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JOSE ENRIQUE RODO Mate MOTIVOS DE PROTEO PROLOGO A ARIEL LA COSTUMBRE presente de considerar Ariel como meta, libre y personal proposicién de ideas —esto es, como “ensayo” — soslaya muy probablemente su inscripcién en otra categoria literaria més acufiada y precisa, Se trata de un género hoy casi perimido pero que, en relativo auge hace tres cuartos de siglo, presentaba caracteres definidos y se regulaba por normas cuya identificaci6n mucho ilumina el mensaje que ia juventud latincamericana habia de tecibir desde principios del afio 1900. Ferdinand Brunetiéze, en su imaginativa tesis de 1889 sobre la “evolu- cién de los géneros”, vio la oratoria sagrada del “Grand Siécle” convirtiéndose en la “prosa sensible” de Rousseau y ésta en la efusién lirica de Hugo, lamattine y Vigny. Pero las vias por las que transcurren Jas sustancias literarias son tal vez mas intrincadas que esta continuidad lineal y, en verdad, fa elocuencia de pilpito, el empuje critico demoledor de los “ilus- trados” y el subjetivismo poético y politico del sofiador ginebrino y de su descendencia confluyeron para generar en la segunda mitad del ochocientos una constelacién literario-ideoldgica de prolongada visibilidad. Aunque estrictamente hablando vinieran de mas larga data, fue a esa altura de los tiempos que adquirieron un auevo significado muchas oraciones rectorales de colacién de grados y otras piezas de elocuencia académica que las diversas circunstancias de! tramite universicario suelen reclamar, Este significado —que seguirfan conservando hasta nuestros dias en ciertas Ateas culturales— fue el de constiruir una especie de “discursos del trono” de un siempre pretendiente “poder cultural”, una suerte de presencia expansiva ¥ aun imperativa del sistema educative superior en la sociedad, ¥ si bien apuntaran ptimordialmente a las tendencias, los logros y los peligros que 1x en el ambiente académico fueran dables de advertir, era también habitual que esos mensajes no se inhibieran de extralimitarse a ser coherentes pare- ceres sobre el rambo societal, o sobre los deberes mds acuciantes de la “intelligentsia” nacional o, muy especialmente, sobre el estado de animo juvenil, Es de creer que algunos de los textos mds memorables de ese ejercicio hayan estado al alcance del joven despierto a todas Jas suscitaciones de Europa y de su entorno rioplatense que el Rodé de los veinte afios era; es de creer, asimismo, que pudieran haber dejado en él una muy ahincada y callada semilla de emulacién. Y si en su propio espacio americano se rastrea, es seguro que conociera la pieza muy formal con que Andrés Bello inicié en 1843 su tatea rectoral en fa universidad chilena; es algo menos seguro, pero muy posible, que el famoso “speech” que su admirado Emerson pronunciata en 1837 sobre The American Scholar y sus deberes sociales hubiera estado por entonces a su disposicién. Con todo, mucho mas cercana e indisputablemente se conscriben entre las fuentes de Ariel los discursos rectorales de Lucio Vicente Lépex en Ja universidad portefia de los afios noventa: como se ha demostrado alguna vez, son més que casuales Jos contactos doctrinales, tematicos y hasta verbales entre esos textos y la obra que al cerrar la década los sepuiria. Fue, empero, mds probablemente desde el medio universitatio francés que el eco y el magisterio de esta modalidad pudo Ilegar més fuertemente hasta nuestro Ambito intelectual juvenil, tan alerta siempre 2 toda novedad de aquél, tan décil a seguir, refleja, vicariamente todas sus alternativas. De Jo que a través del libro ha accedido hasta nosotros puede presumirse que el género a que se hace referencia representaba un tipo lirerario-ideo- légico intensa y hasta severamente normado. Jules Simon, uno de Jos maestros de la Francia republicana, sostenia que los profesores de filosofia debian © “ptedicadores laicos”, siempre dispuestos a exaltar el valor det ideal, del servicio devoto a la causa comin, Ja grandeza del potencial juvenil, y el género profuso del “discours aux jeunes gens” parece haber seguido, hasta con monotonia, este guién. Ernest Renan mismo, autoridad maxima sobre el Rodé juvenil, pronuncié en 1896 ante Ja Asociacién de Estudiantes de Paris un “sermon laique” en el que pulsaba bastante puntualmente casi todas las que serian las cuerdas del encordado ariélico? Pero Renan sélo impotta aqui como ejemplo y, en realidad, todos los “dii maiores” de la universidad Jaica y radical de aquellos afios propiciaron y practicaron esta forma de extensién universitaria, come lo prueba 1a presencia en el volumen que recogié su discurso de los entonces también resonantes nombres de Jules Ferry, Anatole France, Ernest Lavisse, Leon Bourgeois y Jules Simon. x De “predicadores laicos” hablaba, como se dijo, este ultimo y son muchas las razones que propiciaron en teda esta literatura de exhortacién una modalidad de tono que fuerza 2 incluirla en lo que entonces el igual- mente prestigioso Emile Faguet Namaria —comentando Le devoir présent (1892), de Paul Desjardins— una “literatura religiosa-laica”? Tenia, ciertamente, intensos detetminantes en todo Occidente una pos- tura comunicativa para-religiosa que —no ¢§ ocioso recordarlo— marcd en forma indeleble un planteo que, como el de Rodd, seria tempranamente abrumado por identificaciones del tipo de {as de “sermén laico”, “evangelio laico” y “breviario faico”. ¢Desde dénde y desde cuando se generd esta ostensible similitud con una predicacién eclesidstica ya secularmente codificada en su retérica y hasta en sus temas? Debe comehzarse suponiendo 2 aquélles que rales piezas emitian, plena, gravemente poseidos por la nocién de [a solemnidad de la circunstancia y por la indole del publico al que e] mensaje se dirigia. La “uncion” a la que aspicaba esta oratoria se explica asi urdiéndose con la nota de gravedad, con la del sentido de ta tcascendencia de Ja oportunidad, con la del fervor en lo aficmado, con [a de la esperanza en los frutos de la palabra. Concebido un auditorio que recibia no pasiva pero, si, avida, respetuosamente la voz de la lucidez y de la sabiduria, gustaba de alli imaginarse una corriente magica de suscitaci6n y respuesta capaz de ir elevando el tono hasta alruras y dulzuras literalmente religiosas. Importaba también mucho el emisor del llamado. Guyau, una de las autoridades maximas para e] Rodé de esos afios, habia recordado en un libro de vasta nombradia Ia frase de Victor Hugo: “Le potte a charge des Ames”, un aserto que cifra muy bien la conviccién romantica en la responsabilidad del eseritor en cuanto heredero de las autoridades espirituales tradicionales én su funcién de gaia, orientador de la sociedad y oreador de caminos inédicos, Pese a los grandes altibajos que en el curso del siglo esta concepcién habia experimentado, zonas de muy alta revaloracién de esta creencia se relevan hacia el fin del ochocientos. Legatario de Ia tarea cevolucionaria de la pro- mocién de los “filésafos”, del “poeta-Moisés” de Vigny, baqueano en la tierra prometida, del “‘actista-faro” de Baudelaire, el escritor siente a menudo recaer sobre é1 la funcién de dar significado nuevo a una existencia individual y 4 un vivir social cuyos rumores parecian perderse entre la anarquia ideo- ldégica, el pesimismo y la delicuescencia decadentisra. Si de cal manera se concebia la misién del clere, es explicable que cierta altivee magistral, decente, sea inseparable de estos empefios que no pueden imaginarse cumplidos en el nivel igualitario (y entonces inconce- XI bible) del didlogo y que cortian asi a menudo el riesgo de caer en la mas literal pedanteria. Rodd, recordémoslo, se hurté con habilidad a este peligro, que agravaban entonces en su caso sus meros veintiocho afios de edad y su promisoria, pero nada mas, condicién de critico literario’ Tales piezas implicaban igualmente —y ello en forma mucho mas decisiva— la tremenda importancia de la audiencia, real o ficticia, a la que eran dirigidas. Esto Heva, inevitablemente, 2 la menciéa de ese tema tan rico y complejo que es el de la significacién que la juventud y aun una “mistica de fa juventud” venia adquiriendo desde el romanticismo bajo la accién de meteoros histéricos que aqui no pueden ni siquiera enumerarse? Be cualquier manera, como decia Prdéspero, siempre se entendia que hablar a la juventud era #2 género de oratoria sagrada y ningin sentido, en puridad, habrian tenido estos mensajes si no se creyera desmedidamente —o si no se conviniera en hacerlo— en su eficacia, si no se supusiera la infinita dispo- nibilidad, Jabilidad y riqueza germinativa de ja grey bisofia a la que habrian de llegar. El optimismo —-que en Arte! es cauteloso, “pataddjico", como alli se declararia, o “agonistico”, o “trdgico”, o “medicinal”, como con distinta intencién se le ha calificado—, el optimismo siempre, es una verdadera ley del género, ademas de una necesidad tactica para la eficacia de la comunica- cién. También lo son para ésta amabilidad y don persuasivo, dos trazos en verdad inseparables de un lenguaje proposicional que, al margen del supuesto prestigio de quien hable, no puede invocar ningun lazo institucional de obediencia y que, por !o tanto, debia imaginar modos muy suasorios, muy diestros para ganar esa masa de voluntades y querencias pasajeramente puesta al alcance pero a Ja que —era forzoso— habia de suponerse tan promisoria y generosa como turbulenta, voltaria y eventualmente infiel. QOptimismo y juvenilismo confluyen asi, casi necesariamente, hacia un tone de apelacién que ao es exagerado calificar de mesidmico cuando, mis alld de cualquier manipulacién, mancienen aquéllos un calor cierto de auten- ticidad. La expectativa de indefinidos, risnefios avatares humanos dibuja siempre una lontananza a la que la gravedad, la afirmatividad del mensaje supone acercar al 4mbito en el que Jas flamantes energias alumbradas han concretamente de ejercerse. El progresismo, que venfa impostando el pensa- miento dei porvenic desde antes de Condorcet, se wnird para esta emergencia con el inenarrable universalismo del pensamiento liberal, al hallarse éste desatendido o resistir formalmente todo cargar sobre una entidad social definida —clase, nacién, raza, etc— cualquier dialéctica finalista y ascen- dente que en la historia pueda desplegarse. Excluidos tales sujetos de un acontecer con sentido, habria de ser entonces la “juventud”, esto es, la XII irrupcién indiscriminada, genérica, de nuevas ondas de la vida humana en el escenario, 1a que tomara sobre sus hombros la palingenesia de todo lo existente, el advenimiento, inmemorialmente anhelado, de todo lo mejor. El que vendrd, que Rodé habia anunciado en 1897, se transforma asi en “ios que vendrin”. Suponiendo, como es obvie, Jo que entonces realizarian. Clara es también en el texco uruguayo de 1900 la accién del principio central de un género tan esencialmente “parenético” y admonitivo y, por ello, tan imborrablemente “retérico”, esto en Ia més literal de las acepciones. Para seguir usando un término que en tiempos de Rodé atin no habia sido revalidado, prima la retérica (o también Ja “oratoria”, en el sentido de Croce} cuando es el impacto mismo de la comunicacién, la visualizacién y prevision de los efectos Jo que domina y cuando ella lo hace tanto sobre cualquier motivacién de raiz expresiva como sobre todo cuidado por registrar los procesos ideatorios mismos, la andadura, el ejercicio estricto del pensa- miento. Si ello ocurre asi, y aunque la complexién de efectos previstos no sea tarea simple ni a forzar frontalmenre, es indudable que tal clase de admoniciones deba mostrar una acentuada afirmatividad, puesto que ademas son concebidas para motivar, rectificar o dinamizar conductas. En un mundo culrural tan distante al de Jas indisputadas convicciones que reinaban en el de un Bossuet o un Masillon, este trazo —vale la pena marcarlo— no podia dejar de suscitar contradicciones con un clima intelectual reinante como aquel en que Rodé se movia, no podia dejar de chirriar con muchos temples intelectuales —como a! que a Rodé caracterizaba— tan marcados por un relativismo, un coleccivismo y hasta una querencia de “amplirud” que era dable de Hegar —como en Ja “tolerancia" de Rodd se ha sefialado— hasta un virtual desfibramiento vaforativo. Ariel también, podria argiiirse, quiso ser una especie de derivado inti- mista de esa clase de alocuciones, pues resviea ecansparente que aunque Rodé se haya valido de la clase final del maestro Préspero, aspiré en puridad a mucho mds que a ese pasajero contacto, pretendid la frecuentacién habitual y solitacia de un lector de devocién siempre acrecentada. Revalidaba asi ia linea, ya muy borrosa, def “enquiridién” y el “libro de cabecera”, concebide para que periddicamente alguien vuelva a él en busca de orientacién para sus perplejidades o de fortaleza para sus desmayos. Pero al acceder por esta via a un molde literario derivado, todas las anteriores exigencias: autoridad, efusién, logro de efectos, acrecentaban su peso. Deriva seguramente también de aqui la indole mixta 9 anfibia lierario- ideolégica y literario-filoséfica del discurso montevideano y aun de buena parte de la obra de Rodd. Aqui hay que dejar de Jado Ja cuestién siempre replanteada de si cra un “filésofo” y un “pensador original” o un “repen- XIII sador” y reformulador de cuestiones ya pensadas, mds afecto que a otra cosa a preocuparse por la incidencia que éstas hnbieran de tener en el comporta- miento concreto de las gentes y, sobre todo, en la sociedad tatinoamericana. Pero aun sostayando el punto,’ no deja de ser sefialable la ambigiiedad de Rodé tanto en la “gran literatura iberoamericana” como al nivel més inflauyente y severo del pensamiento Latinoamericano. Una de las razones de esta ambigiiedad reside, probablemente, en Ja plena vigencia que para él tenia la “prosa-artista”, una modalidad expresiva que hoy ha desaparecido lo sufi- ciente de Ja critica y del ensayo como para que no podamos verla desde una cémoda perspectiva histérica, El esteticismo modernista habia puesto su sello en esta clase de escritura, que conocié con 4] logros de tanta calidad como los de algunos textos de Valle Inclan y Manuel Diaz Redrignez, Pero también Hevaba las marcas més lejanas del “poema en prosa” bajo-romantico, im- presionista y simbolista y aun de otros origenes. En el caso de obras como Ariel la “prosa-artista” pretendié sostener una especie de mayéutica intelec- tual que alentaba una fe suprema en {a fuerza de alumbramiento de la imagen que nos enamora, en el poder de convivencia de toda “hermosa cobertura", Para la indole de las cuestiones que el discurso de Rodd plan- teaba, es dificil concebir qué resultarfa de la actual primacia de una prosa prosaica y de la preferencia por un registro lo més auténtico y denotative posible de un curso de pensamiento desdefioso a recurrir, una vez cumplido, a aditamento alguno. Faltaria, claro esté, el aparato de persuacién que en la “forma bella” se confiaba y que parecia tan inseparable del impacto que se pretendia lograr. Pese a Ja creencia en Ja necesidad de tal despliegue de encantos, supo- nian habitualmente estos textos la existencia de una sdlida celacién de pres- tigio e influencia (aun de “magisterio”) entre quienes a aquel despliegue tecutrian y aquellos a los que amonestaban, advertian o estimulaban. Habia, en suma, un sistema cultural relativamente homogéneo; existia, pese a todas las fisuras generacionales, una sustancial continuidad, una secuencia que, por amenazada que pareciera, se suponia restautable mediante acciones de sinceramiento y clarificacién entre la generacién teinante y la genecacién emergente? La operacién de un campo de teferencia, la presencia de un contornc comun en el area de lo debatible tiene consecuencias significativas. Como fo muestra, por ejemplo, la indagacién de las fuentes, Jas ideas claves de Ariel flotaban dentro de ese contorno y fueron en su mayoria tomadas por Rodé en ef estado de elaboracién que, como tales ideas, se encontraban. Fue ua hoy olvidado critico chileno quien en 1900 lo indicé certeramente cuando decia que el autor "0 sutiliza, no inventa y toma las enestiones en el estado en que jas halla” Esto no significa, naturalmenze, que esas cuestiones estén XIV expuestas 2 un manejo torpe o primario; significa, si, que se perciba que lo més exigente y primordial fue el esfuerzo de ordenacion, taracea y solda- dura, la labor anfiénica de composicién aspirando a lograr la visibilidad armoniosa de una “theoria” y la fluidez sin costuras de un arguniento. Esta comunidad culrural de valores y vigencias se petcibe incluso, puede agregarse, en el muy peculiar ejercicio de colacién que en el texto se cumple con todo el material de cias, autoridades, referencias y alusiones. Ya se mencionen al pasar como datos conocidos, ya sean antecedidos por un subrayado de su importancia como ocurre —caso de Renan o de Guyau— con los mds conspicuos y atendidos, todo ese lote de auténtico. prestigios que integran los recién nombrados juntos con Amiel, Bagehor, Tocqueville, Emerson o Bourget, supone cierta familiaridad minima del lector con su significado. Descueata, incluso, el asentimiento a su valor y a la positividad de su doctrina, i Levemente pleondstica podra tal vez resultar cualquier advertencia sabre los supuestos ideolégicos del tipo de literatura que aqui se repasa y en la que expedia sus puntos de vista un fuerte sector de la “intelligentsia” bur- guesa y liberal. Lo hacia en una etapa muy caracteristica y compleja, en un trance histérico que politicamente puede fijarse entre Ja efectividad de Jos regimenes constitucionales elitistas de la primera mitad del siglo, con sus practicas de participacién Jimitada y condicionada por sdélidas jerarquias sociales y culrurales, y ef advenimiento de las democracias de masa o de sus variantes bonapartistas, crecientemente basadas en grandes organizaciones burocratico-estatales o burocrarico-partidarias, Era el momento cenital de una especifica interaccién entre Jas tendencias del capitalismo a Ja concentracin monopélica y la competencia imperialista por los enclaves coloniales; era en cambio el momento incipiente, pero que ya parecia amenazador, de la revolucién de las expectativas y as demandas de bienestar y de una difusa, reptante masificacién y materializacién de los comportamientos sociales. La sociedad industrial estaba en plena marcha hacia su posterior madurez, las clases medias insurgian hacia la direccién 0, por lo menos, hacia la plena audiencia, el proletariado obrero se organizaba poderosamente y el poder del dinero procedia a unificar y reificar todas fas valoraciones sociales, mor- diendo cada vez mas en aquellas zonas de amortiguacién de que hablo Schumpeter, lo que quiere decir también que confinando a una melancdlica postura de protesta y retaguardia a todas las autoridades legitimas de la xv sociedad tradicional. Las metas de la sociedad occidental, los simbolos de la Modernidad que son ciencia, progreso, raz6n, justicia, libercad se les escapan a esos micleos, por asi decirlo, de las manos y en un tipo de sociedad pro- gresivamente uniformada, vulgarizada y ferozmente competitiva un ndmero creciente de sus devotos no reconocen ya el rostro de los antignos dioses. Recordando este trance dirfa hace ya wn cuarto de siglo André Malraux que aquellas voces que anunciaban un nouvel espoir du monde, aquéllas en las que Victor Hugo, Whitman, Renan y Berthelot avaient ebared progrés, science, raison, démocratie: celui de la conquéte du monde, avaient perdu vite son accent victorieux, Non que la science fut réellement attaguée: son aptitude 4 resoudre les problémes métaphysiques le f4t, par contre, de facon morteHle. LiEurape avait on surgir ces grands espoirs sans contrepartie; nous savons maintenant que nos paix sont aussi vulnérables que les précé- dentes, que la démocratie porte en elle le capialisme et les polices totali- taires... La civilisation occidentale commencait a se mettre en question. De ta guerre, démon majeur, aux complexes, démons minturs, la part démo- niaque rentrait en seéne Mientras muchos de los desorientados abjurarian derechamente de los viejos idolos —es entonces cuando se produce en fa inteligencia francesa el proceso que Richard Griffiths ha seguido como The Reactionary Revolution— una muldtud de otros devetos —sobre todo en sociedades en las que las ciudadelas de tesistencia tradicional eran mas endebles— buscarfan més moderada, mas trabajosamente, zodas las armonizaciones factibles. Precisa etapa en la historia de las motivaciones sociales es la que de este contexto podia resulcar y tener aguda incidencia en el tipo lirerario que estamos recapitulando, Puede definirse como un interludio en el que las necesidades de “significado” dei mundo y de Ja existencia, los requerimientos de “propédsito” y “sentido” de la propia accién individual ya no eran —en un drea cultural que se habia secularizado drdsticamente— atendidas por Singuna religién histérica, esto por lo menos para las multitudes jeveniles inmersas en las corrientes de una cultuta orgullosamente moderna.” Al mismo tiempo, fas ideologias omnicomprensivas, formalmente tales, estaban todavia lejos de alcanzar las capacidades de movilizacién y socializacién que mas tarde exhibirian y Jos Partidos-Iglesia, fos Estados-Iglesia y las “religio- nes politicas” eran atin meras virtualidades en las entrafias revuettas de Occidente, Tampoco —y era una tercera altetnativa posible— los hombres mostraban atin la aptitud paca subsistir e incluso crear —prodigiosa, empe- cinadamente— en el] vacio axial y social al que habrian més tarde de ha- bicuarse. Es cierto que Ja poderosa masoneria de Jas naciones céntricas trataba de colmar este vacio por miltiples medios, uno de los cuales fue justamente esta literatura de admonicién y gufa a la que se esté haciendo referencia. XVI Se trara de una filiacién inferible por muchas sefias, una de las cuales puede ser la presencia en los conjuros oratorios ya mencionados de aqucl lote de grandes universitarios, todos ligados muy probablemente a las jerar- quias de la secta. De cualquier manera, con tal sello o no, es mas genérica- mente el poder cultural, por boca de sus gescores mds famosos, el que se sentia abocade a formular las nuevas reglas de conducta y estimacién que fueran capaces de precaver de equella angustia y aquella decadente laxitud sobre las que Ariel advertia, aun de aquella “anomia” cuya emergencia ya habia advertido Augusto Comte y acufiaria tecminolégtcamente por esos afios Emile Durkheim. iu Las piezas europeas con cuyas caracteristicas el discipular texto uru- guayo resulta esclarecido eran ostensiblemente “literatura de circunstancia”, en él sentido goerheano, literatura estrictamente cefida a los problemas y las urgencias concretas de un medio sociocultural céntrico y tal como sus élires intelectuales y docentes las veian, Sobre tan definida implanracién gprupal, social, cultural y nacional operaba, obviamente, el consabido proceso de generalizacién y justificacién que esta implicito en todo pensamienro ideo- Idégico, si bien, de cualquicr manera, la posicidn privilegiada de [as cukuras y Jas economias europeas en cl mundo del novecicntos no hacia a tales posturas mis “ideolégicas’ de lo que buena parte de todo pensamiento corrientemente 8, no supontan una universalidad mas mendaz de lo que ésta sucle presentarse. Al realizarse, en cambio, Ja transferencia de posrulados de ese ambito de generacién a otros medios culturales meramente receptores, la refraccién de tales posiciones llevaba implicita la pretensién a una cierta especie de “universalidad delegada” con toda Ia enota de autoengafio o de autocrrer que esto significaba, trampa involuntaria y siempre exirosa res- pecto a a cual puede decirse que algunos puntos de la doctrina de Arie? no son mas que uno de los miltiples ejemplos que pueden espigarse desde los origenes de [a cultura latinoamericana hasta nuestros dias.” En tres cuartos de siglo —con toda— las caracteristicas de esa cultura latincamericana han girado lo suficiente como para que no nos sea dable advertir Ja alta especificidad de] tipo ideatorio que Ja obra representa y asume tan plenamencre. Las pautas culturales —digimoslo en forma abre- viada— parecian plenamente universales, ello por mas que fuera habitual admitir que su ejercicio en un tiempo y en un espacio dades pudiera marcar indices diferentes de ajuste, congenialidad o felicidad. Normas y modelos XVIT no se generaban, de cualquier manera, desde ja interaccién de metas valores (éstos si, imposiblemente “Jocales’’) y la propia realidad humana y social en que se harian efectivos y Ja incidencia de esa realidad quedaba asi limitada al mayor o menor margen de permisibilidad que ofreciese. Tampoco, parece ocioso decirlo, se daba reflexién perceptible en torno a otro tipo de interaccién y de determinacién tan inexcusable como es Ja que puede marcarse entre los distintos niveles y subsistemas sociales: técnico- material, politico, econédmico y cultural.!* Esta ancha pasividad receptora importaba —digamos que tacitamente, puesto que no se concebia en puridad otra alternativa— una compensacidn. Y ello estaba en que Ja situacién latinoamericana, periférica como era a las plataformas de lanzamiento y de prestigio de ideales y doctrinas, parecia permitir el acogimiento y la seleccién més diestra, cuerda y ecuanime de aquéllas, Y aun habia més, puesto que aun admitiéndose —més bien con pesar— la existencia de un punto de partida hispanico-tradicional unico, todo e] proceso latinoamericano posterior se veia como un deseable sin- cretismo de aportaciones ajenas. Importaban sobre todo las ideolégicas y las demograficas, ambas muy entrelazadas a través de la firme creencia en los “caracteres nacionales’; ambas clases se creian susceptibles de compaginarse razonablemente segin las conveniencias del medio aculturado por elias, Determinadas dosis de “idealismo” y de “realismo”, de “aristocracia” y de “jgualitarismo”, de “raz6n” y de “emocién”; determinadas proporciones de componente francés, o alemdn, o italiano, o hispanico, o inglés, o nortea- mericano (el espectro se cerraba implacablemente en ellos) resultarian en el compuesto mis adecuado, si bien variablemente dosificado segiin se le concibiera a plano demografico, econdmico, cientifico-técnico, politica o artistico. En realidad, era la sucesién de etapas o capas (que andlisis como el de Northrop registraria en Ja estructura social mexicana) la que entonces parecia quererse manipular sincrénicamente, una pretensidn que si bien la segunda guerra mundial vio recradecer, el impulso de fos nacionalismos posteriores a 1930 ha debilicado de modo muy sustancial. Tenian, cn cambio, hacia ¢l novecientos, plena vigencia estas adhcsiones emocionales, incelectuaies y hasta casi deportivas hacia las diversas sociedades y culturas céntricas, las que valian muy a menudo por un pleno, total y muy definitorio compromiso personal, El mismo recordado distinge de Radé sobre los Estados Unidos (atiéndase bien a él}, el fos admmiro pero no dos amo. supone una alterna- tiva segtin la cual esas notorias entificaciones que son las nacignes no las genes concretas, Ja vida, los logros culurales, la realidad fisica y tantas Otras cosas—-, las naciones, los paises, repetimos, sean, excepruando el propio, literalmente “amables”. No era esto todo, y atin se concebian las emergentes culturas periféricas XVUi como un discipulado muy atento de ciertos periodos cenitales del pasado, fijados para siempre, cuajados suprahistéricamente en una ejemplaridad sin macula. Grecia —y més singularmente Atenas—, el Renacimiento, el Siglo de Oro espafiol, a veces la Roma republicana o imperial en visperas de sumarse todavia a la lista la (‘‘vieja” o “nueva") Edad Media, eran esos dechados disponibles segin la orientacion de los promotores o Ia actividad social a sublimar. Innecesario es destacar la virtual “tiranfa” —como la Ham6é Eliza Butler para el caso aleman— que el modelo griego ejercié sobre un tipo de pensamicnto en el que Ariel se inscribe tan plenamente. Ante la riqueza que en este repertorio de excelencias se ofrecia, cabia, como es natural, realizar con la mayor amplitud y ambicién que cupieran, ia seleccién de Jo valioso, Y como la compaginacién no se daba hecha, se fijaba por ese camino, en una de sus varias configuraciones, esa linea reiterada de “armonismo” que habia tenido concrecionés tan congpicuas como el eras- mismo y el krausismo hispanicos, esa vocacién sintetizadora que afios mis tarde (1936) Alfonso Reyes subrayaria en “Ja constelacién americana” y que nada quiere perder de lo que parece axiolégicamente positive, ten- diendo a olvidar asi, penosamente, que en la eleccién de las metas culcurales se agazapa, como cn Ja de las econdmicas, mas de una dramitica, incance- lable opcidn. Mirense Jas postulaciones basicas de Ariel: activa, enérgica incidencia en lo real pero --también—- contemplaciém morosa; apetencias dinamizadoras del hacer humano pero —también— “desinterés” e “ideali- dad”; forzosa socialidad de la existencia pero —-también— defendida re- traccién ¢n le intimo; eficacia nccesaria de la tarea individual pero —-tam- bién— multiplicidad y versatilidad de atenciones; nozmas motales heredo- cristianas pero —también— “estética de la conducta’; igualdad democratica pero —rambién— aucoridad de las “élices del valor”; firme sosrén fisico- natural de Ja realidad pero —rcambién— un ideal que emerge de él y lo corona. Atendiendo 2 ellas, y aun si se advierte con qué fuerza de preferen- cia iban mente y corazén hacia el segundo términe de cada par, se ve hasta qué punto siguid Rodé puntualmente aquella dircecién. El movimiento pendular de reconccimientos muy ecudnimes de lo que meramente aceptaha em su indiscutible facticidad de signo de los tiempos, de exigencias de la vida —un criterio de validacién historicista, en ef sentido de Popper, del que nunca se apearia—, se acompafia por la inevitable secuencia de los “pero”, los “también” y les “no tanto”, para alcanzar tras ellos la sintcsis nominal de contrarios, Como Je pasé a Don Quijore con su escude recompuesto, dificil es saber si le importaba mucho en 1900 --después puede haber sido una fuente de dcidas ¢xperiencias—. que csa sinecsis nominal pasara de cal, verificar si en el ambito de Jo concreto pasioncs y obsesiones, intereses e impulsos habrian de limitarse reciprocamente, apearse de su XIX irreductible unilateralidad, alcanzar, con tan sumaria dialéctica, dichoso y logrado equilibrio, Hay una expresién que caraczeriza bien el procedimiento conciliatorio, al mismo tiempo ingenuo ¢ intrépido, en el que Rodé confiaba. Baste insistir, propone en el pasaje de Ariz? en el que postula la compagi- nacién entre el igualitarismo social y la autoridad de aquellas “selecciones” que tanto invocaban los ensayistas del novecientos. Baste insistir, sostiene, en el arbitrio integrador (o yuxtapositivo) esbozado. Toda esta actividad tenia hondas raices, hay que reconocerlo, en su temperamento intelectual, tan arbitral y hasta irénico, muy receptive, muy prudente, siempre timido para las exclusiones y los desdenes, facil a la imaginacién de posiciones muy distantes de la suya. Pero también mantenia contactos con una tradici6n ideolégica muy altamente apreciada por él, que tal era la del pensamiento integrador de Esteban Echeverria, del Dogma Soctalista y la “Asociacién de Mayo”. Era, por fin, signo natural de un tiempo histérico muy proclive a suponer la reciproca tolerancia de inspi- raciones histérico-culturales cargadas casi siempre de un dinamismo hostil y conclusivo. Iv La primera edicidn de Arie? salié de imprenta —-la de Dornaleche y Reyes— en febrero de 1900; es historia sabida que en el corver de algunos afios Ja obra hubo de constituirse en uno de los primeros, auténticos éxitos de una fiteratura Jatinoamericana que comenzaba a cobrar conciencia de su unidad. Pero ello, como se dijo, no ocurrid enseguida y el lapso que antecede a este momento muestra hasta qué punto Redd rubricé el significado e in- tencién de su texto con una actividad de difusién literalmente apostélica (“milicia literaria concurrente” la Ilamé con tazén Roberto Ibafiez). En realidad, hasta que Jas grandes ediroriales de alcance enroamericano, 5 decir, dotadas de una adecuada red de distribucién en todo el continente, fomaron a su cargo la tarea —en el caso de Ari? fue primeramente y desde 1908 ef sello valenciano de Sempere—, hasta ese momento Rodé debié asumir por si mismo el ensanchar el intimo radio de difusién con que podia contac una edicién uruguaya. El modo como lo levé a cabo constiimye un fascinante capitulo de vida y de estrategia literarias. Los ejem- plares enviados 2 librerfa fueron r4pidamente vendidos, pese a lo angosto del mercado local lector de enmtonces. Pero mucha mayor significacién difusiva tuvieron probablemente Ios que Rodd retiré para si y remitié por Su propia mano. El autor distribuyé generosamente lo que entonces era un xx opisculo abultado, ya gue las proporciones de libro cabal las adquirié cuando se le adosé regularmente la polémica de 1906 sobre “Liberalismo y Jacobinismo”. Se sirvié para los envios del cnaderno de corresponsales y Jectores de Ia ya fenecida Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (1895-1897) que habia codirigido. Las dedicatorias —muchas conservadas entre sus papeles— [levaban un acento modesto y cordial; aunque eran respetuosas y a menudo admirativas, desdefiaron Ja entonces habitual profusidn de elogios, contenian casi siempre incitaciones a la accién latinoamericana conjunta. La bastante extensa que le Hegé al venezolano César Zumeta constituye una buena clave de sus propdsitos: Tenienda yo la pasién, el culto de ia confraternidad intelectual entre los hombres de América, le envio un ejemplar de un libro mio que acaba de salir de la imprenta. Es, como Ud. verd, algo parecido a una mani fiesto disigido a la juventud de nuestra América sobre ideas morales y socialdgicas. Me refiero en la ditima parte a la influencia norteamertcana. Yo quisiera que este trabajo mio fuera el punto inicial de wna propaganda que cundiera entre los intelectuales de América. Defiendo ahi todo lo que debe sernas querido como latino-americanos y como intelectuales...™* Un buen mimero de figuras destacadas de Espafia y América Latina (aun de Filipinas) recibieron la obra con mensajes de parecido tenor, Pero estos ejemplares no fueron sélo enviados a escritores, universicarios, politicos o “ptopagandistas de confraternidad” de alguna relevancia. En su expan- sivo fervor, Rodé realizé a los cuatro vientos sus envios (a veces en paquetes de varios ejemplares y acompafiados por carta), incluso a cuanta persona, a menudo insignificante, le solicitara Ia obra. Poco parecié haberle importado que aquélla lo hiciera por no poder lograrla por otras vias o, simplemente, por ahorrarse el precio infimo de {a copia, suponiendo en este caso —al parecer con el benévolo consentimiento del avtor— que éste no tenia otra obligacién que satisfacerlo, Con todos estos reclamos cumplia asi Rodd de modo invariable, manteniendo a menudo puntual correspondencia con los peticionantes, En otras circunstancias confiaba paquetes bastante nutridos a algunos amigos o, incluso, a oficiosos distribuidores, una categoria que incluyé en Espaiia a Salvador Canals y en el Uruguay al mas famoso editor y empresario Constancio Vigil. Pero Arie! tuvo también sus apdstoles late- tales, los atrebatados lectores entregados a su difusién, conocimiento y encomio como a un servicio de verdad y vida. Entre otros, tiene verdadero interés el caso de Teresa Gonzdlez de Fanning, su modesta y entusiasta propagandista peruana y wna de las pocas amistades intelectuales femeninas de Rodé. En ciertos casos, igualmente, algunos diplomdticos uruguayos colaboraron en la distribucién como obra de orgullo nacional.” Y ademas XXI ecomo podian falcar? 1a obra cargé igualmence con sus pescadores de juicios, de espaldarazos, de prélogos y hasta de sellos..." Pocos casos comparables existen —-es de creer— de una tan radical “descrematizacion” de la circulacién Jiteraria, un fendmeno que sdlo puede concebirse ea el contexto de una literatura todavia “gentil” —para usac el término de Ludwig Lewisohn— y de una tan marcada mediatizacién propagandistica como la que Ariel compottd, De cualquier manera, el cuidadoso trabajo distributive de Rodé y las ediciones posteriores fueron estimulando una difusién enyo proceso puede seguirse con bastante claridad a través de la correspondencia del escritor y de otros testimonios de esos afos.” Con todo, y pese 2 lo que contrariamente se haya sostenido y sea lugar comin, el éxito amplio e incontestable de Arfel no fue inmediato ni mucho menos. No es por ello posible asentir a afirmaciones como las de su bid: grafo Pérez Petit, de que candid raépidamente en América, levantande chumarata resonancia” o con ésta, atin mas dramirica, de otro compatriota, cl pedagogo Hipélito Coirolo, de que fa América entera, presa de estupor en los primeros instantes, sobrecogida por el vago temblor con que se con- templan las obras sobrebumanas, rompis luego en el mids clamoroso aplanio que estremeciera (sic) see suelo Erréneos parecen hoy estos retrospectos mds devoros que cuerdos y que dan, por otra parte, el tan médico nivel cultural en que vivid buena parte de este fendmeno de congregaciéa y entusiasmo masivos. Sin embargo, hay un instante en Ja vida de Redé en que afluyeron caudalosamente los testi- monios de una triunfal resonancia, en el que la copiosa correspondencia que ef escritor recibia abundé en reafirmaciones de este prestigio.” Diversos criticos han sefialado esta hegemonia incontestable que cl manifiesto ariélico mantuva por bastante dilatado periodo y uno de los mis equilibrados, Alberto Zum Felde, sostuvo que Durante mds de veinte atios, Ariel colmé las aspiraciones de la conciencia américo-latina, siendo su evangelio, El numen alado y gracioso, en actitud de levantar et vuelo, se alzd frente al mundo y frente a los Estados Unidos, como ei simbolo exhaustive de todo sentido de la enltura. Escritores de todo el continente, en libros y discursos, ban glosado sus conceptos, mencade la autoridad de sus citas y asada de ebigrafe sus frases® En Espaiia record Juan Ramdén Jiménez que Una misttriosa actividad nos cojia a algunos jévenes espaitoles cuando hacia 100 se nomlraba en nnestras reuniones de Madrid a Rods. Ariel, en 51 dinico ejemplar conocido por nosotros, andaba de mano en mano sorprendiéndonas.™ Vistas las cosas a la distancia, parece tan fuera de duda esta profun- didad de Ja incidencia como las razones de ella, Ariel condensaba con XXII suma destreza la imagen mas benévola, mas ennoblecida que el “ethos' prospectivo de la “intelligentsia” juvenil latinoamericana y espafiola podian tener de si mismas. Todas sus inclinaciones, gustos, devociones eran elevadas a virtudes; todas sus aprensiones se veian coma peligros globales y enfren- tables por la encidad hispano-latinoamericana, toda su latente ajenidad ante el cutso de Jos procesos socio-culeurales de modernizacién y economizacién de los comportamientos colectivos se trasmutaba en principios y valores a repristinar o réstaurar. Tal vez ese ajuste —déjese por lo menos esto aqui insinuedo— explique el escaso valor esclacecedor del eco critico primero que saludé en América la obra: tan cabat admiracién podia bastarse —y en verdad se bastaba— con la glosa puntual, el inventivo ditirambo y el inconmovible-conmavido propésito de trabajar por Ia difusidn de ia oueva palabra de vida. Tal vez fue éste el patron, bastante mondtono, de los primeros textos nomina]mente criticos, una regla a la que sdlo escapan unos pocos, alguno de Pedro Hen- riquez Urefia entre ellos. Mas desglosable del coro aprobatorio y mucho mds decisivo (en todo lo que la critica pucde serlo} al éxito de la obra fue el bastante nutrido juicio espafiol. Leopoldo Alas (“Clarin”), Juan Valera y Miguel de Una- muno, los mas importantes; también el comentarista “Andrenio” (Eduardo Goémez de Baquero) y Rafael Altamira, universitario e historiador destacado significaban en junto —y esto entre otros varios testimonios— opiniones mas nutridas, equilibradas e influyentes que las del correspondiente lote de pareceres trasatléncicos.* ‘Todos subrayaron la importancia de Ja obra sin caer en el incondicionalismo, a veces pueril, de la aprobacién cercana y su dictamen tuvo peso. El “meridiano intelectual” del continente, a dife- rencia de lo muy discutible que seria ello un cuarto de siglo mds adelante, pasaba todavia por Madrid y toda Latinoamérica estaba —-ya lo sabjan Dario y otros muchos— muy atenta a sus pareceres. Eco auténtico tuvo asi la nueva obra de Rodé ante una critica més dada a aprobaciones dis plicentes de lo americano que a verdaderas estimaciones y es imposible no vet en ese eco un momento muy especial de confluencia entre modernismo, ameticanismo y “generacién del 98”. De cualquier modo, y ello aunque ostenten cierta comunidad de origenes mas reactiva que de otra naturaleza, las tres orientaciones recién mencionadas estaban y seguirian estando lo suficientemente diferenciadas para que en Espafia Je resonancia del “mani- fiesto” haya sido un episodio pasajero. Era el sesgo noventayochista el que habia de constituirse en el hilo central de {a dialéctica ideoldgica y generacional. XXIG Vv En América, por el contrario, el proceso fue muy diferente y puede pensarse, en verdad, que en obra de concepcién tan retéricamente admo- nitiva y exhortativa, tan concebida a efectos y a traduccién praxioldgica, latia ya no la aceptacién sino la invicaciéa a que su significado se entre- fazase irremisiblemente con el curso de vida de las élites universitarias e intelectuales que la acogieran, con la transformacién de sus compocta- mientos y valores, con Ja refraccién que sus temas mismos fueraa sufriendo bajo ia incidencia de distintas coyuntucas y de nuevas influencias intelec- tuaies. Texto, contexto y pretexto se unimismaron entonces legitimamente sobre la obra a un punto bastante desusado. En 1908 y en Monterrey, ya al cierre del México porfirista, y segu- tamente a instancias de su hijo Alfonso, el gobernador del Estado, general Bernardo Reyes, hizo publicar la que fuera una de las primeras ediciones de Ariel. En su prdlogo se hablaba ya de un lote de devociones milicantes y se estampaba para designarlas el término de “arielistas’ que r4pidamente hizo fortuna. Las admiraciones més reixeradas y responsables y, en especial, algunos acontecimientos de 1a indole de los primeros congeesos estudian- tiles latinoamericanos que fueton congregindose a partir del de Montevideo de 1908, le dieron vuelo al rétulo. :Quiénes eran? Muchos intelecruales latinoamericanos jévenes entre ese momento y hasta 1920 ostentaron o aceptaron [a identificacién arielista pero, mds allé de una pequefia patrulla fiel fijada quizas como tal —-y es ef caso del cubano Jess Castellanos y del colombiano Carlos Arturo Torres— por lo temprano de su muerte; mas alla de los otros innegables del peruano Francisco Garcia Caldetén, del dominicano Federico Garcia Godoy, de los venezolanos Zumeta, Coll y Dominici, muy poco segura es la identificacién de un iote, seguramente mayor pero nada estable, de participantes, Buena sefia de ello es, digamos, que quien lo haya intentado para su diatciba como una tarea casi profe- sional —nos referimos a Luis Alberto Saénchez*— haya oscilado ranto en fa elaboracién de un col indiscutible de “arielistas’, Porque ocurre que muchos otros, mas alla de los recién nombrados —y aun estos mismos—, digamos: Rufino Blanco Fombona, Alfonso Reyes, Baldomero Sanin Cano, Pedro Henriquez Urefia, Joaquin Garcla Monje y muchos otros siguieron tras un fugaz, intenso apasionamiento juvenil, un curso de crecimiento personal que los situé a varios de ellos muy lejos del inicial punto de partida. De cualquier manera, hubo entre 1905 y 1915 —probables fechas extremas— un nucleo intelectual latinoamericano que ptofesé las propo- XR1V siciones conceptuales de Arie? como definicién ideolégica y que puede, por eso, admitir el predicho calificativo. Fra la juventud con “ideales” y con “suefios” (dos términos conmu- tables a todos fos efectos). Hoy sabemos con cierta precision que era la promocién juvecil y cultivada de las capas altas y medias de aquel tiempo, todavia no, por tal causa, expuesta a las contradicciones y compromisos implicitos en la brega del diario vivir. Tenia [a mayor pate de ella —o la estaba adquiriendo— esa formacién universitaria que era habitual que tuvieran los hijos de la élite dirigente y los avocados a integrarse a ella. Bandole formulacién al prospecto de esa subsociedad juvenil, Rodé se encontré profeta y evangelista de ese “arielismo” que después le valdria algunos remezones y, por ahi, abriendo la cuenta de los “Maestros de Javenmnd”, una funcién en la que lo siguieron sucesiva y a veces simulea- neamente José Ingenieros, Alfredo Palacios y José Vasconcelos (hubo también “Maestro de Ia Raza”). Se habla del “arielismo” como de una ideologia. Pero jmtvo teal- mente los alcances de tal? ;Fue una suerte de sub-ideclogia dentro de ideo- logia mayor que represent6 ef liberalismo —racionalista, europeista, burgués— que profesaba Ja gran mayoria del alto nivel social de] nove- cientos? ¢Representé la versién idealista y decorativa —-como dirian tantos mas tarde— de un prototipo infinitamente mas cdo y concreto? ~O acaso significé una especie de extremismo juvenil y ramdntico que cedié el paso a posturas muy distintas cuando los que lo profesaban se com- prometieron con la vida y el “stat quo” que tanto —por “vulgar”— parecian desdefiac? El Uruguay ya habfa generado —tres décadas hacfa~- otro extremismo juvenil de ese tipo —que algo de eso fue el “priacipismo” politico— y el proceso de su digestién resultéd similar, también paré en miiltiples casos en esos ejemplares contentos y xbicados que el severo Crispo Acosta sefialé en los “arielistas’ de 1917, bien avenidos con lo que en el Uruguay se llama “la situacién”. 0 acaso la sustancia del “arielismo” es mas compleja y se sumaban en él Ja funcidn cohonestadora de todas las ideo- logias y una apertura a valores limpiamente universales que la vocacién intelectual y su cuota inexorable de desarraigo social hace factible y que 1a etapa juvenil pecmite peccibir sin las mediaciones (y las distorsiones) que después pesaran ilevancablemente? VI Seria falso, con todo, suponer un asemtimiento total, entusiasta, masivo, XXV a los significados del mensaje rodoniano, Esto, por lo menos, desde los niveles en que las opiniones cuentan con algiin peso y articulacién. En rea- lidad, ©] vasto eco aprobatorio que Ariel suscité suele dejar en la sombra una corriente, nada aquiescente, de criticas. El rechazo del especialismo, una postulacién de valores ultimos muy marcadamente intelecwalista y esteticista, la concepcién de las relaciones entre democracia y seleccién, el dictamen sobre tos Estados Unidos, el ostensible desvio por !o factico y lo material que en el discurso campea despertaron cbjeciones y reservas que ne es posible recapitular aqui y menos en toda su anchura. Diversas y hasta contradictorias como estas posturas negativas suclen ser, existe, empero, un lote de ellas que, desde nuestra perspectiva histérica presente, resulta, de modo inequivoco, el mas importanie. Es el que tuvo que ver con la tdoneidad —pudi¢ramos decir, con término més actual, con la funcionali- dad— de las proposiciones centrales del mensaje en el medio juvenil y culto latincamericano para el que habian sido formuladas. O, para expre- sarlo de otro modo, con Ja socializacién de su impacto en cuanto éste pu- diera concretarse, ideoldgica y praxiolégicamente, en las nuevas promociones de edad que estaban irrumpiendo. El tema de Jo eventualmente contraproducente que el modelo arielino podia resulear en Latinoamérica fue planteado en muy temprana instancia y lo ha ha segnido siendo hasta casi nuestros dias” Muy bien lo hicieron cn la primera hora dos intelectuales jdvenes de la clase alta petuana que cumplician despuds significativa carrera, El primero de ellos, José de la Riva-Agiiero, decfa que: Francamente, 41 ta sinceridad de Rodé no se trans- parentara en cada una de sus paginas, era de sospechar que Ariel esconde una intencién secreta, nna sangrienta burla, un sarcasmo acerbo y mortal. Proponer ta Grecia antigna como modelo para una rata contaminada con el hibride mestizaje con indios y negros; bablarle de recreo y juego libre de la fantasia a una vara que Si sucumbe serd por una espaniosa frivolidad ; celebrar el ocio chdsico ante una raza que se muere de pereza.. .™ Su compatriota Francisco Gatcia Calderdn sefialaba a su vez que la ensefianza del libro parece (...) prematura en naciones donde rodea a la capital estrecho nticleo de civilizacion, una vasta zona semibarbara. ¢Cémo fundar la verdadera demoeracia, la libre seleccién de capacidades, cuando domina ch caciquisma y se perpetdan, sobre la mubtirud analfabora, las viejas uranias feudales? Rodd aconseja ei ocio cldsica en repiblicas amcnazadas por wna abundaite buracracia, el rebaso consagrado ala alta cultura cnando ta terra solicita todos bos esfuerzos, y de la conquista de la rigneza nace wn bsillanie materialismo, Sa misma campatia liberal, enemiga del estrecho XXVI dogmatismo, parece extrctia en naciones abrumadas por una sola berencia catolica y jacobina.” Estos razonamientos de inadecuacién a postulados cuyo valor ucrénico y utépico en realidad los peruanos no niegan, eran factibles también de vertirse en la proposicidn de un “calibanismo prologal”, tras de cuyos logros recuperarian intemporal validez los ideales de la obra. Este es el sentido de Ja reflexién que Ariel suscité a la entonces promisoria juventud de Juan Carles Blanco Acevedo, cayas Narraciones Rodé habia prologado dos afios antes. Mientras la evoluciin de la sociedad oprima de un modo cada vex mas terrible a los abreros (...) mientras la impiedad siga avrojando sobre ellos el inmenso peso del edificio social —cada vex habré mas cuérpos que obe- dezcan ciegamente—- como piezas que cumplido su destino van y vienen en el organismo de una inmensa maquina. La libertad de reflexién buird cada vez mds hacia las zonas superiores (...) Cuando ia existencta para estas ltimas clases sea mds desabogada, cuando el obrero pueda detener un ins tante sun mdguina o su berramtenta (...} la luz volverd a difundirie y se padrd aspirar entonces a una democracia inteligente y pensadora™ Facil es advertir —nos parece—, desde nuestro Angulo presente de visidn, todas las implicaciones que estas reservas conilevan. En la de Blanco Acevedo, el condicionamiento de esta paideis de estirpe genning, como dijera Emilio Oribe, a una ultimidad o lontananza sdlo asequible tras la transfor- macién total, revolucionaria de todas las estructuras sociales y de sus corola- rios culturales. En las de Riva-Agiiero y Garcia Calderén, la eventualidad mis especificamente latinoamericana de una solucién “a Ja japonesa”, esto es, de prescevacién de “espiricu” y “valores” tradicionales intcinsecos con una asimilacidn total de “técnica” y una adopeida discriminada de “instita- ciones” y “comportamientos” ajenos. O, para usar los eficaces términos de Toynbee, una via media entre “hecodianismo” y “zelorismo”. Si se atiende a dénde estaban estas instituciones, técnicas y compor- tamientos adoptables, no es de sorprender que muchas de jas reservas que la obra merecid se entrelacen con la seivindicacién de los Estados Unidos y con la objecién a la posible injusticia del juicio que sobre ellos en Arie! se articula. Si asi se pensaba, los Estados Unidos se proponfan naturalmente como medio de un emprendimicnto deseable, lo que hace que la critica del libro, aun en firma minoricaria, haya iosistide en un encomio que una o dos generaciones antes habia sido casi total?! Ir contra Ja corriente no fue facil en ese momento porque parece mas alla de toda duda que el largo pasaje —casi un cuarto de texto— sobre los Estados Unidos y Ia “nordomania” ha contribuido —-y esto hasta nues- tros dias— a su dilatada eco mds que ningtn otro niiclee tematico de la XXVIII obra y, sobre todo, que otros mds abstractos. Poco parece haber pesado que en aquel dictamen la Jabor de armado y taracea resulte mas advercible que en otras partes del discurso, que buena parte de sus opiniones fueran tomadas demasiado puntualmente de otros testimonios —algunos, argentinos, como se ha demostrado*—; poco que aquéllas trasciendan de modo osten- sible, aunque convenientemente atenuado, el sesgo muy conservador, aristo- ceatizante y aun racista que, como el de Paul Bourget o el de Groussac, exhiben algunas de sus fuentes; poco también que otros enfoques latino- ametricanos, si bien menos accesibles y menos cefiidos —caso de jos de Marti, Varona, Ugarte, Vasconcelos—, ya hubieran oftecido o Jo hicieran a poco andar visiones harto mds concretas, directas, ricas y matizadas que la que en Ariel se expide. Mas all de todas estas restas, es indisputable que con un pasaje de tan admirable composicién y tan aparentemente ecuanime ejercicio del rechazo, Rodé se situaba muy conspicuamente en una tradicién tematica de firme continuidad y sostenida resonancia. También es cierto que con sn tan peculiar andar de balance ¢ inventario de excelencias y fallas, de huecos ¥ relieves, al terminar diciendo lo que e} lector latinoamericano durante generaciones ha querido oft, ofrecia a la ya ulcerada sensibilidad colectiva de nuestras naciones argumentos que sonaron més sdlides de lo que han solido hacerlo muchas diatribas m4s contundentes.® VII Muy diferente era la actitud ante el celebrado mensaje en aquella linea de objecién que se ha podido seguir y que, sobre este punto, ya se expedia en la primera resonancia critica en una nota de Francisco Garcia Calderén.™ Aqui paga la pena sefialar que buena paree de ese caudal de disentimiento adelantaba muy sigularmente, y ello por mas de medio siglo, a las andanadas que desde las barerias de los saciélogos norteamericanos de la modernizacién dedicados a Latinoamérica se han lanzado sobre un objetivo Wamado “arie- lismo” y aun contra [a obra en que éste se cifraba. En realidad [os ataques que han lHevado, entre otros, Russell H. Fitzgibbon, Kalman Silver, Seymour M. Lipset, Frank Bonilla y Joseph Hodara® identifican como “arielista” un tipo de incelectual con supuestos culturales y comportamien- tos irremisiblemente “tradicionales” que desde el lejano novecientos hasta nueseros dias habria mantenido Ia hegemonia del prestigio y de !a influencia inelectuales con nefastos resultados para las sociedades que se las otorgan. Aunque haga tanto tiempo que ningun intelectual de Latinoamérica se autodesigne como tal, empleando, con todo, el término extensiva, anald- XXVIII gicamente, el “arielista” o “pensador” —como también con sorna se le Ilama—- mantendria con su distante prototipo los fuertes rasgos comunes de Ja postura elitista, el desprecio y 1a ajenidad a] mundo de Ja ciencia, Ia técnica, la especializaci6n y el desarrollo material, la vacua idealidad supuestamente compensatoria de todas las carencias clamorosas ¢ inerradi- cadas de sociedades culpablemente raquiticas. Objeto de una incriminacién multiple y contradictoria, de una acusacién que lo hace al mismo tiempo tradicionalista y utopista, elitista y subversivo, idealista y materialista, tras- cendentalista y ateo, el intelectual “generalista” de este jacz daria el triste espectéculo de su apego a valores estériles o secundarios en sociedades me- nesterosas de todas {as técnicas y destrezas idéneas a la ampliacién de una base material capaz de brindar a la inmensa mayoria “vulgar” las condi- ciones minimas para una vida decorosa y humana.* No es ésta la tnica sefia posible, pero si una de [as mds importantes, de cémo fa refracci6n de Ariel, sobre todo después de la muerte de Rodd en 1917, se hizo inseparable de fas variantes y tornasoles del pensamicnto latinoamericano, de Ja progresiva toma de conciencia de su unidad, de sus deberes y del entorno histérico-espacial en el que debe desenvolverse (aun del juicio, como se vio, que desde fuera Latinoamérica sea objeto). Muchas razones han existido para un destino critico de tal indole y una (y tal vez Ja mds) importante fue el mismo propésito del mensaje rodoniano. Rodé fijé en Ariel la responsabilidad de la promocién vital ju- venil y amonesté, en particular, sobre los peligros y desviaciones que ace- chaban modalmente la incidencia social de su fuerza. Activismo desenfre- nado, unilateralismo especialista, inmediatismo utilitario e “interesado”, igualitarismo nivelador, eticismo inelegante, socializacién invasora de Ia intimidad se inseribian estrictamente en la condicién de desviaciones a esos modos de acci6n que enhebran taciramente el hilo del discurso. Si a ello se atiende, es visible también que en Ariel no se fijan “metas” u “objetivos”, estrictamente tales, a ese curso de accién, como no sean ellos —puede ar- gumentarse— las sociedades que emergieron del predominio de los mados y estilos de comportamiento y valoracién deseables, Que el orden de los fines esté inscrito en el movimiento mismo es un trazo del pensamiento dialéctico, una presencia, si bien borrosa, que pudo llegar hasta Rodd desde el influjo de Renan y el a su vez difuso hegelianismo del sabio francés, Tam- bién es cierto que, salvo algunas referencias a la coyuntura laringamericana —la “nordomania”, las ciudades amenazadas por el “espirim cartaginés” per- tenecen a esa categoria, ese curso de accidn se concibié en puridad abs- traido del contexto continental en el que debia morder. Las dos carcacias sé marcaron sostenidamence en la ola critica de un “antiariclismo” que cobrdé vuelo casi simukdneamente al coro de ditirambos que acompafiaron XXIX a la muerte de Rod6 en Iralia y al retorno de sus restos al pais natal, tres afios después. Una corriente de “revisiones”, extremada algunas veces hasta la intencidn demoledora, se mutrié de fa laxitud teleolégica de la ctica rodoniana (una reserva que invelucraba también a Motivos de Protea) ¥ sobre fa desatencién a jas realidades ameticanas que Ariel muestra pero que también —con todas las restas que su implantacién montevideana e intelec- tual comporra— una buena parte de la obra de Rodd desmiente. El ciclo de revisién de la obra, la pretensién de establecer su estricto valor, la urgida tarea de podar ios tropicalismos que el trace necrolégico hizo crecer sin medida, incidid muy a fondo sobre las tesis del discutso ariélico, considerandofo con justeza, si no lo més entrafiable, si lo mas difundido y actuante de aquella obra. El “antiarielismo” nacid asi, en puridad, de una reaccién contra la exaltacién apologética que Jo habia antecedido y de una verificacién de todo lo que ta obra ( y sobre todo Ariel) no brin- daba, Esto, cn especial, al no acender cuales eran los limites y cl designio estriceo del famoso mensaje y al contrastar sus carencias con la pretension anterior de hacer de éste un “evangelio”, aun unas “sagradas cscrituras” completas o una “summa” de todo lo pensable e importante. Teniendo su mera Jetra en vista, se hace abvio que no pudieran encontrar asidero en ella todas las nuevas modalidades que insurgieron en la cultura Jatinoameticana a partir de la primera guerra mundial, ya tueran éstas el ansia espiritual de creencias sélidas ¢ inamovibles significados o la primacia de una accién comin y organizada capaz de tcansformar drasticamente fa encraiia y la fisonomia de nuestras sociedades y su sistema de relaciones con el mundo. Ni e] auge vitatista, ni la afirmacién fandtica de los “ismos’, ni la “rebe- lin de las masas" encontraron ni eco ni respuesta en cl somero cuerpo del discurso rodoniano. Serfa recién en el ultima cuarto del siglo cuando se realizo un deslinde mus equitativo entre lo valedera de la obra y lo que clla, como todas, comporté de hojarasea, de obra muerta. En esa labor ha sido especialmente significativa la aportacién de algunos estudiosos de sus textos, came es el caso del poeta Roberto Ibafiez, ordenador y or ginal intérprete de su legado manuscrito, de Emir Rodriguez Monegal, critic y editor de sus Oéras Campletcs, del espaiiol José Geos, que, desd: su exilio mexicano, encuadrd las caracteristicas de Ja obra rodoniana dentco de la categoria mas amplia —y tan esclarcecdora— det "pensamiento de lengua espafiolw”. Rodd me- recia ser estudiado seguin lo ¢sta siendo, es decir, como el gfan escritor latinoamericano (y no otra cosa) que fue, inscrito en un contexto histérico- espiritual muy diferente del nuestro. Podia ser seguido —y lo esta siendo también— en cantas ifneas de interés que de su obra arrancan y que en su XXX tiempo fueron escasamente advertidas, Podia scr valorado —y ello, en cea- lidad, nunca dejé de serlo— como un arquetipo de devocién americana, de responsabilidad militante, de scriedad y generosidad intelectual, de ejemplar ecuanimidad estimativa. CaRLOs REAL DE AZUA XXXI 10 VW 12 NOTAS ¥V. anestro articuloe “Agiel, libro porteno”, en La Nacids, Buenos Aires, 18 y 25 de julio de 1971 (3° seccién}, y en Historia visible e bistoria esotériea, Monievideo, Arca-Calicanto, 1975, p. 167. V. por ej. el valumen, con este titulo, de Jules Malapert, Paris, 1913. Adem4s de afirmar, harto demagdégicamente, que no existe ries de meilleur que la jeunesse, sostenia que i! fant s'oceuper de beaucoup de choses a la fois, i ne faut sabsorber en une seule (p. 14). Discours aux étudiants, Pacis, Armand Colin, 1900. Propos littéraires, t. IV, Paris, Societé d'imprimerie et de Libtaire, 1907, Wo existiendo distancia suficiente de edad, se explica bien el que Redd, siguiendo las leyes no escritas del género, haya elegido un personaje senccto e identificable con el Préspero shakespiriano, Pero hay que tener también en cuenta la temprana maduracién intelecmal y hasta fisica (en ésca, incluso, obsolescencia) del escritor y el tan diferente al actual ritmo de la vida humana en 1900, Arnold Hauser; Fhe Social Histery of Art, London, Routledge and Kegan Paul, 1951, p. 683. Aun considerando que se trata de una cuestién de grado y cbjctivamente in- soluble —{desde dénde se es un filésofo original?—, nos inclinamos por la tesis del “repensador”; posicién diferente ha sido sostenida por el profesor Armro Ardao en su esclarecedor estudio La conciencia filosdfica de Rodd y mas recientemente por la profesora Helena Costibile de Amorin. Tal vez esta continuidad fuera la dominante en la vida intelectual francesa hasta principios de siglo, pero no tras 1910 y el comicnzo de la rewnelta contra “el espisim de Ja Sorbona” que representaton Les Cahiers de la Quintaine, de Péguy, la campafia de “Agathon” (Henri Massis) y la fundacién de la Action Frangaise”. Tduardo Lamas, en La Revista de Chile, Santiago, 1901, t. VI, N® 2, p. 41. Les voix du silence, Paris, N.R.F., La Galérie de la Pléiade, 1951, pags. 538-39. Esta afirmacidn no olvida la tenaz presencia catélica en el mas alto nivel cultural que se dio en Francia durante el ultimo cuarto del siglo XIX y el primero del XX, pero el fendmene no se repetia en este orden ni en la América Latina ni en ninguna otra cultusa nacional. XXXII i3 14 5 16 17 18 19 Fsto no significa, al menos en nuestra opinién, que todo pensamiento sea “ideolégico"” ai que toda influencia o contacto de culturas resulte “alienante” y signo de “dependencia", como tan peligrosamente tiende a

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