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AAs troce aos, ot hoe do Mistral ano ha competado una iroprochabletormactn progress. Ee sansa, ha cusado la oscvela del ole ls emocion, ha esta cerca de los quo sUifen, ha Sevorad toda a Meratia mitante quo oe anos sotenta obbgan a leer en America Late, Sin ‘embargo, en septembre de 1078, cuando atte po olvaon al push cora ‘SchadorAlondey ot Palacio do La Moneda ad on la pant, ata de lorar Ye caacubre 9030 camo un delet. Taso eu prec cucu de Simpstzante rvelconaro empieza t2ozobra 2 si vera so un an de la lucha armada? 2 8 do la revolve fo Gico qu la interosa fuera a Spica, el ‘venturamo eangrona la mista afd o nada que desta las restag, dno ls queria nara a hazahas? Enirentado al dorumbe de sue creencias mas profundas,e protagnista de Historia dol lant sale en busca dels secretes Ge 8 detscion y vevisa una tedueacion ideoldgco-sentimortal on la quo coosston Superman, una pareja de Bioneros dol coreo. un repugnant canautr de potest, una novia iene ‘Se derechas, una piscina con on plo enol fondo, un ogres tortarady un ro mbar quo caso no sea exastaments “Testimeno a aiguien que no vo, no estuv, no hizo nada, pero fo ‘muy de cores, Hetoria de lanto es una novela on rerosperivs que Ios vos pcos de os selena a clandesinidad, as dobles vidas, sactbio~ ala uz de un cruce equivoco pero fr ol cuce ene os Susur ea intinidad y fos etrptos dela pat, (Con esta excelente novela se cota qu wAlan Pauses uno doe mejores tescroreslatnoamereanos vvoes (Roberto Bolaha) y que -E\surgmianto de ‘Nan Pauls os lo mejor que podria haberie pasado ala Weratra argentina Gesde a estrota de Manvel Pig: (Picardo Pag) WI Historia del Hanto PAULS ALAN PAULS Historia del llanto Am ANAGRAMA Narativas hispénicas Alan Pauls Historia del Ianto Un testimonio EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA i de coli ‘iene: rine (det), 206, Fabia Macs Nabe Caleion Coin Prien lin eps mir 2007 Pines le pet eri nvienbre 2007 © Ain Pas, 2007 ‘© EDITORIAL ANAGRAMA S.A, 2007 Fe de Cu 8 ‘e034 Taedane Isp sre sdsze 71616 ep Leg 309162007 La present isin hein often Re Aen SAC poem Again Gio SA - Lanai 1576, Vile Bases, Pa, Buenos Aes ‘Avuna edad en que los nifios se desesperan por hablar, él puede pasarse horas escuchando, ‘Tiene cuatro aos, o eso le han dicho. Ante cl es- tupor de sus abuelos y su madre, reunidos en el living de Ortega y Gasset, el departamento de tres ambientes del que su padre, por lo que él re- ‘cuerde sin ninguna explicacién, desaparece unos ‘ocho meses atris llevéndose su olor a tabaco, st reloj de bolsillo y su coleccién de camisas con monograma de la camiseria Castiln, y al que ahora vuelve casi todos los sibados por la mafia- na, sin duda no con la puntualidad que desearfa ‘su madre, para apretar el botén del pottero eléc- ttico y pedir, no importa quién lo atienda, con ese tono crispado que él més tarde aprende a re- conocer como el sello de fabrica del estado en que queda su relacién con las mujeres después de 7 tener hijos con ellas, ;que baje de una veal él cruza la sala a toda carrera, vestido con el patéti- co traje de Superman que acaban de regalarle, y ‘on los brazos extendidos hacia adelante, en una burda simulacién de vuelo, pato entablillado, momia 0 sondmbulo, atraviesa y hace pedazos el viidrio de la puerta-ventana que da al baleén. Un segundo después vuelve en si como de un desma- yo. Se descubre de pie entre macetas, apenas un poco acalorado y temblando, Se mira las manos y ve como dibujados dos o tres hilitos de sangre que le recorren las palmas. ‘No es l constitucién de acero del supethéroe que emula lo que lo ha salvado, como se podria creer a primera vista y como se encargarén lue de repetit los relatos que mantendrin con vida csa hazafa, la més vistosa, sino la tinica, de una Infancia que por lo demés, empefiada desde el principio en no lamar la atencién, prefire irse en actividades soitaras,lectura, dibujo, la joven- cisima television de la época, indicios de que «30 ‘que normalmente se ama mundo interior y def- ne al parecer a criaturas més bien raras, él lo tiene considerablemente més desarollado que la ma- yorta de los chicos de su edad. Lo que lo ha salva- do es su propia sensibilidad, piensa, aunque man- tiene la explicacin en secreto, como si temiera ‘que revelarla, ademas de contrarar la version of- ial, lo que lo tiene perfectamente sin cuidado, 8 pudiera neutralizarel efecto magico que pretende cexplicar. Esa sensbilidad, é no llega todavia a en- tenderla como un privilegio, que es como la con- sideran sus familiares y sobre todo su padre, lejos cel que més partido saca de ella sino apenas como un atributo congénito, tan anémalo y a sus ojos tan natural, en todo caso, como su capacidad de dibujar con las dos manos, que, festejada a menu- do por la familia y sus allegados, no tiene antece- dente alguno y no tarda en perderse. Porque de Superman, héroe absoluto, monumento, siem- pre, cuyas aventuras lo absorben de tal modo que, como hacen los miopes, précticamente se adhiere las paginas de las revistas a los ojos, aun- ‘que menos para leer, porque todavia no lee, que para dejarse obnubilar por colores y fe ‘mentos de defeccién, muy raros, es cierto, y quiz por eso tanto més intensos que aquellos en que el supethéroe, en pleno dominio de sus superpode- tes, ataja en el aire el trozo de montafia que al- sguien deja caer sobre una fila de andinistas, por cjemplo, o construye en segundos un dique para frenar un torrente de agua devastador, 0 rescata cn un vuelo rasante la cuna con el bebé que un camién de mudamae fuer de control amenza con aplastar Distingue dos clases de debilidad. Una, que valora pero sélo hasta cierto punto, deriva de un 9 dilema moral. Superman debe clegir entre dos males: detener el tornado que amenaza con centti- fagar una ciudad entera o evitar que un ciego que mendiga trastabille y caiga en una zanja. La des- proporcién entre los peligros, evidente para cual- uiera, es para Superman irrelevant incluso con- denable desde un punto de vista moral, y es precisamente por eso, por la intransigencia que lo lleva a conferitles el mismo valor, por lo que que- da en posicién de debilidad y es més vulnerable ‘que nunca a cualquier ataque enemigo. La otra, en cambio, es una debilidad orgénica, original, la Ainica, por otra parte, que lo obliga a él, a sus cua- tro afi, a pensar en lo impensable por excelencia, la posibilidad de que el hombre de acero muera. Pata que sobrevenga es absoluramente imprescin- dible la intervencién de alguna de las dos llamadas piedras del mal, la kriptonita verde, que lo hace laquear pero no lo mata, la roj, la tinica capaz de aniquilatlo, Hegadas ambas desde su planeta natal ‘como recordatorios de la vulnerabilidad que el mundo humano, quizé menos exigente, se empe- fia en hacerle olvidar. Si algo lo pierde es ese hom- brede acero que, apenas expuesto ala radiacién de los minerales maléficos, iente un vahido, entorna los pétpados y, obligado a suspender en el acto lo que esté haciendo, posa una rodilla en tierra, lue- go la otra, los hombros vencidos por un peso into- Terable, y termina arrastrando su cuerpo azul y 10 rojo como un moribundo. Es és el que, como ex- portando al mas all de la pagina el efecto letal de la piedra, lo hiere tambien a él en el plexo nunca tan bien llamado solar, en el corazén de su cora- 26n, con una fuerza y una profundidad de las que ‘ninguna hazafia, por extraordinaria que sea, podrd jamds jactarse. Si hay algo en verdad excepcional, eso es el dolor. Sélo hay una cosa en el mundo que puede causarlo, y esa cosa, mucho més que todas las ac- ciones providenciales por las que Superman es re- verenciado, es lo que pronto él pasa a temer, a es- erat, a prever con el corazén en la boca cada ver aque vuelve del kiosco y mientras camina sin dete- netse, a riesgo, como més de una vez le ha pasa- do, de llevarse algo por delane, abr la revista re- cign comprada y se zambulle en la lectur. [.-] El dolor es lo excepcional, y por es0 es lo que no se soporta. Divide los episodios en dos clases in- comparables, los episodios en que intervienen las piedras fatale y los que no. Desprecia a los se- ‘gundos confinandolos al tltimo cajén de su ar- ‘mario, el mismo en el que juntan polvo las revis- tas, juguetes y libros que su madurez va dejando atris, que ahora detesta_y que més tarde, cuando yasesiente fuera de su 6rbita de influencia, eshu- ma con arrobamiento y adora, nos del idiota céndido que ya no es pero con el que ahora no puede sino entemecerse. Si le preguntaran u qué lo impresiona tanto, qué siente exactamente cuando ve el halo luminoso de las piedras acer- cindose al cuerpo del hombre de acero y dolo por un segundo de rojo o de verde y por qué se estremece de ese modo cuando, ya sin fuerzas, como desangrado, Superman queda tendido en el suelo, idéntico en su aspecto a como era antes, cuando vencia la gravedad y superaba la veloci- dad de la luz y nada en el mundo podia dafarlo, yssin embargo débil, completamente a merced de ‘sus enemigos, élno sabria qué decir. No tiene pa- labras. No es de hablar mucho. Lo que sabe es que el fenémeno es muy pa- al ardor que siente crecer del lado de adeno de as yemas de sus dds los domingos, al caer la noche, cuando su padre lo despide en la puerta del edificio de Ortega y Gasset después de haber pasado el dia juntos en Embrujo, Sunset, [New Olivos © cualquiera de las piletas semipt- blicas que tan pronto como empiezan los prime- ros calores del afio, mediados de octubre, a més tardar principios de noviembre, ocupan sus sai- das de fin de semana. Llegan a eso de las once, once y media de la mafiana, cuando la poca gen- te que hay ~en general mujeres solas de la misma edad que su padre, tan bronceadas que apostarla a que viven en un verano perenne, una suerte de estado tropical paralelo del que la pileta proba- blemente sea la capital, y unos pocos hombres 12 también solos, tambign en mall, el rostro blin- dado por anteojos de sol que sélo se sacan para exhibir fugazmente las aureolas violéceas que la noche del sibado les ha hecho crecer alrededor de los ojos y, luego, para untarse los parpados con cremas, lociones, accites que él, hasta el dia de hoy, nunca sabe a ciencia cierta si protegen de Jas quemaduras 0 més bien las promueven— no ha llegado a ocupar todavia los mejores luga- res del solario, el césped, el bar, las reposeras ple- gables. Al llegar, siempre el mismo orgullo: siente ‘que no hay en toda la pileta nadie mis joven que su padre. Pero no tanto por cuestiones de edad, cen las que, dada la suya propia, serfa el primero cen declararse incompetente, como por la mascara de sordidez que la fila de suefio, los estragos del alcohol y el tabaco y la disipacién sexual han es- tampado en todos los demés, dndoles ese aire de familia disimulado que sélo comparten los miembros de una misma reza viciosa. No més Iegar, su padte se asegura un puesto en el pasto cextendiendo la toalla a modo de mojén, siempre siguiendo la direccién del viento, de modo que no la desfiguren pliegues indescados, y desapare- ce en el vestuario para cambiarse. El, que siem- pre lleva la malla puesta debajo del pantalén, se- ‘gin una costumbre que contrajo muy pronto, por las suyas, y que mantiene a toda costa, aun 13 con fa incomodidad que hace del viaje en taxi desde el edificio de Ortega y Gasset hasta la pile- ta un verdadero calvario, se saca la ropa clavando los dos talones desafiantes en la toalla, acto con cl que ratifica la posesin del terrtorio alrededor del cual orbitaré todo el resto del diay, como si tuviera que hacer algo para evitar que el orgullo que le causa la juventud de su padre lo ahogue, corre y se tira de cabeza en el agua. Nunca sabe si cl agua estéftia 0 si, como él, como el dia mis- ‘mo, incluso como el verano, que en rigor no ha hecho més que anunciase, slo es demasiado jo- ven, pero se lanza en busca del fondo a toda ve- locidad, agitando los brazos y las piernas para que no se le congelen, toca la boca abierta del pulpo pintado en los azulejos del piso y sale pro- pulsado hacia el otro extremo de la pileta, donde emerge unos segundos después con el pelo com- pletamente chato, los parpados apretados, los pulmones a punto de estallar. Puede que no se dé cuenta entonees, pero si al ganar el borde de la pileta se mirara la yema de los dedos con los que ha tocado Ia boca del pulpo, reconocerfa ya las rayitas vertcales que mds tarde, con los roces repetidos a que lo expo- ne una rutina de actividades siempre idéntica —trampolin rugoso, zambullida, expedici6n a las fauces del pulpo, descanso junto al borde dspero de la pileta, bisqueda de las monedas, Iaveros € 4 incluso relojes pulsera water proof que su padre echa sucesivamente a la pileta para entrenarlo en el arte del buceo, ercétera~ y agravadas por la ac- cién prolongada del agua, se transforman en sua- ves manchas rojizas que llama raspones y més tarde en ese enrojecimiento general, sin contor- nos definidos, que le hace creer por enésima yex que tiene Jos dedos en llamas, que en vez de de- dos tiene fésforos de cane. En ses o siete horas de pileta, la piel se le ha adelgazado de tal modo que es casi transparente, tanto que le cuesta deci- dir, cuando se mira los dedos ala luz de la tarde que cae, si el rojo intenso que ve es el color de la sangre que hierve dentro de la yema o sélo el efecto de los rayos del sol que lo hacen recrude- cer, atravesando sin resistencia la membrana de- bilitada. Ese mismo ardor, ese mismo adelgaza- miento de la membrana que deberla separar el interior del exterior, es lo que siente cuando Su- perman, en las péginas de la revista recién com- prada, va sucumbiendo al resplandor criminal de fas piedras malas. ..] El dafio no es instancéneo. Tiene su lentitud. Lo que él reconoce como ar- dor en la serie de la piel y Ia pleta no es sino el ‘modo en que resuena en él la agonta del hombre de acero a lo largo de los cuadritos que la des- pliegan. Es tal la proximidad con el superhéroe, tan brutal el desvanecimiento del limite que de- berfa separarlos, que jurarfa que la mezcla de ar- 15 L dor, vulnerabilidad y congoja que siente alojada cen el centro de su plexo viene directamente del brillo de la kriptonita dibujada en la revista. Una ve2, de hecho, lega incluso a apagar la luz del ve- lador de su cuarto para ver si las piedras malas guen destellando en la oscuridad. El dolor es su educacién y su fe. El dolor lo ‘wuelve creyente, Cree slo 0 sobre todo en aque- lo que sufre. Cree en Superman, en quien por ‘otra parte es evidente que no cree, no importa la prueba contraria que aporte su pobre cuerpo de cuatro afios enfundado en un traje de superhéroe atravesando el videio de la puerta-ventana del l- ving de Ortega y Gasset. Cree cuando lo ve enco- gerse por accién de las piedras y boquear,rodilla cn tierra, y quedar fuera de combate, empeque- fiecido, , siempre tan gigantesco, a merced de sus archienemigos. En la felicidad, en cambio, como en cualquiera de sus saélites, no encuentra mas que artificio; no exactamente engafio ni si- mulacidn, sino el fruto de un artesanado, la obra més 0 menos trabajosa de una voluntad, que pue- de entender y apreciar y a veces hasta comparte, pero que por alguna razén, viciada como esté por su origen, siempre parece interponer entze él y clla una distancia, la misma, probablemente, que lo separa de cualquier libro, pelicula 0 cancién {que representen o giren alrededor de la felicidad, [..] La dicha es lo inverosimil por excelencia. No 16 ‘que no pueda hacer nada con ella. En un senti- ddo mis bien al contratio, como después de todo lo prucban él mismo, el oficio al que se dedica, su Vida entera, Pero todo cuanto haga con Lo Feliz, ‘como después, también, con Lo Bueno en gene- ral, esté ensombrecido por la desconfianza ~y por Bueno él entiende grosso modo el rango de senti- ‘mientos positivos que otros suelen llamar bondad humana, el més famoso, hasta donde él sepa, el easta japonés Akira Kurosawa, de quien ve y admira toda la obra con una sola excepcién, la pelicula precisamente llamada Bondad humana. Exe mero titulo, y poco importa lo bien que sepa {que no ha nacido de la cabeza de Kurosawa sino de la del distribuidor local, basta para mantenerlo alejado de los cines donde la exhiben, y esto no sélo contra la opinién general, siempre sensible a ta alianza extorsiva entre bondad y humanidad, 0 los elogios desvergonzados con que la crfticacele- bra su estreno, sino contra el arrobamiento de su padre, que en un primer momento, citando sin saberlo las palabras de los mismos citicos que viemes a viernes condena a arder en el infierno por ineptos, no duda en considerarla ea obra ccumbres de Kurosawa y objeta la reticencia de su hijo con escéndalo, pero algunos afios después, cuando la sustancia del conflicto ya es historia pero.no su forma, reccla su vieja indignacién en luna gran escena de humor repetitive, por otto 17 lado su género predilecto de humor. El gag, que no tarda en volverse clisico, consist bisicamente en llamarlo por teléfono cada jueves, dia de estre- nos de cine en Buenos Aires, y antes de decisle nada, antes incluso de saludarlo, preguntarle a boca de jaro: «:¥? ,Al final fuiste a ver Bondad suman’, as cada jueves de cada semana, hasta aque 4 alcanza la mayorta de edad y al jueves si- {guiente, después de hacerse asesorar por un cono- «ido con alguna experiencia en cuestiones legales, atiende el teléfono y adivina la voz de su padre sin necesidad de ofria, y antes de que articule una ‘vex més la pregunta de rigor, sial final fue aver, cexeétera, lo amenaza con mandarlo ala cércel por abuso psicolégico reiterado. [...] En todo esté siempre la voluntad, cas la obsesién, que pone en prictica con una lucider y un encarnizamiento asombrosos, de comprobar la sospecha de que toda felicidad se erge a Jeo de dalor intolerable, una laga que la felicidad quizds colvide, eclipse 0 embellezca hasta volverlairreco- nocible pero que jamas conseguir borrar -no, al menos, a los ojos de los que, como él, no se enga~ fian, no se dejan engafar, y saben bien de qué subsuclo sangrante procede esa belleza. Y su ta- rea, la de él, que no recuerda haber elegido pero ‘muy pronto adopta como una misién, es despejar las frondas que la ocultan, sacar le herida oscura a la luz, impedir por todos los medios que alguien, 18 en algsin lugar, caiga en la trampa, para l la peor imaginable, de creer que la felicidad es lo que se ‘pone al dolor, lo que se da el lujo de ignoratlo, Jo que puede vivir sin él Asi que cuando su pa- dre, hablando de él ante un amigo, menciona su famosa sensibilidad y pone los ojos en blanco, en tun trance extético que cuanto mds parece clevarlo rds aplasta a quien se lo causa, més lo hunde en el abatimiento, quizés harla mejor en decirlo todo y hablar de lo que esté realmente en juego: tuna sensi que so tiene ojos para el daar ¥ es absoluta, itreparablemente ciega a todo lo pen ceadolor. Modestisima como es, la superficie de las ye- ‘mas paspadas de sus dedos no tarda en estar para 41 tan Ilena de secretos como el cielo nocturno para un astrénomo, pero el interés y la concen- fracién que pone en interrogar ese diminuto mapa de piel se disipan de golpe, irreversible- mente, cuando algo le llega del mundo con una sontisa en los labios, cuando el signo de alguna forma de felicidad, no importa sies tenue o fla- sgrante, parece apelar a su complicidad o solicitar Su consideracién. Lo nico que ain a hacer en «305 casos, y lo hace sin pensar, de manera meci- nica, respondiendo a alguna clase de programa- cién secteta, es comportarse como un consumi dor entrenado, siempre alerta para detectar la astucia con que pretenden engafiarlo:cargar con- 19 tra, desgarrar el velo sonriente con que la dicha se le presenta, atravesatlo y dar con el oscuro co- Agulo de dolor que oculta y del que segin dl, y 6a es quizds una de las cosas que més lo suble- van, esa especie de parasitismo nunca confesa- do no hace més que alimentarse. Eso cuando se le da por hacer algo. Porque las més de las veces ni llega a eso, La desazén es tal, y tan abrumador el desinimo que lo invade, que baja los brazos, se deja caer, desvia la cara para mirar hacia otro lado, [uJ Descree de la dicha, como por otra parte de cualquier emocién que haga que quien la atraviesa no necesite nada. Por algiin motivo se siente cerca del dolor, o desde muy temprano ha sentido la relacin profunda que hay entre la cet- cania, cualquiera sea, y el dolor: todo lo que hay de Algido en el hecho de que entre dos cosas, de golpe, la distancia se acorte, desaparezca el aire, los intervalos se eliminen. Ahi él brilla, brilla como nadie, ahi él encuentra un lugar. A Lo Fe- liz y Lo Bueno, 4, si pudiera, les opondria esto: Lo Cerca, Antes incluso de haberlo experimenta- do aproximandose a los ojos, casi hasta encegue- cerse, el papel de las paginas de las revistas de historietas, antes de ver cémo la piel de las yemas de sus dedos se pule casi hasta desaparecer, Lo CCerea ha sido para él una imagen en primer pla- no, nunca sabré si de cine o de televsi6n, en la 20 que una boca susurra, més bien vierte algo que él no alcanca a escuchar, que ni siquiera aseguraria que suena, en la cavidad espiralada de un oido, tun poco como lee después en una tragedia isabe- lina que se vierten, no en el estémago ni en la sangre sino en el ofdo, los venenos verdadera- ‘mente letales. Es lo que sucede, salvadas las dis- tancias, con el chiste gréfico de Norman Rock- well que en algtin momento cae en sus manos en casa de sus abuclas, sin duda el lugar menos na~ tural para encontrarlo, aunque también. all, sguardadas bajo doble llave en el armario de los juegos de mesa, tropieza con los dos mazos de cartas de péker con fotos de mujeres desnudas de Jos aos cincuenta, primera fuente de inspiracién para sus desahogos lascivos. En el chiste una mu- jer cuenta un chisme al ofdo de una amiga, la amiga se lo cuenta a su vez a una amiga, esta amiga a otra, y ésta a otra ms, y ast de seguido =a razén de media docena de amigas chismosas poor hilera y de media docena de hileras-, hasta que una dtima amiga le cuenta el chisme a un hombre, el primero y tinico de toda la pagina, que pone cara de escindalo y en un arrebato de furor va ¢ increpa a su esposa, que no es otra que la primera mujer, la que encendi la mecha de la serie. En ese gag, que nunca deja de ejercer sobre lun magnetismo misterioso, encuentra la encar- nacién visible, aunque mitigada por Ia comici- a dad y el espiritu caricaturescos del dibujo, de la «scena del envenenamiento auricular. Pero zél qué es: la boca o el ofdo? ¢Los labios que susurran las palabras de muerte o la cavidad ue las recibe? Ya alos cinco, seis afios, él es el confidente. A diferencia de los miisicos prodigio, ‘que tienen ofdo absoluto, él es un ofdo absoluto, Fst entrenadisimo. Vaya uno a saber cémo son las cosas, cémo se arma el crcuito, si esque dl tie- ne el talento necesario para detectar al que arde por confesary le oftece entonces su orejao si son los otros, os desesperados, los que si no hablan se queman o estallan, quienes reconocen en él a la oreja que les hace falta se le abalanzan como nufragos. Es evidente en todo caso que si hay algo que su padre admira de él y comenta a me- ‘nudo con sus amigos, en esas rondas de padres que la generacién del suyo, poco dada por nacu- raleza a intercalar en una agenda saturada de mu- jeres, ex mujeres, dinero, deportes, politica, cosas del especticulo, cl tema de los hijos ~secuelas vi- vientes, por otra parte, de una concesién hecha a las mujeres de la que después no les alcanza toda la vida para arrepentirse-, slo se rebaja a men- cionarlos cuando presentan alguna rareza positiva que lo justifica, pero también con él mismo, en tun trance de intimidad y Franqueza que roza la ‘obscenidad ~si hay algo que lo regocija es preci- samente esa vocacién de escuchar, de la que su 22 padre, cada vez. que la exalt, destaca siempre lo mismo, el don de la ubicuidad, que parece poner- la todo el tiempo a disposicién de todos, la pa- ciencia aparentemente la la atencién, que no se pierde detalle y la capacidad de compren- sién, que su padre define como una anomalla total, ya insélita en un chico de cinco o seis atios, pero inconcebible en el noventa y cinco por ciento de las personas adultas que le ha rocado En su presencia, casi como resultado de un efecto quimico, igual que la imagen sélo se hace visible en el papel cuando se la expone a la accién del dcido indicado, los adultos se ponen a hablar. No tiene la impresién de hacer nada en particular: ‘no es que pregunte, o interrogue con la mirada, 0 se intetese, eventualmente alarmado por el gesto de destzén, la expresiOn sombria o el asomo de lé- gtimas con que el otro delata el calvario que atra- viesa, Pasa asi. Est sentado en el piso dibujando, jugando con sus coses, un auto en miniatura, uno de es0s corgy toys que adora y que, sobre todo cuando tienen puertas articuladas que él puede abrir para reemplazar la rsticaefigi del conduc- {or por otra, no cambiarfa por nada del mundo, y de golpe alguien se le une, un adult, cuya som- bra inmensa ve primero cerirse sobre la autopista serpenteante que ha imaginado en la alfombra y termina encapotando el

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