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o 394 (1892 - 1940) CCincuenta afios después de su muerte las reflexiones de Benjamin siguen siendo fundamentals, necesarias. Sélo esperamas que a Direccin Unica, El drama bharoco Alemén, Poesia y Cpizalismo, Imaginacién y Sociedad, Angelus Novus, por citar apenas algunas de sus obras, s¢afiada pronto la raduccién a nuestro {idioma de El bro de os passes, su trabajo mas ambicioso. Si, desembalo mi biblioteca. Atin no esté en las cstanterias, ain no la envuelve el tedio tapizado del orden. Tampoco puedo, todavia, recorter sus estante- rfaspasdndoles revista ante un auditoriocomplaciente. No teman nada de eso. Sélo puedo rogarles que me acompafien al desorden de cajas recién desclavadas, la atmésfera en laque flota un polvillode madera, elsuelo cubierto de papeles rotos, entre pilas de volimenes recién vueltos alla luz de dia, tras dos ios de tinieblas, para as{ compartir en parte no ya la melancolfa sino la, tensi6n que los libros despiertan en el alma de un verdaderocoleccionista. Puesesuncoleccionistaquien les habla, y a fin de cuentas no habla mais que de sf mismo. {No seria quiz demasiado pretencioso recla- mar una apariencia de objetividad e imparcialidad para devallarles las obras maestraso las principales secciones de una biblioteca, contarles su historia, por no decir su utilidad para el escritor? En lo que a mi concieme, me propongo, en las lineas que siguen, algo més evidente, ‘maspalpable:loque me interesaesmostrarleslarelacién deuncoleccionistacon el conjuntodesusobjetos:loque Puede ser la actividad de coleccionar, més que la colec- Cién misma. Que para ello considere las diferentes aneras de colocar los ibros, no deja de ser arbitraro, Este orden, como cualquier otro, no es més que un dique contra la marea de recuerdos que, en continuo oleaje, se abate sobre cualquier coleccionista que se abandone a Ss gustos. Si es cierto que toda pasiGn linda con el caos, la del coleccionista roza el caos de los recuerdos. Diné Inds: el desorden ya habitual de estos libros dispersos Subraya la presencia del azar y el destino, haciendo Tevivir los colores del pasado. Pues una coleccién, ;qué 6 sino un desorden tan familiar que adquiere ast la Apariencia del orden? \Vdes. deben haber ofdo hablar de personas enfer- ‘as por haber perdido sus libros, ode otras que llegaron al crimen para conseguirlos. A este respecto, precisa- Mente, cualquier orden esté al borde del abismo, “La {inica ciencia exacta -ha dicho Anatole France (Le jardin d'Epicure, 1895)- es la de conocer el atio de Publicacién yelformatodel libro”. En efecto, elremedio al desorden de una biblioteca es el rigor de su catilogo. La existencia del coleccionista, asi pues, oscila dialécticamente entre los polos del orden y el desorden. Y también se encuentra, naturalmente, vinculada @ bastantes otras cosas mis. Tiene una relacién muy nigmaética con la posesiGn, sobre la que volveremos. Es hs: tiene una relacién con los objetos que no pone de Telieve su valor funcional —su utilidad-, ni su destino Prictico, sino que los considera y los valora-como la ‘cena, elteatrode sudestino. Elcoleccionistaseextasta, Yenello se encuentra su mayor placer, rodeando con un irculo magico al objeto que, atin marcado por el estre- Mecimiento que acompatié el momento de su adquisi- ci6n, queda fijado de este modo. Cualquier recuerdo, cualquier pensamiento, cualquier reflexién pasa a sera partir de ahora el pedestal, la base, el marco, la sefial de Ja apropiacién del objeto. Para un auténtico coleccio- nista, las diferentes procedencias de cada una de sus adquisiciones-siglos, teritorios, cuerpos profesionales, propietariosanteriores~ se funden todasen unaenciclo- pedia maravillosa que teje su destino. Desde este parti- cular punto de vista, es posible adivinar en los grandes fisonomistas ~y los coleccionistas son los fisonomistas delmundode losobjetos-caracteristicasdedescifradores del destino. Basta observar a un coleccionista cuando manipula los objetos de su vitrina. Apenas los tiene en sus manos, su mirada los trasciende y mira més allé de ellos. Esto por lo que se refiere al aspecto mégico del coleccionista, podriamos decir su caricter de anciano. Habent sua, fata libeli: esta maxima debié concebinse como una generalidad sobre los libros. Los libros, por ejemplo La Divina Comedia, o la Eticade Spinoza, EL origen de las especies, tienen su propio destino, Pero el coleccionista interpreta de otro modo este proverbio latino. Para él,no son tanto los libros comosus ejempla- resquienestienen un destino. Y consideraqueeldestino esencial de cada ejemplar se realiza sélo cuando le encuentraa él y asu propia coleccién. No exagero:para el coleccionista auténtico, adquirir un libro significa hacerlo renacer. De este modo, reiine en sal nifio y al viejo. Pues los nifios pueden recrear la existencia a su gusto, de miiltiples maneras sin embarazo alguno. Para ellos, coleccionar es sélo una manera de recrear entre ‘otros, como pintar,recortar, ocalcar, yasfhastacomple- tar la gama infantil de modos de apropiacién, de la aprehensin de los objetos hasta que son etiquetads. Enel deseo del coleccionistappor la novedad, el impulso nds profurndo que le mueve es el de revivir el pasado: el amor pot los viejos libros orienta al coleccionista segu- ramente mds que el gusto por las reimpresiones propio del biblisfilo. De qué modo los libros cruzan el umbral 395 dleuna colecciéin, de qué modo se convierten en propie- dad de un coleccionista, a ésto se resume la historia desu adquisicién. De todos los modos de procurarse libros, el més slorioso es escribirlos uno mismo. Mas de uno de Vdes. recondaré con agrado la gran biblioteca que el pobre macstrito de escuelade Jean Paul, Was, logré reunir con el tiempo escribiendo para sf, aque no podta comprar- Jas, todas aquellas obras cuyo titulo en los catélogos le interesaba. A decir verdad, los escritores son personas que escriben impulsadosno ya por la carencia sino porla insatisfaccidn de los libros que puede comprar pero que no les gustan. Seguramente ustedes, seioras y sefiores, dirs que estaes una definicion exageradade losescrito- res;pero todo lo que se dice desde el puntode vista de un verdaderocoleccionistaes una exageracién. Deentrelos modosde adquisici6n habituales, el masapropiado seria, paraél, el préstamo indefinido. Eldeudordealtos vuelos, tal.como lo imaginamos, demuestra serun coleccionista a toda prueba, no silo por el ardor con que defiende el tesoro de sus préstamos acumulados haciendo ofdos sordos a todos los rutinarias requerimientos de la admi- nistracién, sino también y sobre todo porque no lee. De creer en mi experiencia, que semejante personaje de- -vuelva un libro prestado es posible alguna vez, pero que lohaya leido, jnunca! Asf pues—me preguntardn vdes.— ilo propio del coleccionista es no leer libros? jLo nunca visto! Pues bien, no. Los expertos podrin confirmarles que es lo més habitual, y basta recordar a este efecto la respuesta que Anatole France, de nuevo, tenfa prepara- da para, los beocios que, tras admirar su biblioteca, formulaban la inevitable pregunta: “Ai ha leido vd. todo esto, st. France? Yomismopude verficaracontrarolobien funda- do de tal actitud. Durante afios, al menos durante el primer tercio de su existencia, mi biblioteca se limits a dos o tres estantes que aumentaban apenas unos pocos centimetros porafio: su época espartana, puesni un solo libroentraba en ellasin que yolohubiera letdo ydlescifrado susclaves. Y probablemente nunca hubie- ra llegado a reunir algo que por su volumen mereciera la denominacién de biblioteca sino hubiera sido porque la inflacién, de repente, convittié los libros en objetos valiosos, o como minimo en objetos de dificil adquisici6n. Asi ocurrian las cosas en Suiza, al menos. Yasthice,eneliltimomomento,misprimeros grandes encargos de libros de cierta importancia, pudiendo ‘conseguir productos tan insustituibles como la revista del Blaue Reiter o La Leyenda de Tanaquil de Bachofen, que ain era posible procurarse del editor. Ahora, pensardn vdes,,trastantas vueltasy revueltas,deberia- ‘mos desembocar por fin en la via real de la adquisicién de libros: su compra. Ancho camino, ciertamente, ‘pero no por ello menos tortuoso. Las compras de un ccoleccionista de libros no se parecen en nada a las que hace unestudiante para hacerse con unode losmanua- Jes del curso, un mundano para regalara su mujer, un viajante de comercio para matar el tiempo en su préximo desplazamiento, compras hechas en una li- brerfa, Mismis memorables compras, lashe efectuado estando de viaje, de pasada. Bienes y propiedades se deben a la tictica. Los coleccionistas son hombres de instinto téctico: cuando estén a la conquista de una ciudad, el ms pequefiolibrerode viejo cobraparaellos dimensiones de fortaleza a asaltar, la mds remota papeleria deviene posicién clave. ;Cuantas ciudades ‘me revelaron sus secrets durante mis expediciones a la conquista de sus libros! Sin embargo, puede darse por seguro que sslouna parte de las grandes adquisiciones se efectia mediante

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