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El ¢recimiento poblacional mas vertiginoso se dio entre 1940 y 1970, pasando de poco més de un millén en 1930.a més de 8 millones y medio en 1970 (Negrete Salas, 2000). Es en estos afios cuando se forma lametrépoli a partir de la expansién de la llamada «ciudad hist6rica» y mediante un tipo de desarrollo urbano muy escasamente controlado y para nada do. Prueba de ello es el hecho de que para 1970 més del Area urbana estaba conformado por vivienda de Cerca del 35 %, representado por 8,300,000 habitan- tes, vivia en casas de pobre calidad (Garay, 2004: 19). Este cre- cimiento vertiginoso, resultado de procesos de asentamiento irre- gulares, es el que ha dado lugar a la que hoy los expertos deno- ‘minan como ciudad informal, que resulta del llamado urbanismo progresivo, es decir de una forma de producir lo urbano en la ‘que los protagonistas principales son los propios habitantes pro- cedentes del campo: al llegar alla ciudad yal no poder accedera una vivienda ya consiruida, optan por edificaria ellos mismos poco a poco en terrenos no previamente urbanizados. Al cons- ‘ruir su casa particular, contribuyen en gran medida también a la produccién y consolidacién de su entorno urbano, generan- do un tipo de espacio que se conoce como color areflexionar sobre las caracterfsticas especificas de una metro- poli como México y de otras grandes ciudades del mundo que han pasado por un proceso de urbanizacién igualmente vertigi- noso. En virtud de este proceso podemos decir que comparat vamente con otras metrépolis, sobre todo las europeas, la dad de México es una metropoli extremadamente joven, por- que gran parte de su territorio ha sido edificado y urbanizado €n los iiltimos cincuenta afios, y gran parte de su poblacion itadina en la historia de ‘ya que existen todavia jen provincianas o pue- hondas rafces no urbanas, sino mas blerinas, que marcan profundamente el espacio de la metrépoli 222 y las form ameritarian, ‘Sin embargo, México no es s6lo una metrépoli construida predominantemente mediante el llamado urbanismo progresi- vo. En los mismos afios en que tenfa lugar el crecimiento urba- habitarlo, y que no han sido estudiadas como ‘én en torno al tema del habitar, esfuerzo que fue pro- tagonizado por célebres arquitectos y que se concreté en edifi- ‘que constituyen puntos de referencia en el paisajes metro- ltanos, entre otros el conjunto de viviendas ubicado en Tla- telolco y el Multifamiliar Miguel Aleman, ambos diseftados por produccién de vivienda en serie segtin prototipos que resulta- | ran adaptados a las necesidades de la clase obrera de la época, | y eliminando las herradura de tugurios de viviendas precarias| gue se venfan multiplicando como hongos en las orillas de la ciudad. Los primeros experimentos de vivienda moderna se remontan a los afios veinte. En 1932 el arquitecto Legarreta, gané el primer lugar en un concurso convocado por Carlos Obregon Santacilia para la elaboracién de un prototipo de vi- vienda econémica en serie, Segtin Guillermo Boils, «lo cierto es que de ese proyecto derivaron en lo esencial los pioneros disefios tipol6gicos que serfan construidos en serie poco tiem- po después por cuenta del Departamento del Distrito Federal» (Boils, 1991: 20) ten algunas buenas investigaciones entorno ala especificidad cul- tural delos pueblos conurbados pero casi nada acerca de as distintas proce- mnales de los pobladores que habitan ls colonias populares. Vease Portal y Safa (2005), y Hiernaux-Nicolas (2000) para un estu~ dio dea presencia de os ingenes cn la peieia dela metropal 223 Estas observaciones iniciales sobre los dos tipos de habitat que han protagonizado el crecimiento mas impetuoso dela metrépo- 1i,inspirados en l6gicas y principios diametralmente opuestos, sit- ven para introducir lo que considero un tema central, que ¢s el siguiente. Al encararel estudio del habitaren una metrépoli como México no se puede sostayar como punto de partida la profunda heterogeneidad de tipos de espacio habitables que la caracteri- zan, de los cuales las colonias populares autocons! uunidades habitacionales modernistas constituyen sé construccién ylas méquinas para habitar del més puro estilo fun- cionalist tuyen dk =n su auige expansivo en los mismos afios,y consti- como resultado del modelo desarrollo por sustitucion clones. La ciudad racionalista, producida por la intervencion pli- blica basada en las visiones de la arquitectura funcionalista mo- dema, y a ciudad informal, producida por el urbanismo progresi- vo constituyen tipos de habitats que no s6lo responden a légicas sociales de produccién diferentes, sino que se encuentran asocia- dos a culturas distintas del habitar, es decir a formas distintas de la relaci6n de los habitantes con el espacio habitable, quea su vez conllevan importantes diferencias en la forma de producir, signi- ficar y practicar la vivienda y el espacio de sus alrededores, que se suele denominarse como vecindario o espacio de proximidad.* Hoy en dfa la ciudad de México se encuentra inmersa en un proceso de renovacién urbana que parece no dejar de lado ni un rinc6n della gran urbe, La ciudad se nos presenta como un entor- no urbano continuamente inacabado, envuelto permanentemen- te en un proceso de construccién y reconstruccién. Resulta muy ‘apropiada paralla ciudad de México la idea segtin la cual cel rasgo 224 mis pertinente del fenémeno urbano es que se presenta frente a nosotros como fenémeno de urbanizacién», y la definici6n de lo urbano como «la forma de habitat que se caracteriza por su desa- rrollo constante» (Radkowski, 2002: 104). Siel crecimiento urba- no «noes un fenémeno contemporéneo, sino permanente» (bid.), Jo cual se muestra de manera especialmente elocuente en el caso de México, luego entonces, elestudio del habitar —como el proce- so social del produccién y reproduccién del espacio habitable— no ptiede no ocupar un lugar de primer plano a la hora de cons- mirada antropolégica sobre el espacio de la metr6poli. necesitamos tuna definicién de habitar que nos permita ‘entretejer un dialogo entre este concepto y el concepto de cultura, ccon el objeto de proponer una definicién de cultura del habitar que dé cuenta de la variedad de procesos culturales asociados a los distintos tipos de habitat presentes en una gran metrépoli Habitar y habitus: una propuesta de andlisis En un sentido amplio, el habitar se refiere a la relacion delos seres humanos con su entorno, es decir a los procesos de orien- taci6n, percepcién, apropiacién y significacién del espacio que son posibles gracias a la cultura. Es una de las actividades hu- manas més fundamentales, que articula tiempo y espacio, confi- Ilo de ciertas diferencias carac- ue es posible justamente adjudicar a dife- 1 habitar es una actividad vinculada a las fidad incesante, y de alguna manera inaca- bable, que se recrea continuamente mediante la labor incesante de interpretaci6n, modificacién, apropiacién y significacion que los seres hu manos —y algunos animales— realizan sobre el en- toro que los rodea, convirtiéndolo en algo familiar y util, es decir en un espacio domesticado, La vinculacién entre habitar y habitat puede parecer obvia, pero no lo es. Cuando pensamos en el habitat como sinonimo de vivienda o morada, lo asociamosa la nocién de techo, deamparo, es decir a la idea de un espacio que cumpla con una funcién de- fensiva y de proteccién, un lugar donde sentirse resguardados de las intemperies y de las amenazas que pueden proceder del entor- 225 tica del Espacio, donde la casa esté asociada simbélicamente al mundo onfrico de I6 més fntimo y recéndito, Esta vinculacién entre el habitat y el habitar no es tan obvia, porque no siempre la. casa nos provee de amparo y nos protege del entomo, aunque sea el lugar que habitamos. Cabe preguntarse qué tipo de amparo mnes materiales de la vivien- arias, o cuando el estar en nuestra casa no nos protege del ruido que hace nuestro vecino o de la contaminacién delaite metropolitano, o cuando el comiin denominador de nues- twa relaci6n con la metrépoli se caracteriza por una sensacién de incertidumbre, inseguridad y riesgo. Sin duda, en estos casos ha- bitamos pero no estamos amparados. Es necesario por lo tanto buscar una acepcién diferente de jue no esté vinculada de manera predominante con la idea de refugio y de proteccién, sino que asocie el habitar con la produccién colectiva de un entorno provisto de significado. jendo al habitar como la relaci fensamente el espacio en cuanto transforman, ialmente inhabitable en algo do- io del espacio, ‘endo unos cuantos puntos de referencia alos nun nombre, construyen las primeras vialidades junto con otros habitantes para que su espacio sea provisto de Jos servicios urbanos basicos, desde las reds sobre el Valle de Chaleo v Clara Salaza 226 ‘A partir del estudio de los asentamientos de vivienda progre- siva de la ciudad informal, he propuesto adoptar tna definicion ) de habitar que en lugar de basarse en la idea de amparo, se base ) ena noci6n de presencia en un lugar, esto es, con el saberse y el hhacerse presenie, para uno mismo y para los otros. Es una idea de habitar que se ancla en el proceso de establecimiento y de reconocimiento de un orden, entendido como conjunto de rela- ciones relativamente estables entre distintos elementos espacia- serencia, Este orden es un resultado dela cultu- la la relacién de un sujeto dual 0 colective— con el espacio y en relacién a sus se- ‘mejantes. Esta definicién se inspira nuevamente en Radkowsky, para quien ehabitar es igual a ser localizablen, en el sentido de saberse en un lugar, el cual cumple con la importante funcién de cedar el sujeto como presente» es decir «de asegurar su presen- cia», aunque «no en absoluto, evidentemente, sino relativamen- te: dentro de los limites espacio-temporales de ese lugar» (2002: 29.30). Ast definido, el habitar es sinénimo de saber dénde es- toy: reconocer el espacio que se encuentra ami alrededor, poder orientarme en él, nombrarlo y practicarlo, y al mismo tiempo reconocer los usos y significados que ese espacio tiene para otros. Implica reconocer y al mismo tiempo establecer un centro —que puede ser mévil— y un conjunto de puntos de referencia, es de- cirun orden. Equivale a situarse al interior de un orden, enten- dido como conjunto de relaciones inteligibles (y relativamente predecibles, no aleatorias) entre un cierto ntimero de elementos espaciales. Tiene que ver con el reconocimiento y la fundacion deun orden—espacial y al mismo tiempo cultural—que el suje- to puede haber creado o haber contribuido a producir, y que le resulta inteligible, al mismo tiempo que le permite orientarse. A partir de reconocer la posici6n que ocupo con respecto a este orden es como puedo saber dénde estoy y establecer mi presen- cia en el lugar. En resumen: el habitar puede ser definido como cl conjunto de practicas y representaciones que permiten al suje- > tocolocarse dentro de un orden espacio-temporal, al mismo tiem- po reconociéndolo en cuanto orden colectivo y estableciéndolo en cuanto orden individual. 6.Elaboraciones previas y parciales de esta propuesta han sido presenta- 2007e: 20078; 2005) 227 ralude por lo tanto a los procesos socioculturales que la presencia —més 0 menos estable, efimera, 0 to en un determinado espacio, y de alli su rela~ ci6n con otros sujetos y con el resto del mundo. Para decirlo con las palabras de una definiéion muy conocida, propuesta por Mare ‘Augé, el habitar transforma el no lugar en un lugar, es decir en \\un espacio provisto de significados y de,memorias. Esta nocién amplia de habitar evoca el concepto de presencia como «estaren el mundo» segtin el antropélogo italiano Ernesto De Martino. ‘Seguin este autor el concepto de presencia iba més allé del estar localizado en el espacio fisico, se referia a la posibilidad de e tar conscientemente en el mundo, en el sentido existencialis de saberse parte del tiempo, indnimo de «estar en la his- toria» mediante , 1977). Para De Martino s6lo la cultura permite a los seres humanos establecer un hori- zonte de sentido, aflorar del estado de naturaleza, separéndose de las vinculaciones propias de la condicién natural para fundar un mundo especificamente humano, tan diverso y particular como diversas y particulares son las culturas. Al poner orden en. el espacio —o al poner en orden nuestra casa—mediante el ‘pro- ceso de apropiacién y de atribucién de sentido al entorno que nos rodea, no hacemos ni més ni menos que ordenar y domesti- car el mundo, es decir convertirlo en algo utilizable, familiar, provisto de sentido y de valor. El habitar es, en suma, un hecho cultural porexcelencia, algo asf como el grado cero de la cultura. Habitar es producir el mundo en cuanto universo cultural. ¢C6mo. se realiza concretamente este proceso? Los gestos con los que ordenamos el espacio en el que esta- blecemos nuestra presencia, constituyen un conjunto de précti- , cas no reflexivas, més bien mecénicas o semi-autométicas, que se pueden definir como habitus socio-espacial entendiendo este “concepto a la manera bien conocida de ‘Bourdieu, como «subje- tividad ializada» o «saber con el cuerpo», un saberirreflexivo yautomético (Bourdieu y Wacquant, 1995). La vinculaci6n entre el habitus y el habitar no es s6 1 ., sino que encierra una profunda imbricacién ent porque sélo a partir de la elaboracién y dela reproduccién de un habitus podemos habitar el espacio. Para habitar un lugar de ‘manera no del todo efimera, hace falta establecer en él un con- Junto de gestos y de significados, de practicas y de usos que me 28 permitan saber dénde estoy y me eviten perderme. Cuando vist tamos a alguien en su casa por un corto tiempo, nos cuesta tra- bajo recordar donde hemos dejado nuestras cosas, porque no hemos asignado para ellas un lugar especifico en esa demora. Buscamos dénde estén nuestros lentes o nuestro portafolio, y tardamos en encontrarlos o simplemente necesitamos pregun- tar por ellos a la duefia de la casa, quien ha destinado un lugar preciso para nuestras cosas, para que no se conviertan en un elemento de desorden, Lo mismo pasa cuando nos mudamos a otra casa, se necesita de un cierto tiempo para orientarnos en el espacio y encontramos en él, mediante el establecimiento de ese conjunto de usos y de gestos reiterativos que median nuestra relacién con el nuevo espacio estableciendo nuestra presencia allt, Dejar el paraguas en cierto lugar, donde sé que volveré a encontrarlo, o establecer un sitio para unas macetas 0 para el escritorio donde ponernos a trabajar: Por cada lugar existen cier-) tas reglas de uso —mas 0 menos flexibles— que normalmente son respetadas si es que queremos seguir uséndolo. Puede tra- tarse de reglas escritas 0 no, lo importante es que ‘que sale del asfalto no es una obra de arte post-moderno, sino tuna sefial colocada alli para indicarme que en ese lugar hay un bbache o una alcantar otros automovilistas procedentes de otras ciudades probablemen- teno sabrian c6mo leer, consistiré en evitar prudentemente pa- sar encima de ese lugar. El habitus espacial me hace reconocer el orden que me rodea (y que a menudo en el caso de México se / presenta como desorden aparente) y me pone en condicién de actuar en sintonia con él, mientras al mismo tiempo me permite intentar establecer mi mismo tiempo mi capacidad para leer el espacio —y reconocer- Jo—y mi capacidad para actuar coherentemente con esa lectu- ra, La noci6n de habitus como «cultura del habitar» nos recuer™ da que el espacio lo ordenamos, pero—y al mismo tiempo—que clespacio nos ordena. Podrfamos decir que enos pone en nues- ‘tro lugar», imponiéndonos ciertas reglas de uso que tienen que vver no s6lo y no tanto con constricciones de tipo material, sino més bien de tipo social. El orden espacial, en cuanto producto 229 aee e a a v ° e nl oon TT AT ETE RT tural y social, atafie no s6lo a las maneras de leer el entorno, sino a las formas de usarlo y de darte un significado, de trasfor- marlo en algo propio y que tiene sentido para uno. El orden es- ppacial tiene que ver no s6lg con los simbolos sino con las practi- cas sociales y con las reglas célectivas que nos permiten estar en elespacio, EI habitar configura una dimensién‘de la experiencia que podemos denominar como de construccién de la domesticidad: domeésticos. Es por eso que la casa, mas todavia que el lugar donde estamos al seguro, es el lugar desde donde nos hacemos presentes, en el que nos situamos mediante el ejercicio cotidiano de un sinntimero de précticas que establecen nuestro orden y ccon ello nuestra presencia, y una parte generalmente importan- te de nuestra identidad (Pasquinelli, i ) da es en general—establecer un {mente este orden no puede ser abs en primer lugar con las caracteristicas fisicas del propio espacio habitable. De allf que el espacio nos ordena, ademas de dejarse ordenar. El orden habitable puede irse estableciendo en paralelo con la edificacién de la propia vivienda o puede establecerse de ‘una sola vez —como una operacién inaugural—en una vivienda previamente construida. En la metrépoli contemporsinea, la variedad de viviendas y de tipos de hébitats refleja otros tantos diferentes procesos de pro- aucci6n del espacio para habitar y otras tantas culturas del habi- tat; entendidas como las diferentes maneras de reconocer y esta- Dlecer ese orden que nos hace ser presentes (0 estar ubicados) y que nos permite domesticar nuestro entorno, desde el espacio doméstico hasta el espacio alrededor de nuestra morada desde el ‘cual atribuimos sentido y organizamos nuestra vida cotidiana. De forma simétrica pero opuesta, podemos decir que estamos en pre- sencia de cierta cultura del habitar cuando nos encontramos de- Jante a un orden espacial especifico, resultado de la imbricacion entre formas del espacio y modos de habitario. En cuanto a las modalidades del proceso de habitar entendi- do como estar en el mundo mediante la fundacién y reprodue- (ci6n de un orden, existen grosso modo dos relaciones posibles | con la vivienda. Ir habitando (y ordenando) la vivienda confor 230 f me se procede a su construccién, en el caso de la ciudad infor: mal. O cl ir a habitar (y ordenar) una vivienda construida en serie, Se trata de procesos culturales distintos, basados en una } relaci6n diferente con el espacio habitable. Cuando emprende- mos la construccién de una casa, nos anima la intencién (o la ilusi6n) de ordenar nuestro espacio doméstico segtin nuestro pro- pio gusto y nuestras necesidades, como una manera de plasmar en el espacio algo de nuestra identidad, para de esta forma ver- nos reflejados en él. Es evidente que ese orden tendré que repro- ducirse y renovarse dia con dia, en un trabajo incesante y en ‘buena medida inconsciente. Pero, ¢qué sucede cuando tenemos que instalamos en una vivienda que no hemos disefiado, sino gue ha sido concebida y disefiada por otros, con base en princi- pios de orden y uso delos espacios que no nos resultan inmedia- tamente inteligibles y convenientes? Sucede que nuestro orden tiene que tomar en cuenta ese otro orden que se encuentra incor porado en el espacio. Nuestra relacién con el mundo y nuestra posibilidad-capacicad para domesticarlo tendrén que acomodar- sea las caracteristicas del espacio habi Es porello que el disefio yla construccién de un habitat, en la ‘medida en que se inspira en una cierta idea del habitar, no puede no incluir un cierto orden. De allf que la forma de la vivienda condicione inevitablemente —aungue no completamente— la relacién de sus habitantes con el espacio habitable. Si el habitar establece un orden, ese orden puede ser impuesto, o cuando ‘menos inducico mediante la forma del habitat, Esto implica que el habitar pueda ser estudiado como un proceso intercultural —yla vivienda como un objeto intercultural—cuyo estudio per- miteel contraste y las hibridaciones entre el orden impuesto y el. orden producido por los habitantes. Al comparar la vivienda di-) sefada y construida en serie por otros, con la vivienda auto pro-y urbana desde un nuevo éngulo: el de las fracturas y de las hibri- daciones culturales entre los modelos construidos ylos ideales y wginarios del habitar por un lado (tanto explicitos como (0s), ylas précticas de los habitantes (y/o usuarios) por el No se trataria ya slo de preguntarse por la relacién entre necesidades de habitabilidad y productos materiales habitables, 231 sino de interrogar la relacién entre el habitar y el habitat como una cuesti6n cultural, es decir como un asunto que pone en jue- {go ciertas producciones de sentido y ciertos valores y normas colectivamente reconocidos. Se trata en suma de reconocer en el total» que requiere de ser estudiado desde la antropotogia, en la media en que permanentemente reenvia ala cultura. La ciudad racionalista y la ciudad informal: las paradojas del habitar ‘A més de medio siglo de distancia del momento de creci- ‘miento més dlgido de la metr6poli las dos respuesta espaciales a la imperiosa necesidad de vivienda, la ciudad racionalista y la ciudad informal, han recorridos caminos muy distintos que han evado a resultados sorprendentes y paradéjicos en relacién con la habitabilidad de estos dos tipos de espacios. Después de cin- cuenta afios de existencia, los grandes conjuntos de vivienda re- presentan un desaffo todavia no resuelto para el racionalismo arquitectonico, que pretende ordenar la realidad social y las re- laciones humanas a partir del disefio del espacio. En términos de un anélisis antropol6gico de las formas de habitar se puede decir que en los conjuntos habitacionales los usuarios hacen con su vivienda algo distinto a lo que los arquitectos y urbanistas consideran que deberfan hacer con ella. Las discrepancias en cuanto al «buen uso» de estos edificios por parte de sus habitan- tes—es decir el uso concebido por el arquitecto e incorporado enla forma del espacio—aunadas a las dificultades para mante- nerlos en un estado aceptable, han Ilevado en diferentes pafses a su eliminacién fisica. El primer caso de demolici6n de un con- junto de vivienda de interés social es el de Pruitt Igoe” en Esta- dos Unidos, especialmente llamativo porque recién construido habia recibido los elogios del Architectural Forum (Améndola, 1984), Existe en suma una distancia y una contraposicién entre Ja vision del espacio y del habitar de quien disefta este tipo de versus las expectativas, las necesidades y las pricticas de 7. Complejo de edificios construidos en 1954 en la ciudad de Saint Louis, Missouri, que debido a su decadencia fue demolido en 1972, 232 jenes los habitan (Signorelli, 1989). La ciudad racionalista dé los grandes conjuntos se presenta hoy en dia como un tipo de habitat poco manejable, esencialmente por la falta de los recur | 0s necesarios para mantener en buen estado espacios tan gran- des y por las dificultades para administrar colectivamente los | servicios y los espacios comunes. Con escasas excepciones todos presentan en a actualidad un estado de evidente deterioro. Des- de sus inicios este tipo de habitat ha suscitado reacciones con- trapuestas, de aceptacién entusiasta y de rechazo, Sin embargo, ccon el paso del tiempo es esta tiltima imagen la que tiende a imponerse, por lo menos en lo que respecta a las representacio- nes producidas desde afuera sobre las grandes méquinas para habitar (De Garay, 2004). Un conjunto de factores, tales como las condiciones de acceso ala vivienda ylas modalidades previs- tas para su uso, tienden a generar un estilo de habitar con carac- terfsticas propias, sobre todo en lo que se refiere a los problemas yllos conflictos por el uso de los espaciosy servicios comunes. Se originan asf las condiciones para que existan dindmicas cultura- les especificas en la relaciones de los habitantes entre ellos y en su relacion con la vivienda y con el espacio construido (Giglia, 1996 y 2000). Vivir en una unidad habitacional implica un tipo de sociabilidad en la que se mezclan inextricablemente las rela- ciones de vecindad con las relaciones vinculadas al ejercicio de la administracién colectiva del espacio comin. En cuanto al tema la autogestién finalizada a lograr el funcionamiento satisfac- torio de los servicios y los espacios comunes, los grandes con- sus habitantes, hasta el grado que pueden ser vistos como labo- ratorios para el ejercicio de la «democracia en la vida cotidiana» (Giglia, 1996), Para decirlo de otra manera, los problemas de los~ grandes conjuntos para habitar son un reflejo de las contradic- | ciones propias de la cultura politica nacional y de una moderni- zaci6n voluntarista, dirigida por el Estado. Al venir a menos la / etapa del Estado desarrollista e interventor que se ocupaba de hacer funcionar las maquinas para habitar en una éptica pater | nalista, los grandes conjuntos fatigan a sobrevivir. Por otra parte, la ciudad informal parece mas capaz de evo- lucionar hacia un entorno definible como urbano tout court, es decir como un espacio complejo, poli-funcional y poli-signifi- cante, Desde la falta total de servicios y de espacios aptos para 233 las colonias populares se transforman mediante l esfuerzo orgullosamente que «ya no falta nada» en su colonia, ya se ha convertido en ciudad. Hn llegado a vivir en un contexto donde no existe un espacio piblico definido de antemano como tal y adscrito a una autoridad pttblica. Es todo lo contrario de lo que sucede en el caso de los habitantes de’los conjuntos urbanos, quienes llegan a habitar un espacio con funciones y atributos predefinidos por la autoridad péblica. En el caso de las colonias populares os espacios octipados se presentan como espacios vi genes, no habitados, que forman parte de la naturaleza. En este contexto los limites entre lo propio y lo ajeno no estén estableci- dos formalmente de manera precisa, sino que se van constru- yendo en el devenir cotidiano del proceso de domesticacién del entorno (quitar las plantas, aplanar el terreno, acarrear agua, excavar una fosa séptica rudimentaria, fincar los limites del es- pacio propio, poner un techo de lémina, acumular o recoger materiales diversos para construir, trazar una calle, ubicar las carla escuela més cercana, etc.) yen la labor colectiva dirigidaa la obtenci6n de los servicios minimos para la habitabilidad del espacio, para que pueda ser usado colectiva- électricidad, drenaje, todas esas co- sas que es mas econémico y mas funcional construir para servir aislados). Es en este proceso, 0, que se generan reglas co- prolongado y forzosamente col ceso de domesticacién porque implica fa lo y hacerlo pro} ciertos efectos, transformarlo en algo tit La ciudad racionalista y la ciudad informal car jones opuestas. En el caso de la ciudad racionalista el punto de partida es representado por unidades autosuficientes, conce- bidas como ciudades aparte, con todos los servicios urbanos im- puestos desde una racionalidad ordenadora predominantemen- te ajena a la cultura de los habitantes. Su mismo caracter de 234 ‘mAquinas para habitar provoca que cada desperfecto particular repercuta sobre la calidad del todo y su gran tamafo hace a minuye sensi informal sigue el camino contrario. Empieza desde el desorden los de propiedad para construir traducen en un estado de carencia y de precariedad perdurables, Sin embargo, al paso de algunas décadas suele mejorar conside- rablemente, tanto en lo que se refiere al suministro de los servi- cios como en lo que se refiere a la infraestructura urbana y Ile-) gana constituirse como espacios urbanos en sentido pleno regi- dos por un.orden social propio, resultado de los procesos colectivos de domesticacién. 1Los conjuntos habitacionales de la ciudad racionalista sur gen como centralidades nuevas, alrededor de las cuales se pre- tende generar ciudad. Mientras que en el caso de la ciudad infor- mal, se trata de hacer ciudad desde los margenes de la urbaniza- ccién, de producir y consolidar el espacio para habitar. Una vez. producido el espacio habitable, las centralidades se generan por ites que exigen a los poderes locales la , mercados, centros de salud, lecherfas, spitales. Los servicios que fueron peleados colectivament ahora sirvenen beneficio de todos. En el caso delaciudad racio-y ralista los servicios y las infraestructuras provistas por el Estado ‘se deterioran, se extinguen o sobreviven en condiciones deplora- / bles, cuales vestigios de tiempos mejores, como en el caso de la alberca del Centro Urbano Presidente Aleman (CUPA),* que des- de hace diez.afios es imposible mantener en funcicn. En relacion con el proceso de domesticacién del espacio, los conjuntos se proponen como espacio que ofrece un proyecto en ese entonces novedoso de espacio domestico, que los habitantes tuvieron que domesticara su vez, mientras que las colonias popu- lares son el resultado de condiciones de domesticidad producidas de manera progresiva. Estas dos ciudades son el resultado de dos liar construido por el Arquitecto Mario Pani en 1950, en el ‘de México. 235 procesos distintos con respecto a su relacién con la const impuesto desde el Estado y desde las teorias del funcional arquitecténico, con un proyecto explicito: la modemnizacién ogicas a menudo azarosas y de esfuerzos individuales y colecti- vos de distintos actores sociales, entre los cuales las instituciones yy los poderes locales no juegan un papel preponderante. No deja de sorprendernos el que la suma de estos esfuerzos, no siempre coordinados entre ellos, produzca hoy en dia un orden urbano més que aceptable, tanto para sus propios habitantes como para elojo del visitante externo, que ya no percibe en el entorno de una ciudad como Nezahualcoyot! los rastros de la autoconstruccién y de la precariedad, y al contrario lo que encuentra es un paisaje urbano heterogéneo y vibrante. En el caso de la ciudad racionalista se trata de un tipo de espacio repetitive hasta la monotonfa, en el que el mismo proto- tipo de vivienda se multiplica «n» veces; mientras que en el caso Ale la vivienda de autoconstruccién cada casa cuenta una histo- ria distinta, aunque siempre dentro de patrones rep tienen que ver con la légica de creci conocido proceso de consolidacién, densi residentes sino los ava- embros, con parte de las 5, depésitos de mercancfas o comer- resultado es un espacio més diver so y mas complejo de lo que se hubiera podido imaginar hace cuarenta afios. En busca del lugar antropolégico en la metrépoli La ciudad racionalista y Ia ciudad informal son s6lo dos de Jas facetas —entre las mas tipicas— del paisaje de la ciudad de México. La polifonfa y la interculturalidad propia de una gran 236 metrépoli se expresa de manera elocuente en las diversas for- mas de habitary de producirel orden urbano, en cuanto conjun- to de lugares significativos para los citadinos. En el proceso de) habitar el espacio se expresa y al mismo tiempo se produce cul- tura urbana, no evidentemente como algo estaitico sino como un conjunto de saberes, practicas y valores asociados a la experien- ) cia de cierto espacio habitable. Han pasado ya mis de 15 afios desde la publicacién del ensa- yo de Mare Augé sobre los «no lugares como «espacios del ano- hnimato», fuertemente impregnados por la experiencia de lasole- dad, que seria propia de la condicién de sobremodernidad aso- ni como hist6rico, definiré un no lugar» (1992: 83). Al {6rico,y que «es al mismo tiempo principio de sentido para aque- los que lo habitan y principio de inteligibilidad para aquel que lo observa (19 igares serfan esos espacios en los cuales estamos de manera efimera, de paso, como pasajeros 0 como usuarios, en situacion de soledad: los aeropuertos, las es taciones ferroviarias, las autopistas, las estaciones aerospacia- les, las grandes cadenas hoteleras, las parques de recreo, los su- permereados... Augé nunca quiso trazar una dicotomia rigida centre lugar y no lugar, cabe subrayarlo. Al contrario, nos advier- te de que «el lugar-y el no lugar son més bien polaridades falsas: el primero no queda nunca completamente borrado y el segun- do no se cumple nunca totalmente, son palimpsestos donde se reinscribe sin cesar el juego de la identidad y de la relacién» (1992: 84). Justamente de esto se trata cuando emprendemos el del habitar en la metr6poli, en cuanto proceso de pro- duccién de un orden cultural que nos permite ubicar nuestro lugar, sus reglas de funcionamiento y sus significados, y al mis- mo tiempo colocarlo dentro del orden més amplio de la metr6- poli. En ese sentido el habitar no se refiere solo al espaci vivienda sino que se aplica al entorno urbano y al espacio. en general. Es aqui donde los no lugares, t{picos productos de época contemporénea —que algunos denominan como globali- zacién— organizados por un orden ajeno que pretende ser uni- versal, pueden serreleidos y re-significados desde la préctica ince- J 237 sante del habitar como proceso de ordenamiento del mundo, Todos aquellos que conocemos nuestro supermercado o nuestro aeropuerto preferido, sabemos que los no lugares pueden ser espacios intensamente-habitados, en los cuales, aunque estemos n soledad, sabémos ubicarnos con respecto a una de otros puntos de referencia, de otros espacios, reconociendo uno de los érdenes posibles, esto es, ese «principio de inteligibilidad» que seria propio del «lugar antropolégico», ‘como lugar plasmado por la cultura. En otras palabras, el estu- dio del habitar nos hacer transitar entonces del no lugar al lugar, o més bien nos hace redescubrir el lugar antropol6gico donde crefamos haberlo perdido. Referencias Acuavo, Adriana (2001): Tlalpan. 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