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EL CAFE DE NADIE ARQUELES vela Novelas Ediciones de HORIZONTE Jalapa, Ver. Replica Mexicana, Ay DEDICATORIA 2. CONCHITA URQUIZA amiga incraserible 4 MANUEL MAPLES ARCE cémplice en eave Café 1 LA puerta del Café se abre hacia la avenida més tumuleuosa de sal. Sin em- bargo, tisponiendo sus umbrales que estin como en el Glkimo peldatio de la tealidad, parece que se entra al "subway" de los ensuetios, de las idea- ciones. i Cualquicr emocién, cualquier sentimiento, se estatiza y Se parapetimen su ambiente de ciudad detruida y abandonada, de ciudad asolada por PrehistGricas caréstrofes de parroquianos incidentales y juerguistas. Todo se esconde y se patina, en su atmésfera alquimista, de una irreali- dad retrospectiva. Las mesas, las sillas, los clientes, estén como bajo la neblina del tiempo, encaporados de silencio. La luz que dilucida la actitud y lz indolencia de las cosas surge de los s6- tanos, del subsuelo de las oscuridades y va levantando las perspectivas, len- tamente, con uaa pesadez de pupilas al amanecer. En sus gabinetes hay un consuetudinatio ruido de crepisculo o de alba. . . Todo est en un perezoso desperezamiemto. Las sillas vuclven a su posi- ci6n ingenua, tal si no hubiese pasado nada. reconstruyendo su impasibili- dad y renovando su gran abrazo embaucador. Los visillos de las ventanas se desprenden de las ensofiaciones que les ha hecho vivir ef hipnotismo de la noche, y los pensamientos que no sc exte- fiorizaria nunca, caen de los voltaicos. Sus dos parroquianos entran siempre juntos. No se sabe quién entra pri- mero. Van vestidos igualmente de diferente elegancia. Caminan con un gesto de olvido, con la seguridad de que no saldrin jamés de ese laberinto _de miradas femeninas, en las que se tellejan como en una galeria de espejcs. En su gabinerc, se guarecen, el uno en el otro, de la Iluvia de las te. -membranzas. Sin moverse de su tincén van recorriendo los diversas planos psicol6gicos del Café, ascendidos por el vaho de los recuerdos, enervados de no haber podido fumarse antes sus emociones. Han llamado, 5, 6, 7, 8 veces al mesero. Un mesero hipotético, in- nombrable, que cada dia es mds extrafio. Que cada dia viene de mas lejos, disfrazado del verdadero mesero, poliglota, acaso, para no setvir sino a es. 207 a4 rt tos dos Gnicos parroquianos que sostienen el establecimiento con no pedir nada. Los demas no se adaptan a su ambiente eterizado de sugerencias arienidas, desechadoras de cualquier frase importuna de los que fran quean su misterio, desconfiados y se alejan temerosos de haber traspuesto la puer- ta secreta de la vida. En las encrucijadas cuelgan de las telarafias de silencio, palabras y risas que no ha sacudido todavia el plumero de fas nuevas chaclas, De cuando en cuando llega, desde el otro piso icleol6gico, una ahogada carcajada feraenina que, como el JAZZ-BAND, quiebra en los pao. quianos las copas y los vasos de su festaurant sentimental. Jas insinuaciones de los anuncios tapizan su cnsimismamiento, in- tertumpiendo su conversacién a intervalos colgados, con esa impertinencia. dc las personas que intervienen en las platicas de sobremese, sin saber pot qué, impulsados por un instinto de convivialidad que los hace desmenu- zatlo todo, disparatarlo todo: Ellos sonrien. Sacan de su bolsllo una tabaquera de ideas y encienden si- muleineamente, sincrénicamente, sus acostumbrados cigartllos engatgola. dos de seatimentalidad o rebeldia y se alecargan sobre la "‘chaise-lemgux de sus remembranzas, los relojes estacionados comentan las vides del Café y de los patro- quiznos enfermos, casi muertos de vivir esa hora inmévil que retcasa todas las emociones. La hora que despierta de ansiedad el espiritu y lo va repula- fizando hasta instantear le sensibilidad de Las mujeres. . los parroquianos, subterfugiados de si mismos, permanecen ocultos bajo Ia media tinta de sus sensaciones, sospechando la voluptuosidad de la hora estancada, prolongadora de sus lasitudes. los gabinetes se abren incermicentemente, desalojando parejas envueltas en la tiltima vaguedad del abrazo que las ha hecho imprescindibles, Los meseros recogen, con los cepillos de mesa, las migas pulverizadas de impaciencia, las servilletas manchadas de firey las frases incongruentes, in. terseccionadas de sontisas. 2 CUANDO se acercan los dos patroquianos, la puerta se abte sigilosa- ‘mente, como atendida por el mejor de los camareros. El camareto invisible, silencioso, sin impertinencias, sin atenciones exageradas. Que no arguye ningtin argumento oritlando a los cliences a ocupar un gabinete determina- doo a decidirse por cualquier Mend, precisamente por aquel que jamais hu- bicran escogido. Al afrontar el postigo, uno de los parroquianos —no se sabe cuil de los dos— adelanta el pie izquierdo, rettocediéndolo inmediatamente con el 218 sentido mecénico de una equivocacién subconsciente, cerciorindose de que no ¢5 con esc pic con el que debe entrar. Se eve ensayar 2, 3 veces, la intencidn de abordar la puerta del Café, tal si se aferraraa la creencia de que se tropezaré, se quedara prendido, acrapa- do de las argucias de esas portezuelas de golpe, que son los pecres cancer- beros. Ea todo él hay cierta incongruencia de la locomoci6n, cierta abercacién fisica a ejecurar determinados movimientos que lo enredan y lo amarran, secuesttandolo de todas las distancias. En la més insignificante de sus actitudes se observa la misma rectificante simultaneidad, la misma insistencia de combinar un movimiento con otto, como si estuviesen ligados entre sf y no hallara la manera de disceritlos. Parece que siempre est resolviendo las claves de su mecanismo. Antes de insvalarse en un Angulo emotivo, se tropieza consigo mismo y con las miradas de Jos citeunstantes, como si todo contribuyers a desequili- brarle, 2 impeditle le desenvoltura de sus actitudes. Al hablar se acomoda en un sitio imaginal, estricto, imprescindible, xxornillindose al momento expresivo, con la seguridad de que si se colocara en un lugar equivocado, no podris articular una sola silaba. Se asegura en Jas redecillas de fa arenciin que lo circunscribe, previendo que alguna de sus frases lo hard ausentarse de la comprensividad, alejandolo, haciéndolo inencontrable. Antes de prontnciat Ja primera palabra se ajusta el traje, se sujeta os bo- tones en los ojales, convencido de que sia esos requisitos se le evadirén las ideas, no podta encauzar sus pensamientos, ni controlar su dinamismo que Jo mantiene propuisor, como si lo estuviesen spitando continuamente. El otro parroquiano esté siempre como acabado de caer, con la vaguedad de la linea perpendicular que no ha podido todavia estabilizarse en el pun- to final de su trayectotia, ladeado sobre si mismo, como si el destino no lo hnubiera balanceado bien. Tiene el aspecto del traje olvidado en los percheros. La misma flacider, 1a misma arrugada indolencia, las mismas caracterisicas de los trajescolgados, To aninman y lo cuelgan en el perchero de la vida. Camina con un aire de no haber tocado nunca el suelo y con la ansiedad ‘de querer tocarlo, seatirlo, palparlo y como si de ranco estar suspendido en dos tendedezos sentimentales, se le hubiese encogido la indumentaria idco- ligica, lo mismo que a esos trajes que se les deja secar sin colocarles un contrapeso que los mantenga de tamafo natural Se sienta en el rincén del Café como en Ia butaca de favor. La butaca que puede scr reclamada, despojada por cualquiera. Cuando entra un nuevo parroquiano teme que quicta ocupar, precisa- mente, ese rincén que le ha deparado la vida. 219 24 Esté siempre impasible. inquieto, con la preocupacién de no esperar a nadie, con la despreocupacién de que de un momento @ oro, surja el es- pectador rerrasado y reclame ese lugar anénimo, innumerable 3 EN el sinc6n de su gabinete, los dos parroquianos arrumbados sobre si mismos, dejan pasar las horas. La puerta de golpe se abre de vez en cuando, empujada por la resaca de transeuntes. Es la primera vez que Mabelina entre a este Café. Sus vivaces, sus perversitiles ojos, llenos de los holgorios de las tardes de verano, revolotean sobre los mimecos de los gabinetes, buscando la cifra exacta, valuadora de sus ecuaciones sentimentales. 17:25 9 6 10 7 13 Ocupatemos aquel que debe set el mAs acogedor, el mis intimo, el mas intimo, ei mas escondido —dice é1— seialando e! 18. —No. Es un naimero insipido ése. —Entonces el 15. —Tampoco. EI 13 que es el predilecto de los supersticiosos. . .? —Esd demasiado escogido y, sobre todo, muy leno de predicciones Aque! que tiene un poco borroso ¢! ntimere. Asi no lo sabremas nunca, —Aquél —dice ella— como quetiéndose refugiar anticipadamente en su confidencialidad. —Escd ocupado, —A esta hora? —pregunta Mabelina, sorprendida de que alguien haya tenido el mismo capricho. —Precisamente, 2 esta hora en que no viene nada, es cuando lo apartan esos dos parroguianos. —Entonces volveremos mas tarde. —éPor qué hemos de ocupar ese? Mabelina se queda un momento mirando hacia el gabinete. Después, toma del brazo a su acompafzate. El mesero, absorto, desconcertado, los ve alejarse. Alsalir y trasponer los umbrales de la noche que va cayendo sobre la va- gabundez de los transeuntes, con esa lentivud de los globos desinflados, se wuelven a ver, hurafios, descompuestos, extratiados de caminar juntos, apo- yando la reciprocidad de sus emociones y sus descos frustrades, a lo largo de la avenida encrucijada de luces. 220 j a ) Las palabras se les quedan en los labios, inhumadas, como si sus pensa- ientos se hubiesen interceptado de guiones, haciéndolos ininteligibles. - Ante su mirada entrecerrada, las calles se van extendiendo indefinida mente, como si sus pensamientos las fueran alargando. Sus sombras confundidas y enlazadas se enredan en los ramajes de los 4r- ~ oles, esquemados sobre las aceras untadas de paisaje. i Indiferentes, desconfiados, inexplicables, recostacios sobre la incongruen- cia y abstracci6n en que se han sumido, dejan caer en el agua de la fuente, sus palabras impronunciables que van dejando circulos de silencio. Mabelina se yergue, sGbicamente. £1 Ia sigue incomprensible, como se sigue x todas las mujeres. Alentrar, Mabelina que ha franqueado primero los umbrales de su deci- ~ sién, se adelanta pot entre los pasillos inceincados que han dejado los dti- ‘mos parroquianos. Se queda un momento suspensa, contrariada, anbelante, equivoca, con tos ojos fijos en Ia difusidad del gabinere que hubiera querido ocupar, per- dda en la obscuridad del Café que ha doblado sus perspectivas sobre un te- ; cogimiento incomprensible Llama 5, 6, 7, 8 veces sin percibir, ni siquiera el eco de su voz que se va quedando en los resquicios de silencio en que se haa ido escudando los ga- Binetes, llenos de sospechas y retzecherismos, apéticos, indiferentes, ensi- mismados, tal si estuviesen rumiando las conversaciones de los clientes Contempla el agua de los espejos, enchascadas de sombras, putrefactas : de lavar tantas veces la coqueteria de las mujeres que se asoman 3 sus confi- dencias con actitudes desparpajantes. ~ Sus mejillas se ruborizan levemente, se encienden, avergonzadas de sen- titse reflejadas en aquel ambiente s6rdido de gritos, de humaredas, de dis- eusiones, de flirtcos que ella esperaba se acrecentaran con el desgarbo de la noche que iba adentréndose tumulruosamente en su espititu Asustada de verse entre él desamparo de los gabinetes desocupados, sola, desechada, engafiada, levanta las pieles de su abrigo hasta confundislas con ‘sus cabellos, apreténdose, ajustindose toda ella, cerciorindose de que, en realidad se recupera, después de haber disuelto sus pensamientos, sus mi- ~ fadas, después de haber anquilosado sus coquererias en la frialdad de aquel Café que le descubria Ia noche impenetrable, en la que se cuajaban todas = las pesadumbres. i Se siente separada de todo, refundida camre esa incidencia, préxima a ex- tinguirse en el rescoldo de incendio apagado en que se queda cl Café. Pre- sintiendo que la vida se habfa acabado, que vivia el paréntesis, el descanso de la vida, salié apresuradamente sin tropezarse con aquella mirada que la seguta a través de su incomprensién, 2 ; 23 4 A esa hora en que se encienden las luces de todos Jos gabinetes, los dos parroquianos abandonan el Café. Ta puerta se abre, irregularmente. Manos brascas, desconocedoras de su pesutia ruidosa, empujan, atropellan su inmovilidad. los meseros, que de dia parecen como muertos, se clecttizan de pronto, agitando sus somnolencias. Mabelina entra en el gabinete més cercano, mas Iejano a su vida. Como en ninguno puede ser la que es, se indiferentiza, instalandose en cualquiera: Balbucea lo que éi Ia dijera aquella noche que se conocieron y sonstie. pa- tentizando sus pensamientos con ese murmullo interior que se emulsions después de la risa, enumerando los subterfugios en que escudaba disimu- lando su timidez, disfrazéndola en una serie de frases y de sitwaciones que casi siempre lo hacian aparece como un hombre despreocupado, insolente, intrépido y hasta cinico. En realidad, lo que 2 Mabelina le habia interesado, eta esa manera con que él se excluia de la vida y se olvidaba de todos y de sf mismo, en las calles, en las conversaciones, en los bailes y en las antesalas, con un gesto de ‘no querer inmiscuirse cn ningGn incidente, en ninguna labor tan complica. da y tan molesca como la de hacer el amor a una mujer; en la que hay siempre una espectaci6n y una ansiedad de que se tealicen por ella, todos los herotsmos y todas las inverosimilitudes. Mabelina, comprendiendo esa pereza de amar que se advettia en sus ac- titudes despectivas; sc habta acercado 2 su timidez, despojada de todos los obsticulos, desprendida de todas las vestiduras espitituales, como querien: do facilitar un pronto acercamiento, como queriendo tonificar esa especie de convalecencia en que vivia y de la que ninguna mujer lograra exhu marl, Lo habia misado con la dltima mirada, le sonreia con la Gltima sontisa, lo acaticiaba com la Gltima caricia. Le daba en el iniciamiento del continuo tra. to que llevaban, todo eso que las mujeres no dan, sino el final de una aven. tura, Sin embargo, él no desistfz de su actitud arrinconada. —Yo quiero estar contigo —Ia decia— detris de los visillos de su seati- ‘mentalismo, como en los suefios. Mabelina lo miraba sorprendida, incrédula, al principio. Después, es- condiéndose en sus abstracciones; bajaba los ojos bajo el sopor del idealis- mo, entrececrindolos, alejindolos de los pensamientos inversos y contra. dictorios que le humedecian las pupilas. Te encuentro en todas las encrucijadas sentimentales, situadas mis all de Ja irtealidad, todavia mas lejos. 22 Ella sonrefa, ocultando sus senos, amortajandolos, haciéndolos més pe- queties,insignificantes, queriéndose adaprar al itcealismo de la mujer que evocaba. —Quiero amar en ti cso que no tienes, eso que te falta, eso que te sobra, lo superfluo, para estar enamorado siempre. Mabelina mientras escuchaba sus frases, sentia impulsos frenéticos de besarlo, de abrazarlo, de exaltarlo. Pero esa actitud indefensa en que él se colocaba en todos fos instantes, I2 obligaba a permanecer quieta, miedosa, como en Ia silla elécttica del amor, como en una clinica en a que le es- tuviesen probando los efectos y Jas variaciones de una especie de rayos ultravioleta que iban descomponiendo su espititu y sujetando su cuerpo, transmigrindolo a todas las sombras, en las que se contemplaba y se abstraia, reconociendo sus movimientos desmesutados que iban tapizando el gabinete con las decoraciones de los suettos Se palpaba en los mutos transparentada, distendida, destealizada por la claridad de sus cerebraciones que Ja desbarajustaban, la ahogaban de luz, tal sila trasladaran inusitadamente 2 uno de esos aparadores de artefactos eléctticos en fos que todas las cosas se hinchaban de luminosidad. Se aicjaban y se encontraban mutuamente en todas las dimensiones, como sia esa luz que los mantenta quietos Ia hubiese agitado. de pronto, algin viento extrafio o la balanceara una idea intetmitente. Se abrazaban con es0s inconmensurables abrazos que hace la sombra de los abrazos pro- yectados, de los abrazos que no se dan, quebrados en rodas las esquinas de la idealidad, electrocurados por todos los intersticios de! gabinete apagado y encendido simulténeamente. 5 SALIENDO del baile, habfan tomado un coche. Como él conservara su equilibrio, Mabelina procuraba, también, conservarlo. No sabia si ea el vino 0 las circunvalaciones del vals, pero cllos sentian que las sinuosidades del camino se les iban enredando en los ojos, a medida que el auto acelera- ‘ba su marcha. No hablaban, sino con los residuos de las chaclas interferentes que se tienen cn los bailes. “=. . como baila Ud. tan bien. —No. Pero me gusta mucho el baile. . —. . eran la mejor pareja, Ud. y aquel muchacho a quien se le quedaba viendo tan ostensiblemente. . Ella sonti6, dudando y creyendo. —Es Ud. la compafiera ideal en el baile. No se deja llevar de su compa- fiero, sino de los compases de la mGsica. 223 25 see Volvié 2 sonteft, confusa, satisfecha, —Se mueve Ud. como si cada compas Ia asiera de tun ritmo 2 otto, como si los hilos imperceptibles de la mtsica diseibuyeran sus movimientos y los ‘manejaran, —Bueno. Pero ya nos tratébamos de tu. . . —Eso es. Te mueves imantada por la misica, atraida por la msica, Pa- rece que presientes los huecos de! vals, las evasivas del fox, las languides. cencias de los “‘blues"", Te introduces por sus recodos y sales de ellos, al mismo tiempo que las notas. En el "‘charleston", juegas a la comba de la mifsica, Cuando se baila contigo se tiene Ia sensacién de que se es el juguete aucomético del trombén, del saxofin, del violin, etcétera. Los sonidos del Violin te adelgazan y te hacen flexible, los del saxof6n insuflan y prolongan tu cuerpo infinitesimal, los del tromb6n te alejan y te acercan, alvernativa- mente, de los brazos de tw compatiero. Mabelina seguia sonricndo, sin saber qué decit, confundida y absorca en Jas apreciaciones, sin poderse adaptar a los modales del acompaflanie ines- perado que se encontrara en el baile —Ya es muy tarde o muy temprano? —Es muy tarde o muy temprano, segin. . —A dénde vamos? Acuérdate que no puedo llegar tarde. —A un hotel. En los hoteles siempre cs temprano. —Entonces, mejor al Café de Nadie ¢Lo conoces? —No. —Fs encantador. Nunca hay nadie, Nadie lo espfa a uno, ai lo molesta. —Al Café de Nadie, eh? —A dénde? —Ah! Es verdad. . . Yo le digo. A la derecha, Bl coche cambi6 de direcci6n. Los drboles, despertados violentamente por la carrera del auto, sc iban tropezando a lo largo de la répida perspectiva, Comprendiendo que él no se atrevia a iniciar la conversacién, Mabelina acercindose, le dijo, casi en la boca: —Seremos dos buenas amigos. —A la izquierda, luego a la derecha. —Verdad? —Indudablemente. No sé 2 qué viene esa aclaracién, —Por esa manera con que me miras. Alla derecha, luego ala derecha. Se para frente a esa puerta del letreto luminoso. A esas horas, el Café como que se escondia, como que se hacia més inen- contrable, mis confuso, perdiéndose en la insondable Avenida devorbitada de incandescencia. 224 El que Ud. quiera, —dijo é1 al camarero— siendo confortable. —Un teservado para los dos? Por qué no. . .? —No. imposibie. —Somos dos buenos amigos. —Sin embargo, tomaremos uno para cada uno. Es lo correcto, E25 —Bueno. Uno para los dos. Pero acuétdate que soy una seforita 6 OIGA —dice al mesero, el hombre que acompata esta ver a Mabelina— hhaga desalojar a todos del Café. Aqui no hay més parroquizna que yo. ~Seiior, cémo quiere Ud. que —No me importa. jE! duetio! — jE! dueiio! El duefio. . . El duet. —He dicho: jel duefio! El mesero se retira medroso y presuroso, en busca de alguien que le in- forme quién es el duefio de este dia del Cafe. Alregresar al gabinete se asoma pot entre las cortinas, timidamente, bal- buceando una lista de exctsas —En este momento no esti. Ha salido, —Cuande regrese. ~Es imposible. —No esta ocupado més que el gabincte del fondo. Pero es como si no lo estuviera. Esos dos parroquianos no hablan, no discuten. no se mucven, Son inservibles. No piden nada, No conocen a nadie. Nadie los conoce El hombre isrupto vuelve los ojos hacia el gabinete. No distingue sino las siluetas de dos parroquianos, inmobles, impasibles, pirogrefiados sobre la media luz que los citcunda y los devetiora. Se queda mirandolos como si mo los viera, como sino fograra delimitar sus actitudes inconclusas, como las de los frisos, prOximos a abandonar, 2 entrar al Café, apenas agitadas por los movimientos inusitados de las corti- ‘nas que alargan o encogen sus sombras Mabelina se frota los ojos suavemente, como pata disolver sus micadas que se han quedado fijes también, fascinadas por la inmovilidad en que Permanccen los dos parroquianos, cobijados de mutismo. Despojando sus ojos de esa ceniza que le dejara el insomnio en los olvi- dos sentimentales, descontando sus miradas, sus pensamientos, sus sensa- ciones entornadas por la ditima mano que Ia acariciara con una displicence 225 Zt a intenci6n de dejarla hermetizada, clansurada, se va desprendiendo del em- bozo que cubre sus encantos a —Mira mis piernas para que no te dejes engafiar por las de las otras mu- jeres, pruébalas. EL las besa. Las va palpando, apretando. . . —Excapido. —Pero si eres une puta. Las palabras se les quedan, las unas en las otras, trenzadas, confusas, ERES ca. . .? Casi. —Cémo casi? —En este momento estoy esctibiendo un articulo en el que no hay sino ‘una tercera parte de mis conceptos, de mis ideas. Un articulo que desvia esa trayectotia reincidente de mi manera de ser. Después de esctibirlo no sé si, ‘en realidad, sea el mismo de ayer. Soy ua individuo que se esté renovando siempre. Un individuo al que no podrés estabilizar nunca. Un individuo al que engafiaris diariamente conmigo mismo por es mutabilidad en que vivo. : Cada dia besas en mia un hombre diference. Un hombre que es uno por Ja noche y otro con el alba, Canjeas hoy, como canjeaste ayer, como canjea- 18 mafiana, a estc hombre diverso que parezco hoy, por aquel Gnico que seré después y asi, simultancamente. Bn cada noche hay en mi un hombre destruido, un hombre arruinado, un bombre desfalcado, despilfarrado por la cotidianidad. Un hombre fuevo. Por eso, a pesar de tus promesas, no.me secés ficl jamés. Ti siempre con tus cosas. No son cosas. Es lz verdad, —No hagas frases. (No quieres mejor besatme? —Admirable. Mabelina se convencié, recordando sus charlas con aque! periodista, de que era, en efecto, el Ginico que podia acompafiatla desde que se asomara por Jos subterfugios de lz aventura. ‘Cuando salicron, ya en el coche, él la pregunté: {Por qué has vuelto a pensar en mi? ~Sabes muy bien que eres, entre todos tus compafieros, el predilecto. Los demas son muy indiscretos, muy esculcadores y sobre todo, muy imper- tinentes. No se les puede decit una frase sin que le busquen, inmediata- ‘mente, un sentido transversal. Ti, en cambio, procuras evadirce de lo que 226 renee { se te dice y se te consulta, procuras aligerarlo todo, despiscatlo todo, com- ponerlo todo, aunque después lo embrolles y lo descompongas. —Ya no eres amiga de Andsosio? - —Me aicjé de su amiscad por incomprensivo, por equivocado, Una noche fuimos a cenat juntos, luego al teatro, al cabaret. Durante ese tiem- ‘po fué preparando sus confidencias, sus deseos y, cuando yo ya me lo espe- ‘aba, comenz6 a clogiar mi manera de vestir. Con una actitud de modisto 0 de aparadorista que ha confeccionado Ja mejor pose de la moda, desat6 y até de nuevo el list6n que sujerara mis zapatillas, exaltando sucesivamente cl color de mis medias, cerciocéndose de su calidad. Acaticiando mis pies- ‘nas, me preguat6 si usaba las ligas de Gieima moda, con estuche de radio con retrato de alguien. Fué subieado y aventurando sus caticias subsepticiamente, estremecién~ : dome, asfixiindome, como si de pronto me hubiesen soltado el duchazo de Ja voluptuosidad, Sus caricias eran, en realidad, aquelias que he preferido siempre. Las que mis emociones y sensaciones causan. Las que la hacen a una tenderse, arre- bujarse, estrujarse toda, exhausta. Pero al final queria que faétamos €30s ppasajeros hipotéticos de los hoteles que regresan de cualquier ciudad, en un tren que no llega nunca, esos pasajeros que no son, sine los turistas del é amor. TG siempre te quedas en las iniciaciones, en el prologo, en lo que pre- fiero. Pot eso me tendrin y te tendré en la perennidad de lo improbable i 8 MABELINA sentia en los labios el escozor de sus besos. Sepuramente él 1a habia visto entrar 2 este Café y por eso la invitaba Apenas si lo conociera. Sin embargo, se accicaba a sus presentimientos, atrincondndose en ese hueco fntimo que le deparaba su jovialidad y sus ma neras desenvuelras de hombre acostumbrado a enredatse y desencedarse en las miradas femeninas. Adivinando una insistencia de entreverla, de descubritla, de desvestcla, -levantaba los brazos con languidez, dejando que sus ojos se aventuraran, por los resquizios de su traje. ' Presentia sus caricias, las sentia, como una enredadeta, ramificéndose por todo su cuerpo. —Nunca cref que te fijaras en mi. —Yo me fijo en todas las mujeres. —Como yo, en todos los hombres. —Pero en todas las mujeres como ti. 227 24 Se habfan ido acercando, poco a poco, encerrindose en ef biombo de sus sonrisas, de sus mizadas, hundiéndose en la baraunde de sus emociones. Mabelina entrecerraba los ojos como para iniciar esa oscuridad que nece- sitaban, doblegéndose sobre la soxpresa de sus brazos. Ya en el divin, se fueron enando de confidencias. Te veta mucho, pero tu jamés escuchaste mis deferencias, —Es que siempre ibas de! brazo de cualquiera, al margen de todos. —Purectas impasible. —Por mi sensualismo que es puramence intelectual. Las mujeres no me interesan., sino a través de las que hojeo en los magazines. La tops intetior me inquieta més en un magazin que en uaa mujer —Entonces yo. . .? Me sorprende, me entusiasmas, me intcteses porque tus piernas son co- smo romadas de las de esas mujeres que anuncian las medias HOLEPROOF ¥ tus senos tienen la misma luminosidad, la misma incandescencia de las Hémparas que adornan las grandes salas y parecen hechos del "ice-cream" de la voluptuosidad. Y porque. —Porque tienes cn todos jos instantes de tu vida —interrumpié Mabeli- ‘a— un movimiento retardado para vivir les emociones. . Sus ojos iban apagando las Gltimas luces del gabinete. De cuando en cuando, se entreabrian pesadamente, despegindose del "'Kohol”” de sus miadas que la habian ensombrecido, renegtido De tarde en tarde, su cuerpo se vivifcaba, recordandolo, sintiéndolo y seguia desperezindose con el eco de sus caicas. 9 AL entrar los dos parraquianos, la iltima fase idiota que se ha quedado flotando en la aumésfera enrarecida del Café, sale despavorida, cohibida, petseguida por los ventiladores intelectuales que lo van limpiando de los resabios de conversaciones. ‘Los meseros se dan cuenta de que en ese momento surge el alba del Café yempiezan a deshacer, a ordenar la catésofe de la noche anterior. Las sillas son desprendidas de sus actirudes pornograficas en que las han dejado los bartendetos, preciosamente, después de haberle puesto el gabin al més attaigado cliente, acaso para no dejar que se vaya acumulando en los gabinetes, el lastre inevitable con que anclaa fos visitantes esporddicas, Entre todas las sillas hay siempre uoas que no quieren desprenderse la tuna de la otra, que no quieren desisti de su posesién descatada, que se abrazan fuertemente, impidiendo que se les coloque en el {ugar estricto, aquel que ocupari el partoquiano consuetudinatio. 28 ‘Tos meseros Iuchan con ellas, como las madrotas con Jas pupilas que se te- sisten a abandonat los braaos de ese hombre que no toma nada, que no mira a 2 ninguna de las otras muijeres, que no compra, en esa casa, ni siquiera los cigartillos y que sin embargo, se le ve todas las noches, como un misionero, ‘Los meseros huyen de aquellas sillas y se dicen reciprocamente, —Desacomédalas ti. —Desacomédalas ti. —Desacomédalas t6. Hasta que cl més reciente, el més encogido —el meseto de los meseros— se acerca buscando el momento estratégica en que estén desprevenidas, pa- ra separatlas de ia insolencia con que se aferran 2 su actitud de mujeres vi- ciosas, hiperestésicas, histéticas, atacadas de los peores males. e ‘Las mesas se despistan con nuevos manteles. Tas ventanas se escudan de las curiosidades callejeras cof la tigidex de ‘unos visillos limpios. ‘A todas [as cosas sc les sacude, se les despoja de los residuos de las noches pasadas para que los pasroquianos noveles se sientan satisfechos de haber inaugurado el Café. - En el mend de ayer se escribe: MEND F de hoy Sopa de Ostiones Huevos al Gusto Asedo de Ternera Chilacayoticos en Pipién Ensalada Frijoles al Gusto Dulce TE 0 Café Después de despabilar el ambiente de todos ios gabinctes, menos el de aque! que ocupan sistematicamente los dos parroquianos, los meseros se re- titan a los dngulos de la espera, resolviendo los problemas de las propinas. —Somos los tinicos habitantes del mundo. Todo desaparcce, todo se muere en este rincén. Somos los supervivientes de a catdstrofe diatia —Nuestto Café seria ideal si pudiésemos trasladar a esta perspectiva la Plaza Ajusco, en la que la primavera est siempre amarcada a sus postes te legraficos. “En aquella mujer que se nos queda mirando he encontrado un 50% de a verdadera mujer que buscamos, que estamos haciendo en nuestras continuas charlas. Tan como ninguna 29 - 34 = TT —Un dia, el dia del aio bisiesto dei calendatio sentimental Ros sorpren- deremos de verla, de oitl, transicando por los pasillos de fa introspeccion, hablando con las palabras que desperdiciamos, que se nos can, distaida, mente, que se nos eseabullen, ~~En una estd una parte de esa mujer yen otra la otta. Tenemos que pre- sentatlas, ensamblarlas, zunarlas, confunditlas, acostumbratlas a que vivan una sola vida, con las misraas emociones, con los mismos gustos. Después de la amistad preliminar se irin haciendo waa, poco 2 poco. Esa quc serd la nuestra. —Hemos inaugurado, hemos puesto de moda 2 todas las mujeres —Las mujeres no son mas que unos aparatos sensuales, ideol6gicos. espi- rituales, sentimencales. Se les puede llenar como a los acumuladores, de cualquier fuerza, de enalquier tensién. —Tocindoles esa especie de timbres que son sus senos, se despierean en cllas una serie de petsonalidades que acuden con el desconcietto de los vientes de los hoteles, sin saber siel atimezo encendido en el cuadro de lla. -madas es el suyo, —Ea las mujeres que frecuentan esce Café es imposible hallatka. Sus se- nos suenan coma los timbres de los relojes despercadores, impertinente- mente —Somos ya, casi los duefios del Café, De un momento a otto nos digo. Bueno. Les parece que cerremos. Esti de acuerdo.en que se pinten y se de~ coren de nuevo los gabinetes. Este mes nos han tecargado demasiado las contribuciones, etc., etc., etc. Es que somos los Gnicos que comprendcmos, que apreciomos su inmovi- lidad y su alejamiento. 10 GERMAN List Arzubide, Marco- Aurelio Galindo, Carlos Noriega Hope, Fernando Bolafios Cacho, Oscar Leblanc, Ontega, Fernando Sosa, Otilio Gutiérrez Mutioz, Emesto Garcia Cabral, Jabilo, José Moreno Ruffo. Humberto Ruiz Sandoval, Manuel Horta, Andrés Audiffred, Jorge Duan, Francisco Zamora, Figaro, Salvador Gallardo, German List Arzubi de. Rafael Lépez, Jestis M. Gonzalez, Santiago R. de la Vega. José Palacios, Samuel Ruiz Cabafias, José D. Frias, Gregorio Lépez y Fuentes, Xavier So. rondo, José Corral Rigan, Francisco Davalos, Silvestre Paradox. Carlos Sa- mayoa Aguilar, Miguel Angel Asturias, David Vela, Francisco Gonzélea Guerrero, Luis Tornel Olvera, Juan de Dios Bojérquez. Francisco Monterde Garcia leazbalcera, Lazarp y Carlos Lozano Garcia, Rafae! Mufioz, Ramén. Gomez de la Sexna, Luis Amendolla, Francisco Borja Bolado, Kyn-Taniva. Joaquin Carranza, Rafael Vera de C5rdova, Luis Marin Loya, Mighell 230 Aguillén Guzmin, Rarnén Alba de la Canal, Leopoldo Méndez, Germnin List Arzubide, etcétera, etoétera, etcétcra. Mabelina leia y releia esa gran lista y hasta hizo esa salvedad de los cro- nistas sociales: Y otros que no me fué posible anotatlos, por cémo se iban fagando de la suntuosa noche de fiesta que ha sido mi vida Recordando unos, olvidando otros, se esfumaban unos sobre otros, yux- taponiéndose, formando un nombre impronunciable, indescifrable, El sombre de ese hombre que llegara a ser nadie, de tan ecléctico. El nombre uso o aleman que fu prolongando el suyo hasta converttlo en una cadena ecuatotial. Deletreando las emociones que se quedaran en esa larga lira de comen- sales que habian asistido ala convivialidad de su vida, iba perdiendo la no- ci6n de ella misma Se miraba en el espejo, queriendo encontrar en el azogue de los recuer- dos, los rasgos que perdiera asomindose a le galeria de espejos de la vida. En todos aquellos instantes dejaba algo de clla. Su sontisa se habla ido ennegreciendo, sus miradas perdidas en las demas miradas ya no eran las rismas que se colgaran de los flisteos, de un extremo a otra de fas meses de los cafés que frecuentara Con cada uno de ellos se habfa sentido una mujer diferente, segtin su Psicologia, sus maneras, sus gustos, sus pasiones y ahora apenas si era un “sketch”* de sf misma. Le parecia que la habian falsifiado, que la habtan moldeado, simulténeamente, los brazos de sus aventuras La habfan ido arrancando una mirada, un beso, una sontisa, una caticia hasta dejarla cxhausta, extinguida, Hinguida, detrotada, destartalada, insomne, De tanto sentir se encontraba insensible. Les voces sc le confundian, De suftir cancos scatimienros vulgares se volvia exttafia, adusta Después de ser todas las mujeres ya no era nadie. Aceso por esa inconsis. tencia se encontraba agradablemente en el rincén de este Café, sin nadie, con nadie, como nadie, expuesta a que Iz tomaran, la canjearan por cual. quiera de Jas mujeres que nadie toma. Se quedaba, como al principio de su vida, analfabeta de emociones y sensaciones. Toda ella se hatbia quedado colgada en los guardarcopas de los cabarets, hasta con fa actitud que le dejaran los “grooms” al colocatla en los inet. medios de la noche. Le era imposible recuperar esa serie de personalidades que hicieron su personalidad Los hombres la tomaban equivocadamente, como se toma un abrigo ea fa incongruencia de una sioche de fiesta. 2 Queria reconstruirse con esas milésimas partes de mujer que dejara en to- dos los hombres, sia que ellos las canjearan por esa milésima parte de hombre que buscaba, ‘Se sentia le mujer vaciada, bebida 2 pequeftos sorbos sentimentales. Habla momentos en que se trasplantaba a todos los gabinetes, enraizada en las conversaciones, riendo las frases de los patroquianos, pensando con sus pensamientos. Se ponia ‘rouge"’ para revivir en sus labios l matiz de las carcias prodi- gades y ‘‘rimme!” en las pestaffis para cobijarse en las sombras de sus en- suefios, Se maquiliabs con el recuetdo de las caticias como para recobrar sus ca~ racteres fisonémicos, Apagaba y encendia sus pensamientos con la intenci6n de sorprender en . ese momento de lucider y de convalecencia del alba, en el que se ‘pueden reconstruir todas las cosas. Pero no peribfa ninguna transfusi6n hoe sa. Se iba apagando, perdiendo, envolviendo en la difusidad de una especie de insomnio en que vivia. MABELINA Mabelinz Mzbelina Mabelinag Mabelina Ella segufa escribiendo su nombre sobre ia mesa del gabinete, alargando, asrastrando, inconscientemente los caracteres, hasta hacctlos ilegibles Las letras se iban extendiendo, horizonralizando, estiradas por el esti- ligrafo de'su pensamiento. De ofilo tantas veces, de repetitlo, le sonaba a ptzo nombre. Perdia el sentido de lo que podria significar y tergiversaba su pronunciaci6n, Lo eseribia con la misma vaguedad con que se escribe el nombre de una persona ausente Los caracteres, apretados, ligados, se iban tendiendo mas y més hasta confundirse con ese horizonte en que se tendian sus rememoraciones Relujando sus miradas, se asomaba a cada momento por entre las corti- nas del gabinete en espera de su Grima aventura. La que iba a rehacet 0 deserult su vida. Hay que gastar, que despilfarrar la vida —se decfa— pare defraudar ala muerte. Para malversarle sus propésitos. Que nos encuentre exhaustos, muertos, inttles, inservibles. Que no se lleve de nosotros, sino los resi- duos, lo que no pudimos utilizar, por inucilizable, por desechable. Sin embargo, pensando esas cosas, sus ojos ensayaban sus mejores mia- das, queriendo iluminat los instantes que le quedaran, quetiendo compro- bar las perspectivas inalcanzables. 232 No se podia convencer de que sus mitadas ya no eran las mismas de en- tonces, de que habian perdido su acuosidad, de que estaban como desmer- cutializadas, disecadas,filatelizadas, de tanto teflejar los pronésticos de sis sentimientos, Refa, sonrela y su sisa le sonaba a todes las risas. Al escuchar la alegria. que se desbordara en los dems gabinetes, iba experimentando una serie de mutabilidades, se iba sintiendo un prolongariento de cada una de ellas Y fefa con sus risas, imitando el tono y el efectismo de sus risas. Recortiendo cl gabinete de un exrremo a orzo de sus recuerdos, se des- concertaba de su manera de andar. Aquella cadencia que estatizata el asombro en las calles yen Jos bailes, no tents e! movimiento asclante de ios cortinajes agitados, substraidamente, por los compases de la miisica. Si. Esta era su voz, pero parecta intetceptada por la estitica de todas Jas voces. En su imaginacién guardaba sus actitudes coleccionadas como los trajes de los museos, distinguiéndolos con Ia etiqueta correspondiente que le fueran colocando los ujiers espirituales de sa “boudoir."” AApoyé 5, 6, 7, 8 veces su ansiedad en el botdn eléctrico, queriendo lla- mar a la realidad. El timbre sonaba, cada vez mis lejano, tal si les distancias huyeran y se incrincsran en los cuatro puntos cardinales de lo inalcanzable. Cerrando cuidadosamente su bolsa de mano, como si quisiera olvidar en lla sus pensamientos, abandons cl gabinete Al atravesar los pasilios del Café laberinteados de silencio, volvi6 sus ojos hacia todas las remembranzas con un gesto de haber dejado atrinconado algo 4e si misma en los rincones ensombrecidos, murientes y de ir arecuperatio, Ta Gnica luz que seguia sosteniendo la vida del Café cra la del reservado que ocuparan siscematicamente los dos patroquianos. Al divisarla, Mabeli- fa se queda un momento indecisa. Después, rectificéndase, empuja la puerta del Café hacia el alba que va levantando e! panorama de la ciudad. 233, 35 La Novela Semanal de Ef Universal Iustrado Se publica cada jueves como Suplemento de este Semanario Afiol 14 de septiembre de 1922 NGm.7 La Senorita Excétera 4g cop: Novela Inédita eso Por Arqules Vela Mustraciones de Cat Retrato-portada por Alfredo Galvez Publicaciones Licerarias de E/ Universal Iustrado MEXICO, D.F. PROLOGO DEL DIRECTOR Un remordimiento literatio que nunca nos perdonariamos en esta Novela Semanal de E/ Universal Uustrado, sea el de imponer nuestros gustesy pa. siones, cetrando la puerta a todos los que no pensaran o sintieran como ‘nosotros, Asi, la obra de divulgacién emprendida, lejos de ser loable, caeria. cn los cireulos concéntticos del partidarismo literatio, e! més enconado y ttiste de los partidatismos que flamean en México, De alli que Manuel Maples Arce. el poeta estridentista, nos merezca un {ugar exactamente igual al que cortesponde a cualquier otro poeta de dis. tintas tendencias. De alli, rambién, que en este Suplemento, Arqueles Ve- ‘a publique su primera novela estridentista, La Senorita Escétera, Cada uno pensaré a su antojo respecto de esta exttafiz novela. Muchos disia que ¢5 un disparate; otros, seguramente, encontrarin emociones nuevas, sugeridas por el raro estilo, y ouos, en fin, creerin que se trata de un brosisa magnifico, despojado de todos os lupates comunesliterarios, frja- dor de emociones cerebrales y de metéforas suntuosas Nosotios nos lavamas las manos . . Cada quicn opine segtin su personal -titetio y concédase, al menos, a este ecléctico suplemento de EY Universal Mustrado el rato mérico de hallatse abierto para todas las tendencias, con- templando serenamente todos los horizontes. as A mis compares deciles cn Bl Unsnene tases Ay. 1 LLEGAMOS 2 un pueblo vulgar y desconocido. Todos los passjeros habfa- eae stad aoe eater ae €l ocio de un camino vettiginoso de hietro. Por un accidente inespera- do, tavimos que dejar un momento los vagones y asaltar Ia primera es- tacion del itinerario. La ciudad estaba a obscuras. Los huelguistas habfan soltado un tumulto de sombras y de angustias sobre la turbia ciudad sin calista Camindbamos un poco medrosos y el frfo nos hacia mis amigos, mis : fntimos, més sensibles Yo compré mi pasaje hasta la capital, pero por un caso de explicable consciencia, resolvi bajar en Iz estacién que ella abord6. Al fin y al cabo, 2 ~ mf me cre igual. . . Cualquier ciudad me hubiese acogido con la misma in- diferencia. En codas partes hubiera tenido que ser el mismo. . Sin duda, el destino, acostumbrado corcegidor de pruchas, se propuso que yo me quedase aqui, precisemente aqui. Con ell. La calle fue pasando bajo nuestros pies, como en una proyeccién cinemna- tica, Era la hora en que todo parece estar convaleciente. Las cosas se iban guitando silenciosamence su antifaz cloroformizado. . . Los méstiles de los 7 barcos empujaban su ansiedad, queriendo descolgar los frutos encendides mis allé de los cielos. De cuando en cuando lz concavidad gigantesca del Arbol, moviz inusitadamente sus ramajes de bote en bote y desprendia el inevitable fruro picado por los pfjaros ultracelestes. . . La inquierud la le vantaba subsilente, como en un juego de base-ball. Ella me contempla en silencio, Yo no podia eslabonar ningiin pensa- miento con mis ideas “‘empasteladas’’ por los sacudimientos de mi alta area. . - Sin embargo, sentado alli, junto a ella, en medio de la soledad marine y : de la calle, me sencfa como en mi casa. . . Disfruraba de un poco de misi- ca, de un poco de calor, de un poco de ella. Cuando empez6 a estilizarse la decoracion imaginisea, me di cuenta de que habfe estado alucinado de un suet. Era una ciudad del Golfo de México. Acaso me enconttaba alli por una 7 equivocaci6n en las direcciones de mi bagaje ilusorio. 89 ed De todas maneras ya no tenta remedio. = Qué iba a haces, Lo de siempre. jNada! Me acostumbraria a vivir devris de una puerta o en el hueco de una ven- tana. Solo. Aislado. Incomprendido. . . Tendrfa que pregonat por unas ‘uantas mizedes o unas czantas sonrisa, algunas EXTRAS de mi vida inédica, Como no hablo mis que mi propio idioma, nadie podes comunicarse conmigo. . . Tendria que volver a contemplar, confundidos con los progra- ‘mas idiotas que se embobaliconan en las esquinas intclectuales de las cluda. des civilizadas, mis sensaciones desbordadas con la tinta dolorosa de mi vida. ara asitme mis a la absurda realidad de mi ensuefio, volvi a verla de yeu en cuando. Bi azar nos bajo de un viaje arbitrario y nos acetcé sin presenta- ciones, sin antecedentes; cra pues, inevitable y hasta indispensable que si- guigsemos juntos. Ademis, la casi furtiva amistad que cahebramos, me habia hecho creer que estaba enomarado de ella. .. El suefio comenzaba a desligarme. Sent cansancio. Su languidescencia do- blada sobre mis brazos con la intimidad de un abrigo, se habia dormido. Era natural, Seis dias de viaje incémodo, la hactan perder su timider, No era por nada. . . El cansancio también la desligaba a ella de todas sus ligaduras, Penst. .. Ella podifa ser un estorbo para mi vida ertatil, Para mis preca- rios recursos, Lo mejor era dejarla allt, dormida. Huis. . ‘De pronto me acordé del calendario amarillenco de mi nifiez sin domingos. Del alba atrasada de mi juventud, de mi soledad, Acaso ella, era ELLA. . . Y me eché a andar yo solo. Hacia el lado opuesto de su mirada. .. 0 1,2, 3.4.5.6, 7, 8,9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26,.. . {Un teloj!. . . No, No es posible, Imposible. . . Mis ojos se fueron quitando, poco a poco, Ia goma del amodorramiento de las noches palingenésicas, del insomnio producido por el ajetteo mental, que se va extendiendo en un cansancio de cortiente apagada, por las fibras de nuestro equilibrio sensitivo. Una campana seguia clavando en la beatitud de la ciudad, su humilde inconsecuencis. Un sentimicnto impreciso me agarraba del cuello. Con la cemblante seguridad de que a una leve insinuaci6n de sus m ‘mientos, hubiera desundado la idea de alejarme, me paraba a cada momento. Su recuerdo se enrollaba en mi espirica, Su vox naufragaba en el sonam. bulismo de la hora, como las voces muertas de los teléfonos. . 90 InGcil oponerse. Yo estaba condenado a olvidar todas las cosas. A despe- garme de ellas, con una facilidad torturante. ail vex habia perdido Jo nico que hace bella la roracion de muesttas pees... Ella se qued6, alld muy Iejos, descendiendo del paracafdas de su sueno. Yo, arcastrando su recuerdo, me ditigi al café. El café lleg6 a scr mi otro yo. Todos los dias, todas las noches, después de {2 cotidiana vagabundez de mi trayectoria, aburtido de encontrar las mis: mus siluctas escrutadoras de las callejuels, de contemplar la esripida fachada de ls casas y la sontisa boba de las ventans, me refugiaba en el café. Casi me iba acoscurbrando a su vide inmoble. Me divagaba con sus frases scereotipadas en ta pared, con sus caras patroquianas, con su aislamiento de las calles estentoteas y vociferadoras, Hay algunos cafés tan aproximados a la vida, que dan la sensaci6n de que uno cena, bebe, rie, en medio de la calle, con los transeuntcs impertinentes, estropeadates, . En donde es muy posible que, distraidamente, nos tomen del brazo y nos sigan contan. do la misma aventura a fo largo de Ia calle. . Los espejos multiplicaban simulténeamente, con una realidad irveali- able de prestidigicacion, las imagenes timmeladas de mi catélogo des- cuadernado, . . Cuando la vi por primera vez, estaba en un tincéa obseuro de la habita- ci6n de su timidez, con una actitud de silla olvidada, empolvada, de sills que todavia no ha ocupado nadie. . Su ojos tentan una impavida inocencia de la vida. Pargefase a esas mesas de los cafés, embrolladas de ntimeros, de cuentas, de mohigotes, de intimi. dades de los parroquianos asiduos. Sin duda estaba alli por necesidad. .. Viéndola, auscultandola, vivia retrospectivamente Sus miradas, sus sontisas, sus palabras me envolvian en la bruma de los instantes vividos en un vagén sahumado de imposibles En mi imaginacién ya no existia solamente ella, no era solamente ella: se fundta, se confundia con esta otra ella que me encontraba de nuevo en el tine6n de un café, Desde entonces, ya no pude vivir los dias y las noches separadamente. "Mi ocio se habla quedado, como el de los demés parroquianos, pegado a fa pared. . Cuando ella servia, indiferente, 2 todos los intnisos que ensatdecian el ambiente de humo y de grios, me alejaba un poco entristecido. sia pensar en su embrujamieato, Una noche entré al café con Ia intenci6n de decitle muchas cosas, de enhebrar una conversacién que nunca habiamos tenido, pero que yo consi. detaba interrumpida. . . on Alacercarse, me migé de tal manera, que senti encenderse el recuerdo de Ja mirada de ella, . . Balbuceé no sé qué palabras, como en seereto, y la hice una promesa. Nos verfamos siempre. am El balanceo premeditado por las irregularidades de la via, scudiendo las sombras del vagén, desintegraba un suetio de doscientos kilémetros Los “porters”” nos habfan repartido en las celdas del Pulman, con una incransigencia insoportable. Decuando en cuando, ia fuga dei paissje al carbn, emborronade por la acelerada cartera del tren, hilvanaba mi vida intetrumpida por las esta. ciones. . Los pasajeros eran los mismos de siempre. Al bajar, los claxons de los automéviles olfateando fa traza de los viaje- tos, se acercaban con zalemas zigzagueantes de reconocimiento coreando su LIBRE insistence, El otofio comenzaba a recoger las primeras hojes volantes que reparcia el viento, Yo me sentia con esa profunda nostalgia que se va acumulando en las es- taciones solitarias, recordadas pot unas cuantas luces mortecinas, alegradas © enttistecidas por los pitazos de los trenes. Mi espiritu se ensombrecia co- ‘mo esos cattas desorilladas de rieles mohosos, en los escapes de las vias. Yo no era més que un catto en donde todo se habia ido, un carro olvida. do, con sus mitadas perdidas paralelamente, « lo largo del camino. Agobiado, ahumado de tentas saudades, empecé a recorrer las emo- ciones desconocidas que arardectan en Ia ciudad. Bajo el azoramiento de las calles desveladas de anuncios luminosos, me dcjaba estrujar por sus ruristas, sus mujeres elegantes, sus *'snobs"” de la ‘moda y del sistemitico vagar por las aceras desenfrenadas Bl parpadeo de mi semiforo columbr6, « lo lejos. su siluera confundida de vela que se desprende y se va a pegar a los méstiles atmosféticos, cuando tun viento agica la epidermis del mar. . No tenfa la seguridad de que fuese ella, pero su figura descolgada de mis recuerdos se estatizabz en la penumbra de un daguerrotipo. Caminé tras ella con a paradoja de que era Ella, de que su vox submati- na volveria 2 colorear ta esponja de mi coraz6n que se llenaba conti- nuamente de remembranzas de ella. Su andar ligero impulsaba mi astenia, Casi me arrepentia de haberla deja- do instintivamente a Iz orilla del mar o en la habitacién obscura de un café El contacto inesperado con la mukitud hacia balbucientes mis ideas, mientas ella se alejaba con mayor rapidez de mi memoria 2 Cuando casi me decidia a confesarle mis presentimientos, se perdié al uavés del cristal de la vittina de un alraacén La contemplaba imaginariamente. Queria retener sus contornos, sus miradas, sus sontisas. Adivinaba sus movimientos para desasirse de mi, pa. ta librarse de mf. Se quedaba para siempre entre perfumes, embalsamada de alucina- cones, de esperanzas. Se quedaba alli, etetnizada, Se esfumaba. . . No me quedaria de ella sino la sensacién de un tetrato cubista. Una pierna 2 la moda con medias de seda, rubotizada de espejos. .. La otra en actitud de hinojos. . . La insinceridad de sus guantes crema... Su mirar impasible, . . Su ropa intetior melanc6lica, . . Su recuerdo con pliegues. . . Se disasociaban en Ia vitrina de un almacén lujoso, inftan- queble. . . Vv ‘Todos los dias, a la misma hora, en el mismo lugar, con le irrevocable ne- cesidad de tener que utilizar algunas horas de mi involuntatia pero arraiga. da vagancia, tomaba el tranvi. Los ttanvias subrayaban todos los dias, codas las tardes, de 8.2 12 y media yde3a5y media, la carta de recomendacién de mi amigo. Mi vida cambié de aspecto. Cambié de uaje, de humor, de maneras. ‘Mi tebeldia casi se iba acostumbrando a esa existencia de calcomania de las oficinas. Por la influencia del ambiente rave que agregar a los recorresliterarios de mi vida, sellos oficiales, ideas mecanogréficas, frases traslicidas de papel catb6n, impresiones de goma de borrar, pensamientos aguzados unifor- ‘memente con "'sharpencrs'’. . El motivo de mi Ilegada 2 12 metr6poli, la causa de haber abandonada tantas cosas, se iba borrando, hundiendo, La realidad de que podria llegar a los ascensores intelectuales, me impulsaron a hacer muchas arbitrarieda- des imborrables que agitaban mi espititu. Habla salido de una oficina insignificance para entrar a una oficina im- porante. No habia hecho més que lo mismo. . . Mi vida fue tomando un aspecto de piso encetado. Diariamente arranca- baa mi disciplina de calendario la hoja numerada del fastidio del dia. Una vez que robé a! horario de la oficina, con la intenci6n de tomat el tranvia a una hora alegre diferente, entre el abigarramiento apretado de mujeres, ella subia empujada por la precision. Sent! impulsos de no tomar el mismo tranvia, de dejarla pasar inadverti- damente, de que no me recordara la figura doble que me obsesionaba des- de que me leia 2 mi mismo. . 9% Después tomé premeditadamente el tranvia a la misma hora en que ella lo tomaba. Sentado, silencioso, contemplndola, me encetraba en su indiferencia. Me divagaba con la conversaci6n babelesca de los anuncios hipnotizado- tes, en el interior del carro, Ella se balanceaba armoniosamente de las agasraderas, . . En mi interior, yo repasaba las mismas palabras para oftecerie el lugar que me habfa deparado la casualidad. Se lo ofrecia con los ojes, con las ma~ ‘nos, con el pensamicnto. Me levanté decidido a oftecérselo personalmente, pero ella se iba alejando, poco a poco, hacia la puerta, . . Muchas veces la esperé con wn vacio interior. . Mis sentimientos se desbordaban por las ventanillas, por el “croley"’, que iba dejando desgatramientos luminosos de su fibra sensitiva. . El esmalte de sus cabellos corcos, en espirales acariciantes, su vohiptuosa ‘wansparencia al andar, la comisura de su sontisa, me exacerbaba. Bajo su mirada fulgurante de sus sens y mi coraz6n se quedaron temblando, exhaustos, con ese tem= ~ lor incesante del motor desconectado repentinamente de ‘un anhelo de mis alls, v Ya tenia mucho tiempo de vivir en le ciudad y no conocta nada de fa ciudad. Apenas si conocia algo del cuatto que ocupaba en el hotel. 4 Al principio eave la intenci6n de pagar, en una casa de huéspedes me- diocre, un mes de vida. . . Las stibitas impresiones me lenaton de pe- numbra el cerebro y no pude hacerlo. Yo nunca he tenido sentido comén. . . Tomé un cuatto en el hotel mis lujoso de la ciudad. Un euatto que jamés utilcé, porque pasaba los dias y las noches en lugares inusitados, No me sentf vivit en el hotel sino cuando ella penetré, con sus pasos me- didos, en el ascensor. Subtamos Jencamente y tan itreales como ese humo que enferma la gar- ganta de las chimeneas. « La vida casi mecinica de las ciudades modernas me iba transformando. Mi voluntad ductilizada giraba en cualquier sentido. Me acostumbraba a no tener las facultades de caminar conscientemente. Encerrado en un coche, paseaba sonambiilico, por las calles. Yo eta un reflector de revés que prolongaba las visiones exteriores lumi- nosamente hacia Iss concavidades desconocidas de mi sensibilidad. Las ideas se explayaban convergentes hacia todas las cosas. Me volvia mecénico. Me conducian las observaciones puestas en cada uno de los objetos que usaba. Cuando el ascensot concluyé de desalojamnos y me encontré frente a ella y la observé detenidamente, me estupefacré de que ella también se habia ‘mecanizado. La vida eléctrca del hotel, nos ransformaba. Eraen tealidad, ella, pero era una mujer automética. Sus pasos arméni- 0s, cronométricos de figuras de fox-trot, se alejaban de mi, sin Ja sensacién de distancia; su risa se vertéa como si en su interior se desentollara una euerda Aactil de plata, sus miradas se proyectaban con una fijeca incandescente. Sus movimientos eran a lineas rectas, sus palabras las tesucitaba una deli- cada aguja de fondgrafo. . . Sus senos, cemblorosos de “amperes”. . Ya en el divin de su cuanto comenzamos 2 recordar las mismas cosas de siempre, . Nos escuchabamos ambos desde lejos. Nuestros receptores interpretaban silenciosamente, pot contacto hertziano, lo que no pudo precisat el repi- queteo del labio, ‘Me senti asido a sus manos, pegado a sus nervios, con una aferracién de polos contratios. Las insinvaciones de sus ojos eran insostenibles; yo los asordinaba con una pantalla opalescente. Cuando ella desaté su instalaci6n sensitiva y sacudi6 la mfa impasible, ‘nos quedamos como una estancia 2 obscuras, después de haberse quemado Jos conmutadotes de espasmos eléctticos. . Ella habia llegado a ser un APARTMENT cualquiera, como esos de los hoteles, con servicio “cold and hot’* y calefacci6n sentimental para las noches de invierno. . 95 vi Mi sombra se alargaba en los jardines con una pesadumbre de persiana apagada. Desencantado de una tristeza retrospectiva, su remembranza cos- mopolita de suntuosidades de ‘‘hall"” con mtisica de piano automético, sus miradas, sus sonrisas de antesala, me hactan daflo. .. ‘Aunque ella habia adivinado 1a obscuridad de mis primeros pasos en ta ciudad, aunque ella me sac6 con su mirar “eclarante’” de ojo de automévil —de [a callejuela apagada de batrio bajo en que teansitaba. . . Ella no podia ser ella... Me habe taruado. Habfa quemado hondamente su silucta en e] fondo de mi coraz6a, extenuado de tantas emociones. Indudablemente yo era un “‘papalore"” de la vida, Cuando me encontra- ba més allé de sus manos, casi iam6vil, o vibrando con Ja misma inguietud de su ocio infantil, me atraia o me alejaba incvitablemente. ‘Ya era mis que un vagabundo de las calles y de la vida, cra un vagabun- do del pensamicnto, no podia “estandarizar’” las células de mi cerebro exaltado. jEra posible que el destino, hojedndome diariamente, no encontrase lo que encontraba en todos los demis!. . . Ella me vio tendido, en un banco de un parque, con las manos metidas 50 Jos bolsillos de mi interioridad, de mis recuerdos. ‘Ahora era otra. Habia seguido las tendencias de las mujeres actuales. Era feminista. En una peluquerfa elegante; reuntase todos los dias con sus “‘compaicras". Su voz tenia el rufdo telefonico del ferninismo, . Era sindicalista. Sus movimiencos, sus ideas, sus caticias estaban sindica- lizadas. ‘Cuando yo le hablé de mis idealidades peregtinas, se 1i6 sin coqueteria. Azuzaba la necesidad de que las mujeres se cevelaran, se rebelaran. Queria convencerme de que nuestra vida es vulgar, como Ia de cual- quiera, de que no éramos més que unos visionatios, de que era indispen- sable hacer una revolucién spiritual. Sanear las mentalidades de canto romanticismo motb0so. . - ‘Yo escuchaba sus palabras con la ecléctica indiferencia que tenia para la chatla de las peluquerias. Los espejas no retrataban sus mohines frivolos. . . Feministas. Mienttas ella recortaba tlgo a mi vida ilusoria y me prodigaba sus caricias de “Fleurs d'Amour”, yo suftia la tiranta de sus brazos que me atenacea- ban con la simplicidad de las toallas amortajadoras de clientes. Sus modales, sus palabras me sugerian ese textible agasajo de los “‘office- boys"? de las peluquerias, que me hacian abandonar los establecimientos, medroso de que intentaran arteglar mi modo de ser. . . De acepillarme las ideas, de quitarme algo. . . De ponerme algo. . 96 Sin embargo, cuando salf, yo sentia naufragat en el sindicalistas sus miradas de ‘Un Jour Viendra’’. . agua de los espejos vit Cada ver que su recuerdo desovillaba mis letagos, tenta que engafterme ara no buscar Ia claridad de su sombra. Sus absurdidades, tan naturales, desmantelaron Ja téfaga de ilusién que navegaba n sus pupilas, No podia desarraigarme de su influencia, Sin embargo, de cuando en cuando, lograba olvidaria momenténeamente, mientras hetian mis sauda. des las voces de las dems mujeres. A pesat de que su transfiguracién habia sido sistematica, yo estaba segu- rode que, en el fondo, ella seguia pensando con los pensamientos mion Interiormente, la Uevaba ituminada con el mismo fervor con que clia me habia sacad lo de mi existencia obscura. Divagando por las calles desteftidas de lluvia, con la tenacidad de eterni zat su inencontrable figura, me refugiaba, intermitentemente. bajo las pestafias de las marquesinas. Estabe agobiado de mf, de sensaciones sentimentales. Por mas que in- tentaba pensar en la vida dinémica, una casa astrosa, un fatol insomne, un Papelero bajo Ia lava, un mendigo incrustado en un tineéan, desalojaban temordimieatos incomprendidos, nostalgias compasivas que me deretio raban. En la puerta de un cine, el timbre saqneaba a los transcuntes. Me deruve un instante Sus pasos: butacas, ara explicarme su realidad. ‘apenas si rozaban el silencio aglomerado numéricamente en las Su silueta se habie destemido. El ambiente descoloride en que vivia le daba cse aspecto. Toda ella se habla quedado en mi memotia, con una opalesceate clari- dad de ccluloide. . Transitabs jardines agitados por un viento de ventilador, con florescen- cias inanimadas humedecidas por una Hluvia de surtidor, Sus miradas estaban hechas de “‘dissolvesout”” mismo tono Todas las mética. . . + SU Vor tenfa siempre el ‘modulado con ritmos de silencio aeticulado. oches, como en un suétio, yo desenroliabs mi ihisién cine- Vir Mis evocaciones estaban agujereadas de sus miradas de puntos suspen- sivas... Sentado al borde de! creptisculo, las repasaba sin pensar 7 i Habia peregtinado mucho para encontrar fa mujer que una tarde me | desperé de un suefio. ¥ hasta ahora se me revelaba. Presentia sus miradas etc. . . sus sontisas etc, . . sus caticias etc, . . Estaba formada de todas ellas. . . Era la Sefosita Etc. Compleja de simplicidad, clara de imprecisa, inviolable de tanta violabilidad. . . 9R Las primeras impresiones de La Sehorte Bt, fueron escricas 127 de abril de 1922

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