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FIGURAR EL PODER IDEOLOGIAS DE DOMINACION Y CRISIS Eric R. Wolf EE antropologias *CLESAS 103879 503-3 woe f Figura el poder: ideologis de dominsciny cis Eric R. Wolf — México : Cento de Investigaciones y Estudios Supetiores en Antropologia Social, 2001 450 posi: 23 em, Incluye bibliogafis ISBN 968-496-435-0 1. Poder (Ciencias Sociale). 2, Idcologi. 3. Kwakut! (Indios). 4 Aueeas. 5, Nationalsocialismo ~ Alemania tle originals Eno ig Power. Ideologies of Dominance and Crisis (© 1998 Regent of che University of California Press Publicado bajo acuerdo con ls University of California Press ‘Traduccién de Katia Rhesule Revisads por Joxé Andrés Ga y Roberto Melle ( Mendes 5.3 "Los lvakiu”) Poreade: Busiel Heménder slaencne dt Fal Marsa of Saal ary Ching Ue RA Fg el Reha nro pr Cheesy Ce imal cuidado dela Coordinacisn de Publicaciones del cresas Revs de ls Refoencia en epic Ricardo A. Fagoaga y Ans Ivonne Dist Tipogala yformscén: Diego Gane del Gallego ne Ls Casa Chats, Hidalgo y Matamoros en, Tlalpan 24000, México, D.F ia pods putt deca onde del ote dela peter po eer mao en camp cn sian dl lao nid Ley Fee del De Aso yen, lou tad inacose pae pe ISBN 968-496-425-0 A la memoria de Julius, Rosa y Kure Liffler CONTENIDO PREFAcIO Introduccién, Conceptos polémicos 3 Los kwakiudl 4 Los aztecas 5 La Alemania nacionalsocialista 6 Coda REFERENCIAS " 3st 373, PREFACIO Desde hace ya algtin tiempo, he pensado que una gran parte del trabajo que se hace en las ciencias humanas no da en el blanco por no querer 0 no poder abordar la forma en que las relaciones sociales y las éonfiguraciones cultu- rales se entrelazan con las reflexiones sobre el poder. Los antropélogos han dependido demasiado de los conceptos que identifican la coherencia cultural con el funcionamiento de la estética o la I6gica cultural-lingistica. Como resultado, rara vez han cuestionado la manera en que el poder estructura los contextos en donde se manifiestan estas elementos o la manera en que el poder influye en la reproduccién de semejantes patrones. En 1990, hablé de este tema en un discurso para la American Anthropological Association, ti- tulado “Facing Power”. Sin embargo, si bien los antropélogos han favoreci- do una perspectiva de la cultura desprovista de poder, otros analistas sociales han propuesto un concepto de “ideologia” carente de cultura, definiéndola como las ideas que proponen las elites o las clases dirigentes para defender su dominacién, sin prestar atencién a los elementos especificos de las con- figuraciones culturales. Este libro busca oftecer una salida de este atolladero. El proyecto para hacerlo comenzé en un taller de lectura y debate sobre ideologfa que dirigt en 1984, con los estudiantes del Programa de Doctorado en Antropologia de la City University de Nueva York. Luego, continué en cursos de posgrado sobre la historia de las teorfas y la ideologfa y concluyé en 1992, con un se- minario sobre “Exnografia ¢ historia”. Les estoy muy agradecido a los estu- diantes que participaron en estas reflexiones y que hicieron de mis clases en {u) 2 Enc R Wor CUNY una experiencia memorable. Después, pude llevar a cabo la iinvesti- gacién y redactar el texto gracias a una generosa beca de la Fundacién John D. y Catherine T. MacArthur. Mi interés por los aztecas data de 1951, afio en que visité México por pri- mera vex, en donde aprendf mucho de lo que sé gracias a Pedro Armillas Angel Palerm, René Millon y William T, Sanders. Los cataclismos que pro- voeé el nacionalsocialismo alemén fueron el principal drama de mi adoles- cencia y de mis primeros afios como adulto y tuvieron una influencia significativa en mis intereses personales y profesionales. El trabajo sobre los kewakiuel formé parte de mi formacién como antropélogo; cuando estudia- ba la licenciatura en el Queens College escribi un trabajo, con honores, sobre las funciones redistributivas de la jefacura. Presenté las primeras versiones del material sobre la Alemania nacional- socialista (2991) y sobre los aztecas (1992) en el marco de las Conferencias de Brockway sobre la Antropologia de la Crisis en el Centro de Posgrado de CUNY, Asimismo, pude hablar del proyecto en la Escuela de Investigacién sobre Sociologia/Antropologla Histérica de la Universidad de Lund, en donde Jonathan Friedman fue mi anfitrién (1995); en el Seminario Emno- légico de la Universidad de Zurich, que dirigié Jirg Helbling, como parte ” (1996); y en un colo- quio que organizé Anton Blok en la Escuela de Amsterdam para la Investi- de las “discusiones tedricas en la antropologfa act gacién de la Ciencia Social (1997) Por orientarme en relaci6n con las fuentes o compartir sus propios textos conmigo, quisiera expresarles mi sincero agradecimiento a Johanna Broda (historia, Universidad Nacional Auténoma de México), David Carrasco (re- ligién, Universidad de Princeton), Enrique Florescano (historia y antropo- logfa, Ciudad de México), Michael E. Harkin (antropologia, Universidad de Wyoming), Thomas Hauschild (antropologfa, Marburg), Pierre-Yves Jacopin (ancropologia, Neuchatel), Joseph Jorgensen (antropologta, Universidad de California en Irvine), Cecelia B Klein (historia del arte, Universidad de Cali- fornia en Los Angeles), Ulrike Linke (antropologia, Universidad de Rutgers), Prssacio, B Alfredo Léper-Austin (antropologfa, Universidad Nacional Auténoma de México), Richard A. Koenigsberg (Biblioteca de Ciencia Social, Elmhurst, Nueva York), Joyce Marcus (Museo de Antropologia, Universidad de Michi- gan), Irene Portis-Winner (semiética, Cambridge, Massachusetts), Kay A Read (estudios religiosos, Universidad DePaul), Wayne Surtles (antropologia, Universidad del Estado de Portland), Pamela Wright (antropologta y lingiis- tica, Nueva York) y Rudolf A.M. van Zantwijk (antropologia, Universidad de Utreche). Varios amigos me ayudaron a conseguir materiales que, de lo con- trario, nunca habrfa podido ver. También quiero darles las gracias a todos los investigadores en cuya obra me he basado. Deseo expresar mi especial apre- cio por tres exigentes y serviciales crfticos: Barbara J. Price (antropologia, Universidad de Columbia), quien leyé un primer borrador de mi capiculo sobre los aztecas; Hermann Rebel (historia, Universidad de Arizona), quien disecé mis primeros esferzos para escribir sobre el nacionalsocialismos y Jane Schneider (antropologia, City University de Nueva York), quien leyé todo el manuscrito y ayudé a aclarar algunos de mis argumentos. Mi amigo Archibald W. Singham, activista y politélogo, quien siempre estuvo seguro de que “la siguiente ronda es nuestra’, me dijo, poco antes de morir en 1991, que “era hora de meditar". Dedico este libro a la memoria de Julius y Rosa Lofler y su hijo Kurt, guienes fueron mi segunda familia durante los afios que pasé en la regin de los Sudetes de la antigua Checoslovaquia (1933-1938). Papa Julius, quien fue tun viajero itinerante en su juventud, era maestro talabartero y su esposa Rosa una experta costurera. Cuando la Alemania nazi estaba a punto de ocupar los Sudetes, Papa Julius les ofrecié a mis padres que se escondieran en su casa. Después, se enfrent6 a los oficiales de la Gestapo quienes lo acu- saron de tener amigos judios. Rosa nunca oculté su identidad como “una sozi entre los nazis"; una “vieja catélica’, Je dijo al arzobispo de Austria cuando se negé a aceptar la doctzina del Vaticano de 1870, sobre la infali- bilidad del papa. Estas dos extraordinarias personas estén enterradas en tumbas sin nombre en Tragwein, Alta Austria. Mi amigo Kurt me ensefié a 4 is Eric R. Wor pelear y fue mi compafiero de muchas caminatas y viajes. En una ocasién, hicimos una larga gira en bicicleta por Europa Central y llegamos a Munich durante el verano de 1937. Alli, bajo la mirada de los Ss, observamos las pro- cesiones y los desfiles que habia organizado el régimen para celebrat el Dia del Arce Alemén y visitamos la exhibicién autorizada del Arte Alemén, asf como la exposicién censurada de “Arte Degenerado”. El recuerdo de ese dia sigue en mi mente. Kurt esperaba estudiar arte y volverse pintor sobre vidrios perecié en 1945, cuando los alemanes se retiraron por tltima vez de Rusia, en una guerra en la que él nunca quiso participar. Sin Sydel Silverman, mi esposa, mejor amiga, consejera y critica, este proyecto nunca habrfa llegado a su fin. Estoy en deuda infinita con su sen- savez, su critica mirada editorial sobre mis evasiones, redundancias y arran- ques de prosa barroca y con su alegrfa. Juntos, finalmente evamos este pesado paquere de medicinas, a la luz del dia. a5 INTRODUCCION En este libro, quiero explorar las conexiones que existen entre las ideas y el poder. Nos encontramos al final de un siglo marcado por la expansién colo- nial, las guerras mundiales, las revoluciones y los conflictos religiosos que han provocado un gran suftimiento social y han costado millones de vidas. Estos cataclismos implicaron exhibiciones y despliegues masivos de poder, pero en todos ellos, las ideas desempefiaron una funcién cencral. Las ideas se usaron para glorificar o criticar las configuraciones sociales dentro de los estados y ayudaron tanto a guerreros como a diplométicos a justficar los conflictos o los acuerdos entre los estados. Las ideas proporcionaron expli- caciones y fundamentos para la dominacién imperialista y la resistencia a éta, para el comunismo y el anticomunismo, para el fascismo y el antifas- cismo, para las guerras santas y la inmolacién de los infieles. Su alcance tam- bién Mega a nuestra vida cotidiana; animan las discusiones acerca de los “valores familiares”, impelen a ciertas personas a asustar a sus vecinos que- mando crces en el patio de su casa, hacen que los creyentes se embarquen en largos peregrinajes a la Meca o a Lourdes 0 que esperen el Segundo Advenimiento en un retiro en las Montafias Rocallosas. No obstante, no se ha hecho una interpretacién analitica sobre la manera en que el poder y las ideas se mezclan entre si y dicho andlisis sigue siendo tema de debate. Algunos expertos confieren a las ideas una existencia pla- ténica en la “mente” humana o una capacidad independiente para motivar fas] 6 Enic R. Wour ees y conmover a la gente. Otros las consideran, ante todo, como las racionali- zaciones de una conducta orientada hacia el propio interés 0 como acompa- fiamientos del compostamiento que, “a largo plazo”, carecen de importancia, Puede considerasse que el largo plazo estd dominado por la seleccién natu- ral, las fuerzas del inconsciente 0 por el papel, a final de cuentas determi- nante, de la economfa. Los argumentos sobre cémo pensar acerca de las ideas han marcado los senderos intelectuales de la antropologta estadounidense. Pocos han sido los antropélogos, como Cornelius Osgood (1940, 25), que siguieron a aque- los que intentaron reducislo todo a las ideas; no obstante, a lo largo de toda su historia, esta ciencia le ha dado a las ideas un papel predominante Cuando Alfred Kroeber y Talcott Parsons, los principales y respectivos decanos de la antropologia y de la sociologfa a mediados del siglo xx, establecieron los limites entre los dos campos, a la antropologta se le asigné el estudio de “los patrones de valores, las ideas y otros sistemas simbélico- significativos como factores'que moldean la conducta humana, as{ como los artefactos que se generan a través de la conducta’” (1958, 583). Este lega- do reforzé en gran medida la inclinacién de la antropologfa por las intes- pretaciones mentalistas Para combatir esta “expropiacidn idealista de la cultura’, el antropélogo ‘Marvin Harris ha insistido en qué, al estudiar la cultura, no se debe dar prioridad a las ideas sino a los hechos conductuales que puedan verificarse cde manera objetiva y que estén registrados por observadores que se basan en una epistemologia cientifica y operativa (1979, 284). Harris no excluyé el interés por lo que los nativos piensan de su propia vida, pero abordé con ‘maxima suspicacia cualquier explicacién sobre la conducta que se derivara de reglas cognoscitivas o de supuestas ideas orientadoras. Afirmé que “Nin- grin ctimulo de conocimiento sobre las reglas o los eddigos ‘competentes de Jos nativos’ puede ‘dar cuenta de’ ferndmenos tales como la pobreza, el subde- sarrollo, el imperialismo, la explosién demografica, las minorfas, los conflic- tos éinicos y de clase, la explotacién, la imposicién tributaria, la propiedad privada, la contaminacién y la degradacién del ambiente, el complejo milicar- industrial, la represién politica, el crimeri, la plaga urbana, el desempleo o la guerra. Estos fengmenos... son la consecuencia de vectores, secantes y con- tradictorios, de creencias, de voluntad y poder. No pueden entenderse cientt- ficamente como manifestaciones de obdigos y reglas” (Harris 1979, 285). Tal ver asi sea. Sin embargo, “las creencias y la voluntad” sin duda implican ideas que codifican creencias y moldean la fuerza de voluntad. Ain queda por especificar la manera en que puede conceptualizatse la relacién enue las ideas y el poder. Al abordar esta investigacidn, mi objetivo no es desarrollar una teorfa for- ial sobre la relacién que existe entre dos mega abstracciones... algo que tal vez sea imposible debido a que las ideas son de muchos tipos y variances dis- tintas; esto también ocuste con el poder. Como antropélogo, éreo que las discusiones te6ricas deben fundamentarse en casos, en pautas observadas de comportamiento y en textos registrados. Deseo encontrar formas para cues- tionar dicho material con el objeto de definir las relaciones de poder, que se rmanifiestan en las conformaciones sociales y en las configuraciones culeura- les, y asf rastrear las posibles formas en que estas relaciones de poder se engranan con las ideas. IDEAS, PODER, COMUNICACION Cuando uso el término anticuado de “ideas”, no pretendo regresar a-una visidn, que ahora ya es obsoleta, de las ideas como unidades que acttian y se almacenan en la mente, que repiten dentro del organismo los estimulos que se reciben del: mundo exterior. Tomando en cuenta lo que ahora sabemos acerca ‘del funcionamiento de los sistemas neurocognoscitivos del ser humano, el conocimiento ya no puede visualizarse como el simple “reflejo” en la mente de lo que ocurre en el mundo exterior. Sin importar si uno cree que la “mente” (0, mejor dicho, el sistema neurolégico humano que incluye 8 R.Wour 1 cerebro) s6lo edica lo que entra de afuera o bien si ella misma construye esquemas cognoscitivos y emocionales que pueden dirigirse al mundo pero que no son isomorfos en relacién con él, debemos trabajar con alguna va- riante del postulado neokantiano de que la mente interpone un cedazo 0 una pantalla selectiva entre el organismo y el medio en el cual dicho organis- smo se mueve. Naturalmente, esto se vuelve ain mds evidente gracias al tra- bajo de los antropélogos cuyos estudios les han ensefiado que, ademés, el “mentalismo” panhumano se modula y conjuga de una cultura a otra Los seres humanos habitan un mundo, un espacio vital, caracterizado por restricciones imperativas y oportunidades potenciales, mas la forma en que se adaptan a estos espacios vitales sélo est4 parcialmente programada por su biologia. Ellos dependen de sus sistemas nerviosos para construir modelos del miundo y de su funcionamiento, pero estos modelos no son idénticos a ese mundo y las conexiones que se trazan entre una realidad experiment forma en que sta se representa son complejas y variables. Asi, cualquier intento por explicar las ideas y sus sistemas debe yuxtaponer ambas dimen- siones con la ayuda de conjeturas tedricamente formadas, Hablo de las ideas en este contexto porque espero subrayar el hecho de que dichas estructuras menrales tienen un contenido, tratan de algo. Tam- bién tienen funciones; hacen algo para la gente. Al esforzarse por exhibir las caracter(sticas del mundo, buscan volverlo accesible a algdin uso humano. Al hacerlo, ejercen cierta influencia para reunir a las personas o para dividirlas Tanto la cooperacién como el conflicto invocan e implican juegos de poder en las relaciones humanas y las ideas son emblemas ¢ instrumentos en estas interdependencias siempre cambiantes y cuestionadas. Quiero hacer una ‘distincién entre “ideas” e “ideologia”. La palabra “ideas” busca abarcar la gama completa de las construcciones mentales que se manifiestan en las representaciones ptiblicas, poblando todos los campos humanos. En cambio, creo que “ideologfa” necesita usarse de una manera sds limitada, en el sentido de que este témino sugiere configuraciones 0 esquemas unificados que se desarrollan para ratificar 0 manifestar el poder. rc Isrronucctdy 19 Equiparar todo proceso de formacién de ideas con una ideologia enmascara las distintas formas en que las ideas llegan a vincularse con el poder. Las pre- guntas de cudndo y cémo las ideas llegan a concentrarse en las ideologias y de cémo las ideologias se convierten en programas para desplegar el poder, no pueden contestarse fusionando la ideologia con el conjunto de la forma- cién de las ideas. Estas preguntas exigen otro tipo de investigacién, La conceptualizacién del poder presenta sus propias dificultades. Con fre- cuencia se habla del poder como si se tratara de una fuerza unitaria e inde- pendiente, a veces encarnada en la imagen de un monstruo gigante como Leviatin o Behemot 0 bien como una maquina que aumenta su capacidad y ferocidad al acumular y generar més poderes, més entidades similares a ella misma, No obstante, ¢s mejor no entenderlo como una fuerza antropomér- fica ni como una maquina gigante, sino como un aspecto de todas las rela- ciones entre las personas, La primera vez que me topé con esta formulacién fue cuando escuché la conferencia de Norbert Elias durante el verano de 1940, en el Centro de Detencién de Inmigrantes Iegales de Huyton, cerca de Liverpool, Ingla- terra, en donde todos os ciudadanos austriacos, alemanes e italianos que vivian a cierta distancia de Londres fueron internados por el gobierno bri- tdnico, mientras el ejército alemén invadia Francia y la invasién de Ingla- terra parecia ser inminente. Alli, no sélo recibi mi primera leccién de sociologia, sino que Elias me ensefié que “los equilibrios de poder més o menos fluctuantes constituyen un elemento integral de todas las relaciones humanas” (1971, 76-773 la traduccién es mia). Elias comparé el cambio de los equilibrios de poder con un juego; silos equilibrios cambian y generan ganancias para un conjunto dererminado de compaferos (individuos, gru- pos o sociedades enteras) y pérdidas para otro; ast, una serie acumulativa de ganancias podrfa acabar por construir monopolios de poder y, al mismo tiempo, generar esfuerzos para poner a prueba y desestabilizar las posicio- nes favorecidas, En tales juegos, qui2d se provoque la violencia y la guerra; pero también es. posible interpretarlas en téminos correlatives como fené- 20 Ene R. Wour menos interdependientes y no como las manifestaciones de un desorden destructivo. Concebir el poder en rérminos correlativos, en vez de imaginarlo como un “paquete de poder” concentrado, tiene la ventaja adicional de que nos permice considerar el poder como un aspecto de muchos tipos de selaciones. El poder funciona de manera distinta en las Telaciones interpersonales, en. los medios institucionales y al nivel de las sociedades. Para mi ha sido de gran utilidad distinguir entre cuatro maneras en que el poder se entreteje en las relaciones sociales. La primera es el poder de la potencia o la capacidad (que se considera inherente a un individuo. En este sentido nietzscheano, el poder destaca la manera en que las personas entran en un juego de poder, mas no explica de qué se trata ese juego. Un segundo tipo de poder se mani- fiesta en las interacciones y las transacciones entre la gente y se refiere a la capacidad que tiene un ego para imponerle aun alzer su voluntad en la accién social (el punto de vista weberiano). No se especifica la naturaleza de Ja arena en la que se desarrollan estas interacciones. En la tercera modalidad, el poder controla los contextos en los que las personas exhiben sus propias capacidades e interacttian con los demés. Este sentido centra la atencién en los medios por los cuales los individuos o los grupos dirigen o circunscriben «las acciones de los dems en determinados escenarios. Llamo a este modo el poder tdetico o de organizacién. “z_ Sin embargo, existe una cuarta modalidad sobre la que deseo enfocar la . presente investigacién: el poder estructural. Me refiero al poder que se ma- * niffesta en las relaciones; no sélo opera dentro de’escenarios y campos, sino que también organiza y disige esos mismos escenarios, ademés de especificar la direccién y la distribucién de los flujos de energfa. En términos marxis- tas, se trata del poder para desplegar y distribuir la mano de obra social. Esta es también la modalidad de poder a la qué se refiere Foucault al hablar de “gobierno” que significa el ejercicio de “la accién sobre la accién” (1984, 427- 28). Estas relaciones de poder constituyen el poder estructural. Marx abor- dé las relaciones estructurales de poder entre la clase de los capitalistas y la beropvcctéx 21 clase de los trabajadores, mientras que a Foucault le interesaron, sobre todo, las relaciones estructurales que rigen la “conciencia”. Deseo examinar las for- mas en que interactian las relaciones que tigen, la economia y la organi- zacién politica con aquellas que moldean el proceso de formacién de las ideas, para que el mundo se vuelva comprensible y manejable. Las ideas o los sistemas de las ideas no flotan, claro esté, en un espacio incorpéreo; adquieren sustancia a través de la comunicacién en el discurso y la realizacién, Por lo tanto, necesitamos prestar atencién a la manera en que las ideas se comunican, de quién a quién y entre quién. La palabra “co- municacién” (generar, enviar y recibir mensajes) se usé cominmente en la década de 1950 (por ejemplo, Ruesch y Bateson 1951) pero, después de un breve reinado, cedié el trono al “significado”, No obstante, sigue siendo un término Util, debido a que abarca tanto los mensajes que se expresan a través del lenguaje humano como aquellos que se transmiten por medios no verbales. La comunicacién no verbal abarca muchos modos a través de los cuales se envian los mensajes. Estos se transmiten por medio de gestos hu- manos y de las actitudes corporales 0 también, de manera iconogestica gra- cias a exhibiciones de objetos y representaciones. ‘Ambos modos de comunicacién proporcionan vehiculos para transmitir ideas, pero los mensajes deben plasmarse primero en ebdigos culturales y lingiiisticos adecuados. Para hablar y entender una lengua es necesario acce- der a sus cédigos linglifsticos, con el fin de poder identificar sus fonemas y ‘morfemas, asi como la sintaxis por la cual dichos elementos se combinan for- malmente, De manera similar, para participar en un ritual, ¢s indispensable contar con un libero formal de los actos que se requieren, que estén estable- cidos en los cédigos de memoria de los participantes o bien en las instruc- ciones escritas que se le dan a un auditorio expectante. Los cédigos disponen log elementos constituyentes del mensaje de modos particulares, para comu- nicar qué concepto o congeptos s¢ transmitirdn a un auditorio y la manera en que éste deberia descifrar los mensajes que escucha. Sin eédigos, no habria comunicacién y, en la medida en que todas las relaciones sociales implican la za) Enie R. Wor comunicacién, también deben emplear cédigos y participar en actividades de codificacién y desciframiento. Ast, este concepto del cédigo y de los cédigos se puede aplicar no sélo al lenguaje y a la conducta formalizada como el ri- tual, sino también a otras facetas de la vida cultural. Por ejemplo, podemos hablar de los cédigos de la vestimenta, los cédigos culinarios, los de la con- ducta adecuada o aquellos que rigen el hecho de tegalar flores Sin embargo, estos cédigos no deberfan considerarse como patrones fijos que prescriben la forma en que debe vivirse la vida social. Varian de acuetdo con los contextos sociales en los cuales se despliegan, ya sea que éstos se encuentren al nivel del hogar, de la familia, de la comunidad, de la regién 0 de la sociedad en general. También cambian de acuerdo con el campo al que se dirigen (como la economia, la politica o Ia teligiéa) y de acuerdo con las caracterfsticas sociales de las partes que integran el proceso de comunicacién, incluyendo su origen social, género, edad, medio educativo, ocupacién y clase social. Dado que estas clasificaciones sociales implican aspectos varia bles en el acceso al poder, las semejanzas 0 diferencias del mismo nos ayudan a definir quién puede ditigirse a quién y desde qué posiciones simétricas 0 asimétricas. A su vez, la red que forman estos rangos y posiciones establece los contextos para las distintas maneras en que se dicen o se llevan a cabo las cosas y codifica la forma de interpretarlas Asi, los procesos de comiinicacién deben llegar a un equilibrio entre, por un lado, la adhesién a los cédigos y a sus propiedades formales y, por el otro, elhecho de fomentar la variabilidad en su aplicacién. La adhesin a las reglas respalda la inteligibilidad y la coherencia; la variabilidad permite que la co- municacién se adapte a las circunstancias cambiantes, No obstante, estas operaciones de reproduccién o de variacién no tienen lugar en la mente de los individuos aislados. Los signos y los eédigos que se emplean poseen una cualidad tangible, puiblica, una realidad que cualquier persona que desee co- municarse debe tomar en cuenta; nadie puede simplemente inventar un Jenguaje o una culeura de manera individual. Los procesos para reproducir 0 modificar las tradiciones comunicativas son sociales y se transmiten gracias a ernest rey Jos participantes socializados que cuentan con medios y capacidades de fomnunicacién, los cuales se manifiestan en piblico y en contextos sociales, hs cacién, iimplican relaciones de poder flo mismo ocurze con las ideas. A di- ‘como todas las configuraciones sociales, incluyendo las de la comuni- ferencia de la vieja cancién revolucionaria alemana que proclamaba que los. pensamientos son “libres” (“die Gedanken sind fie’), los grupos de poder monopolizan las ideas y los sistemas de las ideas y los convierten en elemen- , si bien las ideas estén tos certados que hacen referencia a si mismos. Adem: sujetas a la variacién contextual, esta variacin se enfrenta a su vez a limites eseructurales, dado que los contextos también implican relaciones sociales y, asf, adquieren su estructura a través de los juegos de poder. Una cuestién lave es entender e6mo opera el poder en estos contextos para controlar una desorganizacién potencial. De manera més concrera, necesitamos investigar como se desarrollan los conflictos entre la tradicién y la variabilidad. Este tipo de investigacidn desvia la atencién de un anilisis interno sobre Ja manera en que los cddigos se configuran, cransmiten o alteran y la dirige hacia preguntas acerca de la sociedad en donde se envian y reciben estos mensajes. La ling®isticay la semi6tica exploran la mecénica de la comtunica- cién que sienta las bases dela significacién, pero atin no estudian aquello de lo que erata el acto de comunicacién, lo que afiema o niega acerca del mun- do, mas alld del veh{culo del discurso o del desempetio en sf. Los actos de comunicacién confieren atributos al mundo y los transmiten como propo- siciones a sus auditorios. Entre sus diversas tareas, el exndgrafo debe reunir Jos distintos pronunciamientos que se hacen de esta manera, sefila su con- sruencia o su disyuncién, los pone a prueba en relacién con otras cosas que se dicen 0 se hacen y supone qué podrian ser. El exndgrafo también debe relacionar estas formulaciones con los proyectos sociales y politicos que ra~ tifican el discuiso y el desempefio; ademés evalia la importancia de dichos proyectos en relacidn con la competencia que existe por el poder en las rela implica ciertos repertorios de ideass el én- ciones sociales. Esta competencia s fasis que se pone sobre un repertorio en vez de otro acaso afecre el resuleado 24 Ene R. Wour de las luchas de poder, ofreciéndole oportunidades a un conjunto de pattici- pantes y negdndoselas a otro. Sin embargo, el buscar respuestas a dichas preguntas también nos exig. sis alld del presente etnogréfico (el momento en el que el etadgrafo recaba y registra sus observaciones) para situar el objeto de nuestro estudio en el tiem- po. No estamos tras los acontecimientos histéricos, sino tras los procesos que apunalan y moldean dichos sucesos. Al hacerlo, logramos visualizarlos en el transcurso de su desarrollo, evolucionando a partir del momento en que esta- ban ausentes 0 eran incipientes, hasta el momento en que se vuelven extensos y generales. Podemos entonces hacer preguntas acerca de la causalidad préxi- ma y de las circunstancias contribuyentes, ai como acerca de las fuerzas que impulsan los procesos hacia su culminacién o su detetioro. EXPLORACIONES ANTERIORES El que yo emprenda este proyecto quizé resulte sorprendente para los lec- tores que consideran que mi trabajo se centfa, sobre todo, en los estudi campesinos y en la investigacién de los sistemas mundiales; tal vez opinen que ahora dejo atrés el terreno firme de la realidad para acercarme a la isla de la fantasia, me han interesado desde que supe que exiscia la antropologfa. La disciplina misma de la antropologia se inicié al enfrentarse con los modos, que en- tonces no resultaban familiares, de pensamiento y de creencias y se impuso jin embargo, este esfuerzo es la prolongacién de temas que la tarea de registrar y explicar sus formas y su significaci6n. Adolf Bastian, el cetndlogo alemén, establecié una distincién entre Elemennargedanken y Valker- -gedanken, las “ideas elementales universales’ y las ideas de ciertos pueblos particulates. Edward Tylor, el decano de la antropologfa en Gran Bretafia, quiso-mostrar‘cémo la mente evolucionaba a través de su capacidad para” distinguir entre el sujeto y el objeto. Muchos expertos esperaban identificar el origen y la razén de ser que tigen el “animismo”, el “totemismo”, los ritos Iwrropucers 25 de iniciacién, la magia o el sactificio. En estos intentos, lo que la gente pen- saba o imaginaba se consideraba como una manifestacién de sus facultades mentales particulares, una ejemplificacién de la “mente”, sin dar mucha atencién a sus vinculos con la econom{a 0 con la sociedad. A diferencia de esta absorcién antropolégica en lo que entonces se definis como “las creencias absurdas de los salvajes", durante el siglé xax los pro- tagonistas de las nacientes disciplinas de la economafa politica y la sociologia mostraron un escaso interés por el funcionamiento comparativo de la mente. Subestimaron la posible importancia de las ideas especificas de una cultura como reveladoras de la cultura esencial de las personas y conside- raron las ideas ante todo como las manifestaciones de los intereses sociales en el funcionamiento de la sociedad civil. Ast, un grupo de pensadores opiné que las ideas eran dimensiones de “culturas” distintivas mas no abor- dg cuestiones de poder; otros estudiosos de las emergentes ciencias humanas subrayaron el papel del poder en la sociedad, pero definieron las ideas, de manera absoluta, como los precipitados mentales de los juegos de poder, como “ideologia’, sin interesarse por su papel cultural como elementos de ofientacidn-e integracién. Mi esfuerzo actual espera reunir estas posturas analiticas, aparentemente opuestas, en una convergencia, aplicéndolas de manera conjunta a los casos descritos histérica y emogréficamente. En mu- chos sencidos, esto representa el resultado de varias exploraciones anteriores de mi trabajo y aborda sus problemas no resueltos. Llegué a la disciplina de la antropologfa en una época en que los estudios de “cultura y personalidad” habfan triunfado en los Estados Unidos sobre las investigaciones mds formalizadas de las distribuciones de los rasgos culeurales encl tiempo y en el espacio, La idea rectora era que cada cultura daba origen una personalidad comin, que luego se transmitia de manera transgeneracio- nal por medio del repertorio culeural de la crianza infantil, La socializacién y Ja aculeuracién comunes no sélo canalizaban los impulsos esenciales; también generaban censiones culturalmente inducidas y modos para liberarlas a través de la conducta y la fantasia. En ese entonces, se pensaba que este modelo no | fF 26 Enic R. Wout sélo se aplicaba a los grupos tribales pequefios y homogéneos, sino que podia abarcar las sociedades grandes y diferenciadas, tales como las naciones. A pesar de que, durante muchos afios, me gan¢ la vida dando clases sobre cultura y personalidad, yo dirfa ahora que esta tendencia, dentro de la antro- pologia, suscité importantes preguntas al investigar la manera en que las per- sonas, que provenfan de medios sociales y culturales diferentes, adquirian el conocimiento y la motivacién para ser actores y portadores de culeura en las sociedades a las que pertenecian. Para expresarlo en el lenguaje del marxismo cestructuralista, estas preguntas lidiaban con la manera en que “el sujeto” se > construa social y culturalmente, Sin embargo, los estudios de cultura y per- sonalidad limitaron su propia capacidad para encontrar respuestas por estar demasiado apegados a sus premisas rectoras de que las sociedades y las cul- turas eran homogéneas en su mayor parte y de que las causas de esta homo- geneidad yactan en las técnicas prevalecientes de crianza infantil, vistas més qué nada desde el punto de vista del psicoandlisis. Hoy en dia, se presta mucha mds atencidn a la diferenciacién y-la hete- rogencidad de las formaciones sociales y 2 la multiplicidad de los campos sociales, més alld del nivel de la familia y de la unidad doméstica.“El interés sobre cémo se forman los “sujetos” también habrfa sido més fructifero de haberse alimentado de otras disciplinas, desde la sociologta hasta el folklore, con el fin de comprender los fenémenos relevantes de forma procesal @ his- Cérica... con el propésito de preguntar de qué manera el régimen y la hege- monfa de clases, la politica del Estado, la ley y las instituciones piblicas, ademds de la educacién infantil, influyen en los modos de accién, las actitu- des y las ideas rectoras. Un esfuerzo reciente, que se mueve en esta direccién, es la adapracién que hace Pierre Bourdieu del concepto de Marcel Mauss de habitus, para mostrar cémo la gente adquiere “predisposiciones duraderas y transferibles” por estar condicionada al paisaje institucional de los escenarios sociales (Bourdieu y Wacquant 1992, 115-39). Dichas ptedisposiciones inclu- ‘yen los esquemas que ordenan la sociedad y se incorporan en el cuerpo hasta _que adquieren “todas las apariencias de la necesidad objetiva’. Esto permite Iwrropucei6x 27 investigar después el proceso a través del cual la gente despliega sus predis- posiciones en la vida cotidiana y emo los sistemas simbélicos llegan @ con- vertise en instrumentos de dominacién. En mj caso, debido a que me crié en Europa Central, donde muchas jdentidades nacionales, nacionalismos y estados-nacién eran de origen re- ciente y donde los antagonismos entre los grupos étnicos, las regiones y las clases amenazaban con desgarrar aquellas naciones que se habfan edificado dolorosamente a lo largo de un siglo, el modo del enfoque de “cultura y per- sonalidad” parecia ser totalmente erréneo para concepwualizar una toralidad nacional. Daba por sentado que un repertorio comtin de crianza infancil generarfa un solo carécter nacional y abstrafa la formacién de la personali- dad de los procesos histéricos que con frecuencia requerfan el uso de la fuer- may la persuasién para reunis a poblaciones diferenciadas bajo la égida de Jos estados-nacidn unificados. Mis propios inereses me hicieron aprender més acerca de dichos procesos. Las naciones crecieron con el tiempo gracias al mayor flujo de capital y de mano de obra; a a unificacién de monedas y medidas; ala urbanizacién y la rigracién del campo a las ciudades; a una participacién cteciente en la poli- tica; a la expansidn de la educacién formal, la difusién hegemsnica de las lenguas unificadas y la ampliacién de los canales de comunicacién; al entre- namiento militar universal y el establecimiento de obdigos legales universales; a la difusién de nuevas normas de conducta y de etiqueta relacionadas con la “sociedad civil” en expansiény asi como a a elaboracién y a la proliferacién de ideas clave que ensalzaban o criticaban a las nuevas colectividades. En mi opinidn, estas instituciories y sistemas de actividad merecian estudiarse por st mismos, Esto también se aplicaba a los distintos nacionalismos que se mani- festaban como sistemas de ideas y a los programas y puntos de vista sobre la independencia de las naciones que se proponfan en cada caso particular. Sin embargo, la expansién de la vida nacional no fue uniforme. Las na- ciones se construfan por sectores y de manera desigual y estaban marcadas por lo que el fildsofo alemén Ernst Bloch llamaba “la contemporaneidad de Q lo no contempordneo” (1962). Algunas personas y algunos grupos fueron atraidos 0 impulsados dentro de las drbitas centrales de la existencia na- ional; otros fueron ignorados, marginados o totalmente eliminados. Hubo ganadores y también perdedores, cuya distribucién en el terreno nacional y cuya representacién en las simbolizaciones de la nacién eran desiguales. En afios recientes, conforme los estados-nacién se asocian formando alianzas més amplias y participan en las redes trasnacionales del intercambio y del comercio, muchos de estos subgrupos y regiones han resurgido con de- mandas propias, poniendo a prueba los limites de la integracién dentro de las naciones. Ninguno de estos procesos, simulténeamente incluyentes y di- ferenciadores, queds reflejado en conceptos de “cardcter nacional” Codifiqué hace tiempo algunas de estas observaciones en un articulo que se publicé en espafiol con el titulo de “Ia formacién de la ngciép” (1953), pero que nunca se publicd en inglés. Alli, argumenté que la formacién de semejantes sociedades, diferenciadas ademas de estratificadas, 1 implica a ereacién de nuevas relaciones culeurales que les permiten a los nuevos grupos adaprarse unos 2 otros. Los sectores socioculturales deben aprendetlos y = apropidrselos. Esto ocurre cuando el sector que rige una sociedad establece su domiriacién sobze otra. También ocurte cuando.el cambio cultural dentro de * una sociedad provoca la aparicién de sectores socioculturales completamente nuevos, que establecen relaciones entre siy con los grupos que proporcionaron [a matte de la cual sugieron. Las diferencias de tiempo y lugar, asf como de la naturaleza de los sectores socioculturales y sus sistemas de'actividad, harian que este proceso se tor- nara desigual y vulnerable a los contflictos. Era més probable que el resulta- do favoreciera la aparicién de configuraciones sociales heterogéneas en vez de que se desarrollaran toralidades homogéneas nacionales o subnacionales. La manera en que los grupos y los sectores sociales se convierten en una naciéa, econémica, social y politicamente y en el campo de las ideas, era en- Ixraonucerds 29 ronces,y lo sigue siendo ahora, un problema que debe examinarse. Mi primer libro, Sons of the Shaking Earth (19592) (Pueblos y culturas de Mesoamérica)” jncenté ilustrar la trayectoria de México como una sucesién de las distintas formas en las que ciertos grupos y unidades, bastante variados, llegaron a entablar relaciones entre si, en diversas etapas alo largo del tiempo. Cada eta pa ylos procesos de integracién que la caracterizaron tuvieron efectos de rami- ficacién sobre lo que sucedesfa despues. Considero que gran parte de mi trabajo es un esfuerzo por ampliar esta perspectiva, por pensar cémo diferen- tes Conjuntos y organizaciones de personas, que operan en varios niveles terri- torialese institucionales, quedan reunidos en unidades més extensas, sélo para verse reorganizados y reubicados dentzo de configuraciones alternativas en un momento histérico ulterior. Yo creia en ese entonces, y lo sigo pensando ahora, que si querfamos abor- dar semejantes procesos, complejos y cargados de vensién, también tendrfa- mos que entender mgjor la forma en que se representan y expresan en el proceso de la formacién de las ideas. Mi primera propuesta, que se centré especificamente en la manera en que las ideas se relacionan con el poder, se dlabord dentro de un marco funcionalista. Una publicacién sobre “The Social Organization of Mecca and the Origins of Islam” (1952) argumenta- ba que la expansién del comercio subyirtié el separatismo del linaje en la ciudad, estableciendo las presiones hacia una nueva forma de organizacién que trascendiera la estrechez y las limitaciones de la organizacién basadas en labolengo. La nueva forma de organizacién fue la comunidad de los fieles (umma), edificada alrededor del cilto a un dios tinico y todopoderoso. Este dios, que anteriormente sélo era la deidad de los individuos que no perte- necfan a las unidades de parentesco, se instauré como la figura dominante de Ja colectividad entera, recodificada ya como un grupo unitario de creyentes ara el caso de los libros de Eric Wolfe maneuvo etl original en inglés seguido por el del edi- cidn en espafiol entre corchetes; én oe deme casos fueron rexpetadot ls ttulos en inglés slo cuan- do fue imposible encontrar ediciones en espaol, peso pata evitar confusones con las referencias se conservacon entre paréness lt fechas dels ediciones ctadas por Wl. [N. del E] 30 Enic R. Wor mds que como miembros de unidades separadas de familiares. Mi articulo no se bas6 en un profundo conocimiento de las fuentes drabes 0 del Medio Oriente y, debido a sus deficiencias, he sido objeto de merecidas criticas por parte de varios especialistas mejor informados que yo (Bickelman 1967; Aswad 1970; Dostal 1991). El funcionalismo estructural britinico también influyé mucho en dicha obra y, en términos propios, resulté ser relativamente inadecuado para relacionar, de manera funcional y causal, ios fendmenos reli- giosos con Ia estructura social. No obstante, si onect6 los cambios en la orga- nizacién social, entendidos como una estructura de derechos y obligaciones discribuidos, con los cambios en las representaciones colectivas (en este caso, la representacién de un “dios” uascendente) y lo hizo prestando atencién a la “forma de pensamiento” particular que inspiré dicho concepto. ‘Algunos afios después, traté de explicar la imagen de “The Virgin of Guadalupe” (1959b) como una representacién colectiva de la identidad na- cional mexicana. El icono de la Virgen desempefié una funcién importante en varios momentos coyunturales de la historia de México. En 1810, el padre Miguel Hidalgo, un sacerdote rebelde, inicié su movimiento de indepen- dencia de Espafia con un emblema de la virgen en su estandarte de batalla ‘en afios después, durante la Revolucién mexicana, los campesinos rebel- des que seguian a Emiliano Zapata decoraron sus sombreros de paja, de ala. ancha, con imagenes de esta virgen. La Iglesia catdlica nombré a la Guada- lupana “patrona de las Américas” y la basilica que alberga la imagen de “la Virgen Morena”, en la Ciudad de México, se ha convertido,en un impor- tante centro de peregrinacién para los habitantes de todo el pafs. Cuando fai a México por primera vez, en 191, muchas casas en los pueblos tenfan letreros que rezaban: “No somos protestantes ni comunistas... creemos en la Virgen de Guadalupe”. En este caso, las preguntas que me hice eran de qué moido el icono habia reunido los sentimientos y los anhelos de diversos estratos de la poblacién, desde los indios hasta los que no lo eran, y de qué modo pudo haber ocurrido esta convergencia en un simbolismo comin, ‘Més tarde, me di cuenta de que estas preguntas y el trabajo que se basé en r Isrropucei6x x dlas, eran poco usuales para su época. Abordaban cuestiones de poder dife- rencial en un momento en qué la antropologia en general tendfa a conside- rar que las costumbres nativas eran la expresién de una “cultura” estética. Introducfan la historia como una dimensién, obligéndonos a definir la crea- cién de un simbolo clave como el resultado de procesos que se desarrolla- ban alo largo del tiempo. Adelancaban la idea de que una representacién colecriva comtin podfa moldearse a partir de discursos ¢ ideas muy distin- tas, de personas que ocupaban diferentes posiciones sociales y culeurales. Un experimento ulterior y més ambicioso (1969) resulté insatisfactorio, Intenté crear y luego contrastar ciertas “homologias” estructurales en la so- ciedad y en el simbolismo del litoral cristiano, al norte del Mediterréneo y, en su lado musulmén, al sur. Esta obra se inspiré en los diversos estructura- lismos que estaban de moda en la década de los sesenta, como el del antro- pélogo Claude Lévi-Strauss y el de Lucien Goldman, un socidlogo de la literatura. Sin embargo, mi propio esfuerzo por pensar en estos términos proyecté un esquema demasiado abstracto y no histérico sobre elementos y niveles muy heterogéneos de la sociedad y la cultura. El resultado reforzé la leccidn de que el analisis estructural exigla prestar una gran atencién al cardcter especifico de los elementos, en un solo conjunto estructural ala ver No fue un atajo para el conocimiento. Intenté recordar esa leccién cuando més tarde escribi Europe and the Peo- ple Without History (1982) (Europa y la gente sin historia). El titulo era iréni- co; quise demostrar que todas las personas que quedaron atraidas por la érbita cada veo més amplia de la expansi6n capitalista centada en Europa sf tenfan sus propias historias y que éstas formaban parte de la nluestra y la nuestra, de ellas. Para hacer esa afirmacién, puse mucha atencién en los informes sobre las vidas y los destinos concretos de las personas, sobre todo para recalcar que la incorporacién én los circuitos del mercado y de la mand de obra, en circunstancias capitalists, no fue un proceso uniforme, sino que probablemente variaba de acuerdo con las condiciones que prevalecian en los distintos rincones del mundo. 32 Enc R Wot ‘All caracterizar el modo capitalista de produccién y la manera en que afec- 16 las formaciones sociales que atrajo hacia su érbita, cada vex més amplia, utilicé ciertos conceptos marxistas. Me parecié que estos conceptos eran espe- cialmente productivos para rastrear los lineamientos del poder estructural en relacién con la manera en que la mano de obra social se moviliza y se desplic- ga. Creo que siguen siendo valiosos pues exigen que observemos el proceso donde convergen la produccién material, la organizacion y la formacién de las ideas y el modo en que esta convergencia no esté congelada en un momento dado de la historia, sino que se despliega, en el tiempo y en el espacio, como cambios que gencran tensién. Ademés, plantean la pregunta acerca de cémo la divisién de la mano de obra en la sociedad (sobre todo en una sociedad divi- dlida en clases) interfiere con la produccién y la distribucién de las ideas. Me convenci de que el poder estructural en cualquier sociedad implica una ideo- logia que asigna distinciones entre las personas, basadas en las posiciones que étas ocupan en la movilizacién de la mano de obra social. “Algunos criticos argumentaron que, al adoptar este enfoque, yo estaba ven- diendo “cosmologfas del capitalismo” y que subestimaba el hecho de que mu- chos grupos alrededor del mundo se aferran a sus formas culturales y las usan para defender sus propios estilos de vida contra la invasién capitalist. Este puede ser el caso, pero también puede no serlosla naturaleza de la relacidn variable eftre el capicalismo y los escenarios en los que penetra sigue siendo una pregunta abierta. Es claro que existen grupos en los que sigue predomi- nando un conjunto de acuerdos culeurales, con exclusi6n de los demas, y re- chazan cualquier trueque que presente alternativas para su propio estilo de vida. No obstante, seguramente existen otros grupos en los que la gente pue- de combinas, y lo hace, distntos estos de vida y modos de pensar y aprende a negociar las contradicciones. Este rango de variacién demanda atencién y cexige una explicacién; plantea problemas que deben investigarse, no certezas que deben aceprarse. Si bien Marx y Engels siguen siendo importantes en nuestio cometido, esto no significa que su obra contiene las respuestas a todas nuestras pre- Istaopuceidy: 3 quntas. Sus escritos estén llenos de ideas pertinentes, junto con conceptos que se han invalidado desde entonces (que, segiin Maurice Godelics, son “caduques” (1970, 1i]). Si bien predijeron muchos aspectos cruciales del desarrollo del capitalismo, la realizacién de un fururo socialista no ha corres- smo, necesitamos en- pondido a la forma en que ellos la imaginaron, AS frentarnos al hecho de que el desarrollo de la lingiiistica, la antropologia, la sociologia y la neuropsicologfa, que ha tenido lugar en el siglo xx, cuestiona Ja manera en que Marx y Engels, al igual que muchos de sus contempo- rineos, definieron la “conciencia”. Hay una falta de ajuste entre los postu- Jados manxistas, por muy liberalmente que sean aplicados, y las formas en que los antropélogos se han dado a la tarea de describir y analizar otras cul- 4 nuras y sociedades, RES CULTURAS Bl enfoque antropolégico se ha distinguido por someter sus suposiciones a Ja prueba de los encuentros directos e intensivos con las poblaciones espe- cificadas en el nivel cultural. Este tipo de experiencia ha sido especialmente importante cuando resulta que la conducta observada en un sitio de inves- tigacidn y las declaraciones que alli se registran contradicen las expectativas del investigador. Los encuentros repetidos con las diferencias culturales hicieron que la antropologia tuviera cautela para no emitir juicios apresura- dos y que también mostrara cierta disposicién para que “las observaciones a pesar del acuerdo de que los hechos no pueden hablaran por s{ solas” cexpresarse sin la ayuda de un esquema teérico. Por lo tanto, para hacer frente al problema de cémo se conectan las ideas y el poder entre si, examinaré tres casos, siguiendo la tradicién antropolé- gica de tratar'de relacionar el comportamiento observado y los textos re- gistrados con su. matriz contextual, En cada uuno de los casos, intentaré delinear el vinculo entre el poder y el proceso de la formacién de las ideas, “ Enc R, Wour situdndolo en relacién con [a historia del pueblo y las’ formas y précticas materiales, de organizacién y significacién de su cultura. Las tres poblaciones que analizaré son los kwakiut! de la isla de Vancouver en la Columbia Briténica, los azrecas del siglo xv y xv1 de la zona central de México y los alemanes quienes, de buena gana o no, se convirtieron en los miembros de un Tercer Reich que supuestamente duraria mil afios pero que, en 1945, se derrumbé en medio del fuego y las cenizas. Los kwakiutl han sido dlasificados como una “jefatura’, los aztecas como un estado “arcaico” 0 “primitivo” y la Alemania nacionalsocialista como un distintivo estado “reac- cionario-moderno” que combiné la aparente modernidad del capitalismo y la tecnologéa con un fascismo reaccionario. Esta disposicién en serie resulta compatible con una secuencia evolutiva, pero mi objetivo no es aplicar un esquema semejante al estudio de estos tres sistemas sociopoliticos. Tampoco ime interesa hacer una comparacién sistemética entre los tres casos, aunque a veces los yuxtapondré con el fin de recalcar los contrastes o las similitudes que existen entre ellos Mi principal interés es analitico; deseo descubrir qué podemos sacar a la luz al explorar la relacién que existe en estos casos entre el poder y las ideas. ‘Me concreto a estos tres casos porque cada uno de ellos se caracteriza por re- pertorios inusualmente evocadores y complejos de ideas y précticas basadas en dichos repertorigs. Hace cuatenta afios, Kroeber sugirié que legariamos a comprender las dimensiones y los limites de la naturaleza humana al eva- luas, de manera comparativa, “las expresiones més extremas, jamds encon- tradas en las culturas particulares, de las diversas actividades y cualidades de la cultura” (1955, 199). Ofrecié, como ejemplo de una de estas “expresiones mds extremas”, el caso del sacrficio humano entre los antiguos mexicanos. En esta obra presento, como otro caso extremo mds, el de la Alemania na- cionalsocialista pues su ideologia influyé en Ja matanza planeada de millo- nes de personas. También he afiadido el caso de los kwakiutl, uno de los grupos que Kroe- ber incluyd en su registro de las “Civilizaciones menores de los grupos Inrronucerdse 35 nativos de Estados Unidos” (1962, 61) caracterizada por “una inusual incensi- dad de su actividad” (1947, 28). Mauss coment6 acerca del ritual de regalos que los caracteriza el potlatch, que “semejante sincretismo de los fendmenos sociales es, en nuestra opinién, inico en la historia de las sociedades huma- Allen 1985, 36) y recurrié a su etnologia para escribir su famoso Esai sur le don de 1925 (Mauss 1954). Durante mucho tiempo, estos regalos sirvie- ron como casos-tipo de consumo conspicuo (por ejemplo, Herskovits 1940) Ruth Benedict describié a los kwakiutl como “una de las culturas aborigenes nds vigorosas y vitales de América del Norte”, pero dijo que también actua- ban de cierta manera que en nuestra culeura se considerarfan como “megalo- maniaca y paranoica’; lo que era anormal entre nosotros constitufa, en la costa noroeste, “un attibuto esencial del hombse ideal” (en Mead 1959, 270, 275). Estos juicios se han cuestionado por equiparar las exhibiciones rituales del antagonismo y la retérica con la psicodindmica personal. En esta obra, mi interés se centra precisamente en esa ideologfa y en esos extravagantes rituales. Estas tres culturas son ejernplos de un intenso drama que desafié 1a capacidad y la credibilidad de cualquier observador o analista. Sin embargo, al mismo tiempo, magnificaron y exhibieron estructuras y temas que tal vez serfan més discrevos y velados en los pueblos que tienen estos de vida menos enérgicos. Claro esté, semejante afirmacién puede parecer cualitativa ademas de subjetiva; pero cuenta con el respaldo de importantes pruebas. Una de tareas seré evaluar dichas pruebas y sugerir otras explicaciones cuando ast se justifique. Cada caso mostrar cSmo las personas implicadas reaccionaron ideol6gicamente ante las crisis percibidas, pero también intentaré sefialar de ‘qué manera las ideas y las acciones pertinentes que se basaron en ellas esta- ban arraigadas en los procesos materiales de la ecologia, la economfa, la orga- nizacién social y los juegos del poder politico. Més atin, dado que las crisis son una parce esencial de la vida cotidiana, debemos reconocer que la distin- cidn generalmente aceptada entre periodos de notmalidad y periodos de cxi- sis resulta, en gran, medida, ficticia. Por lo tanto, las respuestas ideolégicas 36. Enc R. Wour ante una crisis no estén tan divorciadas ni separadas del continuo tréfico en las construcciones y representaciones que dependen de la mente, como a ‘veces lo hemos pensado. Asi, es posible que estos tres casos “extremos” y acentuados no estén tan alejados de nuestra experiencia cotidiana como po- dsfamos suponer y esperar. ‘Al examinar cada caso, emplearé un enfoque de integracién descriptiva. Con este término sitio cada caso en el espacio y en el tiempo, retino infor- imacién existente para mostrar las relaciones que existen entre los campos de lavida del grupo y defino las fuerzas externas que interfieren con las pobla- Esta idea fixe desarrollada por Kroeber, quien hablé de 7), y Robert Redfield la retomé ciones estudiadas. “integracién conceptual” en 1936 (19525 7 como “integracién descriptiva” (1953, 730). Estos investigadores buscaban un enfoque especificamente antropoldgico que conservara la “calidad” de los fendmenos y sus relaciones entre sf, en el tiempo y en el espacio, a diferen- cia de una ciencia generalizadora y abstracta. En mi opinin, los dos esfuer- 208 no se oponen; aunque son distintos, conjuntan mécodos para abordar el mismo material. La descripcién y el andlisis de los fenémenos necesaria- mente implican una seleccién, Ia cual da prioridad a ciertos tipos de infor- macién sobre otros, segtin las pérspectivas tedricas de cada quien. Dichas perspectivas, a su vez, se basan en generalizaciones desarrolladas dentro del proyecto antropoldgico més amplio de la comparacién. En los tres casos, también se plantea la pregunta de qué pruebas podemos usar para hacer la integracién descriptiva. Cada uno de los tres nos llega por medio de’distintos tipos de registros y cada tipo requiere de un manejo ade- cuado en sus propios términos. Creo que estas pruebas se interpretan mejor cuando se ubican dentro de los contextos de la vida social y cultural, situa- dos dentro de los parémetros de una economia politica determinada. Seme- jante andlisis/nos permitird localizar a distintos grupos humanos en el ‘mundo natural y hacer manifiestas las formas en las que se transforman a sf mismos al transformar su habitat. Para entender cémo se lleva a cabo este proceso, debemos fijarnos en el sujero que administra la mano de obra dis- heropucciow x ponible en esa sociedad y en la manera en que esta mano de obra es dirigida a tavés del ejercicio del poder y de la comunicacién de las ideas, Podriamos analizar cada caso centrindonos exclusivamente en la conducta observada, pero se perderfa mucho si habléramos sobre la motivacién que se refleja en las ideas, las ideas complejas que dependen de la mente y que impulsan ala gente a participar en el potlatch, en el sacrificio humano o en las celebra- ciones de la “superioridad racial”. Estas ideas adoptan formas propias que pueden deducirse directamente de hechos materiales o sociales, pero estén implicadas en la produccién material y en la organizacién social y, por ende, es necesario entenderlas en dichos contextos. Escribo estas Iineas como antropélogo, pero como un antropélogo para quien su disciplina es un vinculo que forma parte del esfuerzo general que hacen las ciencias humanas por entender y explicar las multiples condiciones humanas. Historicamente, la antropologia debe su posicidn al hecho de que se interesé, sobre todo, por los pueblos que, durainte mucho tiempo y de manera equivo- cada, se consideraron como marginalese irelevantes en la biisqueda de la civi- lizacién, Esta experiencia les permitié a los ancropélogos ocupar una posicién ventajosa al observar de manera comparativa alos pueblos, tanto dentro como fucra de los limites establecidos por los voceros dé la modernidad progresista El otro factor principal que ha determinado el papel especial que tiene la antropologfa entre las ciencias humanas ha sido su método de investigacién y cl hecho de que los antropélogos se van a vivir, durante periodos prolongados de tiempo, entre las personas a las que desean estudiar. Esto les permitié a estos investigadores no sélo obtener puntos de vista mas completos sobze la ‘manera en que las personas vivian su vida, sino también enfrentarse a las dis- crepancias entre los propésitos anunciados y el comportamiento de facto. Muchas veces, la conducta no logra seguir los guiones que aparecen en los dis- cursos y en los textos; con frecuencia también obedece a razones ocultas que no responden a abjetivos ideales. El hecho de experimentar dichas discrepan- 38 cias ha hecho que, profesionalmente, muchos antropélogos muestren recelo en relacién con los estereotipos de otras culturas, que en ocasiones sus colegas de otras disciplinas afines proponen de una manera poco critica Sin embargo, aunque sof sagaces en estos asuntos, los antropélogos tam- bién han demostrado ser obtusos. Al adherirse a un concepto de “cultura”, considerada como un aparato mental, autogenerado y autopropulsado, de normas y reglas de conduct, esta disciplina ha tendido a pasar por alto el papel que tiene el poder en la forma en que la cultura se crea, conserva, mo- difica, desmantela o destruye. Nos enfrentamos a una situacién de ingenui- dad complementaria, en donde la antropologfa ha hecho énfasis en la cultura y ha despreciado el poder mientras que, durante mucho tiempo, las demas ciencias sociales desestimaron la “cultura’, hasta que ésta se convirtié.en un lema de los movimientos que buscaban obtener él reconocimiento étnico. Este estado de cosas tiene una historia, El capitulo que sigue, “Conceptos polémicos”, examina la forma en que el pasado ha influido para moldear nuestras capacidades tedricas en el presente, Alli, tomo en cuenta los Sinte- cedentes histéricos que fueron los primeros en dar lugar a nuestras ideas ted- ricas y delineo las circunstancias que a veces los convirtieron en palabras de lucha en las contiendas politicas e intelegtuales. Luego, analizo los tres casos Los lectores que se interesen por la historia de las ideas tal vez quieran seguir de cerca los arguments eni “Conceptos polémicos"; los demds tal vez deseen pasar ditectamente al estudio de los casos. Sin embargo, el ordenamiento de los capitulos tiene un propésito. Si, como lo escribié Karl Mane, “la tradicién de codas las generaciones muertas pesa coms una pesadilla sobre el cerebro de los vivos” (1963, 15), esto se aplica tanto a las antropélogos como a las perso- nas que ellos estudian. El comprender de dénde venimos establece las condi- ciones para que nos abramos paso a través del material de nuestros casos y para las conclusiones que saquemos de ellos. 2 CONCEPTOS POLEMICOS ‘Al querer relacionar las ideas con el poder, nos adentramos en un terreno intelectual que muchos otros ya han explorado, si bien como respuesta a propésitos distintos a los niuestzos, Los esfuerzos que se hicieron en el pasa- do nos han dejado una reserva de conceptos; podemos apropiarnos y usar algunos y otros tal vez ya no nos sean de utilidad. Los legados siempre son probleméticos y debemos ordenarlos para responder a nuevos proyectos. Por cjemplo, la antropologia ha entendido las “culturas” como complejos de propiedades distintivas; incluyendo diversos puntos de vista sobre el mun- do; pero, durance mucho tiempo, no presté atencién a la manera en que estos puntos de vista formularon el poder y ratificaron sus efectos. Las demds ciencias sociales han abordado este tema con el nombre de “ideo- logia", considerando que'la cultura y Ia ideologia son opuestas, no comple- mentarias in este contrast, la “culeura” se utli2é para sugerir un campo de Jazos comunitarios {ntimos que unen, mientras que la “ideologia” suftié un cambio de significado que empeors Ia situacién. Otros conceptos perti- nentes tamt se han transformado de manera similar. Dichos cambios de significado y evaluacién tienen una historia, que necesitamos conocer para aclarar las cuestiones intelectuales que estén en juego. Si usamos los términos, sift tomar cn cuenta las suposiciones tedricas y los contextos histéricos subyacentes, quid adoptemos conceptos no anali- zados y llevemos sus engafiosas connotaciones a otras investigaciones. El ras- bo) Enc R. Wor trear la historia de nuestros conceptos acaso también nos ayude a percibir la medida en que se incorporan los esfuerzos intelectuales y politicos que siguen reverberando en el presente. ‘Tres cuestiones relacionadas entre sf han persistido en la historia de los con- ceptos que son significativos para este estudio. La primera de els es la vision de la marcha de la humanidad hacia un reino universal de la Razdn; esto se contrapone al énfasis que se hace sobre la imporcancia de las formas distinci- vas del ser humano, las cuales gobiernan a las personas por medio de las emo- ciones més que del intelecto. Esta cuestién implicaba otra; si la tradicién y las costumbres dominaban a tal grado la vida humana, zcual era entonces la re- lacién que habia entre los ideales culeurales y la conducta real? :Acaso la tradi- cién exigia un curso de accidn, mientras que la conducta segufa una direccién distinta? Esta pregunta planteaba una tercera cuesti6ns :cémo esté constitui- da la mente humana para poder lidiar con la experiencia? ;Se componen las ideas, “los étomos y las moléculas de la mente”, de imégenes gracias a una “quimica mental”, a partir de sensacionesue provienen del mundo exterior (Popper y Eccles 1983, 194)? ;O acaso las costumbres controlan la mente humana a tal grado que los estimulos externos sélo pueden manifestarse en la conducta después de pasar por los detectores cognoscitivos del lenguaje y {a cultura, los cuales los procesan en patrones de accién? La antropologia se enfrent6 a estas interrogantes en una secuencia de cencuentros histéricos y, en consecuencia, creé su reserva de ideas de traba- jo. Cada encuentro provocé reacciones que después formaron las posturas que se adopraron durante el siguiente viraje. Los protagoniscas'de la Tlus- tracién abordaron la oposiciéa de Ia Razén contra la Costumbre y la Tiadi- cién, enfrentindose a sus adversarios, los defensores de lo que Isaiah Berlin lamé la Contrailustracién (1982). A rafz de este debate, Marx y Engels ‘ransformaron los argiumentos propuestos por ambos bandos en una critica revolucionaria de la sociedad que dio origen a ambas posturas. A su vez, los argumentos que expusieron estos criticos provocaron una reaccién contra todos los, esquemas universalizadores que visualizaban un movimiento ge- Coscerras ranéatcos a neral de trascendencia para la humanidad. Este particularismo se diigié contra los fisicas newtonianos, la biologia de Darwin, la megahistoria de Hegel y las criticas marxistas, sobre:la cuestionable premisa de que todos supeditaban el mundo humano a algiin objetivo teleoldgico fundamental EI blanco principal de dicha reaccién fue él marxismo, el cual suscité mu- chos ataques por su tendencia a aplicar los métodos cientificos a todos los campos y su prediccién de que el socialismo derrocaria a la sociedad. Algunas de estas crfticas adoptaron la forma de un rechazo hacia cualquier cosa que tuviera que ver con la “metafisica’. Varios inconformes quisieron ponerse a la seduccién que ejercfa Ia elaboracién de teorias abstractas y regresar a lo-clemental, a una relacién més “natural” e “inmediata” con los pechos de “la vida real”, Otros se negaron a aprobar cualquier aplicacién de Jos métodos derivados de las ciencias naturales al estudio de la historia, la li- reratura y las arves, Insistieron en que estas disciplinas lidiaban con la “mente” y; asi, con fenémenos que eran irregulares, subjetivos y vividos. Se atgumentaba que dichos fenémenos no podian abordarse con los procedi- rmientos objetivadores, emocionalmente neutrales y generalizadores de las ciencias naturales, sino que requerian metodologias adecuadas propia. 1a discusién reroma los argumentos que se propusieron de manera suce- siva en cada “viraje” y analiza algunas de sus implicaciones. Se inicia con el conflicto que hubo entre la Iustracién y sis enemigos, pues la disciplina an- tropolégica como un todo debe su identidad a las antinomias que entonces se pusieron de manifiesto. En efecto, la antropologfa ha derivado la mayor parte de su energia de Los esfuerzos para negociar entre estos distintivos mo- dos de entender el mundo. LA ILUSTRACION La Ilustracién, un movimiento filos6fico que tuvo lugar eri Europa a finales del siglo xv y durante el xvi, surgié como un esfuerzo para sacudirse el peso 2 Enc R. Wor de las instituciones y las ideas, que habfan sumergido al continente en bru- tales conflictos religiosos y politicos, y para renovar la esperanza al proponer un nuevo punto de vista sobre las posibilidades humanas. A diferencia de las opiniones anteriores, que consideraban que la condicién humana estaba con- taminada por “el pecado original”, para los ilustrados los seres humanos no eran ni buenos ni malos, sino perfectibles. Hablaron é favor del racionalismo y del empirismo y sometieron las configuraciones sociales y politicas a un anilisis escéptico en donde, al parecer, se comprobé que carecfan de estos ideales. Para mejorar a la humanidad, propusieron nuevas formas de apren- dizaje no teolégico como vias de reforma. Se enfrentaron a numerosos movie mientos que aparecieron a finales del siglo Xvill y a principios del xx para ‘ponerse a esas afirmaciones, junto con los estilos ifftelectuales y politicos que se asociaban a ellas. Debernos el concepto de “ideologia” a'la Ilustraciéns el concepto de “cultura”, as{ como el de “sociedad”, se derivan de los esfuerzos por revertir los efectos de ese movimiento. La Ilustracién contemplaba el pasado y el futuro del mundo usando con- ceptos tan poderosos y, sin embargo, tan abstractos como la Raz6n y el Pro- sgeso. Sus defensores hablaban en nombre de una humanidad comin y universal. Esperaban disipar la oscuridad de la Edad Media al exponer la conciencia a la luz esclarecedora de la raz6n y al liberar el instinto y el talen- to natural de las ataduras de Ja mojigaterfa y la hipocresia acumuladas. “Berase I infare!” exclamé Voltaire y su grito era un llamado para destruir el dogma religioso y la supersticidn, abolir el error e instaurar el régimen de Ja verdad basado en la razén. No todos los lideres de la Iustracién pensaban igual y el movimiento adop- «6 varias formas en distintas regiones de Europa. Algunos de sus defensores, como Condillac y Rousseau, combinaron en su obra argumentos tanto a favor como-en contra, como lo hicieran después algunos de los romdnticos que se convertirfan en sus opositores. As, Condillac creia que la raz6n era funda- ‘mental tanto en la naturaleza humana como en el lenguaje, pero también apoyaba a los antagonistas del universalismo al subrayar “la cualidad culeural Concertos rouésicos 8 de las lenguas nacionales” (Aarsleff 1982, 31). Rousseau centré la mayor parte desu obra en dilucidar los predicamentos generales del sex humano, pero tam- bién dio gran importancia a los particularismos hist6ricos y culturales, como cuando se present como un “ciudadano de Ginebra’, en su proyecto para hacer una constitucidn corsa y en su plan para crear un gobierno en la Polo nia recientemente independiente (Petersen 1995). Por el contrario, los prota- gonistas ingleses y franceses de la Tustracién ejercieron una gran influencia en Immanuel Kane, su contraparte alemana, asi como en el fildsofo nacionalista Fichte (a quien algunos llaman el primer nacionalsocialista) y en Herder y Von Humbolde, los relativistas linguisticos que egaron a ver en el lenguaje la ex- presién més depurada de un Volkeis. Algunos ilustrados pensaban que la raa6n encarnaba en la légica y en las mateméticas; otros imaginaban un regre- soala Naturaleza por medio de la educacién de los sentidos. Muchos conside- raban la instruccién como el instrumento principal para corregir el “error”, mientras que otros querfan instala la verdad acabando con la dominacién social que ejercian “los tiranos y los sacerdotes’; alli donde los opresores ensombrecian el verdadero furicionamiento de la raz6n, su luz podia reavi- vatse eliminando a esos principes de la oscuridad. Otros mds identificaron el filo cortante de la razén con la novedosa méquina del Dr. Guillotine. No obstante, todo habria resonado con sapere aude, el.lema de Kant que era un llamado a animarse a usar la raz6n individual para obtener y aplicar el conocimiento. En opinién de Kant, la Tlustracién le permicirfa a la huma- nidad despojarse de su inmadurer, fomentada por a dependencia en la orien- tacién de los demés, y adquitis una verdadera’ madurez, basada en el uso auténomo de la razén, Esto significaba, en la prictica, que los seres hamanos podian superar los Ifmites levantados por la tradicién cultural y la domina- cién politica y enfrentarse al mundo de manéra racional, ligiendo los me- dios mis eficientes para alcanzar los fines posculados, Sin embargo, el llamado a la razén euvo sus consecuencias. Uno no debe olvidar quién estd usando la razén, la racionalidad, la légica y la neutralidad emocional para hacerle qué a quién. ‘Conforme los estados y las empresas en 4 Eaic R. Wour todo el mundo adopraban el llamado a la raz6n de la Hustracién con el fin de mejorar su eficiencia administrativa, la aplicacin de la légica instrumen- tal impuso con frecuencia un precio exorbitante. El gobierno de la razén les resulté muy atractivo a los administradores de los estados y a los empresarios, privados, asi como a cientificos ¢ intelectuales. Al ser adoptado por estos estratos, les dio un sentimiento profesional de superioridad, que ellos podian dirigir conera la terquedad no ilustrada de los demés. Aquellos que se encar- gan de dispensar la razén pueden catalogar con presteza a los demés como copositores del progzeso. Desde entonces hasta ahora, los protagonistas de la razén se definen a sf mismos como los apéstoles de la modernidad. Han propugnado la industrializacién, la especializacién, la secularizaci6n y la asig- nacién burocrdtica racional como opciones razonadas, superiores a la depen- dencia no razonada de la tradici6n. Una de las ideas que surgié a rafa dela agitacién provocada por la Tlustra- cién fue la “ideologia’. De hecho, Antoine Destutt de Tracy (1754-1836) in- vvent6 esta palabra; él se consideraba como el heredero intelectual de Etienne Bonnot de Condillac, el filésofo del siglo xvi Al argumentar contra la aceptacién que hizo Descartes de “las verdades evidentes por s{ mismas”, Condillac abogé por “el testimonio de los sentidos”, que se obtenia a través de la observacién y el experimento, como lo afirmaban los empiticos britd- nicos Francis Bacon y John Locke. En 1795, a raz de la Revolucién Francesa, la Convencién Revolucionaria le solicits a Destutt de Tracy que ereara un centro de investigacién para “analizar las sensaciones y las ideas” dentro del Institut National, de reciente fundacién. Destutt de Tracy definié la ideo- logia como la “science des idées” (Barth 1974, 9); su libro sobre los Eléments didéologie de r80x (1824-1826) imaginaba el programa de investigacién del nuevo centro como un esfuerzo por estudiar las ideas de manera naturalistaJ como una parte de la zoologia. Para lograr este objetivo, Joseph-Marie De- gérando (1772-1842), uno de los miembros del instituto, elabord una gufa de estudio en apariencia muy moderna para llevar a cabo una etnografia de los nativos de Australia, Concertos ratéatcos 45 ‘Sin embargo, pronto se hizo evidente que los “idedlogos” persegufan fines contradictorios (Hall 1978, 10). En un primer nivel, querfan entender cémo Ia gente percibfa las sensaciones, las transformaba en ideas y luego comuni- caba estas ideas 2 los demas. A otro nivel, esperaban que dichos estudios no sélo esclarecieran los procesos del pensamiento sino que también generaran teorlas que liberaran el pensamiento del “yugo de los prejuicios”. Ast, desde d principio el estudio de la ideologia se centré en el deseo de someter las ideas a la desapasionada mirada de la ciencia; y también en el deseo de de- finir las ideas verdaderas que pudieran fundar unia sociedad justa y aumen- tar la felicidad humana. La contradiccién pronto suscité la ira nada menos que de Napoleén Bonaparte. Este ingresé al instituto con mucho entusias- mo en 1797, durante los afios de su ascenso al poder. No obstante, una vez que se embarcé en su carrera militar y tuvo que renegociar las relaciones con Ia Iglesia catdlica, empezé a considerar 2 los “idedlogos”, republicanos y li- brepensadores, como obstéculos para asumir la autoridad imperial. Acusén- dolos de fiundamentar las leyés de los hombres en una “sombria metafisica” en vez de basarlas en “un conocimiento del corazén humano y de:las lec- cones de la historia’, Napoleén disolvié en’1803 la seccién de investigacién. Para él, los idedlogos se convirtieron en sus mayores enemigos imaginarios, decididos a provocar su ruina. Después de la desastrosa campafia de Rusia, cn 1812, llegé incluso a denunciarlos como la causa principal de “todas las desgracias que han caido sobre nuestra amada Francia” (en Barth 1974, 27). LA CONTRAILUSTRACION Arratz de la Revolucién Francesa, que primero quedé marcada por el Terror y luego por la expansidn militar napoléonica, muchos seguidores de la Ilus- ttacién desertaron de la causa convencidos, como Francisco Goya, el pintor espafiol, de que el suefio de la razdn engendra monstruos. Otros protagonis- tas de la incipiente Contrailustracién fueron verdaderos reaccionarios que se 46 Eme R, Wout copusieron a cualquier partido que proclamara la libertad, la igualdad y la fracernidad universal para toda la humanidad. Se sintieron directamente amenazados por la revolucién en Francia que, de un solo yrfuerte golpe, abolié las distinciones entre los aristécratas y los plebeyos. Otros més bus- caron defender los sentimientos, la fe y la tradicién local contra la invasién de la Razén proclamada por los ilustrados. Esta reaccién se originé en las procestas de la gente (encerrada, de maneta egocentrista, en los acuerdos de las comunidades particulares) contra la nivelacién y la destruccién de sus arreglos acostumbrados. Juntas, estas distintas y conservadoras reacciones al cambio encendieron la primera llama de un paradigma relativista que més tarde se desarrollé hasta convertirse en “la cultura’, un concepto antropolé- gico clave. A estos conservadores pronto se les unieron los reclutas del nuevo cuadro de “nacionalistas”, quienes llegaron a resentir la forma en que la Francia revo- lucionaria habla expandido su dominio y su influencia en el extranjero. Estos flamantes nacionalistas protestaron contra las conquistas de los ejércitos revo- lucionarios y también contra las declaraciones que hacfan los franceses de que estaban otorgando nuevas libertades al abrogar las costumbres locales e ins- taurar nuevos cédigos legales civicos, basados en las premisas de las en- sefianzas de la Iustracién, La reaccién contra Francia se intensificé en las Alemanias, principalmente en las regiones asociadas con Prusia, aunque los grupos de otras regiones, como Renania y Baviera, simpatizaron durante mu- cho tiempo con la causa revolucionaria. Con frecuencia, el conflicto entre la Iustracién y la Contralustracién en las Alemanias se representa Gomo una batalla en pro del espiritu alemdn, que se libré entre Francia y los verdadeios patriotas alemanes; pero, durante algunas décadas, las actitudes no estuvieron polarizadas con tanta claridad. fAsi, Kant, Hegel y Fichte recibieron con en- tusiasmo la legada de la Revolucién Francesa y todos le debian mucho a Rousseau. Herder, quien se convirtié en un gran defensor de las identidades nacionales, recibié la influencia de Condillac, mientras que Wilhelm von Humboldt, uno de los lideres del movimiento prusiano de renovacién, vivié | Concerros routnicos 2 varios afios en Paris, en asociacién con los idedlogos de Destutt de Tracy. Algunos individuos muy influyentes, tales como Johann Georg Hamann (4730-1788), el béltico “Sabio del Norte”, fueron ilustrados durante la primera parte de su vida y enemigos del movimiento durante la segunda. Sin duda, la jdencidad feancesa y la alemana acabaron por oponerse una a la otra, pero éste fue el resultado de un largo proceso de cambio politico y no el resultado de una repulsién cultural instanténea, como los nacionalistas de ambos bandos Jo han afirmado. A grandes rasgos, allf donde la Tlustracién ensalzaba la raz6n, la Con- tmailustracin afirmaba creer en la fe y en la sabiduria primordial de los sen- tidos, Hamann proclamé que Dios era “un poeta, no un matemético”; la raz6n, “un maniqut relleno”; y la Naturaleza no era un depésico de virtud primordial sino “un alocado baile” (Berlin 1982, 169). Alli donde la Tustra- ci6n proyectaba el ideal de una humanidad comtin, con metas universales, sus oponentes exaltaban la diferenciacién, el particularismo y las identidades provinciales. Joseph de Maistre (1753-1821), el emigrado aristécrata de Sabo- ya, quien se considera como uno de los fundadores de la sociologfa, asi como un discutible precursor del fascismo (Bramson 1961; Berlin 1990), re- chazé abiertamente el universalismo humano: “La consticucién de 1795, al igual que sus predecesoras, fue hecha para el hombre. Pero en el mundo no existe algo llamado hombre. He visto fanceses, italianos, rusos... Pero, en lo que toca al hombre, declaro que nunca en mi vida lo he conocido” (en Berlin 1990, 59). Otros, sobre todo Johann Herder (1744-1803), originario del este de Prusia, se dieron a la tarea de escribir una historia universal de la humanidad; sin embargo, acabaron transformando el proyecto en una pre- sentacién sintética de las miiltiples historias de pueblos particulares. Herder interpretaba el enguaje y el folklore de-cada pueblo como la expre- sién de su espiritu interno inconsciente, su Volksgeist caracteristico. Tomé la idea de Condillac de que “cada lengua expresa el cardcter de la gente que la habla’ (en Aarsleff 1982, 346). Esta formulacién podria usarse para modificar el universalismo de la Ilustracién con el fin de imaginar una reunién plura- a lista de pueblos particulares, en donde se consideratia que cada uno d¢ellos estarfaimbuido de un “esprit” distintivo. Uno de los resultados fue la fa dica fasién de los esrudios lingtisticos con una psicologia de bases étnicas (Whitman 1984). Esta oriencacién se hizo atin més evidente en la lingiistica de Wilhelm von Humboldt, quien tefor2é la idea de que la forma de organi- zacién inrerna que se encontraba en el origen de cada lengua no era ni est ca ni pasiva sino que constitufa “una fuerza espiritual motriz” (Verburg 1974, 21s). Afios més tarde, como ministro de educacién de Prusia, Humboldt ca- nalizé el sistema educativo de Alemania en el Bildung, la educacién de las clives académicamente formadas hacia un renacimiento nechumanista de los dlisicos, incluyendo estudios de filologia y psicologia, Conforme el siglo xx adquirié mayorestintesnacionalisas, esta fusién de disciplinas equips a los nacionalistas alemanes con tna nueva arma “espiritual” para combatir el ma- terialismo. También produjo una nueva ciencia, la psicologla éxnica (Volker payebologi), que buscaba demostrar que “el Volksgist era la esencia psicolégica unificadora, comin a todos los miembros de un Vlk,yla fuerza mottz de su trayectoria histérica” (Bunal 1996, 28). Esto repitié, cincuenta afios después, el proyecto de Destutt de Tracy de establecer una ciencia de ls ideas humanas, pero transformé esa ciencia que pasé de ser un proyecto universal de la hu- manidad para converttse en una psicologia de la identidades nacionales. La “cultura? surge de este uso que se le dio en Alemania, Al principio, la palabra denotaba un proceso, ya que se derivaba de “cultivo”o agricultura y lucgo se aplicé a cultura animi, el culkivo de las mentes j6venes para aspirar a ideales adultos. Durante el siglo xv1l, dicha palabra legé a Alemania con este tlkimo significado, All, en el siglo Xvi su significado se ampliéy ya no sélo se refitié al desarrollo de los individuos sino también al culcivo de las facultades morales ¢intelectuales de las naciones y de la humanidad (Kroe- ber y Kluckhohn 1952, 18-23). Es probable que el cambio que se hizo en el énfasis de “cultura”, como cultivo, a “cultura”, como las suposiciones bési- cas y las aspiraciones rectoras de una colectividad entera (todo un pueblo, una raza, una nacién), haya renido lugar apenas durante el sigo XIX, gracias | | Conenrros rotémicos 49 alos acicates de un nacionalismo cada vez mds intenso. Entonces, se consi- der6 que cada pueblo, con su cultura caracteristica, posela un modo propio de percibir y conceptualizar el mundo. Durance algtin tiempo, los etnélogos modificaron este punto de vista al insistic que los componentes de cualquier cultura determinada rara vez se cultivan “en.casa”; més bien se ensamblan a Jo largo del tiempo a partir de muchas fuentes y se articulan de diversas ma- neras. No obstante, la pregunta de qué era lo que unfa la suma de estos ras- gos culcurales se contestaba, cada vez més, afitmando que el conjunto de los rasgos culturales tomados de aqui y allé se transformaba en una cotalidad comiin gracias al “espisitu” unificados, que se ponia de manifesto en cada pueblo particular y tinicamente en ese pueblo. Fortalecido por esa unidad interna, cada pueblo particular y distintivo podfa resistir las afirmaciones universalizadoras de la Razén iluscrada. El concepto de “sociedad” sufrié una transformacién similar. Durante la fase inicial de la Tustracién, la gente imaginé que una nueva “sociedad civil” condenatfa a los reyes y los emperadores al exilio, disolveria las corporaciones sociales y politcas que contaban con la proceccién de la realeza y eliminarla las configuraciones jerdrquicas de la precedencia y el privilegio. Sin embargo, cuando tna revolucién tras otra nivelaron las gradaciones y los emolumentos del rango en un pafs tras otro, muchos empezaron a preguntarse si algin dia terminarfa ese proceso de descomposicién y cémo se restablecerfa algiin tipo de orden social integral. {Cuando iban los ciudadanos, ahora despojados del ropaje de la condicién social y arrojados a la andnima muchedumbre, a volver «a participar en las nuevas configuraciones, cémo recobrarfan un sentimiento de pertenencia, una posicin firme y establecida en valores seguros y compar- tidos de manera colectiva? La biisqueda de estas respuestas provocd el desa- rollo de la sociologia, concebida como una nueva ciencia capaz de ofrecer “an antidoto contra el veneno de la desintegracién social” (Rudolf Heberle en Bramson 1961, 12). Tal vez el orden social legarfa a estabilizarse una vez mds creando en los grupos primarios una asociacién y una interacci6n social, cara a cara, y reforzando estos vinculos al recurrir alos valores comunes. 50. Ene R, Wor MARX Y ENGELS Esta visién de la sociedad fue desafiada, a partir de la década de 1830, pot dos espiritus afines provenientes de Alemania: Karl Marx, un periodista de Renania, y Friedrich Engels, el hijo de una familia de empresarios textiles de Westfalia. Ellos combinaron de una manera novedosa la tradicién intelec- tual de la Hustracién con las criticas de la disolucién de los lazos instivucio- rales, que proponian los conservadores (Bramson 1961, 21). Los dos amigos fueron seguidores de la llustracién, convencidos de que la razén podia des- enmascarar la falsedad y proclamar la verdad. Crefan que el uso de la razén ayudaria a revelar las fuentes de la miseria humana que, al igual que muchos conservadores de su época, situaban su origen en los individuos desconecta- dos de cualquier red de derechos y obligaciones mutuos debido al deterioro de las antiguas costumbres comunitarias. Ademis, afirmaban que los seres hhumanos alcanzarian una mayor libertad si dependian de sus propios esfuer- 20s, incluyendo el uso de la raz5n, y no invocaban las consolaciones de la religin. Sin embargo, no pensaban que dicha transformacién se basara tini- camente dela fuerza de las ideas ni que el cambio que imaginaban se hiciera realidad difundiendo ideas verdaderas por medio de la educacién. Insistfan en que la vida humana no estaba moldeada por el funcionamiento del “Es- piritu” encarnado en la raz6n, sino por la produccién, es decir, la préctica de transformar la naturaleza para responder a las necesidades humanas, por medio de las herramientas, la organizacién y el empleo de la “raz6n practi- ca’. Esta prictica no slo contempla y observa el mundo; actiia para alte- rarlo, usando la razén para apuntalar el proceso y evaluar sus resultados. ‘Ademés, Marx y Engels estaban convencidos de que la predominancia de la miseria y de la falsedad entre los seres humanos no se debfa ni al pecado original ni a una incapacidad humana inherente, sino a zina sociedad de clases con un sistema que separaba a la gente de las comunidades y les probi- Dia el acceso a los recursos. En estas circunstancias, los desposefdos se vefan obligados a prestar sus servicios a miembros de otta clase social que se bene- I Coxcerros routnncos _ sm ficiaban con esta transferencia de trabajo y desarrollaban racionalizaciones que explicaban, en apariencia, por qué esta situacién era una ventaja tanto para los poseedores como para los desposefdos. Marx y Engels definieron es- tas racionalizaciones como “ideologia”. Cuando ellos adoptaron la palabra; “ideologt” habia perdido el signifi- «ado inicial de “historia natural” o “ciencia” de las ideas que le confirié Destute de Tracy y habia llegado a significar pensamiento formulado para servir algin interés social particular. En Parfs, en 1844-1845, Marx tomé notas sobre la’ obra de Destutt de Tracy, as{ como de Paul d’ Holbach y Claude Helvetius, los materialistas de la Iluseracién radical (Barth 1974, 74, 03). En ese entonces, también nots que la “ideologfa” habia pasado de ser tuna palabra positiva para convertirse en un término de denuncia. Marx y Engels adoptaron este concepto reformulado de “ideologia’ y lo conectaron con su propio aniliss de la sociedad capitalista de clases. En esa época, también en inglés se empleaba la palabra “clase” para sefialar a un sec- tor de la sociedad, Se derivaba de las obras clésicas latinas, en donde dicho sérmino designaba las clases de los conscriptos cuando se les lamaba a tomar las armas (Quine 1987, 23). En inglés, primero significé un grupo de compafieros de escuela. Sin embargo, en Inglaterra aparecieron referencias a Jas “clases bajas” en 17725 las “clases altas” y las “clases medias” siguieron durante la década de 1790s y las “clases trabajadoras” surgieron alrededor de 1815 (Williams 1959, xiii). Las palabras equivalentes se volvieron populares en Francia durante la década de 1830 (Hobsbawm 1962, 209). Una cancién, “La Prolétarienne”, aparecié en Francia en 1833, junto con un llamado a to- mar las armas, “Aux armes, Proléiaire” (Sewell 1980, 214). Para 1837, Marx le cscribfa ya a su padre acerca del proletariado “como Ia idea en la realidad misma” (Bottomore 1983, 74). En 1845, Engels publicé La sinuacién de la clase obrera en Inglaterra (1871), una obra basada en dos afios de experiencia en Manchester y, en 1845-1846, los dos escribieron La ideologia alemana (Cabandonada a las ériticas de los rarones” y que no se publicé sino hasta 1932) (Marx y Engels 1976),:en la cual hablaban de su teorfa econémica 2 Eric R. Wour politica acerca de la clase trabajadora, asi como de la cuestidn, de la ideo- logfa, En esa obra, también formularon su opinién de que/“en todas las épocas, predominan las ideas de la clase ditigente, esto es, la clase que repre- senta la fuerza material rige a la sociedad y es, al mismo tiempo, su fuerza intelectual imperante” (en Sayer 1989, 6). En esta primera declaracién axiomética de la ideologia, Marx y Engels obedecieron los acicates de la Tlustracién para interpretar las “ideas impe- antes” como formas de “error interesado”, que se presentaban a titulo de verdades ostensibles cuya intencién era confundir a la gente acerca de la rea- lidad social y, ast, convertirse en instrumentos para dominar las mentes y los corazones. Sin embargo, 2 diferencia de otros pensadores ilustrados, no atri- buyeron esta forma de “error interesado” a las acciones de una naturaleca humana universal nia los agentes de la oscuridad que trataban de explorarla Para ellos, as personas eran “seres corpéreos, vivientes, reales, sensuales, ob- jetivos”, capaces de obtener un verdadero conocimiento del mundo al actuar sobre él incluso si, por esa misma raz6n, también eran criaturas “sufrientes, limitadas y condicionadas’ (Marx 1844 en Ollman 1976, 78, 80). El dominio de la naturaleza a través del trabajo, junto con la capacidad para usar el len- guaje, desarrollada con los compafieros al desempefiar dicho trabajo, podia multiplicar el conocimiento humano y expandir la comprensién humana del mundo, La participacién préctica con el mundo generarfa un pensa- ‘miento realista y “una creciente claridad de conciencia, un poder de abstrac- cién y de juicio” (Engels 1972, 255), mientras se erradicaban las “fantasfas” que carecfan de un objeto tangible y que s6lo lenaban la mente de apren- sién y de miedo. Desde esta perspectiva, la ideologfa se asemejaba a la religion; al igual que &ta falseaba la capacidad de los seres humanos para cambiar la naturaleza, por medio de la préctica material activa, y acentuaba la dependencia de los indivi- duos en relacién con fuerzas que estaban fuera de su control. Para Marx y Engels, dicha falsificacién no se debfa a la naturaleza ni a la debilidad huma- nas, sino a la conexién de la ideologia con las contradicciones que planteaba sk aia Concerros roninicos 3 la sociedad de clases. La sociedad de clases alimentaba las ilusiones precisa- mente pot basarse en la polarizacién social entre los muchos que trabajan y los pocos que dominan el proceso de produccin, Para negar o velar las tensiones resultantes, dicha sociedad producia una ideologia como “un tipo particular y distorsionado de conciencia que oculta las contradicciones” (Larrain 1979, 50). ‘Asi, Marx y Engels esperaban que la raz6n y la accién politica que se basa en san que el conoci- dlla descorrieran los velos de la tengiversacién y permit miento avanzara, libre de las trabas de los inventos de la mente. Definir la ideologia como “las ideas imperantes de la clase dirigente” re- sulta util por su comprensién de las realidades sociales, pero sus autores no especificaron cémo debla entenderse, ;Contratan los administradores de la ase ditigente a agentes intelectuales para producir ideas que ejemplifiquen sus intereses; 0 la estructura asimétrica de la sociedad determina las condi- ciones en las que generan y propagan las ideas? zAcaso su concepto de ideo- Jogia implicaba que las ideas imperantes “reflejan” 0 “son el espejo” del verdadero poder de la clase ditigente? Marx y Engels emplearon estas metd- foras con frecuencia. Ademés, dijeron que tales ideas “correspondian’ a cier- tas condiciones que eran las “mas apropiadas” para elas, como cuando Marx afitma que el protestantismo, “con su culto del hombre abstracto”, es la for- ma de religién més “adecuada” (entiprechendste) para los simples productores de mercancias que intercambian unidades equivalentes de trabajo abstracto (0923, 42): Estos términos se parecen al concepto posterior que acufié Max Weber de “afinidad electiva” (Wahlverwandshafi) entre las ideas y los intere ses del grupo; pero Marx y Engels no explicaron de qué modo se vinculaban las relaciones sociales con las representaciones conceptuales particulares. Su lenguaje sugicre un campo de fuerza, apuntalado por relaciones productivas, que establece las condiciones en que las personas comprenderdn su mundo; mas dejan sin contestar la, pregunta de cémo surgen las formas particulares de la formacién de las ideas y de cémo algunos tipos de representacién ad- quieren precedencia y poder sobre otros. En la actualidad, se sigue buscan- do una respuesta adecuada a esa pregunta. 54. Ene R. Wor Poco: después de que Marx y Engels propusieran la teorfa de un nexo entre la ideas imperantes y las clases dirigentes, este tema desaparecié de sus escritos (Balibar 1988). Un nuevo método de anélisis la sustituyé en 1867, en El capital, que se centra en “el fetichismo de las mercancfas”, Esta formu- lacién aparecia en el contexto de que los objetos producidos para el merca- do, las mercanefas, representaban el trabajo humano realizado y asignado bajo los auspicios de las relaciones sociales capitalistas. En este modo de pro- duccién, la mano de obra humana, que el capitalista compra en los “merca- dos” laborales, se incorpora a las mercancias. Ast, los trabajadores pierden cualquier conexién con lo que produjeron, pues eso le pertenece al capita- lista que les pagé un sueldo por su trabajo. Los bienes se oftecen en “merca- dos de mercancfas” y las ganancias, que provienen de la venta, le pertenecen al capitalista. Asf, la mano de obra animada, que es un atributo fisico y cog- noscitivo de las personas, y las mercanclas inanimadas, que esa mano de obra produce, reciben el mismo trato, como si pertenecieran a la misma categoria. Segrin Marx, la fusién de estos elementos, cualitativamente distintos, en- mascara las verdaderas relaciones sociales que rigen la forma en que la gente se engancha al proceso de produccién, Ademés, cuando se equiparan los trabajadores-productores de mercancfas con los compradores de las mismas, las relaciones sociales entre los trabajadores, los patrones y los compradores se consideran tinicamente como relaciones entre mercancfas. “Las relaciones sociales definidas que existen entre los hombres adoptan, en este caso y para ellos, la forma fantéstica de una relacién entre los objeros.” Al igual que en “el nebuloso campo de la religién. cen ser figuras aurénomas dotadas de vida propia, los productos del cerebro humano pare- As{ sucede en el mun- do de las mercanefas con los productos de las manos de los hombres” (Marx 1976, 165). Este concepto no depende de un modelo de ideologfa conside- ado como las distotsiones y los ersores que promulga una clase dirigente; amis bien, rastrea la fuence del engafio 2 una realidad social particular, la del capitalismo, Esa realidad meacla lo real con la ficciéns como resultado, los bon bit __Coxcrrres rouiasicos 5s articipantes en las transacciones son victimas de un engafio acerca de la realidad de las relaciones sociales capitalistas. Marx sacé el concepto de fetichismo de los estudios sobre rligién. El tér- ino fue acuftado por el experto francés Charles De Brosses, quien describié en su libro sobre el Culze des Diews feriches (1760) el comportamiento de los escultores de Africa occidental. Al parecer, éstos tallaban primero imégenes en madera (“una cosa hecha”, feirgo en portugués) para luego tratatlas como deidades. De Brosses, al igual que sus sucesores, vio en este “fetichismo” indicios de un modo de pensamiento primitivo il6gico. Sin embargo, Marx lo aplicé a los efectos estructurales de una movilizacién particular de la mano de obra social: la movilizacién del capitalismo. ‘Marx aplicé una légica similar para caracterizar la estructura de las forma- jones sociales no capitalistas en donde, a su entender, un jefe 0 un déspora, colocindose por encima de los individuos o de las comunidades, personifica eldominio de una comunidad més amplia o de un estado, haciendo asf que «sa entidad “tenga la apariencia de una persona’. Esta interpretacién ha sido resucitada en la moderna antropologia marxista. Por ejemplo, Jonathan Friedman la us6 para caracterizar el papel del jefe, en los grupos tribales del sureste de Asia, como el representante de una unidad més elevada, ejemplifi- cada en sacrificios hechos para los espirivus teritoriales (1979). Pierre Bonte {a aplicé al “complejo del ganado” en las sociedades pastorales africanas, en donde el hato constituye la base de la subsistencia, la riqueza que apuntala el matrimonio por descendencia y las ofrendas a los seres sobrenaturales; “se considera y se justifica que el fetichismo del ganado reproduce el orden so- brenatural” (1981, 38-39)- Al final, los esfuerzos de Marx no resolvieron la pregunta de qué hay en Ja “naturaleza humana’ que estimula la aparicién recurrente de “formas fan- tasmagéricas” en las acciones del hombre. Dado que tanto Marx como Engels consideraban que el modo de produccién, situado histéricamente, decerminaba la conciencia humana, se habrian mostrado reacios a rlacionar el fetichismo con alguina inclinacién de la mente o con la arquitectura neu- 56 Enre R. Wor ropsicolégica de nuestro organismo. Sin embargo, s@ ha argumentado, de ‘manera razonable, que los seres humanos comparten tendencias generales que permiten que ciertos objetos participen en el mundo, como si fueran hhumanos, y que les atribuyen deseos, voluntad y facultades huranas (Gode- lier 1977, 169-85; Guthrie 1993). Estas tendencias se apoyan en la posesi6n hhumana del lenguaje, el cual postula abstracciones que luego pueden tratar- se como seres animados y que, analdgicamente, estén dotados de facultades parecidas a las humana. Desde este punto de vista, el fetichismo se vuelve una intensificacién del animismo, en donde se piensa que los entes son ani- ‘mados y superiores a los humanos; sin embargo, se muestran receptivos a las peticiones de estos tltimos para realizar transacciones (Ellen 1988). Por lo tanto, se podria reformular la cuestién del fetichismo en términos culturales ¥ preguntar qué entes legan a seleccionarse para este proceso, en qué cir- cunstancias y por qué. Seria de especial interés averiguar cémo los fetiches, clevados a una posicién de superioridad, modelan las relaciones del poder asimétrico en una sociedad. Por consiguiente, se podrfa combinar el anilisis antropoldgico de los complejos de ideas, tales como el fetichismo, con la su- gerencia de Marx de que el nexo crucial del poder estructural que rige la mano de obra social genera representaciones caracteristicas, correctas 0 in correctas, en el pensamiento LAS REACCIONES CONTRA LA METAFISICA. Y LA TELEOLOGIA Mientras los bandos opuestos de la Hustracién y la Contrailustracién se dis- putaban el rerreno politico intelectual que habia entre ellos, enarbolando las banderas de la Raz6n, la Revolucién y la Ciencia contra la Fe, la Tradi- cién y la Subjetividad Poética, un nuevo grupo de protagonists, que perse> gulan un interés distinto, llegarfan a alterar las condiciones del debate. Lo hicieron tachando de “metafisica” todos los esfuerzos por incluir la conducta Coxcerros rotdsicos 7 humana en leyes generales. Se decla que la metafisica apilaba una teoria abstracta sobre otra, hasta que el acto thismo de teorizar parecfa obsteuir cualquier conexién con la “vida real”. Estos criticos se oponfan en particular als “grandes” teorfas a las que acusaban, a veces de manera equivocada, de inrentar unit el destino humano con una dindmica teleolégica central. Entre ins teleologfas asi denunciadas, uno de los blancos favoritos fue la exposicion. que hizo Hegel sobre el funcionamiento de un espititu del mundo; otro fue el marxismo, definido como una forma de determinismo econémico; y el darwinismo, interpretado como una teleologia evolutiva que favorecta a los vencedores en la “lucha por la existencia”, Se pensaba que el antidoto para semejantes escenarios universales yacia en’ una metodologia sélida, préctica y realista, que no recurriera a ningin tipo de metafisca. Esa apoteosis de la metodologia sobre la teoria adopts, primero, el nom- bre de “pragmatismo” (Charles Peirce, William James), aunque una prolife- racién de corrientes intelectuales agregé la “critica empitica” (Ernst Mach) y “positivismo légico” (G.E. Moore, Rudolf Carnap, Karl Poppet) al reper- torio antimetafisico. La biisqueda de un contacto més inmediato con la “vida real” hizo que algunos de estos critioas asociaran sus puntos de vista con el darwinismo y que, asi, volvieran a introducir las teorfas biolégicas por la puerta traseray mas todos propugnaban que sélo podfan usarse las ideas si se basaban en métodos aceptables. A principios del siglo xx, cuando este “viraje pragmético” hizo su entrada en la antropologia, estimulé un acercamiento decisivo hacia el trabajo de campo como la metodologia central capaz de generar un conocimiento adecuado sobre las acciones de los seres humanos. REAFIRMANDO LA “MENTE” Otra reaccién critica a la “merafisica” no la rechazé del todo, sino que se puso a los esfuerzos por aplicar los métodos de la ciencia natural al estudio de la historia y las ciencias humanas. Los “subjetivistas” pensaban que era necesario “declararle la guerra a la ciencia” (Wilhelm Windelband), dado 8 Enc R. Wor ue los enfoques que se derivaban de las ciencias naturales no hacfan justi- cia ala vitalidad humana en la pasién, la imaginacién, la energia y la fuerza de voluntad. Se argumenté que la ciencia no era adecuada para estudiar las ‘mentes humanas ni los elementos subjetivos y auténomos que operaban por medio del lenguaje y de la cultura. Las mentes tenfan que estudiarse en plu- ral y no como ejemplos de una mente humana universal. Por consiguiente, también fue necesario abandonar los intentos evolutivos por rastrear el desarrollo de la humanidad como un todo y poner fin a los esfuerzos por definir una “unidad psiquica del hombre”. Sobre todo, estos criticos tenfan la esperanza de especificar las variadas formas por las cuales la mente “apre- hendia” el mundo y le imponia un orden. En la antropologia, empezando por Bastian y por Boas, dichas actitudes ratificaban un “viraje mentalist’ que hacta énfasis en la diversidad de las “mentes” culturalmente constitui- das. Este cambio de programa se centraba en el lenguaje, principal vehicu- lo de la comunicacién humana, y ya no lo consideraba unitario, sino como algo que se manifiesca en una pluralidad de lenguas. Este viraje se derivé, en gran medida, de la reaccién de los alemanes con- tra el reino de la razén universal que preconizaba la Hustracién, pero tam- bién se vio reforzado por motivaciones politicas y econémicas. A principios del siglo xxx, muchos aclamaron la llegada del capitalismo como un avance hacia una nueva libertad. Los mercados se liberaron cada ver més de los con- oles y de la interferencia de los monopolios gubernamentales y el desa- rollo industrial prometié la liberacién del trabajo pesado y la dependencia tribucaria; la difusin del pensamienco “libre” también prometialiberar a las multitudes de los grilletes del absolutismo y de la ortodoxia religiosa. Sin embargo, a finales del siglo, la intensificacién del capitalismo revelé su lado ‘oscuro, Los criticos sociales, canto socialistas como conservadores, sefialaban con mayor frecuencia los grandes ntimeros de personas a quienes se les habla despojado de sus derechos relacionados con el campo y el bosque, de los que alguna vez dependieron para subsisti; la incertidumbre del empleo indus- tial asociado con el ciclo de los negocios; y' el cardcter frecuentemente ' Coxcsrros rovtericos 9 explotador del trabajo industrial, Al mismo tiempo, cada ver més personas se dieron cuenta del tezror y la brutalidad asociadas con la expansién impe- rialista en el extranjero. La clase empresarial,y sus defensores fueron atacados por la derecha y la izquierda, por su culto a Mammén asi como por su aceptacién del statu quo, ahora que sus propios privilegios estaban garantizados. Hubo reacciones contra el “materialismo”, entendido como una creciente propensién a rego- deatse en el bienestar material. Algunos crfticos temieron la propagacién de taigualdad, que asociaron con una pérdida del reconocimiento por la capa cidad y el logro individuales, Otros mas lamentaron el debilitamiento del sentimiento de heroismo y sacrificio que alguna vez se asociaron con la aris- cocracia militar; la racionalizacién de la vida social, gracias al aumento de la burocracia; y el desmantelamiento de las reconfortantes tradiciones. Estos diversos cambios le dieron un aspecto menos promisorio al futuro, {que a veces era francamente amenazador. Hubo una preocupacién generali- zada entre las personas cultas por la “degeneracién” biolégica y psicolégicas en Alemania, esto adopté la forma de lamentos acerca del “pesimismo cul- tural”, Este estado de dnimo puso cada vez mas en duda las promesas de los defensores de la Razén. Los roménticos ya habfan desafiado los valores de la jeron una Ilustracién al cuestionar las afirmaciones de la Razén y éstas 1 sacudida mayor dentro del campo mismo de la Razén. Para los pritneros ilustrados la Razén era una facultad cognoscitiva estratégica que podia reve- Jar la verdad de la Nacuraleza, la cual se mantenia oculta gracias al error ya lasupersticin; asf, desnuda, se demostrarfa que la Naturaleza era un sistema ordenado de prudentes necesidades. No obstante, como lo sefialé el escocés David Hume, “el gfan infil”, carecemos de una base convincente para po- ner a prueba lo que sucede en nuestra mente en relacién con una secuencia ordenada y causalmente determinada de hechos naturales; todo nuestro pensamiento se “deriva de nuestro sentimiento externo o bien del interno” Hume afirmé que, como resultado de ello, la Razén no podia garantizar una imagen confiable de la Naturaleza y, por lo tanto, no era posible derivar 6 Enc R. Wow ninguna regla ética a partir del funcionamiento del reino natural: “Para mi no es irracional el hecho de preferir que se descruya la mitad/del mundo a que yo me pinche el dedo” (en Solomon 1979, 73, 76). El romantico Johann Georg Hamann cité a Hume para argumentar que, en la ausencia de un co- nocimiento cierto y confiable, cualquier correspondencia entre la Razén y Ja Naturaleza tiene que basarse en la “fe”. Ya lo dijo Ernest Gellner, la Razén “se degiella a si misma’ (1988, 135). Hume argumenté que todas nuestras ideas y recuerdos no son “verdades de la raz6n’, sino s6lo cuestiones de “habito”. Conforme los defensores de las tradiciones locales y nacionales desafiaron cada ver més los valores uni- versales de la Hustraci6n, se llegé a pensar que dichas costumbres variaban a Jo largo de la historia y también entre los distintos grupos del planeca. Esto despojé a los “habitos de la mente” de cualquier reclamo de dominio o va- lidee universal; en vex de eso los volvié particulares y relativos histérica y et nolégicamente. Ademés, cuando los grupos culturales empezaron a mirar para sus adentros y a preguntarse qué los distingufa entze ellos, comenzaron a subrayar las diferencias en sus cualidades mentales, la naturaleza de su “es- piritu” especial, su “conciencia” subjetiva distintiva. Los NEOKANTIANOS Esta “reorientacién” psicolégica tuvo un impacto especifico en Wilhelm Dilthey, quien bused reemplazar los modelos de la ciencia natural en la crea- cién de la historia con un enfoque fenomenolégico que delineara patrones significativos de pensamiento, A su ver, varias escuelas de “neokantianos” reromaron los intereses de Dilthey y quisicron acentuar la distincién entre las ciencias naturales y las ciencias culturales, afirmando que las primeras eran nomoréticas y las segundas ideogréficas. Llegaron a defini estas ciencias ideograficas como el estudio de las categorfas mentales que les permiten a las personas construir sus mundos distintivos y dedicaron su energia a desarrollar métodos estrictos de interpretacién para este tipo de estudio. Aceptaron la | Coxczrros routnicos a jnsisrencia de Kant de que la mente humana no era una tabi rasa en la que se registraban las percepciones como si se tratara de una “hoja de papel en blanco”, sino un drgano que pose, a priori, la capacidad de construis catego- sias mentales y, asf, de hacer posible el conocimiento. Para Kant y los neokan- sianos, estas categorfas no eran innatas; s6lo lo era el requisivo humano de que hubiera categorias para poder habitar este mundo, sin importar qué esquemas conceptuales particulares especificaran dichas categorias. La manera en que estructuramos nuestro conocimiento del mundo exter- xno también se convirtié en un problema central para el’antropélogo Franz Boas. Boas, quien leyé a Kant en su iglt, en la isla de Baffin en 1883, mien- «ras la temperatura exterior llegaba a cuarenta grados bajo cero, se alej6 de un materialismo “bastante hirsuto” (Stocking 1968, 140) y se acercé a una concepcién neokantiana de la culcura como un estudio de “la menite huma- na en sus diversos medios hist6ricos y, hablando en términos més generales, éxnicos” (p. 160; ambién pp. 143, 152). Este énfasis neokantiano llevé a Boas a una etnografia que diferia de la de los funcionalistas britinicos. Alli donde Jos funcionalistas recalcaban la conducta en la génesis de las formas sociales y culturales, Boas equiparaba la cultura con ideas en accién, Esta interpre- tacién daria forma a su estudio de los kwakiutl, a quienes dedicé una gran parte de sus esfuerzos antropolégicos. El movimiento neokantiano se desarroll6 en numerosas variantes, pero sus dos “escuelas” mas importantes se centraban, respectivamente, en la Universidad de Marburgo y en la “provincia [suroccidental] cultural del Alto Rin” (Hughes 196i, 46), en las universidades de Friburgo, Heidelberg, Estrasburgo (que enttonces estaba bajo el dominio de Alemania) y Basilea. Los de Marburgo estudiaban el origen y el desarrollo del conocimiento cien- tifco. Su exponente més notable era Ernst Cassirer (1874-1945), el primer rector judio de una universidad alemana, quien rastre6 los cambios de los conceptos sustanciales a los relacionales en el pensamiento europeo, desde finales de la Edad Media hasta el presente, y quien més tarde examiné el papel que desempefiaba el lenguaje en la formacién del conocimiento cien- 6 Enic R. Wor tifico. A diferencia de los de Marburgo, para quienes la ciencia era el proto- tipo del conocimiento, los suroccidentales insistian entrazar una clara linea enuze la adquisicién nomotética del conocimiento en las ciencias naturales y el método ideogréfico de Dilthey para el estudio de las “ciencias del espititu” (Geisteswissenschafien) que abaccaba la historia y las humanidades. WEBER La figura mds importante que recibié la influencia de los neokantianos sur- occidentales fue el socidlogo Max Weber (1864-1920), quien estudié en Hei- delberg. Aunque en vida logré destacar considerablemente en los aspectos intelectuales y politicos en Alemania, su obra sdlo llegé a conocerse fuera de su patria poco a poco, por medio de articulos y ensayos traducidos (con ex- lusi6n de sus escritos politicos). Su importante libro sobre Wirtschafi und Gesellschaft (Economia y sociedad) no se tradujo al inglés en su totalidad sino hasta 1968. La politica de Weber influyé de manera crucial en sus intereses y en su cleceién de temas. Nacié en una Alemania unificada por Bismarck, cuya sede de poder estaba en Prusia, Una alianza entre los terratenientes Junker, con los burdcratas civiles y los oficiales del ¢éecito, muchos de los cuales ha- bfan sido reclutados en las familias Junker, gobernaba el pats. Esta alianza de clases impuls6 al nuevo Estado hacia la industralizacién, bajo los auspicios del capitalismo; pero, a diferencia de Inglaterra el lider del desarrollo capi- talista, no se otorgé a los empresarios capitalistas la administracién de los asuntos del Estado. Weber queria una Alemania fuerte, que fuera capaz de desempefiarse en “Ia eterna lucha por la conservacién y el cultivo de nues- tra integtidad nacional” (en Giddens 1972, 16). En su opinién, las clases tra- dicionales que dirigian el pafs no eran aptas para la tarea de edificar una exitosa sociedad industria, mientras que la clase asceindente de la burguesta liberal y la nueva clase de los prolecarios le parecian incompetentes para el liderazgo politico. Ast, su famosa obra La évica protestante y el esptriru del capitalismo de 1920 (Weber 1930) no sélo buscaba demostrar la importancia ‘que tenia la religidn en el desarrollo econdmico, sino que estaba escrita para “gudizar la conciencia politica dela burguesia” en Alemania (Giddens 1972, 1). Weber decia que, para fomentar el desarrollo del pals, se necesitaba romper el poder politico de la clase Junker, controlar la burocracia del Esta- doy reformar el sistema parlamentario estatals esto con el fin de que la clase trabsjadora socialisca comenzara a participar en el gobierno y apoyara el de- sarrollo del capitalismo. Sin embargo, para esto también era indispensable separat a los trabajadores de sus lideres socialdemdcratas,inspirados en Marx, quienes se caracterizaba como pequefios mesoneros de la pequefia burgue- say visionarios revolucionarios, era probable que incrementaran la burocra- cia y, ast, sofocaran el crecimiento industrial Lasociologia de Weber se basaba en varios temas neokantianos. Rechaza- ba cualquier tipo de teorfa causal general, sobre todo el determinismo eco- némico que entonces preconizaban los socialdemscratas; étos predecian un inexorable avance en la historia de mundo, basado en el desarrollo de la eco- nomia. En vez de eso, Weber siempre prefirié estudiar casos particulares. La sociologia reconoceria los patrones repetitivos o las variaciones en los temas comunes y propondria “modelos de formacién de hipStesis” (Kalberg 1994 1B). Dichos modelos 2 veces se basaban en una amplia gama de estudios comparativos, pero eran taii slo “tipos ideales” que debian usarse para exa- minar los casos particulares, no para &bézar-un proceso unilineal de tipo legal. Si bien Weber consideraba la racionalizacién (la imposicién de un cdlculo de medios-fines sobre las relaciones) como una tendencia recurrente en el mundo y temia que la racionalizacién burocrética encerrara al espiritu fbumano en un “estuche de hierro” (la raduccién acostumbrada de “caja de hierro” es errénea), siempre “se negé a presentar la racionalizacién como la logica autoexpuesta de la historia” (Arato 1978, 191-92). ‘Weber refurs, ademés, que el factor econdmico fuera universal y predomi nante; quizé la economia tenfa un papel importante para enmarcar las posibi lidades de cualquier situacién concreta, pero siempre tendrfa lugar junto con $4 Enc R. Wour iltiples factores sociales y conceptuales. Weber mantenia que, de manera metodolégica, debfan investigarse los “significados” que tenta la accién para el individuo que actuaba y no considerar a las personas como un simple pro- ducto de ls fuerzas sociales. Siguiendo la pauta de Dilthey, pensaba que dicha investigacién implicaba Verstehen, la comprensién empética que se logra al ponerse en el lugar de los demés, para entender o6mo ellos definen su situa- cién y los propésitos de sus acciones. Muchos de sus tratados abordacon las ‘ideas que daban forma a las orientaciones caracterisicas de la accién religiosa © econémica, Estas orientaciones siempre se selacionaban con contextos sociales particulares; definian el “significado” que tenfa la accién para los indi- vviduos y ratficaban su capacidad de darle “sentido” al mundo. El estudio que “Weber hizo de dichas orientaciones y de sus grupos “portadores” sigue sien- do de gran importancia para nuestra comprensién de las ideas en relacién con las condiciones de ciertos grupos sociales especificos. No obstante, para él di- cha relacién era algo potencial, mas no determinado, y se negé a desarrollar tuna teorfa general acerca de cémo las ideas tomaban forma al interactuar con la economia y Ia sociedad. En su afirmacién mds general sobre la cuestién, “Weber opiné: “No son las ideas, sino los intereses materiales e ideales los que rigen de manera directa la conducta del hombre. Sin embargo, con mucha frecuencia las ‘imagenes del mundo’ que han creado las ‘ideas han determina- do, como los guasdagujas, los rieles sobre los cuales la dindmica de los intere- ses han empujado la accién” (en Gerth y Mills 1946, 63-64). COMBINANDO EL MARXISMO Y EL NEOKANTISMO Entender la relacién entre Weber y Marx ha sido desde hace mucho tiempo una préctica muy difundida en las ciencias sociales. Algunos expertos han hecho 'hincapi¢ en la opinién trdgica que tenia Weber acerca de la vida hu- mana, a la que juzgaba fatalmente amenazada por la racionalizacién, Otros lo han descrito como un precursor del inacionalsocialismo, por sus puntos Concertos rovémrcos__ & de vista acerca de la necesidad de crear un Estado basado en el poder con- centrado y por st llamado a movilizar a la clase trabajadora en nombre del cote desarrollo del capitalismo nacional. Para algunos sociélogos, como 1 Parsons, Weber ofrecia una opcién en relacién con Marx. En afios recientes, conforme transcurre el tiempo y las apasionadas disputas del pasado dis- rminuyen en intensidad, se ha vuelto més ficil reconocer las distintas formas en que convergen y confluyen los legados de Marx y de Weber (Turner 1981; Sayer 1993). En mi opinién, Marx y Weber se complementan entre si y cada ‘uno aborda un nivel distinto de relaciones. Sin embargo, incluso durante la Primera Guerra’ Mundial, cuando las ciestiones que subyacfan a sus diferen- cias atin suministraban combustible para la politica, algunas personalidades seesforzaron por combinar sus posiciones aparentemente divergentes y rela- ionarlas de manera conjunta en la ciencia social. Con la aparicién de los métodos de investigacién marsistas, se desarrolla- ron ciertas variantes que intentaron combinar esta corriente con los enfo- ques en los que influyé el pensamiento neokantiano. Dos de estas varianies secentran en la relacin que existe entre las ideas y el poder y son especial- mente pertinentes para las interpretaciones antropol6gicas. Una de ellas esta representada por el trabajo de Karl Mannheim (1893-1947) la otra, por el de ‘Antonio Gramsci (1891-1937). ‘Mannheim estaba destinado a convertirse en uno de los intelectuales “que flotan a la deriva” a quienes, afios después, él mismo describi6. Originario de Budapest, se unis al radical “Sunday Circle”, que inclufa a Gyorgy Lukcss al ‘igual que Lukes, Mannheim huyé a Alemania en 1919, a rafz de la falda re- volucién hiingara. En 1933, el ascenso de Hitler al poder lo oblig6 @ trasladarse a Inglaverra. Durante su estancia en Alemania, Mannheim y Lukécs entraron contacto con Max Weber, quien entonces buscaba desartollar st enfoque neokantiano para crear una sociologia sistemdtica, y ambos intentaron com- binar a Mans con Webgr. En Hiinoria y conciencia de clase (1971), Lukécs us6e | dl concepto de “posibilidad objeriva” de Weber para dotar al proletariaday” marxista de una conciencia de clase “porencial” (en oposicién a “empitica’).” 6 Enc R. Wott. Sin embargo, Lukics opté entonces por el comunismo y Mannheim se acer- 6 ala sociologia. Mannheim acepté la hipétesis de un vinculo entre formas de conoci- micnto y agrupaciones sociales, pero también insisti6, al estilo de Weber, en que la clase se cruzaba con miuchas otras adhesiones a las generaciones, los grupos de posicién social, las profesiones y las elites. Su merodologia, em- pleada para demostrar que existian nexos entre los elementos sociales y las ideas, fue “esencialmente antropolégica” (Wallace 1970, 174). Su ensayo so- bre el “Conservative Thought” de Alemania (1953) sefialaba a la nobleza decadente como la principal base social de apoyo para una clase de intelec- tuales que generaban teorfas conservadoras. La obra también ejemplificaba elinterés predominante de Mannheim por el papel social de los intelectua- les, En su segunda obra, Ideologta y Utopfa (1936), Mannheim opuso ciercas vatiantes ideol6gicas que apoyaban el statu quo, a ciertas formas de pensa- miento utépico que contemplaban distintos faturos. Describié varios tipos de utoplas diferentes: el milenarismo orgidstico de los anabaptistas de Thomas ‘Miinzer; el humanicarismo liberal de la Tustracién, que adoptaba la idea del progreso racional as{ como la fe de la devocidn alemana en el progreso bajo la direecién de Dios; las contrautopias conservadoras; y las utopias socialistas- comunistas. En el mérodo de Mannheim, cada una de estas perspectivas debia describirse usando sus propias palabras, como un requisito previo para una solucién evaluadora final (1936, 98). El albergaba la gran esperaniza de que la sociologfa llegara a afectar la politica al comunicarles a los participan- tes contendientes cudles eran las fuentes de sus modos de accién y que, de este modo, lograra facilitar las negociaciones entre ambos. Gramsci combiné el marxismo y el neokantismo de manera distinta y desarrollé un enfoque para entender cémo se generan y distribuyen las ideas dentro de un campo de fuerza. Originario de Cerdetia, estudié lingiistica en Turin, donde participé en la politica y se convirtié en un lider del comu- nismo italiano. Arrestado por el régimen fascista en 1926, fue encarcelado y murié en prisién en 1937. in inte- Una de las influencias més importantes de Gramsci fe su rela Jectual con Benedetto Croce, filésof0, historiador y personaje politico. La obra histérica de Croce se centra principalmente en Italia, pero Dilthey ha- bia influido mucho en él y Croce fusionaba su visidn de una historia psico- Jégica y fenomenolégica con la tadicién idealista italiana. Croce descuidé de manera deliberada el aspecto social y econémico de la historia y escribié Ja historia de Italia como una bisqueda politica del consenso moral y de la Iiberead. Gramsci criticaba a Croce por su idealismo; sin embargo, quiso tra- ducir sus “momentos ético-morales de consenso” en términos marxistas. Lo hizo en sus escritos, gracias al concepto de “hegemonfa’, en el cual argu- smentaba que la dominacién y la influencia de clase no sélo descansan en el sistema politico formal y en el aparato de coercién operado por el Estado, sino que se propagan més ald del Estado y de la politica, en las configura- ciones culturales de la vida cotidiana. “Desde el punto de vista de Gramsci, Jogrr la hegemonia’, escribe Terry Eagleton, “es establecer un liderazgo mo- ra, politico intelectual en la vida social, al difundir la ‘visi6n del mundo’ de cada quien a través del tejido de la sociedad como un todo, equiparando asi los intereses del individuo con los intereses de la sociedad en general” (4991 106). El concepto de hegemonta tiene rafces politicas. Lenin lo empleé en un principio para refertsea la dominacién politica y Gramsci lo desarroll6 para sugerir que, en las sociedades capitalistas de Occidente (a diferencia de lo {que podria ocurrir en Europa del Este), el poder politico se obtiene gracias ala creacién de un consenso predominante més que a través de la violencia revolucionaria, En Occidente, los estados no son los duefios exclusives de todos los campos sociales; dependen de su influencia social j cultural para administrar a la sociedad; esto a su vez, les permite alos pastidos de oposi- cién resistirse a dicha influencia desarrollando formas contrahegeménicas propias. El equilibrio entre la hegemonia y la contrahegemonia siempre fluctia. Ast Ja hegemonia no se considera como una sicuacién fij, sino co- ‘mo un continuo proceso polémico.

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