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2 ae om OS @ § = 2m Bs? u 3 ij i o Bie i erie ee a = % mS as 0238 > os Sas aASe 25 @ a8) La voz y su huella NOTA DEL AUTOR El prélogo, todos los capitulos (I-IV) de la primera parte y el capitulo V de la segunda son inéditos. Una primera versién del Capitulo V1 salié, bajo el titulo «La subversion del texto escrito en el drea andina: Guaman Poma de Ayala y J. M. Arguedass, en la revista Gacela (Aarhus, Dinamarca), no. 1, 1985, El capitulo VIi es la relaboracién de »La épica incaica en tres textos coloniales (Juan de Betanzos, Titu Cusi Yu- panqui, el Ollantay, publicado en Lexis (Lima), vol. IX, no, 1, 1985. El capitulo VIII retoma con variantes significativas el azticulo «Del padre Montoya a A, Roa Bastos: la pul- sién histérica del Paraguay», publicado en la revista Tbero-Amerikanisches Archiv (Berlin), N. F. Jg. 13 H. 1, 19872. - El capitulo IX relabora materiales en »El substrato ar- caico en Pedro Paramo: Quetzalvoatl y Tlalocs, publicade en Iberoamérica. Homenaje a G, Siebenmann, Machen, Fink, 1983, vol. I, Lateinamerika-Studien 13. Una esbozo del capitulo X salié, bajo el titulo «La et- noticcidn o la mala conciencia del intelectual coloniza- do», ett TILALC (Caracas), atto LII, no. £, 1987. El capitulo XI se basa en «Los callejones de la fiecién ladina en el drea maya (Yucatan, Guatemala, Chiapas)s, publicado en la Nueva revista de filologia hispanica (México), i. XXXV, 1987, no. 2, pp. 549-570. El capitulo XII constituye una versién corregida y ant- pliada de un trabajo que salié, bajo el mismo titulo, en Allpanchis (Sicuani-Cusco), no. 32, 1988, pp. 165-195. ién: Magdalena Quijano Disetio: Cesar Mazola Correccién: Gilda M. Fernandez Iris Cano © Martin Lienhard, 1990 © Sobre la presente edicid Ediciones Casa de las Américas, 1990 CASA DE LAS AMERICAS 3ra, y G, El Vedado Ciudad de La Habana ~ Sai ti ect A siesta innit a Agusto Roa Bastos a Beatrice y a Qantu, autora, a los dos afios y medio, de esta trase: «El cuento no esta terminado: esta en la bocas ee PROLOGO Hace veinte o veinticinco afios, dos libros compilados por Miguel Leén Portilla, Visién de los vencidos [2.1/ 4959] y El reverso de la conquista [2.1/ 1964}, revelaron al ptblico no especializado de México y América Latina no sdélo la existencia de una visidn indigena de la con- quista del continente americano, sino también una serie de textos, escritos o dictados por los propios indios, que moldean tal visién en unas formas poéticas altamente efi- cases, Los materiales reunidos por Ledn Portilla, mds alld de su valor documental y literario, suscitan la pregunta de si esta wvisién de los vencidos» representa, antes del enmu- decimiento deftinitivo, el iltinto destello de la capacidad de expresién poética de los autéctonos o si, por ef con- tratio, se trata del comienzo de una expresién literarta nueva, no »prehispdnicay sino colonial, Desde luego, el titulo del primero de estos bros y la eleecién de los textos (fundamentalmente del siglo xvi) tienden mds bien a sugeric que nos encontramos frente a urios universos culturales histéricamente condenados. Esta no fue, sin duda, la intencidn del compilador: en su nota prelimi- nar a De Porfirio Diaz a Zapata [2.1/ Horcasitas 1974), testimonio ndhuatl contempordneo, Ledn Portilla rela- clona explicitamente el texte con los que él reunié en Vision de los vencidos. Sin embargo, el hecho de ignorar, en este libre, toda la produccidu literaria de los descen- dientes ul id. res de los wvencidose, se puede considerar come una opcién id Idgicamente significativa. Angel fdaria Gartbay, pionero de los estudios naluas y maes- tro de Leon Portilla, si bien no manifests ningun inte- 12 Martin Lienkard rés especial por lo que la literatura ndhiuatl transcrita o escrita tiene de «colonials, ya habia mostrado en su His- toria de la literatura ndhuatl (2.2/ 1953-1954] que la ex- presidn podtica de los «nencidoss no es simplemente un seanto de cisnes, sino también el resultado del vigoroso esiuerzo creativa que algunos nobles mexicanos, pasa- do el primer momento de estupor y de perplejidad, vuel- ven a desarrollar en un contexto sustancialmente nuevo: colonial, Partiremos aqui de la conwiccién de que los documen- tos reunidos por Leén Portilla (amén de otros andlogos) se deben considerar no sélo como testimonios de un pa- sado histérico-cultural sumergido, sino también como los textos pioneros de una literatura «latinoamericanas esctita por medio del alfabeto europeo pero no ~o no exclusivamente~ segiin los cdnones importados; una li- teratura relativamente auténoma que traduce la expe- “-rlencia nueva, en general traumdtica, de las colectivida- des marginadas por el régimen colonial. La telacién entre tales textos «pionerosn y una serie de fendmenos literarios mds modernos tue planteada de nodo incisive por el estudioso peruano Antonio Corne- 'o Polar (1/ 1978]. Limitdndose en lo fundamental a los procesos literarios en el drea andina (Peri), Cornejo atir- a6 la existencia de una corriente literaria sheterogéneas, rastreable desde los comienzos de la Colonia, cuyos tex- $.s¢ Caracterizarian por «la duplicidad o pluralidad de s signos socio-culturales de su proceso productivoe; uralided debida al hecho de que 1a produccién, el pro- io texto y su consuiio pertenecen a un universo cul- gociedades marginadas de ascendencia prehispanica, ase desprende de las observaciones del investiga- ee ee La voz y su huella B dor peruano, esta corriente Surge y se reproduce a raiz de una permanente situacion de contlicto cultural, con- secuencia, en iiliima instancia, del contexte colonial crea- do por la conquista. Como ya lo hace prever el titulo sugestive de su libro, La otra literatura peruana, Edmundo Bendezti (2.27 1986] también evoca la existencia y la continuidad, des- de ia tenprana épeca colonial hasta hoy, de una fitera- tura peruana marginada por la cultura colonial: Ja litera- : tura escrita en —o w#traducidan del- quechua. La delimita- cién y la fundamentacién tedrica del corpus de la -otra literatura», algo cambiantes en los diferentes: ensayos que componen el libro, parecen sin embargo insuficientes para dar cuenta de los diversos fenémenos literarios alu- didos. Bendezti, escamoteando hasta cierto punto los conr- plejos procesos de interaccién cultural de los iiltimos si- glos (por ejemplo, el impacto de la escritura}, establece una continuidad muy discutible entre esta literatura yla de los Incas; por olra parte, ignora la ubicacién muy variable de los sectores productores de «literatura que- chua» dentro de la sociedad global: la exénica de Garcila- so de la Vega, la de Cuaman Poma de Ayala, el drama - quechua Ollantay y la poesia (en espanol) de Melgar o fen quechua) de Alencastre corresponden, sin duda algu- na, a prdcticas literarias muy distintas que cabe situar en su contexto socio-cultural. Con todo, la idea de ung literatura sotras, paralela ala roticial», no deja de ser una intuicion certera, Sin relerirse a una posible continuidad desde la épo- ca colonial, Angel Rama, en el libro ‘Transculturacién narrativa en América Latina [1/ 1980}, detendié la tesis de que parte de la nueva narrativa latincamericana —qui- 2as para él la mds «novedosas— extraia pavaddjicamente sus rasgos mds caracteristicos de un fondo poético @ i P Martin Lienhard ideoligico que no es otro que el de las subsociedades arcaicas marginadas-sea por la conquista sea por la mo- dernizacién dependiente que caracteriza la historia con- tempordnea de todos los paises latinoamericanos. Los autores a que Rama se referia (ante todo Arguedas, Rul- fo, Rea Bastos, Guimardes Rosa), son todos de origen sprovincianes, dos de ellos (Arguedas y Roa Bastas} ade- mds hablantes nativos de sendos idiomas de origen pre- hispdnico (el quechua, el guarani), es decir, vinculados de algtin modo a los «vencidos« del siglo xvi. A pattir de textos y de entoques disimiles, todos estos estudios coinciden, pues, en insinuar que en América Latina, el discurso dominante, europeizado y elitista, no expres6 ni expresa realmente la vision y la sensibilidad de amplias muchedumbres marginadas desde la conguis- fa .o en una época mas reciente. Todos, también, sugie- ren la existencia de expresiones literarias salternativase. La sisién de los vencidos, 1a «narrativa de la transcul- turacidim, la literatura vheterogéneas y la sotra literaturas remiten, en rigor, a algunas manifestaciones de un amplio conjunto Hterario que cabe relacionar con las colectivi- dades histéricas wresponsablesu de los textos o, cuanto menos, de las interterencias «no occidentalesu gue se des- cubren en ellos. Debemos partir de ja continuidad o analogia mds o menos evidente que exisie entre los svencidoss, es decir las subsociedades indigenas del siglo xv1, y varios de los sectores marginales —no sélo indigenas~ de hoy. Las subsoctedades indigenas, relativamente auténomas en 1a época colonial y -a veces~ mds alld, han visido una ex- peviencia histérica que no coincide con la de los see- tores dominanies; parcialmente andlogo seria el caso -ne profundizado aqui por. motivos de coherencia in- terna— de las subsociedades de ascendencia africana. Esta votras historia, la de los vencidos de la conquista, de los que »perdierons no sdlo la independencia, sino tam- bién otras guerras ulteriores (como. la expansidn lati- fundisia de fines del siglo pasado}, casi no se conocia ~salvo para algunos momentos excepcionales~ hasta hace poco, Entre la imagen de la sociedad prehispdnica esbo- zada por los arquedlogos-historiadores y la de las sub- sociedades «étnicass modernas tal como aparece en ia literatura etnogrdfica, mediaba una zona de oscuridad de siglos. La etnohistoria, en los iiltimos afios quizds la mds exitosa de las ciencias del hombre, ha logrado, a teavés de un trabajo paciente e imaginativo, reducir esa zona y reconstruir, para algunas subsociedades y unos periodos relativamente largos, esa votra historias. Todos estos conocimientos nuevos nos permiten ahora alirmar una relativa autonomia cultural de las subsocie- dades indigenas ~o mestizas de ascendencia indigena-, e interrogarnos acerca de su elaboracién de una identi- dad colectiva a través de la literatura, Obviamente, ext todas estas subsociedades, la expresién verbal tundamen- tal se realiza én el marco del sistema de la oralidad y se sustrae en buena medida a una investigacién diacrénica; por momentos, sin embargo, estas subsociedades ~o, mds exactamente, sus representantes o portavoces letra- dos mds o menos legitimos— se sirven de la escritura europea para expresar una «visiéns alternativa. La fa- mosa recopilacién del discurso indigena impulsada por Olmos, Motolinia, Sahagiin y otros misioneros en Meso- américa, a lo largo del siglo xv1, serd un ejemplo parti- cularmente significativo; pero no tinico en la historia latincamericana. Tampoco es tinico el tendmeno mexi- cano de un mnticleo de letrados indigenas, capaces no sélo de reproducir el discurso oral, sino de manejar, Martin Lienhard translormdndolos 0 no, los discursos europeos. De he- cho, muchas subsociedades marginales lavorecieron, en algiin que otro momento de su historia, una produccién escripiural significativa que es algo mds (o algo menos) que la recopilacién del discurso oral y que no se empa- renta directamente con la literatura dominante (europei- zada @ criolla) del momento. ¥ una parte de esta litera- tura, sepultada en los archivos, no se conoce sino gracias alas publicaciones etnohistéricas. El conecimiento de la sotra historian perinite y exige, akora, la elaboracién de «otra historia» de la literatura latinoamericana, una historia que tendrd que relativizar la importancia de la literatura europeizada o criolla, aquilatar la riqueza de las literaturas orales y revelar @ subrayar la existencia de otra literatura escrita, vincula- da a los sectores marginados, Esta «literatura escrita alternativae es la que consti- tuye el objeto principal del presente libro. Nos limita- remos a su variante principal, «indo-ibéricas; la varian- te vatrogmericanas, en efecto, pese a muchas analogias, plantea un problema que no podemos abordar aqui: la relerencia a Alrica (5.2/ Brathwaite 1927}, continente que se sitta tuera de nuesiro campo de visién. Dejamos to- talmente de lado la posible «literatura escrita alterna- tivaw de los sectores populares de tradicién cultural «oc- cidental»; su escasa autonomia respecto a los sectores hegemdnicos exige, en efecto, la elaboracién de un pa- radigma distinto, Nadie ha planteado hasta ahora, que sepamos, la exis- tencia y la contextualizacién socio-literaria de este con- tinente literario vasto, dificil de percibir dada la multi- plicidad de sus avatares, ¢ ignorado por los autores ~in- comunicados por el espacio y el tiempo- de los textos. El conjunto de «textos heterogéneos que retine Cornejo 4 voz y su huella dz: Polar para el drea andina, por ejemplo, se apoya toda- wia casi exclusivamente, pese a la novedad de la pro- puesta, en las prdcticas literarias que se ajustan con ma- tices a las tradiciones escripturaies europeas: la Namada literatura »ilustrada» o culta de los sectores hegemédnicos, Algunos de los textos a que nos teferimos pertenecen por algunos de sus aspectos a esta literatura, otros no. Nuestro corpus posible (estamos lejos de conocer o de imaginar todos los textos existentes) ‘coincide en parte con el que Juan Adolfo Vazquez [1/ 1978} llamé ~no muy apropiadamente- «las literaturas indigenas latino- americanas», pero no es asi nuestro entoque. Pensamos, en efecto, que las literaturas «indigenas» -las de la co- lectividad— se desarrollan fundamentalmente en la es- tera oral, y que la existencia de documentos escritos (iranscripciones, relaboraciones u otros procesamientos escripturales del discurso indigena) supone la aparicion de prdcticas literarias nuevas, no necesariamente y no siempre «indigenas». Y su estudio exige, desde luego, una especial atencién a las relaciones interculturales que sé construyen en el seno de las sociedades glohales. Muchos, quizds la mayoria de los documentos que me- recerian estudiarse en este contexto, no han interesada sino a los historiadores y, mds todauia, a los etnohistoria- doves y los antropdlogos. Ahora, para ntuchos de los in- vestigadores en ciencias sociales, los textos no son dis- cursos provistos de una coherencia propia, sino canteras de donde extraer datos de interés histérico, socialégico o antropolégico, Por consiguiente, ellos na los estudian, salvo excepcionalmente, en tanto que discursos literariog autdnomos o en cuanto a su estética. Debemos reconocer, sin embargo, que sin la miiltiple contribucién de antro- podlogos y etnohistoriadores, nuestro trabajo hubiera sido imposible. Por este motivo esperamos, también, que al- 18 Martin Lienhard gunas de las muy provisionales y tragmentarias conclu- siones suscitardn su interés; pensamos, por ejemplo, que las literaturas escritas alternativas, marginales tanto en el contexto cultural de los sectores hegemdnicos como en el de las subsociedades oral-populares, podrian conver- lirse en iu objeto sugestivo pera estudiar los procesos de aculturacién bilaterales; ellas contiguran un conjunto docuinental en el cual las situaciones histsricas de en- irentamiento e interaccién cultural se ven comodamente «petrificadass gracias a la escritura, Su interés, en este sentido, es andlogo al de la pintura mural andina estu- diada por Pablo Macera [3.2/ 1975, 1979]: documentos visuaies de un determinado momento del entrentamiento cullural entre las subsociedades andinas y los sectores hegemdnicos. La contiguracién uheterogéneas de los tex- tos alternativos se singulariza por la presencia semidtica del conilicto étnico-social; yuxtaposicién o interpene- tracién de lenguajes, tormas poéticas y concepciones cosmolégicas de ascendencia indo-mestiza o europea. La ausencia de cualquier tradicién homogeneizadora, normativa, es flagrante. Pensamos poder mostrar, sin embargo, gue un cierto denominador comuin existe en todos los textos de la literatura alternativa: el traslado ~por stiltradow que sea~ del universo oral a la escritura en ua contexto que llamaremos «colonial», caracierizado por la discriminacién de los portadores de este universo -los sectores marginados de ascendencia indigena o africana. Aunque niuchos de sus autores no lo quieran admitir, todos los intentos de teorizacién, en el campo de la lite- ratura, se basan en la prdctica analitica no de todos, sino de algunos de los textos existentes. En el caso de este trebajo centrado en las escrituras alteruativas, el La voz y su huella 19 punta de partida fue la obra de José Maria Arguedas, la misma que inspiré las retlexiones de Cornejo Polar acerca de las sliteraiuras heterogéneasw y las de Angel Rama sobre la stransculturacién narratives. La dindmica de mi propia investigacién sobre -la ultima novela ar- guediana [3.2/ Lienhard 1981) y su poesia en quechua nie leuvd, a diferencia de los autores mencionadas, a una prdctica ~ciertamente limitada~ de la ovalidad quechua, Esia me hizo comprender el congénito hibridismo que- chualespatiol de la obra arguediana y su radical otredad respecto a la »narrativa latinoamericanan (criolla): pero también, la falacia de los discursos sobre el cardcter ge- névicamente »mestizos de la literatura latinzamericana. Mads tarde descubri que la importantisima crénica del su- puesto cacigque quechua Guaman Poma (hacia 1615) os- tentaba una analogia estructural sorprendente con la obra arguediana, y que en el drea andina, alo largo de los iiltimos siglos, nunca habian dejado de surgir, desde la ovalidad, otros textos escritas que no cuajaban cor la Hamada éliteratura peruana», Otras busquedas para- lelas me revelaron que también en otras dteas se habian prodicido.tendmenos literarios andlogos, especialmente en Mesoamérica, El prolengado didlogo con la persona y la obra de Augusto Roa Bastos, tinalmente, contribiuyd @ convencerme de que la existencia de literaturas escri- tas alternativas podia postularse, cuanto menos, para las ires dveas mayores de enfrentumiento éénico-social en América: Mesoameérica, dvea andina y érea tupi-guarani. La diversidad increible de los textos en cuanto a au- iores, motivaciones, idiomas o lenguajes, sistemas de comunicacién implicados o géneros discursivos, resulta desde luego’ un obstdeule muy serio para su estudio: lo ejen ca la erdnica de Guaman Poma, ilustracién eon- centvada de todds log hibridismos de las literaturas al- 20 Martin Lienhard ternativas. Pensamos que sdlo un trabajo colectivo y pluridisciplinario podrd vencer tales dilicultades; lo que entreganios agui pretende ser, ante todo, la fermulacién de ina propuesta y su primera puesta en prdctica, no Ila historia de las manifestaciones de la literatura escrita alternative. H Este libro se divide en dos partes. La primera es una aproximacién global a las «literaturas escritas alternati- vase a partir de diferentes dngulos. El primer capitulo se centra en el choque inicial entre la cultura eurapea ~con su vtetichismo de la escriturae— y las culturas pre- dominantemente orales de los autéctonos, y en sus efec- tos mds inmediatos sobre los sistemas de comunicacién verbal. En el segundo se eshoza una tipologia de los tex- tos allernativos a partir de las modalidades de la irans- formacién del discurso oral indo-mestizo en eserilura. La presentacién de los principales momentos de enfren- famiento étnico-social que auspiciaron la aparicién de ‘textos alternativos, constiiuye el tercer capitulo. Ex el cuario, finalmente, se rastrea la relacién entre las lite- raturas escritas alternativas y los procesos de interaccién cultural en los terrenos del lenguaje, de la religion y de la eposicién oralidad/escritura. El lector notard que tra- bajamos con unas divisiones del espacio y del tiempo que no coinciden con las de las historias (politicas o literarias) etiollas, Para comprender la dindmica de las Hteraturas escritas alternativas, en efecto, se imponen las divisio- nes espacio-temporales pertinentes en ei contexto de las subsociedades marginadas, siempre de algun modo wane terase de les textos considerados. La division espacial por paises o la periodizacién de 1a historia criolla no nos La vou y su huella 24 parecieron de gran utilidad, menos atin las periodizacio- nes basadas en la evolucién estético-cultural europea, Las dreas mayores contempladas ( que no excluyen ni futuras subdivisiones ni la inclusion de otras dejadas por ahora de lado) corresponden a las de la macro-et- nohistoria: Mesoamérica, Andes, Amazonia (Brasil, Pa- raguay), Pampa. En cuanto a periodizacidn, parecieran zelevantes momentos, como la congquista, la conilictiva consolidacién de la colonia, las reformas liberales y los mouimientos de resistencia del siglo xvi, la «segunda conquista» u ofensiva latifundista que comienza algunos decenios después de la vindependencias y, tinalmente, la modernizacién dependiente y las contraofensivas popu- lares recientes. En la segunda parte se presenian ocho estudios de ca- 508, representatives de un cietta numero de dreas, de mo- menios de contlicto étnico-sacial y de géneros discursi- vos. Eu varios capitulos, se intenta telacionar textos coloniales con textos mds modernos. Con tres estudios nuportantes (VI, VI, XI), el drea andina, tinica regidn gue ofrece ejemplos de escritura alternativa casi desde la conquista hasta el dia de hoy, goza de un cierto pri- vilegio. Es también en el rea andina (Perti) donde, como se intenta mostrar en el ultimo capitulo (XII), la opasi- cidn escrituraloralidad tiende, sectorialmente, a trans- formarse en relacién de complementaridad. Mesoamé- tica, igualmente con tres capitulos, se divide de hecho en México (capitulos V, IX) y drea mayanse (XI); cada una de estas dos sub-dreas ofrece caracteristicas distin- tivas. A Paraguay se dedica el capitulo VIET, El capitulo X, finalmente, no se detine tegionalmente, sino por el género diseursivo enfocado: la etnoliccién, Una mayoria de los estudios de casos fueron publi- cados anteriormente como atticulos sueltos en revistas 0 Stestasstacnnnr ssn 22 2 Martin Lienhard libros colectivos, pero su relaboracién y adaptacion a los tines de este libro permite considerarlos como sinéditose. Para facilitar su consulta en el marco de investigaciones especilicas, decidimos conservarles una relativa autono- - mia; los lectores nos perdonardn algunas repeticiones, inevitables a partir de esta opcidn. La bibliogratia final se concibid no sdlo para justiti- car ciertas atirmaciones, sino también como instrumenta para trabajos tuturos, De acuerdo al proyecto general de este libro, se la dividiéd en un capitulo general o suprarre- gional (1) y cuatro capitulos regionales: Mesoamérica (2); Grea andina (3); Grea Amazonas-Rio dela Plata (tupi-guarani, etc.) (4); otras dreas latinoamericanas (5): Caribe (sindigena«), Sur, Afroamérica —zonas mds o me- nos «marginales. para este trabajo, representadas por una pequena serie, puramente indicativa, de titulos. Cada bibliogratia regional se subdivide en dos apartados: 1, documentos de cardcter narrative o poético; 2, estudios. Cuando la ubicacién bibliogrdfica de una obra citada no se colige del contexto, fa reterencia bibliogrdfica va pre- cedida por las cifras correspondientes, Asi, el trabajo que corresponde a la referencia [3.2/ Cornejo Polar 1976} se hallard, bajo el apellido mencionado, en el capitulo 3 de la bibliogratia (drea andina), apartado 2 (estudios). - La ventaja de disponer asi, sobre todo para las tres dreas cenirales, de minimas bibliogratias especiticas, compen- sa, creemos, la tecnicidad de las referencias. Seria imposible mencionar a todas las personas o ins- tituciones gue han contribuido, mayarmente sin saberlo, a la realizacién de este lihro. Las conversaciones con Augusto Roa Bastos y Rubén Earreiro Saguier me ayuda- ton a familiarizarme miniraamente con el universo cul- tural paraguayo. Sin Gordon Whittaker (Miinster), fino La voz y su huella 233 conocedor de la cultura ndhuatl, diticilnente hubiera po- dido terminar el capitulo V. Debo a Janett y Claudio Oroz (Cusco), ademds de su hospitalidad, varias suge- rencias para el capitulo XI. Mi deuda con un gran mi- mero de amigos peruanos es inmensa. El pernianente contacto sinterdisciplinarios con el equipo de americanis- tas vinculados al siempre hospitalario Museo de Etno- gratia de Ginebra fue siempre estimulante; a Daniel Schoept, especialmente, debo sin duda algunas ideas acerca del funcionamiento de las tradiciones orales. La «presién» amistosa ejercida —a través de varias invita- ciones~ por Birgit Scharlax y Mark Miinzel (Frankfurt) hizo avanzar el trabajo en algunas tases criticas. Me alen- t6 siernpre el interés de Ana Pizarro, , Antonio Cornejo Polar (Perti), Roberto Ventura (Brasil ). Aprendi mucho en las reuniones a veces polémicas de la Asociacién para el Estudio de las Literaturas y Sociedades en América (AELSAL), dirigida antafio por Alejandro Losada y aho- ra por Jean-Paul Borel (Neuchatel), o en el simposio so- bre literatura y culturas populares organizado por Wi- liam Rowe en Londres. Muy importantes fueron los en- cuentros con Alberto Rodriguez y, otros investigadores de la Universidad de Mérida (Venezuela) y con Carlos Pacheco y el grupo TILALC (Universidad Simén Boli- var, Caracas}. Varias conferencias en la Universidad de San Marcos (Lima), organizadas por Manuel Larrui, sus colegas y estudiantes, me permitieron atinar los plantea- mientos generales, Los contactos con colegas y estudian- tes (no puedo dejar de mencionar a Roland Baumann), a lo largo de mi estadia docente en el Instituto Latino-; americano de Berlin, aportaron varios elementos nuevas. Gracias a la amabilidad det personal de la biblioteca del Instituto Iberoamericano (Berlin) he podido dar con va- tios textos de escasa circulacién. En la ultima tase, el in- : 24 Martin Lienhard terés demostrado por Jiirgen Golte y Carlos 1. Degrego- ri, del Instituto de Estudios Peruanos (Lima) fue un poderoso estimulo para dar fin, después de atios de es- fuerzo, al manuscrito. Las recientes conversaciones con Ruth Moya, Julio Pazos y Segundo Moreno, en Ecuador, me sugirieron todavia, al preparar el manuscrito para la imprenta, algunas modificaciones. A todos ellos, sin exclusividad, pero también a los autores de muchos es- tudios decisivos que se meucionan en el texto, van mis . agradecimientos sinceros. Este trabajo, creo, tiene un cardcter «colectivos. Sin la comprension y el caritio de mi compaiiera Bea- dtiz y mi hija Marina (Qantu),‘este texto, desde luego, nunca hubiera Uegado a existir. Ginebra-Berlin-G6ttingen-Caracas, 1985-1989 mt eect ree PRIMERA PARTE: PLANTEAMIENTOS GENERALES CAPITULO I LA IRRUPCION DE LA ESCRITURA EN EL ESCENARIO AMERICANO El sdescubrimiento» y el fetichismo de la escritura La irrupcién de los europeos en el continente que luego se iba a bautizar con el sonoro nombre de »Amé- ricas, iniciada en el aflo 1492, significd para las socie- dades autéctonas un trauma [2.1/ Leén Portilla 1959) profundo, dificil de imaginar desde fuera y a siglos de , distancia: un trastorno radical de su vida social, politi- ca, econémica y cultural. No fue necesariamente, en los primeros momentos, la imposicién de un nuevo poder politico la que causaria la mayor extrafieza entre los indigenas: usurpando un po- der estatal ya constituide (Mesoamérica, area andina), 0 manipulando a su favor exclusivo un sistema de parentes- co tradicional (4rea tupi-guarani), los espafioles y los por- tugueses no hicieron sino repetir anteriores usurpacio- nes y manipulaciones, cometidas por grupos expansionis- tas autéctonos (toltecas, aztecas, incas, tupis, guara- nies...) contra otros grupos y sociedades del continente. Ningin precedente tenia, en- cambio, una innovacién mayor impuesta por los europeos en la esfera de la co- municacién y de la cultura: la valoracién extrema, sin antecedente ni en las sociedades autéctonas més «letra- das» (Mesoamérica), de la notacién o transcripcién gra- fica ~alfabética~ del discurso, especialmente del discurso del poder. Valoracién que se halla exhaustiva y brillante- mente ficcionalizada en Il nome della rosa de Umberto Eco {1/ 1981}, novela epoliciaca acerca de las misteriosas in- trigas protagonizadas por los monjes copistas y graféma- nos de un monasterio benedictino del siglo xiv en el norte de Italia. La atribucién de poderes poco menos que ma- - Martin Lienhard gicos a la escritura permite hablar, en un sentido estricto, de su fetichizacién. Los primeros actos de los conquistadores en las tlerras apenas edescubiertasy, en efecto, subrayan el prestigio > y el poder que aurecla, a los ojos de los europeos, la es- ceritura. Ya antes de pisar el suelo por conquistar, los europeos, a su modo de ver debidamente amparados en una autori- zacion escrita (la capitulacién extendida por el rey —o los reyes~ catdlicos), estiman detener el derecho inobje- table de ocupar las tierras evocadas en el «titulo» real, ' Can otro documento, redactado in situ, inmediatamente después del desembarque, se confirma luego la toma de posesién europea. Ilustra este procedimiento un apunte del Almirante Colén, redactado el propio dia del «des- cubrimentox de la primera isla cavibeiia (11/10/1492) ; El Almirante llamé a los dos capitanes y a los de- mas que saltaron en tierra, y a Rodrigo d’Escobedo, escrivano de toda el armada, y a Rodrigo Sanches de Segovia, y dixo que diesen por fé y testimonio cémo él por ante todos tomava, y cémo de hecho tomé, possessién de la dicha isla por el Rey y por ja Reina sus sefiores, haziendo las protestaciones que se requirian, como mas largo se contiene en los tes- timonios que alli se hicieron por escripto (5.1/ Co- lon 1492/1982:30). La operacién escriptural descrita por el Almirante, wimera manifestacién en América de lo que llamaremos sfetichismo de la escrituras, merece un comentario. Ei documento encargado al escribano Redrigo d’Esco- o parece que debe cumplir dos funciones principales: rimer lugar, srealizare, ideolégicamente, una toma de La voz y su huella 29 posesion territorial en nombre de Jos reyes (catélicos) y el cristianismo; en segundo lugar, autentificar y atesti- guar el papel -metafora caracteristica de una sociedad gratocéntrica~ decisivo que Colén desempeas en ella, En términos mas abstractos, la escritura corresponde a la vez a una practica politico-religiosa (la toma de posesién con vistas a su evangelizacién) y a otra juridica o notarial (dar fe de las responsabilidades individuales implicadas). Acerquémonos primero a la escritura en tanto que prac- tica politico-religiosa. Como se ha podido constatar, la conquista o toma de posesién no se apoya, desde la pers- pectiva de sus actores, en la superioridad politico-militar de los europeos, sino en el Prestigio y la eficacia casi magica que ellos atribuyen a la escritura, La funcién primera que se encarga al documento es- crito, en efecto, no es la de constatar la toma de posesién, sino, para adoptar un concepto del lingitistica J. L. Austin (1/ 1970], la de pertormarla. Ahora, la capacidad perfor- mativa de un enunciado depende menos de sus caracteris- ticas propias que de la vexistencia de una suerte de cere- monial social que atribuye a tal férmula, empleada por tal persona en tales circunstancias, un valor particulars {1/ Ducrot/Todorov 1972: 429}, Sancionado efectivamen- te por una puesta en escena determinada, el acto escrip- tural deriva aqui su eficacia del Prestigio que aureola su origen. A los ojos de los conquistadores, la escritura sim- boliza, actualiza o evoca ~en el sentido magico primitivo— la autoridad de los reyes espatioles, legitimada por los privilegios que les concedié, a raiz de la reconquista cristiana de la peninsula ibérica, el poder papal. A su vez, la institucién romana, heredera autoproclamada del legado cristiano, se considera depositaria de la que fue, en la Europa medieval, la Escritura por excelencia: la Biblia. El poder ~o capacidad performativa— que Colén 30 : Mattin Lienhard y sus compafieros ven encarnado en el texto escrito re- sulta, en tltima instancia, un poder ideolégico afianzado en la concepcién occidental etnocentrista del valor univer- sal de las Sagradas'Escrituras judeo-cristianas. A partir de 1513, un texto unico, concebido especial- mente para este objetivo, «realizara+ las tomas de pose- sién territorial de los espafioles en América: el requeri- miento. Resulta legitimo subrayar que las realiza (perfor- ma}, porque la formulacién del documento, autoritaria en un grado sumo, no admite réplica ni didlogo: Por ende, comio mejor puedo, vos ruego y requiero, que [...] reconozcais a la Iglesia por Superiora del Universo mundo, y al Sumo Pontifice, llamado papa en su nombre y a su Majestad en su lugar, como su- perior y sefior rey de las Islas y Tierrafirme [{...]}. Si no lo hiciéredes [...], certificoos que con el ayu- da de Dies yo entraré poderosamente contra voso- tros {...], y vos sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de su Majestad [...] [2.1/ Cogolludo 1688/1954-1955, t. I, t. 1: cap. 4]. Independientemente de! consentimiento de los autécto- nos, la conquista se realiza a través del simple acto de enunciar el texto del requerimiento, Para justificar la ma- nifestacion de tamafia attoridad, el documento subraya su genealogia nada menos que divina. Después de dejar sentade que «Dios nuestro sefior Uno y Eterno» encargd el gobierno de toda la humanidad a San Pedro y sus su- cesores, los pontifices o papas, prosigue: Uno de los pontifices pasados, que he dicho, como Sefor del mundo, hizo donacién de estas Islas y Tie- rrafirme del Mar Océano, a los catélicos reyes de | La voz y su huella 31 Castilla que entonces eran D. Fernando y Dofia Isabel, de gloriosa memoria, y a sus sucesores nues- tros Sefiores, con todo lo que en ellas hay, segtin se contiene en ciertas escrituras, que sobre ello pasa- ton {...] (ibid.] E] texto escrito, legitimado a su vez por otras «escri- turass, expresa en Ultima instancia la voluntad divina. Nétese que tal voluntad adquiere un cariz mas politico que teolégico en la medida en que se privilegia, a expen- sas de] ~no mencionado~ fundador de la religién uni- versal, Jesucristo, a su discipulo San Pedro: el hombre que instauré, segtin la tradicién catélica, el aparato po- litico-administrativo del cristianismo, el papado. El requerimiento expresa sin ambages la funcién po- litico-religiosa que se otorgé, en los momentos inaugu- rales de la conquista de América, al discurso escrito; fun- cién que tenia en mente Antonio Nebrija cuando publi- cé, precisamente en 1492, su Gramdtica de 1a lengua cas- tellana [1/ 1980}. En la conquista de los «barbaros», dice el humanista, un idioma definitivamente codificado por y para la escritura permite imponer «las leies quel ven- cedor pone al vencido» (prélogo). El uso juridico o «testimonial» de la escritura, segun- da funcién perceptible en la operacién escriptural que e] Almirante encargé al escribano Rodrigo d’Escobedo, s€ apoya a.su vez en una tradicién europea bien arraiga- da. En una cultura oral o predominantemente oral, la me- moria colectiva da fe de los comportamientos pasados de los individuos. Desde la Edad Media, con el presti- gio creciente de la escritura y el desarrollo de un verda- dero «fetichismo de la escritura», el testimonio oral deja de tener valor, a menos de aparecer consignado en el papel y certificada por un notario. Para mostrar el ca- 32 Martin Eeuhard racter absurdo de este privilegie concedido a la es sritu- ra, el escritor Jean Genet solia decir, cuando se le repro- chaba la ruptura de un contrato que él habia firmado: *Vous avez eu ma signature, pas ma paroles (les Mi mi firma, no mi palabra) [i/ Ben Jalloun 1986}. En la historia de la conqnista de América, la vertiente juridica del «fetichismo de la escrituras se manifesta en el «papel» siempre decisivo del escribano. Presente en to- dos los momentos cruciales de Ja penetracién europea, en todos los conflictos entre conquistadores y conquistados o entre los propios conquistadores, este personaje desem- pefiard la funcién de preservar, por medio de la escritu- ra, el control metropolitano sobre las empresas coloniza- doras. Como se. lee, por ejemplo, en el informe de Pero Hernandez [4.1/ 1971] sobre la conquista de Paraguay, el escribano asistié a los debates acerca de si se justifica- ba o no una accion bélica contra los indios recalcitran- tes. Qjo y memoria de! rey, él consignaba para la auto- ridad real y para la posteridad las acciones «buenas» o emalase de los conquistadores. Los documentos que ela- boraba en tales circunstancias alcanzaban, como lo mues- tra el mismo informe de Hernandez. un valor maximo a los ojos de los propios dirigentes de la expedicién: al escindirse ésta en dos grupos rivales (irala/ Cabeza de Vaca), cada uno lucho por la posesion de los documentos notariales {ibid.; cap. LEXLV). El que Hegaba a aduefiar- se de los documentos comprometedores, en efecto, libre de manipular Ja historia a su antojo, se pondria a salvo de tas acusaciones que ellos podian contener. La escritura volvia también imborrables ciertas respues- tas que los indios, ignorando Jas consecucncias, daban a algtin escribano europec. Asi, en el Caribe, como lo de- nuncié el Padre de Las Casas (2.1/ Mendieta 1596/1980: L. 1, cap. 9], los espafioles solian preguntar a los indios La voz y su huelia 33 ssi en aquella tierra habia caribess; la respuesta positi- va, inmediatamente transcrita, sera titulo que los espa- fioles tomaban para captivar y hacer las gentes libres esclavose, En resumidas cuentas, la operacién: escriptural del 11/10/1492, la primera que se realiza en América a par- tir del alfabeto, se puede considerar como el grado cero de la escritura ~al estilo occidental- en el continente; un grado cero que carga, sin embargo, con todo el peso de su pasado europeo: la vinculacién con los poderes politico y espiritual. Rodrigo d’Escobedo prefigura, de modo algo reductivo, a los primeros «escritores» colo- niales: auxiliares del poder mas que literatos auténo- mos, productores de un discurso politico-religioso mas que creadores de discursos ficcionales o especulativos. El uso de la escritura para fines cientificos, especulati- vos o literarios sauténomos», antes de 1500 restringi- do en las propias metrépolis coloniales (Espatia, Por- tugal), no se iba a desarrollar sino varios decenios mas tarde, bajo el impacto de las ideas renacentistas. Toda- via en 1605, por ejemplo, Cervantes, en el prdlego al Quijote, se burlard de sus contempordneos que tratan de conservar, en sus libros de ficcién «auténoma», la cau- cién de la tradicién filoséfico-teolégica: estos libros ~escribe- stan Henos de sentencias de Aristoteles, de Platén y de toda ta caterva de filésofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leidos, evuditos y elocuentes. jPues qué, cuando citan la Divi- na Escriturals {1/ Cervantes 1985: 13). ._ Mientras tanto, la. Corona trataré de preservar al maximo el privilegio de la escritura ortodoxa o scanéni- cas; para no destruir sel autoridad y crédito de la Sa- grada Escritura y otros libros de Doctoress, como dice una carta real de 1543 (2.1/ Garcia Genaro 1982: 439- ” 34 ‘ Martin Lienhard 440], se prohibiran repetidas veces, en efecto, la impor- tacién y difusion, en América, de Hbros de ficcién. Ahora bien, la fetichizacién de la escritura por parte de los europeos no tenia por qué repercutir directamen- te, a primera vista, en sus relaciones con los autéctonos, poco preparados por sus tradiciones culturales, salvo qui- zas en Mesoamérica, a comprender tal obsesién por la transcripcion grafica del discurso. Dos factores, sin em- bargo, se combinarian para favorecer, entre los indige- nas, una innegable fascinacién por la escritura europea, fascinacién que agilizaria la restructuracién europea de Ja esfera de la comunicacién en América, Por una parte, el prestigio que adheria, a los ojos de los conquistado- res, la palabra escrita, no dejd indiferentes a los indios. Asi, por lo menos, parece explicarse la relativa ~aunque no siempre confirmada— eficacia de la practica del re- querimiento, lectura en voz alta del documento que se acaba de resefar, Absurda en términos de comunicacion -log autéctonos no reciben el mensaje contenido en el texto (3.2/ Harrison 1982: 65-67]-, la ficcién de la presencia de un lejano poder «divinox debe de haber obrado a veces como acto de una magia superior y des- conocida. Esta hipdtesis va acreditada por una observa- cién del Inca ¢ historiador Titu Cusi Yupanqui. Segtin i, los indios andinos se sorprendieron viendo a los es- pafioles «4 solas hablar en pafios blancos», es decir, leer en sug papeles. Pero mas que nada, los dejé estupefac- tos el hecho de que los espatioles se mostraran capaces de «nonbrar a algunos de nosotros por nuestros nonbres syn se lo dezir naidies [3.1/ Yupangui 1570/1985: 4): ellos percibieron como facultad magica la capacidad que tenian los europeos de identificar a algunos de ellos a partir de su documentacién descriptiva ya realizada, La voz y su huella . 35 Por ctra parte, el poder inicialmente simbélico de la escritura «sacralizada» se convierte en una realidad apa- rentemente tangible a partir del momento en que, gra- clas a la superioridad politico-militar de los europecs, sé afianzan los mecanismnos complejos de la dominacién colonial. Si la iniciai toma de posesién territorial por medio de la escritura, acto simbdlico si no bluff, no hace sino indicar una voluntad, no se podria ya decir lo mis- mo, una vez establecido el. aparato burocratico, de la reparticién por decreto de «tituloss o «mercedess, para no aludir a las condenas formuladas por escrito: el po- der garantiza, en este caso, la aplicacién de_lo que esti- pula la escritura. Los autéctonos, despojados «legalmen- ten (por la escritura} de sus ticrras, sometidos a juicios por su «idolatria», no pudieron ignorar por mucho tiem- po el aparente poder ~un poder delegado— de la escri- lura administrativa, diplomatica o judicial. A veces Ile- garon, sin duda, a sobrevalorario, a atribuirle una efi- cacia poco menos que magica. La cultura grféfica europea suplantard, en términos de dominaciéa, la predominantemente oral de los indios, sin que éstos ~-en su inmensa mayoria— tengan acceso a la primera. La restructuracién europea de la esfera de la comunicacién americana desemboca, pues, en la exclu- sién de la mayoria respecto a un sistema (la escritura al- fabétice) que se impone como tinico medio de comunica- cién oficial. Al interiorizar, a partir de su propia per- cepcién, el «fetichismo de ia escriturax introducido por tos europeos, los autéctonos se convertirdn en sus victi- mas: los europeos, por lo general, podran manipular la comunicacisn escrita a su antojo, En los no muy numero- sos autores indigenas que surgen en los decenios conse- cutivos al primer contacto, se nota el impacto de ese niicleo ideolégico: confiados en el poder del discurso : Martin Lienhard 36 escrito, unos indics nobles como el apenas mencionado Titu Cusi, Guaman Poma-o los dignatarios mesoameri- canos autores de titulos genealégicos y de cartas reivin- dicativas, parecen atribuir al mensaje escrito una orice cia intrinseca, independiente del aparato politico que la sustenta. Escritura y poder Estas afirmaciones suscitan un niicleo de preguntas en torno a las relaciones entre poder y escritura que no Le demos ya escdmotear, En qué medida es licito atribuir a@ una innovacién stécnica» en la esfera de la comunica- cién ~la imposicién de la escritura europea como vehicu- lo oficial- un papel relevante en la produccién del trau- ma de la conquista? gEn qué se distingue, ~politicamen- te», el sistema alfabético de notacion de los sistemas autéctonos, graficos 0 no? 2Podria afirmarse, finalmen- te, que existe una relacién entre el instrumento de ra es- critura al estilo europeo y el expansionismo occidental? La escritura, cualquiera que ella fuese, es una herra- mienta al servicio de la comunidad que la crea 0 adap- ta, y no tiene como tal ningun poder ve ore Ba perfeccionar determinadas operaciones, ciertas ora mientas resultan mas eficaces que otras. Con los mac ne- tes o las hachas recibidos de los portugueses, por ejem- plo, los indios brasilefios podran aumentar en una pro- porcién inimaginable su produccién de pau de Brasil... destinada no ya a la fabricacién de canoas 0 de otros en- seres domésticos, sino a la exportacion ~impulsada ¥ cons trolada por los colonos portugueses~ hacia Europa, Si el] instrumento de hierro se muestra, electivamente, mas eficaz para cortar grandes cantidades de arboles, la ope: racién del corte, realizada en el contexto de otra practi- La voz y su huella 37 ca social, deja de ser, en rigor, la que fue: cortar Arboles para construir una canoa o una casa y cortar la mayor cantidad posible de Arboles para la exportacién resultan, a pesar de incluir una operacion sidéntica», dos practicas sociales distintas, La imposicién de la escritura europea en tanto que vehiculo oficial, exclusive, de la comunicacién politico- diplomatica, determina, como la imposicién del hacha de hierro para cortar arboles, no tanto un cambio técnico en la operacién tradicional, sino la aparicién de una nueva prdctica, Para bien entender este cambio, debe- mos interrogarnos primero, aunque sea sucintamente, acerca de la naturaleza de los sistemas de notacién au- téctonos y de las prdcticas que ellos auspiciaban, Todas las sociedades autéctonas conocidas elaboraron, antes de la irrupcién de los europeos, algun sistema gra- fico o de notacién que correspondiera a sus necesidades concretas. Ellas no fueron, contrariamente a lo que in- sinuaran a través de sendas anécdotas Garcilaso o, en fechas mas recientes, Lévi-Strauss, sociedades «sin escri- tura». Segtin Garcilaso [3.1/ 1609/1959: IX, 29], un es- panel encargé a dos indios analfabetos el transporte de ocho melones, Para evitar que ellos comieran parte en el viaje, les hizo creer que la carta pata el destinatario (en que constaba el numero de los melones) los iba a vigilar en el camino. Los indios, pues, la escondian cada vez que les entraron ganas de comerse una de las frutas, quedando luego estupefactos cuando el destinata- rio, al leer Ja carta, les reproché el robo cometido, Anée- dota inverosimil: en el pais de los kipu, instrumentos perfeccionades para la conservacién de datos numeéricos, los indios podian perfectamente imaginarse la capacidad delatora de un escrito, Tampoco convence del todo la in- terpretacion que ofrece Lévi-Strauss (1/ 1955; cap. 28} 38 Martin Lienhard de su farnosa slecon d’écriture»: si el jefe nambikwara imita la escritura europea para sugerir a sus compatie- ros su relacién privilegiada con el huésped occidental (Lévi-Strauss), éstos no pueden desconocer totalmente las funciones del grafismo. Poco operativa, en el otro extremo, nos parece la concepcién de una «archi-escrituras formulada por el egramatélogo» Derrida {1/ 1967}: al incluir en ella, des- cartando cl criterio de la notacién, atin las operaciones de clasificacion puramente mentales, por lo que se des- vanece Ja posibilidad de distinguir las diferentes «escri- turasu, Un excelente punto de partida, en cambio, lo cons- lituye una definicién de! recién fallecido etnolingtiista italiano Cardona [1/ 1981: 27}: «Un sistema grafico sera, pues, cada conjunto (finito y numerable) de signos en el cual se asocian, a los elementos graficos, significa- dos distintos y explicitables por la comunidad.» Si rela- tivizamos la nocién de s«finito y numerable» (podria haber sistemas «abiertos»), y si sustituimos «sensibley a ngraticos (el kipu andino incluye signos tactiles), ten- dremos un concepto de la escritura despojado de toda re- ferencia a los sistemas fonograficos clasicos. La apariencia y la funcién social de las escrituras pre- colombinas varia segiin las tradiciones culturales de la comunidad, su tamaiio, su diferenciacién interna, su tipo de vida, De las pinturas corpdreas, los petroglifos y el lenguaje de los tambores (indios caribefios y amazéni- cos) hasta los cédices mayas, pasando por los pallares, los kip o la «decoracién» simbélica de vasijas y tejidos {4rea andina), las soluciones adoptadas cubren un vasto abanico de opciones semidticas. De todos estas sistemas de notacién, muchos de ellos poco conocides o estudiados, nos interesan aqui priori- tariamente los que fueron elaborados en el marco de los wii in onc ee eas La voz y su hueila 39 grandes estados prehispanicos de Mesoamérica y el area andina. Si éstos son, sin duda, los que se aproximan mas, por su funcién si no en su aspecto, a la escritura europea, son también los que permiten la confrontacién analitica mds fecunda con el sistema grafico europeo. Mas precisamente, centraremos nuestra reflexién en los dos sistemas de notacién mas ~y mejor— conocidos, ei de los Ripu andinos y el de los glifos mesoamericanos. Kipu Los kipu andinos son unos artefactos confeccionados @ partir de una serie mds o menos larga de hilos de co- lor que se anudan verticalmente en una cinta horizon- tal. A menudo descrito someramente por los cronistag coloniales, su funcionamiento, estudiado especialmente por Marcia y Robert Ascher (3.2/ 1982], no queda to- davia definitivamente esclaredido, Para nuestras limita- das necesidades, nos basaremos esencialmente en la in- terpretacion de un kipw estatal que los sefiores de Ha- tun-Xauxa presentaron en 1561 ante la Audiencia de Lima (3.2/ Murra 1975: 243-254). En cada uno de los hilos verticales paralelos se pueden sinscribirs, por un sistema de nudos, uno o varios signos numéricos. Si la posicién del hilo en el eje horizontal, quizds junto con el color, indica la categoria a la cual se refiere el nimero inserito, la posicién del signo en el eje vertical denota una sucesién temporal. La lectura del kipu supone la per- cepcién simultanea de un signo numérico, de su posicién en los ejes horizontal y vertical, y de un color, operacién facilitada por la ayuda mutua que se prestan el tacto (nudos) y Ja vista (color, posicién), Cada signo «compues- to» responde por lo menos a tres preguntas: gcudntas uni- dades (decenas, etc.) de qué categoria en qué momento . # Martin Lienhard 40 2 de la sucesién temporal? Notese la aparente gusencis del predicato: el «lector, sin duda, lo deducia del or texto. La operacién no debié de presentar meyers, “a cultades, puesto que, como lo afirma el historiador je ve ta Acosta (3.1/ 1590/1954: Libro VI, cap. 8}, aes versos géneros, como de guerra, de gobierno, de tributos, de ceremonias, de tierras, habia diversos quipose. eje de las categorias 1. 2 3 4 6 * = 6 eje de la ro ~ oo. s * id If a eeaneed tt * * signos numéricos (*) empo . Una lectura corrida del kipu se puede ae eed mente, en dos direcciones: Hotizontal ¢ vertical ‘4 2 i primer caso, el lector se entera de cudntas unidades ° cada categoria [existen, hacen o sufren algo} en el momen: “to elegido; en el segundo, el lector puede era var 5 evolucién cuantitativa, por ctapas, de la categoria que ne sistema del kipu, como se desprende de estas ee vaciones, permite dos usos relativamente tenes oF un lado, y todos los cronistas coloniales coinci 2 sn ello, sirve para almacenar datos utiles para el ‘ge © ‘ y la administracién del Estado, Tales datos podian. -" rar en la mayoria de los rubros que indica la cita © Acosta (guerra, gobierno, tributes, ceremonias, tierras). a los cuales cabe agregar, siguiendo al mismo historia- dor, las chistorias», las «leyes» y las «cuentas de nee clos» (ibid.]. Si bien la lectura de los datos de tipe ose distico exige el conocimiento previo de algunos cé | | i i | a i La voz y su huella 41 gos (posicién en el eje horizontal, colores), Ja interpre- tacién del stextos, en,este caso, puede resultar univoca. Empleado en el marco de la produccién 0 la reproduc- cién de un discurso histérico, en cambio, el kipu no parece auspiciar una lectura univoca, Su uso en este cam- po, sin embargo, queda bien atestiguado, Muchas créni- cas, especialmente la que se conoce bajo el nombre de «Relacién de los quipucamayos» (Collapifia 1542-1608/ 1974}, subrayan que los depositarios de la memoria his- torica oficial no fueron otros que los kipukamayog, ios funcionarios responsables del computo, Para recitar el discurso de la historia o las genealogias, ellos se servian, come se lee en muchos informes coloniales, de su arte- facto. gQué tipo de informacién contenian log kipu his- toricos? Nada prueba’ que almacenaran otros datos que los mencionados, aunque el propio Acosta, con su intui- cién de «semidlogan, comparara las potencialidades del kipu con las del alfabeto: .. habia diversos quipos o ramales, y en cada ma- nojo de estos hudos y Audicos y hilillos atados, unos colorados, otros verdes, otros azules, otros blancos, y finalmente tantas diferencias, que asi como noso- tros de veinte y cuatro letras, guisandolas en dife- rentes maneras, sacamos tanta infinidad de vocablos, asi come éstos de sus fudogs y coleres sacaban in- numerables significaciones de cosas {v. supra]. Si el sistema de los kipu permite almacenar, como tam- _ bién -en Ja éptica de Acosta~ los sistemas graficos chino ¥ Mexicano, «innumerables Significaciones de cosas», no es capaz, en cambio, de repreducir evyocablos», Esto sig- nifica, teniends en cuenta el fonocentrismo de Acosta, que Jas informaciones almacenadas en el hips no son de natu- 42 Martin Lienhard raleza lingitistica, El kipu podria aumentar al infinito las categorias (significaciones) abarcadas, sin que por ello llegara a fijar un discurso verbal. Todo indica, como lo subrayan Scharlau/Miinzel (1/ 1986: 80-90), que este ins- trumento andino no desempeiia en el contexto de la «his- toriografias sino un papel de auxiliar mnemotécnico alta- ‘mente sofisticado, Corrobora esta asercién el hecho de que la tradicion histérica oral recopilada por los espafioles con la ayuda de los kipukamayoq muestre una relativa coincidencia en cuanto a los hechos escuetos {por ejemplo, qué Inca, después de qué otro Inca, conquisté qué terri- torio), pero una enorme diversidad en su exposicién na- rrativa, su perspectiva, su ornamentacién. Los primeros, obviamente, se leen directamente en el kipu, mientras que las dltimas dependen en mayor o menor grado de la «sub- jetividad literaria» del historiador. En resumen, el kipu resulta un sistema semidtico desti- - nado a asegurar, en todos gus niveles, la administracién del Estado, y a facilitar, como auxiliar mnemotécnico, la produccién de un discurso histérico-genealégico, La con- tribucién de la memoria oral, poco importante en el uso administrativo, se revela decisiva en el uso «historiogra- fico» del kipu. El sistema andino de comunicacién (en el cual el kip ocupa un lugar privilegiado), podria, pues, ser caracterizado como «predominantemente oral» —con- cepto que desarrollaremos después de presentar el sistema de las escrituras mesoamericanas. Glitos Pese a las notorias diferencias que. existen entre las escrituras elaboradas por los mayas, los aztecas, los mix- La voz y su huelia 43 tecos y otros pueblos mesoamericanos, las consideraremos aqui, teniendo en cuenta ante todo su funcidn social, como variantes de un sistema unico. El aspecto visual de tg escritura mesoamericana (signos graficos dispuestos se- gin diferentes patrones geométricos), su «puesta en es- cena» mds corriente (libros-biombos de papel amate), la colocacién de estos «libros» en «dibliotecasn, parecen aproximar la cultura grafica mesoamericana a la euro- pea. Atin el modo de significar de ia escritura mesoame- ricana (combinacign de pictogramas, de ideogramas, de fonogramas), podria recordar ciertas escrituras socciden- talese muy antiguas, como la egipcia. 3Las culturas me- soamericanas, culturas del libro al estilo europeo u orien- tal? Muchos cronistas e historiadores no dudan en afir- marlo. En la »Sumaria relacién de la historia de esta Nueva Espaiias, el historiador mexicano Fernando de Alva Ixtlilxéchitl escribe: « -+.tenian por cada género sus eseritores: unos que trataban de. los anales, poniendo por su orden las cosas que acontecian en cada un afio, con dia, mes y hora: otros tenian a su cargo las genealo- gias y descendencias de los reyes y sefiores y perso- nas de linaje, asentando por cuenta y razén los que naciani y borraban los. que morian, con la misma cuenta. Unos tenian cuidado de las pinturas de los tévminos, limites y mojoneras de las ciudades, pro- vinclas, pueblos y lugares, y de las suertes y repar- timientos de las tierras, cuyas eran y a quién perte- necian. Otros, de los Hbros de las leyes, ritos y cere- mouias que usaban en su infidelidad; y los sacerdo- tes, de los templos, de sus idolatrias y modo de doc- 44 Martin Lienhard trina idoldtrica y de las Hestas de sus falsos dioses y calendarios. Y finalmente, los filésofos y sabios que tenian entre ellos, estaba a su cargo el pintar todas las ciencias que sabian y alcanzaban, y ense- fliar de memoria todos los cantos que observaban sus ciencias e historias [2.1/ Ixtlilxéchitl 816252 1975: I, 527; el subrayado es nuestro]. Destinada a suscitar en el lector «renacentista» asocia- ciones con las prestigiosas Metrépolis intelectuales de la antigiedad greco-latina (Alejandria), esta evocacién de la cultura libresca en Texcoco tiene el mérito de ofrecer un cuadro sintético de las categorias de «librose que se manejaban en el México prehispanico. Un examen rapi- do del fragmento revela que éstas, en buena parte, se ase- mejan ~cuando no coinciden con ellos- a los rubrog que se consignaban en los kipu andinos: historia, guerra, tri- butos, gobiernos, tierras, cuentas de negocios, ceremonias, leyes. Rubros que no suponen necesariamente una expo- sicién discursiva, sino que pueden alojarse en listas, como por ejemplo, al contrario de la narracién historica, los anales. La excepcion mas notable, en este contexto, es la e«ciencias, sin duda un discurso dificil de reducir a una lista. Los «filésofoss, duefios de las «ciencias», tenian a su cargo la epinturas de sus conocimientos en las disci- plinas «filosficass, pero también la ensefianza de los scan- tos» con que se «observaban» sus «cienciase e chistoriasy, £Qué serian estos cantos? Un poco antes, en el mismo tex- to, Litlilxochitl ya se habia referido a ellos: «... he con- seguide mi deseo con mucho trabajo, peregrinacién y suma diligencia en juntar las pinturas de las historias y anales, y los cantos con que las observaban lop, cit.: 1, B25), La voz y su Ruella 45 Con los cantos, pues, no co (conservan) tanto las ciencias como las historias, Los cantos —que no conviene imaginarse €n un sentido dema- cone st Se ‘eptos de sclencias» y de shistoriagy, En definitiva: los i TOS mexicanos, como log kipus andinos, resultan prac- Yempo. El texto nahuat! en transcripcién alfabética, en [2.2/ 1983: 120), «sagase enteras: { Martin Lienhard oe me —_— Niean poliukgue Calliy a8. god eof} manyan tlaca Matlatadnca 7 ompaqui cocolizeuitique 3(OES i in Auayacatzin ite¢a | | tliléuezpal in f= quimetzhuitee xigquipilce and Be | yehen. [hatiatzinca] Acaecieron desgracias 4 los Matlatzincas; pero alli fué herido Axayacat! por un guerrero llamado Tlil- cuespaltzin, que lo asalté y le hirié en la pierna. La sofistificacién del sistema grafico mexicano (pasi- bdilidad de transcribir fonéticamente siquiera topdnimos o nombres propios) no significa, pues, que el sistema glo- bal de comunicaciéa verbal deje de ser predominante- mente oral. Creemios que esta afirmacién se aplica tam- bién al drea maya, pese al mayor desarrollo fonografico de las eserituras de esta zona, Como instrtumentos para la notacién fonética del discurse, los glifos mayas, sin duda alguna, resultan muy trabajosos. La notoria preo- cupacién fonografica de los mayas parece explicar, en cambio, que ellos adoptaran temprano el alfabeto eu- vopeo pata transcribir, por su propia iniciativa o no, el caudal de su tradicién oral ~el Popol Vich, los Libros de am Balam, los Cantares de Dzitbalché... La voz y su huella . 47 La oralidad predominanie Los kipu andinos y las escrituras mesoamericanas no son los inicos sistemas de conservacién, de presenta- cién, de «encuadramiento» de datos que se manejaron en las areas respectivas. En el drea andina, por ejemplo, se conocen ademas del kipu vatios sistemas graficos: en la costa del Pacifico, unos pallares ideograficos servian para la transmisién de mensajes u érdenes (3.2/ Larco Hoyle 1942}; los signos inscritos en los cuadrados, dis- puestos al modo de un ajedrez, de las tinicas incaicas, presentaban una informacién de tipo cosmoldgico-re- ligiosa {3.2/ Jara 1975]; un cuadro del templo cus- quefio del Sol, reproducide por el cronista Pachacuti Yamqui, sintetizaba la imagen inca de la sociedad y del mundo [3.2/ Vallée 1982]. Ninguna de estas practicas graficas, sin embargo, nos obliga a modificar las con- clusiones que sacaremos del andlisis de los dos sistemas de notacién mayores, kipu andino y glifo mesoamericano. Con la relativa excepcién de la incipiente escritura fo- nética de los mayas, todos estos sistemas tienden no a transcribir discursos verbales, sino a plasmar el mundo césmico, natural y social en cuadros o listas. No previs- tos contrariamente al alfabeto, para fomentar una prac- tica escriptural discursiva, ellos auspician una practica esencialmente «conservadoray, Los documentos plasticos © grafices no transeriben el movimiento de la inteligen- cia discursiva del hombre, sino que ofrecen, bajo forma sintética, el resultado de sus observaciones, reflexiones y medidas. La dinamica del discurso humano, y este pun- to nos parece decisivo, se desarrolla bajo el signa de la eralidad. Sin duda, la cosmologia, Ja administracién (econémica, demografica, tributaria, ritual, juridica) y la Martin Lienhard cronologia histérica se hallan consignadas en las listas o jos cuadros de los cédices o en los nudos, las posiciones y los colores de los kipu. En cambio, la épica, la lirica, Ja dramatica, la narracién historica, la didactica y la produccién imaginativa, para tomar la clasificacion rea- lizada por Garibay (2.2/ 1983) para la literatura néhuatl, se elaboran independientemente de los sistemas de nota- cién, aunque luego, para su conservacion o veproduccién, éstos puedan desempefiar algun papel. Las escrituras americanas sirven, ante todo, para al- macenar dates, para fijar una vision del mundo ya con- sagrada, para archivar las practicas y representaciones de la sociedad. No les incumbe, 0 sélo en una medida reducida, explorar o planificar el porvenir, jugar (filo- sofar) con las representaciones: éstas practicas se reali- zan en la esfera oral. La notacién, grafica o plastica, de las sociedades andinas y mesoamericanas, surgi sin duda a raiz de la necesidad de racionalizar la administracién en unas fermaciones social y econémicamente comple- jas, ademas de centralizadas; también para fijar, de modo indiscutible, les méritos histérico-genealégicos y los valores de las sucesivas castas hegemiénicas. En este sentido, el uso de jos sistemas de notacion por los grupos dirigentes de los grandes estados hidrdu- licos y urbanos de la América prehispanica ofrece un paralelismo notable con el que se observa en los esta- dos relativamente comparables de la Mesopotamia anti- gua. En esta region, en un primer tiempo, el sistema em- pleado (pictografia) se presta exclusivamente para los uses administrativos. La elaboracién de una transcrip- cién fonética permite luego, tedricamente, la fijacién de discursos verbales [1/ Goody 1977: cap. 5}. Sin embar- go, durante un lapso de tiempo proloncado, la inmensa mayoria de los documentos escritos sigue. pertenecien- : La voz y su huella 49 do al dominio de la administracién estatal [ibid]. Cabe suponer, pues, que Ja posibilidad de la transcripcién fo- nética no desemboca, inmediata o necesariamente, en su extension a las practicas no administrativas de la socie- dad, en el predominio global de Ja escritura sobre les otros medios de comunicacién. También el uso de una escritura exclusivamente «con- servadoras o archivista modifica sustancialmente, como lo muestra Goody, la yercepcién intelectual del mundo por parte de una sociedad dada. La confeccién de listas y de cuadros, especialmente, supone otra practica clasi- ficatoria que la del discurso oral: el cuadro permanece y se puede retocar, mientras que la palabra oral se des- vanece continuamente. Si la clasificacién en si se puede considerar como «archi-estructura» (Derrida), Ja clasifi- cacién plastica o grafica, sescritura» en un sentido mds estricto, permite, gracias a la presencia simultanea de todos los datos y la posibilidad de confrontarlos, el de- sarrollo de una actitud mas reflexiva frente a la histo- ria, la sociedad, el mundo. Sin duda, ni la elaboracién de los calendarios y de los ciclos astronémico—histori- cos en Mesoamérica, ni la planificacion econémica, es- pecialmente alimenticia, en los Andes, hubieran sido po- sibles sin los sistemas de notacién respectivos. Vastos campos de la elaboracién intelectual, en cambio, siguie- ron reservados al discurso oral; la historia en tanto que narracién, el «pensamiento en movimiento» (confronta- cién de ideas). E} peculiar uso de la «escritura», en efec- to, relativamente reacio a la experimentacion, resulté sin duda mas adecuado para la conservacién de los logros socio-econémicos e intelectuales ya alcanzados gue para su cuestionamiento incesante. 50 Martin Lienhard Violencia de la escritura Los sistemas de comunicacién anding y mesoamerica- no, predominantemente orales, no auspiciaban el inter- cambio intelectual a escala suprarregional. Si les eu- ropeos, hacia 1500, habian acumulado y digerido una gran experiencia de la diversidad de las culturas en el mundo, en buena parte gracias a la movilidad temporal y espacial de los documentos escritos, las sociedades prehispanicas se habian contentado con una experiencia relativamente local y ~salvé en Mesoamérica— limitada en el tiempo, Dicho de modo algo excesivo, si los eu- ropeos podian imaginarse hasta cierto punto, gracias a la lectura de Herédoto, Marco Polo 0 los cronistas de las expediciones africanas del siglo xv, el funcionamiento de las sociedades no occidentales, los habitantes autéc- torios del continente s«descubiertos per Colén tuvieron que recurrir en un primer momento, para clasificar a los intrusos, a la idea mitica del retorno de alguna di- vinidad. A partir de lo que precede, e} trastorno que supuso la irrupcién de la escritura europea ~con todo lo que connotaba~ en el sistema de comunicacién americano, deberia de haberse vuelto tangible. Con el alfabeto inrumpia la experiencia de un mundo mas vasto del que conocian los autéctonos, pero ante todo, una practica del poder no sélo administrativa y conservadora, sino pros- pectiva, exploradora y expansionista, Imbuidos de la «universalidads del cristianismo y de su Escritura, los europeos se habian preparado para la conqitists de Nuevos Mundos antes de saber a ciencia cierta si éstos existian. La Escritura y sus apéndices (las elaboraciones teolégico-filosdfico-gramaticales) les otorgaban el dete- cho de seguir tal practica expansionista. La voz y su kueila Bi En todas las sociedades provistas de sistemas de no- tacién oficiales, el documento sescritos representa un poder. Un poder local o regional, en la América hispa- nica; un poder tendencialmente mundial, en el caso del imperio cristiano. Las caracteristicas técnicas del alfa- bete favorecieron gin duda estas ambiciones: gracias a au capacidad para fijar inequivocamente discursos ente- vos qite se iban a mover cémodamente en el espacio y el tiempo (el requerimiento, las capiiulaciones, toda la le- gislacién de Indias...), la escritura europea Hegé a re- presentar un poder imperial cnyo centro de decisiones se hallaba a miles de leguas del lugar donde se ejer- cia su accién. La eseritura no sélo posibilits, sino que contirmé y volvié imborrables todos los actos y las de- cisiones de la nueva autoridad colonial —mientras que las escrituras americanas necesitaban elaborar paciente- mente las innovaciones que las permitirian, mal que bien, incerporar las experiencias traumdaticas nuevas. La prdctica escriptural europea, exploradora, prospec- tiva y dominadora, proporciona una especie de modelo pava la ocupacién de un territorio nuevo. Como jo de- muestran toda una serie de practicas colonizadoras, los europcos proceden como si quisicran inseribir su poder en todas las «superficies» posibles del Nuevo Mundo. ‘A través ae Ja cristianizacién de la toponimia autéc- tona, el poder europeo se inscribe, algo mas que metalé- ricamente, en el paisaje. Ya en sus primeros apuntes, con un plumazo, Colén cambia toda la toponimia antillana de signo: «esta fisla} de Sant Salvador» (14 de oct); 9a la cual fisla} puse nombre de Sancta Mavia de la Con- cepgién» (18 de oct.); «a la cual pongo nombre la Fer- nandinas (15 de oct); «a la cual puse nembre la Isabelas (19 de oct). El vepertorio de los nuevos tapénimos, no es dificil constatarlo, es la esfera del doble poder poli- Matlin Lienhard tice-religioso que representan los conquistaderes. Los topénimos asentados en la memoria colectiva o también ~Mesoamérica~ en los cédices de los autoctonos segui- van, desde luego, existiendo, pero ya sin valor legal, puesto que la nueva legalidad instaurada por la conquista se remite exclusivamente a la escritura del poder europeo. Es cierto que los aztecas o los incas también solian cam- biar Ia toponimia de las regiones conquistadas; los nom- bres nuevos, sin embargo, a menudo simples traduccio- nes de los antiguos a su idioma, no implicaban la ins- cripcién en el paisaje de categorias de pensamiento tan radicalmente opuestas a las tradiciones locales. Impacientes por dejar sus huellas en cualquier super- ficie del mundo conquistado, los europeos no dudan en inscribir su poder en las propias caras de los autéctonos, sEl hierro que andaba bien barato», escribe hacia 1541 el autor de la Historia de los indios de la Nueva Espaiia, sin duda el franciscane fray Toribio de Motolinia (2.1/ 1541/1985: parr. 50], edabanles [a los campesinos, . su- puestos esclavos}] por aquellos rostros tantos letreros de- mas del principal hierro del rey, tanto que toda la cara traian escrita, porque de cuantos era comprado y ven- dido Hevaba letreros», Se aprecia aqui en estado puro la violencia politica que puede implicar la escritura cuan- do se la maneja como instrumento de un ejercicio to- talitario del poder ~su tinico uso segiin un Lévi-Strauss {1/ 1955: cap. 28] algo maniqueo, obsesionado por la oposicién entre sociedades con o sin escritura. Otra practica ilustra hasta qué extremos puede Ilevar el «fetichismo de la escrituran europeo: la conquista es- piritual. No satisfechos. atin de inscribir su poder «di- vino» en el paisaje y los rostros de los autéctonos, al- gunes europeos, misioneros, suefian’ con inscribirlo en sus almas. Aludiendo a la inocencia, al supuesto vacto La voz y su huella 53 religioso de los indios brasilefos, Nobrega, el primer su- perior. jesuita en la zona, declara: «Ca poucas letras bastam, porque é tudo papel branco e néo ha mais que escrever 4 vontade.»! (4.1/ Nobrega 1955: 10/8/1549). Todo parece indicar que para los conquistadores, la operacién de escribir, sea como gesto simbélico (herrar esclavos, cambiar la toponimia, atestiguar un derecho) © como metdfora (escribir en las almas de los indios) apunta siempre a una practica de toma de posesion, esanctificadas en ultima instancia por la religién del Li- bro en cuyo nombre se realiza. Las escrituras americanas, cabe aclararlo, nunca die- ron lugar a una practica politico-escriptural de esta in- dole. La notacién grafica o plastica servia, a los ojos de las castas dirigentes autéctonas, para archivar, para vencuadrar los datos césmico-histérico-sociales existen- tes; no desempefaba ninguna funcién central en las em- presas de exploracién (en el sentido propio y figurado) ni secreté, por lo tanto, ningtin «fetichismo de la escri- Tura» comparable con el de Europa. 1a imposicién arbitvaria de la escritura alfabética en e] continente esta lejos, pues, de importar un simple cambio técnico en la esfera de la comunicacién autécto- na. Si bien no se trata, como a veces se sostiene, de la introduccién de la escritura en unas sociedades que ni Ja podian imaginar, no se puede tampoco hablar de la sustitucién técnica, neutra, de unos sistemas de notacién anticuados por otro mas moderno y flexible. La irrup- cion de la cultura grdfica europea fue acompaiiada por la violenta destruccién de los sistemas antiguos., Los eu- ropeos, conyencidos ~—por su propia practica~ de la existencia de un vinculo orgdnico entre Ia escritura youn 1 sCon pocas letras bastan, porque frente al papel virgen solo hay que escribir la voluntad.« 54 Martin Lienhard sistema ideoligico-religioso, no tardaron, en efecto, en cousiderar los sistemas de notacién auldctones como in- venciones del demonio, fundador, segiin ellos, de las «idolatrias» indigenas. La destruccién de la supuesta base de las culturas autdctonas se les impuso, pues, como una necesidad urgente. Escasos son los documentos que sobrevivieron a los autodatés anti-idolAtricos, realizados con tanta minucia como furia. En estas campafias se distinguieron toda una serie de misioneros, los mas im- buidos, entre los conquistadores, del sfetichismo de la escritura»y, Mas tarde, algunos de ellos, o sus sucesores, empezaron a comprender su error: no existia en reali- dad ninguna incompatibilidad absoluta entre los siste- mas de notacién antiguos y la instauracién del nuevo or- den colonial, Los antodafés de documentos autéctonos hicieron, en todo caso, un impacto negativo en las futuras élites in- digenas coloniales. Constatando que con la «caida de los reyes y sefiores» (mexicanos) se arruiné también el antique sistema cultural, el historiador Ixtlilxéchitl, que nunca se extralimité a criticar abiertamente el fundamen- to del orden coionial, se atreve a hablar fuerte: «No tan solamente no se prosiguid lo que era bueno y no contra- rio a nuestra santa fe catdélica, sino que lo mas de ellos {los libros} se quemé inadvertida e inconsideradamente por orden de los primeras religiosos, que fue une de los mayores dafios que tuvo esta Nueva Espafia (2. 1/ Ixtlilxé- chitl}.» 316252/1975; 527}. La destruccién del sistema antiguo, basado en una articulacién equilibrada. entre palabra archivadora y palabra viva, y la imposicién arbitraria de un nuevo sistema en el cual el predominio absoluto de la «divina» escritura europea relega a la ilegalidad las diabdlicas «es- crituras» antiguas, marginande al mismo tempo la co- i | | j | | f | La voz y su huella . 55 municacién oral, constituira el trasfondo sobre el cual surge la literatura «latinoamericanas, Pocos decenios después de los primeros contactos y enfrentamientos entre europeos y autdctonos, la «con- quista escriptural. del continente parecia tan adelantada que el historiador Acosta (3.1/ 1590/1945: Proemio] pudo decir: «...el mundo nuevo ya no es nuevo, sino viejo, segin hay mucho dicho, y escrito de él...» Boutade sin duda, la férmula de Acosta sugiere que la cultura del continente, a los ojos de los que se consideran aho- ra como sus tinicos exponentes, ha dejado de ser «nue- va» (es decir exdtica, indigena) para convertirse en par- te de la cultura occidental o «universal», Esta conviccion apresurada, dictada por la euforia colonialista del si- glo xv1, sigue teniendo, como veremos en seguida, sus adeptos en la América emancipada del siglo xx. iscsi CAPITULO | IT DE LA ORALIDAD A LA ESCRITURA ALFABETICA Una literatura escrita alternativa Para la mayoria de los escasos manuales cldsicos que pretenden historiar 1a literatura latinoamericana o hispa- noamericana desde sus comienzes [1/ Sanchez 1936, An- derson Imbert 1954, Lazo 1968, Grossmann 1969, etc.], ef triunfo rapido, definitive y total de la cultura literaria al estilo europeo sobre las antiguas culturas literarias autéctonas no deja lugar a dudas. Escamoteando la exis- tencia de literaturas (orales) anteriores a la presencia europea en América, o despachandolas, para luego ol- vidarse de ellas, en el primer capitulo, estos y otros trabajos andlogos disefian una secuencia literaria evo- lutiva que va desde los primeros cronistas (los sprecur- sores») hasta la produccién literaria contemporanea, pa- sando por las literaturas virreinales, las del periodo de jas luchas por la emancipacién y la de los decenios ro- mantico-positivistas. - La literatura latinoamericana, en estos trabajos, apa- rece bajo la imagen de un rio, por cierto amplio y con muchos afluyentes, pero unico ; como una practica hu- mana protagonizada Por un grupo que, pese a sus trans- formaciones a lo largo de los siglos, parece siempre el «mismo»: el de los ietrados o intelectuales europecs o seuropeizados», es decir impregnados de cultura europea u occidental. Para acreditar la idea de que Ja literatura de tradicién europea que escribe y difunde este grupo sea la tnica vractica Hteraria en el continente, se insintia que las iteraturas prehi , «descubiertass gracias a las transcripciones coloniaies existentes, se desyanecieron sin La voz y su huella 52 dejar rastros; que las literaturas orales —si es que se incorpora este concepto— no son sino supervivencias ar- caicas destinadas a desaparecer a breve o mediano pla- z0; 0 que el estudio de las mismas incumbe no a los his- toriadores de la literatura, sino a los antropélogos o fol- cloristas; finalmente, que los pocos textos escritos que cuestionan, por su-vinculacién con los universos oral- populares y su naturaleza culturalmente hibrida, la ima- gen de una corriente unica, son tan marginales que no imponen la basqueda de planteamientos criticos nuevos. Detengamonos en este tltimo punto. Que tales textos hibridos resulten marginales para una perspectiva eu- ropeizante no debe sorprender a nadie; la idea de que sean escasos y olvidables, en cambio, no resiste, come vera el lector, ni a un intento rapido de inventariarlos. Resultado de las practicas escripturales mas variadas, el conjunto de los textos nacidos en pleno enfrentamien- to entre la oralidad —especialmente indigena— y la tra- dicién letrada de procedencia europea, revela de diver- sas maneras la resistencia y Ja pujanza de los universos de cultura oral, desiruyendo asi la imagen que reduce toda la literatura latinoamericana (escrita) a un apéndi- ce -algo folclérico- de Ja literatura occidental. Hibridos en menor o mayor grado, los textos que integran este conjunto no se entienden ni se explican sin referirlos a las culturas marginadas por la conquista o por las pos- terlores restructuraciones coloniales o neocoloniales. «Re- vancha» directa o por persona interpuesta de las socie- dades marginadas, tales textos resultan, naturalmente, un escandalo para una historiografia literaria deseosa de documentar la irresistible ascensién de los sectores scriollos» o curopeizados hacia un status de representa- tividad nacional absoluta. 58 Martin Lienhard Hibridos, tales textos, finalmente, permiten hacer vis- jumbrar el conjunto del continente literario latinoame- ricano, en el cual la literatura de tradicién europea ~la que se autoproclama «latinoamericanas~ no constituye sino una practica entre otras, desde luego privilegiada por su vinculacién con los sectores dominantes sucesivos. Hasta la generalizacién reciente de los medios de comu- nicacién audiovisuales, la realidad mayoritaria del ejer- cicio de ja literatura en el subcontinente ha sido, sin la menor duda, la practica oral —de las subsociedades indi- genas, mestizas o negroides, del campesinado pobre, de les sectores urbanos marginales. Esta practica, en rigor, no puede conocerse sin ser vivida in situ, es decir, en las mil y una comunidades donde se desarrolla: tarea a to- das luces vedada a un investigador, atin a un grupo de investigadores, salvo en casos contados. La literatura escrita hibrida, en cambio, mas accesible a la investiga- cién cientifica, ofrece siquiera a unos atisbos de lo que pudo ser y es todavia el continente sumergido de las li- teraturas orales; al mismo tiempo, su propia existencia atestigua que entre los dos universos, el de la escritura y el de la oralidad, siempre ha habido zonas de contacto, de conflicte, de intercambio. Para dar una idea minima de la naturaleza de las que Mamaremos de aqui en adelante «literaturas escritas al- ternativase, esbozaremos en este capitulo, a partir sobre todo de los textos m4s antiguos, un cuadro tipoldgico muy aproximado de sus manifestaciones mas significati- vas. Describiremos la decumentacién a partir de su modo de articularse respecto a la oposicién universo (predo- minantemente) oral/ivadicién escriptural europea, y en cuanto al tipo de comunicacién que auspicia. En el prdxi- mo capitulo se interregaré, en cambio, la ubicacién so- cic-histérica de los textos, su vinculacién con las suce- La voz y su liuella x 59 sivas coyunturas del conflicto entre grupos dominantes y subsociedades marginadas. Nos centraremos en los textos que se relacionan, de algtiin modo, con los universos orales de los primeros habitantes del continente, de sus descendientes directos , (los «indios») 0 indirectos (los «mestizoss). La limitacion que imponemos asi a este trabajo debe permitir una ex- posicién mas clara, Creemos, ademas, que los textos na- cidos en el enfrentamiento entre europeos-criollos e in- diog-mestizos constituyen un conjunto a todas luces pa- radigmatico. Por una parte, la violencia inicial del cho- que auspicié manifestaciones particularmente instructivas de hibridismo literario; por ctra, la reproduccién cons- tante, aunque bajo formas cambiantes, del conflicto inau- gural permite vastrear la interaccion entre la cultura gra-. fica al estilo europeo y determinadas culturas orales a jo largo de cinco’ siglos de historia slatinoamericana» y en diversas Areas del subcontinente. El paradigma que se deberia ir desprendiendo de este trabajo, basado en un gran numero de situaciones, podrd aplicarse sin duda a otros sectores de la «literatura escrita alternativa», espe cialmente a la que relabora los universes orales de las poblaciones de ascendencia africana. Supervivencia y transformacion de las practicas escripturales amerindias Si bien una determinada practica escriptural europea, politico-religiosa y juridica, se impuso oficialmente des- de log primeros momentos de la conquista, para no decir antes de la misma (los conquistadores llevaban en sus alforjas los escritos que la justificaban), los sistemas de notacién autéctonos demoraron un lapso de tiempo mds o menos prolongado en perder su vigencia y extinguirse. \ 60 Martin Lienhard En el estado maya independiente de los itzdes, oculto ea las selvas del Petén, el sistema de notacién antiguo guar- da plena vigencia hasta fines del siglo xv: «Conservan hey las profecias (escritas ‘con sus caracteres antiguos) los que Haman sacerdotes en un libro como historia que Naman Analte. En ella conservan la memoria de cuanto les ha sucedido desde que poblaron aquellas tierras [2.1/ Cogolludo 1688/1954: t. EIT, libro IX, cap. 14, 68]}.. En las zonas bajo control europes, los antiguos siste- mas de notacién grafica o plastica desempefaron, du- rante decenios, un importante papel en la comunicacién entre colectividades o linajes autéctonos y autoridades coloniales o en e! seno de ias propias colectividades in- digenas. Para México, John Glass (1975: 13-19], distin- gue tres tipos de textos indigenas al modo antigue: los que se realizaron a pedido de los espafioles; los que se Gestinaban a la comunicacién con ellos; y los que cum- plian funciones internas a la subsociedad indigena. En Ja practica, resulta a veces dificil distinguir quién impul- sé la realizacién de un cédice y con qué objeti un tex- to encargado por los espaiioles bien puede servir, en al- gun momento, para reivindicar derechos indigenas {co- municacion con los espaficles); cl mismo texto -o su copia-, conservado por la comunidad indigena, puede formar parte de Jos archivos indigenas locales (funcién interna). Seria quizds mds aprapiado, pues, distinguir no los textos sino las funciones que ellos cumplen. En el area andina, después de la conquista, el instru- mento de notacién tradicional (kipu) parece haber servi- do ante todo en el segundo de los contextos aludidos, el de ls comunicacién con los espafioles. . En Mesoamérica, los propios funcionarios coloniales favorecieron, después de haber destruido la casi totalidad de los cédices existentes, una parcial resurreccién de las La voz y su huella 61 »escrituras» autéctonas; as} surge, segin Ja clasificacién de Glass, el primer tipo de textos. Para la organizacién politica, espiritual y econémica de las colonias, en efecto, los espafioles necesitaban las informaciones que éstas permitian actualizar: genealogias dindsticas, propiedad de las tlerras, demografia, sistema tributario, cosmologia y titos. El afan de conocer el pasado-presente de los autéc- tonos suscité una vasta produccién de codices de todo ‘género, realizados al modo antigua o segtin principios nuevos. Algunos de ellos, sobre todo en los primeros afios, son prdcticamente remakes de codices prehispani- cos; sin embargo, a menudo, ellos incorporan ya, come sea, el presente colonial, Asi, los anales del ya menciona- do cédice Aubin (816082/1902} cubren la historia azteca de los afios 1168, 1608, es decir, archivan casi 90 afios de historia colonial. Para los lectores de este cédice, en rea- lidad, Ja irrupcién de los espaiioles no pasa de una peri- pecia en la larga historia de los mexica. Con el paso del tiempo y la extincién del oficio de tlacuilo ~espe- Cialista de la escritura glifica—, los cddices claborados por les indigenas para conservar su propia memoria privilegiardn una notacion pictografica cada vez menos sofisticada. ‘ Muchos cédices coloniales mexicanos de factura tradi- cional, entre ellos el propio Cédice Aubin, presentan una transcripcién alfabética ~en un idioma mesoamericano o en espatiol~ del discurso que 1a lectura de sus glifos debe Rberar. Realizadas en general, como los Propios textos glificos, por encargo de log representantes eclesidsticos © laicos de la autoridad colonial, a veces también por la iniciativa de los historiadores indigenas asimilados, es. las transcripciones permitian a la ox aristocracia autéc- tona preservar, al amparo de la nueva slegalidads escrip- tural, la memeria de sus valores, 62 Martin Lienhard Poco a poco, los comentarios alfabéticos marginales se irdn desprendiendo de su contexto primitive —los cé- dices glificos— para convertirse en discursos auténomos : esia nueva practica literaria alternativa se discutira mag adelante. , Los kipu, cédices u otros medios eolian servir, por otra parte (segunda funcién), de «pruebas» que acompafiaban la reivindicacién de derechos de todo tipo: titulos nobi- ltarios, tierras y territorios, rembolsos, compensaciones. En algunes casos, estas apruebas», mas alla de su aspec- to practico, contribuyen a manifestar un incipiente dis- curso indigena nuevo, En México, a mediados del siglo xv1, los sefiores de la ciudad de Tlaxcala wescribens a las autoridades virreinales un lienzo pictografico de siete metros de largo que figura la invalorable ayuda que los tlaxcaltecas prestaron a Cortés en su conquista de Teno- chtitlan {2.4/ Tlaxcala 1892}. En 1561, en el Perd, los se- flores wanka de Xatun Xauxa (Jauja) presentan ante la Audiencia de Los Reyes (Lima) un kipu de gran enver- gadura que inventaria, con extraordinaria precisién, todo el abastecimiento material (alimentos, tejidos, herramien- tas) asi como los contingentes de soldados y de cargado- ves que ellos pusieron a disposicién de Pizarro y de Sus sucesores entre 1533 y 1548 [3.2/ Murra 1973}. Por las mismas fechas (hacia 1555), todavia, la comunidad de Tepetlaoztoc manda al Consejo de Indias un memorial al estilo semitradicional para quejarse de las exacciones encomendaderas (2.1/ Kingsborough], A través de tales operaciones comunicativas, les «ven- cidoss tratan de oponer, explicita o implicitamente, su vi- sion ala de los vencedores, Ahora, estos sescritos» (sal- vo los que ofrecen una transcripcién alfabética simulta- nea), suponen la presencia de una voz que convierta en palabra viva los signos mnemotécnicos 0, cuanto menos, La voz y¥ su huella s 63 un destinatario capaz de descodificarlos ~ambas condi- ciones de dificil realizacién en la esfera de la cultura ofi- cial. Huérfanas de la voz, las escrituras autéctonas (tra- dicionales o adaptadas) dejan, textualmente, de tener sentido. A este motivo, mds que a la represién de las culturas prehispanicas, se debe sin duda la extincién pau- latina de estas practicas tradicionales. Transcripcién de testimonios judiciales En 1528 0 1538, el gobernador de Nicaragua, Pedvarias Davila encarga a una comisién dirigida por el fraile mer- cedario Francisco de Bobadilla una encuesta para demos- trar la nulidad del trabajo de evangelizacion que sus an- tecescres realizaron entre los indigenas. La »probanza», hecha segiin las normas judiciales, incluye preguntas (de! misionero) y respuestas (de los indios) acerca de «su creencia a ritos e cerimonias {...].e qué sentian de Dios e de la inmortalidad del anima» [1/ Oviedo 1851-55: t. IV, cap. 1-4]. Un «grafistas transcribe las declaraciones orales de los informantes autéctonos. Este grafista es mas escribano que escritor; su trabajo no se inscribe en una tradicién literaria vigente (por ejemplo, la de la cronis- lca), sino que se ajusta a las normas sprosaicas» de un texto judicial. En la primera época colonial, las «probanzass que transcriben fragmentos importantes de un discurso in- digena son relativamente frecuentes, A veces aparecen en el marco de ciertos pleitos entre una colectividad indige- na y un encomendera; mas a menudo, sin duda, se vincu- lan a los pleitos entre la autoridad real, virreinal o ecle- sidstica y algin petsonaje encumbrado. : En la mayoria de estos documentos, no hay trans- cripeién directa de las declaraciones del testigo indigena, : ' Martin Lienhard “sino un discurso indirecto en tercera persona: «el testi- go dice...» Si, como se dijo al principio, el testimonio del escri- bano Rodrigo d’Escobedo en la toma de posesion de la isla de Guanahani podria calificarse de «grado cero» de la literatura latinoamericana «oficiales, las probanzas con testimonios indigenas podrian considerarse como el gra- do cero de la literatura alternativa; el discurso indigena entra en la cultura escrita occidental por la puerta de servicio. Con todo, en la medida en que los informantes reproducen una tradicién oral mas o menos significativa, sus testimonios van mas alla de una simple contribucién al esclarecimiento de un punto litigioso. Ademds, contra- riamente a las otras empresas coloniales de recopilacién del discurso indigena, las que realiza el poder judicial da la palabra no sélo a los indios nobles, sino también a unos indios comunes cuya experiencia no tenia por qué coincidir siempre con la de sus «sefiores», Para apreciar, en 1571, la legitimidad de las reivindicaciones planteadas por los herederos de Francisco Pizarro (indemnizacién por los gastos de su «pacificacian» del Peri), el Consejo de Indias recurrié al testimonio de 18 indios (comunes y principales) que habian participade, en uno u otro ban- do, en los enfrentamientos militares entre fuerzas espa- fiolas e incaicas. La probanza asi reunida [3.1/ Guillén G, 1974] resulta siendo la expresién discursiva mas com- pleta de las diferentes actitudes indigenas ante las tensio- nes provocadas por la progresiva instauracién del sistema colonial. Contrariamente a todos los textos vinculados exclusiva o prioritariamente con los linajes sefioriales, con lo caciques y principales, este «desinteresado” texto le- gal hace también escuchar, sin duda deformada por la tra- duccién al espafiol y las técnicas de la encuesta legal, la voz de los indios comunes que nunca accedieron La voz y su huella 65 directamente a la cultura grafica. Semejante el caso de las «informaciones» [3.1/ Millones 1971] que el visitador Sanchez de Albornoz sometié en los afios 1570 a varias instancias coloniales del Cusco. «caueca de los rreinos del Pert [op. cit.: 1-2] y de Lima: para pro- bar su eficacia en la lucha’ contra el gran movimiento mesidnico del taki onqoy o «trance musical», el famoso extirpador de idolatrias presenta los testimonios de cola- boradores y amigos suyos. El discurso de los predica- dores ~danzantes indigenas de este movimiento, débi) pero todavia perceptible, atraviesa los filtros sucesives de su traduccién, su reproduccién por una persona ajena y su transcripcion legal. Si bien el taki ongoy, como Io indican las larguisimas listas de indios condenados, in- volucré a una serie de scaciques y principales», el movi- miento no fue controlado por el establishment exincaico: el discurso indigena que se cold en las paginas de Albor- noz sigue apegado a una cosmologia no incaica, «animis- ta» y campesina, posiblemente de tradicién_regional (Lu- canas); en la medida en que se cific a la perspectiva de una revolucién césmico-social, ignorando las prerrogati- vas aristocraticas nunca ausentes de la literatura de los «caciques y principales», su indole, en un sentido moder- no, aparece como «popular». Por ello, en algunos textos, pese a las desfavorables condiciones de su produccién, el conjunto de los testi- monios logra restituir el eco del didlogo social indigena del pertodo de Ja conquista y de Ja consolidacién del or- den colonial. El «rescates de la tradicién oral indigena A fines del siglo xv, el Almirante Colon encarga al catalan Ramon Pané, «pebre ermitafio de la Orden de é6 Martin. Lienhard La vor y st huella 87 San Jerénimo», la redaccién de un tratado. sobre las screencias e idolatrias» de los indios tainos de la isla Espafiola. Constatando que ellos «no tienen escritura ni letras», el fraile, lucido, decide remitirse al que él iden- uifica como el sistema autéctono para conservar los he- chos del pasado: una tradicién oral sinscrita» en los golpes ritmicos del tambor. cional*, Pané opta ~eleccién histérica~ por la primera so- lucién, abierta a la radical otredad del discurso indigena. Traduccién aparte, aste se expresa «directamentes en ef texto, entrecortado por las descripciones etnograficas, la narracién de algunas vivencias y los comentarios «perso- nales» ~en rigor, prejuicios de la época— del compilador. El resultado se resiente algo, desde inego, de la deficien- cia de los conocimimientos lingiiisticos del transcriptor {1/ Las Casas 1958: cap. CXX], inevitable en aquellos momentos. ... lo mismos que los moros tienen su ley compen- diada en canciones antiguas, por las cuales se rigen, como los moros por Ia escritura. Y, cuando quieren cantar sus canciones, tocan cierto instrumento, que se Hama mayohabao, que es de madera, hueco, fuer- te y muy delgado [...] Y este instrumento tocan, el cual tiene tanta voz que se oye a legua y media de distancia. A su son cantan las canciones, que apren- den de memoria (5.1/ Pané 1498/1974;34], El gesto histérico del pobre ermitafio, por imperfecta que sea su realizacién, inauguré no sélo, como a menudo se afirma, la etnografia americana, sino una nueva prac- tica literaria destinada a un porvenir excepcional. La ana- logia de este procedimiento (que a menudo tiene algo de eprobanzas) con el de Ja transeripcién del discurso in- digena para fines judiciales queda sin embargo patente. En toda Mesoamérica y el ex Tawantinsuyu andino, a lo largo de la centuria que sucede a los primeros contac- tos entre europeos y autéctonos, decenas de misioneros, clérigos, funcionarios coloniales, historiadores y miem- bros letrados de las aristocragias indigenas, se dedican con ahinco a erescatars, por medio de la escritura alfa- bética, las antiguas tradiciones orales amenazadas de ex- tincién. No los mueve, a estos recopiladores, ningtin de- sinteresado afdn cientifico o literario; casi todas las recopilaciones conocidas son el resultado de un encargo oficial y afirman obedecer las consignas de la instancia patrocinadora (iglesia, inquisicién, administracién). Aho- ra, todos los compiladores o «autores materiales de los textos» parecen sufrir el encanto, la fascinacidn que ema- na del discurso indigena, encanto que el vetndlogo» cal- vinista Jean Léry, observador sereno de la vida de log < tupi, atvibuyd a su indole poética: «...estans privez de Confusamente, Pané intuye la diferencia radical que existe entre discurso oral y escrito, obstaculo principal para un trabajo de «transcripciéns; Y como no tienen letras ni escrituras, no saben.con- tar bien tales fabulas, ni yo puedo escribirlas bien. Por lo cual creo que pongo primero lo que debiera ser tiltimo y lo tltimo primero. Pero todo lo que es- 5 cribo asi lo narran ellos, como lo escribo, y asi lo pongo como lo he entendide de los del pais (ibid.: 26}. “ Colocado ante la alternativa de presentar una transcrip- cién fiel de las narraciones tainas, quizds poco inteligible para un lector europeo, o de velaborar la transcripcién se- gtn los cédigos que rigen la escritura y el discurso era- stesrnarnserrnn Martin Lienkard outez sortes d’escritures, il leur est malaisé de retenir ies choses en leur pureté, ils ont adiousté ceste fable, comme les Poétes () ...» [4.1/ Léry 1528/1975: cap. XVI, 249).! » Al encanto poético se agrega, sin que los cronistas pue- dan confesarlo abiertamente, la fascinacion politica que “emana de las sociedades indigenas, casi perfectas para “una mente utépico-renacentista. ; En general, los recopiladores afirman trabajar en es- trecha relacién con los guardianes o depositarios de la memoria indigena, los caligrafistas en Mescamérica (tlacuilo), o los especialistas de los kipi (kipukamayoq} en el area andina. De acuerdo con las aptitudes idioma- ticas de los compiladores, y segun el uso o los destina- tarios previstos, los textes se redactaban en un idioma amerindio, en espafiol, en versién bilingiie o en latin. La indole de estos textos varia en funcién del encargo, de los informantes y de los objetivos personales de sus squtores«, Una larga serie de crénicas, firmadas por ecle- sidsticos, transcribe el discurso sidolatrico» para facilitar su sextirpacién» o erradicacién, como la de Sahagiin (2.47 s. xvi/1950] en México 9 la atribuida a Avila Bu Hua- rochiri 1980} en el Pert. Otras, como la Relacién de Chincha (3.1/ Ortega Morejon/Castro 1558/1974}, basa- das en encuestas politico-tributarias, buscan desentrafiar el antiguo sistema fiscal para adaptarlo luego a las ne- cesidades coloniales, Muchos trabajos, come los de Sar- miento de Gamboa [1572/1901] o Santillan (1563/1968) en el Pert, hurgan en el pasado indigena para determi- nar los «méritos» genealagicos de las familias nobles; ~ cuando los compiladores son indigenas, como sucede ante 4 ii cle de escritura, les re- a. desprovistes de cualquier especi Hee Ee ee ee sulta dificil conservar, (y) agregaron es 7 Poetas.» La voz y su huella 62 todo en México, ellos subrayan desde luego la importan- cia histérica de su propia estirpe: Tezozomoc {1609/1975}, ixtlilxéchit! (1608/1975). Siempre, sin embargo, la dina- mica propia del discurso rescatado desvia parcial o total- mente los textos escritos de su motivacién inicial, creando una polisemia tipicamente literaria. Seguin sus propias pa- Jabras, Sahagiin, autor de la empresa de compilacién mag vasta del siglo xvi, rescata también, mds alla de sus su- puestos objetivos anti-idolatricos, wtodas maneras de ha- blar, y todos los vocablos que esta lengua usa» {Sahagin 1956: «Al sincero lectors}; toda la cultura verbal nahuatl. Los autores indigenas apenas mencionados asumen tam- bién la tarea, a wavés del rescate del discurso indigena, de construir una nueva conciencia colectiva ya no indi- gena, sino «mexicanas. Lo mismo intenta, por cierto Ie- jos de su patria y del discurso andino vivo, Garcilaso de la Vega el Inca. Para algunos autores espafioles muy iden- tificados con las sociedades y culturas indigenas, la pre- sentacién de las tradiciones orales autéctonas desemboca en la fabricacién de utopias politicas apenas disfrazadas, como en los «peruanos» Cieza de Leén fhacia 1550/1985] y Betanzos {hacia 1550/1987). No se debe olvidar nunca, sin embargo, que en todos los casos, ain en los mas favorables, el discurso oral in- digena se «petrifica» por su transcripcién y se desvia de su publico natural (la colectividad indigena) hacia el ptiblico elitista de los letrados. La inmensidad del conjunto de tales textos nos impide mencionar aqui sdélo una serie de casos conspicuos; para una informacién mds completa, remitimos al lector a la segunda parte de este libre y a los vastos trabajos reali- lizados bajo la direccién de H. Cline (2.2/ 1972-1975] sobre las fuentes etnohistéricas mesoamericanas, a la " excelente Historia de la literatura néhuatl, de A. M. Ga- 70 , Martin Lienhard ribay (2.2/ 1953) y, para el area andina, a Los cronis- tas peruanos, de R. Porras Barrenechea [3.2/ 1980). Independientemente de los méviles invocados para jus- tificar el trabajo’ de rescatar el discurso indigena, todos estos textos tienden a expresar, entre lineas o mas directa- mente, un smalestar en la Colonia», una disidencia, una vwitica del presente colonial. La simple transcripcién del discurso indigena hace aparecer un abismo entre la socie- dad evocada, la de santes», y el reino de Ja arbitrariedad que es ~el lector no debe ignorarlo— la Colonia. El caracter en fin de cuentas sexplosivo» de las créni- cas contaminadas por el discurso indigena explica, sin dada, la censura que se abatié sobre ellas. Casi ninguna de ellas, por excelentes que fueran sts motivaciones ofi- ciales (extirpacién de idolatrias, demostracién de la bar- barie indigena...), llega a imprimirse en su época; la nica excepcién, revocada ademas en el siglo xvi, los Comentarios reales, de Garcilaso, ofrecen un discurso in- digena muy mediatizado. Con todo su prestigio intelec- tual, un sabio como Sahagtin no sélo no realizé su pro- yecto de ver su obra impresa, sino que tuvo que asistir al secuestro preventivo de sus manuscritos {2.2/ Baudot 1977: 475-507}. Si la censura politica se levanté, finalmente, en el siglo xix, la autocensura de la historiografia literaria sigue ocul- tando en buena parte estos textos; lo demuestra, por ejem- plo, el tomo «colonials de una historia actual de la lite- ratura latinoamericana (1/ Ifiigo M. 1982], dedicada en su totalidad a Ja literatura de tradicién europea. En el siglo xrx, una serie de investigadores europeos mas © menos improvisados reanudan, después de una in- terrupcién larguisima, la labor de recopilar las literaturas -orales indigenas, supuestamente desaparecidas: ‘Tschudi, La voz y su huella 7t Middendorf, Uhle, en el Pera; Preuss en México; Nimyen- daja-Unkel, en el area guarani. Sus trabajos, relativamen- te independientes del contexto cultural latinoamericano, no pudieron ni pretendieron inaugurar ninguna nueva practica literaria latinoamericana, pero se les puede con- ceder el mérito de haber sefialado 1a capacidad de resis- tencia y de renovacién de las practicas literarias orales en las subsociedades indigenas, A partir de los afios veinte, el pesane escrito de la memoria oral indigena en tanto que’ practica literaria «nuevas vuelve a ocupar un espacio importante en la vida cultural de algunos paises latinoamericanos. Entre el «grafista» y el informante se instaura, hoy en dia, una re- lacién mas solidaria que implica también la presenta- cién, en el texto impreso, de la palabra indigena «origi- nal», todavia no traducida al idioma europea, Por vez primera en este contexto surge una especie de sdidlogo» tonsciente, rastreable en el texto publicado, entre el due io del discurso oral y el autor de la transcripcién. Son libros ~dice el prologuista (Melia) del texto guarani Ywyrd fié'ery (4.1/ Cadogdn 1971]~ donde la conversa- cién entre el etndgrafo-indio (el mbya-guarani Cadogan) y los indios-etnégrafos (sus amigos mbyas) produce una «palabra original, en la que uno pregunta seleccionando y el otro responde traduciéndose», Se podria afirmar que el didlogo entre el informante y el transcriptor inciuye de algtin modo al lector: ei primero ya no ignora, en efecto, que su discurso va a ser publicado bajo forma escrita. Textos caracteristicos de tal practica nueva se- rian, junto al que se acaba de citar, De Portirio Diaz a Zapata. Memoria néhuatl de Milpa Alta (2.1/ Horcasi- tas 1968], o Kay pacha (3.1/ Gow/Condori 1976), memo- ria oral colectiva de una aldea cusquefia. Martin Lienhard 72 La recreacién del discurso indigena Para agilizar la evangelizacién de los indios, los mi- sioneros franciscanos, jesuitas, etc., echaron mano, en to- das partes, de una formula que permitia, a sus ojos, ha- cer participar.activamente a sus protegidos en su propia conversion: el teatro catequistico. Esta formula no sélo involucraba directamente a los indios en tanto que acto- res ~y no meros receptores~ de historias edificantes, sino que preparaba el bautizo que solia constituir el de- senlace de tales espectaculos rituales. Las obras dramati- cas seguian en general, estrictamente, los canones eu- repeos del género. En algunos casos, sin embargo, el teatro catequistico se servia no sélo del idioma, sino también de ciertas formas rituales de los indios. Asi, por ejemplo, como se desprende de unas observaciones del jesuita luso-brasilefio Nobrega [4.1/ 1955; 145), la dra- maturgia de algunos dramas catequisticos aprovecha Ja de un rito de .... gtierra, sin duda un rito central para los tupis a quienes se deseaba convertir. Los dramas catequisticos suclen escenificar Ja hicha en- tre el Bien y el Mal, representando al primero en los personajes de los propios misioneros y de los «indios de paz» (sometidos), al segundo en los indios que siguien vi viendo segiin su tradicién. Los mondlogos de los ultimos pretenden reproducir el discurso indigena «tradicionals, Para day una idea de como se realiza tal imitaclon -mas exactamente traicién~ del discurso del otro, presentar mos un fragmento de un drama tupi que Anchieta, maxi- mo representante del teatro jesuita en Brasil, escribid en 1587 para la fiesta de S. Lourengo, parte de la actual Nitersi [Anchieta 1977; 141-202]. El mondlogo siguien- te —traducido al portugués por el propio dramaturgo— se La voz y su kuella 73 atribuye al espiritu de un lider indigena histérico, Guaixa- ra, muerto (1567) en la lucha contra los portugueses: Xe moajtii marangatt, © xe moyroetekatuabo, Aipéd teké pysasi, aba sera oguert, xe retama momoxydbo? Xe and ko taba pupé aikd, serekodramo uitekébo, xe reké rupi imoingdébo Kué sui asé mamée amé taba rapekébo Aba, sera, xe jabé? Ixé serobiaripyra, xe@ aflangusa mixyra, Guaixara serimbaé, kuépe imoerapoanimbyra. Xe veké iporangeté: naipotari aba seytyka; naipotari aba imombyka. Aipotakata tenéRemexer opabi taba mondyka. Mbaé eté kat guasa, kaui mojebyjebyra. Molesta-me a boa gente, fazendo-me crua guerra; © povo esta diferente: quem o mudou de repente, para danhar minha terra? So eu sou © que nesta aldeia estou, como seu guarda vivendo, As minhas leis en a rendo; daqui leage me vou, outras aldeias revendo. Como eu, no mundo, quem ha? Eu sou bem conceituado, eu sou o diabaio assado, que se chama Cuaixara, em toda a terra afamado! Agradavel é meu modo: ndo quero ao indio venci- do. A&o o quero destruido. © povo todo: « € somente:o que eu envi- do. E boa coisa beber, até yemitar, cauim. : ¢ ' i : ; i i i i / f 74 Martin Lienhard Aipé sausukatupyra. Aipé aiié, jamombet, aipé imomorangimbyra|! Serapoa’ ko mosakara ikauinguasubaé, Kaui mboapyareté, o cauim, aé maramofangéra, mardna poté memé. Moraseia ¢ ikaté jeguaka, jemopiranga, samongy, jetymamguan- ga, jemotina, petymbifumar karai mofhamofianga e Jemoyro, morapiti, jot, taptia rara, aguasa, moropotaéra, mafiana syguarajy: naipotari aba sejara, E isto o maior prazer, Isto sé, vamos dizer isto é gloria, isto sim. Pois sé se deve estimar mogacara beberriio, Os capazes de esgotar guerreiros sido, sem se cansar sempre anseiam por lutar E bom dangar, enfeitar-se e tingir-se de vermelho; de negro as pernas pintar- se’ e todo emplumar-se, ser curandeiro velho. Enraivar, andar matando e comendo prisioneiros, 2 viver se amancebando adultérios espiando, nado o deixem meus terrei- ros.) (Anchieta 1977: 145-146] 2 Me ofende la buena gente/haciéndome ta cruda guerra;/el pueblo esta diferente,’ squién lo envié de repente/para da- flar a mi terra? Solo yo soy/el que en esta aldea estoy/ como su guardia vi- viendo’ A mis leyes yo la riendo;/y de aqui lejos me voy/ otras aldeas reviendo. gComo yo, otro indio habrd?/Yo soy bien conceptuado,/jsoy La voz y su huella 25 La imitacién del discurso indigena tradicional se basa en un procedimiento facil de reconocer. Se eligen varios aspectos reales de la cultura indigena, en este caso tupi: alcoholismo ritual, pintura corpérea, shamanismo, gue- rra, antropofagia ritual, poligamia. Ahora, en vez de co- locarlos en su contexto para esclarecerlos, se los yuxtapo- ne sin orden ni légica, nombrandolos ademas con los nombres mas despectivos. Asistimos aqui, pues, a la fabricacién de un discurso indigena ficticio, claramente instrumental: su funcién es la de denunciar la bestialidad de la vida indigena tradi- cional, de mostrar la necesidad indiscutible de su domes- ticacidn, Proponemos el concepto de setnoficcién» para nom- brar la literatura cuya estrategia fundamental consiste en ja creacién de una perspectiva «vétnica» Ficcional. En el caso del teatro jesuita, el destinatario de tal ficcién es ja propia colectividad indigena, y su propésito, el de sexorcizarla» por medio de la imagen desfigurada de su e] diablén ensafadoque se lama Guaixard/en todo el mun- do afamadot é Agradable es mi modo:/no quiero al indie vencide/ne lo quiero destruido./Agitar al pueblo todo/es sélo a lo que convide, Es buena cosa beber/hasta arrojar el cawin/Este es el mayor placer,/sélo esto, a mi ver,/ es la gloria, eso si. Pues sdlo debo estimar/los que siempre estan borrachos./Los capaces de agotar/el cain como muchos, los guerreres sin parar/ansiando por lucher. Baliar es bueno, adornarse/y teflirse de bermejo:/ de negro piernas pintarse/fumar y todo emplumarse/para ser un bru- jo viejo. Rabiar y andar matando/y comiendo prisioneros,/vivir siem- pre amancebando,/ los adulterios mirando/sin dejar mis cer- caderos, 46 Martin Lienhard propio discurso, Formalmente analoga, la etnoficcién moderna, como se Ieera en la segunda parte de este tra- bajo, suele servir un propésito ideoldgico opuesto al de los misioneros jesuitas: valorizar, ahora ante los ojos de los sectores dominantes, las cosmovisiones indigenas. El rescate indigena de la tradicién oral En Mesoamérica (sobre todo en las areas central y ma- ya), la practica del rescate de la tradicién oral indigena se reparte entre la que se realiza en la esfera del poder colonial (la acabamos de ver) y la que asumen las pro- pias colectividades indigenas para cumplir con sus pro- pios objetivos: no dejar que la memoria colectiva, ahora tan amenazada, se pierda. En la mayoria de las entida- des sauténomas« existe ~sucesor de los tHacuilos en un sistema hereditario~ un secretario encargado de trans- eribir la memoria de la colectividad (2.2/ Karttunen 1982}. Al trabajo de tales especialistas de la escritura se deben, por ejemplo, las grandes recopilaciones como el Pepol Vuh [2.1/ 1952] 9 los libros de Chilam Balam [1969], verdaderas enciclopedias del pensamiento mitico- historico calendarico, cosmolégico, ritual, etc, de dos pueblos mayanses. Aqui, el alfabeto sucede, como téc- nica m&s comoda para la notacién de discursos, a la complicada escritura glifica de los mayas. Con su ri- yor fonografico, la transcripcién alfabética significd probablemente la spetrificacién» de las tradiciones asi conservadas, Los generos mds tenaces en el contexto de estas prac- Ucas fueron, sin duda, los diversos «tituloss, En México central, durante los tres siglos coloniales, tales textos legales se fueron elaborando a partir de las sucesivas berspectivas contempordneas y con un lenguaje (na- La voz y su huella 77 huatl colonial) que seguia la evolucién -aculturacign— del idioma hablado (Lockhart 1982]. Pese a su aspecto «legal, los «titulos» ofrecen aspectos marcadamente Ii- terarios en la medida en que relaboran, a partir de una perspectiva ya no prehispanica sino indigena colonial, el pasado mitico-histérico de las colectividades implicadas. En caso de litigio (por tierras 0 titulos cacicales), estos documentos, como las cartas, se presentaban como prue- bas ante las autoridades coloniales. Un caso famoso, gua- temalteco, es el del Titulo de Totonicapan [Carmack 1983}, un texto escrito en quiché en el siglo xvi. Los in- dios lo presentaron en 1834 al juez de primera instan- cia para apoyar sus reclamos de tierras; el padre Dioni- sio Chonay, por encargo de los indios, lo tradujo al caste- Hano, versién en la cual lo conoceria el ptiblico. El ovi- ginal se creia perdido, pero Carmack, su editor, descu- brid que de hecho, los indios de la parcialidad de Xax lo siguieron conservando hasta hoy. Con la extincién de las autonomias indigenas mesoa- mericanas a lo largo del siglo xvmi, la practica del res- cate escrito de las propias tradiciones orales decae poco a poco, y con ella, la produccién escrita en un idioma amerindio de la regién, Casos analogos de s«autorrecopi- lacién indigenas aparecen también en otros momentos his- téricos. A partir del siglo xix, probablemente, muchas comunidades indigenas en Mesoamérica y ei drea andi- na fijan por escrito algunos de sus dramas rituales; en Mesoamérica, Ja «danza de la conquista» (2.1/ Bode 1961, 2.2/ Baumann 1987] o «moros y cristianos» [2.2/ Arréniz 1979}; en el area andina, las: evocaciones dra- maticas -en quechua o en espaticl— de Ja caida del Ta- wantinsuyu y de la muerte del Inca (3.1/ Balmori 1955, Mendizdbal 1965, 3.2/ Wachtel 1976, Millones 1988]. Se trata de textos de tradicién hispano-indigena mixta, de 78 . Martin Lienhard apropiaciones indigenas de los modelos dramaticos in- troducidos por los misioneros para una evangelizacién mas practica de los indigenas. Sin duda alguna, tales re- presentaciones existian desde hacia varios siglos, pero antes del siglo x1x, su conservacién se encomendaba a la memoria oral.'Los textos dramaticos escrites parecen simples tratiscripciones de los espectaculos orales; no llevan huellas de una elaboracién propiamente escrip- tural. Algo diferente, sin duda, es un caso como el del famo- so drama quechua Ollaniay [3.1/ 1958]. Considerado antafo por algunos nostalgicos del imperio incaico como un drama incaico milagrosamente conservado, el texto suscita en realidad, por su construccién dramatica, las reminiscencias literarias europeas Y su sescritura», la hipdtesis de una elaboracién escrita, Si esta hipédtesis He- gara a confirmarse, el Ollantay seria signo de una re- orientacién escriptural auténoma por parte de ciertas subsociedades de ascéndencia indigena, antecedente de las actuales escrituras indigenas y mestizas. Andlogas observaciones se podrian aplicar a un texto bilingite (quechua/espatiol) como Prisién, rescate y muerte del Inca Atahuallpa, de Herminio Ricaldi [1988], inscrito en la tradicién de los dramas de la conquista. En tales obras, sin embargo, la posible «reorientaciann es toda- via relativa: una vez aceptado por la colectividad, el tex- to dramatice vuelve a ser un simple instrumento mnemo- técnico al servicio de su performance oral. Literaturas epistolares indigenas: cartas, »memoriales», cartas-crénicas Con mas o menos rapidez, segin los lugares, los*in- dios o algunos de sus representantes habian adoptado la La voz y su huella 79 escritura alfabética para ciertas necesidades «diplomati- cas» o de politica exterior; mas adecuada a la expectati- va de los interlocutores europeos, ella prometia mayores beneficios en el marco de las acciones reivindicativas. Los kipu y los cédices, donde los habia, se transforma- ron, pues, en cartas. Desde la segunda mitad del siglo xvi hasta la época contemporanea, éstas seran el vehicu- lo principal del discurso indigena destinado a las autori- dades, coloniales 0 republicanas, El contenido y atin la forma de las cartas indigenas varian mucho en funcién de las coyuniuras que las suscitaron, cotho, para nom- brar unos pocos ejemplos, la consolidacién de la nueva _aristocracia indigena en Mesoamérica (2.1/ Epistolario 1939-1945: passim, Zimmermann 1970, Anderson 1976]: ja «guerra guaraniticas [4.1/ Mateos 1949] y la slibera- cién» de los indios guaranies en cl Paraguay del siglo xvit [Cartas... Guaranis 1924], o la guerra de castas (1847-1902) en Yucatan [2.1/ Cartas contestatorias 1952), Debemos aplazar la mencién de textos epistolares con- cretos al préximo capitulo, dedicado a las coyunturas de la Kteratura escrita alternativa. Por lo general, estas cartas no emanan de individuos particulares, sino de colectividades constituidas o de sus representantes: autoridades indigenas locales, cabildos, ncaciques y principales», Redactados en espafiol, én latin y en varios idiomas amerindios, las cartas o los «memo- riales» afirman ciertos derechos indigenas, y se quejan a veces muy graficamente, de los aspectos mas lamenta- bles del régimen colonial o semicolonial (despojos, vio- lencias, abusos de parte eclesidstica o latifundista), y proponen reformas. El discurso, siempre pronunciado por una voz que encarna una responsabilidad colectiva, se dirige, por encima de todas las instancias subalter- nas, a quien se supone capaz, por su encumbramiento, Martin Lienhard de entenderlo con ecuanimidad: el rey, el presidente de “gobierno, el gobernador. Circunscritas por lo general aun problema que exige una solucién precisa y urgente, algunas de estas cartas, enunciadas con el caracteristi- co «nosotros» de la colectividad, Megan a expresar con fuerza y amplitud de criterios los sufrimientos o la acti- tud de digna vesistencia de las subsociedades indigenas marginadas, Asi, los gobernadores de la provincia de Mani (Yucatan) escriben, el 12/4/1567, al rey Felipe U: Después que nes vino el bien, que fué conoscer A Dios Nuestro Sefior por solo verdadero Dios, de- xando nuestra ceguedad 6 ydolatrias, y 4 V. M. por sefior temporal, antes que abriessemos bien los ojos al conoscimiento de lo vno y de lo otro, nos vino wna persecucién, la mayor que se puede ymaginar, y fué, en el afio de sesenta y dos, por parte de los veligiosos de Sant Francisco, que auiamos traydo para que nos doctrinassen, que, en lugar de Io ha- zer, hos comengaron 4 atormentar, colgandonos de las manos y acotandenos cruelmente, y colgandonos pesgas de piedras 4 los pies, y atormentando 4 mu- chos de nosotros en burros, echandonos mucha can- tidad de agua en el cuerpo, de los quales tormentos murieron y mancaron muchos de nosotros [Zimmer- mann 1970; 36]. Ea sus cartas reivindicativas o de protesta, raras ve- ces de agradecimiento por alguna «merceas, las colecti- vidades indigenas o las personalidades (nobles) que se consideran como sus portavoces se dirigen directamente a la autoridad maxima ~en general, durante la época colonial, al propio rey espafiol. Nadie mas que los inter- locutores directos (los autores de la carta y su destina- La voz y su huella aL tario encumbrado) participan en esta operacién comuni- cativa. La «literatura» epistolar indigena funciona, pues, con un publico reducidisimo y determinado de antema- no, Su’seficacias depende exclusivamente de la buena vo- juntad dei destinatario, Ciertas veces, las colectividades indigenas quieren romper este sistema de comunicacién exclusiva para dirigirse a lo que hoy se Namaria la opinion ptiblica»: es ahi donde surge la practica de los memoziales, El memorial, discurso eminentemente escriptural y de tradicién europea, no Tepresenta ya, en un sentido es- tricto, una relaboracién de un discurso oral por medio de Ja escritura, Las normas del discurso se adecuan al horizonte de expectativas del lector presumiblemente de cultura europea o europeizada, Con todo, dada ja perso- nalidad cultural de su autor (individual o colectivo), el memorial «indigenas moldea, en la medida de lo posix ble, un discurso indigena en Ia forma impuesta por el objetivo que se quiere alcanzar, Tales caracteristicas hi- bridas ostenta, por ejemplo, la «Representacién verdade- ya y exclamacién rendida y lamentable que toda la na- cién indiana hace a la majestad del senor rey de Jas Espahas y emperador de las Indias, el sefior don Fer- nando VI...», publicada en Madrid hacia 1750 por fz, Calixto de San José Tupac Inca, descendiente, por el lato materno, del Inca Tupac Yupanqui: Detecit gaudism cordis nostri, Versus est in Luctunt chorus noster, Perdiése Ja alegria de nuestros cora- zones, Convirtiése en lamento nuestro cantico; por- que el gozo de ser christianos y vasallos de un Mo- narcha Cathélico, cayé de nuestros corazones, al vernos por Christianos abatidos, y por cathdlicos afrentados; conque el Contento de Christiandad re- 82 Martin Lienhard cibida, sepultada la gentilidad, se ha tornado para nosotros Hanto triste por vernos reputados de peor condizién, que los Gentiles, y en concepto del Espa- fiol por Iddlatras, y assi lloramos... , (Tupac Inca 1750/1969: 25). Las formas de esta lamentacién, como el autor lo se- fiala al comienzo del texto, se inspiran en las del profe- ta biblico Jeremias: en las de la Escritura por excelen- cia. El subtitulo en latin debe autentificar mas todavia, en el sentido de la cultura cristiana de la época, la orto- doxia de lo que se va diciendo. La argumentacién, sin embargo, oculta mal su légica andina: si e! cristianisme equivale al «cristianismo real» de los espafioles, no re- presenta un valor superior al de la «gentilidad», es deciz de la cultura andina tradicional, Algunas de las cartas indigenas se liberan por com- pleto de las convenciones de la tradicién epistolar (ob- viamerite europea) para tomar la forma de un discurso Hterario «auténomos y de envergadura insospechada, Nos referimos, especialmente, a la extensa carta-narracién (66 folios) que el Inca Titu Cusi Yupanqui, autoridad su- prema del estado inca rebelde de Vilcabamba, dicté en 1570 para su colega el rey espafiol Felipe IT (3.1/ Yu- pangui 1985), y a la carta-crénica de vastisimas dimen- siones (1189 folios) que el supuesto cacique quechua Guaman Poma de Ayala [1980] quiso destinar, hacia 1615, a Felipe III. Estructuralmente emparentadas con las cartas indi- genas reivindicativas (voz de representatividad éolecti- va, destinatario por encima de las contingencias de la vida colonial, tono acusatorio), estas dos obras formu- lan, con un alto grado de elaboracién literaria, toda 1a vision histérica de los autores y. de los sectores que ellos La voz y su huella 83 representan. Resulta dificil determinar con precisién, en los dos casos, en qué medida el discurso narrativo perte- nece a la tradicién europea o a la autéctona ; el rasgo dominante de su composicién, sin duda alguna, es el hi- bridismo. Este hecho, no la supuesta falta de elaboracién literaria, se debe considerar como responsable del —in- justificable~ desinterés de la historiografia literaria ectiolla» por tales textos, Por vez primera, aqui, los depositarios de la memoria y de la conciencia colectivas dejan de ser los sempiter- nos sinformantes» o los redactores de escritos al estilo europeo para convertirse en los autores, materiales o al menos intelectuales, de un texto propio en el. sentido cabal de la palabra, en sujetos de una prActica literaria radicalmente nueva. La escritura, sentida primero como un trauma, se usa ahora, quizds algo euféricamente, como un arma contra los opresores, como un medio para hablarles de igual a igual, La eseritura indigena o mestiza Las «cartas», de Titu Cust y de Guaman Poma o, en México, el. wCompendio histérico del reino de Texcocon, de Ixtlilxéchiel (2.17 1975 a], constituyen el verdadero comienzo de una escritura indo-hispanica. Mas alla det «simple» rescate de la tradicién histérica autéctona, mas alld también del mero gesto reivindicativo, estos textos ofrecen, articulando de modo inédito los dos aportes, el europeo y el indigena, un punto de vista nuevo, inci- pientemente «subjetivos, sobre el mundo. Sometida to- davia, formalmente, a los imperativos de la comunicacién entre las colectividades marginadas y un destinatario de alto nivel, esta practica precede ja de una escritura indigena o mestiza desvinculada de este contexto uti- Martin Lienhard 84 litario. La de una escritura liberada que propone un dis- curso «auténomo» sobre el mundo, como la descubrimos en los poemas quechuas de Wallparrimachi [3.1/ co- mienzo 5. x1x/197$] y, mucho mas tarde, en diversos tex- tos actuales narrativos y poéticos ~elaborados por unos escritores que se identifican, a raiz de su origen o de su trayectoria vital e intelectual, con las subsociedades indigenas o mestizas, Narradores como J. M. Arguedas, J. Rulfo o A. Roa Bastos, y unos poetas quechuas como el mismo Arguedas o Arirumi Kowii (Ecuador), son au- tores representatives de este tipo de literatura. La escritura indo-mestiza mederna, aparentemente cer- cana ~al menos cuando elige un idioma europeo para expresarse— a la de los textos latinoamericanos europei- zados, sigue en realidad exhibiendo caracteristicas hibri- das en todo punto andlogas a las que hemos atribuido a Guaman Poma o Titu Cusi. Superponiendo cédigos oc- cidentales e indo-mestizos, ella se dirige o busca objeti- vamente a un ptblico lector familiarizado con los dos sistemas culturales. Desvinculada, en un cierto sentido, de las expresiones codificadas de la tradicién oral, esta escritura, ante todo en su vertiente narrativa, subraya de diversas maneras su ascendencia oral. Son muy frecuen- tes los textos que se «justificans a través de la puesta en escena de una situacién de comunicacién oral —-spuesta en abismo» de sus condiciones de produccién verdaderas o ficticias. Pero no es éste el lugar para demostrarlo: 3 fos escritores sindo-mestizos» modernos, precisamente, dedicaremos espacios importantes en la segunda parte del presente libro (caps. VI, VIII, IX, XI). Hemos Ilegado al final de este recorrido por las dife- rentes practicas discursivas que abarca la «literatura es- crita alternativa». Todas ellas se caracterizan por la vo- i ; | La vow y su kuella 85 luntad manifiesta de los autores de vincular, de un mods o de otro, Ja escritura o cultura grafica cecidental cei los universos discursivos indigenas o mestizos, predo- iminantemente orales, En cambio, las realizaciones con: cretas, a todas luces muy diversas, llevan el sello no sélo de Ja estética verbal vigente en su época, Sino también de la coyuntura histérico-social que auspicié su apart cion, En el capitulo siguiente trataremos de esbozar las caracteristicas de las coyunturas mas productivas en el sentido de la «literatura escrita alternativae: los momen- ios mas criticos, més agudos en la historia de las rela- cones entre los sectores hegeménicos europeizados y las subsociedades © los sectores indigenas ¢ indo-mestizos marginados, CAPITULO HI CONTEXTOS HISTORICOS Y SOCIALES Las practicas literarias que surgen en los margenes, abiertos hacia las culturas orales marginadas, de la cul- tura eserita, se inscriben siempre en determinadas coyun- turas del enfrentamiento entre los sectores hegemdénicos y las sociedades, subsociedades o sectores marginados, sétnicos» o populares. Caracterizado por la imbricacién de antagonismos culturales y sociales, este enfrenta- miento, de contundencia muy variable segtin las épo- cas y los lugares, es el mas tenaz que registra la his- toria latinoamericana. Las paginas que siguen no ambi- cionan, de ningun modo resumir la larga, complejisima e insuficientemente conocida historia de las relaciones étnico-sociales en la América indo-ibérica, sino que apun- tan tan sélo a aislar y comentar las coyunturas que se perfilan como las mas significativas en el contexto de la produccién literaria alternativa: 1. Primeros contactos estre europeos y autdéctonos. 2. Institucionalizacién de las relaciones coloniales y re- sistencias «indias». 3. Reformas coloniales y movimientos insurreccionales del siglo vi. 4. «Segunda conquista»s: la ofensiva latifundista del siglo xtx. 5, sIndigenismos intelectuales y movimentos étnico- sociales modernos. Estas coyunturas no coinciden sino en parte con los pe- riodos de la historia latinoamericana vista bajo un angu- jo criollo. La sindependencias, por ejemplo, no es un mo- Ea voz y su huella : . 82 mento decisivo para la historia de las relaciones étnico- sociales; la consolidacién de la Reptiblica, en cambio, si Jo es, pero en un sentido negativo: es el momento de ma- yor ofensiva contra las comunidades indigenas tradicio- nales y su economia de autoabastecimiento. La productividad literaria alternativa varia mucho de una coyuntura a otra, de un 4rea a otra. Varia también, segtin las circunstancias histérico-culturales concretas, la preferencia por un tipo de discurso («géneros) u otro, Ante la relativa «clandestinidad» de esta produccién (se- pultada a menudo en archivos) renunciamos a definir es- tas coyunturas por su fecundidad literaria. Primeros contactos Los primeros contactos, pacificos o bélicos, entre au- toctones y europeos no constituyen, en un sentido es- iricto, ninguna coyuntura de produccién de textos es- critos alternativos. En la medida en que se ensayan, a través de ellos, los sistemas de relacién posibles entre ambos bandos, también en cuanto a la expresién ver- bal, resulta sin embargo indispensable focalizarlos bre- vemente. La «hora cero» de la nueva historia (dependien- te) del continente ser4, también, uno de los temas pre- dilectos de la primera literatura alternativa, El sdescubrimientos mutuo de europeos y autéctonos ostenta todas las caracteristicas de una asimetria funda- mental. Si los habitantes del continente «american» des- cubren realmente, como lo expresara un poco mas tarde el Inca Titu Cusi (3.1/ Yupangui 1570/1985: 3), «un gé- nero de jéente no oyda ny bista en nuestras nasgioness, los europeos descubren unos tipos de sociedades que elles logran clasificar, hurgando en sus conocimientos acumu- 88 Martin Lienkard lados en las recientes empresas de Reconquista (peninsula ibérica) o de expansién colonial (Africa), como «infieless ¢ «barbaros iddlatras», Los autéctonos, en cambio, como paralizados por la sorpresa, demoraran un lapso de tiem- po relativamente largo en develar la identidad, los mévi- les y los proyectos verdaderos de sus huéspedes (2.2/ Todorov 1982: cap. II]; los tnicos parémetros inmedia- tamente disponibles para su clasificacién serdn los mi- tos del retorno de un héroe civilizador (Quetzalcoatl en México, Wiraqocha en el area andina} o del surgimiento de un Rarai o gran shaman (4rea tupi-guarani), y las ex- periencias con otras colectividades del continente. Los autdctonos se van convirtiende en sindios», objetes y vic- timas de un proyecto colonial de gran envergadura que no aparece a sus ojes, en el primer momento, sino come una «visitas inesperada pero posiblemente util. Consi- derados a menudo por los autéctonos como aliados bien- venidos contra estados y grupos vecinos o hegeménicos, jos europees participan, tratando de instrumentalizarlas, en las expediciones «indigenass mds prometedoras en el sentido de sus prioridades: Cortés y sus hombres mar- chan contra México-Tenochtitlan al amparo de las tro- pas de Tlaxcala, ciudad rival de la capital azteca; Alve- rado, en medio de tropas mexicanas y maya-cakchique- les, conquista Utatlan, la capital de los maya-quichés; el portugués Alexo Garcia, imitado posteriormente por el adelantado espaiicl Alvar Nifiez Cabeza de Vaca, dnica has- sacompana: una expedicién guarani transa: ta los contrafuertes de la cordillera andina [4.1/ Diaz 1612/1986}; Pizarro, finalmente. conquista el Cusco en tanto que shuésped» (y aliado militar contra los «quite- floss) de Manco Inca (3.1/ Yupangui 1570/1985). En el drea amazénica, les shuéspedes» enropeos (por- tugueses, espatioles, franceses}, agentes de un trueque, i iit iin nuiennsenebinhthatencntesibeistsousinnteiganne La voz y su huella 89 mutuamente provechaso, de objetos de hierro contra spau de Brasil«, aceptan gustosamente incorporarse al sistema de parentesco tribal ~para Juego subvertirlo y someter- lo a sus propfos objetivos [4.2/ Susnik 1965: 11 SS.; Hemming 1978: cap. I] Si, en la gestién de los primeros contactos, ambos in- terlocutores intentan manipular al otro, los europeos se aprovechan del efecto de sorpresa provocado por su lle- gada y su comportamiento, Antes de que los autdéctonos ~sus aliados militares o sparientes»— hayan desentraia- do cabalmente sus intenciones estratégicas, los europeos logran echar las bases de su futura dominacién colonial, Cuando se produce la toma de conciencia indigena, el espacio para la resistencia ya se ha restringido. Los eu- ropeos ya han podido crear, mediante regaios, sobornos, amenazas o alianza matrimonial, un grupo de «amigas» totalmente adictos, y la desestructuracién de las socieda- des autéctonas ya se encamina hacia la irreversibilidad. Ya no cabe la posibilidad de cerraries simplemente la puerta a los «huéspedes» molestos: la anica forma de lie berarse de ellos seria Ja guerra, dificil de organizar en un pais ocupado. : En general, la resistencia indigena contra los europeas no resulta, pues, de una reaccién visceral contra el otro, sino que constituye el resultado de un andlisis de la practica colonial europea. Los primeros contactos, obviamente, no generaron con- diciones para la produccién de una literatura escrita al- ternativa ~manifestacién textual de un dialogo o en- frentamiento cultural que apenas va empezando, Pero es- fos contactos, ante todo en tanto que «trauma de la con- quista» de los autéctonos [2.2/ Garibay 1953-1954, Leén Portilla 1976: cap. V}, proporcionan, en buena medi-

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