando? —solté, sintiéndome perdida y confusa por los últimos
sesenta segundos, sin mencionar los últimos dos días. Mis manos convulsivamente
agarraron mis muslos en el agua—. ¿Qué estás pensando?
Sus ojos se levantaron hacia los míos y me miró sin decir nada, pero su
frustración era tangible. Podía oírlo respirar, podía ver su pecho levantarse y caer
con sus profundas exhalaciones. Mientras más tiempo me miraba sin decir nada,
más rápido mi corazón latía; sentí como si fuera a salirse de mi pecho.

Entonces él dijo—: Ven aquí. —Ocasionando que yo saltara un poco, sin


embargo su voz era tranquila, casi perdida entre los sonidos combinados de la
catarata y la sinfonía de insectos. Incluso si yo no hubiera escuchado las palabras,
habría leído el deseo, lo que él quería, en sus ojos. Se vía un poco salvaje con el
deseo.

Traté de tomar una respiración profunda pero conseguí solo una inhalación
superficial. Silenciosamente obedecí, caminando hacia él hasta que casi medio
metro nos separaba. Estaba contenta de que mis manos estuvieran en el agua así él
no podía verlas temblar, porque estaban temblando, solo un poco.

Cuando me detuve, su mirada cayó hasta mi cuerpo, a mi pecho, costillas y


estómago. Mi vientre bajo se sintió tenso y mis pechos pesados. Llenos. La fuerza
de su mirada era física, corpórea y me moví medio paso hacia atrás bajo su
intensidad.

Tal vez él pensó que yo iba a dar la vuelta y volar, o tal vez había alcanzado el
límite de su paciencia. Cualquiera que fuera la razón, Martin cerró la distancia que
quedaba entre nosotros. Sujetó mi cintura de nuevo. Esta vez la sorpresa de la
sensación de los callos ásperos de Martín, contra mi diafragma desnudo, envió una
sacudida a mi centro y arritmia a mi corazón.

Él me sostuvo firmemente como si no confiara en que me quedara.

—Necesito tocarte.

—Estás tocándome —susurré sin aliento, incapaz de apartar mi mirada de la


suya.

Martin negó lentamente, levantó una mano hasta la cinta en mi cuello que
estaba sosteniendo mi parte superior. Sin romper el contacto visual, jaló el nudo,
aflojándolo, entonces liberando la parte superior. Con un toque ligero como una
pluma trajo la cintas hacia delante, las puntas de sus dedos sobre mi cuello y
hombro enviando un estremecimiento por mi columna. Sus movimientos eran
lentos y resueltos, y él no dejó de jalar, y sus ojos nunca dejaron los míos.

Él trajo su otra mano a la segunda cinta, la parte de atrás de sus nudillos


rozando contra la parte superior de mis pechos, jalando, jalando, aún jalando, hasta
que hurgó con movimientos meticulosamente medidos en el material de la parte
superior de mi bikini y lo bajó con dolorosa tranquilidad, exponiendo mi cuerpo.
Su mirada cayó a mis pechos desnudos y él parpadeó, sus ojos medio cerrados,
el levantar y la caída de su pecho obvio.

Entonces me tocó con el dorso de sus manos y nudillos, mis endurecidos


pezones y la parte inferior de mis pechos, hasta que la parte superior había bajado
completamente. Mi estómago se retorció y mi espalda se arqueó por instinto. Yo
estaba casi jadeando ahora.

Me sentí enloquecer, sobrepasada, como si estuviera en el precipicio de un alto


acantilado y necesitara saltar, tenía que hacerlo. No tenía opción. Lo necesitaba por
completo. Lo que sea que Martin estaba a punto de hacer, lo necesitaba.

Un pequeño e impotente sonido escapó de mis labios, algo como un lloriqueo,


causando que su mirada se agudizara y su cuerpo se balanceara hacia mí. Me di
cuenta que su pecho estaba levantándose y cayendo más rápido de lo que había
estado, y la sensación de que él estaba cerca a un borde similar me hacía temeraria.

Así que lo toqué.

Fueron solo las puntas de mis dedos contra las duras crestas de su abdomen,
pero eso lo hizo estremecerse y liberar un suspiro ronco como si lo hubiera herido y
complacido.

—Kaitlyn… —Mi nombre saliendo de sus labios era tenso, ahogado,


necesitado.

Él se movió una pulgada más cerca; el agua giró alrededor de nosotros. Una de
sus manos se deslizó por detrás de mi cuerpo y me sujetó, reverentemente al
principio, como si fuera frágil, y su otra mano se movió más bajo, alrededor de mi
espalda, deslizándose en la tela de la parte inferior de mi bikini tipo pantalón corto
de chico, hasta que estaba agarrando mi trasero desnudo con una mano y
masajeando mi pecho con la otra, su pulgar pasando sobre el pico dos veces antes
de pellizcarlo.

Grité, el pico de fuerte placer, inesperado y claramente unido directo a mi


centro. Mis manos por instinto se levantaron para agarrar sus hombros y mi espalda
se dobló, arqueándose por instinto.

—Maldición. —Con sus ojos medio cerrados, me atrajo contra él con un


movimiento brusco, como si fuera un reflejo que no podía controlar.

De repente él se inclinó por su cintura y su boca estaba sobre mí. Lamió, besó y
chupó mi pezón en su boca caliente, entonces lo rozó con sus dientes.

—¡Ah! Martin. —Mis ojos se movieron cerrándose brevemente y mis caderas


se movieron, mi agarre sobre sus hombros apretándose. Me sentí tensa, hinchada y
ávida por su toque, sus manos, su boca, su cuerpo.
—Tengo que tocarte. —Su voz retumbó. Hizo círculos en el centro de mi pecho
con su lengua antes de arrastrarlo entre sus labios.

—Estás tocándome —repetí, agarrando su cuello y la parte de atrás de su


cabeza, presionándolo a mi pecho, y sintiéndome un poco loca.

—No aquí —gruñó, sus caricias volviéndose más agresivas, insistentes, fuertes.

Él mordió la parte inferior de mi pecho y mis costillas como si quisiera


consumirme, sus dedos en mi trasero hundiéndose en mi carne, fuertes y
castigadores. Pellizcó mi pezón de nuevo, esta vez más duro, y dolió, pero también
se sintió bien. Entonces su mano en mi bikini se movió desde mi trasero a mi frente,
sus dedos abriendo y entrando en mí.

Martin se enderezó, luego capturó mis labios con los suyos mientras gritaba de
sorpresa. Su lengua imitó la caricia de sus dedos. Su mano libre agarró mi cola de
caballo y toscamente me puso como le gustaba, inclinando mi cabeza a un lado,
abriendo mi boca como si estuviera abriendo mi centro.

Mis pezones rozaron su pecho. Mis muslos, estómago y espalda se tensaron.


Mis uñas hundiéndose en sus hombros y espalda. Sus dedos estaban dentro de mí y
no fue el suave jugueteo que había empleado en mi habitación. Esto era áspero,
urgente, sus dedos buscando, incómodos y un poco dolorosos, pero… Dios, se
sentía tan bien. Tan bien. Tan, tan bien.

Mi cuerpo pareció comprender lo que mi mente todavía no había descubierto, y


mis caderas rodaron instintivamente a tiempo con sus caricias. Él mordió mi labio
mientras yo jadeaba, su boca caliente moviéndose hasta mi mandíbula, luego a mi
cuello mientras él jalaba mi cabello, exponiendo la vulnerable extensión a sus
dientes y lengua.

Como si fuera desde una gran distancia, lo escuché maldecir y halagarme. Una
continua corriente de joder y hermosa y preciosa y maldiciones gruñidas entre dientes
contra mi piel, aliento caliente derramándose sobre mi oreja y cuello. Me volví
consciente a la vez de que su erección estaba presionada contra mi cadera y él
estaba moviendo la dura longitud, frotándose contra mí, mientras yo me movía
sobre su mano. Mi aliento quedó atrapado mientras mi estómago se enrollaba
apretado. Mi mandíbula estaba tensa. Todo se sentía apretado y tenso y cerca de
romperse.

Y entonces lo hice.

Me rompí.

De hecho, grité.

Violenta y dulce desolación desgarró a través de mí, deliciosos espasmos


acompañados por feroces temblores. Yo estaba paralizada por esta feroz onda de
hermosa destrucción, estrangulándome, liberándome y sofocándome una y otra
vez. Me volví consciente de sus dedos acariciando más lento, más suave, como si
hubieran tomado lo que querían y se estuvieran moviendo ahora como un simple
eco de su anterior urgencia.

Mi cuerpo también instintivamente relajado, sin mí diciéndole que lo haga, se


volvió casi flácido. La boca de Martin estaba sobre mi cuello, chupando, lamiendo
y mordiendo. Sentí su corazón golpeando contra mi pecho desnudo y su ritmo
retumbante emparejaba con el mío. Mi visión era borrosa y me di cuenta que yo no
estaba respirando, así que busqué aire, tragando un aliento jadeante mientras
enterraba mi cara debajo de su cuello, escondida.

Lo sentí estremecer. Sus dedos dentro de mi cuerpo, aún acariciando y


tocando, como si yo hubiera hecho algo bueno y él estuviera recompensándome
con un suave toque.

Con evidente desgana, él sacó su mano de mis pantalones cortos de bikini y


liberó mi coleta. Al principio pensé que iba a alejarme de nuevo, pero no lo hizo.
Me abrazó. Sus fuertes brazos llegaron rodeando mi cuerpo y me aplastó contra él.
Automáticamente me acurruqué más cerca.

No estaba desconcertada. No era nada más que mi cuerpo dichosamente


saciado. Mi mente estaba completamente en blanco, desprovista de pensamientos.
Simplemente sentía.

Y todo acerca de estar en los brazos de Martin se sentía como dicha.


Capítulo 10
Propiedades de las Soluciones
Traducido por NataliCQ & Mae

Corregido por Nix

Una vez más, Sam y yo cenamos en mi habitación.

Me tomó un tiempo para recuperarme de...

¡¡¡¡¡¡¡¡¡MI PRIMER ORGASMO!!!!!!!!!

Así es como lo pensé en mi cerebro.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡MI PRIMER ORGASMO!!!!!!!!!

Todo en mayúsculas, seguido de un número ridículo de signos de exclamación.


En el pasado había tratado de llevarme a mí misma a la satisfacción cualquier
número de veces y siempre fracasaba, y por eso había hecho tanta investigación
sobre el acto sexual. Pensé que si podía leer lo suficiente sobre el tema con el
tiempo iba a encontrar la clave para... esperar por...

¡¡¡¡¡¡¡¡¡MI PRIMER ORGASMO!!!!!!!!!

No esperaba que me dejara estupefacta, pero lo hizo, y por varias horas. Por
suerte y desconcertantemente, Martin también parecía requerir tiempo de
recuperación. Ninguno de los dos habló después, ni en la cala, ni en el camino de
vuelta al carrito de golf, ni en el viaje de vuelta a la casa.

Aunque, alguna barrera entre nosotros había sido destrozada porque él parecía
sentirse en libertad de besarme y tocarme cuándo y cómo quisiera, y lo dejé porque
sencillamente necesitaba la tranquilidad post-orgasmo y ser tocada. Se sentía
necesario, natural y lo ansiaba.

Antes de que reacomodara mi chal sin decir una palabra, le dio a mis pechos y
hombros húmedos y calientes besos, acariciando mi cuerpo como si fuera suyo para
jugar y explorar como quisiera. Al salir de la cala, me tomó en sus brazos y me besó
hasta que estuve sobre él sin aliento. Durante el recorrido en el carrito de golf,
colocó una mano posesiva en mi muslo, y luego me acarició la parte inferior con
avidez mientras caminábamos hacia la casa.
Una vez dentro, cogió mi mano y me dio la vuelta hasta que nos presionamos
uno contra el otro desde las rodillas al pecho, y me besó de nuevo, sus manos
deslizándose por mi cuello, luego los hombros, brazos, cintura y caderas.

Cuando finalmente nos separamos, lucía una sonrisa de profunda satisfacción y


sus ojos brillaban como lo habían hecho en la cala.

Luego habló—: Ve a limpiarte. Toma esto.

Miré hacia el cesto que estaba sosteniendo. Era el picnic que no habíamos
comido. Lo tomé, luego devolví la mirada hacia él.

—Debes comer algo —dijo.

Asentí obedientemente.

Su sonrisa creció.

—¿Alguna vez vas a hablar de nuevo?

Parpadeé hacia él mientras me encogía de hombros como diciendo no sé.

¿Hablar? ¿Hablar? ¿Qué era eso?

Se rio, me empujó a otro abrazo y besó la parte superior de mi cabeza. Sus ojos
eran felices mientras me empujaba a mi camino con un pequeño—: Nos vemos en
la cena.

Pero no lo vi en la cena. Comí en mi habitación con Sam porque mi mente se


mantenía en lo que había sucedido mientras tomaba mi ducha. Sentí el dolor entre
mis piernas y la realidad se estrelló sobre mí como una cascada tempestuosa. El
mundo entró en un enfoque nítido. Llegué a la pared de la ducha para no perder el
equilibrio.

Sus dedos no habían sido suaves, por eso era el dolor. Y al reflexionar sobre los
acontecimientos en la cala, me di cuenta de que todo lo relacionado con él, sus
caricias, sus palabras, sus besos, había sido dictatorial, contundente y dominante.
Puede que me hubiera dado mi primer orgasmo, pero él lo había tomado.

Y él lo sabía. Lo había sabido mientras estaba sucediendo.

Agregando a mi estado de confusión, vi en el espejo del baño que había dejado


marcas de mordeduras y chupones en mi piel; dos en mi cuello y otro en la parte
inferior de mi pecho derecho. Parecían pruebas. Como si hubieran sido puestas allí
a propósito.

Necesitaba tiempo para analizar los hechos, aceptar lo que había sucedido,
decidir lo que eso significaba, averiguar por qué dejaba que esto sucediera y
determinar si se trataba de algo bueno o algo malo.
No entré en pánico. Pero recordé que la sangre de mil vírgenes había sido
sacrificada en el altar de sus proezas sexuales.

Una masa fría se reunió en mi estómago, compuesta de confusión y


desasosiego, y me vestí con pantalones de chándal y una camiseta grande.

Sam vino alrededor de una hora más tarde, me encontraba acurrucada en mi


gigante cama mirando por la ventana al mar. Aunque sabía que se dio cuenta de las
marcas de color púrpura en mi cuello, intuyó que no quería hablar, y estaba
agradecida cuando sugirió cenar y luego estudiar en mi habitación. Había traído los
cuadernos específicos de la clase, a la que tenía un apego desordenado, por lo que
estaba todo listo para ponernos a estudiar la ciudad.

Mis cuadernos eran un alivio para mí. Solo con ver mis notas era como
retroceder en el tiempo al día de la conferencia. Me daban confianza. Me hacían
sentir como si en realidad pudiera ser capaz de sobresalir en las pruebas. Eran las
espinacas para mi Popeye el marino.

Además, no tenía muchas ganas de enfrentar a los compañeros de equipo de


Martin con chupones, la evidencia obvia de lo que habíamos hecho. No estaba
arrepentida o avergonzada, pero se sentía privado, sagrado para mí. No quería
compartir lo que había ocurrido con una habitación llena de extraños,
especialmente con Ben el lascivo doble-cubo.

Por lo tanto, Sam y yo nos sentamos en el balcón y comimos pasteles de


salmón, ensalada de jardín y espárragos, entre capítulos y notas de clase de cálculo
vectorial y de historia europea. Al atardecer nos fuimos a dar un paseo por la playa.
Me habló de su día, en el que nadó con Eric luego lo convenció para jugar tenis con
ella.

Por supuesto, ella le pateó el trasero.

No le pregunté si le gustaba y no me preguntó qué pasaba con Martin. En


muchos sentidos Sam y yo éramos similares. Cuando los verdaderos sentimientos
estaban involucrados, nos era difícil vocalizar pensamientos uniformes. Creo que
ambas necesitábamos tiempo para averiguar nuestras propias cosas antes de hablar
la una con la otra.

Durante nuestro paseo decidimos compartir mi gigante cama de nuevo, así que
fuimos en busca de su pijama, mientras yo cogía la bandeja con los platos sucios y
vagaba por la casa en busca de la cocina. Necesitaba té, por no hablar de las
galletas.

En la cocina me encontré con la chef, una mujer de mejillas rojas, cabello rojo,
nariz roja, de unos sesenta años llamada Irma, y su ayudante, una mujer
cuarentona parecida con las mejillas rojas, cabello rojo, nariz roja, Tamra, que
sospechaba era la hija de Irma. Ellas me amonestaron suavemente por limpiar mis
propios platos y luego prometieron hacerme llegar el té, leche y galletas. Pedí
direcciones a mi habitación y Tamra se ofreció a mostrarme el camino.

A petición mía, me mostraba el camino más directo, en lugar de la ruta


escénica, ya que sospechaba que haría varios viajes furtivos a la cocina durante mi
estancia. Indagué por respuestas sobre la casa mientras caminábamos, y aprendí
que había sido adquirida por el señor Sandeke, el padre de Martin, más o menos
hace diez años. El personal vino con la casa. También aprendí que Tamra estaba
divorciada y sin hijos, y se había trasladado a trabajar con su madre unos cuatro
años antes.

Vivían en la casa de servicio durante todo el año y alimentaban al resto del


personal al día, la mayoría de los cuales también eran empleados durante todo el
año. Sin embargo, el Sr. Thompson y la Sra. Greenstone también eran responsables
de varias otras propiedades de la familia en Inglaterra, Italia, Suiza, Tailandia,
Japón, Nueva Zelanda y Estados Unidos. Viajaban con la familia y siempre abrían
las casas de Martin y sus padres dondequiera que iban.

Dimos la vuelta hacia el largo pasillo que conducía a mi suite cuando Tamra se
detuvo, de caminar y hablar, de repente, a luego dio un paso atrás.

—¡Oh! Señor Sandeke. —Tamra se volvió hacia mí, me dio una sonrisa tensa,
luego se marchó sin decir nada más.

La vi pasar, un poco perpleja de por qué de repente huyó de su empleador.

Cuando me di la vuelta hacia mi puerta entendí por qué. Los ojos de Martin
eran profundas piscinas azules de infelicidad y su mandíbula estaba fija en una
firme y sombría línea.

—¿Dónde has estado?

Mis cejas se elevaron, porque su pregunta exigente me hizo querer golpearlo,


luego bajaron, porque recordé ahora tenía conocimiento carnal de mí y no lo
acompañé a cenar como acordamos.

Además, a pesar de su tono de mal humor y rostro, mi cuerpo al parecer quería


que le diera un tratamiento rudo de nuevo, porque se fundió y vibró con
insatisfacción.

Enderecé mi espalda, dándole a mi cuerpo una bofetada mental, y levanté mi


barbilla.

Tuve cuidado de mantener mi voz agradable y constante.

—He estado con los sirvientes.


—Con los sirvientes —repitió, con un tono plano. Pero estuve contenta de ver
el borde granítico de su mandíbula suavizarse y sus ojos perder su brillo duro.

—Sí. Por galletas. Estuve dando vueltas por los pasillos por un tiempo, me
perdí, entonces al final encontré la cocina —dije mientras caminaba hacia él con
tanta naturalidad como pude, y luego entré en mi habitación, dejando la puerta
abierta detrás de mí en una invitación silenciosa.

Tomó la invitación y cerró la puerta mientras seguía. Le oí suspirar antes de


que exigiera—: ¿Por qué no estabas en la cena?

—Sam y yo decidimos estudiar un poco. Y estaba cansada. —Me acerqué a la


ventana grande y me dejé caer en una silla, entonces le di una pequeña sonrisa
amistosa—. ¿Cómo están los chicos? ¿Ya recuperados de los peligros de viajar en
avión privado, limusina y yate, y la práctica de esta mañana?

Algo de calma volvió a su mirada y cruzó los brazos sobre su pecho.

—¿Prefieres volar en comercial?

—Por supuesto que no. Preferiría no volar en absoluto. Insisto en que me


teletransportes la próxima vez que nos tomemos unas vacaciones en el paraíso.

Finalmente, esbozó una sonrisa y se acercó a donde yo me sentaba. Me


examinó por un momento en silencio, luego tomó la silla junto a la mía. Se sentó
en ella con gracia fluida, extremidades largas y poder.

—¿La próxima vez? —preguntó, y estaba encantada de oír que su voz tenía un
dejo de burla.

—Claro. He decidido que tú y yo vamos a ser mejores amigos, con tal de que
me des un suministro constante de pasteles de salmón.

—Y galletas.

—Sí. Y galletas. —Doblé mi codo en la parte alta del brazo acolchado de la


silla y apoyé la mejilla contra mi mano, mis ojos recorrieron sus hermosos rasgos y
le encontré mirándome, sus ojos eran intensos.

Su boca se curvó en una sonrisa que se reflejaba en su mirada.

—¿Y las lecciones de baile?

Me quedé muy quieta, con los ojos fijos en él, porque por clases de baile, sabía
que quería decir orgasmos. Probablemente orgasmos mutuos. Y muchos de ellos.

Tragué saliva, y el calor viajó por mi pecho a mi cuello. El frío nudo en mi


estómago parecía balón y presionaba mis pulmones. Pensé en las marcas en mi piel
y el dolor entre mis piernas, recordatorios de cómo fue la intimidad física con
Martin, emocionante y satisfactoria, pero también muy intensa y un tanto
aterradora. Tal vez demasiado intensa.

Tomó la mano que descansaba en mi mejilla y me puse rígida, me enderecé, y


la retiré, optando por torcer mis dedos en mi regazo. También aparté mi mirada de
él y miré al suelo.

Nos quedamos en silencio durante un tiempo mientras trataba de averiguar qué


decir, cómo responder. Esto era problemático, ya que no sabía qué decir o cómo
responder.

—Mírame.

Traté de tragar de nuevo, pero fallé y solté un suspiro tembloroso.

—Martin... —Me tapé la cara con las manos. Mis mejillas estaban calientes y
negué con la cabeza.

—Kaitlyn, si me dices que te arrepientes de lo que pasó... —Su voz era baja,
sonaba fuerte y apenas controlada.

—No me arrepiento —espeté, porque era cierto. No me arrepentía. Me gustó


mucho. Y quería hacerlo de nuevo.

Lo vi entre mis dedos, lo encontré mirándome, su mandíbula apretada y sus


ojos feroces. Cuando hablé fue amortiguado por mis palmas apretadas contra mi
boca.

—No me arrepiento de ello. Pero no sé cómo sentirme al respecto, ya que fue


un poco aterrador.

Su mirada se volvió introspectiva, como si estuviera buscando en su memoria,


y noté su frente marcada con arrugas de preocupación.

—¿Aterrador? ¿Cómo?

Traté de alejarme de la conversación y abordarla con análisis pragmático.

—Bueno, creo que la primera verdadera experiencia sexual, para cualquier


chica asusta, es eso. Pero también... bueno... estoy dolorida. Y dejaste moretones
en mi cadera y mordeduras en mi cuello. Fuiste muy intenso y me gustó, pero no
fuiste muy... amable.

Él parpadeó rápidamente y un destello de algo así como consternación nubló


sus rasgos. Me estudió con infelicidad pensativa. Luego, su cabeza cayó en el cojín
de la silla y su pecho se expandió con un gran aliento.

—Maldita sea.

Parecía enojado.
—¿Estás... enojado? —pregunté, mis manos cayeron a mi regazo mientras
estudiaba su rostro buscando una pista. No podía creer que estuviera enfadado. Por
amor de Dios, yo era nueva en esto, en todo esto.

Cerró los ojos durante cinco segundos y luego dijo—: No quise hacerte daño,
en absoluto. No quiero hacerte daño.

Lo examiné, lo enojado que estaba, y me di cuenta de que la irritación estaba


dirigida hacia él. —¿Puedes ser, quiero decir, es posible que seas menos áspero?

Levantó la cabeza, sus ojos se abrieron y vi su determinación antes de


hablar. —Sí. Tienes mi palabra. Eso no va a suceder de nuevo.

Me dio la sensación de que estaba decepcionado de sí mismo... muy curioso.

—No dije eso exactamente. Quiero decir… —Me aclaré la garganta, tratando
de contener mi nerviosismo, porque era raro hacer un análisis post-orgasmo con
Martin Sandeke—, para que quede claro, fue bueno. Todo fue muy bueno. Me gustó
lo que pasó... antes. A mis pantalones le gustó también. Pero, tanto como mis
pantalones quieren que esta fiesta comience, soy muy nueva en todo esto. —Hice
hincapié en todo esto agitando mis manos sobre mi pelvis luego agitando en la
dirección de todo su cuerpo.

Algo de su consternación dio paso a la diversión. —Lo sé.

—No estoy diciendo que lo rudo fuera malo, y no lo descarto para futuros
interludios, si hay futuros interludios, siempre y cuando pueda ser ruda a veces
también.

Su mirada se calentó bruscamente y sus ojos se estrecharon. No hice caso


porque la idea de volverme ruda con Martin era... excitante. Me apresuré a
continuar. —Solo estoy sugiriendo que, si esto sucede nuevo…

—Cuando suceda otra vez.

—… irás un poco más lento hasta que sepa cómo hacer esto.

Él asintió y estuve contenta de verlo relajarse un poco más.

Nos miramos el uno al otro por un instante, y el aire pareció espesarse. Me


miraba como si estuviera imaginando estos interludios futuros, planificando y
preparándolos.

—Solo deseo…

—¿Que deseas?

Una idea repentina se me ocurrió y me aferré a ella antes de que pudiera pensar
demasiado en las consecuencias; supuse que rechazaría la idea de plano, por lo que
la solté—: Diablos, haremos esto. Si vamos a darle una oportunidad, puede ser que
también realmente le demos una oportunidad. Creo que deberíamos lanzar la
precaución al viento y la etiqueta de novia y novio. ¿Has conocido a Martin? Es mi
novio. Soy Parker, su novia. Estamos juntos en el sentido bíblico de la palabra, sin el
sacramento.

Él me miró por cinco segundos completos, obviamente sorprendido por mi


sugerencia, pero luego me sorprendió al acercarse, y con un movimiento seguro y
suave, me llevó a su regazo. Tropecé y, básicamente, caí sobre él. Mientras tanto
sus manos acunaron mi cara, sus pulgares acariciaron la línea de mi mandíbula, y
sus ojos se movieron casi con reverencia por el progreso de sus dedos a mis labios.

—Parker. —Su voz fue un susurro retumbante, mezclado con advertencia—.


No lo digas a menos que hables en serio.

Bueno, mierda. Engaño descubierto.

Lamí mis labios, un hábito nervioso que tenía el resultado de volver sus ojos
oscuros. Se veía... codicioso.

—Martin, esto es una locura. No necesitas o quieres una novia.

—Te deseo.

¡Gah! ¡Justo en los sentimientos!

Se sentía cómodo tocándome, eso estaba claro. Pero dudé en tocarlo. No


quería tocarlo cuando no era realmente mío; porque cuando esto hubiera
terminado, no se me permitiría tocarlo más. Entonces perdería algo.

Por lo tanto, crucé mis brazos sobre mi pecho y sacudí la cabeza.

—Vamos a hablar de nuestras diferencias —dije, esperando que un argumento


bien razonado dejara algún tipo de impacto en su fijación loca.

Una vez más, apretó los dientes; sus manos se deslizaron de mi cara y sus
brazos se envolvieron a mi alrededor, como para impedirme salir.

—Ayer, en la limusina —dije, reafirmando mi resolución—, y luego en el


barco, y luego, cuando salimos del puerto deportivo, hiciste esta cosa de darle a los
otros chicos miradas sucias por hablar conmigo.

Martin se quedó mirándome, sin traicionar sus pensamientos.

—Me siento muy confiada al afirmar que... bueno, estás interesado en mí y no


es platónico. Por lo tanto, tu comportamiento se sintió como si estuvieras
marcando tu territorio. Nunca un hombre ha hecho eso antes, pero ¿tal vez estoy
malinterpretando la situación...?
Se aclaró la garganta de nuevo. —No.

—No me gustó.

—¿No te gustó?

—No. No me gustó. Me hizo sentir como, no sé, como si fuera sobras y que no
querías que nadie me probara.

—No quiero que nadie más te pruebe.

—Pero no soy alimento. Yo decido quien prueba y quién no.

—Creí que a la mayoría de las chicas le gusta cuando los chicos son posesivos.

—¿En serio? —pregunté esto porque realmente no lo creía; entonces negué con
la cabeza—. No. Al menos... bueno, al menos no lo creo, no me gusta eso. Es
como, ¿por qué iba yo a querer estar con alguien que no confía en que sea leal? No
soy un buffet. Los chicos no pueden probar solo porque estoy allí. Yo elijo quien
come mis fideos.

—Confío en ti —dijo rápidamente, lanzando su mirada a la mía y luego


apartándola—. Después de la noche del viernes, lo que hiciste, creo que confío en ti
más que a nadie.

¡Oh, Gah! Sonaba tan sincero.... me dolía por él, porque le creía y me
entristecía. ¿Cómo era posible que fuera la persona más confiable en su vida? ¿Cuán
desgarrador era eso?

No pude contenerme, y llevada por un repentino deseo de tocarlo, puse mis


manos sobre sus hombros. —Martin, es solo que no tengo mucha experiencia con
citas o tener un novio. He tenido uno, pero él no... bueno, no contaba. No estoy
muy segura de cómo funcio…

—Tengo aún menos experiencia que tú.

Lo miré. —Eso es una mentira.

—No. No lo es. Nunca he... —Se aclaró la garganta—, tú eres la primera chica
con la que he querido... esto. —Sonaba enormemente frustrado y sus dedos se
clavaron en mi cadera y costillas, donde me sostenía. Cuando volvió a hablar fue a
través de sus dientes apretados—. Solo deseo que seas menos terca.

—No siempre puedes tener lo que quieres.

—Sé eso. Si por mí fuera estaríamos desnudos en estos momentos en el mar o...
mierda, haciendo otra cosa que discutir más razones por las que no crees que esto
va a funcionar.
Mi instinto fue apaciguarlo, acercarme y calmar su mal carácter, prometer que
dejaría de ser difícil y simplemente ceder a la fantasía de que esta fuera mi
realidad. Pero no podía ignorar la razón y la lógica, incluso si estaba extrañamente
halagada por su representación de hombre de las cavernas, impaciencia posesiva y
aparente fijación.

Y también... nadar desnuda con Martin = imágenes de antes de dormir


aseguradas.

El calor recorrió mi cuello y mis mejillas y apreté los ojos con fuerza, tomando
una respiración profunda. Tenía la esperanza de también recuperar mi ingenio,
porque justo ese minuto nadaban desnudos con Martin cientos de yardas de
distancia en el Caribe.

—Y ahora te estás sonrojando. —No parecía contento con esto. Parecía


frustrado y resentido.

—¿Qué esperas? —pregunté, entonces abrí los ojos—. No estoy acostumbrada


a esto. Va a tomar algo de tiempo acostumbrarme a la idea de que estás interesado
en mí. Por el amor de Cripe, han pasado cuarenta y ocho horas y no estamos
siquiera saliendo.

—Estamos saliendo. Recuerda, fuimos por tacos y pronto vamos a tener un


montón de clases de baile. —Sus ojos se dirigieron a las marcas de amor en mi
cuello y sonrió. Era una sonrisa satisfecha.

Una sonrisa idiota.

—Bueno, a pesar de los futuros tacos. —De manera estratégica y


obstinadamente, ignoré su referencia a clases de baile—. Sé que no soy tu novia, e
incluso si lo fuera no quiero que me orines.

Martin se atragantó con el aire y luego me dio una mirada asustada. —¿Orinar?

—Sabes, en sentido figurado y para que conste, literalmente. Si llegamos a un


lugar donde nos «implicamos» —Hice comillas para enfatizar «implicamos»,
porque parecía una extraña palabra, pero la más apropiada para la situación—, no
creo que sería feliz con que marcaras tu territorio, a menos que algún chico sea
inapropiado conmigo y enviaré la señal de bati-novio.

Él me miró, su mirada buscaba algo. Luego asintió. —Bien. Pasaré todo el día
de mañana sin... orinarte. —Sus labios se movieron, pero rápidamente contuvo su
expresión—. Si hago eso, entonces vendrás a la fiesta conmigo mañana por la
noche.

Lo que debería haber sido una petición o una pregunta fue una vez más una
declaración. Me quedé mirándolo. Realmente odiaba las fiestas.
Pero él parecía... extrañamente esperanzado.

Curiosamente algo en la esperanza de Martin Sandeke hizo que mi corazón se


fundiera. Su expresión, además de la sensación de tenerlo a mí alrededor,
significaba que realmente no tenía mucha opción.

—Bien. —Suspiré, tratando de no sonar como una adolescente petulante y casi


teniendo éxito—. Iré.
Capítulo 11
Estequiometria: Cálculos con fórmulas y
ecuaciones químicas
Traducido por Nix y rihano

Corregido por Nix

Martin no orinó en mí. De hecho, ni siquiera me miró o habló conmigo


durante casi todo el día.

Al igual que el día anterior, los chicos fueron a practicar temprano, Sam y yo
tomamos nuestros lugares en la playa, y llegamos temprano en la tarde para la
comida. Me fui tan pronto como llegó Ben. Me hizo sentir incómoda y repulsiva, y
sabía que estaba en mí. Debería haber sido capaz de ignorarlo, pero no pude. Así
que me fui.

Paseé alrededor de la casa, exploré, esperando a que Martin apareciera. No lo


hizo. Encontré la habitación de música, sí, este lugar en exceso tenía su propia sala
de música, con discos de oro firmados por leyendas del rock y de música country
cubriendo las paredes, carteles firmados de conciertos, e imágenes de un hombre
alto, desgarbado junto a varios notables músicos y celebridades.

Reconocí el tipo geek en las fotos como el padre de Martin y noté que tenían el
mismo cabello y gruesos labios. Eran probablemente de la misma altura. Pero ahí
es donde las similitudes parecen terminar. Después de inspeccionar las imágenes
varias veces, probando el piano de media cola, que necesitaba ser afinado y
descubrir tres hermosas guitarras Gibson en la pared, me fui a mi habitación y leí.

Luego hice algo del trabajo de química.

Luego tomé una siesta.

Luego me desperté en un hombre.

No me di cuenta al principio, porque sufría de confusión-después-de-la-siesta.


Cuando vine a mis sentidos descubrí que estaba medio tumbada en un pecho fuerte,
y había dedos jugando con mi cabello, pasándolo por mis mejillas y cuello,
girándolo, tirando ligeramente.
Me puse rígida, y me disparé hacia arriba, levanté mis puños para defender mi
honor, y encontré a Martin en la cama, con las manos en alto como si se estuviera
rindiendo.

—¡Whoa! —Sus ojos estaban enormes y me dio una sonrisa de sorpresa—.


¿Siempre saltas así después de dormir?

—¿Cómo? ¿Como un tipo duro? —Mi voz era ronca, todavía con sueño.

—Sí, como un tipo duro.

Bufé, dejando que mis puños cayeran a mi regazo. —No. Eso es solo cuando
me encuentro con Martin Sandeke en mi cama.

—Es bueno saberlo. —Sus labios se torcieron hacia un lado y sus ojos me
recorrieron de arriba abajo—. Me aseguraré de usar protección cuando esté en tu
cama.

—Probablemente deberías, incluso cuando no estemos en la cama.

—Siempre uso protección. —Levantó una ceja de manera significativa.

Pausa.

Parpadeo.

Oh… ya entiendo.

Sorprendentemente no me sonrojé. Solo le doy una mirada de No-estoy-


impresionada que lo hizo reír.

—Eres todo un chico. —Le di una sonrisa renuente.

—¿Qué sabes sobre chicos? —Cambió de posición en la cama, estirándose y


poniendo sus manos detrás de su espalda contra las almohadas.

—A decir verdad, no mucho. Mi padre no es tan chico.

—¿Cómo es tu padre? —Martin sonó interesado, con el rostro repentinamente


sobrio.

—Bien, veamos. Es un científico. Siempre está perdiendo cosas. Sus calcetines


no coinciden. Le encanta el béisbol, pero no lo juega muy bien. Trató de hacer que
jugara softbol. Siempre llevaba mi Gameboy en mi bolsa de práctica y luego me
escondía detrás de las gradas y juegaba Dr. Mario.

—¿Así que te presionó mucho?

—No. De ningún modo. Creo que quería que lo hiciera porque le gusta
animarme. Él es el que siempre toma las fotografías en los eventos, ceremonias y
ese tipo de cosas. Casi nunca sale en las fotos. Volví a mirar las fotos de mi escuela
secundaria y de la graduación y me di cuenta que había tomado más de mil, pero él
no estaba en ninguna. Así que me puse de nuevo mi toga y birrete, y me hice el
mismo peinado que ese día, y con ayuda de George hicimos que un fotógrafo
viniera a la casa para que pudiéramos conseguir algunas buenas fotos.

—¿Quién es George? ¿Tu exnovio? ¿El que no sabe cómo perder el tiempo?

—No. —Miré a Martin y sacudí la cabeza—. George es el asistente personal de


mi madre, que es como un hermano mayor para mí.

—Hmm... —Los ojos de Martin estrecharon un poco, mirándome, entonces


preguntó—: ¿A tu papá le gustó? ¿Lo que hiciste?

Asentí, sonriendo ante el recuerdo. —Sí. Le gustó. Lloró, en realidad. No


mucho, solo un poco. La última vez que lo visité en el trabajo, vi que había colgado
no menos de seis de esas fotos en su oficina. —Reí ligeramente, sacudiendo la
cabeza—. Es adorable.

Nos quedamos en silencio durante un largo rato, compartiendo una mirada. Su


boca bajó a un susurro de sonrisa como si estuviera viviendo a través de mi
experiencia y me pareció un lugar agradable para visitar. Fue agradable. Cómodo.
Raro.

Me aclaré la garganta, aparté los ojos, encontrando este bonito, cómodo y


extraño momento más desconcertante que las discusiones acaloradas que habíamos
compartido. Esto se sentía como que podría conducir a algo duradero y normal.
Martin y Kaitlyn estaban teniendo una conversación, compartiendo cosas, como lo
hacen las personas. No como lo hacían los playboys millonarios.

—Entonces, ¿qué hay de tu papá? —pregunté, porque tenía curiosidad. Sabía


mucho sobre el padre de Martin, porque su papá era un genio asquerosamente rico,
y parecía estar en las noticias todo el tiempo saliendo con alguna modelo o actriz.

—Mi padre... —La sonrisa abandonó sus ojos, y la que apareció lucía falsa.

—Sí. El hombre que te crió.

Él soltó una risa sin humor y sus ojos se cerraron. —Él no me crió.

Estudié su rostro: sus llenos y deliciosos labios, mandíbula fuerte, pómulos


altos y pestañas gruesas… sus rasgos perfectos. Tan perfectos. Me pregunté cómo se
sentiría ser perfecto, o al menos ver de esa manera el mundo exterior. Me parecía
que perfecto, la palabra y todos sus sinónimos, podrían sentirse un poco como una
jaula, un piso y techo definidos.

—Háblame de él —dije, sabiendo que estaba empujando.


Martin abrió sus ojos y la amargura que había estado ausente las últimas veces
que habíamos estado juntos había vuelto. El harto e idiota Martin.

—No vino a mi graduación.

Parpadeé hacia él. —¿Oh?

—No. Dijo que más tarde porque no era el mejor estudiante, pero creo que es
porque se le olvidó. No le tiene rango a sus prioridades.

—Oh —dije porque no estaba segura de qué más decir. Sus ojos eran
diferentes, resguardados, como si me estuviera desafiando a sentir lástima por él.
Sin embargo, no lo haría. O, más bien, no lo mostraría.

—Él es el hombre más inteligente del mundo, ¿sabías? Ha hecho todas las
pruebas, cualquier mierda que eso signifique, y en general, es el más inteligente.

Puse mi mano en su muslo y lo apreté. —Hay más de un tipo de inteligencia,


Martin.

—Eso es verdad —dijo, sus ojos desenfocándose en un lugar más allá de mi


hombro mientras consideraba mis palabras.

Sintiéndome valiente añadí—: No creo que haya hecho cualquiera de esas


pruebas para padres inteligentes, o prioridades, evaluado-a-nuestros-inteligentes-
hijos, porque si las hubiera hecho, las habría fallado.

Su brillante mirada se reenfocó en la mía y estuve, de alguna manera,


sorprendida al ver la amargura fuera de su expresión, solo dejando pena y una
vulnerabilidad que te quita el aliento.

—Eres una buena persona, Kaitlyn. —Estaba frunciéndome el ceño, como si


fuera un rompecabezas o un unicornio, como si las «buenas personas» fueran el
tema principal en los cuentos de hadas.

Abrí mi boca, luego la cerré, luego la volví a abrir. —Gracias. Tú también lo


eres, Martin.

Su sonrisa desdeñosa en respuesta parecía divertida y sus ojos se movieron a mi


cuello, donde todavía tenía las marcas purpúreas de nuestro encuentro en la cueva.

Una conversación normal y cómoda dio paso a nuestra línea base: tensión
sexual. Su mirada de párpados a medio cerrar se volvió ardiente, la intensidad de
esta construyó un fuego en el área de mis pantalones. Él siempre iniciaba el estaba
construyendo fuegos en mis pantalones. El figurado mechero Bunsen por siempre
encendido.

—Tú nunca me has mentido antes —dijo, su voz ronca y juguetona.


—No he mentido aún.

—Parker. —Me dio una mirada conocedora.

—¿Qué?

—No soy tan bueno. Sabes eso, ¿recuerdas? Me llamaste un idiota abusador.

—Bueno, hasta ahora has sido bueno conmigo, que yo sepa.

—Me gustaría hacer más cosas buenas, cosas mejores si me dejaras…

Yo estaba ardiendo. Mis mejillas estaban sonrojadas. Tenía que medir y regular
mi respiración. El ardor entre mis piernas era un encantador recordatorio de las
cosas buenas que él había hecho, así como lo eran las marcas en mi cuello.

—No más chupetones —balbuceé.

Sus ojos se ampliaron aunque sonrió. —¿Por qué no?

—¿Te gustaría que te diera un chupetón?

—Demonios, sí.

Rodé los ojos. —Voy a aceptar. Te daré un chupetón.

Él mantuvo sus manos a sus costados como si estuviera ofreciéndose a mí.

—En cualquier momento, chuletita.

—Lo haré sobre tu trasero y los haré tan grandes, que no serás capaz de
sentarte. —Entrecerré mis ojos y apunté hacia él.

Gruñó como un hombre hambriento tomando un pedazo del más delicioso


postre, sin embargo el mismo pensamiento era más placentero de lo que él podría
procesar.

Me burlé de él, resoplando. —Eres un tonto.

Entonces se acomodó rápidamente en donde yo estaba, una mano deslizándose


por mi muslo hacia el dobladillo de mis pantalones cortos de algodón, su otra mano
acomodando mi cabello detrás de mi oreja. Sus ojos se sentían acariciadores y un
poco perdidos. El efecto de su triple asalto, ojos sinceros, manos acariciadoras y
una sonrisa sexi y potente.

—Te lo dije antes. —Se detuvo, poniendo un ligero beso sobre mis labios,
dejándome sin aliento mientras continuaba en voz baja—. No lo digas a menos que
lo quieras.
Levanté mi barbilla por otro beso, pero para mi sorpresa, Martin se levantó de
la cama. Lo observé, confundida por su rechazo y envolví lo brazos alrededor de mi
cintura.

Él me miró y debe haber sentido mi confusión, porque se explicó mientras


caminaba retrocediendo hacia la puerta. —Es tarde, has estado durmiendo por
horas. Te perdiste la cena, de nuevo. Le pediré a Rosa que te traiga una bandeja
antes de salir, pero necesitamos irnos.

—¿Irnos? ¿A dónde vamos?

Su sonrisa se volvió desdeñosa y victoriosa cuando dijo—: A la fiesta, por


supuesto.

La fiesta.

La apuesta.

Yo lo había olvidado.

Bueno… percebes.

●●●

Martin ganó la apuesta, incluso aunque él había hecho trampa, y por lo tanto
Sam estaba en mi cuarto arreglándome para la fiesta. Me vio salir de mi habitación
con mi cabello en una coleta, usando pantalones de chándal, chancletas y una
camiseta raída y manchada que mostraba a Chuck Norris destruyendo la tabla
periódica. Que decía, El único elemento en el que creo es en el elemento sorpresa.

Ella no creía que mi atuendo fuera apropiado.

Por lo tanto me regresó a mi habitación, me hizo esperar mientras encontraba


algunas ropas adecuadas de su cuarto, y entonces me vistió. Me había dado un
vestido sin espalda, amarrado en el cuello de color naranja y púrpura que hizo que
mis senos se vieran fantásticos. También acomodó mi cabello con químicos,
separando mis rizos y de algún modo domando los rizos.

Para completarlo todo, puso maquillaje en mi cara. De nuevo. Era algún tipo
de record personal, maquillaje dos veces en una semana. Le di mi relajada cara de
perra mientras aplicaba máscara a mis pestañas.

—Las cintas del cuello del vestido cubren tus… —sus ojos parpadearon en mi
cuello—… tus marcas de amor.

Me quejé. —Solo hazme ver linda así puedo lanzarme de un acantilado.

—Estás siendo ridícula.

—Sabes que odio las fiestas.


—No te quejaste tanto de esto el viernes.

—Eso fue porque tenía una misión. Tenía una razón para estar ahí, una tarea.
Llegar, decirle a Martin acerca del plan, salir, ir a casa. Esta vez… —Levanté mis
manos, y mis uñas recientemente pintadas de color púrpura, entonces las deje caer
ruidosamente con un golpe sobre mi muslo—… esta vez estoy vestida para
impresionar. Soy el telón de fondo.

—Este vestido se ve genial en ti.

—Lo sé, lo siento. Estás siendo tan agradable. Y solo necesito quejarme.

No estaba bromeando cuando había dicho que odiaba las fiestas.

¡Las odio!

No las comprendo. Parecían sacar lo peor de la gente. Las personas reían


demasiado alto, hablaban demasiado alto, exhibían un extraño comportamiento,
pretendían estarse divirtiendo cuando no lo estaban… o tal vez era solo yo. Tal vez
la gente sí tenía diversión en las fiestas y yo era la extraña.

A pesar de mi mirada molesta, tenía que admitir que Sam era una hacedora de
milagros. Me veía bien.

Encontramos a los chicos en el vestíbulo; estaban vestidos casualmente en


pantalones cortos y camisetas, pero todos parecían haber tenido especial cuidado de
afeitarse, poner productos en su cabello y aplicarse colonia. Había un huracán de
olores, todos con el toque varonil de Procter and Gamble.

Aunque algo de mi mal humor se esfumó cuando Martin levantó la mirada y


nuestras miradas se encontraron. Cuando sus ojos se ampliaron un poco y pareció
de alguna forma estar cegado por mi apariencia. Sus labios se entreabrieron y sus
ojos cayeron, moviéndose arriba y abajo unas pocas veces, parpadeando.

Sam me dio un codazo y aclaró su garganta, hablando solo para que yo


escuchara—: No es el vestido y no es el maquillaje, eres tú. —Entonces caminó
hacia Eric, dirigiéndole su siguiente comentario a él—: Esta vez yo quiero
conducir.

—Manejaste la última vez.

—¿Tu punto?

Él le sonrió, luciendo guapo y feliz, entonces se encogió de hombros. —Bien,


maneja ahora, monta más tarde.

Ella lo golpeó en el hombro, pero se rio ante su doble sentido, y salió por la
puerta. Mientras tanto Martin apartó sus ojos de mí, y me quedé un poco perpleja
al ver una máscara de aburrimiento deslizarse sobre sus rasgos.
—Oye, Ray —dijo Martin—. ¿Llevas a Parker? Griffin va a ir conmigo.

Me sentí como que acababa de ser prestada y no tenía idea de por qué. ¿Ni
siquiera quería ir a esta fiesta, Martin había insistido, y ahora no quería ir conmigo?

Ray miró de Martin a mí, luego de regresó a él otra vez, sus cejas levantadas y
los labios ligeramente separados traicionando su sorpresa.

—S-s-seguro —dijo, vacilante, con el ceño fruncido en confusión. Martin y Ray


intercambiaron una mirada y yo jugaba con el bolsillo de mi vestido, todas las
buenas sensaciones que tuve al entrar en el vestíbulo se fueron ante este extraño
cambio. Además, Ben estaba allí y podía sentir sus ojos viscosos en mí. Deseé que
mis senos no lucieran tan fantásticos en este vestido.

Entonces Ray asintió con vehemencia repentina.

—Quiero decir, absolutamente. —Se volvió con una sonrisa brillante hacia mí.
Me sentí aliviada al ver cómo de genuina parecía, y me ofreció el brazo—. Me
encantaría.

—Gracias. —Le di una sonrisa tensa.

Los chicos eran raros y los odiaba. Excepto a Ray. Ray era agradable.

Nos fuimos rimero. Habló amigablemente durante todo el camino, haciéndome


reír con una historia sobre cómo se desmayó en la escuela cuando tuvo que
diseccionar una raya. También tuvo una sonrisa muy atractiva que me hizo pensar
que éramos amigos, o mi aliado, o podía confiar en que no se comería mis sobras
de comida china cuando no estuviera mirando.

Cuando llegamos a otra monstruosidad de casa en expansión, aunque


ligeramente menos extensa, Ray corrió a mi lado del auto y me ayudó. Fuimos los
primeros en llegar, por lo que vagamos por ahí mientras esperábamos a los demás.

Ray me codeó ligeramente y me dio una gran sonrisa. —Entonces, Martin y tú,
¿eh?

—Honestamente, no lo sé. No tiene mucho sentido para mí —admití,


encogiéndome de hombros.

—Tiene sentido para mí. —Sus palabras fueron tranquilas, suaves.

Miré a Ray, sorprendida de encontrarlo mirándome con ojos igualmente


suaves. —Eres inteligente, hermosa…

Solté un bufido y rodé los ojos.

—Espera, escucha, no eres bonita de una manera convencional. No eres bonita


en lo absoluto. Eres hermosa.
Apreté los labios y fruncí el ceño hacia él, diciendo rotundamente—: Y tengo
una genial personalidad, ¿no?

Él sonrió ante eso, lucía como si estuviera tratando de no reírse. —Sí,


realmente tienes una gran personalidad.

—Eres agradable, Ray.

—No, tú eres agradable, Kaitlyn. Y tienes risa agradable y una gran sonrisa
extraña con ese lindo espacio entre los dientes.

Me burlé y fruncí el ceño, apretando los labios.

Él pareció vacilar mientras me estudiaba, debatiendo si dar o no una voz a sus


pensamientos. Debió que sí porque de repente dijo—: Eres la chica que tipos como
nosotros, si fuéramos inteligentes y si tuviéramos suerte, quiero decir, serías la chica
con la que nos casaríamos. Eres la chica-matrimonio.

Mi boca cae abierta y mis ojos salen desorbitados de mi cabeza. Me tomó tres o
cuatro segundos encontrar mi voz antes de decir—: ¿De qué estás hablando?

—Tengo dos hermanas, y les digo esto todo el tiempo. Sé la chica-matrimonio.


No seas la chica de folladas. No seas ella. Es estúpida y superficial. Sí, recibe
mucha atención masculina, vistiendo como leñador sexi o monja sexi... por un
tiempo. Pero entonces se cansa, se endurece, desilusiona y desespera, porque nadie
se queda con la chica de folladas.

Parpadeé hacia él, saqué mi mano de su codo, y retrocedí un paso.

—Eres repugnante y eso es totalmente misógino. ¿Qué pasa si la chica de


folladas te está usando tanto como tú a ella? ¿Y si se está divirtiendo? Este es el
problema con la sociedad. Cuando un hombre duerme por ahí, está siendo
promiscuo. Cuando una chica lo hace, es una chica de folladas.

Él levantó las manos y negó. —No voy a defender la sociedad, no estoy


diciendo que sea correcto. Estoy diciendo que es la biología. La evolución. Es un
comportamiento programado.

—Te das cuenta de que tengo diecinueve años, ¿verdad? Puede que nunca me
case. Y ciertamente no estaré casada en tan corto plazo.

—No importa. Es tu independencia, el hecho de que no estás buscando


activamente un título de MRS6, la sola idea te es repelente, solo te hace más la
chica-matrimonio. Eres el polo opuesto de la chica de folladas.

6
Es un matrimonio como resultado de asistir a una universidad por 4 años con tu alma gemela,
casarse y en consecuencia no terminar la universidad.
Gruñí y el rio.

—Escucha, no estoy hablando de la chica que quiere divertirse y tener un buen


rato sin ningún compromiso. Estoy hablando de la chica que está en busca de un
paseo libre después de que termina.

Cerré la boca, frunciendo el ceño hacia él y crucé los brazos sobre mi pecho.
No dije nada, porque conocía a esa chica. Bueno, no la conocía, pero la oí
haciendo planes con Ben el viernes sobre drogar a Martin. Eso es lo que Ray quiso
decir cuando hablaba de la chica de folladas.

—Ah... ya veo que sabes lo que quiero decir.

Resoplé. —Ya ni siquiera sé de lo que estamos hablando.

—De ti. No eres la chica de folladas, no podrías serlo incluso si trataras. Eres la
chica con la que nos casaríamos.

—Qué hay de tu parte, sobre todo después de haber pasado tu adolescencia y


adultez temprana haciendo a chicas como yo sentirse como excremento.

Me dio un encogimiento de hombros que habría sido encantador hace diez


minutos.

—Solo estoy diciendo la verdad. Puede que no sea fácil de escuchar, pero esa es
la manera del mundo. Eres el mejor ejemplo de la chica-matrimonio que he visto.
Eres hermosa. Por lo que he visto, eres graciosa bajo presión, inteligente, capaz y
libre de drama. Vienes de una familia que es históricamente famosa por ser brillante
y excepcional. Eres agradable, como muy, muy agradable, genuina y eres muy
graciosa.

—¿Crees que soy graciosa ahora? Solo espera hasta la fiesta. Habrá mucha
gente riendo y luego señalando.

Ray me ignoró. —Es por eso que Martin y tú tienen sentido. Porque si Martin
es una cosa, es que es inteligente. Puede que no sea agradable, pero es jodidamente
afilado como una Katana. Nunca ha tenido que trabajar por algo, nunca ha tenido
que trabajar por nada. Está aburrido. Ha tenido su diversión. Está cansado de
chicas de folladas. Está listo para lo que viene y eres la medalla olímpica de oro, el
Premio Nobel de la Paz, el Premio Pulitzer y el Premio de la Academia en material
de matrimonio.

El resto de los carros eligió justo ese momento para aparecer. Oí gritos de
alegría de Sam mientras ella y Eric dieron la vuelta de la esquina. Se estacionaron
en el espacio al lado de Ray. Herc y Tambor fueron los siguientes, seguido por Lee
y Will, Ben por su cuenta, a continuación, Martin y Griffin al final.
Mientras tanto Ray me miraba como un hermano mayor o un padre podría
mirar a su hermana o hija después de darle la dura verdad acerca de la vida. Como
si estuviera pidiendo disculpas por cómo estaban las cosas, pero yo no lo siento por
haber entregado el mensaje.

Dio un paso adelante y me ofreció su codo. —¿Arruiné tu noche? —Su tono


era sencillo y apologético.

Negué, tomé su brazo, y dije—: No. —No había arruinado mi noche porque
iba a una fiesta. No había manera de arruinar algo que ya estaba arruinado.

—Lo conozco desde siempre —susurró, mientras los motores de los carros de
nuestros compañeros se apagaban.

—¿Por cuánto? —pregunté, con cuidado de mantener mi voz baja.

—Desde la primaria.

Asentí, pensando en esto, pensando en nuestra extraña conversación.

—Como está que loco por ti, Kaitlyn.

Mis ojos cortan a Ray. Su boca era una línea sombría. Antes de que pudiera
hacer más preguntas, los otros estaban sobre nosotros y nuestra extraña charla de
corazón a corazón llegó a su fin.

—¡Vamos! —Sam deslizó su brazo en el mío y me arrastró.

Ray me dejó ir con una pequeña sonrisa y una mirada que decía: Hazme saber
si puedo ayudar.

No sabía muy bien cómo responder a eso, qué mirada darle. Así que volví mi
atención a la mansión frente a mí. No podía pensar en ser la chica-matrimonio de
Martin, no hasta que estuviera segura de sobrevivir la noche en la fiesta.

Entonces y solo entonces examinaría esta nueva luz y trataría de averiguar qué,
cualquier cosa, hacer al respecto.
Capítulo 12
Limitando Reactivos
Traducido por Koté

Corregido por Nix

A veces odio cuando tengo razón. A veces me encanta cuando me equivoco.


Déjame explicar lo que pasó. Voy a tratar de mantenerlo lo más libre de emoción
posible por el bien de todas las personas que no pueden hacer frente a los altos y
bajos, el drama y la angustia. Esto se debe a que soy una de esas personas. No
puedo lidiar con el drama. Es cierto, esto es probablemente porque me crié en un
hogar libre de drama.

Una vez traté de ser dramática cuando tenía catorce años. Mi madre me dijo
que lo agregara al calendario.

Llegamos a la casa, Sam y yo cogidas del brazo, los chicos detrás de nosotros.
En cuanto entramos en la puerta. Martin me dio una breve inclinación de cabeza y
luego se fue. Así es, se alejó. Desapareció entre la multitud.

Me quedé atónita durante unos veinte segundos antes de que Sam me tirara
cerca y gritó sobre la música.

—Tal vez él tiene que usar el baño o algo así.

—O algo así —dije, sintiendo niveles colosales de molestia, dolor y confusión.


Los chicos eran tan épicamente extraños y, obviamente fueron colocados en la
tierra para torturar a las chicas. El comportamiento de Martin no tenía sentido.
Consideré tratar de solucionar el problema, pero al final decidí que las acciones de
los hombres estaban más allá de mi comprensión.

Noté que Herc estaba pegado a Ben cuando pasaron y fueron absorbidos por la
multitud. Me preguntaba si Ben trataría drogar a alguien en esta fiesta, pero ahora
sospechaba que Herc había sido asignado para mantener un ojo sobre él.
Sam, Eric, quien, que quede en constancia, se quedó con Sam y conmigo, dimos un
breve recorrido por la fiesta. Caminamos de habitación en habitación,
inspeccionando los alrededores, para hacer reconocimiento. A mí me parecía una
fiesta en una casa grande y nada más emocionante que eso. Así que... no del todo
emocionante.
Las habitaciones eran colosales y lujosamente decoradas y estaban siendo
destrozadas por los asistentes a la fiesta. Un DJ tocaba música fuerte. La gente
bailaba y se emborrachaba, y hablaban en voz alta para escucharse entre sí a través
de la música. La mayoría de las chicas estaban en bikinis. La mayoría de los chicos
estaban vestidos con pantalones cortos y camisetas, o trajes de surfear. La piscina
era enorme y alrededor de un lado de la casa. Tenía una cascada, tres toboganes y
como cuatro jacuzzis.

Sam dijo que quería ir a nadar. Yo no había traído un traje de baño. Ella
levantó una bolsa en su hombro y me informó de que no solo me había traído un
traje de baño, trajo un bikini. Pensé que podría morir de felicidad.

Esa última parte no era verdad. Estaba siendo sarcástica. Lo siento.

Sam y yo dejamos a Eric en la cubierta con la promesa de volver una vez


estuviéramos vestidas adecuadamente. Me vestí aturdida, negándome a mirarme en
el espejo, porque... ¿por qué? ¿Por qué me haría eso a mí misma? Más tarde,
bajamos las escaleras. Caminamos a la cubierta.

Y vi a Martin besar a una chica.

Esto es, literalmente, como sucedió. Di dos pasos a la puerta, escaneé el


espacio buscando a Eric, y en su lugar vi a una rubia de piernas largas con sus
brazos alrededor del cuello de Martín y su cuerpo pegado a él, y su boca
succionándolo como si quisiera saborear su cena.

Inmediatamente aparté mi mirada.

Incluso si no te sientes tranquila no significa que no puedas estar tranquila.

—Voy a matarlo. —La voz de Sam fue baja con amenaza.

Agarré su brazo para mantenerla en su lugar y negué con la cabeza, dejándole


ver que consideré toda la situación ridículamente inútil. Dudaba que mi mirada de
aceptación hubiera sido muy eficaz porque podía sentir las lágrimas picar mis ojos.
Me volví hacia la puerta y me alejé de... todo ese lío caliente.

La oí gruñirle a Eric cuando empezó a explicar y la sentí detrás de mí cuando


atravesé la multitud. Ella me detuvo cuando llegamos al otro extremo de una
enorme cocina.

—Dios, ¡qué imbécil! —Podía sentirla observarme—. ¿Qué quieres hacer?

Me encogí de hombros y rodé mis ojos para no llorar.

No lloraría.

Tampoco podía enfrentar la nube de sentimientos que me atravesó, porque...


simplemente no podía. No sabía qué decir ni qué hacer ni dónde buscar, miré por
encima de su hombro. Varios chicos bebían cerveza boca abajo cerca de la nevera
más grande que jamás había visto.

—Kaitlyn, ¿qué quieres que haga? ¿Quieres irte? —dijo Sam.

—No —dije. No quería irme. Quería encontrar un armario e ir a entumecerme,


calmar la creciente marea de emociones—. Pero tengo que ir al baño.

—Voy contigo.

—No. —Sacudí la cabeza cuando vi a Eric flotando detrás de ella, a unos cinco
pies de distancia. Me dio una sombría sonrisa de disculpa—. No. En realidad estoy
bien, solo necesito un minuto. Me reuniré contigo más tarde.

—Kaitlyn...

—De verdad, estoy bien —grité entre los vítores a los chicos del barril y levanté
la barbilla hacia Eric, animándole a rescatarme de Sam.

Necesitaba un minuto a solas. En realidad necesitaba varios. Irónicamente, era


más probable encontrar tiempo a solas aquí, en esta multitud, lo que tendría si Sam
y yo dejáramos la fiesta. Ella querría rabiar contra Martin, tal vez empacar y salir
de la isla esta noche. Yo no quería hacer eso. Quería juntar mis pensamientos, dejar
la fiesta en unas pocas horas, y cumplir con mi parte del trato.

Luego, en la mañana, después de una discusión muy tranquila y racional con


Martin Sandeke, en la que soltaría todas las razones objetivas por las que él y yo
nunca funcionaríamos, por ejemplo, como ahora, lo odiaba con el fuego de todos
los hornos del infierno, y que era un mentiroso que mintió cuando dijo que nunca
me haría daño y entonces abandonaría la isla.

No lloraría.

No acusaría.

Realmente no había esperado algo mejor de Martin, así que ¿por qué debería
estar sorprendida ahora? Solo porque me dio un orgasmo cerca de una cascada. ¿Y
qué? No es como que me haya dado un unicornio. Fue solo un orgasmo.

No lloraría. Simplemente me iría.

Tan pronto como llegara a casa, enviaría un correo electrónico a mi profesor de


química y solicitaría un nuevo compañero de laboratorio. Y si era muy cuidadosa,
y muy afortunada, nunca tendría que poner los ojos en la cara de idiota de Martin
Sandeke nunca más.
HEAT
(elements of chemistry #2)

Quedan cuatro días.


Una playa privada (... y el barco).
Una chica no tan invisible.
Y tal vez menos matón idiota con cara de lo que se pensaba.
¿Qué es lo peor (o mejor) que podría pasar?
Kaitlyn encuentra una vida fuera del armario de ciencias en la oscuridad a ser
bastante esclarecedora... y también sus pantalones.
Cuando las cosas se calientan entre Kaitlyn Parker y Martin —anteriormente
conocido como el matón idiota—, Sandeke, ella pone su confianza en la única
persona que nunca pensó capaz de ganarla, y mucho menos mantenerla. Por suerte
o por desgracia para Kaitlyn, donde da su confianza no puede evitar también dar su
corazón.
Pero, ¿cómo podrá reaccionar el mundo más allá del santuario de su conexión
recién descubierta a su relación? Prontamente senadores, multimillonarios sin
papadas y elementos que se escapan del control de Martin y Kaitlyn quieren
intervenir en el futuro de la joven pareja.
Navegando por el infierno caótico de un nuevo amor podría ser más de lo que
pensó Kaitlyn, y mucho, mucho más de lo que su confianza, o corazón puede
manejar.
Sobre la autora
Penny Reid pasa sus días
escribiendo propuestas para la
subvención federal de la
investigación biomédica; pasa sus
noches ya sea jugando a disfrazarse
y de científica loco con sus dos
personas-niños (chico-8, chica-5), o
tejiendo en punto con su grupo de
tejer en el café de la esquina.
Traducido, corregido y diseñado en:

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