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ote nr Titulo original: The Poverty of Theory or an Orrery of Errors, en THE POVERTY OF THEORY AND OTHER ESSAYS Merlin Press, Londres Maqueta: Alberto Corazén. © 1978;| Edward P. Thompson, \Worcester (Inglaterva) © 1981 tee waduccidn a para Espafia y Amési Editorial Critica, S. A., Pedeé de la Creu, 58, Barcefona-34 ISBN: 84-7423-160-4 Depésito legal: B, 36.245-1981" Impreso en Espaita 1981, — Geaficas Salva, Casanova, 140, Barcelona - 36 Dejar el error sin refutacién equivale a esti- mutar la inmoralidad intelectual. Kare Marx Los disctpulos deben a sus maestros sélo una fe temporal y una suspensién del propio juicio basta tanto no han recibido una instruccién com- pleta, pero no una dimisién absoluta ni un cau- tiverio perpetuo de su mente ... Asi pues, deje- mos que los grandes autores reciban el tributo que les corresponda, sin que el tiempo, que es ef autor de todos los autores, se vea privado del suyo, el cual consiste en avanzar ininterrum- pidamente en el descubrimiento de la verdad. Francis Bacon La razén, o la justificacién de todo lo que ya hemos conocido, no seguird siendo la misma cuando conoxcamos mas cosas. WILLIAM BLAKe {. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTION * epcidn, ! hi ~el primer retofio intelectual, en el tiern- po, de Marx y Engels— ha venido creciendo segura de si misma. Como practica intelectual Hegada a madurez («materialismo histéri- co») es tal vez Ja disciplina més robusta procedente de la tradicién | ; marxista. Incluso durante el transcurso de mi vida de historiador —y en virtud de la obra de compatriotas mios—, las avances han sido considerables, y uno habja supuesto que sé trataba de avances en lo que ataiie al conocimiento. Esto no equivale a decir que este conocimiento sea finito, ni que esté sujeto a «prueba» alguna de cientificismo positivista. Ni equivale a suponer que el avance ha sido linear y sin problemas. Se dan serios desacuerdos, y subsisten complejos problemas no sdlo_ irresueltos sino, ca muchos casos, apenas desvelados. Es posible que el propio éxito del materialismo histérico como préctica haya fomentado un aletargamienio conceprual que ahora estd desencadenando sobre nuestras cabezas su inevitable venganza, Y esto es sumamente proba- ble ea aquellas partes del mundo de habla inglesa donde una vigore Durante una época, a lo largo de muchas décadas, la_cong materialista de la historia © Bete ensayo es und intervencién polémica y ao he crefdo necesario do- cumentar cada una de sus afixmaciones, Las citas a las dos obras fundamenta- les dle Althusser se hacen segda las ediciones originales francesas siguientes: Pour Marx (PM), Maspero, Paris, 1968, y Lire le Capital (1.C), 2 vols., Maspe- ro, Parts, 1968. Las restantes obras de Althusser se citan segtin ediciones in- glesas: Essays in self-criticism (Ensayos), New Left Books, Jondres, 1976; Lenin and philasopby (LE), New Lett Books, Londres, 1971; Palities and history (PU), New Left Books, Londres, 1977. Entre paréntesis van las abreviaturas usadas para citar: cada obra, {Los titulos de fos capinulos son de ki edicida castellana. N. del 2.) puesta en obra del materialismo histético se ha efectuado en el mar- co de una herencia discursiva «empiricas que viene reproducida por fuertes tradiciones educativas y culturales! Todo esto es posible, ¢ incluso probable. Pero, aun asi, las cosas no deben desorbitarse. Pues lo que un fildsofo con un trato sdlo ocasional con el ejercicio de la historia puede contemplar y, acto seguido, menospreciar con ferocidad de gesto, motejandolo de «em- pirismo», puede que sea, en realidad, el resultado de arduas confron taciones efectuadas tanto en el marco de forcejeos conceptuales (la determinacién de las cuestiones apropiadas, Ja elaboracién de hipé- tesis y la denuncia de contenidos ideoldgicos en la historiogratia preexistente) como en los intersticios del propio método histérico. Y Ja historiografia marxista que ahora tiene una presencia interna- cional ha contribuido significativamente no sélo a su propia auto- critica y a su maduracién (por vias feoréficas), sino también a im- poner (mediante repetidas controversias, una gran cantidad de tra- bajo intelectual y algo de polémica) su presencia a la hiscoriografia ortodoxa: imponiendo su propia «problemdtica» (en el sentido que Je da Althusser) —o Ja de Marx—- sobre dveas significativas de la inves igacién histérica. Al estar metidos en esas confrontaciones, supongo que hemos de-_ jado de lado nuestras vias de abastecimiento tedrico. Pues en el mo- mento en que pareciamos estar en buenas condiciones para ulterio- res “avances, fuimos repentinamente atacados por la retaguardia; y_ no desde una retaguardia de_manifiesta_«ideologia burguesa», sino desde_una_retaguardia que pretendia ser mds marxista que Mark.” Desde los cuarteles generales de Louis Althusser y de sus numerosos seguidores : lanzd un asalto desmedido contra el «historicismo». Los | avances del materialismo histéricé, aT supuesto «conocimiento> han descansado —segtin resulta~- sobre un pilar epistemoldégico endeble y podrido (el «empirismo»); en cuanto Althusser sometié este pilar a un severo andlisis, se tambaled y cayé por los suelos; y el entero edificio del materialismo histérico se deshizo en rainas a su alrede- dor. No sélo resulta que los seres humanos nunca han «hecho su” propia historia» en absoluto (y son sdlo Trager o vectores de deter- 1. He tratado de distinguix «empizismor de «lenguajer empirico en que_€s el necesario didlogo empirico, y en coherencia con ello tergiversa (de las formas més ingenuas) la_préctica_del_materialismo histérico, in- cluyendo el propio trabajo intelectual de Marx. Marx. 4) La critica vesul- tante del «historicismo» es en ciertos puntos idéntica a la critica sefialadamente aatimarxista del historicismo (como la que viene re- presentada por Popper), aunque sus autores infieran de ella conclu- siones opuestas. La argumentacién de los puntos anteriores nos ocupard bastante espacio en nuestro camino. A continuacién propondré otras criticas: 5) El estructuralismo de Althusser es un escructuralismo estdcico, que difiere del método histérico de Marx. 6) De ahf que el universo conceptual de Althusser no tenga categorias adecuadas para explicar la contradiccién, el cambio o la lucha de clases. 7) Estas debilidades cruciales explican por qué Althusser es Wevado a mantenerse silen- cioso (0 evasive) respecto a otras categorias importantes, como las de «economia» y «necesidades», entre otras. 8) De ello se sigue que Althusser (y su progenie) se ven incapaces de tratar, salvo de la forma mds abstracta y teérica, cuestiones referentes a los valores, a la cultura y también a Ja teorfa politica. - Cuando estas proposiciones elementales hayan sido establecidas (0 «probadas», como diria Althusser), podremos contemplar con dis- tanciamiento la elaborada y sofistica estructura en su integridad. Podremos incluso intentar otro tipo de «lectura» de sus palabi ‘Yosi no hemos queclado exhaustos, podremos plantear alyunas cues- tiones de un tipo discinto: gcémo ha Ilegado a producirse esta fra tura extraordinaria en la tradicién marxista? ¢Cémo hay que entender el estructuralismo althusseriano, no en su autoevaluacién como cien- cia, sino en tanto que ideologia? eCudles han sido las condiciones especificas para la génesis y maduraciéa de esta ideologla y para su répica difusién en Occidente? ¥ gcudl es la significacién politica de este desmesurado ataque contra el materialismo histdcico? oo fl. LAS MATERIAS PRIMAS DEL CONOCIMIENTO fnicio mi razonamiento con wna manifesta desventaja. Pocos es- pectdculos serian mas risibles que el ofrecido por un historiador in- glés —por afiadidura convicto y confeso de p tratando de aportar correccién epistemoldgica a un riguroso Wlésofo parisiense. En cuanto contemplo el papel que tengo ante mi, me parece per: cibir los vagos rostros de una audiencia expectante a duras penas capaz de disimular su creciente pibilo. No pretendo darles satisfac- ctén. Yo no comprendo Jas proposiciones de Althusser referemtes a Ja relacién entre el «mundo real» y el «conocimiento», y por lo tanto no puedo arriesgarme a someterlas a discusidn. Ciertamente, he ératado cle comprende. A lo largo de Jas pa- ginas de Pour Marx, la cuestién de cémo estas «malerias primas» del mundo real fegan al laboratorio de la practica tedrica (para ser pro- cesadas segrin las Generalidades I, II y TI) pide a gritos alguna res- puesta. Pero la oportunidad de la revelacién resulta obviada. Al buscar Inego en Lire fe Capital nos enteramos, con creciente excita- cién, de que ahora, por fin, se dard una respuesta. En lugar de ella, lo que nos espera es un anticlimax. Primeramente debemos soportar algo de tedio y algo mds de exasperacién ante Ja conminacién ritual efectuada contra el «empirismo»; ni siquiera alguien carente de rigor filosdfico puede dejar de subestimar el hecho de que Althusser con- funde ¢ identifica continuamente el modo empirico (0 Jas técnicas empiricas) de investigacién con algo completamente distinto, la cons- truccién ideoldgica Hamada empirismo, y de que, ademas, él mismo simplifica la polémica carieaturizando incluso este «empirismo» y adscribiéndole, indiscriminada y err6neamente, procedimientos «esen- | | | i ! i dalistas» de abstraccién.’ Pero al cabo del. tiempo, después de cin- cuenta péginas, Hegamos... ga qué? «Podemos decir, entonces, que el mecanismo de produccién del efecto de conocimiento reside en el mecanismo que sostiene el juego de las formas de orden en el cis- curso cieatilico de la demostracién.» (LC, I, p. 83.) Treinta y dos palabras. Y luego, el silencio. Si comprendo estas palabras, las considero desafortunadas. Por- que se nos ha hecho recorrer tan largo camino sélo para que se hos repica, en ninos distintos, la cuestién del comienzo, Los efectos de conocimiento Megan, bajo forma de «materias primas» (Generalidacles T, que son ya actefactos de cultura, con mds o menos impureza ideoldégica), obedientemente, tal como Jo pide «el discurso cicarifica de Ja demostracién». Debo explicar mi objeciéa; y en pri- mer lugar lo que mi objecién #0 es. No objeto a que Althusser no dé «garantias» en cuanto a una identidad entre el objeto «real» y su representacién conceptual. Es de esperar que cualquier garantia formal de este tipo sea de dudosa sia: incluso un conocimieato meramente ocasional de Ia filosofia hace pensar yue tales garantias tienen un plazo de validez breve y contienen muchas cldusulas en letra pequefia que exoneran al valedor de su credibilicad. Tampoco objeto a que Althusser haya abandonado ef tedioso terreno de tratar de dilucidar una correspondencia biuni- ca entre este hecho u objeto material «real y la percepcidn/incui- cién/sensacién/concepto. Tal vez habria sido més honesto haber cou- fesacdo con franqueza que, con esto, abandonaba también algunas de las peoposiciones de Lenin en Materialismo y empiriocriticismo; ‘pero por la més insignificante silaba de Lenin profesa Althusser un temot religioso.? Y sin duda podtia haber confesado que, al cambiar de te reno, no estaba creanclo una moda filasdfica, sino que la estaba si- guiendo. vo i, Véase Leszek Kolukowski, «Alehusser’s Marx, Socialist Register (1971}, iginas 124- 125, «El lector con wn conocimiento elemental de la historia de Ja en seguida que 10 que Althusser quiere decir con “empirismo” onsidecarse perfectainente como la teoria ariscotélica o tomista de la n, pero que el empirismo maderno —que empezd no con Lacke sino por lo menos con los nominalistas del siglo xiv— significa exactamente Jo opuesto a esta idea». mae 2. Sélo mds tarde (LF, p. 53) reconoci Althusser so/fo voce que las cate- gorfas de Lenin «podian» haber estado «contaminadas por su referencias empi- ristas (por ejemplo, la categoria de reflejo)». 2-2. Pp. THOMPSON Uno se imagina que, en los viejos tiempos, el filésofo, trabajando en su estudio a la Juz de su ldmpara, cuando llegaba a este punto en su razonamiento, dejaba su phima y miraba a su alrededor en busca de un objeto del mundo real que interrogar. Muy frecuentemente este objeto era el que estaba mds a mano: su mesa escritorio. «Mesa cia él-— gcdmo sé yo que th existes, y, si existes, cmo sé que mil concepto, mesa, representa tm existencia real?» La mesa, sin pesta} fear, reflexionaria e interrogaria a su vez al fildsofo. Se trataba de un intercambio exigente, y, segtin cudl fuera el vencedor en Ja con- frontacidn, et fildsofo se consideraria a si mismo idealista o mate-+ rialista. En todo caso, eso cabe stiponer que ocurrfa por la frecuencia con que aparecen las mesas. Hoy, en cambio, el fildsofo interroga la palabra: un artefacto lingiifstico ya dado, con una génesis social oscura y con una historia. Y aqui empiezo a encontrar elementos para mi objecién. En pei mer lugar, se trata de que Althusser interroga demasiado brevemente esta palabra (o esta «materia prima» o este «efecto de conocimien-| to»). Existe sdlo para ser elaborada medianve Ja practica tedrica (Ge-| neralidad TI) hasta aleanzar una conceptualizacisn estructural o cono-| cimiento concreto (Generalidad IT). Althusser es tan rudo con fal lingiifstica y con la sociologia def conocimiento como con la historia i o la antropologia. Su materia prima (el objeto del conocimiento) es un tipo de material sin vida y manejable, carente tanto de ineccia! como de energia propia, que espera pasivamente ser manipulado! hasta su conversién en conocimiento. Puede contener toscas impur zas idevléyicas, con certeza, pero éstas pueden ser purgadas en el alambique de la practica tedrica. En segundo lugar, esta materia prima se presenta a si misma procesada como un conjunio de acontecimientos mentales | etos («hechoss, idées regues, conceptos comunes}; también se| presenca con discrecidn. No es gue quiera hacer chistes con las | dificultades muy serias con que tropiezan fos fildsofos en esta dvea! epistemoldgica tan crucial, Puesto que todos los filésofes wopiezan | con ellas, debo creer que tales dificultades son realmente inmensas. Y, a este nivel, no espero afadir nada a su clarificacién. Pero un historiador pertenéciente a la iradicidn marxista esté autorizado para | i i recordar a un fildsolo marxista que a los historiadores también les atafen, cotidianamente, en su pedctica, la formacién de la conciencia social y las tensiones que se dan en su seno. Nuestra observacién raramente es singular: este objeto de conocimiento, este aconteci- miento, este concepto elaborado. Es mas frecuente que tengamos que habérnoslas con miiltiples datos empiricos, cuya interrelacién es cier- tamente un objeto de auestra investigacidn. O en caso de que aisle- mos el dato empirico singular para su particular examen, este dato no permanece complacientemente inmédvil como una mesa esperando sec interrogacdo: se remueve, en el decurso temporal, ante nuestros ojo: Estas remociones, estos acontecimiencos, si bien forman parte del «ser social», parecen a menudo acometer a la conciencia social asaltarla, chocar contra ella, Plantean nuevos problemas y, sobre todo, dan continuamente lugar a experiencia, categoria que, por imperfecta que pueda ser, es indispensable para el historiador, ya que incluye la respuesta mental y emocional, ya sea de un indi- viduo o de un grupo social, a una pluralidacd de acontecimientos relacionados entre si o a muchas repeticiones del mismo tipo de acontecimiento. Tal vez pueda argilirse que la experiencia es verdaderamente una fase del conocimiento de muy bajo nivel: que no puede dar lugar sino al més grosero «sentido comin», «materia prima» ideoldgica- mente contaminada, apenas apta para entrar en el laboratorio de las Generalidades {, No creo que sea asi; al contrario, considero que la suposicién de que esto sea asf es un error muy tipico de ciertos in- telectuales que suponen que los seres humanos corrientes son es- uipides. En mi opinién la verdad es mds matizada: la expeciencia es valida y efectiva pero dentro de determinados limites; el carpesino «conace» sus estaciones, ¢l marinero «conoce» sus mares, pero arnbos pueden estur engailados en temas como la monaryuia y la cosmo: logia. Ahora bien, lo que se nos plantea ahora en primer plano no son los limites de la experiencia, sino ef moda de su acceso a nuestra mente o de su produccién. La experiencia surge espontdneamence et” el interior del ser social, pero no surge sin pensamiento; surge porque Jos hombres y Jas mujeres (y no sélo los filésofas) son racionales y piensan acerca de lo que les ocurre a ellos y a su mundo. Si optamos por emplear la idea —~de dificultosa inteleccién--- de que el ser so- cial determina la conciencia social, geSmo debemos suponer que ocurre? Ciertamente, no deberemos suponer que a un lado estd «el ser», como basta matecialidad de la que ha sido separada toda idea- lidad, y que «fa conciencia» (como idealidad abstracta) ested al otro lado} Porque no es posible imaginar ningtin tipo de ser social con independencia de sus conceptos organizadores y de sus expectativ: ni tampoco el ser social podtia reproducirse a si mismo ni siquiera un solo dia sin pensamiento, Lo que se quiere decir es que centro del ser social tienen lugar cambios que dan lugar a experiencia trans- formada: y esta experiencia es determinante, en el sentido en que ejerce presiones sobre la conciencia social existente, plantea nuevas cuestiones y proporciona gran pacte cel material de base para los ejercicios intelectuales mas claborados.* La experiencia constitaye supuestamente parte de la materia prima ofvecida a los procedimien- tos del discurso cientifico de la demostracién. De hecho, algunos de Jos que desarrollan practicas intelectuales han vivide experienci cllos mismos. La experiencia, pues, no llega obedientemente de la manera que Althusser sugiere. Uno intuye que hay abi una idea de conocimiento may descolorida. Althusser no nos ha ofrecido una epistemologia ‘que tome en consideracién los movimientos formativos reales de Ja conciencia, sino mds bien una descripcién de ciertos procedimientos propios de la vida académica, Hla abandonado el estudio alumbeado. por una lémpara y ba roto el didlogo con una muda mesa: ahora esté en el emplazamiento de la Ticole Normale Supérieure. Lo: datos han llegado, obedientemente procesados por gracuados y ayudantes de investigaciéa a un nivel de desarrollo conceptual bastante bajo (G 1), han sido interrogados y clasificados en categorias por un riguroso seminatio de aspirantes a catedraticos (G IL) y la G III esté a punto de subir a Ja cribuna para proponer las conclusiones del conocimien- to conereto. Pero fuera del recinto universitario se va desarrollando sin in- terrupcidn otro tipo de produccién de conocimiento. Admito que no es siempre un conociniento riguroso. No desestimo los valores inte- fectuales ni ignoro la dificultad de alcanzarlos. Pero debo recordar a 3. Asi se ha supuesto y asf se supone atin en ciertos sectores: los capiar los iniciales de la obra de Raymond Williams, Marxisnr and literature, Oxford, 1977, son en cierto sentide und polémica sostenida contra esta suposicisn. 4, Para los fines de la exposicidn en estas paginas, dejo de lado la cues: tidn de las experiencias diferenciales de clase (y las consiguientes predisposicio- nes ideolégicas), que examino en otro ugar. un fildsofo marxista que se han formado y se siguen formando co- nocimientos al margen de los procedimientos académicos. Y que en la prueba de la practica éstos no han sido en absoluto despreciables. Han ayudado a los hombres y mujeres a cultivar Jos campos, a construir casas, a sostener organizaciones sociales complicadas e incluso, ocasionalmente, a desafiar con eficacia las conclusiones del pensamiento acadésnico. Y esto no es todo ain. La explicacién de Althusser deja también fuera la icrupcién del «mundo real», esponténea y oada decorosa, que plantea a los filésofos cuestiones atin no articuladas. La expe tiencia no espera discretamente a la puerta dle sus despachos, a la expectativa del momento en qu el discurso de la demostracién la invitard a pasar: La experiencia penetra sin llamar a la puerta, anun- ciando muertes, crisis de subsistencias, guerras de trincheras, paro, inllaci6n, genocidio. Hay gente que muere de hambre: Jos supervi- vientes inquieren sobre nuevas maneras de hacer funcionar el mer- cado. Otros son encarcelados: en las carceles meditan sobre auevas maneras de establecer las leyes. Ante experiencias generales de esta clase, los viejos sistemas conceptuales pueden derrumbarse y nuevas problemdticas pueden Megar a immponer su presencia. Tal presenta- cién imperativa de los efectos cognoscitivos no esté autorizada en Ja epistemologfa de Althusser, que es la de un recepticulo, como un fabricante que no se preocupa del origen de sus materias primas con tal que Jleguen a tiempo a sus manos. Lo que Althusser pasa por alto es el didlogo entre el ser social y la conciencia social. Obviamente, este didlogo va en ambos senti- dos, Si el ser social no es una mesa inerte que no puede refutar a un fildsofo con sus patas, tampoco [a conciencia social es un recep- ticulo pasivo de «reflejos» de esta mesa. Obviamente, la conciencia, bajo Ia forma que sea —como cultura no autoconsciente, como mito, coino ciencia, como ley o como ideologia articulada— ¢je aosu vez una accidn retroactiva sobre el ser: del mismo modo que el | ser es pensado, el pensamiento es vivido; los seres humanos, dentro de ciertos Iimites, pueden vivir las expectativas sociales 0 sexuales que las categorias conceptuales dominantes les: imponen. Habia sido habitual entre los marxistas —e incluso en determi- nados momentos se habia creido que eso era una prioricdad metodo- logica caracteristica y distintiva del marxismo— acentuar las presio- nes determinantes del ser sobre la conciencia; pero en afios recientes una gran parte del «marxismo occidental» habia invertido decidida- mente el peso respectivo de uno y otro elemento en el didlogo a favor de la dominacién ideoldgica. Esta dificil cuestidn, que muchos de nosotros a menudo hemos abordado, puede dejarse de lado de mo- mento; en todo caso, se trata de un problema resolable mds fecun- damente mediante el anilisis histérico y cultural que con pronucia- mientos tedricos. Si he subrayado el primer miembro participante de ese didlogo con preferencia al segundo, es porque Althusser no tiene casi nada que decir a prapésito de él, y ademas se niega a aten- der a las explicaciones de los historiadores y antropdlogos que si Henen que decir al respecto. Su silencio al respecto es a la vez un silencio culpable y un silencio necesario para sus propésitos. Es con- secuencia de su previa determinacién de cerrar a cal y canto la me- nor abertura por la cual pueda penetrar el «empirismo»

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