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Revista de cultura Afio IV, némero 11 Marzo-Junio de 1981 $6.000.- “Leyenda policial” de Borges La vanguardia en la literatura argentina Los efectos del boom: mercado y produccion literaria Cultura, lengua y sociedad en Raymond Williams Althusser, J.L. Romero, Halperin, Legendre, Piglia Textos de Hebe Uhart y Daniel Samoilovich. Dibujos de Roque Pronesti. Daniel Samoilovich Araca, coraz6n, callate un poco No toques con tu borde que una imagen consagra los bordes de las cosas. Deja que ellas desplieguen su macadam, sus plétanos, en suaves avenidas andemos como moseas salidas de un jarrén, de una liming, andemos, como moscas abstractas que somos Por la corporea caima del verano. El juicio suspendido, ta razon suspensa, la filota piedra del motino colgada alli, en la imposible vecindad del cuerpo. 2Quién hablo antes, quién habitd el sonido, quién hizo esta casa articulada y vieja, quién navego antes que nosotros este rio interrumpido, esta quimera? ‘Araca corazon, calléte un rato. En ladoliente sombra nte sombra de su cuarto de esperar ationde a las sefiales de una ajena voluntad, Considera con calma el espantoso empapelado, la improbable latitud en que se encuentra, el cierto frio, Y espera que algo tiemble. Son unas flores azules, dispuestas en hileras par ue sin embargo a veces avanzan, amenazantes, la una sobre la otra, empujadas por 3 impericia del colocador, 3n sin embargo en. cerrarse, ‘Atectados por la fealdad, los ojos vac La canilla no gotes. Los heraldos, los montes erizados de rombos lur caracoleosas caballerias y el polvo que levantan ¥ la equivoca distancia y todo aquello esperan el momento, En la doliente sombra de su cuarto de esperar. 1050s, Una pasion th Fiel ala regia segin la cual el nacimiento es un hecho fabuloso multiplied las partidas que del suyo daban cuenta. ‘en sitios diversos, En cuanto a nosotros siempre estuvimos dispuestos a admitir que hubiera nacido. fen la opuesta ribera siempre que fuera del otro lado del mar, y no del otro lado del r Para nacer tan cerca, razonébamos, no sin astucia, hubiera nacido directamento ac, qué duda cabe. Mis allé del océano, en cambio, podian actuar causas extravagantes y poderosas, ‘cultos motivos que dispusieran alli su advenimiento. 2 ‘Su sonrisa nos estaba, en todo caso, dedicada ¥ era el més nuestro de los nuestros, alegre y re ‘canté las letras de decenas que ahora lo recuerdan melancélicamente, Los demés ‘nos limitamos a contemplar el crecimiento de su vor: junto nella ado, tuna ciudad turbie e ingenua alza sus tiendas ubicuds Dandequiera que su voz convogue los familiares desastres los extravios del destino, luna multitud apasionada desfila por las solapas espejadas de su smoking, @ Ese mundo esta enterradlo, Nadie habla hoy como él hablaba ni sepeina ni rie a su manera, La muerte lo eximid det ‘arduo transourri Nunca pensaron los bravos alquimistas que buscaban la derrota del tiempo un ardid ten seneillo: es cierto que entonces era mas fécil transformer el plomo en oro que hacer volar el aluminio., (A Carlos Gardel) DE NIST Revista de cultura Ajio IV, namero 11 Marzo-Junio de 1981 Director: Suscripciones ee Jorge Sevilla Argentina: 6 ndmeros 60.000 $ arate peta carol: 2 Secretaria de redaccion: Exterior: 6 ndmeros 25 uss Sola tangata Sovee eae Beatriz Sario imo, por Beatz Salo 3 Leyenda police, por doxge Luis Borges 9 Diagramecién: Lot eecrer det boom: merea ieraio Carlos Boccardo Punto de vista recibe toda su corres: ¥ narrativa latinoamericans, por An. get Rama. 10 Raymond Williams: proposiciones para luna teor‘a social de ta cultura, por Carlos Altamirano 20 Let abejas son rendidoras, por Habe Punto de vista fue compuosta on Grifics Pondencia, cheques y giros a nombre Unar cate 28 Integral, Pueyrredén 538, 4° pio, Capital, de Beatriz Sarlo, Casilla de Correo 30, La sragedia de ios Althusser, por KS. 1 impresa_en los talleres grsficos Litedar, Sucursal 49 (B), Bueros Aires, Argen- Karol 27 Braet 3218, Capital tina, Libros 29 Los martinfierristes han funda: do un mito sobre la revista que publicaron desde 1924 a 1927. Tanto la dificultad para acoeder a los cuarenta numeros como el circulo de anécdotas que se dis puso a su alrededor’, proponen una version de Martin Fierro que puede resumirso en ol desacato ante las costumbres tradiciona: les de la vida literaria y la puesta al dia del sistema de la literatura argentina, Vanguardia médicamente radi cal, el martinfierrismo presenta sin embargo algunos rasgos que son su originalidad verdadera, Convertir a Macedonio Ferndn- dez en uno de los ejes de la revis- ta, implicaba haber revisado y al- terado las formas de leer literatu- "a, y esto parece hoy mas subver sivo que los homenajes a Marine- tti 0 a Ansermet, Del mismo mo- do, la propuesta con que en Mar- tin Fierro se va a liquidar le polé- mica con los ‘escritores sociales’, significd un giro decisivo en la literatura argentina Oponerse al mercado: diviendo al publico La vanguardia es la forma de ruptura estética caracteristica de 4n campo intelectual consolida: do y de un mercado de bienes culturales relativamente extenso: Beatriz Sarlo Sobre la vanguardia, Borges y el criollismo La revista “Martin Fierro”, cuyos 45 niimeros aparecieron en Buenos Aires entre 1924 y 1927 fue celebrada por su desenfado y su impetu de renovacién literaria. Pero, en su espacio, se elabord también una postics, la del criollismo urbano de vanguardia, que se revelaria decisiva en ta literatura argentina, Porque reacciona contra ol siste ma de consagracién, las jerarquias culturales y la mercantilizacion del arte, el surgimiento de la ‘forma’ vanguardia tiene como condiciones la unificacién del campo intelectual, la existencia de un piblico al que la vanguar- dia divide, y los mecanismos de un mercado frente al que la van: guardia experimenta, al_mismo tiempo, nausea y fascinacién, La competencia en el merca do y por el piblico es, como se sabe, una forma moderna de la competencia estética; a la vez, rechazo del mercado y divisién del piblico responden a una mis ma tendencia, Otro plblico (un piblico de iguales al escritor de vanguardia, en oposicién a los distintos, los filisteos, los incul- tos) nace de esta division, que €5 tanto »simbélica como real Martin Fierro, desde ol comien 20 al fin, insiste en su programa de “crear un ambiente literario” en esta insistencia puede leerse la convieci6n de que ni las insti tuciones que dispensan el presti gio intelectual, ni las formas de la mercantilizacion (editoriales, diarios, revistas populares, toda la serie de folletos tipo La nove. Ja somanal) pueden articular a la vanguardia con su piiblico, A este pUblico es necesario crearlo, tra zando un perfil que lo distinga 3 de ese burgués filisteo o insensi- ble, “hipopotémico” como lo apostrofa Martin Fierro en su “Manifiesto”’. La vanguardia tematiza, en el periédico, de una manera origi- nal, la tension caracteristica con el mercado literario, Dos ejes, lucro-arte y argentinos-inmigran- tes encuadran la descripcién y la alternativa martinfierrista. Y lo importante es que estos ejes no s6l0 operan en su programa de teforma del campo intelectual y ereacion de un piblico de nue- vo tipo, sino que también modi fican revolucionariamente el si tema literario y desplazan los Ii- mites mismos de la literatura ‘eulta’, En el texto de Martin Fierro el origen de clase del escritor esté ulado, sin excepciones, a la aspiracién de hacer dinero con la literatura?. Cuando se cultiva una relacién estrecha con el mer- cado de bienes culturales, se adopta una estética que no po- no en cuestién of gusto, pervert do y vulgar, que ese mismo mer- cado consagra, De alli que el pe- riédico enfrente la estética del lucro con la estética del desinte- rés econdémico. En este marco puede reubicarse la diferencia de Martin Fierro con los escrito es ve Boedo, los editados por Zamora, las colecciones de Cle- ridad. Desde la perspectiva de la vanguardia, la estética de Boedo revele su verdadera naturaleza en su disputa por el mercado, cuando adopta, incluso, formas que se mimetizan con fa literatu: fa de folleto, sobre el modelo “novela semanal’': tipo de edi cién, tirada, precio, distribucion y finalmente el piblico que se disefia segin estas modalidades, “las Milonguitas del barrio de Boedo y Chiclena, los malevos y los verduleros de las pringosas ‘pizzerias’ locales’. Hay una verdad social en la ‘oposicion lucro-arte, que afecta a |a caracterizacion del publico, En realidad, son dos publicos, el de ‘a vanquardia y el-de Boedo, que se diferencian por el sistema de lecturas, por su colocacién en el espacio urbano [gente de los barrios y gente del centro), por el gusto respecto del arte en general {un pdblico fandtico de! teatro argentino y de las grandes com- Pafilas nacionales, frente un pi- que la revista quiere formar en Ia dignidad estética del cine y del jazz). Pero el eje /ucro-arte afecta también al objeto |iterario mis- vide en literatura y : "Sabemos, si, dela existencia de una subliteratura, que alimenta la voracidad ines- crupulosa de empresas comercia- les creadas con el objeto de satis- facer os bajos gustos de un pi: blico semianalfabeto’’*. Asi la condena moral def lucro puede enunciarse también como conde na estética. La flexion ética no es, por supuesto, mera falseded, representacion ideolégica o aspi. racién de distincién simbélica. Y en el aspecto estético del ar- gumento se define, como se vera enseguida, Ia ‘originalidad’ de Martin Fierro como programa li terario alternativo. La comple dad de este movimiento doble no puede explicarse s6lo por una ra- z6n de clase, aunque la fuerza con que se establece el nexo en: tre literatura ‘comercial’ y sensi- bilidad ‘inferior’ subraya, hasta en las lexicalizaciones, la impor- tancia del origen del escritor, sin que éste deba ser pensado en términos estrechamente biogré- ficos ““JOvenes con verdadera y hon: rada vocacion artistica, ajenos al afan de lucro que puede desvi los de su camino”, asi se definen los martinfierristas. Y si bien la trivialidad de la formula los acer- ca mas a los clisés del arielismo Novecentista que a la radicalidad antiburguesa de las vanguardias europeas, la afirmacion de que el lucro desvia del camino del arte es, por si misma, un principio estético, Martin Fierro rechaza la estética del escritor profesio: nal que era, para Boedo, la del naturalismo tardio y Ia ‘literatu- ra social’. Manuel Galvez esté inculado por una linea de con- tinuidad con este partido: son, para Martin Fierro, los “fabri- cantes de novelas”, de literatura ‘baja’. Pero équé hacer con Ho- racio Quiroge, qué hacer, inclu- so, con Benito Lynch? Cuando en 1923, Ia revista Nosotros organiza una encuesta a los jévenes', a la pregunta so: bre cudles son los escritores que los encusstados respetan, la ma ygria de los que poco después iban a ser martinfierristas con vencidos responde Quiroga, ‘embargo, meses més tarde, cuan- do Martin Fierro empieza a des- plazar las lineas del sistema lite- Tario, Quiroga es desterrado para siempre, Solo se le dedica un epi- tafio del “Parnaso Satirico”, que con malicia aclara su deuda con Kipling. En el caso de Quiroga, las razones literarias argumenta- das, con justicia, contra Manuel Gélvez se expanden hasta in- cluir toda literatura que-circula- ra en el mercado, con indepen dencia de su calidad. Y més atin la que se publicara en las “glorias de la novela sema- nal’, La violencia de la polémica con Boedo, el tipo de insulto que se lanza, el silencio que pesa sobre Quiroga (a quien meses an tes todo el mundo leia y recono- cia) demuestra que esta en deba- te una cuestién fundamental. Pa- ra la vanguardia, el mercado im- prime su marca sobre los pro ductos que hacer circular; son textos escritos segiun el gusto de un pablico ampliado por los ha- bitantes de los barrios. La ideo- logfa literaria ennoblece las razo nes de la oposicién al mercado: “En arte hay dos actitudes: la de mirar al pablico y hacer piruetas de histrion necesarias para que los espectadores le arrojen las moneditas de su simpatia (gloria mundana) y la de encararse con el misterio inexpugnable del arte mismo, siempre capaz de enno- blecer con su perenne juventud a fos que se dan de cuerpo y al- ma’’?, El pdblico que la vanguardia martinfierrista reinvindica se co- loca a contrapelo del mercado. Y, ademas, como los escritores de Martin Fierro, se define bau- delairianamerite por su sen: dad ante lo nuevo: “lo nuevo es la mitad del arte”, cita por en- tonces un correspondal madrile- fio del periddico, Guillermo de Torre, Al proponer a lo nuevo como canon del valor estético, Martin Fierro realiza un gesto caracteristico de las vanguardias: dividir al pablico. ¢Por donde Pasa la linea de division y cua- les son las normas que la pautan? Si el gusto por lo nuevo se con- vierte en programa éstético, el rechazo de las zonas ‘bajas’ de la cultura repite la oposicién entre arte verdadero, superior, desinteresado, y arte contami nado por el lucro. Pero, el re- chazo de los bienes culturales que circulan en el mercado no s@ apoya en todos los casos en un juicio estético diferenciado, ya que las novelas de Gdlvez, algunos de los libros de Boedo, el teatro nacional y la literatura publicada bajo la forma de fo- lleto comparten el repudio o el silencio con Quiroga y Benito Lynch. A la critica de la literatura que difunde el mercado, se une el juicio (social) sobre el publi- co que la consume y, por exten- sion, sobre los escritores que la producen: piiblico ‘bajo’ es el piblico nuevo, es decir, el que se ha constituido en el proceso de urbanizacién y asimilacién de los hijos de inmigrantes a la sociedad nacional Hay que salvar la fonética En efecto, Martin Fierro repi- te, con algo de obsesivo, un te- ma: el de la ‘deformidad de pro- nunciacién’ que no sélo cz ica al nuevo lector sino también a Ja literatura que se escribe para él, Esta deformidad, donde pue- de rastrearse al inmigrante o a sus hijos, afecta a la lengua de la lite- ratura ‘baja’ y a su poética. Des- de esta perspectiva, Martin Fie- fro propone una nueva versién del tema de la pureza lingifstica, que, en la historia de fa cultura y las ideas argentines, esté vincula- do casi siempre al de la pureza ‘racial’, reinvidicada por los ar- gentinos viejos (gente decente, sectores tradicionales aunque no necesariamente présperos) frente a los inmigrantes, La prueba de la pureza lingiifs tica fue una de las claves del Programa nacionalista del Cente- nario, Unificé al ala democrético- liberal con la oligérquico-reaccio- naria®. Ricardo Rojas, por ejem- plo, expresa, en La restauracién nacionalista, su alarma ante la proliferacion, en la calles porte- fas, de carteles escritos en italia- no 0 en idisch; piensa que el fan- tasma de la corrupcién lingiiisti- ca puede llegar a bloquear la todavia incipiente ‘cultura argen: tina’. Lugones, en Historia de Sarmiento, recordaba, compla- ciendo su macarrénica inclina- cién por las letras clésicas, que os griegos llamaban barbaro a quien no podia recitar las poe- mas homéricos. Y concluia que el gringo, la “plebe ultramarina”, es nuestro barbaro. También para Martin Fierro, {a "jerga ramplona plageda de ita: lianismos" tiene su explicacién en una literatura que cultiva la “anécdota de conventillo", y es la que corresponde a sus autores, los. “‘realistas italocriollos’, ca- Facterizados como los barbaros de Lugones por su “pronunzia exotica’. Entonces, dos escritu- ras, dos publicos, dos lenguas: 1a de los “argentinos sin esfuerzo” y la de los que, al contaminar el castellano, no pueden recla- mar un entronque con la tra cién nacional, EI tema de la contaminacion lingiistica mo tuvo siempre la misma funcién en las idelogias culturales argentinas. El cambio de funcién esta claramente rela- cionado con los sujetos que rea- lizan o impiden, segGn los casos, a operacién contaminadora. Los roménticos del 37 reinvidicaron el derecho de los intelectuales a galicar la lengua para galicar el pensamiento: tanto en los dis- cursos del Salén Literatio como en la propuesta de Sarmiento (aprender un idioma extranjero es simplemente aprender a leer) Ja contaminacién del espafiol por la asimilacion de las otras lenguas europeas no parecié un peligro que podia llegar a deformar la es- critura, sino una condicién para que la cultura argentina se incor- porara a la modernidad. En los roménticos, ademis, la cuestion se limite a la lengua dela lectura y el conocimiento de idiomas extranjeros s¢ considera adquiri- do cuando se puede leerlos y traducirlos. Asi como la, lengua extranjera no es percibida como amenazs a la pureza del espafiol (que, por otra parte, no aparece como valor a reinvidicar), la cues- tign fonética es irrelevante. Comienza a ser relevante cuan- do el dominio de ta lengua ex- tranjera es considerado més que un instrumento cultural, un sig- Cené y Mansilla'®. Se aspira a pronunciar el francés como los franceses y este bilint es percibido como amenaza de corrupci6n del espafiol hablado © escrito, Sucede que los bilin- lies son los escritores 0, en ge- neral, los espiritus distinguidos. Por el contrario, cuando los bi- lingiies provienen de otros secto- res de la sociedad, cuando es el inmigrante y sus hijos los que cnvierten a Buenos Aires en una Babel que desconcierta primero y desespera después a los idedlogos del Centenario, 1a proliferacion de la lengua extranjera, fuera de la capa intelectual y de la ‘buena sociedad’, no como lengua de la cultura sino como lengua de ori- gen y de clase, comienza a ser vivida como una amenaza que se proyecta también sobre el campo 6 de la cultura, Los escritores que publican en Martin Fierro, es casi innecesario sefialarlo, son traductores y, en algunos casos, perfectamente bi- lingties. Pero. su bilinglismo se ha construido sobre un expajiol aprendido sin esfuerzo y que, por lo tanto, garantiza la fun: cién y los limites del idioma extranjero. Sensibles a la menor vacilacién fonética, saben que es en ella donde se prueba la pro- lad sobre la lengua. En el saludo con que Martin Fierro celebra la aparicién de la se- gundo Proa, se dice que de los escritores alli agrupados se pue- de esperar mucho por su “aden- tramiento en la tradicién, ya que sus nombres los enraizan con fa- milias netamente argentinas’. Detrds de esta formula puede leerse una de las razones que seep a legitimidad del ‘al_mismo tiempo, {a propiedad. (linguistica y 30: cial) de la lengua literaria. La funcion del bilingliismo cambia cuando se altera la colocacién respecto de la cultura de los su- jetos bilingies!1. En la polémica con Boedo, un punto central de la argumenta cién de Martin Fierro fue la cuestion del lenguaje, en espe- cial la lengua oral, las realiza- describe a la do como el producto de quienes tienen con el lenguaje una rela- cién exterior y se ven en la ne- cesidad de ocultar una pro- nunciacién extranjera. Le proxi- midad con la lengua oral, garanti- zada por una adquisicién ‘natu- ral’, funcionaria como condicion de una escritura argentina, Toda relacion con el lenguaje que haya sido mediada por la represion de la lengua extranjera, producird tuna literatura viciada por el ori- gen espurio del escritor. Relacién con la tradicién na- cional, relacién con a lengua y desinterés frente al mercado literario forman una estructura ideolégica y estética en la van- guardia argentina. No todos los elementos de esta estructura, ni la forma literaria con que apa- reen en la revista, tienen la mis- ma importancia. La dindmica pro pia de la iconoclastia vanguar- dista corroe el peso de la tradi- n cultural. No obstante, la identidad cultural nacional es el tema de la primera encuesta de Martin Fierro, y en las respuestas pueden leerse nuevas y viejas ver- siones de los linajes culturales.'? En esta estructura, lengua y desinterés frente al mercado lite- rario estén unidos por un nexo firme, E| desinterés de la van- guardia respecto de la consagra- cién en el mercado implica un doble juicio sobre la mercan zacion de {a literatura y sobre el piblico que la hace posible. Es ese pablico ‘bajo’ que impone su pronunciacién contaminada e influye sobre el uso ‘ileg/timo’ de los temas urbanos. La propie- dad sobre el lenguaje es, para Martin Fierro, también propie- dad en el uso del lenguaje y la segunda esté garantizada por la primera. En relacién a ‘estructura de santimien- tot wéae la entrevists 8 R. Williams publi: fads en Punto de viet n° 6. * Verse “The Poverty of Theory”, for midable pompilet tebrico-politico, a veces atbitraria @ injusto, pero siempre brilante 4s Thompsoa en The Poverty of Theory and thers Essays, 1978, * Como, por ejemplo, al anacronismo que hace de los procedimientos de’ex Incluye entrevistas a N. Rosa, R. Piglia, O. Lamborghini y Severo Sarduy y articulos de los responsables de la publicacion, un grupo que desde hace varios afios trabaja en temas de literatura argentina y teoria literaria. 23 Soy de una familia de doce hermanos, me rio porque yo solo me entiendo. Cuando tenia siete afios, entré como criadito en la casa de dos sefioras viejas muy finas, en el pusblo de 25 de Mayo. Ellas eran muy buenas, pero en esa casa se comia solo coses de copetin, masitas, sandwiches y cosas sala- das. Ellas comfan cuando iban a una fiesta y trafan un poco. Yo ya estaba cansado de esa comida y le je a mi mamé; ella me cambio y me puso a traba- ja en un hotel para hacer la limpieza de las piezas y los mandados, también en 25 de Mayo. Los due: fios, que eran dos hermanos, se paleaban todo el ‘tiempo; gritaban; cuando uno me mandaba a ba- rrer, el otro me gritaba que qué estaba haciendo. Yo hab{a aprendido a decir que barrfa por mi cuen: ta, como si nadie me hubiera mandado, para ver si paraba la pelea, pero no; igual a la noche segu{an peleando y vociferando, Yo de noche no podia dormir; pero no podia decirle a mi mama que me quer(a ir de alli y pensaba en cémo harfa. Justa mente, lo que son las casualidades, en esos dias vi en la pleza ‘a un cura viejito, bajito, montado en un caballo viejo y chiquito. Me acerqué. Me puso la mano sobre la cabeza, me dio una estampita y me pregunté si nc queria ser sacerdote, Yo le di —éCémo seria eso? -Para apaciguar las almas —me dijo. Me perecio que era una cosa buena y necesaria, le dije que lo iba a pensar, que cuando él volviera, en una semana, yo le ibs a conitestar. Porque el jito se fue yendo para el campo, a buscar vocai nes, Me dijo que estaba muy cansado y que su ca- ballo estaba muy viejo. A mi me produjo una gran impresion esa frase “Para apaciguar las alas” y también el cura viejito con su caballo. Estaba du- doso, tenia 11, afios, pero era como si no le pudiera falar a él; necesitaba un ayudante. Me puse a pen- sar. ¢Y ahora, como le digo a mamaé? Me tomé una cafia en el almacén de la esquina para darme valor y le dije, con mucho miedo: ‘Mamé, quiero ser cura. Mi mama es muy brava y levantisca, de mucho caricter. Le conté la historia y contra lo que yo pensaba, me dijo: Si estds decidido, hijo, anda. Mi mamé tloré, Yo no la habja visto llorar antes, ahora !a vefa de un modo nuevo. Le dije que si al 24 Hebe Uhart Las abejas son rendidoras Hebe Uhart nacié en Moreno, provincia de Buenos Aires. Es egresada de la carrera de filosofia y ha trabajado como docente. Se han editado ‘cuatro libros con sus relatos: “Dios, San Pedro y las almas”, de 1962; “Eli, Eli, lamma sabhactani”, de 1984; “La gente de la casa rosa’, de 1970; y “El budin esponjoso”, de 1977. cura y me fui aun seminario chico, en el campo; ramos cuatro seminaristas; uno se fue y después quedamos tres. Ahora yo le voy @ confesar una co- sa que me lena de vergiienza, no sé si decirselo, me da tanta verguenza. . . ¢Porque sabe? Yo... Yo soy cura, bah, me rio, pero yo me entiendo. éSabe una cosa? Yo soy cura y no sé latin. Porque como éra- mos tan pocos en el seminario, cuando estaban ‘ensefiando | , @ mf me mandaban a cuidar los conejos. ZY si no quién los cuidaba? Yo, como era chico y no comprendia, preferia cuidar los cone- jos. Pero ahora, cuando rezo el breviario, siento tuna especie de desaz6n; lo que entiendo me encan- tay lo que no entiendo, es'como si tuviera una cul- pa. Cuando Io veo leer al padre Frers que es latinis- ta, siento una admiracion... Mas le voy a confe- sar: cuando rezo el breviario y hay partes que no entiendo, me entra una sensacién rara, como un miedo, no sé cémo decirle Un miedo fisico, le diria yo; no sé si me puede entender. Como le decia, éramos tres seminaristas y un verano quedamos dos solos; Julio y yo. El otro mu- chacho se hab/a ido de vacaciones. Julio le dijo a nuestro superior que queria aprender hebreo. La nica que sab/a hebreo en el pueblo era la hija del farmacéutico; Julio fue a aprender con ella, se ena- mor, dejé el seminario y se cas6 con ella. Alliem- pecé a pensar mucho y finalmente me enfermé, Pensaba ‘“éPor qué me siento mal?” “éAcaso qui siera hacer lo mismo, casarme?”. No. “Lo extrafio a Julio porque se fue?”. No. “éMe siento solo?” Si, tal vez me sienta un poco solo, pero no era eso. Empecé a entender que la voluntad de Dios es in: comprensible y aprendi que la voluntad de no la lee uno antes, sino después de mucho que se dieron los hechos. Pero como era muy joven todavia, la voluntad de Dios me parecia terrible a veces e incomprensible. Entonces pensé: “todo lo que pueda, lo voy a analizar por mi cuenta, a mi manera; todo lo que esté dentro de lo humano, de mi alcance, lo voy a mirar por todos lados; lo que no pueda, lo que no esté a mi alcance, selo dejo a Dios”, Eso es facil de decir, pero dificil de llevar a la prdctica. Me ordené solo y Ilegé el baile cuando empecé a confesar. Yo no conocia nada de la vida, de la gente, nada de nada. Y se me aparecié la gen- 1 totalmente distinta de como la vela antes. Ade- més siempre la gente era culpeble de otro pecado Gistinto del que venia a confesar. Venia alguien y me decia: —Padre, tengo pecado de envidia. Y yo ahondando un poco me daba cuenta de que no era envidia, era desesperanza. Por ese tiempo, empecé a sofiar con mi padrino de sacerdocio; el que me reclut6é y me dijo que ser sacerdote era apaciguar las almas. En un momento de amargura pensé que las almas no querian ser apaciguadss, sino momentdneamente calmadas, pa- ra después volver a empezar la lucha terrible de siempre. Entonces pensé que a la gente habia que consolarla, protegerla, tratarlos a todos como a ni: fios que en el fondo eran, darles alegria. Consegui formar muchos grupos de boy scout, de padres de familia. Iba a muchas casas y no podia salir sin co: mer un poco de torta 0 tomar un vaso de vino. Yo decie firmemente que no, que ya habla comido, pero no habia caso; probaba la torta que habia he: cho la nena, empezaba el vino que estaba reserva: do. En esa época en que iba tanto a las casas, de Tepente yo pensaba si no me estarla desequilibran- ‘do, Sentado delante de un montén de tortas, a ve- ces ten fa ganas casi irreprimibles de soltarme a reir; entonces disimulaba eso con un chiste. Un di, una seffora que yo visitaba, me dijo: =Padre, ZNo me da una estampita? Yo no Ilevaba estampas y entre los sacerdotes més evolucionados a veces hacfamos chistes @ costa de los curas que las llevaban. —No llevo estampitas —dije condescendiente. —Pero me tiene que conseguir, ¢eh? ~dijo. +—Bueno, bueno, le voy a traer. Y cada vez que me preguntaba le decia que no tenia, que me habia olvidado, fingiendo un olvido desmedido. No queria llevar estampas. Empecé a pensar en qué curiosa es la gente, Esta sefiora por ejemplo, de gran cardcter, capaz de pelearse con cinco camioneros juntos, imparable, ingobernable, querla a toda costa una estampita, Perdéneme que me tia, me da risa el contraste entre ella y la estam- pita. Después consideré el asunto de otra manera: ellos me quieren dar algo, torta 0 vino y exigen que yo les dé algo, aunque sea una estampita, de re- cuerdo mio. Evidentemente yo no podia recibir de ellos nada mas que les tortas que tanto alababa © el vino. Y ellos querian algo. ¢Por qué en ese mo- mento no podia recibir otras cosas de la gente? Eviaba el centro de los problemas; cuando yo tan- teando, trataba de llegar al centro de un problerta personal, se defendian con uflas y dientes y yo pen- saba “‘Debe ser que lo necesitan’’ "Debe ser que no es el momento adecuado”. Cada dia estaba mas gordo y pesado, y ya me habia acostumbrado a llevar estampitas. De ese achanchamiento me vino a sacar un hecho insdlito. Entre las casas que visitaba, estaba la de un mati monio, jovenes todavia, tirando a medianos, que estaban en confesidn? ellos eran de las pocas perso nas con las que yo podia charlar a mis anchas, en confianza y con cierta intimidad. Ten an hijos pre- ciosos, lindos ellos mismos, bien abaste: it ser ricos. Su casa era acogedora; habian hecho de la cocina un lugar cdlide y muchas noches nos ret nfamos @ charlar; ellos mismos, cuando tenian ga- nas, me llamaban para que fuera a cenar. Me sentia cémodo con ellos porque eran précticamente los 2 Gnicos que me decfan fo que pensaban de mi, que me estaba quedando un poco. Yo no sé qué es lo que me gustaba més de eso casa, si esa confianza, esa posibilidad de ir cuando yo queria, yo creo que toda; los chicos, el perro, todo me hacia bien alli, Yo a mi vez limabe cierta intransigencia, cierta tozudez de ellos en esuntos religiosos y politicos, que me parec a una frivolided propia de personas bien abastecides, que no han so- portado una nifiez como la mia. Sus teorias sobre fos cultivadores de papas diferfan mucho de la rea- lided, toda mi familia haba sido cultivadora de pa pas, de modo que yo podia aportarles bastante con mi experiencia. Pero siempre tuve dificultades para expresarme; sé como son las cosas, las siento y tal vez desisto de explicarlas porque me da trabajo. Por eso admiro al padre Frers, que hebla en latin Y que se expresa de modo perfecto en castellano, el don de lenguas, que es un don del Espiritu San- to. Un dia, siguiendo con lo otro, me viene a bus. car Pablo, el chico mayor de ellos y me dice: José, venga pronto a casa, pap, papa. . . quiere matar a mama. En ese momento no atiné a ir inmediatemente, ‘Quedé petrificado como por un ramalazo que me sacud{a todo el cuerpo; transpiraba, tomé un vaso de agua y ful caminando como podia. Pablo me decia: ‘Vamos, vamos. Ellos viven casi al lado de la parroquia, Pasé el jardincito medio descuidado y encantador y ahora me parecid siniestro, Entré y él estaba con un re- volver en la mano y ella sentada en el suelo con las piernas abiertas, alelada. Me vio venir y me dijo: -Ojoal fierro, que es de plata. Le pedia al Espiritu Santo que me iluminara répidamente sobre lo que tenia que hacer. No te- nia tiempo de pensar. Entonces el Espiritu Santo me ilumin6 para que le hablera asi: -Boludo, pelotudo, qué lindo revolver que te- nés, ¢Te gustan los fierros, eh? Qué machito que 505. Todo-dicho en un tono de vidlencia contenida, era un tono, como le puedo decir. .. como de un canalla, que después yo me sorprendi de haber hablado as/. Logré asombrarlo, nunca se imagind que yo hablaria asi, bajo el revolver ... Y de re pente me eché a reir, pero exo me salié de adentio, no sé de donde y él se asombr6 mas todavia, deié el revolver y empezd acaminar. Pablo miraba todo con suma atencién. Ella se levanto y eso indicaba que todo habia pasado. Alle dije Mirdle la cara a tu hijo. El lo abraz6 y lloré, se pegotearon los tres, se abrazaron y lloraron todos juntos. Menos mal que el mas chico no estaba. Después ella se fue a acos- tar a Pablo a la cama. Yo me quedé con él, char- 26 lendo en la cocina. Yo usé un coraje que me dio el Espiritu Santo, que no era mio. Me sentia mal fisicamente, pero deb/a sobreponerme, porque é! preciseba ayuda en ese momento. Usé un coraje que no tenia y me hizo mal, porque me enfermé. 80 que me hizo mal y me hizo bien, Me zo mal por un lado, por el cuerpo, me hizo bien para el alma. No sé si usted puede entender esto. Mi cuerpo se enfermé, pero después que sucedidé todo esto, yo senti como un alivio y una necesidad de irme de alli, de ese lugar, Este hecho me hizo ver que hacia rato yo querfa irme de ese lugar. Pa- saban muchas cosas por mi cabeza. Si bien el espi- ritu habfa hablado por mi en ese tono canallesco para aplacarlo, yo, cada vez que lo vela a él, no podia eviter pensar de él lo mismo que le habia dicho y en ese tono, Era como si se me hubi pegado ese espiritu. Por otro lado, vela las casitas con su pasto bien cortado, los chalets con sus faro- litos y pensaba ‘Qué desastres no estarén suce- diendo all{ dentro!"’. Las casas habian perdido esa sensacion de paz que antes me daban. Y @ pesar de esa sensacién que me perseguia, sentia que mi elma revivia; a medida que mi alma revivia volvia a en- contrar el alma a las otras personas, porque se me habian perdido. Y aunque estuviera urgido por ir- me y lo estaba, aunque se me aparecieran toda una serie de fantasias siniestras, sentia una especie de ‘agradecimiento. La idea de irme de ahi me alegra- ba; le dije a mi superior que queria trasladarme, y mi superior me trasled6 a colegio, donde usted me ve ahora. La verdad, le voy a ser sincero, yo no sir vo para colegio. Toca el timbre de entrada, izamos la bandera y cuando van a los salones, pienso: “Ya esta la hacienda en su jaula’’. Me tengo que cuidar mucho de no decir eso en voz alta; algunos profe- sores se horrorizarfan, Ellos vienen y me dicen: Padre, compramos un microscopio. Y yo digo: = iPero qué bien! Icudnto me alegra que hayan comprado algo tan util, tan hermoso! —-Venga padre, a mirar cémo es. Voy, 10 miro y miro un poco por el microsco- pio, Miro y digo: ~ iQué extraordinario! Pero no sé qué es, no me doy cuenta. La verdad es que estoy pensando en otra cosa, Desde que es- toy en el colegio estoy pensando en otra cosa y eso me ayuda a sobrellevar todo lo més bien; me dicen que compraron el telescopio, que la profesora de Castellano se peled con el de foria y atiendo a las madres. La Sra, de Luchesi me buscé cinco ve ces hasta que me encontrd; era para saber porqué le habian puesto 9 al hijo en vez de 10; vino a pe: lear y terminamos amigos. Y tengo paciencia, y estoy de buen humor porque pienso que en cuanto pueda, me voy a ir al campo a criar abejas. Las abe- jas, ésabe lo rendidoras que son? La mafiana del domingo 16 de noviembre, Héléne Althusser, es- pose del filésofo Louis Althusser, fue encontrada muerta en su de- partamento de la Ecole Normale, en la calle Ulm. El filésofo, presa de un delirio agudo, se acus6a si mismo de haberla estrangulado. E| médido de la universidad, Etienne, y un director delegado lo dominaron, con la ayuda de un cuidador, y lo internaron en el hospital de Saint-Anne; Nadie, ni_en la calle Ulm ni entre sus amigos personales, querfa creer que Louis Althusser habia asesi- nado a su mujer. Sin embargo, el primer informe de la autopsia indicé que la laringe de Héléne habia sido aplastada, lo que pro- baba el estrangulamient« Este drama ‘privado’, que nos afecté profundamente a todos sus amigos, se convirtié, sin que Pudiera evitarselo, en un asunto piiblico, a causa de la fama y la jerarqufa de Althusser. Parecié natural que le prensa se arrojara sobre él. Pero no fue tan natural que se cometiera una doble in- justicia: respecto de Althusser y respecto de su esposa. En primer lugar, es falso el nexo establecido entre el pensamiento de Aithus- ser y la tragedia de la Ecole Nor male. Algunos Ilegaron incluso a sugerir que carecia de las cualica- des necesarias para la ensefianza Otros, més. insidiosos todavia, supusieron que sus posiciones co- munistas lo habfan convertido en un asesino en potencia. En reali: dad, la tragedia del 16 de noviem- bre fue el desenlace de la insos: tenible tortura sufrida por un hombre que en los Giltimos di ciocho afios habia luchado con- tra un grave desorden psicolégi- co. Ese domingo, evidentemente, £0 ayot6 su capacidad “para com. prender o desear algo”, haste tal punto que, dos dias después, el magistrado que 10 examiné en el hospital de Saint-Anne debié sus: pender una orden de reclusion. Es por lo tanto ultrajante la insi- nuacion de que recibié un trato K.S. Karol La tragedia de los Althusser La muerte, a manos de Althusser, de su mujer, hizo proliferar versiones donde la mala fe compiti6 con el desconocimiento. Enfrenténdolas, el brillante periodista Karol propone una perspectiva razonada sobre la tragedia. preferencial a causa de su nom- bre y posicién. Sin duda, un filé- sofo no esta por encima de la ley; Pero tampoco, por e! hecho de serlo, puede privarselo de la pro- teccién del Cédigo penal francés, donde se afirma que “no existe crimen cuando el acusado sufre de insanfa en el momento del hecho". Otra injusticia consistié en la explotaci6n indecente del caso de Héléne, la esposa, que no fue una mera vietima de su lo- cura, sino un ser humano, con una personalidad, una obra y una vida propias. He recorrido las no- ticias de los diarios sin hallar ni siquiera unas pocas lineas que describan el carécter y Ia indivi dualided de Hélene. Helene tenia setenta afios en el momento de su muerte, diez afios més que Althusser. Pequefia y frdgil, se la veia todavia ele gente, vivaz y, en ocasiones, in- clinada a as respuestas incisivas. Provenia de una familia judia muy pobre y se habia abierto un camino al estudiar literatura e historia; mas tarde habia proba do fortuna en el cine, como asis. tente de Jean Renoir. Lleg6 en. tonces la noche negra de la pacién alemana. Hélene no Hlevo {a estrella amarilla: pasé de inme- diato a la Resistencia, con el nom. bre de guerra de Mademoiselle Legothien. Estuvo en relacién con Camus y su grupo y pasb a ser luego enlace de los partisanos franceses. Por esa época se afilid al partido comunista. Segin to que he sabido, fue esta mujer de accién la que atrajo la atencién de Althusser, por entonces un filosofo joven en un medio cat6 lico, en direccién al comunismo. Habia pasado la guerra en un campo en Alemania, y sintid de inmediato admiracién por esta mujer que habia luchado real: mente, y en especial, porque Hé lene continuaba trabajando como socidloga “entre las masas’’, a di- ferencia de Althusser mismo que era un investigador de gabinete, De hecho, Héléne nunea aban- doné ese trabajo. Durante mas de veinte afios, hasta que se jubilé, realiz6 investigaciones, ya en me- dios campesinos, ya urbanos, 0 estudiando algunas cuestiones re- feridas al Tercer Mundo. incluso después de su retiro en 1976, si- guid una investigacién en curso sobre la familia de clase obrera en la cuenca del Fos. Es posible que las investigacio- 27 nes de Héléne sobre clase obrera tuvieran influencia sobre las po siciones pol{ticas de Althusser en los Ultimos afios. Sin embargo, y pese @ lo que algunos han afir- mado, Althusser no fue nunca un décil seguidor de Ia linea del partido comunista: su ortodoxia tiene como base la fidelided al marxismo y no al PCF. Pero era cauteloso por naturaleza y actua- ba como si creyera que pod ia,ga- narle una complicada partida de ajedrez a la linea partidaria, si lograba influir sobre los jévenes en el “frente tedrico de la lucha de clases’’. Héléne tenia un estilo més abierto y, cuando en abril de 1978, Althusser atacé el cuar- tel general del PCF en su serie de articulos de Le Monde, algunos ereyeron reconocer, junto a la célera del filésofo, la franqueza de Héléne, En lo que a mi res- pecta, conoe/ de cerca a los Al: thusser hace s6lo cinco afios y tengo la impresién de que Louis estaba diciendo en voz alta lo que pensaba desde mucho tiem- po atrés y qué, a su modo, habia dejado traslucir en varios escritos de cardcter tedrico, menos acce- sibles a un pablico amplio. Prue- ba de ello, es la larga entrevista sobre el Estado que concedié a I Manifesto en 1978, texto que establece uns clara oposicién con su folleto de 1973, Respuesta a John Lewis. Althusser extend: ahora su critica al partido mo, considerdndolo como una institucién modelada sobre el Es- tado y, en consecuencia, incapaz de captar o expresar ni la espon- taneidad colectiva de las masas ni la dimension del individuo. No es fécil, en consecuencia, seguir los senderos imbricados de ‘dos personas tan diferentes. En el campo de las ideas y de la lu cha politica, Héléne permanecié siempre en la sombra, fuera de la escena politice. Pero su fun cién era primordial en todo lo que concernia a la enfermedad mental de su esposo. Muchos de os discfpulos de Althusser, y también muchos de sus amigos, 28 prefirieron ignorar esta zona te- rrible de su vida, como tributo al espiritu de discrecién 0 por- que no querfan sufrir a causa de ella. Se sabia, sin embargo, que desde 1962 el fildsofo era victi- ma de periddicas depresiones, que, cada vez con mds frecuen- cia, to conducian a la cl nica psi- {quidtrica. De cada una de ellas ogré salir mediante un esfuerzo tremendo de la voluntad; una y otra vez comenzaba a escribir de nuevo, volvia a dirigir su semini rio y @ comprometerse en las ba tallas politicas, viviendo todo el tiempo con el temor de una r ida que consideraba inevitable. Nuestra sociedad siente un pé nico tan grande frente a la enfer- medad mental que afsla a los afectados, entregindolos a_ins- tituciones o a su familia. En el caso de Althusser, la Gnica fami- era Héléne. S6lo olla, durante estos largos afios, compartio la angustia de su marido, se ator menté e incluso lo atormenté a Louis, A un psicoanalista le re- sulta siempre dificil encontrar las palabras que puedan ayudar al paciente en su pesadilla. Pero es més diffeil atin para alguien colocado tan cerca, para una es- posa. Muchas veces lo més duro és impedir que la destructiva tu cidez del depresive to arrastre a uno mismo. Y asi, Louis y Hé- Ine, que no podfan vivir uno si el otro, tampoco podian encon- trar juntos la paz. A principios de julio, Atthu: sser s@ sumergié en una de sus depresiones mas agudas. Solo al- gunos de sus amigos estabamos alli, siguiendo la tortura que s portaban él y Héléne en medio del verano. Paris estaba vacio y |b universidad tembién, En la cl nica, Louis yacia hostigado por los fentasmas de la muerte, el sentimiento de la pérdida de iden- tidad y Ia carencia de razones para seguir viviendo, Era un hom- bre sin defensas, obsedido por la idea del suicidio. Recuerdo ha- berlo visto en otras clinicas, en estados depresivos anteriores, y recuerdo que entonces habia sido ‘capaz de interrumpir un mondlo- go melancélico para intercalar ‘observaciones perfectamente co- herentes, y a veces brillantes, sobre Gramsci o sobre temas ge- nerales. Pero esta Ultima vez estaba como separado de todo. Se me explicé que su enfermedad habia adquirido una gravedad exasperada precisamente porque estaba a punto de vencerla, de sobreponerse al asalto final de la insanfa... Esta prognosis fue errada. A principios de octubre, Louis y Héléne fueron al sur para pasar_unos dias antes de volver a la Ecole Normale. La situacion habia mejorado algo, pero no po- dia decirse que fuera normal. No recibfa a casi nadie, no lefa, ha- blaba poco y proyectaba volver a la clinica. Su estado tmpeord justamente antes del dltimo fin de semana y Héléne decidid sus- pender todas las actividades que habia. planificado para é!. Estaba jentemente ansiosa, pero no més que durante similares crisis pasadas. De algo estoy seguro: s6lo temia por él, no por ella, ya que nunca se habia sentido ame- nazada_ El domingo a la mafiana ama- necié muerta, con el rostro en paz y 10s ojos cerrados. No hubo testigos del fin y nunca sabremos lo que sucedié en esas horas fa- tales. Louis Althusser. atraviesa un estado de confusién en el que nada puede explicar. Por ella lo inico que podemos hacer es im- pedir que la borren de nuestra memoria y recordar todo lo que hizo junto a Louis Althusser. Por él, en cambio, todavia podemos hacer algo: debemos esforzarnos para que a su desesperacién no se afiada una reclusién que lo prive de cualquier posibilidad de cura, Nosotros, sus amigos, que, de un modo u otro, durante po- cos 0 muchos affos, conocimos ‘su brillo intelectual y su integri- dad more!, elo podemos esperar que, més allé de la tragedia, ia paz interior pueda alguna vez volver a Althusser. LIBROS Luis Alberto Romero Politica, nacion y Estado en la Argentina del siglo XIX Proyecto y construccién de una Nagién (Argentina 1846-1880). Prélogo, seleccién y notas de Tulio Halperin Donghi. Ca- racas, Biblioteca Ayacucho, 1980, 599 pags. Casi inmediatamente después de Caseros, un grupo de pensado- res ilustrados imagind una Arger tina radicalmente distinta a la que tenfan delante de sus ojos y, con coincidencias y discrepan- cies, proyect6 su transformacion. A través de conflictos y choques con una realidad reacia, los pro: yectos fueron limando ‘sus pun- tas discordantes y adecudndose a aquella; también fueron transfor- méndose sutilmente, al punto que el resultado final —tal como se manifesté en 1880— diferia sustancialmente del proyecto ini- cial: en lugar de la pretendida nacion lo que habla nacido era, nada mds 0 nada menos, el Es: tado. Esta apretada sintesis ape nas hace justicia a la riqueza y complejidad del andlisis que Tu- lio Halperin Donghi dedica a una de las épocas més confusas y contradictorias de nuestra histo- ria. La obra forma parte de una colecciin --la Biblioteca Ayacu- cho-- consagrada a la difusién de los grandes clasicos del pensa- miento y la creacién latinoame- ticanos 0 a antologias represen- tativas de grandes corrientes de su vida intelectual, Este marco constituye un condicionamiento bastante rigido, que Halperin lo- gra superar: realiza una seleccién de textos muy variados -desde las Bases de Alberdi hasta frag mentos de Hilario Ascasubi— y por medio de un peculiar y ajus- tado montaje va delineando su explicacién, expuesta en la larga introduccién, de algunos de los aspectos mis importantes de es- tos afios, Una primera seccién esté dedi cada al proceso de elaboracién de los proyectos, que imaginan una nueva nacién. Las ideas ori- ginarigs de la Generacién del 37 jue superan pero también here- dan a las de sus antecesores de Mayo— cobran cuerpo al prome- diar el siglo y se modifican a tra- vés de su confrontacion con una realidad internacional y, sobre todo, local cuya clara percepcion se adivina en casi todos ellos y, sobre todo, en Alberdi y Sar miento, autores de los proyectos més lucidos y relevantes. Aun asi, resistieron con dificultad la confrontacién con una realidad cuyos términos exactos no ha- bian sido tenidos en cuenta. En lugar del fin de las querras civiles —herencia esperada de la época de Rosas sucedieron treinta afios de discordias y de resurgi- miento de las facciones. Primero en Buenos Aires que, desde 1852, asistié al desarrollo de una pe culiar experiencia politica, ali mentada por una movilizacion popular que se crefa acabada. A esa singular situacién correspon- did la elaboracion de un progra- ma politico y, sobre todo, la construccién de una imagen de sf misma y de su pasado en la cual empled lo mejor de su ta tento el general Mitre. El triunfo del experimento portefio ~-nos dice Halperin— lev6 a su agotamiento y destruc- jon: formula apta para Buenos Aires, se revel insuficiente para dirigir a un pafs que, sin embar- go, pudo conquistar con facili dad. Sus contradicciones internas que Ilevaron a la escisién de los autonomistas— dieron impulso a una guerra —la del Paraguay, y la civil que acompaiio alguno de Sus tramos— que carcomio lo mas importante de su apoyo local. Pero sobre todo, apunta Halpe- rin, fue el éxito en la construc- cién de un Estado nacional hasta entonces inexistente el que llevd a la faccion a su ruina: el comple- jo mecanismo termin6 escapando de las manos de su creador. En torno de este Estado --cuya ma nifestacion més madura era un ejército templado en las guerras exteriores y civiles- se fue reu- niendo una opinién ansiosa de superar la lucha de facciones y ‘que no se identificaba con la en cabezada por Mitre ni con su ad- versaria federal. Son precisamente los més capaces para controlar ese Estado —crecido de Mitre a Sarmiento y de éste a Avellane da, y consolidado con Roca— los triunfadores del largo duelo fac- cioso, La hora del triunfo es también la del balance, la de la confron- tacién entre lo que se imaginé y lo que result6. En un cierto pla- no --subraya Halperin ~ las conti- nuidades son evidentes: todos siguen creyendo en las ventajas de la educacién popular, de la inmigracién, del rumbo econ6- mico general adoptedo; pero esa “29 LIBROS repeticion de las viejas ideas ocul ta apenas un cambio de acento, una actitud mas sumisa ante la resistente realidad, En el andlisis de las cambiantes actitudes ante el problema de la campafa, la tierra y la colonizacién, descubre Halperin que, uno a uno ~Sar- miento el dltimo— todos van aceptando que la realidad no pue- de ser rehecha por completo. Muchos de los conceptos e ideas que Halperin desarrollé en sus otras obras --y particularmen- ‘te en la més importante de ellas, Revolucién y guerra (1972) aparecen con un nuevo matiz en esta centena de apretadas pégi nas. Giran éstas en torno de la “gente letrada’”’ —los Alberdi, Sarmiento, Mitre 0 tantos otros quienes con la “élite politica’, Ja “gente decente” ola “éliteeco- némicosocial” constituyen los sujetos principales de su recons- truccién. No hay, sin embargo, una caracterizacién explicita de cada tno te estos términos, cuya ificecion debe reconstruirse reuniendo los datos, los matices que aqui y allé va deslizando el autor. $i esta deliberada elusion de una definicién precisa de sus protagonistas indica una actitud critica ante sistemas de interpre- tacién demasiado rigidos, la re- Gurrencia a las categoras de épo ca --como la tan rica, compleja y también ambigua de “gente de- cente”— apunta a su preocupa- cién por plantear los problemas en los términos de su época, evi tar los anacronismos y recons- truir las lineas de la sociedad tal ‘como aparecan para unos prota- gonistas con los cuales Halperin entabla un didlogo permanente. La “gente letrada’”’ tiene una conspicua raigambre colonial, cuando su preeminencia social era reconocida, y una turbulenta existencia en la época postrevo- lucionaria. Al calor de la revolu: cidn y la guerra se transmuté en élite politica, alcanz6 una ines- perada autonomia respecto, de 30 los sectores dominantes en la so- ciedad y pudo desplegar al nito su tendencia a dividirse en facciones rabiosamente enfrenta- das. Luego del gran colapso de 1827, parte de ella reapareci6, nuevaments trasmutada, en fa Jo- ven Generacién, que en medio de las eriticas que dedicé a sus antecesores conservé de aquellos la tondencia a formular proyec- tos para moldear una realidad considerada esencialmente ma- leable. Aqui, el andlisis de los proyec: tos empalma con el del campo en el que habrén de materializarso: {a vida politica. Este habia sido el tema central de Revolucién y guerra y es probablemente la es fera de la reconstruccién histér ca en la que Halperin realiza los aportes més importantes. Es sa- bido hasta qué punto la historia tradicional se renové con el did- logo con las ciencias sociales, particularmente la economia y la sociologia. Hay, desde hace me- dio siglo, una nueva historia, que un poco ambiguamente solemos Hamar “econémica y social’. {Qué pasa, en la “nueva histo- tia", con la vieja y conocida his- toria politica? La renovacién tar- da en llegar, En nuestro pais gue cultivandose al mejor estilo decimonénico, aunque probable: mente con menos rigor y probi: dad. Hubo quienes —particuler- mente el revisionismo en sus va- fiadas gamas~ intentaron una explicacién de los fenémenos po- liticos que superara a la mera crénica, la hagiografia o la resevia de las interminables luchas por el poder; lo lograron a costa de re ducir drasticamente los fenéme- os politicos a lo que cre‘an los grandes procesos socioeconémi- cos, que vefan manifestarse direc tamente y en plenitud en cada una de las coyunturas politicas, En ese campo, Halperin desarro- lla _un anélisis que, al tiempo de explorar las miltiples y variadas relaciones de la vida politica con los procesos econémicos de base, reivindica toda la especificidad del campo politico. Tal es el te- ma de Revolucién y guerra y tal el telén de fondo de este andlisis de las ideas de la Argentina pos- rosicta. En el centro de la vida politica de entonces ubica Halperin a las “faeciones", esas expresiones de la eecién politica que precedie- ron a los modernos partidos pol - ticos. Si la division facciosa pudo cortesponderse en ocasiones con clivajes més profundos de la so- ciedad, habitualmente se consti- tuyen y operan segin una légica especffica. Las caracteriza la fuer- te solidaridad y disciplina inter- na, en la victoria y més aun en la derrota, su similitud con las facciones rivales y el encarnizado modo de disputar con ellas por un poder cuyo empleo se agota en su disfrute. En el escenario politico, que las facciones suelen monopolizer, aparecen més oca sionalmente los sectores domi nantes+en la sociedad, preocupa- dos por rectificar un rumbo que, sin embargo, habitualmente no quieren dirigir personalmente. Junto a ellos aparecen otros pro tagonistas: el ejército, las mili cias 0 los cuerpos armados en general, y unos sectores popula- res cuya movilizacién constituye uno de los principales factores de desequilibrio en la sociedad criolla, Militarizacion y_politizacion habian sido para Halperin lo mas peculiar de la etapa criolla en el fo de la Plata y en Hispano: américa toda, En Revolucion y guerra haba trazado el cusdro, en verdad admirable, de la movi- lizeci6n popular nacida con la resistencia a las invasiones ingle- sas; también, de sus miltiples efectos en la vida politica hasta la época de Rosas que, surgido de ella, habla encontrado la for- mula para canalizarla y encua- drarla sin enfrentarla. En Ja ines perada reaparicién de esa movili- zacién descubre Halperin lo pe- culiar de la experiencia encabe- zada por Mitre en 1852 y que se prolonga hasta un paulatino oce- so en la década del sesenta. Pero el mismo Mitre aparece asociado con la aparicién de un nuevo protagonista, que modifica sus- tancial y definitivamente los mar- cos de la vida politica, tal como se habfa desarrollado, con rela- tiva constans en la Argentina criolla: un Estado nacional sur- gido algo inesperadamente y cu- yo fortalecimiento marca el fin de las facciones y de toda una época. Pero el que nos ocupa no es un trabajo de historia politica sino de historia de las ideas, un campo que Halperin cultivé en sus pri- meros trabajos —E/ pensamiento de Echeverria, Tradicién hispana e ideolog/a revolucionaria— y al ‘que vuelve con asiduidad en la actualidad. Aqui, el problema de la “nueva historia” ha consistido ‘en explorarla relacién de las ideas sistemdticas con otras menos pre- cisas pero més difundides —las corrientes de opinién, los “climas de ideas” - y el de ambas con las situaciones sociales. Mucho se ha trabajado, en términos tedricos, desde diversas perspectives; elu- diendo, como en los casos ante- riores, las teorizaciones, Halperin aporta aqui matices ricos y su- gerentes. En primer lugar, sobre el su jeto: pensante de esas ideas, cuya singuleridad no se cansa de sefia lar, asf como su naturaleza cam- biante, moldeada por unas cir- cunstancias permanentemente ro- cordadas y confrontadas con sus actitudes e ideas. En segundo lugar, sobre el piblico de estos hombres esencialmente piblicos, cuyas peculiaridades no solo mo! dean su discurso sino que termi- nan impéniendo un sesgo mis sustancial a su pensamiento. En la configuracién profunda de &te —sefiala Halperin tienen importancia decisiva las grandes corrientes de pensamiento de Europa 0 los Estados Unidos, que constituyen la referencia na- tural de los hombres del Plata; el acabado conocimiento de estas cortientes le permite a Halperin separar el grano de la paja y des- cubrir con certeza qué hay de nuevo en el discurso y qué es ‘apenas un topos. Las inflexiones de estas grandes corrientes son permanentemente evocadas para explicar sus corrolatos locales: el auge y la crisis del movimiento democrético y revolucionario eu: ropeo en 1848; el reflujo autori tario que le siguié, y que acom pafié al gran impulso de fa Euro: a capitalista; el renacido libera- lismo democrético de fines de la década del sasenta, finalmente. Si estas corrientes sirven para definir el marco de las ideas de- sarrolladas, el impulsc generador proviene més bien de los estados de animo colectivos, de esas opi. niones imprecisas pero vigorosas, a les que estos pensadores @ me- nudo losran dar forma orgénica. Caso extremo —y analizado con notable agudeza por Halperin-- es esa reconstruccidn del pasado de Buenos Aires, y a la ver del partido Liberal, que realiza Mi- tre, historiador y politico, en la década del cincuenta. Circuns- tancias individuales y sociales, grandes corrientes de opinion y necesidades colectivas se unen aqui para cimentar una interpre- tacién que, si no justa, al menos fue coherente y operante. Su. comprensivo historicismo, reacio @ esos juicios retrospecti- vos tan comunes en las versiones ideologizadas, no le impide a Hal perin tomar posicin permanen- temente frente a estos idedlogos y proyectistas. La coherencia del pensamiento, en primer lugar, la amplitud y la perspicacia para captar una realidad compleja sin reducirla a esquemas excesiva: mente simples; la relevancia, nalmente, es decir la trascenden: cia en su época y su capacidad para orientar la accion, son sus crriterios més importantes. Si ad LIBROS LigRos = SsSSSSSSSSSSSs mira a Sarmiento por la riqueza de su pensamiento y, también, por la fuerza de sus convicciones, acepta que Ia version més esque- miatica y simplificada de Alberdi fue, en definitiva, més eficaz. La exposicién que Halperin hace de estos pensadores es sin- gular y compleja: consiste gene- ralmente en una glosa, en la que se pone en el lugar de su perso- naje, asimila su modo de pensar y lo vuelca hasta con su mismo vocabulerio, Pero, en sutil con: trapunto, toma distancia perma- nentemente, acota las circunstan- ccias que Hevaron a su hombre a pensar de tal modo, lo juzga se fialando sus flaquezas, sus debili- dades, sus inconsistencias. Hay un momento, sin embargo, en que los limites que separan al sujeto de su glosador y comentador pare- cen borrarse y resulta dificil dis- tinguir donde concluye la opinion de uno ycomienza la del otro. Es- to ocurre en aquellos casos en que la emplitud y perspicacia del jul: cio de sus sujetos cautiva al co- ‘mentarista: muchas de las opinio: nes de Halperin sobre la Argenti na criolla parecen derivarse direc- tamente de Paz, de Echeverria, de Allberdi a veces, y sobre todo del armirado y admirable Sarmiento, Se tata, sin duda, de una re- construccion histérica ejemplar, Salvo alguna excepcién bien conocida, cuya excepcionalidad y también marginalidad el mismo Halperin ha sefialado, es impro- able que exista un par en la his- toriografia argentina, oscilante entre una vertiente positivista y roméntica, cada vez mas apolo- sética, a un revisionisma que, si aporté una visién més integral, lo hizo a costa de burdas simpli- ficaciones y de un desprecio por ja mas elemental veracidad, Hal- perin reconstruye una historia en Ia que lo general y to particu- lar se equilibran, en la que los vastos cuadros histéricos resultan del entrelazamiento de pequefios procesos, con sentido propio e at irreductible. En 1a capacidad de articular ambos, sin perder lo esencial de los primeros ni lo pe- culiar de los segundos, reside su mayor talento. Indudablemente su lectura no siempre es facil, pero aun en su estilo @ veces arrevesado puede encontrarse un elemento peculiar de su reconstruccién, Hay en él mucho de barroquismo; quizés un marcado gusto por los com- plejos perfodos del latin clasico. Pueden fatigar y exasperar sus dobles negaciones, o esas frases incidentales, unas dentro de otras como en una caja china. Pero en todo ello hay, también, una preo- cupacién por los matices, un de- seo de mostrar también a través de un estilo literario peculiar, que la realidad, antes que blanca © negra, se despliega en las infi- nitas gamas del gris. Diriase que, antes que dibujar con una I{nea definida, lo hace con multitud de pequefias pinceladas, confusas si se miran de cerca, pero claras en la perspectiva. De este permanente juego de matices, con el que Halperin va trazando el contorno de su tema, sin definirlo. nunca de manera aseverativa, épuede deducirse una Hugo Vezzetti guia para la accién? Esta es una mision que —més alld de un prag- matismo limitado, es inherente a toda ciencia humana, Probable- mente la respuesta del propio Halperin sea dubitativa, En este trabajo nos ha presentado a unos rotagonistas —tan excepcional- ‘mente liicidos como podian serlo Alberdi 0 Sarmiento-- que imagi nnaron y proyectaron una nacién; treinta afios después descubrieron la intrinseca rebeltiia de la reali- dad y la dificultad para adaptar esquemas intelectuales a sus cur- vas y contracurvas. Mas ain, des. cubrieron la distancia que media entre los proyectos y una reali- dad que es mas bien el resultado no querido ni previsto de esas acciones. Es posible que él mis- do. La realidad parece de nos ~ es siempre demasiado com- pleja @ irreductible a un andlisis que de antemano se sabe absurdo y.quizds, estéril pero qu bargo, el hombre no puede evitar hacer. Mensaje desencantado, sin dude, pero no necesariamente ‘menos Aitil que e] de quienes, en- frentando la realidad con esque- mas faciles, terminan dando de cabeza contra ella. Acerca del poder y la censura ierre Legendre, E/ amor def cen- sor. Ensayo sobre el arden dog. mético. Barcelona, Anagrama, 1979, La constitucién historica y la dinamica de esa zona de la ins- tancia social de la censura en la que el Poder empalma con el deseo, tal es la cuestién que do- mina esta obra, El marco del anélisis es el nacimiento y con: solidacién de las burocracias en fo obstante lo cual ol tema no deja de tener interés Y resonancias para nuestros pro- Pios escarceos con el problema. Texto denso, cargado de refe- rencias y de dificil lectura; y al mismo tiempo una muestra de implacable lucidez en la investi gacién critica de un niicleo ar- caico, medieval, de la institu: cién occidental. Un ele principal se orienta a fa reconstrucci6n del régimen de creencias en torno a la Autoridad, que es sostén de formas concre- tas de dominacién. Si 1a suje- cién personal caracteriza un as: Pecto penoso de nuestra moder- nidad (y esto evoca una |inea més bien heterogénea desde E/ males: tar en Ia cultura a Vigilar y cas- tigar), el peso de cierta tradicién juridico-penal ha impuesto un enfoque que sdlo ve en ello el ejercicio directo de la opresion por el Poder. Sin embargo, Freud aporté los conceptos para pensar que el sometimiento puede ser un acto de amor. Revelacién un tanto horrorosa, que muy pocos tomaron en cuenta, ante todo uno: Wilhelm Reich (pero, ¢quién Jee a Reich en la Argentina?) Pierre Legendre es psicoanali ta e historiador de las institucio- nes y aborda una tarea difici conciliar cierta lectura de los tex- tos freudianos sobre {a cultura con un anélisis histérico acerca del poder canénico medieval y la pervivencia de sus efectos. Por el sesgo del Derecho y el dispositivo juridico encara ls génesis de la instituci6n ‘ occidental, concen- trindose en la funcién del dog- matismo y la constitucién de una doctrina y una tecnologia de la obediencia. En el montaje de ese dispositivo se hace patente una funcién de hacer creer que desde las fantasmagorias medievales se extiende hasta las modernas téc- ticas publicitarias. El recurso a Freud es destaca- ble en mds de un sentido. Ante todo, porque el fundador del psi- coandlisis concibié a la religion monote(sta como una clave fun: damental para un andlisis de nuestra cultura. Legendre se em- pefia concienzudamente en esa misma direccién: el superyé de nuestra cultura tiene su origen en un discurso canénico, en un orden de censura (en sentido psicoana- litico: modos de sofocamiento del conflicto) que se muestra transparente en la Escoléstica. Discurso portado, en su comien- z0, por el Pontifice © insepare- ble de la instancia de la Ley. El Estado centralista lo hereda @ inscribe su espacio de ilusiones en la mejor tradicién del mono. teismo. Ei padre imaginerio se proyecta en la Patria, y el nacio- nalismo, como una nueva religion, organiza su delirio colectivo ba jo el nticleo esencial del amor af Estado. Amor homosexual, en todo caso, en el estilo del obsesi- LIBROS. vo, que no tolera mayores efusi nes: basta la devocién a la Ley. El reconocimiento del Pontifi- ce es condicién del dispositive del Derecho canénico y éste, co- mo conjunto, opera y produce la sumision bajo el modo de tas re- glas, Su sostén es un sistema de creencias que aprisiona al deseo bajo el modo del amor primari la introyeccién del objeto libi nal en Id persona del Pontifice. Esa promocién de las creencias justificadoras de la emprese dog- matica es una dimension insosia- yable, que queda de:cuideda si se piensa a la censura con el modelo do una accién externa al sujeto. La internalizacion de ts Autori- dad no s6lo esti hecha dé pro! biciones, también se acompafia de las palabras tranquilizadoras, indicadoras. del objeto de amor. La historia de ta institucién burocratica coincide, entonces, con el avance en la subordina- cion del deseo, hacia una ver- sién Gnica y estereotipada del conflicto, ¥, sien la sociedad oc- cidental la figura dela Ley reem- plaza al Pontifice, 2s ante todo como el lugar prometido de la fe: licidad Gniea y para todos. Las tesis de Legendre sobre el campo cultural enfatizan la accion de las burocracias de los organi- zadores y sus objetivos de ali- neamiento y estandardizacion de las culturas. Sus medios se extien: den por todas partes, en la pro- duccién de una nueva Escolastica sobre la base de las “‘ciencias hu- manas”. Bajo el modo de una tec nologia de la normatizacion, se establece el recambio necesario de los juristas tradicionales, Si su discurso no se sostiene ya por la lad del Pontifice, serd de las jerarquias académicas 0 las burocracias cientificas y profe- sionales de las que resultard idén- tico estatuto del dogmatismo, ba- jo la prédica de una verdad nica y congelada, Por otra parte una nueva ver- 33 LIBROS, sién de la censura, de usos ma ples, aparece bajo la forma de la proposicién publicitaria, organi- zada sogin el sesgo de una doc trina renovada de la bondad uni- versal: todos somos amigos y ol Poder nos ama. "La negacién més o manos to- tal_de los recursos historicos del conflicto, he aqui la tram pa y el horno donde se encuen- tran atrapados tantos sectarios de una ciencia del Poder que desarma a los sujetos y predica el Hombre moderno en Ia so: ciedad fraternal, peroevidente- mente sin disputar a las jefatu- ras sus fronteras de intoca- bles’. (p. 262). La riquezade ciertas secuencias del andlisis de Legendre --acom- pafiado de una impresionante erudicién— parece mas importan- te que la insistencia en ciertas te- sis globales, segiin las cuales el Poder aparece representado co- mo una maquinaria omnipotente y sin fisuras, que ocupa todos los espacios de la sociedad. La afini dad con textos de Deleuze y Foucault salta a {a vista. Aun po- dria sefalarse que en su indaga- cién de la institucién tiende a convertir a la Edad Media en la clave de la historia moderna, a la vez que elude toda mencién a los planes econémico y politico de la organizacién medieval. Pero también cabe consignar que su propésito manifiesto no es abor- dar toda la problemética de una historia de las instituciones occi- dentales, sino centralmente la funcién de las creencias en el Po dery su sustrato libidinal. Otras circunstancias que las vi- vidas por el autor, darian pie probablemente para una conside: racin de recursos de dominacion del Estado menos centrados en la funcién de “hacerse amar” De cualquier modo, ha reali zado un texto notable; la utiliza: cién que hace de un conjunto de conceptos psicoanal iticos es, qui- 24, uno de sus aspectos mas origi 34 nales y lleva implicita una pro- puesta de lectura de Freud bi alejada de los cénones habituales. En esa direccién tratan de avan- zar las reflexiones que siguen. El concepto psicoanalitico de narcisismo resulta una pieza ine- judible en el andlisis de las creen- cias. En Ia experiencia religiosa, por Ia via de la construccin y consolidacion de un sistema co- lectivo de ideales anudado en la imagen de un Dios y transferi- dos al Pontifice, se funda un es- tado particular y transitorio de exaltacion narcisista: ser amado por el Padre. Momenténeamente se reconstituye una posicién pri- mitiva de plenitud libidinal, ese ser-uno-con-el-todo, modo prima- jo de formacion del yo, que Freud, siguiendo el _hallezgo de Romain Rolland denominé “sentimiento océanico”, No se trata de un “amarse a si mismo”, a menudo traducido como la formulacién de un soli sismo impensable, sino de una di mension identificatoriaprimor- dial y constitutiva del yo, en re lacion a un otro. “His Majesty the Gaby” —itonia célebre de Freud— es antes que nada la expresion de los deseos de los padres, continuada en la figura exaltante del yo ideal. E| sistema de creencias y dog- mas aseguran al sujeto, bloquedn- dolo, en una conviceién inconmo- vible y en un tiempo detenido, Un aparato de creencias, consti- tuido y mantenido sobre el me canismo de la Verleugnung (re- negacién, desmentido) del or- den de diferencias, cuyo proto: tipo es la castracidn, es un siste- ma de respuestas preestablecidas, que anticipa toda pregunta posi ble. Una creencia no puede ser interrogada sin romper esa fic- cion de completud y perfeccién. Cuando algo viene adesmentirla, afirmndose sobre esa enigmdtica pulsién de muerte, en la que Freud represent6 el empuje hacia la disgregacion y la destruccion de los vastos conjuntos unifica- dos por Ia libido, sobrevendré la forma més aguda de angustia, y el movimiento subsiguiente ha- cia la obturacién de la brecha. El dogmatismo seria la dimen- sién de la creencie transpuesta al campo del conocimiento; su eje central es la ilusién de una ver- dad Unica, que no puede ser in. terrogada ni cuestionada, Pero esa funcién de relativa cristaliza- cién del saber, llamativamente presente en los fundamentos de nuestra cultura, se refiere menos a los contenidos —a menudo va: riables— de la creencia, que a une cierta estructura del poder de hacer creer, organizada alrede- dor de las figuras sociales de la Autoridad, Eso introduce el tema de la sumisién; su resorte fundamen- tal es la culpa, por la via de la in- teriorizaci6n de la ley, y la oscila- cién, en relacién 3 esa instancia, entre la plena unificacién con el Ideal y la disgregacién y angustia ‘que acompafian la separaci6n res- pecto del mismo, vivida como pérdida del amor. Pero aqui se presenta la paradoja de la amb/- valencia: el acto mismo destina- do a dar cumplimiento 9 una prohibicién se convierte en un acto transgresivo. (Ver Los actos obsesivos y los fendmenos reli- giosos). La culpa crece con la ex- pansion de los rituales de expia cién: a més sometimiento, més culpa; la virtud se torna transgre- sién, En ese niicleo conflictivo propio de la ética cristiana ve Freud un nudo esencial del "'ma- lestar en la cultura”, En la dimensién misma de la culpa aparece, entonces, un mo: vimiento sin fin de expiacién y transgresion; pero, al_mismo tiempo, algo va mas alld del cir- cuito sin salida del sadomaso: quismo, que parece ser el mode- lo prevatente en el andlisis de Legendre. La estructura de la Ley para el psicoandlisis no es la del cédi- go juridico. Cabe distinguir una version feroz y, anacr6nica, pro- piamente ahistérica @ inmodi cable, ubicada en el superyd, y un registro propiamente simbd- lico e histérico de ta Ley, en cuanto Ideal parlante, en tér nos de Lacan. Totem y tabi aporta un concepto clave para abordar lo propio de esa heren- cia humana constituyente: la Ley ocupa siempre el lugar antepasa- do, y su sostén es un discurso, una historia, relato épico o mito de los origenes, cuya expresion Psicoanalitica més patente es la “novela familiar”. Por otra parte, si hay una fun cién progenitora de la Ley, la fiacién que establece se sostieng simmulténeamente en ese ‘“pacto fraterno” en el que Freud —inspi rado en Rousseau~ vio el funda- mento de la socialidad y la cul- tura. Por la abertura propia del dis curso que lo sustenta, el sistema de la Ley carece de univocidad ideal imposible del c6digo juri- dico— y no se distingue de la se- cuencia de sus transformaciones y. reescrituras. Esa dimension propiamente simb6lica del Ideal, que establece la diferencia y rom- pe la ilusion de unificacién, funda la posibilidad de rupturas Y trastocamiento de la Ley y la Autoridad. De la comunidad de los hermanos surgiré alguno de esos “hombres destacados’” en los que Freud —bajo la forma de! artista y del intelectual-- deposi- taba sus esperanzas, como guias de una funcién cultural de sub- version de los valores y los idea- les, Es lo que persigue en las figu- ras de Leonardo, de Moisés, y, por un acusado contraste, en el ensa- fiamiento con que dejé marcado al mediocre Presidente Wilson. En esa doble referencia, a la Autoridad en el lugar del Ideal y al pacto fraterno que es sostén de fa Ley, se abre una via para pen- sar el cambio, Después de todo, algunas veces las creencias sirven al derrocamiento de! poder cons- tituido. Importa destacar que esa doble referencia impone una es- tructura conceptual bien distinta del modelo que, acentuando la bipolaridad de un individuo =moderno Robinson— enfrenta do al Poder, segtin una imagen cerrada del vinculo paterno-filial, retrotae 1a cuestion a los marcos de una exaltacién del individua- lismo, Freud hizo mucho para descar tor la tentecién de fabricar una Psicologia del individuo, con se- de en el yo, recortado segtin tas leyes sociales de la propiedad. A ese legado se enfrenta cierta ve sion dominante de un psicoand- lisis del_yo, tanto més cuanto que el individualismo coincide alli con la empresa demasiado ambiciosa de reproducir indivi- dyos idénticos, de acuerdo a los ideates de los que el analista s¢ hace portador, y que no son més que la moderna version de ese molde -que - vale - para- todos, con el que Freud sefialé un cen tro esencial de la organizacién religiosa. Liegamos, finalmente, a un punto digno de consideracién: Ricardo Figueira Las razones del historiador José Luis Romero, E/ ciclo de la revolucién contemporénea. Prol. de Sergio Bagi Buenos Aires, Huemul, 1980. 270 pa ginas, Cuando en 1948 José Luis Ro- mero publicaba la primera edi- LIBROS équé queda del Censor en los poderes adjudicados al analista? La transferencia reproduce ince santemente las potestades ma- gistrales del canonista y el con- fesor, y estructura un lugar de poder desde el cual es posible imponer un ideal de “‘curacién’* que no difiere del que sostiene una teologia del pecado y Ia sal- vacién, Si el andlisis se separa rotundamente de la sugestion fo es s6lo porque renuncia a dar indiceciones, sino porque en la cura psicoanalitica acentia hasta el maximo limite alcanza- ble la atencién a la singularidad dela experiencia. Anteponerle un_ sistema de conocimiento, suele equivaler a instaurar, por ia via del moldeado dagmético, e! avance hacia un bloqueo dei deseo inconsciente, Y es precisa mente esa dimension —deseo in consciente— la constitutiva del sujeto del psicoanatisis, De alli la paradoja propia de a funcién del analista, que deri va de la estructura propia de la transferencia: ocupar ese lugar de un Otro absoluto, sin ejercer ese poder ni identificarse con él, cion de EI ciclo de fa revolucion contempordnea, lo hacia movido Por preguntas concretas que afec: taban a un hombre concreto, por interrogantes que se plantaban frente a un artesano cuyo oficio era, por definicién personal y 35 LIBROS propia adopcion, justamente, re- solverlos, porque, como sefalaba en 1940, “a quien posee el ins- trumento y el habito de Ia refle- xi6n le corresponde, inalienable mente, avizorar los tiempos.”’* La historia no se ocupabs pare Romero de creaciones culturales Temotas y muertas cuya exhuma- ibn justificara cierta voluntad heuristica 0 determinado celo cientifico sino de hechos del pasa do humano y social cercanos y vivos, no por su proximidad tem- poral con el historiador sino por su capacidad para iluminar cues- tiones palpitantes para una soci dad dada, por su posibilidad de enhebrarse en construcciones que pudieran explicar al hombre su destino, si no en su fisonomia to- tal, al menos en aquel sector de la realidad angustiante para su existencia y desde el que se acer- cara al pasado. No se trata en consecuencia de detectar y ex- Purgar hechos puntuales -o no se trata primordialmente de eso— sino de descubrir qué hay detras de esos hechos, de develar cual es el disefio que esos hechos dibu- jan:no ya de clasificarlos sino de asignarles un sentido en una tra- ma cuya red envuelve la vida del historiador y, consecuentemente, de quienes comparten su agon: histérica. “El hombre —decia Romero— es un animal hist6rico y hace las cosas y resuelve las co- sas a favor 0 en contra de lo que hizo, cortando o ereyendo cortar sus relaciones con el pesado, por- que la vida historica es una di Kéctica entre pasado y presente, ©, si se prefiere, entre la creacion ya creada y la creacién que se es- td creando, Pero en todo caso no se puede escapar de la historia. El hombre no existe sin su pasa- do y el pasado no vale sino co- mo “clarificacién historica del presente” y punto de partida pa- ra “la accion, la accién inevitable y perentoria Romero, un medievalista que se sentia particularmente cémo- do en los siglos XIV y XV ras- 36 treando los origenes de una bur- guesia “un poco rapaz, pero inte- ligente y emprendedora’’*, con la curva de cuyo desarrollo “se con- funde fo fundamental de la histo- ria del Occidente y de buena par- te del mundo sometido @ su in- fluencia’”’, indaga aqui, a poco de terminada la Segunda Guerra Mundial, un vasto segmento de sa curva, sobre la que, cien aftos antes, hacia 1848, habia incidido “la curva ascendente de la con- ciencia revolucionaria’* , abrien do asi lo que é1 denomina la “tercera edad’ de la cultura oc- cidental, ciclo cuyos componen- tes, por debajo de dos querras y vicisitudes diversas, devela como enfrentamiento inevitable y nece- sario entre una conciencia que al- canza su ms alto esplendor entre 1848 y 1914 y el nuevo orden de Guya creacién somos participes y responsables. Romero afirmaba que ‘la his- toria no se ocupa del pasado: le pregunta al pasado cosas que le interesan al hombre vivo’” y esta obra, que tiene ya mas de treinta afios, es buen ejemplo de ello y de la sabiduria de su autor: tres décadas densas no han disminui- do su interés —su actualidad, po- driamos decir porque los gran- des problemas que angustiaban a Romero pueden haber desplaza. do su centro, pero las raices que los nutrian —mas alld de previsi bles acomodamientos— siguen alimentando nuestras. preocupa- ciones. “Hay en el saber que la ciencia historica proporciona una forma de militancia que no poseen otras fomas del saber”, sefialaba Ro- mero, que no ocultaba sus prefe- rencias, como no s2 negaba al juicio ético, distinto —claro es- té-- del histérico; consecuente, no oculta aqui su decidida adhe- sion a soluciones reformistas y su opcién por la democracia y la revolucion progresiva ni su ra- dical optimismo respecto del de- senlace final del ciclo. Quizés, en medio de una paz varsoviana, el rasgo a primera vista mas sor- prendente de su encuadre se ha lle precisamente en el optimismo con el que avisorael futuro, “esa suerte de optimismo histérico [que] —tendido sobre una larga perspectiva- no excluye por cierto la angustia por el sino inmediato. Acaso este contraste entre el optimismo que depara cierta Iejana claridad entrevista en el horizonte y la amargura suscitada por la experiencia i vidual sea uno de los signos mas caracteristicos de nuestro tiem- po.”? Ese optimismo encuentra en Romero tanto justificacion empirica en el hecho de que es- ta “tercera edad de Occidente que se confunde con el ciclo del 48 contempla la mas extraordinaria exaltacién de masas humanas que conozea la historia’! como en su certidumbre profesional res: pecto a la coherencia de la histo- ria, Por los mismos motivos Rome: ro defiende vigorosamente los valores y bienes vertebradores de la cultura y la necesidad de ope- rar con ellos un cuidadoso tras- vasamiento; “de todos esos bie- nes de cultura —afirma-, intere sa defender sobre todo cierto grupo al precio de la vida, porque la vida carece de valorssi ellos pere- cen: es el de los que aseguran la significacién eminente de la vida humana, la necesidad de la liber- tad del individuo y la obligacién de defender su dignida "Argentina Libre, 27 de jurio de 1940, En Le experiencia argentin y otros ensayox Comp, y rol. Luis Aberto Romero. Buenos Aires, Editorial de Bebra, 1900 Fan 414 x Luna, Conversaciones con Joss sie Roane Gabe ooarcamorare oo storie, politica y democracia. Bue: ros Aires, Editor Pa 145 2 Elcicia... Pas. 21. 4 Ereico,, . Pag, 43. © eleleia.. Pon. 24 % Eteielo... Pix. 24. 7 Félix Luna, Converzaciones.. . Pig. 31 ® José Luis Fomaro, La historia y Wy vide. LaPlots, Yerta Buena, 1948. Pag. XI ®) ojo... Pig. 258 1 Epica. . Pi, 269 ™ Efcicia... Pon, 263. José Sazbén La reflexién literaria Respiracion artificial, de Ricardo Pi glia, Editorial Pomaire, Buenos Ai- ‘es, 1980, 276 paginas. 1. Morfologia y representacion 1 busillic ta qui che tn storia 8 ap- punto Dersteiting © narracione «100 sempre teoria morfologica Labriola 3 un carrespenal_alemsn (carta det 13/6/94) Se me permitiré, supongo, em: pezar con la cita de uns carta fi: loséfica el comentario de una no- vola tojida de citas, articulada por cartas y cuya segunda mitad se llama "Descartes". El problema de Labriola 5 preservar el carécter de la historia como representacion y como narra , admitiendo que la explicscién remite a una morfolog/a ‘‘no siempre” existente. La apuesta de Piglia: mos trar que la morfologia de la historia es no siempre visibve, y en la narracion de Su eclipse exhibir 1a ambigledad de ta representacién. De Labriola a los modernos lectores de la Historia en slave retérica (p. 0). lot colaborado- 3 de la revista ” ‘ditada por la Wesleyan University) los extremos de la antinomia se han modificado: 1a inclusién de la eseritura del historiador en el orden pleno del iscurso_ha mostrado que lane. fracion de los “hechos reales” (cons- tantemente ironizada en, esta novela) no puede esquivar las operaciones de semantizacion y la articulacion figura: tiva propias de cualquier “version” de lo real: la morfologia es un tipo de epresentacion y no su antitesis, El problema del conocimiento (hietérico) se mantiene intacto; lo que varia es la percepcidn de los medics que tienden a él: la posicion del tenguaje, Al sscoger expiicitamente los desdobla- ntos escriturales de la representa: ién como él verdadero ‘tema’ de su libro, Piglia da sin buscarlo~ una fespuesta moderna y comprometida (posicional) al busilis de Labriola; ademis, por hacerlo desde ta “itera: ura", muesira la efectiva posibilided «de eludir ese tentador gesto corpors- tivo que eabr(a llamar, perafrassando Mannheim, la ficei6n sin ligaduras: \a suya es una ficcién bien ligada a la historia, con la que busca una relacién Productive, no ldicra. Desde este punto de vista, las variedades -a veces laberinticas~ de sw parodizacion su: eran (aunque no lo omiten) el mero private joke destinsdo a una comuni: dad de lectores prolijos; #1 objetivo de esta parodia deberfa ser llamado eatdrtico: busca atravesar las verdades ancilares de a esoritura para desbor- darlas hacia una “prolijidad de lo real” (aludida en hueco en la de dicatoria) determinante del texta Y anterior a él, No cediendo 8 algiin Prejuicio “realista”* (fijista), sino acep- tando ta inherensia hist6rica: 65a Prolijided (racional) es 1a apuesta Ultima, “mortolégica”, de una ficcién en la que se refracta uns experiencia colectiva, vertida por contacto y por posicion del autor. Tratindose, entonces, del status de Ja intevencion cultural —aqui: del excritor=, fe posible reformular lo is”. En Labriola, éste plantea la tension entre la disper sion de Ia serie representativa ye! re de la forma tedrica como su n triz inteligible; en términos de préctica textual, el busilis indica la dificultad de articular tipos diferentes de figura- ccion hist6rica: la historia de la narra: cin (el juego de representaciones y es tructuras en el texto), el presente histérieo (correlato del texto que establece el margen de lectura) y la Historia como sintesie intoligible (configuracién morfolégiea, presente 0 no, en el texto). Esta triparticién seria excesiva en otros casos, no aqui LIBROS Librerias fausto en la Feria del Libro Stands 61 y 62 arena NE ere Re Historia. Economia arene Tiered Cts on Pn asc Ay. Corrientes 1311 me ered ie | PS a aCe) Tel. 41-2708 Bee — 37 LIBROS Respiraci6n artificial exhibe 1a diserni- pacién de la historia s6lo como pre- misa de una triple recomposicién: pri- ‘mero ilusoria (e ironica), luego reat (peto depresiva] y finalmente racional (aunque problematica). Del juego de las represantaciones @ la recuperacion de su sentido ~del sentido-, el rostro intdigible de 1a historia aparece ‘como una conquista. En ¢l trayacto, réeticas no tan laterales de parodiza- clon enriquecen la fluidez del relato: nesta busqueda de hombres y de significados el hallazgo o ta inteteccion quedan a veces apresados en es- pelismos perversos. La duplicacion arruina la identidad pero también !a revila: ley constante de Ia narracion ‘que se propaga en diversas direcciones, suscitands la complicidad de! texto mismo. Este, espejo burlén © fervo- ros de textos multiples, ofreci- dos en relectura excémica desde un cento itinerante que se com. place on desorbitar la lincslidad paradigmitica, es también @ ci- frado espejo de sf mismo, que ef lector recompone, a partir de entreve- rados indices: "'seguros”, probables o fictioios. Historia de textos en este tex: to sobre la historia; historia de insorip~ clones, fébulas hermenéuticas, teoria de las versiones, aventuras de la codi ficacion. Piglia elige designer esos planos cruzados en el seno de un continuo clasificatorio, como {as es pecies taxondmicas en que se distri- byye ta regulada dispersion de la escri tura, Su metéfora fundacional es ef archivo, e corpus indicial do 1a Historia, o, si se prefiere, la reinsorip~ cidn de Ia escritura, la efusion que la memoria promete a quien sepa /eer. La tension més permanente de Respira- cién artificial puede resumirse en esto ‘cuestion: Zcudl es el orden de legibili- ‘dod que impide la pérdida del sentido? Ese niicleo prolifera: en su cardcter de ‘muestras documentarias, todas tas inscripeiones que da a leer la novela: cartas, diarios, memorias, cites, frag- mentos, anotaciones, comparten le ‘opacidad de un hermetismo anterior al tiempo del relato: designan la pérdida de la que él es el rescate: han sufrido tuna matversacion de su sentido, une disolucibn que ta Interpretacién debe contener. El esfuerzo de la recu peracién da la medida del riesgo. Del_ mismo modo, el “Homenajs a Roberto Arlt” (en Nombre fal 38 $0, Siglo XX!, 1975) era, entre otras ‘cosas, una aventura de transcripcién donde las pruebas del héroe se res mfan en su capacidad de controlar la siempre inminente evanescencia del texto. 2Cémo llegar a la morfoloiaia abi cadora que totalice los sentidos regio niles? La elision de un unificador ~y la labilided de los nexos que introduce {a narracién del protagonista—, 2 ine xistencia del narrador Impersonal (sa: vo en un caso al que se alude mas ade- lonte), vierto todo el rolato a Ia forma No s6lo las escrituras 3s 0 conclusas— partici- pan del status de Ia letra; la insistencia ‘con que la primera persona (sometida por lo demas a rotacion continua, © mejor, flexionada por un distancia miento exploratorio del suplemento de incertidumbre que introduce /a versién ‘en su manifestacién misma) indica la elocucién como marca ~"dijo la mu- jer, conté Marconi, me dice Tardews Ki", p. 203, p, ej,— busca homogenti: zar también el presente de ls accion ‘eomo muestra documentaria, al tado del documento escrito. Esta forma reflejante que expende hacia atués a serie de los narradores, supervi- sando su insereién. concéntica, ni ela la historia en curso y ta historia transcurrida en el gesté Gnico de la atribucién, instaura el ademin de a inspeccién, relativiza cada mani: festacion verbal situandola en el nivel de la escrita (Incorporando la voz co- mo inscripeibn diferida) y uniform en definitiva, et conjunto con tas arti: culaciones del informe. (“Esto que escribo es un informe” -empezaba asimisno el “Homenaie”, p. 99, com- pendio también de muestras documen: tarias, de su historia conjetural y dela propiedad como atribucion proble- Puro si las representaciones de la historia no pueden eludir el status de la atribucién y, por otro lado, la atti bbucién se desdobla en una serie virtual- mente infinita, ése puede hablar acsso de una morfologia de la historia? Esta, sin embargo, se postula (e incluso al ‘margen de ls ticcion, si aceptamos que fa Lectura de un texto esté mediada, entre otras cosss, par su propio meta lenguaje: en este caso, la dedicatoria), ‘aunque para demarcaria sea preciso to- ‘mar en cuenta: por un lado, el espesor social (y las restrieciones ideolégicas) de la atribucién; por otto lado, su es ‘pesor propiamente textual. Il, La eeeritura come género Les éeritures peuvent tre lisbles ou Usibes. Paros tes seritures Wisibles i faut mate provient dun excbx de vitesse, surtout si tells ne sont pas destindas & des ties (no tes personnelles, manuserits et broullons articles ou de livres). Elles indiquent ectivité de [esprit et le vivcité de la penaée, Lorsqulil agit da lettres de co: Fresporndonce, le soripteur fait alors prow Ve de tantgéne et d'un certain dédain our ses correspondents et Filsibiité fst souvent une marque dorguel Pierre Menard: Lécritura at le sub: La riqueza de sentido se presenta ‘en Ia historia bajo el aspecto de una inmensa acumulacién de esorituras, siendo Ia carta su forma elemental: esta pardtrasis del comienza de un tex: -to cilebre (donde leemos la clave que ese “filésofo que paso afios trabajando en una sala de {a biblioteca del British Museum’ ~p. 240— descifré alli mis: mo) representa, creo, muy bien la estratogla narrativa més global que de- ‘senwuelve la novela de Pigli. Esta em- piezs y termina con cartas, y on su desarrollo las prodiga. La aventura cen- tral y articuladora es la busqueda de ‘Un corresponsal esquivo, cuyos testi monios directos (pare el lector y para 1 protagenista, que nunca lo vio) son tuna serie de cartas, en gran parte am- biguas. Ese mismo corresponsal, © su vez, historiador “amateur” pero fer- Viente, dediea todo su empeo (y de aigin modo condenss en él su identi ddad) a la penetiacién de cartas y docu- imentos del pasado (pertenecientes a Un outsider de los grupos intelectuales ¥ politicos del siglo XIX) cuyo autor dedic6 todo su empeio -y al parecer le iba en elto su identidad - a ta com posicion de cartas def futuro. En este futuro, sefalado utbpicamente "1979" por aquél e indicado por el nartador como el presente del relato (p. 13), Cartas presumiblemente similares @ las utépicas son_interceptadas sin pausa or un funcionario censor, muestras variadas y representativas de la con. temporénea “condicién humana" na. cional que deben ser leidas, en defi tiva, como la misma eorrespondene! Uutopica que imaginé el autor det siglo XIX (para integrar su propia novela). Por otto lado, el proyecto de un relato exclusivamente “hecho de cartas” (pp. 40, 102) es también explicito y aspira 8 sr un paradigma de narracién, i cluso de cardcter utdpico (la referencia es més remote por caracterizarse al XVIIE como un siglo de epfstolas). Esta profusion, desde luego, es par- te de otra mayor: ta escritura cunde en las formas mas variadas, designada slempre o bien como enigma por dex r, 0 bien como iluminacion edi nto, "Si hay une historia” (p. 13) es porque hubo una escritura, Pero la eseritura, por lo general, no entrena su secreto sino en al interior de una historia de apropiacién, de una aven- tura del sentido, de Una exposicién personal, pasin, inteligencia o volun tad, siempre en la cereanta de una pro- mesa efectiva. Cada historia de inter- pretacién (incluyendo ead interpreta cién de Ia historia) cambia al intérpre- to, yan los casos deciivos lo cambin en aquelia acepcién borgeana de ins- ‘ruirlo, para siempre, sobre su propia identidad, Presenciamos, en cada caso, esta conversion a partir de la primera persona de un intérprete o de un tes- timonio escrito insertado como docu- mento de su bésqueds. Los Gnicos mo- mentos en que intervene un narrador imporsonal, momentos. interstcialoe que al disefiar e| anticlimax de la inter- ppretacién connotan a ésta como per- versa division del trabajo que recicla la inercia histérica, son aquellos en que asistimos, en un decorado poblado dde cartar como indicios sospechosos, a las operaciones de su interceptor. Es- ‘te, Unico personaje que recompone sin evocar, que muta el corpus en cada fectura, que descifra sin historia, que ecodifica si es ol reverso absoluto y_ soll renin en que se resume at desitra Imiento de los otros: sntEdipo a quien ro le va la vida en la interpretacion, La asimilacion de {a carta a la utopia (p. 103) ~y, por exoansién, de ia ex critura al deseo tiene, en la escena de la Intercepci6n, su corrective mas leido, su leccion’ de historia, €Qué ‘otra cos9 que nuinas del deseo urbpico son estas falidas correspondencias en tre los hombres, esta dialéctica de la comunicacion degradada per una inter- ccepcién imparcial que la corrige 0 Ia cancela? Ms generalmente, en la nove- la las cartas tienen el destino de no Negara destino, 0 bien como en el as0 central de Maggi y Renzi~ de ser el sustituto ambiguo de un postergado Y fracasado contacto no exrito (ame hazado, también, por fo exrito: “nun- ‘2 nosvimos... ésta es en realidad ina cita entre dos desconocidos", p. 111) Son la respiraci6n artificial que conc 4e el azar 0 los interceptores a quienes spuestan a la escritura y deben, ante Luna huella corroida por su deriva, as mir ef vértigo de ta inmediacion this- tGrica: toda inseripcién es un combate. La escritura deprimida por una historia heterénoma es una matifora dilatada de los ifmites de lo préctica ideolégica ‘cuando no esta sobredeterminada por tuna apuesta coleetiva; como tentacién individual de trascendencia, es un (n- dice y un efecto del enrarecimiento de la historia, Lo muestra -direta mente~ ef delirio solitario de Enrique Ossorio, cercado por las fracturas del cxilio, ¢ --indireetaments- la antagd- nica evolucién de su bidgrafo. La préc- tica sedentaria de Magai revela sus li- mites, su fragilidad, su dependencia de un exterior disuasivo: al interrumpiria {después de aclarer que “un hombre solo siempre fracasa”, p. 236), Maggi abandona “lo Gnico de fo que necesi- taba desprenderse para queda libre” (6. 275): sus escritos, protocotos de tuna interpretacién que suscitaba esa libertad. Se dirfa que sus cartas, en realidad, s6lo habian diferido ese mo- mento, mientras las de su bioorafiado, que é sab/a leer, lo preparaban. Por 0, en términos generaes, tes escri- turas se muestran 9 meruido en su o3- récter fragmentario, agcbiadas por la desintegracién que les infiere la histo- fia 0 una Raz6n hegeliana qua las iro- niza, Tentada por la utepia pero aco sada por la parodia, la escritura aspira 2 ser morfoldgies, pero sélo consigue ser re-presentativ ML. Cita, utopia, parodi Se tata de una eta? —te pregunts, ~Sequramente. Yano nos quedin més que citas. La lengua os un sister: 1 L; Borges: “UK ‘que esti cansaio" de un bomb “Una cita entre dos deseonoeides”” 111 dosenlace eventual de la aventura de busqueda que relata el narrador; en el momento mismo en que se esboza la ruptura det desequil brio inicial (respecto a Maggi, el pro: posito de Renzi es idéntico al de Ber- trand Russell en cuanto a Wittgenstein’ Tratar de conocerlo", p. 207), el tex- to ironiza la intriga y, despreciéndol LIBROS retorna al juego de las marcas escritu rales que son su verdadero tema, En Respiracién artificial, la cite, ademés de su normal funcién referencial, y ‘también de su uso metaforico (p. ej. Ja asimilacion del “modo de andar” 3 ita mal empleada”, p. 155), el modo propio y peculiar que tiene cl texto de exhibirse, en sus reenvios. especularos, como bloque de secuen- cas cifradas; mediante la cita, ta no- vela proclama que fuera de sus bordes lo verosimil decae a un punto cero y que dentro de ellos no hay més que ‘operaciones de lectura orientadas tau- toldgicamente. Para neutralizar el persticioso cogito del lector, que pue- de aspirar 4 evidencias de un veros(mil fexcedentario respecto al jusgo cons tructivo del texto, copiosos sintagmas por su reiteracién, par el modo en ‘que la emergencia de fo mismo pres- cribe su funcién como citas recipro- cas figurarén cifrados indicios de lec- tura, como réplicas formales de los cifrados indicios que la historia exhibe y daa pensar a los intérpretes. La cita 5 of entre (y el entre es una cita: pp. 94, 96, 118, 120, etc.) que separa y lune a actores reofprocamente “dotco- nocidos” ~subsumidos por eso en la categoria de “actantes” representados por mas de un actor. "Dos desconoci- dos" son, p. e., Enrique Osorio y Arocena, moviéndose “a ciegas” (p. 119) en el desciframiento inacabable; (© Marquitos y Kant (pp. 46, 273-274) manteniendose de pie con esforzada "dignidad’”; 6 Katka y ol Senador (pp. 270-272, 75, 77), haciendo equilio dobre un punto frigil para avizor futuro. En cada caso, el desplazamien: to pendular de la cita cifra sus movi- mientos y los reintegra a una reserva redundante que fija la semiosis del tex- to como juego autocentrado, disuasivo respecto 2 cualquier pregnancia rea lista La eseritura de la novela anuncia y confirma la gestualidad antirreferencial de ta taciones no hay fuerade-si para la es: critura: 1a interpretacién, es in-termi- rable y su objeto, volstil’ Esta herme- néutica —vicioss en cuanto al verosi- mil, productiva para la articulacion desnivelads del texto~ se manifiesta sobre todo en el caso estratégico del doble archivo, segmentario y lacunar por eso mismo mds representativo, que el lector lee de acuerdo al montaje 39 LIBROS de sus piezas, a la alternancia de las “pruebas” documentarias: por un lado las cartes y el diario de Osorio, por ‘oto las carts que descitra Arocena, La sugerencia implicita de que uno y otro archivo tienen el mismo conte- nido, es decir que las cartas utdpicas de 1850 fechadas en 1979 son las que en 1979 descifra ol Interceptor con la ‘misma perplejidad con que las desci fraba su productor (moviéndose ambos “a ciegas”, insistiendo en su sospecha, P. 119) sume ala “interpretacién’” en fl vértigo de un indecidible regressus in infinitum como el que muchas ve- cet coups a Borges, pero aqui parodi- zado por apoyarse en el progressus de la utopia, ‘Aunque no figurase en la novela, el lector reconstruirfa fécilmente el nom- bre literario de ese dispositive bidirec- clonal: la “‘méquina del tiempo" (p. 29), mencionada precisamente por Maggi, el historiador, para indiear su inivial desarraigo, a1 “‘desembarco"” perplejo en el presente antes de con- sagrarse a la exploracién del pasado (y encontrarse en ella con ta explora: cién del futuro). El aparato de Wells denota el viaje ut6pico de Enrique QOstorio y connota ol método de su srafo (es prospective y no retros- ‘jams habri un Proust entre P. 20); asimismo la prediccion del utopista con la retrodiccién de sus intérpretes (Maggi, el Senador, atin’ Arocena). La “'miquine del tiempo" es metéfora: 42) de ta novela misma (por sus meca- niismos de propulsién y retroceso tem- porales); b) de su modo de grabar en la carne viva del presente fa inscripcién viquiane, quizis-- de uns sentencia Uut6pica, a la manera de ta implacable méquina de Katka (p, 264) en “La co- lonia penitenciaria’; c) de las opera clones mecénices con que los descifra- dores buscan reconstruir un explica- ivo eédigo histbrico, en lucha perma- ante contra 193 “maquinas del olvido"” {p. 30) y apelando a “la gran maquina poliédrica de la historia’ (p, 66). Es, or otro lado, la representacion me- tonimica de los envolvimientos reci- rocamente inclusivas que los agentes, temporalmente distantes, ensayan, co- mo se vio, “a ciegas" (p. 119). Paré: dica maquina de desplazamientos, no lo entre esos dos personajes (el "Pro- tagonista” utdpico y ol descifrador “téenico”), sino, mis borgeanamente, entre otro Protagonista, Enrique Osso- 40 rio, y otro descifiador, Marcelo Maggi, al modo en que Kilpatrick, ol prota ‘onista y Ryen, su bisnieto y descitra- dor contempordneo (Maggi es bisnieto politico de Enrique Ossorio desde su ccasamiento con Esperancita) juegan su juego cifrado y complice en et “Tema del traidor y del héroc”, tema del des- ino bifureado de Oztorio, Apoyéndose no sélo en Ia parodia de a cita interna, sino también en ia cita:parédica que convoca otros tex: tos, el lector podria supaner, silo de- sea, que ese "Tema" no agota Ia pr sencia temdtica de Borges (ademés de $us otras presencias ostensibies). Aca: $0 el regrascus in infinitum (sostenido adicionalmente por los sofas inversos de las mismas cartas, en Enrique Osso- rio, p. 97, y el Senador, pp. 57, 76) no os do a elegir entre 6! doppelganger histérico (0 fa identidad metaférica) y ® sueio coneéntrico (0 la metonimi reversible), entre la tautologla y el sterno retorno? éNo es el “olro” En- rique Ossorio un anticipado lector de la realidad fascinado ante las elésicas aportas del regressus ("¢Haby’ alguna forma de intervenir 0 slo puedo ser un. espectador?", p, 123)? Por lo de- imds, la definicion intersticial de la uto- pia ("entre el pasado y el futuro”, “ontre dos lealtades", pp. 94, 96) es éntica 9 la dol desciframiento: Ie uto- fa figura, en el tiempo, la intercal cién de un espacio, el “entre citrado (pp. 118, 120), 1o que desafia al inter- ceptor en su bOsqueda dal sentido tex: tual, El exilio, distanciamiento de Ia historia, y el sentido, espaciamiento de la eseritura: he aqui otra asimila- ién borgeana que muestra al Tiempo ‘como un avatar del Libro, 0 9 un ea balistico intervalo entre las letras co- ‘mo iluminacién de un histérieo inter valo entre dos destinos. Si el leetor ha preferido esa lectura, concluiré, con toda fecilidad, que Respiracién artf cial se propuso nacrar una “Nueva re futacion del tiempo", y recordaré ta postulcin mas fuerte de este Ultimo toxto: "ENo basta un séio término re ‘etido para desbarotar y confundi la serie del tiempo. . I historia del mus so, para denunciar que no hay tal his toria?", El subrayodo, desde luego, «3 e Borges y en él estarian todos los subrayados “eripticos” de Piglia, Tal lector pasaria por alto, en ese aso, el aspecto constructivo-parédico mis logrado de la novela; asumirta sin ‘mas el nombre falso de Borges, mien tras que éste s6lo in-forma un eslabon. (como si dijéramos la parodia prima sometida a un nuevo trabajo) en la ca: dena de los paradigmas parddicos. La funcion de la repeticién no es denun- iat 1a inexistencia de Ia historia sino permitimnos ir de un lado 2 otro de la historia, Este reverberante sintagma es timula, en efecto, una conspicua clasi ficacién de sus funciones, que se dis: tribuyen entre: a) la figuraci6n itine- ante del discurso: el Senador (p. 64), Enrique Ossorio (pp. 73, 102), Hitler (pp. 267-268, 272) discurren ‘de un lado a otro" estableciendo su respec: tiva vision del futuro: el acotamiento exhaustive del espacio ffsico connota el del campo seméntico que sostiene su ‘versién’’; b) el circuito bloqueado de! mensaje: para el Senador (p. 76), Para Tardewski (p. 145), las palabras no pasan fécilmente @ “este lado"; ef interceptor, por su parte, se ocupa de Ponerlas “a un lado” (p. 101); ¢) el desplacamiento simbélico de 1a inter- Pretacién: el bloqueo se neutraliza en ®l plano de la videncia: “decir algo ¢o- bre lo que esté del otro lado" del pre- sente es atributo del equilibrista kaf. kiano (pp. 272, 105), de la vidente ac- tual (pp. 98-99) o de otro siglo (p. 97), que conffan para ello en el vuslo de los pijaros, como también el Senador (p. 75) (la interpretacion més dilatada se efeotia en una casa que evoca “una ajarera", p. 196); 0) la temporalidad expansive de ta escritura: anunciado: ras de hechos que van “a pasar en otro. lado” (p. 119) son para el interceptor las cartas de hoy asi como las utopicas para Ossorio (p. 113), no menos que las palabras de Hitler para Kafka |pp. 260-261, 284) 0 el toxto de Grace Pa: ley para “Enrique Ossorio” (p. 122). Esto es apenas un comienzo de cate- gorizacién del “otro lado"” (pues atin habria que dar cuenta de! “otro lado det rio, pp. 19, 71, 175; dela casa de "al lado", pp. 218, 243, 248, etc. y finaimente enumerar los “lados" resi duales}, pero basta para concluir que #¢a "clave" permite contestar a la pre gunta que abre el texto (y lo obsede @ cada pao): “¢Hay una historia?” {p. 13). La hay, para el lector, siempre “en otro lado". La hay, para el autor, entre “los dos lados”, procisamente ‘‘a igual distancia de los bordes” (p. 92): del texto, del rio, del tiempo, de la realidad, de la utopia, del lengua, De modo que las dupticaciones que asedian la narracién della historia y las fisuras reguladas que hienden el texto deben entenderse como la brillante (y formal) clave parédica que exhibe, en ‘su organizacin basica, el procedimien- to consiructivo de Onett, que tiene en “los dos lados" y en los desplaza- mientos de uno al otro su or tructural (cf. Josefina Ludme Los procesos de construccién del re- Jato, Sudamericana, 1977), potenciado aqui para otorgarle a irdnica visibil dad que es el clasico atributo de la pa- fodla, Se trata, entonces, no de ia du- plizacién borgeana (presente también, pero como burla manifiesta, sobre to- ddo_on lot “espeiot sbominables" quo arrainan la identidad: existencia hecho “de citas” 0 vocacién de “ser un Mu- 00", pp. 273, 150), sino de la onet tiana, del desdoblamiento generalizado. que a partir de la historia como re- presentacién $9 propaga aqui en una cadena dual que inviste dexde las osci- laciones de lo verosimil (la version") hasta el movimiento. pendular do los actantes “entre” dos mundos, dos tiempos, dos lugares, dos espacios de ‘semantizacién, dos inscripciones, etc.,, y sus retlejos “cifrados”. En Respira- ci6n artificial ot “otro lado” ef Ia re- Presentacién parddica privilegiada del onjunto de los traslados onettianos, “yertidos” como marcas de alteridad consttutivas de la historia an sus prin cipales planos (véase, p. ¢j., la conti- aided contradictoria de tos descitra- mientos de Osorio y Arocens, la anfi- bologia del entre, 1a polisemia de “la historia”, etc Para fomentar més el reconocimien- to del modelo homensieado no se eaco timan, dese luego, los topo’ de Onetti (ia ventana, el rio, ta estacién, I plo obviamente la forma epistoiar y Sus elusiones, las marcas literaris i ales, ete, ni tampoco la rea mds © menos cifrada, de algunas de sus figuras noveisticas. Farece permisibie reencontrar (de La vida breve) a la Queea on la Coca (1a primora on el de- partamento de al lado, la segunda del ‘otro lado del rio), a Raquel en “Ra- quel” (a primera liega a Buenos Ares, Ja segunda “anuncia” su legada a Ez za), a “Arce” en Arocena (el primero. la recibe, el segundo Ie eapera); al pros: tibulario Marquites de Juntecadavares, al Ossorio de Para esta noche, que aqui 4 contigue llegar al “otro lado” dol exilio; la“dobte 2" (p, 126) de la carta de Los adioses. No se puede desarrollar an este lugar una exégesis de la paro- dia; apenas podemos mencionar muy sumariamente (cf. Onetti cit.) la rei ‘teracién de los motivos de la llegada, Ia visita'y 1a partida (comienzos de la primera y de la segunda parte y final de la novela, respectivamente); la “pré- (que compensa, en Ossorio, la amputacion de Ia patria y en Maggi, su ausencia definitiva); ta excision de Ossorio en “el Protagonis- ta‘ imaginario desde el lugar privile- giado (“entre dos lealtades”, p. 96) que le permite una “doble legelidad”, ‘como el Brausen-Arce de La vida bre- ve y como él también haciéndolo des- de que se interesa en una prostitu asimilando, en esta novela, su “ofi- situacién que De todos modos, el “otro lado det r/o" “en la otra orilla: 1a construe- 65) constituira el més emble- matico Homenaje a Onett Como se ve, Respiracién artificial ‘8 una conversacién con la literatura, con sus mitos prolijos, quizés como lténica asuncidn de la proposicion 1é- vistraussiana de que los mitos conver san entre sf. Conversacién que, en et ‘aso de Piglia, puede asumir la forma del homenaje admirative (Borges, Joy: cz, Onetti, Arlt), det sareasmo urgente 0 de Ia tolerante ironia: su textualiza- cién parédiea os, digémotlo asl, distri butiva. Las ciencias humanas, por ejemplo, son aludidas con mordacidad y desenvoltura (cf. ta gauchesca "Lec ‘ci6n de escritura’” que remeda, p. 178, la lévistraussiana de Tristes tropicos incluye ademas a su critico “Derrida’ le historizacién del ajedrez propuesta por Tardewski, pp. 26-27, que desba rata el conspicuo ejemplo eaussuraano de Ia exclusién reciproca de sincronis y diacronfa e ironiza, quizés, la desru tinizacion del ajedrez propuesta por Pierre Menard como antecedente de su desrutinizacion de la lectura) e igual mente la filosoffa en la diatriba frank. Furtiana de Tardewski (el racionalismo, precursor del fascismo), en la burlons referencia a Heidegger (onettianamen te mediada: la verdad del Ser habita en la casa de “al lado", pp. 216, 243, 248) y en la descripcion de la mirada extrafiada de\ europeo recién Mlegado (bp. 214-222) a ciertos ambientes filo soficos de fos afios 40. Mas intrineados ton lot homenajes acumuletivos (desglosando el construc- tirizmo onettiano), en los que no nos podemos detener, salvo para mencio: LIBROS nar, muy rdpidamente, el joyceano intercambio que establece Piglia entre la Historia y la Literatura: poetizacion de la primera, historizacién de Ia se- gunda (cf. 1a discusion literaria en et Club Social, réplica de 1a biblioteca Uliseano). Ademés de Ie reivindicacion de Arlt que incluye la discusién, la voz de éste se escucha en varios lugares del texto, con una resonancia en parte distinta a la del “Homenaje” que lo tomé por objeto en Nombre falso: ar- ticulada con otros médulos discursivos cuya modernidad revierte sobre Arit conservando y superando ‘hegeliana- ‘mento) la vigencia de su escritura Si aceptamos que el nivel de la pa- rodizaciOn es puramente catértico, que la textualizacién superficial de la uto- fa conduce a apor que, @ nivel del su texto el problema historico figura un objeto irénico y no dramético, todavia quedan por ensayar otras dos lecturas que discieran Ia realidad inmediata del presente y su inteleccién racional mediata: la apuesta de Piglia es desi frar el lado ciego de a historia y para ello no rehusa descender, dantesca- mente, hasta sus cfrculos subterrdneos, IV. Historia y pesadilla History, Stephen sid, i a night ‘mare from which | am trying to awake. I dayee: Ulyenes “La historia [dice Marcelo Magy’) es el Unico lugar donde consigo aliviar- me de esta pesadilla de la que trato de despertar” ip. 21). Esta version libre da la medida precisa de un desplaza- miento en la morfologia tantastica, parédica o literaris de la historia: pre- clsamente la medida de a libertad que se opone 8 44 fatalismo. Se trata ahora de la representacion como impulso del acto ("ser fiel en la vida al rigor de sus ideas", p. 274), de la morfologia asu mida en un registro estoico (‘porque vemos como va a ser y en qué se vaa convertir podemos soporter el presen te, p. 237). Versién racional cuyos aleances se pusden apreciar mediante tun rodeo textual que permite fijar los contenidos de la pesadilla de la que Maggi trata de despertar. El paso de una clave a otra, de la historia como suefio a !a historia como esadilla, tiene lugar por una necesidad interns, pero excsdentaria, en la se euencia infinita, circular de las escri- 41 LIBROS ‘turas. En el orden simétrico del archi vo, una “‘perversa intercalacién’’ (p. 248) ha puesto de manifiesto la entro- pla del universo taxondmico, ha dado la raz6n al Senadior cuando postulaba que “la desintegracion. .. es una de las formas porsistontes do 1a vordad” (p. 66). En les redes de ese cazador de Significados humanistas que es Tar- dewski —un erudito para quien el or- denamiento de las citas se identifica con [a articulacién del sentido:- ha ‘quedado inmovilizada una cita mons ‘tuosa, un sentido terrible, La basque- da de un texto de Hippias que un ins- convierte on la lectura de Hitler te permite descubrir que ta mo- dulacién del Logos puede ser también ‘atroz, que el poder racional de las pala- bias puede mutarse en el delirio irra ional del poder, servirlo y fomentar- lo; que la historia, en definitiva, no sblo promote las aventuras del orden, sino también fos abismos de un desor: den siniestro, Ese es el resultado —ink cialmente una simple flexion del ar: chivo que ironiza el primer paradigma, la morfologia circular al que se llega por la “intereatacién” de un infierno tentro ol ciolo do las ideas y ol suelo de la historia (quizds otra padecida “‘ver- sibn polaca de la caverna de Platén’, p. 140). A partir de aqui, fa lectura del dis ‘curso fascista sobre el fondo historico de sus efectos reales (que denotan la devastaci6n suropes de los aiios 40 y ‘connotan todo terrorismo del poder) permite, en el desarrollo de la novela, un doble desplazamiento: hacia ade- lante, para abarcar un nuevo ndcleo temético, y hacia atrés, para superpo- ner ese niicleo a las acumuladas prue- bas documentarias, doténdolas de un nuevo espesor. El tema es, una ver més, la “relacion entre Ia literatura y el futuro", planteada ya como “incom- prensible” (p. 123) 0 como compre: sible (p. 114) --en ambos casos por “Enrique Ossorio"— perosélo encuan- 10 postulado; ahora la adicion, por parte del erudito de la novela, de una hipdtesis histérica en un caso habitual- mente tenido por sjempiar la pres ciencia kafkiana— modifica el planteo tebrico extrayéndolo de un marco ex: plicita 0 tendencialmente fantéstico pera situarlo en un terreno diterente la posibilidad real, en el escritor, de estar “atento al murmullo enfermize de la historia" (p. 266). Esa hipotesis (repetidos encuentros 42 de Hitler con Kafka, en 1909-10, que habrian permitido al primero mono- logar sobre el destino que pensaba in- fligir a Europa) - manejada por el her- meneuta como un turbador descubr miento que cambia su propia vida -, si bien en un primer acercamiento pare- ce disminuir el alcance profético de la “utopia atroz” (p. 264) que en diver- sas formas Katka deseribird en sus rela- tos, en verdad s6lo le imprime un nuevo sesgo. Pues, asf como antes ~en el cato de Maggi, sobre todo - se tra taba de saber /eer el documento ambi quo [incluyendo su utopfa), ahora se trata, con Katka, de saber escuchar el verbo delirante (incluyendo su uto- pia). Planteada como una normative del saber escuchar (simbolizeda en la ‘aterrada atencién con que Katks sigue, ‘en un café, el mondtogo demencial al acecho de una oportunidad histérica que permita vertir el discurso en las ‘cosas, 1a problemstica de a literatura ‘como transcripeiin de signos preour- sores desemboca en Ie finitud de la escritura cuando la pesadilla de la his- aleanca una magnitud * ble” (p. 271), Punto limite que remite a lo indecible del ciframiento epistolar (en te primera parte) y retrotrae la lee- ‘tura a Ia codificacion cel lenguaie, es- peciosa o ingenua, calculada o espon- ténea, pero siempre determinada por la misma envolvente historia. éNo hi bri algo de atroz en ella, una colectiva pesadilia como, procitamente el histo- fo, indicaba? La captacion retrospectiva de los mensajes no tiene nada de forzada. 2Acaso no escribe Katka desde el por- Venir, igual que Ossorio (el autor de 1979") y lee desde el futuro, igual que Ossorio (el testigo anticipsdo de Bellow)? No se mueven también “a ciegas” sus protagonistas y -a veces designados con iniciales, siempre nive- ados por Ia cotidianeidad - no son tan Colectivamente representatives como los redactores de las cartas que recibe el Protagonista uidpicu? Si "Katka es Dante" (p. 270), ests permitido extra polar su infierno. El giro regresivo mocificaré ol sta tus de las pruebas do as. Pre~ sentadas anteriormisiste como indicios de una historia plena de alusianes, cu yo ciframiento eventual dabs ta, me dida de lo que el codigo de escritura podia deber a la existencia del inter ceptor (atenuando el cardcter parddico de sus operaciones), es decir el home: naje calculado que toda inferencia det ‘corresponsal rendia a la interferencia del poder, esas pruebas adquieren aho- ra Ia plenitud de determinaciones que fen aquel cédigo eran indecibles, No Porque todos los corresponsales resol- vieran cifrar a comuricscién, sino por su inherencia. social, por el espesor hhistbrico que en ellos. marcaba, dife- renciadamente, la matriz generativa de Jo comunicable; si todas las cartas son mensajes def exilio (externa e interno), como Ossorio decfa que las suyas.uté- pcas eran escritas “por ‘ el exilio (p. 104), en las entrelineas deberfa fil- trarie la ominosa realidad no dicha, Lo transcripoién prolija de este filtrado debe ser sustituida, aqui, por algunas indicaciones que ilustren el juego del texto, En concordancia con Ia instiga- ccion bésica de la novela: ver el grafema del archivo como activador de una in- terpretacidn que no es sino memoria del presente, captar la huella documen: taria como procuctora de indicios con- tempordneos, establecer la ostranenie del lector como revelacion mediada por la propia lectura, el descubrimi to inesperado de Tardewski en el Bri Aish Museum obre e10 otra instancia legible, siempre tramada por reinscrip- ciones textuales La “'perversa intercalacion” del H/- Hi an ta biblioteca (una sustitucion de nombres que cambia a Hippias, el so- fista metédico, por Hitler, et Sofista ‘Armado, \a razon versada por le razon perversa) habfa anticipado Ia intercala- ibn del horror on Ia historia; ol Hi de Hitler, esa fraccién de un nombre de aniquilacion, se espejaré en tos. "mur- mullos despedazados” de sus victimas ip. 245): animalizadas por el acoso, ‘aterrorizadas en sus madrigueras", reducidas a reproducir “el ch ‘omiton la ratat... Hi, hi, chillan 267). Relectura katkiana, entonces, del. epistolario interceptado, Ahora bien, son colonias animalizadas como Jas descriptas por Katka las que entre- vemos, aqui, en la carta de la vidente Este personaje, que capta el porvenir on un presciente “Dijs" (pp. 98.90) ox la version contemporines de otra fabula kefkiana, ya que el Hi, hi, chilido subhumano que identifica 4 una poblacién reducida a le condicién de falas acosadas, es el lenguaye de ese "Pueblo de los ratones”” al que fascina y reconforte ol chillido de “Joxefina la cantora’, quien, en el relato homénimo de Katka, canta "en tiempos de agitacién”, cuando “mil- tiples preocupaciones y peligros”” an- gustian al pueblo de los ratones, "Echevamne Angélice Inés", alucinada reencarnacion de Josefina, canta “para ‘no ver todo el sufrimiento” (p. 99) y también, por sus dones, aspira a ser “la Cantora oficial” (pp. 99-100) de su pucblo. El desdoblamionto de Ia coirespondencia en clave kafkiana suministra otros indicios para reforzar nuestra intuicién de un enrareci- miento de 'as_ releciones hismana ‘mediante ta asimilacion plena del juego especular de historie y literatura. No s6l0 en la correspormdencia, desde Ia novela permite que cada én se reduplique y difurda en dliversos contextos, aprovechando al mismo Kafka pero no s6lo a 4, En el mondlogo del Senador, p. éj., un titulo de Katka puede fomen- tar visiones utépicas (p. 65), ast como otro de Valéry (p. 77) la cronica (eitrada) de un presente aciago. En este punto conviene volver (por un ataio inesperado) a Arlt, y preguntar nos si el autor del Homenaje” que fo tomé por objeto no habré querido ser fiel, en esta novela, asu mandato. Pues, en términos de la relacién del eseritor con su piblice, équé puede ser “un ‘eross’ a la mandibula” como el que Fecomendaba Arlt (prélogo a Los /an- zallamas, 1931) en 1981? Quizds la transcripeién de la aniquilacién final en Ef proceso: “como un perro” (p. 265) para indicar, en Ia actualidad his- Toriea, e! costo irrestafiable del pro- eso, Por un basculamiento explicito en- tre Joyee y Katka, que no 2s sino otra discusién sobre las claves del lenguaje, sobre el modo en que el juego de la escritura atribuye un status al signo, sobre fa semantizacién llamada taxto, la pesadilla disipada por Joyce como latencia de un presente esquivable deja su sitio a la pesadilla asumida por Kat- ka, como latencia de un futuro posi ble. Se da asi una segunda (y no defi- nitiva) respuesta a la interrogacién inicial: “¢Hay una historia?” (p. 13). Esta no puede ser ya circular, como borgeanamente fo permitia la primera ‘manipulacién de las caves. De las osci- laciones y simbolismos del suefio ut6- pico se ha pasado a la vigilia del total tarlo “sueflo gético" (p. 266), contem: porineo "mal du side” (p. 89) cuya Fecompoticién es, morfolégicamonte, la de “una maldad geométrica” (pp. 265, 145). La segunda respuesta aban: dona una historia quizis indecidible por una historia tal vez insuperable: la pesedilla es ubicua, y sila literatura, con Kafka, representa La divina co: ‘media (p. 270), hay que entersler que se limita a la exploracion de su Inf no, de su estratificado y coneéntrico horror. 2Existiré también un modo de remontar el abismo, tal vez esca- lando los “escarpados senderos” que conducen a “cumbres luminosas’, co- mo decia otro lector de Dante, el filo: sofo del British Museum? Este asegura- ‘ba que “no hay via regi para la cien- ia’; con mayor razon no la hay para la exploracién conjetural de la ficci6n, V. Les pruebas de la historia Die Weltgeschichte ist dae Weitgoricht Hegel: Enzyhiopiiin. Sino hay, en principio, via regia en Respiracion artificial, si hay, en ‘cambio, varios cominos de cintura, periferias que cifien el texto a diversos niveles de si topograffa, cinturones hermenéuticos cuyo recorrido esté es- ‘andido por seffalizaciones que de- ‘marcan el terreno y nos permiten ir de un lado a otro de la historia: ta porodizacién de las marcas puede ser vvir para acotar otro espacio no paro: dizado. Con el tema de la utoplo, Pi- lia se interna en ef presente histérico desde una perspectiva que muestra ~indirectamente— la indigencie de los juegos (y suefios) joyceanos o borges- fos. En definitiva, la utopia puede ser ‘una especie de rigurosa historia experi- mental, y si se la practica ex post facto aprovecha ventajosamente los recursos de Ia ostranenio: “esa forma de mirar” del que esté “afuera, a distancia, en ‘otro lugar” (p. 195), aunque ese lugar sea_el mismo: transformar el mismo lugar en otro, mediatizar lo inmediato, “saber mirar 1o que viene como si ya hubiera pasado” (p. 20) es el vértigo ‘que a veces propone la historia (Esfin: ge implacable 0 servicial) a quienes buscan esquivarla como fatalidad, La ostranenie es la mediacion presente en a sintesis de Ossorio (“‘Entonces: el exilio es Ia utopia”, p, 94) y la me- diacién ausente (y afforada) en la sin- tesis de Tardewski ("el cogito, ese huevo infernal, ... nos llev6 directo a Mi lucha", p. 247); no hay conock miento sino sesgado, la reflexion es LIBROS un desplazamiento y, mas an, el saber de a historia requiara un rodeo: para conocer su lugar debemos ir de un lado al otro, Por es0, el tera del exitio en el si- glo XIX, con sus resonancias contem- Poréneas [ampliamente “‘documenta- das” en las cartas) se abre a una inte- rrogecién més radical sobre ef luger del pensamiento histérico y sus con- diciones de posibilidad. El fictive Enri- que Ossorio, amigo de Alberti, es una representacién del mismo Alberdi co- ‘mo #1 gran desterrado de la historia argentina. Ossorio evoca de algin mo- do Ie situacion de Alberdi como seore- tario de Levalle en 1839, su formaci6n intelectual con predominio del histor cismo, su composicion de una novela filoséfica, Peregrinacién de Luz del dia (con ia que se podrian sefalar tam: bién correspondencias, ir6nicas y paré- dicas, en cierta versién de la relacion EuropaAmérica y en el “descubri- miento"” que hace Tardewski de Ia cul- tura argentina) y sobre todo el tenso exilio que colma su biogratia: 2qué son los escritos de Ossorio sino otras “Palabras de un ausente'"? Alberdi, ademds, temid el desciframiento pos- tumo de sus escritos, igual que Osso- rio, aunque, més perentorio que éste prohibi6 (como Kafka) su publicacibn. Pero més alla de estas correspon- dencias (y de algunas otras menores), la quo resalta como olemonto no ance: dético sino estructural en Ie relacion del “héroe” historico con la historia posible es —recuperando su etimolo- gia la utopia permanente de la vida de Alberdi: Ia situacién inconfortable de habitar un no-lugar entre los pro- Yyeotos historicos que se disputan la hegemonia en el siglo XIX: una omi- nosa “astucia’” pone a la Razén del otro lado de su esperanza. Alberdi es el “héroe'” (también llamado “traidor’* en ocasiones) paraddjico por excelen. ‘cia: genera espacios de accién que la faccién muta y disioca; provee lugares que la historia desplazs al afirmarlos; Por eso -y no debe asombrar- crea las Bases pero desecha el edificio; com: bate a Rosas pero también al nuwo poder bonaerense; ‘apoya a Urquiza, pero frente a él aparece como el /nca- ‘rruptiole; es alisdo del Sarmiento utd- pico, pero no del Sarmiento histérico: quiere un pais que no existe, que no tiene lugar, como no lo tiene el sin- eretisme buscado por Ossorio (p. 33), su vez prefigurado en la alberdiana 43 LIBROS 13a. palabra simbélica del “Credo de la Asociucion de Moyo. Es en este sentido que hay que ver ' Osorio como la proyecciin noveles- camente excesiva del meticuloso Al- berdi (el “exceso"” de que habla Magai . 36), Que ese exceso esté enmarcado por el desborde de sus lealtades, el otto lado de su fallide coneiliacién (ser fl “eje de ta futura unin nacional”, p. 33) y que este desborde sea ta con dicién, de su visior utépica (p, 96), sitda @ Ossorio, dento de la riovela ty arrastrado por el caso ejemplar de Al- berdi}, como uno de loz personajes que testimonian, deste distintas pers: peetivas, dénde esté el luger de Ia ver dad posible: en 1a mirada histérica excéntrice, en la aventura del rodeo, en-el que ve desde el exterior. El tema del traidor y de} héroe se. amplitica ‘como contradiccién mediada por la es- critura 0 por la visién del “ausente”. Traidores al. ugar que tos asigna ta clase, 1a profesién, la norma consen- sual, la historia vecieda de uwpia, son todos los héroes que exhiben el lager censured, 1 otro lado del he- ‘cho, el “posible” contradictorio: Enri- que Ossorio, pero. también Luciano Osorio, y Maggi, y quizés Tardewski. Katka, Wittgenstein, de alain modo Arlt. A todos se les acaban las pal bras, porque fo que se debe decir no puede ser escuchado: consensualmente indescifrables, ilegibles,. son desoifra- dos siempre desde otro /ado. El suick dio de Enrique Ossorio (pp. 34, 37), el enmudecimiento del Senadior (p. 80) del de Wittgenstein (p. 209), la par- tida y ol mandoto “testamentario”” de Maggi (p. 87), el enviscamiento de Tarcowski en las citas (p. 273), la “su: prema tentacién’” deno escribir que se adjudica a Katka (p. 271) 0 ta imposi bilidad de ser leido que s elosia en Arit (p. 167) son formas de clausura que variadamente connotan la no ¢on- temporaneidad del sentido y de sus “claves”, 1a persistente viscosidad del presente y la recionalidad diferida de Ja interpretacién, Lo que no quiere decir que todas los clausuras estén en et mismo nivel '¥ que no se restituya el juego de sus contradicciones: a circunspeceién de Wittgenstein es corregida por el atre- vimiento de Kafka (p. 271), los limites del pensamiento en Tardewski por la vitulidad de tas ideas en “el Profesor’” (p. 274). La ciausura es sélo una for ma metédica de {a esperanza para 44 quienes se mueven en le historia y -como Maggi y los Ossorio— apuestan ‘al fracaso de 1os otros, desionan la fragilidad de su resistencia (poraue la suya es més fuerte) y traducen la razén en términos de proceso: para quienes conocen la antinomia (prefigurada en mismo Alberdi) entre historicismo y Utopia y se mueven dentro de sus limites. En esta perspectiva, ef dess: rrollo discursive mis extenso y repre- sontativo (incluso por su retorica ci ‘rada) os ta expansion que permite al Senador exponer su Filosofia de la Historia argentina. La. (faulkneriane) duracion de ta tierra —y su correlato: | memoria familiar, p. 70. 0s asumi a por él como "el exterior” (p. 65) desde el ue aspira a otra memoria: ta e una Idea, una hegeliana inteleccién ‘que “abrir(a para todos la Verdad de ste pais" (p. 55). Héroe encadenado por la pardlisis, el Senador es el traidor mas neto: dice la verdad de su clase designando los circuitos materiales que ia sostienen y 1a génesis contingents de su constitucién, hace la cronica de Ja riqueze_y desacraliza el patriciado (ia furdaci6n de una historia heterd- ‘noma), impugna ta logitimidad det pre sente_y anticipa su naufragio desde las rotas del porvenir, ve la dialéctica de Seftores y Esclavos (p. 63) trabajada por a erosién de los primeros y el avance de los Gltimos (p. 75), Deck fe verdad es traicionar ¢ lugar insti tuido y mostrar cémo lo carcome “la corriente de ls historia" (p. 71). En definitiva, ta invitacion de Aas piracion artificial, en este nivel temé tico que la lecture puede identificar ‘como fundante en cuanto a le ambi gledad de Ia historia y como sobre determinante en cuanto 2 Ia significa ibn social del texto en 1980, as inci tarmos a pensar el mismo presente his torico desde los /imites: ol exiliado es ‘quel cue.pyede cambiar el distancia 'miento inferido en distanciamiento asu- mido, transformar su exclusion en as tranenie, su literal destierro en meté- fora de) destierro colectivo, ta pérdida del lenguaje (frecuentemente aludida aqui) en signo de lo socielmente inde ible, su marginacién de la historia en {indice do.una historia heterénoma. A todos los hombres de la novela tos afana una sola y. la misma euestién: desde donde decir? Descartadas las respuestas parédicas, le cuestion siaue fen pie yes respondida por ios que {como personajes de ta novela o figu: ras reales aludidas en ella) han efec- tuado el rodeo, han ido hasta os I~ mites, se han extrafiado: el mutismo de Wittgenstein o la travesta dantesca de Kafka (como respuestas depresivas) tienen su réplica en la utopia positiva del Senador, exiliado. interno, cons- ciente de que “el discurso de la accion ‘es, hablado con #l cuerpo” |p. 52) € incapacitado de hacerlo, y en Marcelo Maggi, que si lo hace, confiando en el otto lado de la historia y activando su conjetura. Decit es partir, trasla- gible y, con “fe en = tomar decisiones précticas” (p, 141). Lo instauracion del futuro racional no puede asumir, entonces, la forma do la “utopia” en et sentido. habi tual-, sino fa de una recuperacion de las rafees historicas de 10 posible: la morfologia de Ia historia tiene para ‘Maggi, en su movimiento progresivo (p. 39), el mismo caréoter problems: tico que conserva su movimiento re- gresivo en la interpretacin. Para en- tender qué “expresa’ el destino de Ossorio, hey que ir “desde el detirio inal” (lo. indecible, el fracaso) hasta cl proyecto do! "grupo intelectual au- ténomo” (p. 38) que no tuvo lugar, La “'méquina poliédrica do la historia” {p. 65) mencionada por el Senador produce lugares y designa no-lugaves: captar su actividad, ir de un lado a otro de su movimiento (de lo posible 2 lo diferido, de 1o eventual a lo nece- sario, del futuro como promesa al pre sente como resistencia) es tanto una tarea de fa interpretacién como de la voluntad. Deseartado cualquier opti mismo ut6pico pero también todo pe- simismo inmodististo, 510 quedo la ‘opcién de Maggi -"éCémo podriamos soportar ol presente, si no su mos que se trata de un presente hist6- rico? Quiero deci... vamos en qué se va_a convertit”, p. 237—, anticipada, en épocas de Similar incertidumbre, por Gramsci, para el cual las formas de dosciframiento pueden llevar a conse: culencias productivas: “una fuerza tor- midable de resistencia moral, de cohe sién, de parseverancia paciente y obs tinada" tiene lugar cuando "la volun- tad reat se distraza do acto de fe en cierta racionalidad de la historia’. Qui- 74s 6st0 sea ol desciframiento ditimo ‘8 que nos induce Respiracion artifi cial: admitir que la representacién del fin es un modo de instaurar la morfo- logia de sus condiciones.

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