No tenia ninguna mala intenci6n. Fue a traer una jarra_y un
vaso, Destapé uno de los frascos: sacé dos pequefias pildoras.
‘Tenjan un sabor a moho y aziicar. No tenia en sila menor mala
intenci6n. Pero nadie en el mundo sabré. Y ahora para siempre
no se sabra juzgar si fue por desequilibrio 0, en fin, por un gran
equilibrio: vaso tras vaso engull6 todas las pildoras de los tres
grandes frascos, Pero en el segundo frasco pens6 por primera
vver en la vida: «Yo». Y no era un simple ensayo: era en verdad
tun estreno, Toda ella finalmente se estrenaba. Y justamente an-
tes de que se terminaran, ya sentfa una cosa en las piernas, tan
buena como nunca antes lo habia sentido. Ella ni sabia que era
domingo. No tuvo fuerzas para llegar a su propia habitacién: se
dejé caer de lado en la cama donde la habian engendrado, Era
un dia menos. Vagamente pens6: si al menos Augusta hubjera
dejado lista una tarta de frambuesa.
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La bella y la bestia
o La herida demasiado grande
Comienza:
Bien, entonces salié del salén de belleza por el ascensor del
hotel Copacabana Palace. Bl chéfer no estaba ahi. Miré el reloj:
eran las cuatro de la tarde. Y de repente se acordé: le habfa dicho
al «sefior» José que la viniera a recoger a las cinco, no habiendo
calculado que no se arreglaria las ufias de los pies ni de las ma-
nos, solamente masaje. ;Qué debia hacer? :Tomar un taxi? Pero
tenia consigo un billete de quinientos eruceiros y el taxista no
tendria cambio. Habia traido dinero porque el marido le habia
dicho que nunca se debe andar sin nada. Se le ocurrié volver
al salén de belleza y pedir dinero. Pero... ~pero era una tarde
de mayo y el aire fresco era una flor abierta con su perfume-,
De esta manera pensé que era maravilloso ¢ inusitado permane-
cer de pie en la calle, con el viento que movia sus cabellos. No
se acordaba de cuando habia sido la siltima vez que habia esta-
do sola consigo misma. Tal vez nunca, Siempre estaba ella con
otros, y en esos otros ella se reflejaba y los otros se reflejaban en
ella. Nada era... era puro ~pensé sin entenderse-. Cuando se vio
al espejo la piel triguefia por los batios de sol hacfa resaltar las
flores doradas cerca del rostro en los cabellos negros-, se con-
tuvo para exclamar un «;Ah!» ~pues ella era una entre cincuenta
millones de unidades de gente bonita~. Nunca hubo -en todo
el pasado del mundo~ alguien que fuera como ella. Y después,
491ea tres trillones de trillones de afios, no habria una chica exacta-
mente como ella.
«(Yo soy una llama encendida! ;Y doy brillo y resplandor a
toda esa oscuridad!>
Este momento era tinico, y ella tendria durante la vida miles
de momentos tinicos. Hasta sud6 frio en la frente, por serle dado
tanto y tomado avidamente por ella.
«La belleza puede llevar ala especie de locura que es la pasion.»
Pensé: «Estoy casada, tengo tres hijos, estoy segura».
Ella tenfa un nombre para preservar: era Carla de Sousa y San-
tos. Eran importantes el «de» y el «ys: sefialaban la clase y cua-
trocientos afios de abolengo carioca, Vivia en las manadas de
mujeres y hombres que, si, que simplemente «podian». , dijo bajito.
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Estaba expuesta a ese hombre. Estaba completamente ex-
puesta. Si se hubiera puesto de acuerdo con el «sciior» José sobre
Ja salida en la avenida Atlantica, el hotel donde quedaba el salon
de belleza, no permitiria que , le habia
dicho el abuelo muerto. Seria ella, por casualidad, «triunfado-
ra»? Si triunfar fuera estar en plena tarde clara en la calle, con la
cara embadurnada de maquillaje y lentejuelas doradas... Era eso
triunfar? Qué paciencia tenia que tener consigo misma. Qué pa-
ciencia tenfa que tener para salvar su propia vida pequefa, :Sal-
varla de qué? Del juicio? Pero gquién juzgaba? Sintié la boca
completamente seca y la garganta con fuego: exactamente como
cuando tenia que someterse a los eximenes escolares. ;Y no ha-
bia agua! gSabes lo que es eso, no haber agua?
Quiso pensar en otra cosa y olvidar el dificil momento pre-
sente. Entonces records frases de un libro péstumo de Ega de
Queirds que habia estudiado en la secundaria: «EL LAGO DE
TIBERLADES resplandecié transparente, cubierto de silencio,
més azul que el cielo, todo orlado con prados floridos, con den-
sos vergeles, con rocas de pérfido, y con albos terrenos por en-
tre los palmares, bajo el vuelo de las t6rtolas»
Lo sabia de memoria porque, cuando adolescente, era muy
sensible a palabras y porque deseaba para si misma el destino de
resplandor del lago de TIBERIADES.
uvo unas ganas inesperadamente asesinas: jlas de matar a
todos los mendigos del mundo! Solamente para que ella, des-
pués de la maranza, pudiera disfrutar en paz. su extraordinario
bienestar.
495No. El mundo no susurraba.
El mundo gri-ta-bal!!
bre.
La joven sefiora del banquero pens6 que no ibaa soportar la
falta de afabilidad que le arrojaban en el rostro tan bien maqui~
Hiado.
2Y la fiesta? Qué diria en la fiesta, cuando bailara, qué le di-
ria al compafiero que la tendria entre sus brazos... Lo siguien-
te: mire, el mendigo también tiene sexo, dijo que tenia once hi-
jos. El no va a reuniones sociales, él no sale en las columnas del
Ibrahim, o del Zézimo, A tiene hambre de pan y no de pasteles,
Glen verdad sélo deberia comer papilla de harina de trigo o man-
dioca, pues no tiene dientes para masticar carne... «gCarne?» Re-
cords vagamente que la cocinera le habia dicho que el «filete
mifién» habia subido de precio. Si. ¢Cémo podria ella bailar?
Sélo si fuera una danza loca y macabra de mendigos.
‘No, ella no era una mujer de desvanecimientos o melindres
ni se iba a desmayar o sentirse mal. Como algunas de sus «com-
paiieritas» de sociedad. Sonrié un poco al pensar en términos de
«compaiicritas». Compafieras de qué? {De vestirse bien? De
dar cenas para treinta 0 cuarenta personas?
Ella misma, aprovechando el jardin en el verano que se ex-
tingufa, habia ofrecido una recepci6n, gpara cuantos invitados?
No, no querfa pensar en eso, se acordé (gpor qué sin el mismo
placer?) de las mesas esparcidas sobre el césped, a la luz de las
velas... «zLuz de las velas?» Pensé, gpero estoy loca? gHe caido
en un esquema? En un esquema de gente rica?
«Antes de casarse era de clase media, seeretaria del banquero
con quien se habia casado y ahora: ahora luz de velas. Yo estoy
jugando a vivir», pens6, «la vida no es eso».
“La belleza puede ser una gran amenaza.» La extrema gracia
se confundié con una perplejidad y una honda melancolia. «La
belleza asusta» «Si yo no fuera tan bonita habria tenido otro
destino», pensé, arreglindose las flores doradas sobre los negri-
simos cabellos.
Ella, una vez, habfa visto a una amiga totalmente con el co-
taz6n sufrido y dolido, y loco por una fuerte pasién. Entonees
496
no habia querido nunca experimentarla. Siempre habia tenido
miedo de las cosas demasiado bellas o demasiado horribles: es
que no sabia en si cmo responderles y si responderia, si fuera
igualmente bella o igualmente horrible.
Estaba asustada como cuando habia visto la sonrisa de la
Mona Lisa, ahi, a la mano en el Louvre. Cémo se habia asustado
con el hombre de la herida o con la herida del hombre.
Tuvo ganas de gritarle al mundo: «;Yo no soy mala! ;Soy un
producto de no sé qué, emo saber de esta miseria del almal>.
Para cambiar de sentimiento ~puesto que ella no los aguan-
taba y le daban ganas de, por desesperacién, de dar un puntapié
violento en la herida del mendigo-, para cambiar de sentimien-
tos pensé: éste es mi segundo matrimonio, es decir, el marido
anterior estaba vivo.
Ahora entendia por qué se habja casado desde la primera vez
y estaba en subasta: ¢quién da mas?, ¢quién da mas? Entonces
estd vendida. Si, se habia casado por primera vez con el hombre
que «daba mis», lo habia aceptado porque él era rico y estaba
un poco por encima del nivel social de ella. Se habia ven
2Y el segundo marido? Su matrimonio estaba terminando, él con
dos amantes... y ella soportando todo porque una ruptura seria
escandalosa: su nombre era demasiado citado en las columnas
sociales. zY volveria ella a su nombre de soltera? Hasta acos-
tumbrarse a su nombre de soltera, iba a tardar mucho. Ademés,
pens6 riéndose de si misma, ademés, ella aceptaba al segundo
porque le daba un gran prestigio. :Se habia vendido a las co-
lumnas sociales? Si. Descubria eso ahora. Si hubiera para ella un
tercer matrimonio ~pues era bonita y rica-, si lo hubiera, gcon
quién se casaria? Empez6 a reir un poco histéricamente porque
habia pensado: el tercer marido era el mendigo.
De repente le pregunté al mendigo:
—
Y Ia magia esencial de vivir, gd6nde estaba ahora? ¢En qué
rinc6n del mundo? ¢En el hombre sentado en la esquina?
El resorte del mundo es el dinero? Se hizo ella la pregunta.
Pero quiso fingir que no era. Se sintié tan, tan rica que tuvo un
malestar.
Pensamiento del mendigo: «Esta mujer esté loca o robs el di-
nero porque millonaria no puede ser», millonaria era para él tan
s6lo una palabra e incluso si en esa mujer él quisiera encarnar
una millonaria, no podria porque: gente, dénde se ha visto a
una millonaria quedarse parada en la calle? Entonces pens6: ella
es de esas vagabundas que le cobran caro a los clientes y zsegura-
mente esté cumpliendo una promesa?
Después.
Después.
Silencio.
498
Pero de repente ese pensamiento a gritos:
—¢Cémo nunca habia descubierto que también yo soy una
mendiga? Nunca pedi limosna pero mendigo el amor de mi ma-
rido que tiene dos amantes, mendigo por el amor de Dios que
me consideren bonita, alegre y aceptable, y la ropa de mi alma
esti harapienta...
‘ es lo que era diferente. En el plan fisico ellos
eran iguales. En cuanto a ella, tenia una cultura mediana, y él
no parecia saber de nada, ni siquiera quién era el presidente de
Brasil. Ella, no obstante, tenia una capacidad aguda para com-
prender. ;Seria que habia estado hasta ahora con la inteligencia
taponada? Pero si ella hace poco que habia estado hasta ahora
en contacto con una herida que pedia dinero para comer, gem-
pez a pensar tinicamente en dinero? Dinero que siempre habia
499sido fécil para ella. Y la herida, ella nunca la habia visto tan de
cerca.
Scitora, gse esta sintiendo mal?
No estoy mal... pero no estoy bien, no sé...
Pensé: el cuerpo es tuna cosa que cuando esti enfermo uno lo
carga. El mendigo se carga a si mismo.
“Hoy en el baile usted se revupera y todo vuelve a la norma-
lidad ~dijo José.
Realmente en el baile, ella reverdeceria sus elementos de
atraccién y todo volveria a ser normal.
Se sent6 en el asiento del coche con aire acondicionado,
echando, antes de partir, una tiltima mirada a ese compafiero de
hora y media. Le parecfa dificil despedirse de él, l era ahora el
« alter ego, él formaba parts de su vida para siempre. Adiés.
Estaba sofiadora, distraida, con los labios entreabiertos, como si
hubiera, al borde de ellos, una palabra, Por un motive que ella
no sabria explicar: l era verdaderamente ella misma. Y asi, cuan-
do el chéfer encendié la radio, oy6 que el bacalao producia nuc~
ve mil évulos por afio. No supo deducir nada con esa frase, ella
que estaba necesitando un destino. Se acordé de que cuando era
adolescente habia buscado un destino y habia escogido cantar.
Como parte de su educacién, fécilmente le habian conseguido
‘un buen profesor. Pero cantaba mal, ella misma lo sabia y su pa-
dre, amante de la 6pera, habia fingido no notar que ella cantaba
mal. Pero hubo un momento en el que ella empezé a llorar. El
profesor perplejo le habia preguntado qué tenia,
Es quie, es que yo tengo miedo de, de, de, de cantar bien...
Pero ti cantas muy mal, le habia dicho el profesor.
~También tengo miedo, tengo miedo también de cantar mu-
cho, mucho, mucho peor todavia, ;Maaaal, demasiado mal! ella
lloraba y nunca més tuvo otra clase de canto. Esa historia de
buscar el arte para entender tan s6lo le habia sucedido una vez,
después se sumergié en un olvido que tinicamente ahora, a los
teeinta y cinco afios de edad, a través de la herida, necesitaba o
cantar muy mal o cantar muy bien. Estaba desorientada, Hace
cuanto tiempo no ofa la llamada musica clisica porque ésta po-
dria sacarla del suefio automatico en el que vivia. Yo, yo estoy
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jugando a vivir. El mes préximo iria a Nueva York y descubrié
que esa ida era como una nueva mentira, como una perplejidad,
‘Tener una herida en la pierna: es una realidad. ¥ todo en su vida,
desde cuando hubo nacido, todo en su vida habia sido suave
como el brinco de un gato,
(En el coche andando)
De repente pens6: ni me acordé de preguntarle cudl era su
nombre.
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Coll.-Aspettando La Rivoluzione. Conversazioni Con Michel Foucault, Herbert Marcuse, Gilles Deleuze, Felix Guattari, Alain Touraine, Henri Lefebvre, Hans Magnus Enzensberger-Res Gestae (2015)