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John Suart Mill: Sobre la libertad Prélogo de Isaiah Berlin El Libro de Bolsillo Alianza Editorial Madrid ‘ino oiginl: On Liber fh Beli: Joh Stuart Mil and the Ed of Life {ator ge On tera: flo de Ken ‘Traoctor John Stari ond he Eco Life Nia Rodeigue Sanones Primera edicin en “El Libro de Bolsillo”: 1970 Novena reimpresion en "EI Libro de Bosil ‘© Del prologo de Isiah Berlin. Oxford University Pres. Londres, 1969 © Dela tad: Pablo de Azcérate. © Fd, Cast: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1970, 1979, 1982, 1984 ‘Depésito legal: M. 2.257-1993 Impreso en Lave. Los Llanos, nave 6, Humanes (Masti) Printed in Spain 2. De Ja libertad de pensamiento y discusién Es de esperar que han pasado ya los tiempos en que xa necesario defender {a «libertad de prensa» como ina de las seguridades indispensables contra un gobierno co- rrompido y tirdnico. Suponemos que no es necesario ya argumentar contra que se permita a un legislative o un ejecutivo, cuyo interés no sea el mismo del pueblo, pres cxbile opiniones determinar qué doctrngsy qué arg rmentos estd autorizado a ofr. Este aspecto de la cuestién, ademés, ha sido expuesto con tanta frecuencia y en for ma tan itrebatible por anteriores esctitores, que no ne- cesita se insista especialmente sobre él aqui, Aunque Ia ley inglesa sobre la prensa es tan servil en el dia de hoy como en tiempo de los Tudores, no es de temer que en la actualidad sea puesta en vigor contra la discusién po- litica, excepto en. algiin pénico momenténeo, en que la insurtecion pve a os ministos y jueces del dominio sf mismos ', Apenas, fueron escritas estas palabras, cuando, como. si fuera para desmentitlas solemsemente, sobrevino le ie cde In prensa por el Gobierno de 1858, Esta mal jusgada inter Vencién en a! libertad de discusi6n péblica, no me'ha inducido, % % John. Stuart Mill Generalmente, y en paises constitucionales, no es de temer que un Gobierno, sea o no completamente respon. sable ante el pueblo, intente con frecuencia fiscalizar la txpresion de fa opinion, excepto cuando al hacerlo. se hhaga al érgano de la intolerancia general del piblico, Per- mftasenos. suponer que el Gobierno esté enteramente identfcade on el pueblo y que jamés intenta gjercer ningtin poder de coaccién a no set de acuerdo con lo que \ considera que es opinién de éste. Pues yo niego el derecho del pueblo a ejercer tal coaccién, sea por si mis- ‘mo, sea por su Gobierno. El poder mismo es ilegitimo, EI mejor Gobierno no tiene més titulos para 1 que el peor. Es tan nocivo, 0 mis, cuando se ejerce de acuerdo con la opinién publica que cuando se ejerce contra ella se gmtare, thera un ola plan n ol texto, de ie ad ot convicion ae fe ig ones de eo, la es de epresoncr y penaidads, por disunn police ba pasado deinitivamente en nuestro pals. En primer logs, lat persenucones no. fetonperistentes yeh semundo, no, ‘Runes propiamente perseiciones politica. De fo que se ln ace ‘ahem decir las istics o la pean de oe {obernantes, sno de hacer circular lo que se consideraba come Sng doctrine inmeral, Ta jostifeaion” del tieniiio 'S Tee argumentos de aste capitulo. tienen gin valor, debe pit oy up time, gue poy Raber iad are I ey se, colocado fuera de ‘lence del contol y castigo legal, ha five port maces oso de x Hoes isenge mde sabios, por ‘ato de cxatada vireud; 9 ‘ue, justo’ o fnjunto, po cs de le naturales Gel ase Sinato sino ‘de la guera chi. Como tal, sostengo que in laste Seg per slo's ba bp ‘massene'y poste te xsi, ero = ply un i mallee oe Blecerse “une ‘probable conexiGn al menon, entre "acto y la instgacén. Aun entonces, no tn, gobierno extra, sino tan slo eli'mismo gobleroo atacedo es el que puede, eo el ejercicio de ‘propia “defensa, castigar Tegtimamente los ataques. drgidos Conta st propia existence Sobre Ja libertad n i toda Ia humanidad, menos una persona, fuera de una misma opinién, y esta persona fuera de opinién contra ria, la humanidad seria tan injusta impidiendo que ha- ‘blase como ella misma lo serfa si teniendo poder bastante impidiera que hablara la humanidad. Si fuera la opiniGn tuna posesién personal que sélo tuvieta valor para su due- si el impedir su disfrute fuera simplemente un per- juicio particular, habrla alguna diferencia entre que el (rise apes pees « mee poms, Pero cdel mal que consiste en impedir la expre- ‘ise de ane oping ep ue se comete un wobo a le fsa bumana; le posteridad tanto como a la generacién ac- los que disienten de esa opinidn, més toda- ‘via que a aquellos que participan en ella. Si la opinién cs verdadera se les priva de la oportunidad de cambiar el ror por la verdad, y oi ents, pierden To que oe ‘no menos importante: la més clara peroe y la impresin més viva de la verdad, producida por su colisién con el error. Es necesario considerar separadamente estas dos hip6- tesis, cada una de las cuales contiene una rama distinta del argumento que a esto se refiere. Nunca podemos estar seguros de que Ia opinién que tratamos de ahogar sea fala, y silo estviramos, el ahogara seria también un En primer lugar, la opinién que se intenta suprimir por la autoridad puede ser verdadera. Aquellos que de- sean suprimirla niegan, naturalmente, su verdad; pero no son infalibles. No tienen autorided para decidir Ia cues- tién para todo el género humano, privando de los me- dios de juzzar respecto de ella todos los dems, Ne garse a oft una opinién, porque se esté seguro de que es falsa, equivale a afirmar que la verdad que se posee es la verdad absoluta. Toda negativa a una discusién im- plica una presuncién de infalibilidad. Su condena puede basarse sobre este comin argumento, que por ser comin no es cl peor. sraciadamente para el buen sentido de 1a humani- dad el echo des labia ut lj de alent en John Stuart Mill sus juicios précticos la importancia que siempre le es con- cedida en teorfa, Pues mientras todo el mundo se reconoce como fali- ble, pocos piensan que es necesario tomar toda clase de sauciones contra su propia falibilidad, y admiten la posibilidad de que cualquier opinién que ellos conside- fen muy cierta, puede set uno de los casos de error a los cuales ellos mismos se reconocen sujetos. Los princi: pes absolutos, o aquellos que estén habituados a un mitada deferencia, experimentan corrientemente esta com- pst confianza en sus propias opiniones sobre cat todas las materias. Los hombres mas afortunadamente situados, ue ven a veces discutidas sus opiniones, y no han dejado le ser rectificados cuando han caldo en error, ponen la misma ilimiteda confianza sélo en aquellas de sus opinio- nes compartidas por los que les rodean, o por aquellos hacia quienes habitualmente guardan deferencia; pues tanto mayor es la desconfianza que un hombre tenga en su propio juicio solitario, tanto més confia, con una fe implicita, en la infali de «el mundo» en general. Y el mundo, para cada individuo, significa la parte del mismo con ia cual él esté en contacto: su partido, su secta, su iglesia, su clase social; y, comparativamente, casi puede amarse liberal y de amplias ideas al hombre para el cual el mundo significa algo tan comprensivo como su pais o su época, Ni vacila en lo més mfnimo su fe en esta autoridad colectiva por estar cierto de que otras épocas, pafses, sectas, iglesias, clases y partidos han pensado y atin piensan exactamente lo contrario. Arroja sobre su propio mundo la responsabilidad de acertar fren- te a los mundos disidentes de otros hombres y no le in- quieta la idea de que un mero accidente ha decidido res- pecto a cudl de estos numerosos mundos obtendria. su confianza, y que las mismas causas que le hicieron un cristiano en Londres le hubieran hecho un budista oun sectario de Confucio en Pekin. Sin embargo, la cosa es tan evidente por sf misma que puede probarse con toda clase de argumentos: las épocas no son més infalibles que los individuos; toda época ha sostenido opiniones que Sobre la libertad p las épocas posteriores han demostrado ser, no sélo falsas, sino absurdas; y es tan cierto que muchas opiniones aho- ra generalizadas serén rechazadas por Jas épocas futuras, ‘como que muchas que lo estuvieron en otro tiempo estén rechazadas por el presente, La objeciéa que se hard probablemente a este argu: mento quid se formale ast: n0 bry ng mayor reten sin de infaiblided prohibiendo la propagacién del error que en cualquier otra cosa hecha por la autoridad péblica segin su Bropio juicio y bajo su responsabilidad. El jui- cio se ha dado a los hombres para ser aplicado. Porque pueda serlo erréneamente, ¢se va a decir a los hombres ge no pueden api de ninguna manera? Prbibiendo jo que consideren pernicioso no se an exentos de cor, sino que curmplen con el deber que, aunque fal bles, les incumbe de obrar segtin sus convicciones cons- cientes Si nunca actudramos segiin nuestras opiniones porque ‘esas opiniones pudieran ser equivocadas, dejarfamos aban- donados todos nuestros intereses e incumplidos nuestros deberes. Una objecién aplicable a toda la conducta puede no ser una objecién vilida cuando se aplica a una con- ducta particular. Es el deber del Gobierno y de los indi- viduos formar las opiniones més verdaderas que pued: formarlas escrupulosamente y nunca imponerlas a los de- més, a menos que estén completamente seguros de que son’ ciertas. Pero cuando estén seguros (pueden decit los que asi razonen) no es obrar en conciencia, sino co- bardia, el no hacerlo conforme a sus eonvicciones y de- jar a gue 3 propeguen. sin restriccién doctrinas que se con- sideran peligrosas para el bienestar de la humanidad, en esta o en la otra vida, funddndose en que ottos hombres ‘en tiempos menos cultos han perseguido opiniones que ahora tenemos por verdaderas. Cuidemos, podrén decir, de no incurtir en la misma equivocacién: pero los Go- biernos y Jas naciones han cometido errores en otras co- ‘sas que nadie niega son susceptibles de quedar sujetas al ejercicio de la aut han exigido malos impuestos, han hecho. guetras injustas. ¢Debemos nosotros, como 0 John Seuart Mill consecuencia de esto, no imponer contribucién alguna y fo hacer guetts, sea’ cual sa la provocaci6n? Los bom bres y los Gobiernos deben proceder lo mejor que les permite su habilded. No existe cosa tiga shstutanen te cierta, pero sf con bastante seguridad para los fines de la vida. Podemos y debemos suponer que nuestra opi- nin es Ia verdadera como guia de nuestra propia con- ducta; y esto basta para que impidamos que hombres malvados perviertan a la sociedad con la propaganda de ‘opiniones que consideramos falsas y perniciosas. ‘Yo respondo que eso es ir demasiado lejos. Existe la més grande diferencia entre presumir que una opiniGn es verdadera, porque oportunamente no ha sido refuta- da, y suponer que es verdadera a fin de no permitir su re- futacidn. La libertad completa de contradecir y desapro- bar una opinién es la condicién misma que nos justifica cuando la ‘suponemos verdadera a los fines de la accién; y por ningin srocedimiento puede el hombre llegar 1 fener Ia segurided raclonal de estar en lo lero, Cuando consideramos la historia de la opinién o la condicién ordinaria de la vida humana, ¢a qué puede atribuirse que una y otra no sean peores de lo que son? No, ciertamente, a la fuerza inherente a la inteligencia humana, pues en cuslguier materia no evidente por si misma hay noventa y nueve personas totalmente incapa- ces de juzgetla por una capes; y la capacidad de estas cien personas es sélo relativa; pues la mayoria de los hombres eminentes de las gencraciones pasadas han sos- tenido muchas opiniones, reconocidas hoy como erréneas, y hecho o aprobado numerosas cosas que hoy nadie jus- tificarfa. ¢Por qué, entonces, ese predominio en la hu- sea é les opiniones ractonaesy dela conducta rx cional?. Si existe realmente esta preponderancia.—la cual debe existir, a menos que los segucion humanos es- tén y hayan estado siempre en una situacién casi deses- persia debido una calidad de la mene humans, fuente de todo lo que hay de respetable en el hombre, tanto como un ser intelectual que como ser moral, y es, a saber, que sus errores son corregibles. El hombre es Sobre 1a libertad a capaz de rectificar sus equivocaciones por medio de la discusién y 1a experiencia. No sélo por le experiencia; cs necesaria la discusién para mostrar cémo debe ser in- terpretada la experiencia. Las opiniones y las costumbres falsas ceden gradualmente ante los hechos y los argumen- 10s; pero para que los hechos y los argumentos produz- can algtin efecto sobre los espititus es necesario que se expongan. Muy pocos hechos son capaces de decienos su propia historia sin necesitar comentarios que pongan de ‘manifesto su sentido. Toda Ia fuerza y valor, pues, del juicio humano dependen de esa tinica propiedad, segin la cual puede pasar del error a la verdad, y s6lo podri tener- se confianza en él cuando tenga constantemente a mano los medios de hacerlo. Por qué se llega a tener verda- dera confianza en el juicio de una persona?; porque ha tenido abierto su espiritu a Ia critica de sus opiniones y de su conducta; porque su costumbre ha sido ofr todo unto ve haya podido deci cont 6, sprovechando todo ‘ra justo, y explicdndose a si mismo, y cuando ha- biFocsib es dra is edad de aula gu era falso; porque se ha percatado de que Ia ‘nica manera que tiene el hombre de acercarse al total conocimiento Eun objeto ex oyendo lo que pueds ser dicho de dl por personas de todas las opiniones, y estudiando todos los modos de que puede ser considerado por los diferentes caracteres de espfritu, Ningiin sabio adquirié su sabidu- ria por otro procedimiento; ni es propio de Ia naturaleza humana adquitir la sabidurfa de otra manera, El hébito constante de corregir y completar su propia opinién com- parindola con la de los demés, lejos de causar duda y vacilacién al aplicarla en la prictica, es el nico funda- ‘mento sélido de una justa confianza'en ella: pues cono- cedor de todo lo que al menos obviamente puede decirse contra él y habiendo tomado su posicién contra todos sus contradictores —sabiendo que ha buscado las objeciones, fen vex de cludirlas, y que de ninguna parte ha podido obtener nueva luz que lanzar sobre el asunto—, tiene de- recho a considerar su juicio mejor que el de cualquier 2 John Stuart Mil otra persona o multitud que no Je haya hecho pasar por ‘un proceso semejante. Si los hombres més sabios, los més capacitados para confiar en su propio juicio, encuentran necesario justifi- car su confianza, no es mucho pedir que se exija la mis- ‘ma justificacién a esa coleccién mixta de algunos. pocos dlscretos y muchos tontos que se llama el piblico. La més intolerante de las iglesias, la Iglesia catdlica romana, has- ta en la canonizacién de'un santo admite y oye pacien- temente a un «abogado del diablo». El més santo de los hombres no puede, segiin parece, set admitido a los honores péstumos sin que se haya oido-y pesado todo lo que el diablo pueda decir contra Si no se hubiera permitido la discusién de la filosoffa newtoniana, a estas fechas no estarfa Ia humenidad tan segura de su verdad como lo esté. Las creencias en las que mayor confianza depositamos no tienen més_salva- guardia para mantenerse que una permanente invitacién 4 todo el mundo para que pruebe su carencia de funda- mento. Si la invitacién no es aceptada o si, aceptada, fracasa en su intento, podtemos estar lejos todavia de Ia certidumbre, pero habremos hecho todo lo que el actual estado de la razén humana consiente; no hemos despre- ciado nada que pudiera dar a la verdad una probsbilidad de alcanzarnos; abierto el palenque podemos esperar que, si existe una verdad mejor, ser encontrada cuando la mente humana sea capaz de recibirla; y en tanto, pode- toe estar seguros de haberosacerado ala verdad todo posible en nuestro propio tiempo. Esta es toda la cer- tidumbre « que pucde legar un er fable, y exe el Xinico camino de alcanzarla, Es extrafio que los hombres admitan Ia validez de los argumentos en pro de la libertad de discusién y les re- pugne Hlevarlos a sus itimas consecuencias, sin advertir ue las raznes, sino son buenas para un caso extremo, no lo son para ninguno. Extraiia cosa es que no piensen que asumen infalibilidad cuando reconocen que pueda haber libertad de discusi6n sobre todos los asuntos que puedan ser dudosos, pero piensan que respecto de algu- Sobre la ibertad 8 nos principios © doctrinas particulares debe prohibirse In discusién porque son ciertos, es decir, porque ellos tienen la certidumbre de que son ciertos. Tener por cier- ta una proposicién mientras haya alguien que negarfa sa certidumbre si se le permitiera, pero que no se le permi- te, es afitmar que nosotros mismos y aquellos que pien- san como nosotros somos los jueces de la certidumbre y jueces sin oir a la parte contraria. En la época presente —que ha sido descrita como «des- provista de fe, pero aterrorizada por el escepticismo»—, en Ia que los hombres se sienten seguros, no tanto de la verdad de sus opiniones como de que no sabrian lo que hacer sin ellas, la exigencia de una opinién a ser pro- tegida contra los ataques puiblicos se apoys, més que en su verdad, en su importancia social. Hay, se alega, ciertas ‘reencias tan sutiles, por no decir indispensables, al bien- estar, que el Gobierno est tan obligado a mantenerlas como a proteger cualquiera de los otros intereses de 1a sociedad. En un caso de tal necesidad y que tan directa- mente entra en el orden de su deber, puede haber algo, se dice, que no sea la infalibilidad que justifique y hasta oblique al Gobiemno a sctuar sepin, propia opinign, itmada por la'opinién general de la humanided. Tam- bign se arguye con frecuencia, y con mds frecuencia se piensa, que slo los hombres malvados desean debilitar ‘estas saludables creencias; y no puede ser malo, se pien- sa, reprimir a estos hombres y prohibir lo que sélo ellos desean practicar. Esta manera de pensar hace de las limi- taciones impuestas @ la discusién no una cuestién de la verdad, sino de utilidad a las doctrinas, y se lisonjea de escapar, por este medio, a la responsabilidad de reclamar el carder de jue nfalble de las opiniones. Pero log que asi se satisfacen mo piensan que la presuncién de in- falibilidad no ha hecho més que cambiar de sitio. La utilidad de una opinién es en sf materia opinable, tan discutible como la opinién misma y que exige, con la misma fuerza que ella, una discusién. Juez tan infalible es necesario para si una opiniéa es nociva como para decidir si es falsa, a menos que la opinién condenada a John Stuart Mill tenga plena oportunidad para defenderse por s{ sola. Y no val f decir que al eree puede permtirele mantnes Ia utilidad 0 la inocencia de su opinién, aunque se le prohf- ba sostener su verdad. La verdad de una opinién es parte de su utilidad. ‘Cuando pretendemos saber si es ono deseable que una roposiciGn sea crefda, gcdmo es posible excluir Ia consi- deraci6n de si es o no verdadera? En opinién, no de los hombres malos, sino de los mejores, ninguna creencia que no sea verdadera puede ser itil; ¢y es posible impe dirles que aleguen esto en su defensa, cuando se les in- culpe la negacién de alguna doctrina’ que se tiene por ‘itil pero que ellos consideran falsa? Los que participan de las opiniones reinantes no dejan nunca de sacar todas las ventajas posibles de esta alegacién: no les encontra- xéis tratando el problema de Ia utilidad, como si pudiera ser completamente separado del de la verdad: al contra- rio, porque su doctrina es «la verdad», es, sobre todo, pot lo que mantienen como tan indispensable su conoci- miento 0 creencia. No puede discutirse lealmente la cues- tién de utilidad, cuando un argumento tan vital s6lo pue- de ser empleado por una de las partes. Y de hecho, cuan- do la ley 0 el sentir piiblico no permiten que se discuta la verdad de una opinién, son tan intolerantes como cuan- do niegan su utilidad. Lo mas que consienten es una ate- nacién de su absolta necesidad y del delito de recha- zarla, ‘A fin de ilustrar més completamente el error de ne- garse a ofr a determinadas opiniones porque nosotros, en nuestro propio juicio, las hayamos condenado, ser con- veniente que fijemos la discusién en un caso’ concreto; y elijo, preferentemente, aquellos casos que son menos favorables para mi, en los cuales el argumento contra la libertad de opinién, tanto respecto a la verdad como a Ia utilidad, esté considerado como el mas fuerte. Supon- ‘gamos que Iss opiniones impugnadas son la creencia en Dios y en la vida futura, o algunas de las doctrinas co- rientes de moralidad. Dar 1a batalla en este terreno es conceder gran ventaja a un adversario de mala fe, que Sobre la libertad a seguramente dir (y muchos que no se propongan ir de mala fe lo dirén internamente): gson éstas las doctrinas que no estimis suficientemente ciertas para ponerlas bajo el amparo de la ley? ¢Es la creencia en Dios una de esas opiniones respecto de las cuales decfs que el ester segu- 105 de ellas significa una presuncién de infalibilided? Pero debe permitirseme observar que no es el sentirse seguro de una doctrina (sea ella cual sea) lo que llamo yo tuna presuncién de infalibilidad. Esta consiste en tratar de decidir la cuestién para los demés, sin permititles oft Jo que pueda alegarse por Ia parte contraria. Y yo denun- io y repruebo esta pretensién igualmente cuando se re- fiere a mis mas solemnes convicciones. Por positiva que pueda ser la persuasién de una persona no sélo de la falsedad, sino de las consecuencias perniciosas de una opinién'—y no s6lo de estas consecuencias perniciosas, sino (para adoptar expresiones que terminantemente con: deno) de su inmoralidad ¢ impiedad—, si a consecuencia de este juicio privado, aunque esté apoyado por el juicio puiblico de su pais o de sus contemporineos, prohibe que esa opinidn sea ofda en su defensa, afitma, quien tal haga, su propia infalibilidad. Y esta presuncién, lejos de set menos reprensible o peligrosa, por tratarse de una opinién que se lama inmoral e impia, es més fatal en este caso que lo que seria en cualquier otro, Estas son, exacta ‘mente, las ocasiones en las cuales los hombres de una ge- reracién cometen e303 espantosos desaciertos que causan cl asombro y el horror de la postetidad. Entre éstes en- ‘contramos los ejemplos memorables en la Historia, en los que el brazo de la ley ha sido empleado en desarraigar Tos hombres mejores y las més nobles doctrngs; con éxito deplorable en cuanto a los hombres, aunque algunas de las doctrinas han sobrevivido y se invocan (como por irrisién) en defensa de una tal conducta contra aquellos que disienten de ellas o de su aceptada interpretacién, Dificilmente sera excesiva la frecuencia con que se re cuerde a la humanidad que existié en tiempos un hombre Iamado Sécrates, entre el cual y las autoridades legales, con la opinién publica de su tiempo, tuvo lugar una co. 86 John Stuart Mill lisién memorable. Nacido en una edad en Ia que abunda- ban las grandecas indvidules, este hombre nos he sido presentado por aquellos que mejor conocian a él y a su paca como el més virtuoso de su tiempo. Le conocemos nosotros, ademés, como iniciador y prototipo de todos los grandes maestros de virtud que le siguieron, la fuen- te, tanto de la sublime inspiracién de Platén como del juicioso utilitarismo de Aristételes, i maestri di color che sanno los dos creadores de la ética y de toda otra filoso- fia. Este maestro, reconocido de todos los pensadores ceminentes que desde entonces han vivido —cuya fama reciente supera todavia, después de més de dos mil afios, Ja de todos los nombres que hicieron ilustre su ciudad natal—, fue condenado a muerte por sus conciudadanos, después de una prueba judicial, por impiedad ¢ inmorai dad, Impiedad, por negar los dioses reconocidos por el Estado; en realidad, su acusador asegurd (véase la «Apo- logiar) que no crefa en dios ninguno. Inmoralidad, por- que era, por sus doctrinas ¢ instrucciones, un «corruptor de la juventud>. Hay toda clase de motivos para creer que el Tribunal le creyé hontadamente culpable de tales crimenes y conden a morir como un criminal al hom bre que, probablemente, de todos los entonces nacidos, habia servido mejor @ la humanidad. Pasemos al nico ejemplo de iniguidad judicial de ‘que puede hacerse mencién después de la condena de Séerates, sin que sea cometer un anticlimax: el que tuvo lugar en cl Calvario hace poco mis de mil ochocientos afios. El hombre cuya grandeza moral dejé tal impresion fen todos aguellos que fueron testigos de su vida y con- versacién, que dieciocho siglos le han rendido homenaje como Ia omnipotencia en persona, fue ignominiosamente muerto, gcomo qué? Como un blasfemo. Los hombres tno s6lo no le tomaron como su bienhechor, sino que le tomaron exactamente por lo contrario de’ lo que era y le trataron como un prodigio de impiedad; que es Jo que ahora se les considera a ellos por el trato que a 1 Te dieron, Los sentimientos con que la humanidad mira ahora estos lamentables acontecimientos, especial- Sobre la libertad 8 mente el wltimo, la hacen ser extremadamente injusta en su juicio sobre sus desgraciados actores. No fueron, segtin todas las apariencias, hombres malos, ni peores que son cominmente los hombres, més bien lo contratio; hom- bres que posefan de una'manera completa o quizé més ue completa los sentimientos morales, religiosos y pa- triticos de su tiempo y de su pueblo; la misma clase de hombres que en todos los tiempos, incluso en los nues- ‘ros, tienen las mayores probebilidades de pasar por la vida sin reproches y respetados. Cuando el gran sacerdote desgarr6 sus vestiduras al off pronunciar aquellas.pala- bras que, segrin todas las ideas de su pais, constitufan el més terrible de los crimenes, su indignacién y su horror eran ptobablemente tan sinceros como lo son en Ia ac- tualidad los sentimientos morales y religiosos profesados por la generalidad de los hombres piadosos y respetables; y la mayoria de los que ahora se estremecen ante esta ‘conducta hubieran procedido exactamente igual si hubie- an nacido judios y en aquel tiempo. Los cristianos orto- ddoxos que se sienten tentados a creer que los que lapida- ban hasta la muerte a los primeros mértires debieron ser hombres peores de lo que ellos mismos son, recuerden que uno de aquellos persoguidores foe San Pablo. Permftasenos afiadir un ejemplo més, el de mayor relieve de todos, si la gravedad de un’ error se mide por la sabiduria y virwud del que incurre en él. Si algtin poderoso tuvo motivos para creerse el mejor y més inte- ligente entre sus contemporiineos fue el emperador Mat- co Aurelio. Monarca absoluto de todo el mundo. civili- zado, conservé a través de toda su vida no sélo le més intachable justicia, sino lo que era menos de esperar dada su educacién estoica, el més tierno corazén. Las escasas flaquezas que se le atribuyen fueron todas debidas a la indulgencia; en tanto que sus escritos, la mas alta pro- duccin ética del espfritu antiguo, difieren apenas, si di- fieren algo, de las ensefanzas més caracteristicas de Cris to, Este hombre, mejor cristiano en todo, aparte del sen- tido dogmatico de la palabra, que casi todos los sobera 88 John Stuart Mill ‘nos ostensiblemente cristianos que después han reinedo, petsiguié al cristianismo. locado en la cima de las precedentes conquistas de Ja bumanidad, con una inteligencia abierta y libre y un cardcter que le llev6 a incorporar a sus escritos morales cl ideal cristiano, no vio, sin embargo, que el cristianismo con sus deberes, de los que tan profundamente se hallabe penetrado, era un bien y no un mal para el mundo. Sabfa que Ia sociedad existente estaba en un estado deplorable. Pero tal como era, vio o crey6 ver que la fe y reverencia hhacia las divinidades establecidas 1a sostendsia y evitaria un estado peor. Como rector de la humanidad, estimé de su deber no consentir que la sociedad cayera despeda- zada;_y no vio que si los vinculos existentes se rompian oftos vendtian # sutiuitles que podsan, de nuevo, Ii garla, La nueva religidn claramente trataba de disolver esos vvinculos; por consiguiente, a menos que su deber fuese adoptarla, estaba obligado a destruitla, Desde el momento ‘en que Ia teologia del ctistianismo no Ie parecia verda- dera o de origen divino; no siendo cretble para él esa extrafia historia de un Dios crucificado, y sin poder pre- ver que un sistema fundado sobre base tan completamen- te inverosimil a su juicio, tuviera la influencia renovadora que, después de todas las decadencias, han probado los hechos que tenia, el més dulce y més amable de los fl6- gofos y leisladores, impulsado por un sentido solemne de su. deber, autorizé Ja persecucién del cristianismo. 'A mi juicio, es este uno de los hechos mas trégicos de la historia. Produce amargura pensar qué diferente hubiera podido ser la cristiandad en el mundo si la fe cristiana hubiera sido adoptada como la religién del imperio bajo los auspicios de Marco Aurelio en vez de los de Constan- tino. Pero seria tan injusto como falso negar que todas las excusas que pueden alegarse hoy para castigar la en- sefianza de doctrinas anticristianas, son aplicables a Mar- co, Aurelio pata eastign, como lo hizo, Ia propagande del Jingtin cristiano cree con més firmeza el atefsmo es falso y tiende a la disolucién de la sociedad, Sobre la libertad » que Marco Aurelio lo crefa del cristianismo; 4, que entre todos los hombres de entonces puede ser considerado como el més capaz para apreciatle, Todo partidario de castigar la emisiOn de opiniones, a menos que se crea un hombre més prudente y mejor que Marco Aurelio, més versado que él, en Ia sabiduria de su tiempo, de mayor clevacin intelectual, més ardiente en la investigacién de {a verdad o mds devotamente consagrado a ella una vez hallada, debe sbstenerse de declarar su propia infali dad con la de la multitud, como lo hizo con tan desdicha- do resultado el gran Antonino. En vista de que el empleo de las penas para restringir las opiniones antirreligiosas no puede defenderse con nin ‘sin argumento que no justifique también a Marcus An- toninus * los enemigos de la libertad religiosa cuando se ven comprometidos aceptan esta consecuencia y dicen, con el doctor Johnson, que acertaron los perseguidores del eistanismo,, que ia peseccién es una procba por la que la icbe pasar y siempre pasa con éxito: que a fin, ls penalidades legates som impotentes contra la verdad y pueden ser beneficiosas en ocasiones contra ertores perjudiciales. Se trata de un argumento en favor de la intolerancia religiosa, demasiado notable para que no hagamos mencién de él. Una teorfa que justifca Ia persecucién de Ja verdad, porque Ia perecucign no puede haccledafioalguno, no P le ser acusada de hostilidad intencionada frente a la recepcién de nuevas verdades; pero no podemos alabar su generosidad respecto de las personas hacia quienes la humanidad es deudora de ellas. Revelar al mundo algo due le interesa profundamente y que hasta entonces igno- raba, demostratle que ha sido engafiado en algiin punto vital para sus intereses temporales 0 espirituales, s el mayor servicio que un ser humano puede prestar a sus, © EL texto inglés dice Marcus Antoninus. La traduccién fran esa de Dupont-Whitey lav espaiola del” scfior Benito. dicen Marco Aurelio, que es 1o que parece exigit el sentido del arg mento, (N. det T.) 90 John Stuart Mill semejantes, y los que piensan como el doctor Johnson teen que en ciertos casos, como el de los primeros cris- tianos y el de Jos reformadores, fue el don més precioso us ud haces a Ia humanidd, Que los autores de tan cespléndidos beneficios sean pagados con el martiio, se les recompense tratdndoles como al més vil de fos ctiminales, no es, segtin esa teorfa, un deplorable error por el que la humanidad deberfa hacer penitencia con el saco y Ia ceniza, sino el estado normal y justo de las co- sas. El que sostenga una nueva verdad debe presentarse, segtin esta doctrina, como se presentaba en Ia legislacién de los Locrios el que proponia una nueva ley, con una ‘cuerda atada al cucllo, para tirar de ella inmediatamente si la asamblea, ofdas su razones, no adoptaba en el acto icién. No puede creerse que los que defienden jienhechores concedan gran valor al beneficio; y mi opinién es que esta manera de considerar la cuestiGn es propia casi exclusivamente de aquella clase de personas que piensan que las nuevas verdades fueron de desear por una vez y al principio, pero que ahora te- nemos ya mds que bastantes. Realmente, sin embargo, este aserto de que Ia verdad triunfa siempre de Ia persecucién es una de eses falseda- dds que los hombres se van trasmitiendo de unos a otros, hasta llegar a ser lugares comunes, a pesar de que la ex petiencia las rechaza por completo. La historia nos ofrece ejemplos de verdades arrolladas por Ia persecucién; que si no suptimidas para siempre, han sido, al menos, retar- dadas durante siglos. Para no hablar mas que de opini nes religiosas: la Reforma fue intentada y rechazada vei te veces, por lo menos, antes de Lutero. Arnoldo de Bres cia fue vencido. Fray Dolcino fue vencido. Savonarola fue vencido. Los albigenses fueron vencidos. Los valden- ses fueron vencidos. Los follardos fueron vencidos. Los husitas fueron vencidos. Aun después de la era de Lutero dondequiera que se persistié en Ia persecucién se hizo con éxito, En Espafia, en Ttalia, en Flandes, en el imperio austriaco, el protestantismo fue desarraigado; y lo hw Sobre la libertad a biera sido muy probablemente en Inglaterra si hubiera vivido la reina Maria o la reina Isabel hubiera muerto. La persecucién siempre ha triunfedo, salvo donde los he- réticos formaban un partido demasiado poderoso para ser eficazmente perseguido. Ninguna persona razonable puede dudar de que ef cristianismo pudo haber sido extirpado en el imperio romano, y que si se propagé vy llegé a pre- dominar foe porque las persecuciones fueron sélo ocasio- nales, de corta duracién y separadas por largos intervalos de una propaganda casi libre, Es un vano sentimentalis- mo decir que la verdad goza, como tal verdad, de un propio poder de que el error carece para prevalecer con: ta las prisiones y la hoguera Los hombres no son més celosos por 1a verdad que suelen serlo por el error, y una suficiente aplicacién de las penalidades legales, y hasta de las sociales, basta de ordi- nario para detener la propagacién de cualquiera de ellos. La ventaja real que la verdad tiene consiste en esto: gue cuando una opinién es verdadera, puede ser extin- guida una, dos o muchas veces, pero en el curso de las edades, generalmente, se encontrarin personas que la vuelvan a descubrir, y una de estas reapariciones tendré Jugar en un tiempo en el que por circunstancias favora- bles escape a la persecucién, hasta que consiga la fuerza recesaria para resistir todos los intentos ulteriores para ind que ahora no se da muerte a los introductores de nuevas opiniones; no somos como nuestros padres, ue sacrificaban a los poetas, sino que hasta les etigimos sepulturas. Verdad es que ye no se condena a muerte a los herejes;_y que la cantidad de sufrimiento penal que Jos sentimientos modernos tolerarfan, aun tratandose de las opiniones més repulsivas, no seria bastante para su cextirpacin, Peto no nos alabemos todavia de estar libres de la mancha de la persecucién legal. Hoy existen todavia leyes penales contra opiniones 0, al menos, contra su cx- resign; y su imposicién no es, aun en estos tiempos, tan extraordinaria como para considerar completamente increfble que un dia puedan de nuevo revivir en toda su 92 Jobn Seuact Mill fuerza. En el afio 1857, la Sala de vacaciones del condado de Cornualles condené’a veintitin meses de prisién a un desgraciado , de conducta intachable, al decir de las gen- tes, en todas las relaciones de la vida, por haber emitido y escrito en una puerta algunas palabras ofensivas para el cristianismo. Un mes més tarde, en el Old Bailey, dos personas, en dos ocasiones diferentes *, fueron rechazadas como jurados y una de ellas groseramente insultada por el juez y uno de los asesores, porque honradamente de- lararon no tener creencia teolégica alguna; y a un ter- cero, extranjero’, le fue denegada la justicia contra un ladrdn por este mismo motivo. Esta denegacién tuvo lu- gar al amparo de la doctrina legal, segtin la cual ninguna persona que no ctea en un Dios (cualquiera que sea) y en la vida futura, puede ser admitido a comparecer como testigo ante los tribunales, lo que equivale a declarar ta les personas fuera de la ley y privados de la proteccién de los tribunales y a admitir que no sélo puedan ser ellos mismos impunemente robados y asaltados, si s6lo ellos © personas de sus mismas creencias se hallaban presentes,, sino que pueda serlo cualquiera con la misma impunidad, si la prueba del hecho pende de su declaracién, Se basa esto en la suposicién de que el juramento de una perso- rna que no eree en la vida futura carece de valor; propo- sicign que entrafa grave ignorancia de la historia en sus defensores (puesto que ¢s histéricamente cierto que en todas las épocas una gran proporcién de infieles han sido personas de notoria integridad y honorabilidad), y que no sostenida por nadie que tuviera la més pequefia no- ticia de cuantas personas, entre las de mayor reputacién en el mundo, tanto por sus virtudes como por sus accio nes, fueron con toda certeza, al menos para sus {otimos, > ‘Thomas Pooley, Bodmin Assizes, July, 31, 1897. En diciem- bore siguiente obtuve un indulto de la Corona, * "George Jacob Holyoske, August, 17, 1857; Edward True Tove, July, 1857. bp de" Gleichen. Marlborough Street Police Cour August, 4, 1857, Sobre la libertad 93 incrédulos. Esta regla es, ademés, suicida y destruye sus propios fundamentos. Al suponer que todos los ateos son embusteros, admite el testimonio de que no tienen re- paro en mentir, y rechaza el de aquellos que afrontan la detraccién de la publicidad al confesar un credo detesta- do antes que afirmar una felsedad; una ley tan absurda respecto a su misma finalidad sélo puede ser mantenida en vigor como simbolo de odio o reliquia de persecucién. Persecucién que tiene, ademés, la peculiaridad de que los motivos por los cuales tiene lugar son la prueba més concluyente de no ser merecida. Tal ley y Ia teorfa en ue se apoya no son menos insultantes para los ereyentes ue para los infieles, pues si el que no cree en una vida futura miente siempre, esto significa que lo tinico que impide mentir a los que creen en ella es el temor al in- fierno, No hemos de inferir a los autores y defensores de esta ley Ia injuria de suponer que el concepto que se han formado de la virtud eistina respoade a su propia con Todos estos son, en realidad, residuos de persecucién que deben ser mirados, no como muestras del deseo de perseguir, sino como un ejemplo de esa anomalia, tan frecuente en el espititu inglés, que consiste en compla- cerse afirmando un mal principio cuando ya ha dejado de ser lo bastante perverso para desear su efectiva apli- cacién. Pero, por desgracia, no puede asegurarse, en el estado actual de la opinién péblica, que sigan en suspenso estas odiosas formas de persecucién legal, que ya durante una generacién han dejado de ser aplicadas. En nuestro tiempo, la serena superficie de la rutina se ve tan frecuen- temente turbada por tentativas para resucitar viejos ma- Jes como para introducir beneficios nuevos. Lo que en nuestros dias se ensalza como renacimiento de la religién es siempre, al menos en los espfritus estrechos ¢ incultos, renacimiento del fanatismo. Y cuando en los sentimientos de un pucblo existe esa poderosa y permanente levadura de intolerancia, que en todo tiempo existid en la clase media de este ‘pais, se necesita poco para provocarle a cy John Stuart Mill perseguir activamente @ aquellos que munca dejé de con- siderar como dignos de persecucién ¢ Por ser esto asi, las opiniones que los hombtes man- tienen y los sentimientos que abrigan respecto a aquellos que distienden en creencias que consideran importantes, son las que hacen de este pais un lugar en el que no xlste Ie Ube de peneamient, Desde ace ys mucho tiempo el mal principal de las penas legales es el fortalecer el estigma social. Estigma social verdaderamen- te eficaz, y en tal medida, que la profesién de opiniones ‘que caen bajo el anatema de la sociedad es en Inglaterra mucho menos frecuente de lo que es en muchos otros paf- ses la confesién de aquellas que implican el riesgo de un + Grandes ensefunsas se desprenden del desbordamiento de pasiones persrutorias, que con. motivo, de Ia insurrecion de fos cipayos se mezcl6 al desate general de nuestros peores case ic ong Loy fore Gaon anon ocala Sesde ‘el pulpito pueden no ser dignor de nota; pero los que ‘igen’ para evangelical, como" 5 principio pars el gobierno de los indios y los mabometanos, el'de que fo se sottenge con fondor publces ninguna excuela en Ia. que fo se enact Ta Biblia, como consecvenca necesara, que 0 fe dé cmplee.pblico algunos quien no sea, 0 dige se, ce ano, Un’ subsereto. de Estado, en un disco pronuncado tote aus electores el 12 de noviembre de 1857, deta, sepin rele fencia, lo siguiente: «ka tolemem de su fe (la'fe'de cen fallones "de" subdios ritinicos), "dela. sopersticign “a gue Gils llama religion, por el Gobiemo britnic, habla tenido emo efecto fetardar Ue supremacta. del nombre britnico e im: Dodie el ssludable crecimiento. Gel ciatianiemo. La tolerance. ba Bio Is. piedsa angular “dels ibertades religions de muesto ss perono consintamos el abuso de esta preciosa palabra leant Tal come dis catendiy spies I'm soaps libertad para todo, ta libertad de_caltos entre erstianor cuyor cilior tenon wa’ bare comin. Quicre” dectla tolerncia, de {odes las tert denominacones ent lor eritienor que. creen ttn edad Des nar a stn apt al hecho Se Sue tin hombre a quien se ha considerado apt pare ocupar un Glevado caigo bajo un’ Ministerio liberal, mantiene Ia. doctina sgl ue no ian I da de Cro fein fuera dl imbito leracie.

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