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Bajo el jacaranda Margara Averbach oe See eS aac ee Ministerio de Educacion CTF Presicencia de la Nacion Proyecto y edicion: edebé Gerente editorial: Maria del Carmen Caeiro Jefe de arte: Ariel Villalba Disefio: Huella Ciclope Comunicacién Visual © Margara Averbach, del texto, 2005. Baj Oo el J acaranda © Carlos Vighi, de las ilustraciones, 2005. Margara Averbach Averbach, Margara Bajo el jacaranda : Colecciones de aula : edicién especial para el Ministerio de Educacién de la Nacién. - 1a ed. - 1 : Has Ciudad Auténoma de Buenos Aires : Edebé, 2014. Tlustraciones: Carlos Vighi 32 p. ; 20x13 cm. - (Flecos de sol} ISBN 978-987-689-085-4 1. Narrativa Infantil y Juvenil Argentina. |. Titulo CDD A863.928 2 JULIO 4 CORTAZAR Fecha de catalogacion: 30/09/2014 Primera edicion: 85.800 ejemplares: © edebé, 2005. No esta permitida la reproduccién Don Bosco 4069 total o parcial de este libro, ni su tra- 1206 CABA, Argentina tamiento informatico, ni la transmi- sién de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrénico, mecanico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del copyright. www.edebe.com.ar ISBN 978-987-689-085-4 Queda hecho el depésito que marca la Ley 11.723. Improso on Borsellino Impresos SRL, Impreso en Argentina O, Lagos 3, Rosario, Santa Fe. on Printed in Argentina. En el mes de octubre de 2014. edebé A Fosforito, el caballo de mi abuelo en el Norte de Santa Fe. e llamaba Pedro. Era alto, muy flaco, de ufas siempre quebradas y sucias, ojos hundidos en un universo de arru- gas. Todos los sabados y todos los mar- tes llevaba el carro hasta la feria, lo aco- modaba junto al puesto de plantas de Dota Rosita y vendia tomates, lechuga, rabanitos, manzanas y zanahorias. El carro era largo, destartalado y, por alguna razon, hermoso. Habfa sido azul y todavia le quedaban jirones de color en los ejes de las ruedas y en el pescante. Era un carro fuerte y Pedro 5 eae renown >See adn WIAD ATA: SATNDS: le tenia confianza. Tan viejo como él, funcionaba como él, funcionaba con una tranguilidad profunda que no cambiaba nunca. El problema era Fosforito, el caballo. Pedro lo habia comprado hacia diecio- cho afos, sin domar, en un remate de Chacabuco. En ese entonces, era un potro alto, colorado, con una estrella blanca en la frente y por eso, por ese cuerpo rojo, por esa luz, Pedro lo habia Namado Fosforito. Se lo habia domado Javier, un chico morocho y fuerte que sabia acercarse a los animales con paciencia. Habia sido un buen compafero para Pedro. Llevaba el carro, azul primero, después no tanto, sin bambolear los tomates ni arruinar el brillo de las manzanas. Tenfa un trote rapido, seguro, y cuando Pedro lo montaba para ir al almacén, el mundo se hacfa ancho desde su lomo apacible. 6 Cee eee eee eee eee e enna nee ene eee een ennemnnmnsee >is tuN WAH Todo eso, antes; ahora, desde hacia ya un ano, Fosforito parecia cansado, Se negaba a trotar en el camino a la feria y apenas Ilegaban, se acomodaba a la som- bra del jacaranda y bajaba la cabeza como para comer, pero no comia. Se quedaba quieto y cerraba los ojos como si el viaje de dos horas hasta la plaza lo hubiera dejado completamente agotado. Pedro estaba preocupado. Lo que conseguia en la feria le alcanzaba apenas para mantener la quinta y dar de comer a Esteban, su hijo, que habia vuelto a vivir con él después de la Guerra de las Malvinas y lo ayudaba como podia con su unica mano. Necesitaban un caballo que pudicra con el carro y no iban a poder comprar uno sin vender el que tenfan. ¢Pero quién compraria a Fosforito? Tenfa el pelo opaco, las rodi- llas torcidas, los cascos partidos, los dientes amarillos de un caballo cansado. ght SOHN ERATE STERR ea HY EASA HASTEN NRRL 39 Y Pedro sabia que pensaba “cansado para no pensar “viejo”. La unica salida era la puerta de metal y los hombres de uniforme gris del matadero a la salida del pueblo. Cualquier otra cosa era un suefo, una ilusidn tonta. Fosforito terminaria ahi; Pedro estaba seguro. Mientras Ilegaba ese momento, todos los sabados y todos los martes, se levan- taba a las cinco, buscaba a Fosforito en el corral, acomodaba los cajones en el carro con ayuda de Esteban, subia al pescante y se ponia a pensar mientras el viaje giraba con el afo a su alrededor: las hojas rojas de los robles en el otono, las flores violeta de los paraisos en pri- mavera; las ramas desnudas de los pla- tanos en las afueras de la ciudad a prin- cipios de junio; las espigas del verano en las brillantes madrugadas de enero. iD Material de distribucién gratuita Wy _, NAW eo HAMANN Nae ANANDA NNN ANAS NA AAAS NT Decidirse le llevé un ato. Un afo de conversaciones con Dofia Rosita entre un mate y otro porque con Esteban, no hablaba de eso: no queria entristecerlo. Cada vez que pasaba frente a la puerta de metal del matadero camino de la feria, desviaba la vista hacia el campo abierto y silbaba bajito para distraer al colorado, que notaba el cambio leve en las manos de su duefo y apuraba el paso lerdo por unos metros. Una mafiana de verano, cuando ter- mind de acomodar los cajones en el puesto, Pedro se dio vuelta hacia el jaca- randa donde dejaba a Fosforito y la vio: una nena gordita, de cabello negro y manos grandes. Eran las seis y media. La feria ya esta- ba en movimiento: los madrugadores paseaban de puesto en puesto con chan- guitos de colores y caras opacas de suefio. A esa hora, en general, no habia 10 ie chicos, pero la nena parecia despierta y decidida en sus zapatillas azules, a solas con Fosforito. Porque estaba hablando con él, eso era evidente. El caballo tenia las orejas atentas, la cabeza un poco mas alta que otros dias, la cola en el aire como defen- sa contra las moscas de diciembre. Pedro sonrid, se senté en su cajén de manzanas y espero a los clientes. De vez en cuando, echaba una mirada a la nena, entusiasmada en una conversacién qué, desde lejos, era una serie de dibujos pin- tados por las manos sobre el pizarrén del aire. Tal vez vivia en el barrio desde hacia poco, pensd Pedro: nunca la habia visto antes. Le pregunté a Dofia Rosita prime- ro, después a Anselmo, el de las papas, pero ellos tampoco la conocian. No era de las que vienen un solo dia, eso no: un mes después, en enero, seguia aparecien- do a las seis, seis y media, y charlaba 12 ey _ Siihoeo whan HAS ANNES Maas WAN ANNES WANES AAI S ANAS, egy MERLE SEER SHEATH HERAT SHEET SINS EEGUTT ERIE horas con Fosforito bajo las hojas com- puestas, delgadas, del jacaranda. Excepto por los madrugones, no era muy diferente de los otros chicos del barrio. Como los que aparecian nueve, nueve y media, tomados de la mano de madres y abuelas, tenia la ropa man- chada de jugar, las zapatillas desatadas, las rodillas de los vaqueros raspadas y las manos sucias. Pedro se le acercé de a poco. Se lla- maba Anahi y tenia los ojos oscuros y alegres. No hablaba mucho pero Pedro se fue enterando de algunas cosas: vivia en una casa a tres o cuatro cuadras, no tenia hermanos; sus padres trabajaban en un hospital y la dejaban sola todo el dia pero le daban permiso para salir (un dia le mostré a Pedro la Ilave antigua, de bronce, que levaba colgada de un cor- don verde), tenia ocho afios. Al principio, Pedro no decia mucho tampoco. Después, despacio, sin darse 13 EE \ Gas. —:CSSCC cuenta, empezd a hablarle sobre Esteban, sobre la huerta, sobre el carro (que hacta ocho afios habia pintado de azul por ultima vez y que después, habia abandonado). A veces, ella se acercabaa él y a Dofia Rosita a la hora del mate pero no queria tomar. Le gus- taba dulce, decia. De Fosforito no hablaron nunca, hasta que un dia, el colorado doblé las patas y se eché bajo el jacarand4 como se echan los caballos: en una maniobra torpe, complicada, que siempre parece imposible. Pedro estaba unos pasos més alld, admirando la camionecta nueva de Anselmo. (Qué le pasa? -preguntdé Anahi cuando Pedro se acercé casi a la carrera-. Nunca vi que hiciera eso. 14 Jog, WANNA YEAS WNW yNphoas WAH AHS WIS HSH. —Esta cansado —dijo Pedro. Se retorcia las manos sin darse cuenta. —Pero si no hace nada en toda la mafiana... —dijo Anahi, y lo miré a los Ojos mientras apoyaba una de sus manos sobre el cuello colorado de Fosforito. Pedro no le mintid. —Esta viejo, Anahi -dijo. Iba a tener que venderlo pronto, Muertos, los caballos no valen nada, ni siquiera para el matadero. ‘Tal vez hubieran seguido hablando de la vejez o el cansancio; pero, en cso, Pedro vio que una sefiora de pollera larga lo Ilamaba desde el puesto. -*A cuanto las zanahorias? -le gritd ella desde lejos con la mano sobre un changuito anaranjado. -Ya vuelvo —le dijo Pedro a la nena-, dale agua, ¢querés? Ahi esta el balde. 16 Eat ERR NEUE TY SHER Ae HN REEMHT EAE EERE SETH ENT AAT, A esa hora llegaban los clientes de media mafiana asi que Anahi tuvo que esperar hasta la hora de cierre para insis- tir con sus preguntas. —Oime, nena -le dijo Pedro mientras jadeaba bajo los cajones primero y des- pués, trataba de convencer a Fosforito de que se levantara. Le hubiera gustado encontrar palabras para decir lo que habia que decir, pero no tenia tiempo. El futuro lo apuraba con los dientes al aire, como un perro rabioso. —Mejor que te despidas. El caballo no vuelve. Anahf miré como si no lo hubiera oido y después empezd a hablarle de Fosforito. Sobre lo que le contaba el caballo cuando charlaban en la plaza. Sobre un campo Ileno de espigas altas y una yegua alazana (Anahi dijo "castafia") que habia sido su madre. Pedro no le creyé, pero eso no tenia importancia. Lo que importaba era que Le eaenesOHH Tae eA eENA TIA SAE HENNA EMH ATAU CERIN la nena hablaba con Fosforito, que le tenia carifio, No podia irse sin contarle, Suspird, se sentd sobre la vereda. Hacia tanto que no hablaba con nadie de esa forma que habia pensado que no | encontrarfa las palabras, pero ahi esta- | ban. Pedro habld con Anahi y habldé de todo: de la vejez, de la quinta, de la necesidad de dinero, hasta de la puerta de metal del matadero. Anahi lo miraba, los ojos mas oscuros de pronto, con la mano sobre el cuello de Fosforito. El caballo temblaba un poco en la brisa caliente, como si hiciera frio. -No lo venda -dijo Anahi en voz baja—. Yo se lo compro. Pedro sonrid. La sonrisa le dolié en la cara como ducle un diente enfermo. Tal vez por eso no se dio cuenta de que Dofa Rosita se les habia acercado sin decir nada. 18 i 19 Material de distribucién gratuita —4Y qué vas a hacer con él, Anahi? —pregunto el quintero, la voz suave pero filosa-. ¢Tenés un corral en tu casa...? ¢Y¥ tu mama y tu papa? «Qué van a decir? Pero Anahi estaba segura.. —Mami ya lo sabe —mintio. —-No, Anahi, no. —La voz del hombre era tensa, dura como un martillo— Las cosas no son asi. Vos no entendés. Mejor no vengas por unos dias. Y en ese punto, como una brisa ines- perada en el mediodia caliente, interrum- pié Dona Rosita. Pedro hizo lo que le habia pedido a su amiga de la feria: esperé hasta el fin de semana. Fosforito no volvio a acostarse. La puerta de metal los saludaba cada mafiana; y cada mafana, Pedro hacia esfuerzos para no mirarla. Ahan titoS-A ays HANSEN MNOS ADRS PANS HANNS & Z 5 pos yage AMMA AMINA ANIL ANANNS MSE AAW AANNN SAND El sabado, Fosforito se porté bien de ida. Parecia mas joven, alegre incluso. Hasta hizo un intento de trote frente al matadero. Dos meses antes, Pedro se hubiera puesto a silbar: el ritmo del caballo le hubiera recordado los tiempos anteriores a la guerra, cuando dl y el carro azul y Fosforito eran jovenes y Esteban, feliz. Pero ese era el ultimo sabado. No hubo silbidos. Llegaron temprano a la feria. Los pocos que ya estaban ahf acomo- daban tablones, toldos y frutas. Dona Rosita ya tenia sus cuatro estantes de plantas preparados y se cebaba un mate sentada en un cajon. Levanté la mano como en un saludo. Don Pedro vio ale- gria en el gesto pero no sonrid. Le tenia miedo a la esperanza. Bajé del carro, empezo a atar al caballo junto al jaca- randa y entonces vio a la nena. 22 : | 23 eas. —_—-s-e sean seedsreraqurencetetnqay SARUM ESTER SERA EEO, : SS , , | -Ya lo arreglamos todo, Don Pedro Eran las seis menos cuarto y ahi esta- dijo la nena. ba Anahi, mas temprano que nunca, de pie junto a un sefior alto, canoso, que miraba a Pedro con ojos desvelados. ‘Tenia las mismas manos que Anahi. Dofia Rosita desaparecio detras del puesto de plantas y volvid con la yegua 24 \ ( x & ‘ SNS WOMAN UES NNT MINAS ANE ANS ASEAN mora, flaca y alta que traia las papas de Anselmo antes de la camioneta. Pedro entendié enseguida. Bajé la vista y se dio vuelta como si le molesta- ra el sol. Se llevé una mano apretada a los ojos. Cuando pudo escuchar, le contaron: media feria se habia metido en el plan de Anaht y Rosita. Media feria y los padres de la nena, preocupados por su soledad en esa ciudad nueva, tan lejos de Misiones, del resto de la familia, de la casa junto al rio; una casa con perros, gatos y caballos. No podian tener el caballo en casa, pero le pagarfan a Pedro para que lo mantuviera en el campo, para que no lo vendiera. Fosforito ven- dria atrds del carro, liviano, en las mafia- nas, y se acomodaria bajo el jacaranda a charlar con Anahi. Anselmo le dijo a Pedro que no que- ria mucho por su yegua. Necesitaba 26 OT —————— SANS: sacarsela de encima: épara qué comprar una camioneta si tenia que seguir ali- mentando un caballo? Y ademas, habia habido colecta. Ese mediodfa, a la hora de desarmar los puestos, Pedro puso a la mora ade- lante, para que llevara el carro (que no estaba vacio del todo: cada vez era mds dificil vender) y até a Fosforito atrdés. En el pescante, a su lado, iban Anahi y su padre. Querian ver el lugar donde vivi- ria el caballo de la nena. No hablaron mucho en el viaje. La nena y el padre miraban el verano mas alla de la ciudad, el verano del campo que habian abandonado hacia pocas semanas. Pedro iba pensando en la lata de pintura azul que le habia ofrecido el ferretero para pintar el carro. De pronto, le dieron ganas de hacerlo. 28 El problema era Fosforito, el caballo. Pedro lo habia comprado hacia dieciocho aiios, sin domar, en un remate de Chacabuco. En ese entonces, era un potro alto, colorado, con una estrella blanca en la frente y por eso, por ese cuerpo rojo y esa luz, lo habia llamado Fosforito. Ta autora: Margara Averbach Vive en Lomas de Zamora, en una casa donde, ademas de las personas, hay lugar para algunas plantas y varios animales. Lo que mas le gusta es leer, escribir y mirar cémo cambian las estaciones en la ventana. Ademas de contar historias, traduce novelas, ensefia Literatura y escribe criticas literarias. Algunos de sus libros son: Los cuatro de Atera, El afio de la Vaca, Cuentos de la brijjula, Dos magias y un dinosaurio. ©) Elilustrador: Carlos Vighi Nacié en Buenos Aires en 1965. Desde 1992, desarrolla una TENG ean ome ones intensa actividad en el campo del dibujo y la ilustracién, realizando exposiciones tanto individuales como colectivas, y ll participando en numerosos salones nacionales ¢ internacionales en los que ha sido galardonado con premios y menciones. 9178987618908: 800 A rere rir

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