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Todo lo hacemos en familia es un libro caprichowo escrito con Todo lo hacemos en familia tuna prosa fina y un agudo sentido del humor. A contraco- triente de modas literarias, las varias anéedotas aqui conta- das ocurren en los afios treinta del siglo Xx, terminan a prin. cipios de los cuarent plantean un realismo milagroso por Beatriz Espejo el que desfilan angeles y de 1onios, hombres y mujeres que rno son de este mundo y quisss ya de otro, Siguen sus nnormas de conducta, creen en valores tradicionales, per- manecen apegados a sus extravagancias y figuraciones, a su propia manera de vivir y entender su univers. Como si fuera un tapete persa desenrollado para las ple garias cotidianas mientras el sol declina, una bordadora cextiende el tapiz que ocupa sus horas. Ha encontrado su ex- piacién, exorci fantasmas que la acosan en una casa lena de recuerdos, pretende una obra maestra de arte utili Mientras tanto los hilos se e relacionan, establecen un tario, deja volar su fantas enredan en div sas historias, juego literario, razan retratos, d sien a p 205, suponen que lo inaudito ocurre diariamente n que lo sepamos de manera cabal, y se anudan durante la prepara- cin de un banquete donde se reunirian personajes dados a disfrutar los placeres de la mesa con exquisito refinamiento, Todo lo hacemos en familia Beatriz Espejo Ilustraciones de Luis Lépez Loza SOM ALGDVS Primera edicién, 2001 DR. © BEATRIZ. EsPEIO DR. © Luis LOPEZ LozA, por ilustraciones de interiores y portada DR. © EDITORIAL ALDUS, S.A. Obrero Mundial 201, Colonia Del Valle 03100 México, DE Tels.: 5669 1626 y 5543 5482/83 vwww.aldus.com.mx ISBN 970-714-001-1 Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico Para Juan José Arreola xy René Avilés Fabila Para todo hay un momento -y cada hecho tiene su tiempo ‘marcado en el cielo. Eclesiastés ‘Quien la viera encorvada ante el bastidor en su pertinaz afin de bordar el tapiz que honra su nombre, no hubiera creido que aquella era una mujer muerta de miedo, escondida en su casa como rata dentro de un hoyo; tam- + poco hubiera pensado que su mirada verde, ahora debil y perdida bajo los parpados abotagados, habia enloque- cido de pasién a don Rodrigo Antuiio de la Mora cin- cuenta afios atrés. ‘Acababa de cumplir sesenta y siete y tenfa treinta de vinda. Sus manos se convirtieron en unos sarmientos rnudosos de venas saltonas y piel manchada; sin embargo, resultaban sorprendentes por el brillo de las urias bien cortaditas, opalinas, meticulosamente pulidas con gamu- za, gracias a los beneficios de un ritual que sembr6 sus raices en la nifiez lejana, quiza por la disciplina a la que intentaba someterla la sefiorita Otilia, una institutriz delgada y sensible cuyas facciones olvid6 por lustros. ‘Sara buscaba el estuche de manicura forrado de cue- 10 rojo, raido en los bordes por el uso, parte del ajuar de bodas que le dio su madre. Lo habia llevado al viaje de novios y luego a sus otros viajes. Era un estuche precio- 30, Tenia todos los utensilios necesarios para el aseo cotidiano en una refinada presentacién, pomos de cris- tal con sus tapones de plata donde todavia guardaba restos de talco, de bicarbonato, y jabén semiendurecido a medio gastar. Habia cepillos con empuriadura de marfl, u Tado lo hacemos en familia peines,¢ incluso una agenda también de cuero rojo, con hojas de papel cebolla donde s6lo habia dos direcciones apuntadas que, curiosamente, siempre confirmaba antes de enviar correspondencia: Rosario y Pilar Rosas del Cas- tillo, Calle de Alcantarilla, numero 8, Perote, Veracruz. Y, Casa familiar, Emparan 10, Veracruz, Ver. Sara se re- cortaba las cuticulas con una tijerita en la que podian distinguirse sus iniciales, y tallaba ufia tras ufia con un liquido transliicido, Observaba el resultado satisfecha. Y a fuerza de ver solo sus dedos sobre la tela, no consta- taba el derrumbe operado en el resto de su persona Después se ponia el dedal y sin interrupciones reto- maba su bordado, Sacaba de la nada calices, androceos, cestambres, rosas matizadas, tallos. De vez en cuando cobraban impetu las libertades permitidas a los grandes artistas y aqui o allé delineaba mariposas monarcas 0 go- londrinas al vuelo, guacamayas, carboneros, petirrojos, chupamirtos con las alas tan finas y el piquito tan largo ‘que parecian sostenerse en cl aire y libar el polen de las. flores dentro de una ofuscada selva donde se entrelaza-~ ban adoptando formas caprichosas, grandes arbustos de rosas silvestres llamadas de Moctezuma, naturales de México. Con esos primores fascinantes habia tapizado sofis, sillones, paredes de una sala entera, el salén ele- ido para sus comidas solitarias y la recdmara donde yacia Ileno de cojines su imponente tilamo matrimonial de reluciente latén, cubierto por las mismas sébanas de lino rehilado que su marido tanto alababa en los dias ya re- motos de su confortable tranquilidad doméstica. Repentinamente detuvo su febril tarea. Le faltaba terminar la altima pieza de aquellos ajuares: un escabel alos pies de la butaca donde don Rodrigo solia sentarse contemplindola embelesado cuando ella le preguntaba siiba bien el blanco concha con el blanco caracol marino. Rodrigo padecia daltonismo y jamés distinguia esas dife- 2 Beatriz Espejo rencias, Contestaba al azar, sin preocuparle que Sara no tomara en cuenta sus consejos aunque fingia oirlo con atencién, En cambio alzaba la vista para seguir rumbo al techo los aros de humo que don Rodrigo formaba ‘exhalando las bocanadas golosas que le daba a sus puros ordos y crujientes, mientras se retorcia la punta del bi- gote o calentaba cognac antes de tomarlo. Los tensos boto- hes de su chaleco demostraban cuan satisfecho estaba de gu fortuna; cudn feliz. de haberla incrementado con una fabrica de pélvora. Lo mismo surtia para el ejército balas de cafion, que algarabia de cohetes a las constantes y Variadas festividades de la Republica. Negocio prospero y abundante que le permitis invert las ganancias y vol- verse un industrial riquisimo, en posibilidades de escoger ‘la esposa de sus stefios. No tuvo que esperar mucho. Sara Rosas del Castillo inund6 su vida como brisa prima- eral. Le llegaba a la mitad del pecho en estatura fisica y le despertaba toda Ia simpatia que un hombre dueiio de si mismo puede sentir por una criatura mimada. Se embebia leyendo novelas roménticas. A la menor pro- Vocacién le salian hoyuelos en las mejillas, entonaba aquello de “en el tronco de un érbol una nifia grabé st nombre henchida de placer, y el érbol conmovido alla fen su seno a la nifia una flor dej6 caer’, y era capaz de celebrar las bondades que compra el dinero exhibiendo la sencilla ingenuidad de quien nunca ha experimentado el temor de Dios. Daba ternura verla saborear bombones, pasteles y sorbetes, o sentada frente a su escritorio ante tuna combinacién de recetas para disponer las comidas de la semana, Ama de casa esmeradisima, inventaba recatt- dos exquisitos juntando especies, macerando hierbas. Y cuando obtenia algo digno de compartirse, sin tardanza lo enviaba a sus primas cercanas 0 a sus amigas ‘mas que- ridas dentro de hermosos recipientes de barro, plata 0 porcelana tersa como la leche, adecuados al contenido. 13 Todo lo hacemos en familia Don Rodrigo tinicamente encontraba un reparo para su dicha de aragonés que habia hecho la América. No tuvo con la pequefa Sara ls hijos que propiciaron sus abra- 20s secretos, sus jadeos anhelantes la plenitud de su amor. El le mordia los pezones, el cuello; ella Io acariciaba pre- ipitada o morosa; pero la pasién exhausta, jamés los convirtié en padres. Acabaron aceptando la idea de adop- tar a dos sobrinos rubios como el vaivén de las espigas, vistagos de una cufiada que se habia quedado en Zara goza. Asi completaron una familia. Gozaron las dichas mundanas y cumplieron sus més audaces caprichos. Que los nifios proponian ir a Suiza, a Suiza iban sin tardanza; que Sara pedia canutos de oro y plata para sus bordados en los que desde chica encontré un antidoto para con- trolar los repiqueteos de su coraz6n, las madejas arriba- ban por carretadas; que don Rodrigo queria camisas de seda pura confeccionadas a la medida, las entregas venfan regularmente desde Paris dentro de cajas enormes y con el cuidadoso refinamiento que precisarfan los castres de polendas para satisfacer las exigencias de un mandarin. No hubo capricho que se les negara, hebillas de brillan- tes y topacios consagradas a las diminutas zapatillas de princesa china de Sara, y —pues la casa refleja la estre- chez o la opulencia familiar— espejos y candiles vene-

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