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Trabajo de campo y teorizacién en la historia intelectual: una réplica a Fritz Ringer* Martin Jay* Jomo acompafiamiento del reciente renacer del interés en la historia intelectual se ha sus- citado una vigorosa discusién, de creciente sofisticacion te6rica, sobre sus métodos y fun- damentos teéricos. Gracias a la asimilacién de lecciones de Ia filosofia, la antropologia, la crf- tica literaria, Ia sociotogfa y otros campos relevantes, historiadores como Quentin Skinner, Hayden White, Dominick LaCapra, James Clifford y Roger Chartier se han convertido en leaf timos participantes de los debates culturales mas amplios de nuestros dias. Es particularmente sgratificante ver a Fritz Ringer unirse a ellos, pues desde hace mucho se Jo reconoce como un ‘magistral representante del oficio del historiador intelectual. Quienes han tenido la suerte de estudiar eon él, como fue mi caso a mediaclos de la década de 1960, asi como aquellos que s6lo Jo conocen a través de sus libros ejemplares, The decline of the german mandarins y Education and society in modern Europe,' no pueden sino dar la bienvenida a su intervencién. El precoz entusiasmo de Ringer por Weber y Mannheim atin es notorio en este nuevo art{eulo, pero ahora su argumento también recurre a Bourdieu y la literatura reciente sobre 1a Feconstruccién racional en la historia de la ciencia. Los resultados son una animosa defensa de Ia historia intelectual como estudio de los “campos del conocimiento” socialmente consti- tuidos, que, no obstante, se resiste a reducir el contenido intelectual a un reflejo irracional de las relaciones de poder existentes dentro 0 fuera de esos campos. Comparto muchas de las, inclinaciones de Ringer, pues con frecuencia estructuré mi propio trabajo teniendo presentes 508 campos del conocimiento y defend las implicaciones racionalistas de nuestra disciplina, razé6n por la cual lo que sigue seré, més que una critica fundamental, un desafio fratemo en rocura de fortalecer argumentos que en general me parecen convincentes. De hecho, mi coincideneia tan frecuente con la posicién de Ringer me levard a pasar por alto los puntos fuertes del articulo para concentrarme exclusivamente en las freas que, a mi juicio, requieren * Titolo original: “Fieldwork and theorizing in intellectual history: A reply to rit Ringer”, en Theory and Society, 1N" 10 (), junio de 1990, pp. 311-321. Traduceién de Horacio Pons, Miembro del Departamento de Historia de la Universidad de Califomia en Berkeley. ' Fei K: Ringer, The decline of the german mandarins: The germans academic community 1890-1933, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1969 traduecién castellna: Ef ocaso de los mandarines alemanes, Bateclona, Pommares-Corredor, 1995], y Education and society in modern Europe, Bloomington, Indiana, Indiana Univers Press, 1979. Prismas, Revista de historia intelectual, N* 19, 2008, pp. 198-149 mayor desarrollo, aclaracién y tal vez revisiGn. Dedicaré las primeras observaciones a k implicaciones de la lectura “objetivista” que Ringer hace de la metodologfa de Bourdieu; a ccontinuacién me ocuparé del espinoso problema de la relacién entre la sociologta del conoc! ‘miento y el relativismo cognitivo, ‘Aunque los campos intelectuales, en la caracterizacién de Ringer, no pueden concep- tualizarse como los objetos exclusivos o mas fundamentales de la investigacion hist6rica intelectual, son sin duda de considerable valor para comprender la constelaci6n inarticulada © semiarticulada de fuerzas, tanto sociales como culturales, que sirven de base a cualquier proyecto intelectual individual y hasta colectivo. Nos ayudan a fundar y situar la teorizacion reflexiva de lo que Alvin Gouldiner llamaba “cultura del discurso critico” en su contexto pre- rreflexivo o, para utilizar los términos de Ringer, preconsciente. Como el “mundo de la vida” de los fenomendlogos o la “episteme” de Foucault, la nocién de habinus de Bourdiew nos tle~ va a considerar el horizonte 0 teldn de fondo de précticas, supuestos, habitos y prejuicios Licitos que constituyen la matriz doxolégica de la cual surge un pensamiento mis conscien- te de s{ mismo. Nos fuerza, asimismo, a registrar las coacciones institucionales, por ejemplo Jas impuestas por los sistemas educacionales que Ringer ha explorado con tanta maestrfa, ‘que estimulan, influyen y limitan la creaci6n y recepcién de ideas, aun de las mas obvia- mente creativas. Y nos ayuda, por siltimo, a evitar un intencionalismo ingenuo que procura reducir el significado de las ideas a las intenciones subjetivas de quienes les dan origen 0 adhieren a ellas.? La concentracién en los campos 0 habitus intelectuales —Ringer no siempre aclara las, diferencias entre ambos conceptos— puede contribuir a llevar a cabo todos esos objetivos, pero un apoyo demasiado excluyente en tal método tiene un costo, que ta defensa de Ringer acas subestima, En primer lugar, como Io indica la metéfora espacial del campo, su postura supo- ne técitamente que una entidad sinerénica debe inspeccionarse cartografiarse como una Gestalt estructural 0 relacional. Cuando Ringer dice que “en un momento y un lugar deter- rminados, el campo intelectual (...] es una configuracién o una red de relaciones”, revela las implicaciones atemporales de la metafora, que se fortalecen cuando habla de “posiciones” en campos 0 “haces” de textos, cuya distribucién el historiador puede cartografiar y cuyos per- files puede “circunscribir” Ringer admite, desde luego, que “los propios campos intelectuales pueden cambiar” y, en efecto, el titulo mismo de su primer libro, con Ia referencia al ocaso, introduce un elemento diacrénico en su exposicién. Pero su articulo privilegia, no obstante, una epistemologia mas ccomiinmente asociada al andlisis sincrénico que al andlisis diacrénico: la del observador dis- tanciado que contempla con desapasionamiento un objeto desde lejos. Aunque en un momen- to de su argumentacién reconoce que un habitus “es una de esas entidades que nunca estén al alcance de la observacién directa”, en otro lugar insiste, empero, en que los campos deben considerarse como “objetos independientes de investigacién empfrica”, susceptibles de exa- 2 Ringer introdue a obra de Quentin Skinner en su examen de a ietencionalidd, pro subestima su complejo Bn ver de buscar el enndo dun texto en peoyscta subjetve” del autor, Skinner soatiene om forma explicita «que ese sede trascende la motivaciinsubjetiva El ebetivoprevino, fi, aio cs an ato oe, que ck Autor inte realear a escribir l texto, Exon acos, greg, pueden albus sl islencionaldady ar reaper fos como tales por el historia, nenas que noes pole heer oo tanto eon los maples sentidos del texto ‘ease su diucidacion de ese aspecto en Janes Tull comp.) Meaning and conte: Quentin Skinner and his ere ses, Cambie, lnglntera, Polity Pes, 1988, pp. 270271 136 ‘minarse “desde un punto de vista deliberadamente distante ¢ impersonal”. Al aducir esto, es ccongruente con su idea de que el pensamiento original es una suerte de esclarecimiento, “una conquista de distancia analftica con respecto a los supuestos tcitos de un mundo cultural”. Uno podria, claro est4, intentar mantener esa distancia con respecto a un proceso dia- erénico y no a un campo sincrénico, y tratar de examinar esos viejos rubros principales de la historia de las ideas, las “corrientes” o los “movimientos". Pero los supuestos epistemolégi cos serfan los mismos: el observador distante que inspecciona un objeto claramente visible desde lejos. Tenemos aqu{ la caracteristica dicotoma sujeto/objeto, un elemento tan tenaz del pensamiento modemo desde Descartes, No es éste el lugar adecuado para lanzar una critica ‘més del cartesianismo. Baste con plantear la sencilla observacién que ese enfoque tiende a ignorar, en especial cuando campos atemporales son el objeto privilegiado de indagacién: la importancia de la reconstruccién historica del pasado como relato,* En tiempos recientes, los historiadores han prestado mucha atencién al valor y las implicaciones del relato; lo han hecho sobre todo aquellos desilusionados con un enfoque francamente te6rico cuantitativo del pasado. En ocasiones, la celebracién de la narracién ha servido para encubrir otros objetivos, como el restablecimiento de una historiografia poli- tica dedicada a los grandes hechos memorables, en desmedro de una historiografia social interesada en la vida de 1as masas anénimas. Pero en otras oportunidades implicé una sensi- bilidad creciente al hecho de que los relatos del historiador son irreductibles a la mera recu- peracién de un pasado ya preestructurado y que esté a la espera de que un observador desin- teresado lo recapture “tal como es”. En este aspecto, la obra de Paul Ricoeur y Hayden White ha sido de especial eficacia para hacemos ver que la narracién tiene una dimension cons- ‘ructiva ineludible que vincula la historia con la literatura y no con la ciencia, tal como ésta suele entenderse.* ‘Aunque el carécter fiterario de nuestras reconstrucciones no deba significar por fuerza Ja eliminacién de todas las diferencias entre narracién hist6rica y ficcién, como temen algu- nos alarmistas, es cierto que rodea de una fuerte sospecha el supuesto de un observador dis- tante que contempla un objeto desde lejos. De hecho, la propia obra de Ringer demuestra con claridad este aspecto, pues la decisién misma de urdir la historia de los mandarines alemanes ‘como un “ocaso” cuyo fin se sitda en el fatidico aio de 1933 delata una conciencia hist6rica formativa que va mds alld de la simple observacién de un campo intelectual desde una dis- * Bn nuestros das se acepta en forma generalizada que aun Descartes narativiaé au exposieién de un métoda noto- fiamenie no narrative de in. VEase, por ejemplo. Dalia Judovite, Subjectivity and representation in Descartes: The origins of Modernity, Cambridge, Inglatora, Cambridge University Press, 198. * Paul Rice, Time and narrative, dos volimenes, raduecion de Kathieen McLaughlin y David Pellauer, Chicago, Universy of Chicago Press, 1984-1985 [taduceiOn catllana: Tiempo 9 narractan, 1, Canfiguracin del hemp en el rela histbrico, y Tiempo y narracién, 2. Configuracién del tempo en et relato de ficcion, Madi, Cristiandad, 1987], y Hayden White, Metahisiory: The historical imagination in nineteenthocentury Europe, Baltimore, johns Hopkins University Press, 1973 [aducein castellana: Metahistoia. La imaginacion historia en a Europa del siglo XIX, México, FCF, 1992}; Tropics of discourse: Essays in cultura critciam, Bakimore, Johns Hopkins University Press, 1978, y The content of form: Narrative discourse and historical representation, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1987 [traducci castellana: EI contenido de la forma: narratva, di curso 9 representacign histérica, Barcelona, Pidés, 1992), Deberos agregar la salvedad “ia cinta al com sta suele entenderse”, porque en Ios éltimos tempos cierios comentarstas también han hecho hincapié en su dimen- 1 narratva, Véase, por ejemplo, Alasdair Maclntyre, "Epistemological crises, dramatic narrative, and the philo- sophy of scence”, en Gary Guiting (comp.), Paradigms and revolutions: Applications and appraisals of Thomas Kuli's philosophy of science, Notre Dame, Indiana, University of Nowre Dame Pres, 1980, 137 tancia olimpica.’ Del mismo modo, la evidente identificacién de Ringer con el grupo de man- darines que lama “modemistas”, en detrimento de los “ortodoxos", hace que su exposicién delate en forma inevitable una inmersién mas comprometida en su material de Io que parece- ria saludable en funcién del método de distanciamiento que él defiende en ese artfculo. A decir verdad, sobre la base de los principios de Bourdieu diffcilmente podria ser de otra ‘manera, pues el historiador esta inserto en forma ineludible en un habitus cuyos supuestos téci- {os se resisten a una plena tematizacién y critica. Por ese motivo, Ia nocién de “fusién de hori- zontes" de Gadamer, con la que Ringer nunca se sinti del todo cémodo, expresa lo que él mis- ‘mo hace concretamente como historiador, con mayor exactitud que Ia idea de una observacién objetiva desde lejos. Aun su articulo muestra los efectos del relato constructivista cuando Ringer generaliza al decir que “el pensamiento original y coherente es una especie de esclarecimiento, luna emergencia hacia la claridad, una conquista de distancia analitica con respecto a los supues- tos técitos de un mundo cultural”. Pues esa definicién del progreso hacia la luz en virtud de la desvinculacién de los lobregos supuestos del mundo cultural no tematizado se basa en una de las més viejas construcciones tropolégicas de Ia tradicién occidental, al menos tan antigua como Ja caverna de Plat6n. Los criticos de esta versiGn heliocéntrica y oculocéntrica de la verdad en cuanto esclarecimiento progresivo, como Merleau-Ponty y Heidegger, solian salir a la palestra con diferentes relatos que destacaban, en cambio, las virtudes de la inmediaci6n, el involucra- miento y la cercania. Para ellos, la basqueda cartesiana o positivista de lucidez y perspectiva serfa un desventurado desvio en una historia cuyo telos debe ser el restablecimiento de la inmer- sign en el Ser. El quid no es aquf que sus altemativas sean por fuerza mejores; radica simple ‘mente en decir que Ringer no puede escapar a un momento narrativizador ni siquiera en sus pro- nhunciamientos de apariencia més directa sobre “el trabajo de esclarecimient Los inconvenientes de su modelo objetivista también surgen cuando Ringer estudia ‘c6mo deben los historiadores intelectuales manejar los residuos textuales dejados por el pasa- do, Eneste punto invoca el modelo de la traduccién como la metéfora més adecuada de lo que hhacemos. Aunque yo coincidiria en que la traduccién es sin duda sugerente en términos heu- risticos como un modo de conceptualizar la comunicacién,? debo sefialar que no logra tomar nota del papel inevitable de la sinopsis, la pardfrasis y el reensamblaje en cualquier acto de terpretacién. Afirmar que debemos “‘casar’ una secuencia de frases del texto con una secuencia coherente de frases claras en nuestro propio lenguaje” es ignorar la “construccién” que se deduce de manera inexorable de nuestra familiarizacién con los argumentos y su nue~ vva descripcién en términos que nos son propios. Como Dominick LaCapra ha sostenido con frecuencia, no podemos eludir ta esenciali- zacién de los textos que interpretamos, y omitimos y marginamos calladamente los elemen- La decision de poner fin a su relato con la victoria nazi, por ejemplo, ha sido euestionada como prematura por un titico eminente, a cuyo ici los mandarines todavia tenian gran vigencia luego de 1945, Vease Hrgen Habermas, Phitosophisch-poltische Profile, rankfun. Subrkamp, 1971, p. 240 [WraducciGn castellana: “Los mandarines al mancs”, en Perfles fileséfio pollcos, Madr, Tauris, 2000} “En realidad, el mismo Bourdic es explicit cn lo concemniente a la mczcla de distancia objetiva y proximidad habitual que constituye el habitus del académico. Véase su Outline of a theory of practice, aducciGn Ge R. Nice, ‘Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1977, pp. 2-4 "Bn George Steiner After Babel: Aspects of language and translation, Londses, Oxford University ress, 1975 tra: duccién castéllana: Después de Babel: axpectas del lenguaje y la traduccion, México, FCe, 1995}, se encontars Un anilisis de vastoaleance del modelo tracuctvo de la comprensin, 138 tos del original que estimamos insignificantes, repetitivos o, sin més, demasiado ajenos para domesticarlos.* Los textos y las acciones pueden estar “objetivamente dados”, como Ringer argumenta, al menos en el sentido de que no los urdimos en nuestra interioridad. Pero 1o que hacemos cuando les atribuimos un significado para nosotros mismos va bastante mds alld de tuna traducci6n literal de una lengua a otra. Ningtin distanciamiento negador de sf mismo, por grande que sea, nos dird qué decisién tomar en ese proceso; nuestros prejuicios, en el sentido que Gadamer da a este término, intervienen por necesidad de una manera que no podemos poner por entero entre paréntesis, aun cuando seamos capaces, al ponerlos en primer plano, de problematizarlos en algiin aspecto. El problema se agrava si nos tomamos en serio la exhortacién de critics literarios y fil6- sofos lingifsticos cuando nos instan a responder a los miltiples niveles y efectos de 10s tex- tos, tanto ilocutivos como locutivos, tropolégicos como referenciales, ret6ricos como légi- cos.? En contra del argumento de Ringer, la interpretacién hermenéutica, que procura captar el sentido inherente de un texto, y la explicaciGn, que da raz6n de las fallas de la significacin ‘mediante el recurso a un contexto ambiental cuyo cardcter significativo se supone evidente por s{ mismo, acaso no basten. Tal vez sea til, en efecto, una tercera estrategia que descons- truccionistas como Paul de Man y J Miller se complacen en llamar “lectura”."° El tér- mino implica respeto por los modos miltiples, elusivos y a veces contradictorios como los textos significan y al mismo tiempo confunden la significacion, exigen sinopsis parafrasticas y las impiden, “dicen” una cosa y “quieren decir” posiblemente muchas otras. Al negarse a reducir las operaciones del lenguaje a ideas, intenciones 0, con la venia de Ringer, expresio- nes de las relaciones en un campo intelectual, 1a lectura sigue en este sentido un imperative ético: la resistencia a un cierre prematuro basado en una creencia injustificada en la transpa- rencia del lenguaje y la plenitud del significado que éste transmite. En vez. de compartir la ‘optimista versién igualitaria de Ringer de la traduccién como un “aparcamiento” exitoso, los exponentes de la lectura convalidan asf la idea de Walter Benjamin de la tarea del traductor como la defensa de la diferencia alegérica entre el original y la copia. Provocarfamos un grave empobrecimiento en la historia intelectual, desde luego, si la reduijéramos exclusivamente a la lectura en este sentido y, ast, la fundiéramos por completo con ciertas modalidades de critica literaria. Pero con seguridad debe prestarse alguna atencién al nivel de complejidad textual, que se niega a disolverse en el campo intelectual del cual sur- gen, de un modo u otro, los textos. En realidad, justamente porque los textos pueden verse como el émbito de impulsos antagsnicos, es muy posible considerar que emergen de varios ‘campos rivales 0 superpuestos, en vez de limitarse a ejemplificar un habitus unificado. Lo * Véase, por ejemplo, Dominick LaCapra, Rethinking intellectual history: Texts, contests, language, Whaca, Cornell University Press, 1983. ° Podri encontrarse un sumatio reciene de esta leratura en Robert F. Berkhofe (normal) practice”, en Poetics Taday, NE (2), 1988, pp. 435-452, © Véanse, por ejemplo, Paul de Man, allegories of reading: Figural language in Rousseau, Nierasche, Rilke and Proust, New Haven, Yale University Press, 1979 [traduccion casillans: Alegor‘as dela lectura. Lenguaje figura do en Rousseau, Nitasche, Rilke y Proust, Barcelona, Lumen, 1990), y Joseph Hills Miller, The ethics of reading: ‘Kant, De Man, Eliot, Trollope, James, and Benjani, Nueva York, Columbia University Press, 1987. "Vans, en especial las observacions de De Maa en sv erfca de a hermendutica de Ia reeepein defendida por Hans Robert Jauss, “Reading and history" en The resistance 10 theory prefacio de Wlad Godzich, Minnedpolis, University ‘of Minnasta Press, 986, pp. 6 ys eaducein eastellna: La resitenca dela teorfa, Mid, Visor, 1990), 1, "The challenge of poeties to 139 mismo puede ser valido para algunos intelectuales, a quienes, como he tratado de argumentar en el caso de Adomo, puede concebfrselos como ocupantes del punto nodal en un campo 0 cconsielaci6n de fuerzas de impulsos opuestos.!? Como Samuel Weber ha sostenido al criticar el alegato de Stanley Fish en favor del poder determinante de Jas “comunidades interpretativas” (que comparten muchas de las ccaracterfsticas de los campos de Bourdieu), el término “institucién” no puede entenderse como referencia a un sistema auténomo, unifi- ado y determinable de creencias y supuestos. Antes bien, marcard el choque de esas ereen- clas y supuestos. El hecho de sostener que ese conflicto exige un terreno comtin, aunque se trate de un campo de batalla, no resuelye nada, porque s6lo equivale a afirmar que, a fin de que haya conflicto, debe haber contacto, y que esto implica a su vez un espacio instituciona- lizado estructurado. Con ello, sin embargo, no se nos dice una palabra sobre las fucrzas y fac- tores que delimitan ese espacio.!? sf, si pasamos con demasiada rapidez del nivel de la complejidad textual al contexto pre- suntamente previo de una instituciGn, un campo 0 un habitus coherente, quizé no podamos reconocer Ia inestable coexistencia de varios contextos antagénicos, que van mas alld de la subdivisién de uno de ellos en una lucha ortodoxa y heterodoxa destructiva. Por todas estas razones, el giro objetivista que Ringer imprime al estudio de los campos intelectuales me parece inadecuado. A decir verdad, por momentos él admite eso mismo, por ‘ejemplo cuando sostiene que “mientras que el pensamiento de los autores estrictamente repre~ sentativos no es sino un objeto de estudio para nosotros, los pensadores creativos se nos unen ‘como colegas mayores y nos guian hacia su mundo”. En otras palabras, ayudan a formar los rejuicios de nuestro propio /iabitus. Pero luego Ringer concluye con demasiado apresura- iento que “no hay contradiccién en la tesis de que la exploracién de los campos intelectua~ les y el estudio de los grandes textos esclarecedores dehen proceder de manera interactiva si Ja aspiraci6n es el avance de la historia intelectual”. Pues el estudio de esos grandes textos y, cen rigor, 1a decisién de valorarlos como tales, se realizan dentro de un campo (o campos) especifico(s), cuyos presupuestos no podemos trascender por entero en nombre de una vigi- lancia neutral. Si no una contradiccién, hay por cierto una tensién, que Ringer ha soslayado ccon excesiva rapidez. Acierta, sin embargo, al oponerse a una conclusién caracteristica de la sociologta vulgar del conocimiento que alguien podria extraer de estas observaciones. Las ideas y los textos, reconoce Ringer con prudencia, no son meras expresiones o reflejos de los contextos que los definen; también tienen la capacidad de criticar y trascender sus habitus, ast como de Hegar a ser significativos para miembros de distintos contextos. Por lo tanto, situarlos en. sus cam- pos intelectuales generativos 0 destacar su recepcién en otros no es negar su contenido de ver- dad o sus pretensiones de racionalidad. Por mucho que nuestros campos intelectuales nos cit~ cunscriban, podemos intentar una reconstruccién racional del pasado, que se funde en el "2 Manin Jay, Adorno, Cambridge, MA, Harvard Us Siglo xx1, 1988) "8 Samuel Weber, Instintion and interpretation, prefacio de Wad Godzich, Minnedpotis, University of Minnesots Press, 1987, p37 rity Press, 1984 [uaduceién castellana: Adorno, México, 140, supuesto de la existencia de algo comin para personas de diferentes momentos y otras cultu- ras. La inconmensurabilidad radical convierte en una imposibilidad cualquier intento de ocu- parse de la diferencia, tanto hist6rica como presente. Después de todo, los horizontes solo pueden fundirse si en los habitus originales en cuestién no sélo hay diferencia sino también mismidad. Es necesario, empero, ser claros con respecto a una distincién que el argumento de Ringer disuelve: la existente entre decir que una creencia es verdadera y afirmar que nuestra descripcién de una creencia (cuya verdad 0 falsedad ponemos entre paréntesis) es hist6rica- mente cierta, Tradicionalmente, los detractores de la sociologia del conocimiento la han acu- sado de negar el valor de verdad de las ideas, por situarlas en contextos hist6ricos finitos y relacionarlas con grupos sociales especificos. Para quienes creen que la verdad es trascen- dente, universal y absoluta, ese método s6lo puede conducir al relativismo cognitive. Ringer sugiere que no debemos llegar a esa conclusién si suponemos la racionalidad de las creencias que examinamos, “Debemos empezar por suponer -nos dice que las ereencias que encon- tramos se deducen de observaciones conflables y un razonamiento sélido.” Luego apela a la nocién de reconstruccién racional de Lakatos y sostiene que las irracionalidades empfticas deberian conceptualizarse como desviaciones de la norma. ‘Sin embargo, esta exhortacién, ya anticipada por Max Weber en un famoso argumento de The theory of social and economic organization," es problemetica como guia para juzgar el contenido de verdad de las creencias, como Ringer sugiere.'' Pues es evidentemente posible {que las personas registren de manera fiel lo que observan y Tuego hagan un razonamiento légi- co sobre las implicaciones y, no obstante, den con ideas que, en un momento ulterior, califica~ famos de falsas. Consideremos el conocido caso de la concepciGn geocéntrica del universo sostenida por los astrSnomos precopernicanos. Sin lugar a dudas, las observaciones que hacfan, sim contar con telescopios, eran “s6lidas”: el Sol, después de todo, parece girar alrededor de la Tierra. Y su aptitud para utilizar la l6gica aristotélica no era en absoluto inferior a la nuestra. No obstante ello, desde nuestro punto de vista actual juzgamos con toda evidencia que sus ide- as eran falsas en términos cognitivos. En este caso, contra lo que sostiene Ringer, las “buenas azones” no condujeron a “creencias vélidas”. Tampoco es obvio que validez y verdad sean simplemente sinénimas. Lo que la reconstruccién racional puede hacer es informamos de los procedimientos empleados para cerciorarse de las creencias, que luego podemos juzgar de con- formidad con una uw otra norma de comprobacién de la validez racional, pero en realidad es incapaz de permitimos juzgar el contenido de verdad por sf mismo. "4 Max Weber, The theory of social and economic organization, edicion estableida por Talcott Parsons, tradcciGn dde-A. M, Hendesson y Talcott Parsons, Nueva York, Oxford University Pres, 1947, p. 92 [traduccion casellana “Teoria de a organizacin social y econdmiea, primera parte de Economia y sociedad. Eshovo de sociologta com prensiva, México, CE, 1944], Weber habla agut dela accidn racial como wn tipo, en et que “racional” se define en términos instrumentales. Los valores oereeneia ltimas, adenite, quid no se austen aninatin modelo de race nalida. '3 Exist, desde luego, el incerrogante més césmico de qué constituye la verdad, una categoria que en modo algu- 1 eae por su propio peso. Ast slgunos fil6sof0s, como Heidegger, defienden wna nocion aletética conta la idea spofintca que Ringer propicia de manera implicit: la verdad como revelacign o desocullacin y no cose propo- siciones que corresponden al mundo. Como es evidente, no es ést c lugar adecuado para disetir ese problema, tarea que, de todos mods, toeu mds a filésofo que a} historiador intelectual 14 ‘Aun menos puede ayudamos cuando escribimos las historias del pensamiento en campos que estén a mayor distancia de la historia de la ciencia que aquellos que Ringer suele discutir. Las reas de la iniciativa intelectual que por lo comuin denominamos humanidades 0 artes son diffciles de reconstruir en términos de resolucién de problemas basada en “observaciones con- fiables y un razonamiento sélido”. Aunque puedan ocuparse de objetos con un contenido de ‘verdad “al menos asf lo han afirmado filésofos como Adorno y Heidegger y tal vez. tengan historias que fueron sometidas a alguna forma de racionalizacién -como Habermas ha procu- ado demostrar-, es discutible que el mismo método que utilizamos para interpretar a Galileo y Darwin funcione con Goethe y Baudelaire. La diferencia serd especialmente clara si recono- ‘cemos a acrecida importancia de la lectura, en el sentido antes descripto, en la interpretacién de los textos humanistas (la diferencia no es absoluta, como el andlisis ret6rico de la ciencia ha puesto de manifiesto, pero pese a ello existe).!° ‘Que Ringer invoque la tesis de Davidson de que la raz6n de alguien para sostener una creencia puede ser una causa del hecho de sostenerla no nos es de mucha ayuda para salir de ese dilema. En primer lugar, da por descontada Ia aptitud misma de reaprehender la motiva- ion intencional de un agente, que el énfasis de Ringer en los campos intelectuales andnimos pretendfa hacernos superar. Segundo, supone que la racionalidad del pensador original esté cconectada de alguna forma con la valider de la creencia que sostiene, cosa que, como hemos ‘visto en el caso del pensamiento precopemicano, no sucede necesariamente. Y por dltimo, ‘omite tomar en cuenta la disparidad entre la 16gica consciente del creyente y la l6gica incons- ciente de la creencia, que s6lo puede ser evidente en retrospectiva para las siguientes genera- ciones. Un ejemplo obvio seria la tesis de Weber sobre la relacién entre la ética protestante y 1 espiritu del capitalismo, que combina dos tipos de racionalidad, una para el actor y deriva- da de su campo intelectual y otra para el historiador y derivada de su interpretacién de las con- secuencias imprevistas de dichas creencias Esta consideracién final nos lleva al segundo tipo de verdad implicada en el relato det historiador intelectual: la verdad de su descripcién en relacién con algo llamado Aqui suspendemos todo interrogante acerca del contenido de verdad de las ideas de pensado- res anteriores y nos concentramos, en cambio, en la veridicidad de nuestras reconstrucciones de su desarrollo, propagacién, recepcién, influencia, etc. En este punto, el dispositive heurts- tico de la reconstruccién racional, entendido como un tipo ideal casi siempre realizado de ‘manera imperfecta en la prctica, puede ser mas itl que en el caso anterior. Pues nos permi- te, en efecto, salvar de alguna manera la brecha entre nuestro contexto y el de esos pensado- res, para encontrar un modo de fusionar horizontes que, de lo contrario, estarfan demasiado apartados para reunirse en algtin aspecto significativo, Aunque se nos apremie para juzgar el valor de verdad de las ideas, podemos suponer alguna comunidad de normas en el modo como personas de diferentes épocas legan a sostenerlas. Por erréneo que sea privilegiar nuestra ver- siGn de la razén como la norma universal, hay en diferentes culturas dimensiones superpues- tas de lo que llamamos racionalidad que nos permiten tender puentes entre ef pasado y el pre~ sente, Ringer acierta, entonces, al instamos a atribuir a todos los seres humanos 1a capacidad ° Se hallarin anliss dela dimensién retérica on el discurso do las ciencas naturales y las ciencias sociales en John '. Nelson, Allan Megilly Donald N. McCloskey (comps.), The rhetoric ofthe human sciences: Language and argu ‘ment in scholarship and public affairs, Madison, University of Wisconsin Press, 1987 142 de razonar y a rechazar la relegacién de otras culturas y otras épocas (asi como, podrfamos agregar, otfas razas, géneros, etc.) a lo “otro” de una razén reducida a nada més que una ‘expresi6n del imperialismo conceptual de nuestra cultura. De hecho, como he sostenido en ‘otra parte,!” nuestra capacidad misma de parafrasear y reproducir ideas de otras épocas y cul- turas sugiere un tipo de racionalidad comunicativa que trasciende tiempos y lugares. ‘También es menester, sin embargo, tomar en cuenta la otra cara de la moneda. Esto es, necesitamos exponer nuestro concepto de racionalidad a la experiencia de otras culturas y otros perfodos. El modelo técito de Ringer de esclarecimiento, dicotomizacién sujeto/objeto, objeti- vidad distanciada, etc., debe entenderse como una versién de la racionalidad que, segtin nos muestra la historia, no es en modo alguno universal. En efecto, una de Jas funciones més importantes de la historia intelectual, en contraste con las filosofias ahist6ricas que presuponen la equivalencia atemporal de problemas eternos, es mantener viva la ajenidad de otras cultu- ras, a fin de deshacemos de la arrogante y peligrosa idea de que nosotros representamos la naturaleza humana o la sabiduria acumulada de la especie. Una manera de hacerlo consiste en resistirse a suponer que somos capaces de ser observadores plenamente objetivos que contem- plan en forma desapasionada un campo intelectual desde arriba, o traductores escrupulosos de frases de una lengua a otra. Aunque esas ficciones tengan por momentos alguna utilidad, tam- bién tienen sus costos, que una historia intelectual critica, abierta a los retos de la teorfa con- temporénea, puede ayudamnos a evitar. Si nos mantenemos al margen de la reftiega, como los ‘mandarines que Fritz Ringer nos ha hecho conocer, sélo tendremos el ocaso como destino; 1os, historiadores intelectuales disfrutarén de muchas probabilidades mas de prosperar si participan de los vivaces debates culturales de la hora, Nuestro campo intelectual esté hoy més alld de los ‘estrechos limites disciplinarios de una época anterior, nuestro habivus es algo mas que ta socio- Jogia del conocimiento, incluso segiin la ejercen maestros como Fritz Ringer. 9 17 Manin Jay, “Two cheers for paraphrase. The confessions of a synoptic intelectual historian”, en Fia-de-sidcle Socialism anc other essays, Nueva York, Routledge, 1988 [traducei6n easellana: Socialismo finde siete, Buenos ‘Altes, Nueva Vision, 1990 143

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