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Como casi que todo lo oriental, la ajenidad visual con la que se muestra esta película es

verdaderamente desconcertante. Una puesta en escena finamente detallada y realista combinada


con una fotografía muy cuidada, que invita a que los objetos se estén mostrando constantemente,
que clamen y que se muestren inquientantes, como invitándonos a su revolución silenciosa a la
que siempre están condenados (quizá, por esa adhesión de nuestra mirada a lo antropocéntrico, a
lo antropomórfico que siempre se privilegia, o mejor, lo privilegia la mirada). Raise the red lantern
(1991) es el cuarto largometraje del director chino Zhang Yimou, varias veces –muy justamente-
galardonada.

Impresiona, en buena manera, como las mujeres tienen esas capacidad aguda de generar terror
psicológico, de ser capaces de ser combatientes sigilosas, combatientes que, entre ellas mismas,
se saben combatientes, que luchan, en este caso, por ostentar un estatuto superior para estar con
todas las comodidades que representa pasar la noche con el Señor. Batalla peligrosa, relaciones
mentirosas, juegos de poder en donde lo físico casi que no se manifiesta. Son más estrategas,
quizá, más prudentes y más cuidadosas en sus maquinaciones. Fricción tensionante con la historia
y con los objetos que muestra, repelencia con los objetos y con las tradiciones retrógradas que
muestra la puesta en escena –algo que, por lo visto, no podrá superar para nosotros los
occidentales-.

Lo humano nunca se muestra, de pronto, en el ligero afecto servil de una criada –o doncella, como
se traduce-. La inhumanidad, la vivencia en la hostilidad son las protagonistas de la película.
Llamémoslo, un last woman standing psicológico. Anhelantes de compañía, reprimidas por su
constreñimiento físico y mental deben de recrear situaciones que las mantengan al margen del
abismo (aunque la cuarta señora no soportó al final y tuvo que ceder, inevitablemente, a la
locura). ¿cómo combatir semejante historia semejante puesta en escena, semejenta ajenidad y
extrañeza, semejante visualidad siniestra que es lo oriental, sus objetos, los fenotipos, hasta esa
arquitectura oblicua y puntiaguda que nunca cuadra en nuestra representación? Lo que sí es cierto
es que el terminar la película es irremediable la emergencia del desdén, de una abulia, de un
vértigo mental que invita la película. Es que acá la imagen, las secuencias de la película, funcionan
como máquinas generadoras de apatía. Y, claro, es causa de una ficción fílmica recreada consuma
delicadeza. Tan rica de ver por lo que permite pensar y escribir pero, asu vez, indigesta,
desagradable. Al final no es más que el poner sobre la mesa la humanidad al desnudo, la pura
vileza, la pura degradación con la que estamos urdidos, la ignominia con la que queremos
someter, el vicio infausto que somos que se mantendrá por siempre en nuestra atmósfera. AL
final, también, vidas no vividas, vidas retraídas, difuminadas en el tiempo, inconscientes, vidas
perdidas, vidas nefastas. Servilismo asqueante, práctica arcaica que repugna

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