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FRANCESCO DE sANCTIS ~ENSAYOS SOBRE LA GRitLe x EL COLEGIO DE MEXICO. ARGOS BUENOS AIRES BIBLIOTECA ARGOS DIRIGIDA POR Luis M. Baupizzonn — José Luis Romero — Jorce Romero Barst LA CRITICA LITERARIA Ticulo del original italiano SAGGI CRITICI Traducido por Grecorto HaLrexin Queda hecho el depésito que marca Ia ley N* 11.723. Copyright by Arcos, S. A. Evrrontan C. ¢ [ Buenos Aires, 1946 LA CRITICA DE PETRARCA Acaba de publicarse en Paris un hermoso yolumen sobre Petrarca; es un estudio de Alfredo Méziéres, profesor de literatura extranjera en la Facultad de Letras. Es un libro escrito sin énfasis, con sencillez y brio. que leemos de cabo a rabo como una novela. Diriamos casi que es una novela psicolégica, don- de se adivinan y presienten muchos misterios del ani- mo que explican no pocos hechos. A este género de historias intimas es muy adecuado el genio francés, ayudado también por Ja lengua que expresa las mas delicadas y fugaces gradaciones de la vida interior. Una obra semejante acerca de Petrarca puede ha- cerse con mucha exactitud, dado que el Cancionero no es sino el retrato de su alma, y que en sus obras, especialmente en las Cartas, se halla representada su vida poco menos que dia por dia. Casi no hay linaje de estudio que Méziéres no se haya creido en la obli- F Ce por primera vez en Nuova Antologia, nimero de setiembre le 1868, gacion de hacer para sorprender los secretos de aque- lla noble vida, y ademas de los documentos ya conoci- dos, de los que hay rico acopio en la Biblioteca del Louvre y en la Imperial de Paris, ha tenido presente la coleccién completa de las Cartas familiares de Pe- trarea, publicacién diligente del benemérito Fracas- setti (*). Precisamente esta publicacién ha demostra- do a Méziéres la oportunidad de otra obra sobre Pe- trarca, ademiis de las ya conocidas de De Sade y de Guinguené. “Ni el uno ni el otro, dice Méziéres, pu- dieron reproducir entera esta noble fisonomia.. Falta a sus cuadros mas de un rasgo esencial que hoy nos revela un estudioso italiano, publicando ciento sesenta y siete cartas inéditas de un escritor al que ha dedi- cado los estudios de toda su vida. La publicacién del sefior Fracassetti abona la conveniencia de un nue- vo estudio sobre Petrarca”’. Debemos, pues, agradecer a nuestro compatriota por haber dado a luz los escritos inéditos de Petrarca y por haber sido estimulo de esta ciudadosa biografia del gran poeta. i: Méziéres ha comprendido que nadie puede justificar que ponga mano a un asunto viejo, sino cuando esté “bien comprobado que hay lagunas y que él tiene cémo ‘Tlenarlas. Creyendo que la publicacién de Fracassetti suministra nuevos elementos de juicio y nuevos par- (*) Francisci Petrarcae epistolae de rebus familiaribus et variae, Florencia, Le Monnier, 1859-63. 8 ticulares, adecuados para completar o rectificar en algiin aspecto los trabajos anteriores, se ha puesto sin mas a estudiar a Petrarca d’apres de nouveaux docu- ments. Con este estudio Méziéres esperaba poder ofre- cer al mundo el verdadero Petrarca. “El verdadero Petrarca —dice— no es solo escritor de sonetos y canciones, sino la mayor figura del si- glo XIV, el representante de las ideas mas atrevidas que se hayan discutido..., el restaurador de las letras y el jefe admirado de una generacién de poetas, de \ latinistas, de doctos.” * En el verdadero Petrarca descubre él cinco pasio- nes: la religién, el amor, la amistad, el culto de las letras y el patriotismo, las que “se disputan su vida y caldean su estilo con el fuego que encienden en el fondo de su alma”. El Petrarca del vulgo es el autor del Cancionero; pero Petrarca, observa Méziéres, no estd todo en el ay > PD 5 P . os Cancionero. “Los que lo juzgan sélo por sus poesias vy amorosas, conocen sus mas hermosos versos, mas no lo. Ay conocen. Y no se Jo conoce si no se ha seguido su pensamiento no sélo en el primer calor de su juventud, sino en la edad madura, a través de un gran poema, de las églogas, de las epistolas en versos latinos, de los tratados filoséficos y, sobye todo, de la vasta co- rrespondencia que mantenia con los principales per- sonajes de su tiempo.” : Es precisamente esto lo que ha querido; hacertios 3 vo > 9 > <) conocer a Petrarca estudiando su poema, sus églo- ~ gas, las epistolas, los tratados filosé6ficos, sus cartas, y se ha valido de trabajos ajenos y de los inmensos ma- teriales que le ofrecia la Biblioteca del Louvre para mostrarnos al grande hombre bajo todos sus aspectos. Quiso “recomponer en su conjunto esta imponente fi- sonomia”. Con tal propésito ha hecho un libro magnifico, en el que ha reunido y resumido con gran diligencia y mucho arte lo mas interesante de cuanto se ha escrito sobre la vida de Petrarca, rectificando o aclarando algunos particulares o puntos de vista; libro que se lee con placer y puede consultarse con provecho. - Si con esta alabanza se contenta el sefior Méziéres, “dichoso quien se contenta”; pero yo no me contento, / Hoy el mimero de los libros ha crecido tan desme- suradamente, que debemos ante todo pedir cuenta a los autores de la eleccién del tema, y no admitir por trabajos serios y titiles sino los que toman las cuestiones en el punto en que se hallan y las hacen ee y ~ avanzar. Sobre Petrarca tenemos una infinidad. Sélo en la Biblioteca del Louvre, como afirma Méziéres, existen ochocientas obras relativas a Petrarca, que Carlos X adquirié en 1829 del profesor Marsand, de Padua. Y esta coleccién no las contiene todas. Se trata de millares de voliimenes escritos sobre el mismo autor, algunos por fildlogos eruditos, filésofos y poetas. De 10 Sade, Baldelli, Ginguené, Muratori, Aroux, Foscolo, Villemain, Saint-Mare Girardin, Macaulay; no hay grande hombre que no haya dicho por lo menos su sentencia sobre Petrarca; casi no hay libro de eru- dicidn, o de letras, 0 de filosofia donde en alguna pa- gina no lo hallemos recordado con trazos mas o me- nos felices. Y cada uno escribe con Ja pretensién de Jdecir cosas nuevas y de “contribuir —como hoy se dice— con una piedra al edificio”. {Qué nos obliga, pues, a escribir el volumen milé- simo primero sobre Petrarca? La conviccién de que sobre este autor no estd dicha la tltima palabra, ni escrita una obra terminante, que varias cuestiones per- manecen todavia enredadas o sin resolver; y por eso “TL y a quelque chose a faire”. gPero qué queda atin por hacer? Nos parece que aqui Méziéres tomé por mal camino. Ha partido de esta premisa falsa: que el Petrarca del Cancionero es el Petrarca del vulgo, que el verdadero Petrarca es mu- cho mas, un erudito, un latinista, un patriota, un res- taurador de los estudios, un grande ingenio y un gran cardcter; y que lo que falta hacer es reconstruir a Petrarca, reintegrar esta gran figura mutilada por el vulgo. Se comprende asi la importancia que ha dado a las Cartas reunidas por Fracassetti y a los materiales ha- Jlados en la Biblioteca Imperial y en la del Louvre. Queriendo ofrecernos el Petrarca entero, y no e] mu- 11 tilado por el vulgo, el hecho mais menudo, todo docu- mento adquiere un valor especial. Pero en este caso es el vulgo quien tiene raz6n, y el sefior Méziéres quien se equivoca. El vulgo podria decirle: —zA qué rehacerme por centésima vez una vida de Petrarca? o gqué podria usted afiadir, que en sustancia no sea conocido atin por los pocos letrados? Después de De Sade y Baldelli se puede hacer una biografia mas elegante de Petrarca, pero no mas in- teresante. / En verdad, se puede decir que el vulgo, y entende- mos por vulgo la universalidad de los lectores a la lana y sin pretensiones, conoce perfectamente al Pe- trarca integral que quisiera obsequiarle Méziéres. Sabe muy bien que Petrarca fué un gran personaje, de mucha autoridad, con muchos apoyos, que vivid ora en Ja soledad, ora junto a principes, laureado en Roma, autor de muchas obras latinas, y entre éstas de un gran poema, amigo de Bocaccio y de los mas grandes hombres de ese tiempo, descubridor infatiga- ble de manuscritos antiguos, benemérito de las letras y buen patriota. No hay edicién del Cancionero donde no hallemos una biografia que nos presente a Petrarca entero, cual lo desea el critico francés. Decir que el vulgo sdlo ve en Petrarca al autor de Cancionero, y que por eso no valora adecuadamente su grandeza; esperar'que mostrandolo en todos sus aspectos pueda engrandecerse su imagen en la imagi- 12 nacién popular: he aqui la’ falsa base sobre la que Méziéres ha fundado su trabajo. Quitad el Cancionero, y Petrarca hubiera sido un * personaje conocido por los doctos y eruditos, pero jamés hubiera llegado a ser un personaje popular en todo pueblo civilizado, jamas hubiera alcanzado fama universal. Descender hasta el vulgo y mantenerse alli por muchos siglos es el mas seguro indicio de mérito dero y superior, Pero nadie desciende hasta el vulgo sin perder una parte de su personalidad, siendo el juicio del vulgo, esto es, de los siglos, un trabajo de purificacién y eli- minacién. El vulgo se apropia de la Divina Comedia e ignora el Convite; se apropia del Cancionero e igno- ra el Africa. A través de los siglos el hombre deja en la marcha su parte terrestre individual, obstéculo y no camino a la inmortalidad. E] progreso se da precisamente con esta condicién. La humanidad no marcha sino arrojando de si todo * Jo que es inttil, accidental, repeticién, lugar comin, escoria, lo excesivo y lo vano. En su rapido andar _millares de voliimenes yacen polvorientos en las biblio- tecas, millares de escritores quedan olvidados por el camino, y los mismos grandes hombres dejan en tierra una parte de si. Esto no es mutilacién, sino purifi- cacion, Comprendo una veneracién tan profunda por los mas grandes que impulse a algunos a recoger de tie. 13 rra las cosas minimas que les hayan pertenecido; com- prendo en algunos la alegria de descubrir el sombrero de Napoleén o la bota de Garibaldi. Supersticién san- ta, a condicién de que no se llame cabeza a] sombrero, a condicién de que no se llame Petrarca mutilado y vulgar al Petrarca del Cancionero, ni se llame Petrarca integral o verdadero Petrarca todo lo que el poeta ha dejado por tierra en su répida marcha. No entiendo decir con esto que el libro de Méziéres es initil, y mucho menos despreciable. Es una ele- gante biografia de Petrarca, donde no faltan finas observaciones y hechos interesantes que sirven para ilustrar el Cancionero. Notables sobre todo son las hermosas paginas que consagra a esta obra, con juicios y eriterios sanos y con justo concepto del arte, Pero, _en lugar de examinar el Cancionero en si, lo cita para resolver algunas cuestiones de hecho, como “;Petrar- ea fué original o imitador? gcudl era su teorfa del amor platénico? ;Laura fué una persona real? 3Fué verdadera y profunda la pasién de Pétrarca? ;Cual fué la historia de esta pasién?” El Cancionero esta allf con igual titulo que las Cartas y los Tratados filo- séficas; esté alli como prueba y documento de sus aserciones. No es la Vida la que sirve al Cancionero, sino el Cancionera el que sirve a la Vida, 0 mas bien » al panegirico. a Porque la admiracién del critico francés se acerca - micho a la supersticién, Con cuidado filial cubre de 14 un manto piadoso las desnudeces de su modelo, todo lo débil que habia en su cardcter, o lo censurable de su conducta, Exagera los sentimientos, idealiza el cardcter, poetiza los sucesos mds ordinarios; parece que narra y nos compone un soneto en prosa: no nos da un Petrarca entero y verdadero, sino un Petrarca mutilado por su idolatria. Quisiéramos menos divini- dad en su dechado, un cardcter més humano, Una alta imparcialidad hubiera proveido mejor a la gloria del hombre situado tan alto que casi es irreverencia ten- tar su apologia o paliar sus defectos, Hay que levantar todavia un monumento duradero a Francisco Petrarea, después de tantas obras queda atin una por hacer. Y es la critica del Cancionero. a critica es frente a la obra de arte lo que la filo- sofia frente a la obra de Ja naturaleza. Se puede decir que las formas de la critica son tantas cuantas las que ha asumido la filosofia en el curso de los si- glos. También la critica tiene su historia natural, su anatomia, su fisiologia, su fisica y. su metafisica, Asi como el pensamiento ha ido elevéndose poco a poco en la interpretacién de la naturaleza, asi también la critica ha subido de las formas mas palpables y gro- seras hasta la forma, hasta esa unidad inmediata y or- gdnica del contenido, en la que esta el secreto de la vida, En ella puede el critico identificarse con el artis- ta y su obra, puede re-crearla, darle segunda vida, pue- de decir con el orgullo de Fichte: — jYo creo a Dios! 15 La critica es la fisonomia de este siglo, En las pro- ducciones mas espontineas de estos tiempos sentimos la critica. Ella ha renovado todos los juicios, ha mo- dificado todas: las impresiones, ha elevado mucho Ja cultura general. Nada ha podido substraerse a su ac- cién, desde Dios hasta la mas baja de sus criaturas. En este mundo renovado también tienen derecho a entrar nuestros escritores, nuestros artistas. Ya se ha realizado mucho, pero aqui es el caso de decir: — /1 y @ quelque chose @ faire. Paginas interesantes se han publicado subre nuestros escritores, especialmente por criticos extranjeros, y ha nacido entre nosotros una critica de segunda mano, donde hallamos reunidos prejuicios viejos y nuevos, y en extrafia mezcolanza los més altos resultados de la especulacién moderna y las ideas mds groseras y tri- ladas del antiguo empirismo. En religién, en politica, en arte, en jurisprudencia estamos como aquel ser que todavia no es negro y ya no es blanco; en un estadio de transicién demasiado largo, en el que se estudia poco lo nuevo y se criba poco lo viejo, com- poniendo asi una olla podrida, donde las mas estipi- das tradiciones viven en buena compafiia con las in- noyaciones mds atrevidas. Quien eche una mirada so- bre nuestras leyes, sobre nuestras pretendidas refor- mas, sobre tantas tendencias gubernamentales que se cruzan y niegan reciprocamente, sobre los conceptos contradictorios y cambiantes de un dia al otro del 16 / \ a la'simple interpretacién, como es el modesto comen- ~ tario del Cancionero hecha por el sumo Leopardi. Esta critica puede ilustrar y explicar una obra, no puede juzgarla, Hay una critica toda externa, que recoge y forma mismo hombre de gobierno acerca de nuestras histo- rias literarias, de nuestros programas escolares, de nuestros libros de filosofia y literatura, tocaraé como con Ja mano esta confusién de Jas mentes, esta super- ficialidad e indigestién de estudios, y no se sorpren- der si entre nosotros no abunda el concepto y la con- ciencia de lo que queremos y de lo que hacemos. No es dificil hallar los vestigios de esta confusién también en la critica del Cancionero, en la que, junto al andlisis de Féscolo o de Macaulay, y a las cons- trucciones artificiosas de Rossetti 0 Aroux, no faltan las reminiscencias de Muratori o Castelvetro y las su- perficialidades de Tiraboschi o Gingiené. Y sobrevino la confusién de las lenguas, un Petrarca hermafrodita, ora noble patriota, caracter altivo, escritor de altisimas liricas; ora afeminado, amanerado, artificioso; ya amante apasionado y dolorido, ya amante platénico, ya amante en broma. Estos juicios a medias nacen de criticas a medias, de criticas que consideran el Cancionero bajo este o aquel aspecto, pero no en su conjunto, en su subs- tancia. Hay una critica elemental y utilisima que atiende 17 Ensayos sobre [a eritica—2. un hermoso ramillete de los modos de decir mas se- lectos, o de los conceptos mds peregrinos. También esta critica es incompetente para formular jui una obra de arte. Hay otra critica que estudia las cualidades del es- critor y se resume en la célebre sentencia: “el estilo es el hombre”. Esta critica, en que descuellan los franceses, no puede darnos sino juicios a medias. Y hay una critica que se pone a considerar el conte- nido en si mismo, y fija su concepto, las leyes y la historia, También esta critica leva a juicios a medias. _Estas son, tomadas en conjunto, una especie de cri- tica preparatoria, materiales para Ja critica, antes que la critica misma. Una historia de la critica es uno de los trabajos im- a portantes que quedan por hacer. Se veria que muchas formas suyas son provisorias, parciales, ineptas para producir juicios cabales y definitivos. Nadie que haya estudiado anatomia se cree autori- zado para juzgar al hombre. Sélo nuestros criticos juzgan al artista cuando apenas si han hecho de su obra un trabajo anatémico. El defecto de estas ticas es el de excederse a si mismas en sus juicios, y dar resultados fuera de toda proporcién con la estre- chez de sus indagaciones. éQué es la critica externa o formal? Son frases, giros, inversiones, conceptos, habitos, maneras,, méto- dos, distribuciones, arrancadas violentamente a la obra io de , eri- 18 de arte y ofrecidas en muestra bajo el nombre de mo- delos. Asi han nacido las reglas; asi ha nacido la elegancia; asi se ha formado la retérica. éQué es la critica psicolégica? Es el autor aislado de su obra y estudiado en los hechos de su vida, en sus defectos, virtudes y cualidades. Tal es el trabajo de Méziéres, y puede dar lugar a un juicio més o menos exacto del hombre, no de su obra. Ni es menos incompetente la critica historica, que _aisla del autor su siglo y su asunto, y estudia el con- tenido en si. Un contenido puede ser importante o frivolo, moral o inmoral, religioso 0 irreligioso, poco o muy desarrollado, tratado segin esta o aquella es- cuela y con tal o cual concepto, con tal o cual fin o tendencia. ‘Investigaciones importantes, sin duda, pero de las que no puede salir un juicio sobre la obra de arte. Cada una de estas criticas tiene su razén de ser y su utilidad, pero cada una en sus limites; cuando los traspone cae en lo falso. Mientras la critica formal juzga bellos ciertos mo- dos de decir, 0 ciertos conceptos, o ciertas imagenes, 0 ciertos movimientos, realiza tarea util. Pero cuando con tales criterios juzga la obra, y declara belleza de la Divina Comedia las bellezas del padre Cesari per- vierte el gusto y se vuelve pedante. "La eritica psicolégica nos puede explicar, con las cualidades del escritor, por qué ha sido tratado el 19 tema de este o aquel modo; pero no estd en su facul- lad dar un juicio sobre la bondad del modo. Y a su vez la critica histérica puede girar cuanto quiera el contenido hacia aqui y hacia alld, pero jamds hallaxd | el secreto de su transformacién bajo el poderoso alien- to del creador, De estas criticas a medias han salido juicios a me- dias, es decir, falsos juicios. De la critica formal ha salido un Cancionero falso, en que se reputan bellas las poesias mds espejeantes de tropos, de antitesis y de conceptos, las mds alejadas de lo simple, natural y verdadero; y ha surgido de ella no Petrarca, sino el petrarquismo, la corrupcién de Petrarca. De la critica psicolégica ha nacido un Petrarca no- velesco, un San Agustin mezclado a un Abelardo, con su misticismo, con sus vigilias, con sus luchas inter- nas, con sus soledades, El] sentimentalismo moderno ha penetrado en el Cancionero con no sé qué olor de misticismo y de monaquismo: es Jacopo Ortis que arrastra tras si a Adelaida y a Cominges. La novela Nevada al extremo nos da el Petrarca de Lamartine, donde Petrarca es David, y Laura Santa Teresa. De la critica histérica ha surgido una Laura sim- hélica y romantica y el casto Petrarca, un ideal pla- ténico cristiano de la mujer y del amor, una poesia \ enteramente moderna, donde esté cubierta con velo candidisimo la desnudez de Grecia y de Roma. Todos juicios a medias, todos falsos juicios.” Aun 20 queriendo admitirlos por verdaderos, no se compren- de cémo sean suficientes para explicar la excelencia del Cancionero< Un hombre puede usar conceptos y modos slosehtea de decir, puede amar como Abelardo y formarse de su dama el mas alto concepto espiri- tual: no por eso escribiré el Cancionero. ) Mas bien tenemos en esos juicios caracteres comunes a todo un _ ciclo poético, a todo un siglo. Pero lo comin jamds nos dard la causa del valor intrinseco de una obra, consistente no en lo que tiene de comin con el siglo, con Ja escuela, con los predecesores, sino en lo que tiene de propio e incomunicable. De estos juicios a medias quedan huellas visibles en el] trabajo de Méziéres. Encuentra ante si un Pe- trarca desacreditado precisamente por el uso de esos conceptos y formas que tanto gustaban a Bembo y a Muratori, y que eran condenados por el buen gusto francés aun desde el tiempo en que Montaigne escri- bia: “Laissons la Bembo...” E] pobre Petrarca, lle- gado a Francia a través de los petrarquistas, era con- siderado “un faisewr des sonnets et de chansons”; y Méziéres ha tomado la pluma para realzar a Petrarca ante Ja opinidn y restaurar su monumento. El publico incrédulo habia tomado a risa un amor que se mani- fiesta con tanta retdrica y con tan ingeniosa galante- ria; la gran preocupacién del escritor francés es librar a Petrarca de estos reproches y restituir el Cancionero en su ‘pureza, 21 La pasion de Petrarca es segtin él verdadera y pro- funda, y si hay retérica en su expresién, se debe atri- buir a la modalidad de los tiempos, a las cortes de amor, a las conversaciones galantes de Avignon, al mal gusto de las mismas mujeres y a la natural agudeza de su espiritu. La pasién duré siete afios; después, los viajes, la soledad, la castidad y soberbia de Laura calmaron el amor y lo transportaron de la region in- quieta de Jos sentimientos a esa mds serena del arte. El amante convertido en poeta pudo idealizar a la amada segiin las teorfas platénicas corrientes, ver en ella no sélo a Laura, sino a la Dama, y no sélo a la Dama sino a todo lo que es perfeccién: Dios. De este modo el amor se hizo casto y virtuoso, amor de alma, amistad espiritual pero siempre sincera y viva. Y Mé- ziéres cita en prueba pasajes de sonetos y canciones donde se percibe indudable la sinceridad del senti- miento. ' Resulta evidente para todos lo que hay de gratuito y provisorio en estas hipdtesis y explicaciones. Admi- tamos, bien que sin prueba, que la pasion de Petrarca haya durado siete afios. Habria ahora que determi- nar qué poesias se refieren a esos siete afios; cudndo ‘comienza el amor platénico, cuando se enciende la lucha en el corazén del amante, cuando se transforma ‘en arte el sentimiento, y por qué unas veces es tan afectado y otras tan vivo y sencillo. Pero como en el Cancionero es imposible fijar distinciones semejantes, 22 con estos mélodos arbitrarios y subjetivos se consigue estructurar novelas, mas no establecer una critica seria. El petrarquismo se ha formado sobre los conceptos, las antitesis, y los destellos retéricos de Petrarca. Y ésta es critica antigua. Pero la critica moderna forma otra especie de petrarquismo cuando toma por base del arte el concepto platénico, que, rejuvenecido, embe- Ilecido, bajo formas mas profundas y seductoras, se ha insinuado en nuestros libros y nuestras escuelas y corrompe el arte y el gusto. Segtin esta escuela lo real, lo viviente es arte en cuanto sobrepase su forma y revele su concepto o idea. Lo bello es la manifestacién de la idea. El arte es lo ideal, “una certa idea.” El cuerpo se suti- liza y se convierte a la contemplacién del artista en sombra del alma, “il bel velo”. El mundo poético esta poblado de fantasmas, y el poeta, el eterno wr 43)” _réveur, ve en parte como el hombre ebrio: ve que los ra cuerpos vacilan, pierden su contorno y se transforma su aspecto. No- solamente los cuerpos se atentian en formas o fantasmas, sino que las formas y los fan- tasmas mismos se vuelven manifestaciones de toda idea y de todo concepto. La teoria de lo ideal ha sido Jlevada hasta su ultima victoria, a la disolucién del fantasma mismo, al concepto por el concepto, habién- dose vuelto la forma un mero accesorio, Son éstas las ideas que cunden por el mundo, y no debe sorprender que con esta orientacién el poeta 23 acttie como critico; parte de preconceptos, desprecia demasiado las formas y las trata casi como simples instrumentos de su pensar; y entonces en lugar de personas vivas nos da alegorfas, simbolos, abstrac- ciones. De esta manera ha ocurrido que alcanzaran predi- camento en las formas del arte lo vago, lo indeciso, Ny lo ondulante, lo vaporoso, lo celestial, lo etéreo, lo 'velado, lo angélico; y en la critica estén en boga lo “bello, lo ideal, el infinito, el genio, el concepto, la idea, la verdad, y lo suprainteligible, lo suprasensible, el ente y lo existente, y tantas otras generalidades acu- fiadas en formulas casi tan barbaras como las escolas- ticas, de las que con tanto trabajo habiamos salido. El hombre sano y fuerte no se propone nunca un més alld inalcanzable, una cierta idea, un no sé qué, una cierta cosa, un objetivo indistinto y confuso, deco- rado con el nombre de ideal. Tiene en vista una fina- lidad clara, bien circunscripta, la sola que se siente con fuerzas de obtener. A-los necios les parece gran cosa tener conceptos amplios, mds alld de lo que’se puede razonablemente conseguir: para el hombre ati- nado esto es indicio de poca fuerza, porque la imagi- nacién trabaja tanto mds, cuanto mds débil es el cuerpo; los deseos son tanto mds vivos y menos limi- tados, cuanto menor es la esperanza de llevarlos a cabo. Y lo que pasa con los individuos ocurre-también con los pueblos. El pueblo que ha sabido realizar 24 grandes cosas y dejar huellas inmortales de fuerza de animo y corporal, fué el pueblo mas positivo de la tierra, el menos atormentado por la terrible enfer- medad del ideal: fué el pueblo romano. Y hoy el pueblo mas fuerte y por eso el menos contemplativo, el menos brahmanico, el menos idealista es el pueblo estadounidense. La raza autora del dicho yanqui “el tiempo es dinero” siente que un minuto concedido al réve es un minuto quitado a la accién; y no fantasea sino que obra. Insisto porque ésta es la grave enfermedad de que debiera sanar Italia. Y lo puede porque no le es ingénita. El] pais de Escipién y de César, de Dante y de Maquiavelo, tiene naturalmente claridad de obje- tivo, porque tiene fuerza para llevarlo a efecto. Aun hoy, en el mayor enconamiento del flagelo, vemos inmunes de esta lepra a nuestros dos mayores poetas, \\ Leopardi y Manzoni, que se nos revelan italianos en } la perfecta lucidez y concrecién de sus conceptos y de \ sus imagenes. co Cuando estas teorias hacian su aparicién entre nosotros, hallaban materia bien dispuesta. El pais estaba dividido, humillado, desgobernado; el pensa- miento nacional, confinado en el fuero interior, sin modo posible de manifestacién, salyo la sectaria, alusiva, de doble sentido, convencional: jesuiteria e \ hipocresia de los tiempos. De ahi la increible inter- \ pretacién de la Divina Comedia y de otras obras de 25 nuestros antiguos dada por Rossetti, sectario. El pensa- miento, violentamente replegado sobre si mismo, falto del sano alimento de la vida activa y obligado a sustentarse de su propia sustancia, enfermaba; y la enfermedad fué izada en teoria y llamada “el ideal”. El pensamiento que trabaja sobre si mismo hace como persona reducida a soledad y segregada de los vivos. Falta la acci6n y la suple el réve, falta el mundo material y le sucede un mundo de fantasia: el ocio no es sdlo padre de los vicios, sino también padre de los suefios. Las formas pierden sus contornos; los “conceptos y los deseos, confundidos los limites y el tiempo, divagan como rayos que ya no parten de un centro. Fenémeno que a veces se manifiesta en el encierro solitario o en la fiebre, y explica los éxtasis monacales y las extravagancias del misticismo y del espiritualismo reducido a espiritismo. EI ideal es propio de la vida incipiente, en los pueblos y en los individuos aun jévenes. Y entonces es signo de fuerza. Las imaginaciones vivas son pre- nuncias de las grandes acciones. El alma adolescente,. nueva atin en la vida, la rodea de todos los tesoros de su fresca imaginacién, impaciente por poseerla y gozarla. Es la edad representada por Giacomo Leo- pardi con la angustia de haberse apartado para siempre de ella. La imaginacién juvenil revela sobreabundancia de fuerza, a la que todavia falta un campo adecuado, 26 pero confia hallarlo: de donde la audacia y la cre- dulidad, las dos cualidades tan amables de la juven- tud. En parte es como el caso del nifio, cuyos mo- vimientos descompuestos y vivaces son la aparicién primera de la fuerza, alegre e inconsciente. : Asi como avanzamos en ajfios, con la medida de nuestra fuerza surge en el alma la medida del ideal. Es ideal medido, es ideal muerto. El hombre enton- ces, el hombre fuerte, quiere lo que puede y desecha de si el mundo de los suefios y de los deseos. Aquiles deja Esciros y toma posesién de la vida. El hombre deja atrés la juventud y entra en su madurez. El ideal, expulsado del cielo, se hace humano y con- quista el limite, se vuelve forma de contornos determi- nados y claros, se torna en “lo real”. Y esto es lo que ve el grande hombre, lo ve y lo conquista. En la fabula de Aquiles en Esciros, en la de Telé- maco y Calipso, en la de Eneas y Dido, la antigiiedad represento este trinsito a la virilidad, tan apreciada entonces. Hoy, por el contrario, gracias a las nuevas teorias, ha surgido una adoracién péstuma de la juven- tud, una nostalgia desconsolada de aquellas ilusiones, un lamento ftinebre del ideal puesto al revés, es decir a la espalda; y_una simulacién retérica, llamada poesia, de épocas, de costumbres, formas e ideas ex- trafias a la conciencia y en mezcolanza con todo el resto. De este modo nuestra vida ha perdido su unidad y simplicidad, y nos debatimos entre lo real vivo y 27 presente y el ideal de retorno, el ideal reflejo, el ideal consciente, y otras {érmulas por el estilo. \La restauracién del ideal, ciertamente, cuando la | vida esta en franca disolucién y como putrefacta, es el ‘orgullo de dos generaciones, es el mayor titulo de glo- ria de este siglo, es la segunda juventud, es la vida nueva: es la joven Alemania, la joven Francia, la joven Ttalia. Pero esta juventud dura ya demasiado tiempo entre nosotros. Y puesto que hemos conquistado y poseemos ‘una patria, y mas libertad de la que sabemos usar, me parece tiempo de abandonar las nenias del ideal y apoyar bien los pies sobre la tierra. Cuando aparecié en Italia la escuela purista, los jesuitas la combatian y predicaban el Jatin. Pero cuan- do ese purismo se reconocié vacio y se elevé a escuela de libre pensamiento, los jesuitas corrieron tras aquel vacio, se hicieron puristas y nos dieron al padre Bresciani. . © EI ideal, como el purismo, fué un arma de guerra que nos ha prestado grandes servicios, pero hoy esta herrumbrada, no corta mds. Hay todo un vocabulaiio, cuyas palabras hacian palpitar nuestros corazones y hoy no tienen sentido, llegan frias a una generacion indiferente. Nosotros nos la tomamos con la genera- cién, y debiéramos enojarnos con el vocabulario y pensar en cambiarlo. La reaccién hoy se hace idealista, como un tiempo se hizo purista, roba de nuestro voca- 28 bulario y usurpa‘ nuestros despojos, despojos vacfos bajo los cuales no esté Aquiles. Naturat abhorret a vacuo. Dejemos el vacio a los caddveres y nosotros que nos Ilamamos la vida busquemos la posesién y‘el goce de la vida. En Alemania y en Francia hace ya un cuarto de siglo que nadie habla mds de ideal, o quien habla es tenido en nimero de arcade, de retérico, de doctrinario, nom- bre dado a las personas a quienes en la presuncién de las doctrinas les falta el sentido de lo practico y de lo real. Entre nosotros de un tiempo a esta parte el pensa- miento ha quedado inmovilizado como agua estancada; y todavia oimos “el ideal” y “el ser”, el concepto, lo bueno, lo bello, lo verdadero y otras palabras tales, cansadora repeticién de un tiempo que fué. Lo que era escuela hoy es Arcadia; y lo que era elocuencia hoy es retérica. No es posible decir cudnto mal causa este ideal péstumo. Nace de él un divorcio profundo entre el pensamiento y la vida. En el alma de los jévenes se engendran conceptos y deseos irrealizables, con la conciencia de no poderlos llevar a cabo; de donde nace una practica diversa de la teoria, y tanto orgullo de principios cuanta bajeza y cobardia en las obras. En otra parte esto seria la falsedad permanente; entre nosotros se confiesa cinicamente y es tenida por cosa natural, Hay en el alma —fruto de mala educacién— 29 como un doble ser en muy buena compaiia, el escolar y el hombre; el hombre es débil e indulgente, pero quiere al escolar para comparecer ante el ptiblico. Educado en poner demasiado alto la mira, la conserva asi para pompa y ceremonia, y no se ejercita en acertar, no adquiere el sentimiento y el habito de la fuerza, ni conciencia de Ja medida; no toma en serio lo que piensa y desea, y se acostumbra no a obrar sino a un vano fantasear. Llenando la mente de “no sé qué” y “no sé cémo”, de conceptos mal definidos y de formas mal limitadas; satisfaciéndose con lo indefinido y abs- tracto so capa de ideal, los ingenios mds selectos incu- rren en cierto vagabundeo por el cual los pensamientos corren en todas direcciones sin jamds hallar el centro en que fijarse. Conozco jévenes que a los treinta afios todavia no saben qué empleo dar a la vida, o al cerebro, sin rumbo claro y estable en el pensar y el obrar, a caballo sobre dos generaciones; caballeros andantes sin objeto, no saben asimilarse a una ni adelantarse a la otra, y viven como aventureros, burlindose y bur- lados. jDios mio! En otros paises a los dieciocho afos se es un hombre, avergiienza ser llamado joven, y: se mira derecho delante de si y se emprende el ca- mino sin torcer la mirada a diestra y siniestra. gY nosotros, hombres con tamafia barba, queremos toda- via nifiear con el ideal, con las formas sutiles, los velos transparentes, el Deus in nobis, Amor que dentro dicta, Ja certa idea de Rafael, el quelque chose de Chénier, 30 y las perdidas ilusiones, el misterio de la vida, el co, los tipos y los entusiasmo, el genio, el furor poé arquetipos, y la mujer que guia al ciclo, con una san- ta maldicién a la tierra y a la vida, a quienes Ia- mamos “prosa”’? La historia muestra junto a los éxtasis de Santa uando en mo, pode- Teresa las bacanales de Lucrecia Borgia; la sumidad de la escala hallamos el misti mos jurar que abajo todo es beateria, supersticién e hipocresia: espiritualismo en lo alto significa el mas abyecto materialismo en lo bajo; ni debe sorprender que con tanto ideal en nuestras escuelas se haya des- arrollado hoy tal fiebre de ganancias repentinas e ilicitas, acompafiada de un rapido obscurecimiento de todo sentido moral. Entremos en nuestras escuelas. La fachada es mag- nifica: la enciclopedia. Alli dentro esta todo lo cognos- cible, pero reducido en pildoras, mecanizado en pre- guntas y respuestas. Cuanto mis vasto es el horizonte, menos serios y profundos son los estudios. Precisamen- te porque queremos abarcar demasiado, permanecemos en el campo de un ideal vacio, es decir, de lo indeter- minado, de lo superficial, de lo provisorio, del lugar comin, de los juicios a medias. No podemos profundi- zar nada, ni asimilarnos algo y volverlo cosa nuestra; estamos demasiado urgidos y distraidos por tan grande multiplicidad y variedad, No hay una base amplia y estable sobre la que se asiente el edificio; no hay alli 31 ! subordinacién y coordinacién; todo esté separado, todo es fragil, todos estamos para mandar y cada cual tra- baja por su cuenta. Es dificil hallar a un joven que ponga por escrito lo que realmente esté en su dnimo; escribir es mentiry Encontramos muy a menudo que incurren en disparates gramaticales y solecismos, inep- tos para escribir y entender, y que sin embargo sen- tencian con absoluta seguridad sobre lo bueno y lo bello, y juzgan de Homero y de Dante. :Quién nos _ libra de tantas estéticas, de tantos artes de escribir, _de tantas historias y de tantos tratados? "No hay unidad orgdnica en la ensefianza, no hay ligazén en los estudios, no hay correccién y sinceridad en la expresién; no existe la participacién viva y seria del discipulo en aquello que aprende; la teoria abunda, echamos de menos el laboratorio. Y para reducir todo a uno, falta la proporcién entre lo que esta en la idea y lo que esta en el hecho; hay demasiado ideal y poca realidad; estd el fin en si y desligado de los medios que lo pueden realizar, y como a la vez esta la conciencia, anhelamos el fin y descuidamos los medios. Por eso nuestro ideal no es serio; es veleidad y no voluntad; lo hallamos sélo sobre las fachadas de las escuelas y no habita més en ellas, salvo en los escritos. éQué nos resta por hacer? Invertir la base de lo cognoscible y donde esta escrito ideal poner real. Com- prendo que para los hombres sensatos el ideal és la realidad misma, y que los grandes poetas y los gran- 32 des criticos no se equivocan, no separan lo que es uno. Pero una ciencia no se juzga por la teoria, sino por el rumbo o las tendencias que produce. Helvecio nos demostrara inobjetable su teoria y se diré no me- nos calumniado que Epicuro. Nos explicaré cuerda- mente su interés y su utilidad; pero una vez puesto en lo alto de la escala el interés “bien entendido”, el interés explicado y comentado, la sociedad toma el texto y deja el comentario. Lo mismo pasa con el ideal. Digumos que naturaleza y espiritu, pensamien- to y materia, el ser y la nada, ideal y real son distin- ciones légicas, pero que de hecho lo uno es Jo otro, y que no puede concebirse uno sin el otro; expliquemos, reunamos, hagamos nuestras reservas: trabajo inutil. El impulso esté dado y no valen explicaciones. Lo que en la ciencia es elemento nuevo y adicional, queda por principal y aun unico, y todo lo demds no se tiene en cuenta. Urgidos por el sensismo, nos hemos arrojado hacia el ideal como a nuestra tabla de salvacién, hemos reivindicado su existencia, lo hemos husmeado y descu- bierto en todos los seres vivos, en el arte y en la natu- raleza. E] principal problema que hemos tratado de resolver ha sido hallar la idea, el concepto, el allende, el ideal en toda cosa existente; y juzgar todo por la bondad y valor del concepto puesto en la base de nues- tra filosofia, de la historia y de nuestra filosofia del arte. gQué tiene de sorprendente que, puesta esta base y dado este impulso, no hayan valido de nada las expli- 33 Ensayos sobre la critica eaciones, las cautelas, los distinguo, y se haya entroni- zado el ideal como patr6n tinico y absoluto? El maestro habla cuerdamente, pero los discipulos no retienen de todo el periodo mas que el verbo principal, le mot d’or- dre, Asi, a pesar de la cordura de las doctrinas se ha engendrado en los libros, en las escuelas y en la practi- ca un desprecio e incuria de la vida real, que llamamos “prosa”, como si ella no fuera la base y fuente de toda poesia alta y verdadera; y a la vez un altanero desdén de la forma, considerada como obstdculo para la alteza del ideal y tolerara como su veste y manto, velo mds bien; y cuanto mds se niegue a si misma, es tanto mas razonable, consciente y reflexiva, y se la aprecia tan- to mas. Cuando las formas se consideraban bellas en si mis- mas, idolos vacios, tuvimos un Petrarca mecanizado, el petrarquismo; cuando las formas se volvieron suti- les, vacilantes, sombras de la verdad, velos del concep- to, tuvimos un Petrarca ‘idealizado, un petrarquismo platénico. Me parece hora de dejar a un lado a Bembo y a Schlegel, a David y a Santa Teresa, y buscar a Petrarca a través del doble petrarquismo. Veremos entonces que donde Petrarca se nos presenta descuidado y rudo hay tesoros de poesia mds puros que todas sus elencadas elegancias; y que donde arro- ja como lastre su platonismo y da libre vuelo a su ima- ginacién y a sus impresiones, alcanza elms alto obje- tivo del arte. Cuanto mds ingenio, pensamiento y con- 34 cepto hay en su forma, més nos alejamos de la poesia; cuanta mas pasién, calor de imaginacién, impresién, voluptuosidad hay ahi dentro, mas nos sentimos en el verdadero campo del arte. : Grande artista es el que vence, doma y mata en si el ideal, esto es, lo realiza, produce una forma, en la cual se satisfaga y olvide todo; lo olvide de tal modo, que cuando alguien le pregunte qué hay dentro de ella, tenga que responder: —cierta idea, un no sé qué,— es decir nada: la forma esta ahi, la forma es todo. La forma es la criatura de nuestro cerebro, y el problema del arte es saber si ese cerebro tiene fuerza productiva y si ese hijo es criatura viva, si ha nacido vivo. Dispu- tad, si queréis, sobre la cualidad de la forma, si sea sutil o corpulenta, hermosa o fea, moral o inmoral, y sobre su concepto, y lo que hay en ella de real y lo que hay de ideal: lo esencial es que sea ante todo una for- ma. Que en el arte no se admite mediocridad es un concepto profundo; porque no existe en él lo mas © menos vivo, existe lo vivo y lo muerto; existe el poe- ta y el no poeta, cerebro eunuco. Lo indeterminado, lo confuso, lo esbozado, lo descar- nado, lo afectado, lo exagerado, lo conceptuoso, lo ‘alegérico, lo abstracto, lo general, lo particular; todo esto no es forma, es lo contrario de la forma, es lo informe y lo deforme, es la impotencia y revela ve- leidad y no voluntad de creacién. Desde este aspecto la esencia del arte no es lo ideal ni lo bello, sino lo vi- \ 35 viente, la forma; también lo feo pertenece al arte, como a la naturaleza; también lo feo vive; fuera del reino del arte sélo se halla lo informe y lo deforme. La Tais de Maleebolge es mas viva y poética que Beatriz, cuan- do ésta es pura alegoria y responde a combinaciones abstractas. {Lo bello! Decidme, pues, si hay algo tan bello como Yago, forma brotada de lo mas profundo de la vida real, tan llena, tan concreta, tan acabada en todas sus partes, en todas sus gradaciones, una de las mds bellas criaturas del mundo poético. Pero cuan- do nos lanzamos a velas desplegadas en una regién anterior a la forma, a fuerza de discutir sobre la idea, sobre el concepto, sobre lo bello real, moral e inte- lectual, confundiendo la verdad filoséfica y moral con la verdad estética, y desnaturalizando las impresiones, proclamamos fea una gran parte del mundo poético, y le concedemos pasaporte sdlo a titulo de contraste, an- tagonismo, relieve de lo bello, y aceptamos a Mefisté- feles como relieve de Fausto, y a Yago como relieve de Otelo. Del mismo modo la buena gente crefa in illo tempore que los astros se estén alla para tener la can- dela a la tierra. Si queréis una estatua en el vestibulo del arte, poned | en él la forma; observadla y estudiadla: de ella sea el principio. Antes de la forma sélo hay lo que habia | antes de la créacién: el caos. Ciertamente, el caos es ~ algo respetable y su historia es muy interesante. La ciencia no ha dicho su ultima palabra sobre este mundo 36 previo de elementos en fermentacién. También el arte tiene su mundo previo; también el arte tiene su geolo- gia, nacida ayer no mas y apenas eshozada, ciencia sui generis, que no es critica ni estética. Aparece la esté- tica cuando aparece la forma en la que aquel mundo’ est internado, fundido, olvidado y perdido. La forma es ella misma, como el individuo es é1 mismo, y no hay teoria tan destructiva del arte como ese continuo marti- larnos los ofdos con lo bello, manifestacion, vestidura, luz, velo de la verdad o del ideal. El mundo estético no es apariencia, sino sustancia; mas: él es la sustancia, lo viviente; sus criterios, su razén de ser no consisten sino en esta divisa: “Yo vivo”. Nuestros sentidos nos bastan para hacernos comprender lo que en la natura- leza estd vivo y lo que esta muerto; en el reino del arte el sentido de lo vivo, de lo real, est4 poco desarrollado, y no pocas veces ocurre que los criticos diserten largo de una obra de arte, como de cosa viva, cuando ha nacido muerta. jY la Ilaman bella, encuentran alli el ideal, y la alzan por dechado! Dejemos tranquilos a los que hoy pasan por poetas; pero {cuanto tiempo no se ha gastado en la Basviliana de Vicente Monti? Y no es pueblo artista sino el que sabe medir la infinita distancia que media entre el ingenio y el talento, entre la creacién y la agregacién, y entienda por qué son apreciados tanto Homero, Dante, Shakespeare, Ariosto. Pero si queremos adquirir el sentido de lo vivo, co- mencemos por invertir los términos del problema esté- 37 tico, y preguntar al poeta no cuanto ha podido idealizar, sino cudnto ha podido realizar. En lugar de “artializer la nature” procuremos “‘naturalizer l’art’’. Queda una obra por hacer, y es determinar qué hay de vivo y qué esté muerto. Nos daremos cuenta que en Petrarca esté muerto todo lo que es imitado e imi- table, el doble petrarquismo retérico y platénico. Mu- cho vivo ha quedado; y comprenderemos también que si en esta vida existe lo defectuoso, lo fatigado y lo mecdnico es porque no abundé en él, como en los su- mos, el poder generador, la virilidad, la fuerza de reali- zacion; y llegaremos a esta conclusion: que lo que los idealistas reputan su gloria fué justamente su debi- lidad. Una obra tal no ser el panegirico de Petrarca, pero sera el Perarca verdadero, como lo deseaba Méziéres. 38

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