You are on page 1of 18
9 GEOGRAFIA POLITICA Joan Nogué Universidad de Girona, Espafia Estado, nacién y lugar son y han sido temas fundamentales en la historia de la geograffa politi- ca, aunque su peso ha variado en funci6n de los diferentes contextos nacionales e hist6ricos. El presente capitulo analiza el papel que dichos temas —y otros que de ellos derivan, como el nacionalismo, el paisaje como elemento identitario, la alteridad o Ia dialéctica local/global— tienen en la geografia politica contemporénea, no sin antes rastrear sus orfgenes ms inmedia- tos. Para ello se ha divido el capitulo en cuatro subapartados: en el primero se esboza una pequefia historia de la geografia politica contempordnea; en el segundo se incide en la dimen- sién territorial de los nacionalismos y en la aportacién de la geograffa politica al estudio de los mismos; en el tercer subapartado se analiza la tensién dialéctica entre lo local ylo global desen- cadenada por los actuales procesos de globalizaci6n y en cémo el enfoque geogréfico aporta novedosas interpretaciones del mismo; finalmente, en el cuarto y ultimo subapartado se co- mentan las nuevas perspectivas en geograffa politica a rafz de sus més recientes aportaciones. 1, Evolucién de la geografia politica A pesar de que a lo largo del texto se concebiré la geograffa politica de una manera mucho més amplia y rica, tradicionalmente ésta ha sido definida como el estudio de las relaciones entre los factores geograficos (fisicos y humanos) y los fenémenos y las entidades politicas (Sanguin, 1981). La geografia politica convencional se ha interesado siempre por la distribu- cién y las consecuencias espaciales de los procesos y de los fenémenos politicos. La sociolo- gfa y las ciencias politicas se interesan también por los procesos y las entidades politicas, pero lo que caracteriza a la geografia y la distingue de las demés ciencias sociales es precisa- mente su perspectiva espacial, con todo lo que la adopcién de ésta conlleva. Hasta hace poco, la geografia politica se habia centrado casi exclusivamente en la figu- ra del Estado. Se trata de una lejana tradici6n iniciada en el siglo pasado por Friedrich Ratzel, un gedgrafo considerado por lo general como el padre de la geografia politica. En efecto, en su Geografia politica, Ratzel (1897) identifica la geografia politica con el estudio de la estructura territorial del Estado. La obra de Ratzel es indisociable de su contexto desde muchos puntos de vista, empe- zando por el entorno intelectual. En él influyen Humboldt y Ritter y sus més directos maes- tros Oskar Peschel y Ernst Haeckel (Capel, 1981; Raffestin, 1995), quienes le aportan inter- 202 ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geografia politica pretaciones de la relacién entre el territorio y el Estado y, principalmente, de las teorfas de Charles Darwin aplicadas a la sociedad (el «darwinismo social» en la linea de Lamarck y Spencer). De estas influencias, que Ratzel profundiza, resultan conceptos basicos de su geo- grafia politica, empezando por el Lebensraum (el espacio vital), que sera uno de sus principa- les legados. Estos referentes sittian a Ratzel dentro del positivismo; de hecho, su obra es basicamente un intento de dotar de base cientifica —teorfa, leyes, previsibilidad— al com- portamiento espacial de las sociedades y de los cuerpos politicos. Son también evidentes en el pensamiento ratzeliano las influencias de la filosofia alemana, en especial el idealismo de Hegel y la interpretacién histérica del pueblo aleman de Herder. La obra de Ratzel se puede sintetizar en el trinomio Estado-posicién-dinamica. Toda la teoria ratzeliana parte y desemboca en el Estado, un Estado sintesis y producto de la socie- dad, de cardcter hegeliano, que trasciende sus aspectos meramente legales. Pero un Estado que tiene como componente fundamental el suelo o, si se quiere, el espacio. Ello no significa ‘inicamente extensi6n espacial, sino también, y sobre todo, la relacion entre el espacio y la sociedad que alberga. Desde Ratzel y casi hasta la actualidad, el Estado ha constituido el principal objeto de estudio de la geograffa politica. De hecho, el asunto no se ha agotado y todavia siguen apareciendo muchos tratados de geografia politica —algunos bastante innovadores— cen- trados directa o indirectamente en el Estado (Anderson, 198 jidart, 1991; Dommen y Hein, 1986; Foucher, 1988; Hoerner, 1996; Nogué y Vicente, 2001; Williams, 1993; Wilson. yDonnan, 1998). Estrechamente vinculados con ei Estado encontramos los grandes temas que hasta hace poco estructuraban la mayorfa de manuales de geografia politica y, tam- bién, la investigacién en este campo: la evolucién y modificacién del mapa politico del mundo, procesos de integracién y desintegracién, el papel de las fronteras estatales, la geografia de las relaciones internacionales, la estructura interna del Estado a partir de su organizacién en diferentes unidades politico-territoriales, la dimensién territorial de la administracién publica, politicas de planificacién territorial y de desarrollo regional y el amplio campo de la geografia electoral (los procesos electorales, factores espaciales que influyen en el comportamiento electoral, andlisis espacial de los resultados eleciorales, delimitacién de las circunscripciones electorales y su efecto sobre los resultados). La geografia politica no ha abandonado, ni mucho menos, los andllisis de diferentes as- pectos de las relaciones internacionales contemporéneas, basados atin en el Estado. El propio Peter Taylor (1994) titula explicitamente uno de sus principales libros Geografia politica. Eco- nomia-mundo, Estado-naci6n y localidad, aunque en él se supera la limitacion de la centralidad del Estado hasta llegar a una definicion de la disciplina més amplia, cuyo objeto serfa cl estu- dio de «la division del espacio global por las instituciones» (Agnew y Corbridge, 1995: 4). As{ pues, nadie puede negar que el Estado es uno de los espacios politicamente organi- zados mas interesantes y mas influyentes de los dos tiltimos siglos. Pero no es el tinico, ni tampoco es la tinica expresién territorial de los fendmenos politicos. Consciente de ello, la geografia politica de las dos tiltimas décadas ha ensanchado considerablemente su radio de acci6n, interesandose no s6lo por el Estado, sino también por toda organizacién dotada de poder politico capaz de inscribirse en el espacio (Méndez, 1986). Se ha llegado, en definitiva, a una geografia politica concebida como una geografia del poder (Claval, 1978; Sanchez, 1981), de un poder econémico, ideolégico y politico capaz de organizar y de transformar el territorio —a todos los niveles— en funcién de unos intereses concretos y siguiendo unas estrategias de actuacién dificiles a veces de entrever. Puesto que, tal como nos recuerda Norberto Bobbio (1987), no hay teorfa politica que no parta, de forma directa o indirecta, de un andlisis del fenémeno del poder, tampoco hay una verdadera geografia politica que no considere dicho fenémeno. Si la teoria politica puede considerarse como parte de la teoria del poder; la geografia politica, a su vez, puede integrarse en una geografia del poder mas TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 203 Joan Nogué amplia. No hay que olvidar, por otro lado, que esta renovacién ha sido posible gracias a la integraci6n de gran parte de las innovaciones conceptuales y metodolégicas que ha conoci- do la ciencia madre, la geografia, en los tiltimos decenios, concretamente en las décadas de los sesenta y setenta, procedentes sobre todo de los enfoques radical-marxista y behaviorista. ‘Asimismo, la geografia politica de los ochenta y de los noventa se ha visto afectada por las innovaciones propias de la época. Durante estos afios hemos asistido en geografia a una reconsideracién del papel de la cultura (Cosgrove, 1983, 1985; Mitchell, 2000; Thrift, 19834), a una revalorizacién del papel del «lugar» (Agnew, 1987) —la aportacion principal y més tras- cendental de la perspectiva humanistica (Tuan, 1977)—y a um renovado interés por una nueva geografia regional que fuera capaz de conectar lo particular (los locality studies, por ejemplo) con lo general (Cooke, 1990; Massey, 1984, 1994; Taylor, 1988). Incluso fuera de la geografia se ha ido destacando cada vez mas el papel del espacio en la construccién de una teoria social Anthony Giddens (1979, 1981), entre otros socidlogos, insiste en Ja urgente necesidad de reco- nocer que el espacio y el tiempo son basicos en la formulacién de la teoria social. Desde la historia —y no es la primera vez— se reconoce ahora con cierta insistencia la absoluta necesi- dad de contemplar seriamente la dimension espacial del hecho histérico, con arreglo a una metodologia en la que son evidentes «los préstamos y las conexiones con la geografia (sensibi- lidad hacia el hecho geogréfico, localizacion espacial y andlisis regional)» (Iradiel, 1989: 65). Se trata, segtin este autor, de chablar no tanto de historia local como de historia territorial o de historia de los espacios —de historia espacial si el término no sonara tan extrateltirico—, entre Jos cuales cabe incluir naturalmente “el espacio vivido”, pero también el espacio material so- portado, vigilado, proyectado e incluso imaginado» (Iradiel, 1989: 64; la cursiva es del autor). ‘Como decfamos, la geografia de los tiltimos afios ha entrado en un interesante proceso de reconsideracién y de revalorizacién del papel del «lugar» en la explicacién de los fendme- nos sociales (Soja, 1980; Gregory, 1982; Massey, 1984; Smith, 1984; Entrikin, 1990; Hiernaux- Nicolas, 1999). El «lugar» como categoria de andlisis ha dejado de ser patrimonio exclusivo de la geografia humanistica. Hoy los ge6grafos de inspiracién marxista, estructuralista y sobre todo posmodernista (Soja, 1989, 1996, 2000; Harvey, 2000; Short, 2000) se sirven tam- inando una geografia politica mucho més abierta y sugerente que conduce ademés a una reconsideraci6n de la geograffa regional, naturalmente desde una perspectiva muy alejada de la que le es propia a la geograffa regional tradicional. En esta Iimea, Allan Pred (1984) parte del concepto de lugar entendido como «proceso histéricamen- te contingente» y John Agnew (1987) muestra que fenémenos sociales engendrados a macroescala estan mediatizados por las condiciones locales, de manera similar a como lo hacen Harloe, Pickvance y Urry (1990). Nigel Thrift (19834), por su parte, expone, en un articulo que tuvo amplia resonancia, la enorme importancia que posee el hecho de situar la practica humana en un espacio y en un tiempo concretos. Otro ejemplo muy interesante fue el de Sallie A. Marston (1988) quien, partiendo de la base de que la conducta politica esté geograficamente arraigada, se propuso investigar cémo el contexto espacial influia en la constitucién de una identidad y una solidaridad politicas y de grupo. Marston tomé como objeto de estudio la comunidad irlandesa de Lowell (Massachusetts) del siglo XIX y explic6 que, en esos momentos de répida industrializacién y fuerte tensién social, la pertenencia a una etnia concreta —la irlandesa en este caso— se definia espacialmente, siendo ademas el elemento de identidad més influyente, incluso mas que la pertenencia a una clase social. Marston conclufa que «la estructura espacial de la comunidad inmigrante contribuys a acti- var la etnicidad més que la clase como medio para hacer frente a las relaciones estructurales sociales mas amplias» (Marston, 1988: 428). La misma autora ha examinado otro caso pare- cido —centrado también en el Ambito urbano decimonénico—, aunque incorporando la lengua y la relacién entre este elemento y la conciencia politica (Marston, 1989). Es un proyecto muy interesante que comparte ciertas afinidades con la obra de Allan Pred (1990). 204 TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geografie politica Estamos asistiendo, como se ve, ala configuracién de una geografia politica que parte de una concepeién distinta de la nocién de espacio politico, entendido a partir de ahora como una accién colectiva localizada en un lugar concreto, como un conjunto de relaciones entre individuos, grupos familiares e instituciones, las cuales constituyen una verdadera interaccién politica; un espacio politico concebido como un conjunto dindmico de -elacio- nes fundadas en lejanas afinidades y traducidas en interacciones a corto plazo (Kirby, 1989; Lindén, 2000). Se trata, en definitiva, de llegar a concebir un mapa politico del mundo que no se centre exclusivamente en los Estados-nacién como si fueran las tinicas unidades polf- ticas posibles, sino que lo conciba como un gran abanico de espacios politicos que van desde las naciones sin Estado hasta los espacios més difusos de cardcter religioso, tribal o étnico, pasando por los diferentes barrios de una ciudad, los grandes espacios metropolitans y las entidades regionales de cardcter supraestatal. Es precisamente dentro de este mareo de re- novacién tematica, te6rica y metodolégica donde hay que encuadrar el interés actuzl por el fenémeno nacionalista, como veremos en el préximo apartado. La heterogeneidad, el contraste y la simultaneidad de escalas, la alternancia entre unos espacios perfectamente delimitados sobre el territorio y otros de cardcter mas difuso y de Iimites imprecisos son los rasgos esenciales de la geografia politica de nuestra época. Han empezado a reaparecer «tierras inc6gnitas» en nuestros mapas, que poco o nada tienen que ver con aquellas terrae incognitae de los mapas medievales o con aquellos espacios en blanco en el mapa de Africa que tanto despertaron la imaginacién y el interés de las sociedades geograficas decimonénicas. Marlow, el principal protagonista de la novela El corazén de las tinieblas, escrita por Joseph Conrad entre 1898 y 1899, en pleno apogeo de la expansin colonial europea, afirma en un momento determinado de la obra: Cuando era pequefio tenfa pasion por los mapas. Me pasaba horas y horas mirando Sudamérica, o Africa, o Australia, y me perdia en todo el esplendor de la exploracién. En aquellos tiempes habfa muchos espacios en blanco en la Tierra, y cuando vefa uno que parecia particularmente tentador en el mapa (y cual no lo parece), ponia mi dedo sobre él y decia: «Cuando sea mayor iré alli» (Conrad, 1986: 24). Un siglo més tarde han aparecido de nuevo espacios en blanco en nuestros mepas. La geograffa politica posmoderna se caracteriza por una cadtica coexistencia de espacios abso- lutamente controlades y de territorios planificados, al lado de nuevas tierras incégnitas que funcionan con una l6gica interna propia, al margen del sistema al que tebricamente pertene- cen. Estan apareciendo nuevos agentes sociales creadores de nuevas regiones, con unos limites imprecisos y cambiantes, dificiles de percibir y atin mas de cartografiar. Uno de estos agentes es el nacionalista. 2. Nacionalismo y geografia Hace unas cuantas décadas, las ciencias sociales en general estaban firmemente convenci- das de que la integracién mundial de la economfa (que, por aquellos afios, empezaba ya a perfilarse con nitidez) traeria consigo, al cabo de unos afios (es decir, hoy dfa), una progresi- va disolucién de los fenémenos nacionalista y regionalista. Crefan (y se aventurabana profe- tizarlo) que la difusion a través de los medios de comunicacion de masas de elementos cultu- rales y socioestructurales de ambito mundial, la modernizaci6n general de la economfa y de la sociedad y el imparable desarrollo econémico comportarian una creciente integracién cultural, politica y econémica, que llevaria, a su vez, a una progresiva substitucién de los conflictos territoriales de base cultural/identitaria por conflictos de base social y econémica, ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA. 205 Joan Nogué es decir, por conflictos entre clases sociales, en la terminologfa marxista del momento. Pues bien, aquellas previsiones sélo se han cumplido en parte, puesto que es verdad, por poner un caso, que se ha producido a lo largo de estos afios una pérdida de la diversidad cultural. Ahora bien, para sorpresa general de todo el colectivo académico, la realidad contempora- hea nos muestra una exuberante y prolifica manifestacién de nacionalismos estatales y subestatales, de regionalismos y localismos, precisamente en unos momentos de maxima integracién mundial en todos los sentidos. Sin duda alguna, las identidades territoriales caracterizarén en buena parte este inicio de siglo y de milenio. Asi pues, la aportaci6n que la geografia politica puede hacer al estudio del nacionalismo es crucial. Existen un sinfin de temas en los que es fundamental la perspectiva de los ge6grafos como, entre otros, el proceso de construccién nacional del espacio social, la dialéctica local/ global, el nacionalismo y el desarrollo desigual en relacién con los recursos naturales y los problemas ecolégicos, la localizaci6n geopolitica en relacién con otros territorios y Estados, el estudio de la trilogia cultura/nacién/territorio y, en definitiva, todo lo que conlleva la conside- racién del territorio como base y recurso politico del proceso de construccién nacional en un mundo constituido por Estados. Algunos de estos temas se apuntan ya en cierta literatura geografica, concretamente —y s6lo a modo de ejemplo y por orden alfabético—en las obras de Agnew (1984, 1987), Anderson (1986), Blaut (1986), Boal y Douglas (1982), Bureau (1984), Dijkink (1986), Escobar (2001), Folch-Serra y Nogué (2001), Girodano (2000), Johnston, Knight y Kofman (1988), Knight (1982, 1984), Lacoste (1997), McLaughlin (1986), McNeill (2000), Mlinar (1992), Nogué (1998), Nogué y Vicente (2001), Orridge y Williams (1982), Sack (1986), Williams (1982, 1985), Williams y Kofman (1989) y Zelinsky (1984, 1988). La geograffa polfti- ca contempordnea empieza, pues, a ofrecer interesantes lecturas del fenémeno nacionalista. Todas ellas tienden a poner el énfasis en su perspectiva territorial, una perspectiva poco o nada mplada en los andlisis realizados desde otras disciplinas. Es desde este nuevo contexto académico e intelectual que se interpreta a los nacionalis- THOS como una forma territorial de ideologfa. Las naciones reivindicadas por los nacionalistas no slo estén «localizadas» en el espacio y hasta cierto punto influidas por esta localizacin geografica —rasgos comunes, por otra parte, a toda organizacién social—, sino que, a diferen- cia de otros fenémenos sociales, los nacionalismos reclaman explicitamente determinados territorios que pasan a formar parte de la propia identidad y cuya supuesta particularidad, excepcionalidad e historicidad enfatizan. Uno de los rasgos mas caracteristicos de la ideologia y del movimiento nacionalista es su habilidad para redefinir el espacio, politizéndolo y tratén- dolo como un territorio historico y distintivo. Los movimientos nacionalistas interpretan y se apropian del espacio, del lugar y del tiempo, a partir de los cuales construyen una geografia y una historia alternativas. En este sentido, la noci6n de «territorio nacional» se halla en la base de todo nacionalismo y de ahi que la autodenominacién de muchos movimientos nacionalis- tas lleve implicita esta enorme carga de ideologia territorial. En ctecygesovimienen nacio- nalistas expresan sus reivindicaciones en términos territoriales. Al ser ideologias territoriales, los nacionalismos poseen un cardcter internamente uni- ficador en el sentido de que definen y clasifican a la gente en funcién, sobre todo, de su pertenencia o no a un territorio, a una cultura (a una «nacién»), mas que en términos de clase o de status social. La estrategia de los movimnientos nacionalistas para conseguir reunir bajo el mismo paraguas a personas con intereses de clase opuestos es en gran medida una estrategia geografica, tan basica, simple y meridiana como se quiera, pero ante todo geogra- fica. Se parte de la base de que las personas que comparten un mismo territorio deben tener a la fuerza algin interés en comtin, simplemente por proximidad espacial. Este grado de comunién puede ser en realidad todo lo débil y parcial que se quiera, pero es facilmente exagerado por los grupos dominantes con el objeto de oscurecer y disimular otros conflictos de intereses. 206 ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA. Geogratia politica Seguramente el Ambito en el que identidad, territorio y politica se funden de una mane- ra més clara es e] nacionalista. En efecto, los nacionalismos son una suerte de movimientos sociales y politicos muy arraigados en el territorio, en el lugar; en el espacio; son, en gran medida, una forma territorial de ideologia o, si se quiere, una ideologfa territorial. Los nacio- nalismos se muestran hoy dfa como una de las respuestas ideol6gicas mejor adaptadas al proceso de fragmentacion territorial generado por la globalizacién. Es por todo ello por lo que la perspectiva geogréfica reviste un enorme interés ala hora de entender los nacionalismos, porque éstos estan estructurados por el contexto, el medio y el lugar: Es en el «lugar» donde se materializan las grandes categorias sociales (sexo, clase, edad), donde tienen lugar las interacciones sociales que provocarén una respuesta u otra a este fenémeno social. El papel desemperiado por el lugar es esencial en la estructuracién de Ia expresién nacionalista, porque la fuerza y la capacidad de atraccién del nacionalismo, en tanto que una forma de practica politica, varfa precisamente en funcién de su capac:dad de respuesta a las necesidades del lugar. En este sentido, los nacionalismos podrian llegar a interpretarse como una respuesta politica condicionada por el entorno local. El paisaje ilustra como pocos conceptos geograficos esta dimensién territoria’ de los nacionalismos. El paisaje, un concepto de larga tradicion en geografia (Cosgrove, 1985; Olwig, 1996), podria definirse simplemente como el aspecto visible y perceptible del espacio geo- grafico. Sin embargo, considerando que vivimos en un mundo extremadamente humaniza- do, deberia concebirse como el resultado final y perceptivo de la combinacién dinémica de elementos abisticos (substrato geol6gico), biéticos (flora y fauna) y antrépicos (accién hu- mana), combinacién que convierte al conjunto en una entidad singular en continue evolt- cién. El paisaje es el resultado de una transformacién colectiva de la naturaleza, un producto cultural, la proyeccién cultural de una sociedad en un espacio determinado. Esta definicién no se refiere s6lo a la dimension material del paisaje, sino también asus dimensiones espiritual, ideolégica y simbélica (Turri, 1998). Las sociedades humanas han transformado a lo largo de la historia los originales paisajes naturales en paisajes culturales, caracterizados no sélo por una determinada materialidad (formas de construccién, tipos de cultivos), sino también por los valores y sentimientos plasmados en el mismo. En este senti- do los paisajes estén llenos de lugares que encarnan la experiencia y las aspiraciones de los seres humanos. Estos lugares se transforman en centros de significados y en simbolos que expresan pensamientos, ideas y emociones de muy diversos tipos. El paisaje no slo nos muestra cémo es el mundo, sino que es también una construccién, una composicién de este mundo, una forma de verlo. Los paisajes evocan un marcado sentido de pertenencia a un espacio cultural determinado (Clifford y King, 1993; Hakli, 1999; Williams, 1999) ycrean, en efecto, una suerte de identidad territorial (Agnew, 1998). ‘Asi pues, el paisaje es un concepto fuertemente impregnado de connotaciones cultura- les e, incluso, ideolégicas (Peet, 1996). El paisaje puede ser interpretado como un dinamico cédigo de simbolos que nos habla de la cultura de su pasado, de su presente y tal vez también de su futuro (Cosgrove, 1989; McDowell, 1994). La legibilidad semistica de un paisaje, esto ¢s, el grado de decodificacién de sus simbolos, puede tener mayor o menor dificulted, pero esta siempre unida a Ja cultura que los produce (Duncan y Duncan, 1988). Los nacionalismos se sirven de un gran niimero de simbolos, entre ellos los paisajfsticos, para conseguir que la poblacién se identifique a si misma como pueblo, como comunidad. La mitologia nacionalista ha creado una amplia gama de lugares de identificacién colectiva, entendiendo por luger un Area limitada, una porcién especifica de la superficie terrestre lena de simbolos que acttia como centro transmisor de mensajes culturales. Podemos ha- blar, sin duda, de la existencia de un paisaje simbdlico nacionalista (Gruffudd, 1995). Estos paisajes, estos lugares de identificacion colectiva de caracter nacionalista no son ni inmanentes ni inmutables. Aparecen y desaparecen, como las naciones y los nacionalismos, y varfan en el tiempo y en el espacio (Hobsbawm y Ranger, 1983). TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA 207 Joan Nogué Tenemos, pues, que determinados paisajes —o elementos de los mismos— se convier- ten en verdaderos simbolos de una ideologia nacionalista que evoca un pasado nacional mas ‘© menos lejano. El sentimiento nacionalista se expresa a menudo a través de la veneraci6n de este pasado, un pasado impregnado en el paisaje. Para el nacionalismo, més que para cualquier otro fenémeno social, el paisaje es un receptaculo del pasado inscrito en el presen- te (Jenkins y Sofos, 1996; Heffernan, 195; Nogué, 1998). Este hecho, inherente a toda ideo- logia nacionalista, se percibe de manera clara y didfana en determinados contextos naciona- les, como el inglés (Matless, 1998). Lowenthal y Prince (1965) van un poco més allé y llegan a considerar como una caracteristica inherente a la propia cultura inglesa su especial habi- lidad para saber mirar el paisaje estableciendo de forma inmediata estrechas asociaciones con el pasado. He ahi el paisaje nacional entendido como un paisaje 0 conjunto de paisajes que representa e identifica los valores y la esencia de la nacion en el imaginario colectivo; he ahi, en definitiva, el paisaje entendido como «alma» del territorio, como receptaculo de la consciencia colectiva (Branch, 1999). 3. De lo global a lo local Los diversos procesos de globalizacién hoy existentes han desencadenado una interesante e inesperada tensién dialéctica entre lo global y lo local, que esta en la base de este retorno al lugar que estamos comentando. Lo realmente paraddjico de todo este proceso es que, aun- que el espacio y el tiempo se hayan comprimido, las distancias se hayan relativizado y las barreras espaciales se hayan suavizado, el espacio no sélo no ha perdido importancia, sino que ha aumentado su influencia y su peso especifico en los ambitos econdmico, politico, social y cultural. Esto es, bajo unas condiciones de maxima flexibilidad general y de incre- mento de la capacidad de movilidad por el territorio, la competencia se convierte en extre- madamente dura y, por lo tanto, el capital, en su acepcién mds amplia, ha de prestar mas atencién que nunca a las ventajas del lugar. Dicho en otras palabras: la disminucién de las barreras espaciales fuerza al capital a aprovechar al maximo las més minimas diferenciacio- nes espaciales, con el fin de optimizar los beneficios y competir mejor. En este sentido, las pequefias —o no tan pequefias— diferencias que puedan presentar dos espacios, dos lugares, dos ciudades, en lo referente a recursos, a infraestructuras, a mercado laboral, a paisaje, a patrimonio cultural 0 a cualquier otro aspecto, se convierten ahora en muy significativas. Precisamente cuando parecfamos abocados a todo lo contrario, estamos asistiendo a un excepcional proceso de revalorizacién de los lugares que, a su vez, genera una competencia entre ellos inédita hasta el momento. Una competencia, en unos casos, basada en la explotacion de precarias ventajas comparativas, como las que buscan —y encuentran— en lugares como Marruecos, Bangladesh o México (las conocidas «maquiladoras») empresas transnacionales. En otros casos, basada en factores ms cualitativos y de prestigio, en lugares ubicados en pafses centrales. De ahi la necesidad de singularizarse, de exhibir y resaltar todos aquellos elementos significativos que diferencian un lugar respecto alos deméds, de «salir en el mapa», en definitiva. ¢Cual es, si no, el sentido y el objetivo ultimo de los planes estratégicos que se estan elaborando actualmente en tantas y tan diversas citrdades? Con el abierto apoyo en la mayoria de los casos de los sectores empresariales, de movimientos sociales varios e incluso de los sindicatos, los gobiernos regionales y locales compiten encarnizadamente a todos los niveles, incluso a nivel mundial, por atraer magnos acontecimientos deportivos (los Juegos Olfmpicos, por ejemplo), inversiones, capitales y equipamientos tales como grandes centros culturales, sedes de entida- des politicas supraestatales, institutos de investigacién y universidades. «Pensar globalmente y actuar localmente» se ha convertido en una consigna fundamental que ya no sélo satisface a los grupos ecologistas, sino también a las empresas multinacionales, 208 ‘TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Geogratia politica allos planificadores de las ciudades y de las regiones... ¢ incluso a los Ifderes nacionalistas. En efecto,

You might also like