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(1892 - 1940)
CCincuenta afios después de
su muerte las reflexiones
de Benjamin siguen siendo
fundamentals, necesarias.
Sélo esperamas que a
Direccin Unica, El drama
bharoco Alemén, Poesia y
Cpizalismo, Imaginacién y
Sociedad, Angelus Novus,
por citar apenas algunas de
sus obras, s¢afiada pronto
la raduccién a nuestro
{idioma de El bro de os
passes, su trabajo mas
ambicioso.
Si, desembalo mi biblioteca. Atin no esté en las
cstanterias, ain no la envuelve el tedio tapizado del
orden. Tampoco puedo, todavia, recorter sus estante-
rfaspasdndoles revista ante un auditoriocomplaciente.
No teman nada de eso. Sélo puedo rogarles que me
acompafien al desorden de cajas recién desclavadas, la
atmésfera en laque flota un polvillode madera, elsuelo
cubierto de papeles rotos, entre pilas de volimenes
recién vueltos alla luz de dia, tras dos ios de tinieblas,
para as{ compartir en parte no ya la melancolfa sino la,
tensi6n que los libros despiertan en el alma de un
verdaderocoleccionista. Puesesuncoleccionistaquien
les habla, y a fin de cuentas no habla mais que de sf
mismo. {No seria quiz demasiado pretencioso recla-
mar una apariencia de objetividad e imparcialidad para
devallarles las obras maestraso las principales secciones
de una biblioteca, contarles su historia, por no decir su
utilidad para el escritor? En lo que a mi concieme, me
propongo, en las lineas que siguen, algo més evidente,‘maspalpable:loque me interesaesmostrarleslarelacién
deuncoleccionistacon el conjuntodesusobjetos:loque
Puede ser la actividad de coleccionar, més que la colec-
Cién misma. Que para ello considere las diferentes
aneras de colocar los ibros, no deja de ser arbitraro,
Este orden, como cualquier otro, no es més que un dique
contra la marea de recuerdos que, en continuo oleaje, se
abate sobre cualquier coleccionista que se abandone a
Ss gustos. Si es cierto que toda pasiGn linda con el caos,
la del coleccionista roza el caos de los recuerdos. Diné
Inds: el desorden ya habitual de estos libros dispersos
Subraya la presencia del azar y el destino, haciendo
Tevivir los colores del pasado. Pues una coleccién, ;qué
6 sino un desorden tan familiar que adquiere ast la
Apariencia del orden?
\Vdes. deben haber ofdo hablar de personas enfer-
‘as por haber perdido sus libros, ode otras que llegaron
al crimen para conseguirlos. A este respecto, precisa-
Mente, cualquier orden esté al borde del abismo, “La
{inica ciencia exacta -ha dicho Anatole France (Le
jardin d'Epicure, 1895)- es la de conocer el atio de
Publicacién yelformatodel libro”. En efecto, elremedio
al desorden de una biblioteca es el rigor de su catilogo.
La existencia del coleccionista, asi pues, oscila
dialécticamente entre los polos del orden y el desorden.
Y también se encuentra, naturalmente, vinculada
@ bastantes otras cosas mis. Tiene una relacién muy
nigmaética con la posesiGn, sobre la que volveremos. Es
hs: tiene una relacién con los objetos que no pone de
Telieve su valor funcional —su utilidad-, ni su destino
Prictico, sino que los considera y los valora-como la
‘cena, elteatrode sudestino. Elcoleccionistaseextasta,
Yenello se encuentra su mayor placer, rodeando con un
irculo magico al objeto que, atin marcado por el estre-
Mecimiento que acompatié el momento de su adquisi-
ci6n, queda fijado de este modo. Cualquier recuerdo,
cualquier pensamiento, cualquier reflexién pasa a sera
partir de ahora el pedestal, la base, el marco, la sefial de
Ja apropiacién del objeto. Para un auténtico coleccio-
nista, las diferentes procedencias de cada una de sus
adquisiciones-siglos, teritorios, cuerpos profesionales,
propietariosanteriores~ se funden todasen unaenciclo-
pedia maravillosa que teje su destino. Desde este parti-
cular punto de vista, es posible adivinar en los grandes
fisonomistas ~y los coleccionistas son los fisonomistas
delmundode losobjetos-caracteristicasdedescifradores
del destino. Basta observar a un coleccionista cuando
manipula los objetos de su vitrina. Apenas los tiene en
sus manos, su mirada los trasciende y mira més allé de
ellos. Esto por lo que se refiere al aspecto mégico del
coleccionista, podriamos decir su caricter de anciano.
Habent sua, fata libeli: esta maxima debié concebinse
como una generalidad sobre los libros. Los libros, por
ejemplo La Divina Comedia, o la Eticade Spinoza, EL
origen de las especies, tienen su propio destino, Pero el
coleccionista interpreta de otro modo este proverbio
latino. Para él,no son tanto los libros comosus ejempla-
resquienestienen un destino. Y consideraqueeldestino
esencial de cada ejemplar se realiza sélo cuando le
encuentraa él y asu propia coleccién. No exagero:para
el coleccionista auténtico, adquirir un libro significa
hacerlo renacer. De este modo, reiine en sal nifio y al
viejo. Pues los nifios pueden recrear la existencia a su
gusto, de miiltiples maneras sin embarazo alguno. Para
ellos, coleccionar es sélo una manera de recrear entre
‘otros, como pintar,recortar, ocalcar, yasfhastacomple-
tar la gama infantil de modos de apropiacién, de la
aprehensin de los objetos hasta que son etiquetads.
Enel deseo del coleccionistappor la novedad, el impulso
nds profurndo que le mueve es el de revivir el pasado: el
amor pot los viejos libros orienta al coleccionista segu-
ramente mds que el gusto por las reimpresiones propio
del biblisfilo. De qué modo los libros cruzan el umbral
395dleuna colecciéin, de qué modo se convierten en propie-
dad de un coleccionista, a ésto se resume la historia desu
adquisicién.
De todos los modos de procurarse libros, el més
slorioso es escribirlos uno mismo. Mas de uno de Vdes.
recondaré con agrado la gran biblioteca que el pobre
macstrito de escuelade Jean Paul, Was, logré reunir con
el tiempo escribiendo para sf, aque no podta comprar-
Jas, todas aquellas obras cuyo titulo en los catélogos le
interesaba. A decir verdad, los escritores son personas
que escriben impulsadosno ya por la carencia sino porla
insatisfaccidn de los libros que puede comprar pero que
no les gustan. Seguramente ustedes, seioras y sefiores,
dirs que estaes una definicion exageradade losescrito-
res;pero todo lo que se dice desde el puntode vista de un
verdaderocoleccionistaes una exageracién. Deentrelos
modosde adquisici6n habituales, el masapropiado seria,
paraél, el préstamo indefinido. Eldeudordealtos vuelos,
tal.como lo imaginamos, demuestra serun coleccionista
a toda prueba, no silo por el ardor con que defiende el
tesoro de sus préstamos acumulados haciendo ofdos
sordos a todos los rutinarias requerimientos de la admi-
nistracién, sino también y sobre todo porque no lee. De
creer en mi experiencia, que semejante personaje de-
-vuelva un libro prestado es posible alguna vez, pero que
lohaya leido, jnunca! Asf pues—me preguntardn vdes.—
ilo propio del coleccionista es no leer libros? jLo nunca
visto! Pues bien, no. Los expertos podrin confirmarles
que es lo més habitual, y basta recordar a este efecto la
respuesta que Anatole France, de nuevo, tenfa prepara-
da para, los beocios que, tras admirar su biblioteca,
formulaban la inevitable pregunta:
“Ai ha leido vd. todo esto, st. France?
Yomismopude verficaracontrarolobien funda-
do de tal actitud. Durante afios, al menos durante el
primer tercio de su existencia, mi biblioteca se limits
a dos o tres estantes que aumentaban apenas unos
pocos centimetros porafio: su época espartana, puesni
un solo libroentraba en ellasin que yolohubiera letdo
ydlescifrado susclaves. Y probablemente nunca hubie-
ra llegado a reunir algo que por su volumen mereciera
la denominacién de biblioteca sino hubiera sido
porque la inflacién, de repente, convittié los libros en
objetos valiosos, o como minimo en objetos de dificil
adquisici6n. Asi ocurrian las cosas en Suiza, al menos.
Yasthice,eneliltimomomento,misprimeros grandes
encargos de libros de cierta importancia, pudiendo
‘conseguir productos tan insustituibles como la revista
del Blaue Reiter o La Leyenda de Tanaquil de Bachofen,
que ain era posible procurarse del editor. Ahora,
pensardn vdes,,trastantas vueltasy revueltas,deberia-
‘mos desembocar por fin en la via real de la adquisicién
de libros: su compra. Ancho camino, ciertamente,
‘pero no por ello menos tortuoso. Las compras de un
ccoleccionista de libros no se parecen en nada a las que
hace unestudiante para hacerse con unode losmanua-
Jes del curso, un mundano para regalara su mujer, un
viajante de comercio para matar el tiempo en su
préximo desplazamiento, compras hechas en una li-
brerfa, Mismis memorables compras, lashe efectuado
estando de viaje, de pasada. Bienes y propiedades se
deben a la tictica. Los coleccionistas son hombres de
instinto téctico: cuando estén a la conquista de una
ciudad, el ms pequefiolibrerode viejo cobraparaellos
dimensiones de fortaleza a asaltar, la mds remota
papeleria deviene posicién clave. ;Cuantas ciudades
‘me revelaron sus secrets durante mis expediciones a
la conquista de sus libros!
Sin embargo, puede darse por seguro que sslouna
parte de las grandes adquisiciones se efectia mediante