You are on page 1of 4
ONELIO JORGE CARDOSO / CUE! INDUDABLEMENTE, M]_COTE- rrdneo Pablo esti unido a mis recuerdos desde alli por los tiempos de la nifiez. Pefo dicho sea eon toda honradlez mi coterrneo esti sepultado hujo todo eso que podemos Hamar memoria a primera mano. Porque el caso es que toy adulto desde hace rato y apenas si me acordaba conscientemente de Pablo, La razin, desde Tuego, es que cuando sali de mi pueblo, Pablo se quedé en él. ‘Asi que una maiiana hace apenas wnos dias me sor- prende gratamente su vor. por el hilo del teléfono: —;Tii no sabes el deseo que tengo de charlar contigo, quiero que sepas que soy un legitimo admirador tuyo! —Gracias, Pablo. —Guardo todos tus cuentos y ademas te he escrito unos —jAh! Eres poeta. —No tanto, simplemente machaco versos. —May bien eso. —Pero no hablemos de mi, prefiero que se trate de tu persona, Conozeo tu obra y ademas tengo una buena ‘earga de recuerdos de ti y los tuyos. —iVayal, me sorprende gratamente, Pablo. —Yo tenia idea, ya lo dije, hasta de unas vagas memorias. Al- ‘gunas tardes de patin en el parque de mi pueblo y aquella mirada de Pablo, pero nada més. En cambio él me ofreeia ahora recuerdos concretos y como quiera que yo siempre me ando descubriendo aprovecho para concertar un buen encuentro de ti por ti, Asi que el sibado me voy a easa de Pablo en su terri- torio de la avotea, a un salto de doce pisos sobre Ia calle ruidosa, Pablo se demoré en salir y yo me weomodé en un sillén. Un par de nubes navegaban Ia tarde limpia ¥ volaba Jejos una mancha de palomas. Aproveché pues para plan- tearme la pregunta que tengo en la eabeza desde que hablé con Pablo por teléfono, ;Aquella mirada dura euando el parque, los patines y yo, seria realmente de Pablo o de cualquiera otro de los muchachos? No sé, franeamente no sabria.... Pero al fin aparece Pablo. ;Ah!, si, detrds de ese rostro hay como un muchacho. Esté en el fondo de un poro flotando en el agua del tiempo. Ahora que deja de sonreir lo identifico bien. Cierto son los suyos, son aquellos ojos miismos. —iPero si te has quedado calvo! —me dice. Confieso que eso no es leno para empezar conmigo. De todas ma- neras sonrid y estiré la mano—. Ti no sabes lo que yo te admiro. —iY habré alguna razén verdadera? iPero si eres el autor de «La naranjan, de «Las nubes» y el padre de «Los veinte dias»! —Bueno, como ti digas. iNi hablar! ) Y Pablo se me sienta delante a contemplarine con esa misma euriosidad que lo hacemos todos frente a cualquier jaula del zoolégieo. Yo a mi vez lo observo bien ahora. Tiene una sonrisa génerdsa y sin embargo, hay un brillo metilico en sus ojos que son como un par de rueditas gas- tadas en‘el tiempo. ‘¢ acuerdas cuando eras el hijo del Alealde? —me dice. —Pues si. 2i7 ‘ONELIO JORGE canDoso / CUE: —EI nieto de don Serafin, Verdaderamente no hubo otro muchacho en el pucblo con ese par de privilegios. jNo, tii no sabes lo que yo te admiro! —Gracias, Pablo. —Y como sé cosas de entonces, porque recordards que te Hevo por lo menos cinco aiios. —Pues asi sera. —En verdad no hay cosa tuya que yo no busque hasta en Ia altima revista. —Bueno, me considero un facilista. _Segrin se mire, pero no debes perderte en esas con- sideraciones porque no vale que te enjuicies wi mismo —dice Pablo; y mirando un instante la ceniza de su ciga- 110, afiade—: Mas bien hay que enjuiciarte. Luego Jevanta la cabeza amable y continia: —;Te acuerdas del hotel? Pues esta en pie todavia. —Tal como tii lo viste hace mis de cuarenta afios, —Alli naci. Mi madre decia que cuando eso, vino Ia luz a mi pueblo. . —No la luz, la moneda, pero de todas maneras, ;,qué visidn, eh? —No..., yo lo decia porque ese mismo aio fabricaron la Planta Eléetriea y para hacerse con el afio del naci- miento ella evocaba el detalle. —jAbl, tu pobre madre enferma. —Si, alucinaciones. Y Pablo se echa atrés y me contempla largamente otra ves mientras yo hago que miro el vuelo de las palomas para que él advierta, nitidamente, la curva del frontal que yo poseo. \ 219 Yo digo que tii eres el nieto de don Serafin, no el hijo de Salirio. —jCémo! —Verds, tengo mi tesis. Tu abuelo era un hombre alto, duefio del hotel y con esa misma calva tuya. —Si, hay algo. —Tu abuelo inieié en nuestro pucblo el primer sistema de transporte local. —Primeras notici —Pues asi fue. Alquilaba coches con eaballos, Enton- ces habia eaballerizas al fondo del hotel y tu abuelo daba érdenes. Se pagaba a peso por cabeza el paseo que empe- zaba en el rio y terminaba en el cementerio, tal como la vida. Tu abuelo daba érdenes y ustedes vivian en los altos del hotel. —Iusto, a la derecha del corredor. —;Don Serafin! ;Ah!, él compraba las cosas y una vez te comprd unos patines! Por fin ahora s{ confirmo mis recuerdos y veo los oj dle Pablo detenidos como dos pequefias rueditas de_patin que han dejado de girar. —En el pueblo habia pocos muchachos con patines. Puede que los tuyos hayan sido los pprimeros. — Vaya, sin duda mi ebuelo tenia pasién por el trans- porte! —Acepta mejor que tenia pasién por los nietos. —jAb, sin duda alguna! —Es lo que corresponde a un abuelo. Lo malo es =) tu abuelo no podia ser mas que abuelo tuyo solamente, porque no podia serlo de nosotros que viviamos en el barrio. 2 de Los Chivos. a ONELIO JORGE CARDOSO / CUENTK Pablo deja de mirarme ahora; sonrie con tristeza y luego sacude Ia cabeza: “—jRealmente tti no sabes lo que yo te admiro! {Ese cuento «La naranja>! A veces pienso qué lejos ha legado, no el hijo de Salirio, sino-el nieto de don Serafin. Es la segunda 0 tercera vez que me Io dice y yo no sé por qué, remotamente, me siento un poco molesto. ¢Por qué pretende pasar por alto a mi padre? De mi padre tengo Jos mejores recuerdos de mi vida. Su conducta ha sido por Jo menos bondadosa desde el piso de tierra donde nacié hhasta Ia terraza donde suele ahora calentar sus ochenta y ocho aiios extraviados bajo el sol de Ia tarde. —jEl nieto de don Serafin més que el hijo de Salirio! —{, Quieres explicarme eso, Pablo? —le digo; pero sti~ bitamente él salta a otra cosa y me mira con los ojos como, rotando por las aceras. —Antes déjame decirte una cosa, fallaste en tu euento Las nubes» en un detalle minimo, pero fallaste. —Cémo! —e dije casi incorporindome, Y él se man- tiene: . —Fallaste. El personaje del machete debié usar un hacha, - —Es un hacha lo que usa. —Un. machete. —Te equivocas, Pablo, tengo buena memoria de lo-que escribo. —Esto lo digo con tal firmeza que él duda de sus pensamientos, pero me parece poco y afiado: —Me apuesto la vida. Esta bien, debo haberme equivocado.. —Cede, y sin mirarme afiade: —Sin embargo, eso no destruiria nunca el euento. Luego levanta la cabeza y veo en sus ojos que viene corriendo con mi abuelo entero a ponérmelo delant —Eres el nieto de don Serafin mis que el Salirio. —Explicalo. —Don Serafin lo tenia todo, aunque luego se arruind. ‘Tu padre fue levantando cabeza por su cuenta y Megi-a tener y hasta Alealde Jo hicieron, porque tenia. —Aceptado. —Pero ya tii habias sido siempre nieto de don Serafin: {Siempre hasta cuindo? —Hasta siempre. —Explicalo te digo. Porque emocionalmente partes del mundo de jugue- tes que te amontonaba tu abuelo y no has salido nunea de ese mundo de juguetes. fHabia un par de patines en ese montén, Pablo, ti Jo has dicho —le contesto ahora con cierta fiereza’ que no puedo evitar, y él se transforma: —Si, los habia. Y yo los miraba rodar y cuando me iba para mi barrio los seguia mirando y lo malo no era que rodaban solos, sino que estaban sujetos a tus pies y por encima de tus pies seguias ti hasta Ia chalina y la blanea eamisa marinera que ustedes solos usaron en el pueblo. Nos callamos. Sabemos que hay entre los dos una sepa- racién brutal y que nos estamos mirando como de orilla a orilla de un rio. Hasta que al fin, ya sin fierezas, yo le pregunto: —iY¥ no hubo mis que eso, Pablo? —Hubo més. ]Los patines se fueron gastando y una tarde yo quise Ievarme uno, uno solo que ya no te servia, {jo de 221 ‘onEti0 JORGE cARDOSO / CORN La otra muerte del gato ro tu abuelo me salié al ). Hay palabre ie son muy {ures para losis © hay abuelos que ailoson abuelos (1964) para sus nietos. «Deje eso», me dijo, «déjelo, que no es suyo». Lo peor era tratarme de usted cuando apenas yo Je Megaba un poco més arriba de la rodilla. Pablo calla ahora obstinadamente y yo pienso en lo pe- quefias y levadas que han sido estas vidas nuestras, este tiempo gastado desde el umbral de nuestro pueblo. —Ahora —vuelve inesperadamente Pablo— hice ver- 805 como patines y tii cuentos como los eoches de tu abuelo. Eso pasa también. Y entendi, entendi desde entonces por qué soy nicto de mi abuelo sin ser hijo de mi padre y por qué Pablo mira con ese brillo metilico de sus ojos, que son como dos pe- quefias rueditas de unos viejos patines girando, irrefrena- bles, en el tiempo y la distancis Enero de 1962.

You might also like