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Susan Sontag < # Ante el dolor de los demas ‘Traduccién de Aurelio Major Siow Eatetmey Oe So ict Ea ei eT Ag ‘ ‘Tatine 7) 635 12.00 Feom aussie Sipe Aes Aen Ta Alig A. eS iho 1oy ace tne Gites Gave "Sai tacos ome ‘Tomi cob hae Pepe dea Sud ime in Calon nb de 203 ‘acts eGo Ls eee dace tela 8101816, (cad ls heen Ly. Pare David Considérense dos ideas muy extendidas —que en la actualidad alcanzan con celeridad cl rango de perogrulladas— averce del efecto de la fotografia. Puesto que encuentro estas ideas formuladas en mis propios ensayos sobre la forografla —el primero lo eseribi hace trcinca afios— siento una tentacién irresistible de dis- eutiras. ‘La primera idea es que la atencién puibli- ‘exesté guiada por las atenciones de los medios: lo que denora, de modo concluyente, imagenes. ‘Cuando hay forografis la guerra se vuelve areabs De abi que las imagenes movilizaran la prosesta ‘contra la guerra de Vietnam. La impresién de que algo debia hacerse en cuanto a la guerra en Bosnia, se formé a partir de la atencidn de los periodiseas —wel efecto CNN», se le lamé a ve- ces—, los cuales llevaron imagenes de una Sa- rajevo sitiada a cientos de millones de salas de estar noche tas noche durante més de tees afios. Estos ejemplos ilustran la influencia decisi- va de las fotograias en la dererminacién de las catistrofes y crisis a las,cuales prestamos aten- ién, qué nos preocupa y qué evaluaciones co- szesponden a estos conflicts en iltima instancia, 122 La segunda idea —la cual podsia parecer contrariaa la que se acaba de describir— es que en un mundo no ya sarurado, sino ultrasacurado de imégenes, las que mds deberfan importar tie- ren un efecto cada vez menor: nos volvemos insensibles. En tltima instancia tales imigenes sélo nos incapacitan un-poco més para sentir, para que nos remuerda la conciencia. En el primero de los seis ensayos de So- bre la forngrafia (197), sostave que si bien un acontécimiento conocido por fotografia sin du- la se vuelve més real que si éstas no se hubiesen visto nunca, luego de una exposicién reiterada cl acontecimiento también se vuelve menos real De igual modo que generan simpatia, escribi, las forografias la debilitan. 2Bs cierto? Lo ereia cuando lo esctibt. Ya no estoy tan segura, {Cul «sla prueba de que el impacto de las fotogra- fas se atentia, de que nuesera cultura de espec- tador neucraiza la fuerza moral de las forogra- fas de atrocidades? La cucstién gira en tomo al principal me- dio de noticias, la television. El modo en que se empl, donde y con cuinta frecuencia sve, agora la fuerza de una imagen. Las imigenes mostradas en fa televisién son por definicién imagenes de las cuales, carde o temprano, nos hhasciamos. Lo que parece insensibilidad tiene su origen en que la televisién esed organizada pa- sa incitary sacar una arencién inestable por me- dio de un hartazgo de imagenes. Su superabun- 123 dancia mantiene la atencién en la superficie, mévil, relativamente indiferente al contenido, El flujo de imégenes excluye la imagen privile- giada. Lo significativo de la televisién.es que se puede cambiar de canal, que es normal cambiar de canal, sentirse inquieto; aburrido. Los con- sumidores se desaniman. Necesitan ser estimu- Iados, echados a andar, una y otra vez. El eonte- nido no es més que uno de esos estimulantes. ‘Una vinculacién ms reflexiva con el contenido precisarfa de una dererminada intensidad de la atencién: justo la que se ve disminuida por las expectativas inducidas en las imagenes que di- seminan los medios, cuya lixiviacion de conte- nido es lo que mds contribuye a que se agoste el El argumenco segiin el cual-la vida mo- dema consiste en una dieta de horrores que nos corrompe y a la que nos habituamos gra- dualmente es una idea fundadora de la erlcica de la modernidad: si-bien la critica es casi tan antigua como la modernidad misma. En 1800, Wordsworth, en el prélogo a las Baladas lirica, denuncié la corrupcién de la sensibilidad pro- ducida por «los grandes acontecimientos na- cionales que tienen lugar a diario y la creciente acumulacién de los hombres en las ciudades, donde la uniformidad de sus quehaceres pro- 126 dace un ansia de incidentes extraordinarios, gra- tificada cada hora por la répida comunicacion de le informaciény. Este proceso de sobreexci- tacién incide en «el emboramicnto de las capa- cidades mentales de discernimiento» y «las re- dace casi a un estado de torpor salvaje>. El poeta inglés habia deseacado el em- botamiento mental que producen los aconteci- smientos «diarios» y las noticias «cada hora» de sincidentes extraordinarios». (En 1800!) Se de- jaba con prudencia a la imaginacién del lector el tipo exacto de acontecimientos c incidentes. Unos sesenta afios después, otro gran poeta, cé- lebre por su diagnéstico de la culeura —fran- cfs y por ello autorizado a ser hiperbélico en la ‘medida que los ingleses se inclinan por la mesu- ma expuso una versién mas vehemente de idén- tico cargo. Se trata de Baudelaire, que eseribe en sus diarios a principios del decenio de 1860: Es imposible echar una ojeada a cual- quier periddico, no importa de qué dia, mes 0 afo, y no encontrar en cada linea Jas huellas mas terribles de la perversi- dad humana... Todos los periédicos, de la primera @ la dhtima linea, no son mas que una sarta de horrores. Guerra, exi- ‘menes, hurtos, lascivias, rorruras; los he- + chos malévolos de los principes, de las naciones, de los individuos: una orgia de la atrocidad universal. ¥ con ese aperici- 125 ‘vo repugnante el hombre civilizado vie- ga su comida marutina, Los periddicos atin no tenian fotogra- fias cuando escribié Baudelaire. Pero esto no obsta para que su descripcién censoria del bur- gués, sentado a desayunar con el conjunto de horrores mundiales de la prensa matutina, sea en nada distinea de la cricica contempordnea del abundance horror anestésico que nos ceba todos los dias, tanto de la televisibn como del periddico matutino. La tecnologia més recien- te suminisera una alimentacién constante: tan- tas imégenes de désastres y atrocidades como tiempo de que dispongamos para verlas. ‘A partir de Sobre la fotografia, muchos cxiticos han sefialado que los suplicios de la gue- ra —a causa de la television —han pasado a ser una furilidad nocturna. Saturados de imége- res de una especie que antafio solfaimpresionar y concitar la indignacién, estamos perdiendo ‘nuestra capacidad reactiva. La compasién, ex- tendida hasta sus limites, se esté adormeciendo. ‘Asi reza el conocido diagnéstico. Sin embargo, aquées lo que se est pidiendo en realidad? ;Que las imégenes de la carniceria se limicen a, diga ‘mos, una vez por semana? En sentido mis ge- neral, ;que porfiemos en lo que pedi en Sobre la fotografia: «Una ecologia de las imagenes»? No habed ecologia de ls imagenes. Ningiin Co- ‘micé de Guardianes racionard el horror en aras 126 de mantener plena su capacidad de conmocién. Y los horrores mismos no se atenuarin. El punto de vista propuesto en Sobre la fotografia —segin el cual nuestra capacidad de responder a nuestras experiencias con renova- das emociones y pertinencia érica esti siendo socavada por la incesante difusién de imagenes vvulgares y expantosas— puede catalogarse como la exltica conservadora de la difusién de tales imagenes. Califico este argumento como conser- ‘vador porque lo que se erosiona es el sentido de Ja realidad. Todavia perdura una realidad que existe con independencia de los intentos por atenuar su autoridad. El argumento es de hecho tuna defensa de la realidad y de las pauas de res- ‘puesta mis plena frente a esa realidad, las cua~ les se encuentran en riesgo. En el desarrollo radical —cfnico— de cesta critica, no hay nada que defender: las enor- ‘mes fauces de la modernidad han masticado la realidad y escupido todo el revoltijo en forma de imagenes. Segrin un anilisis harto influyente, vvvimos en una «sociedad del especticulo». Toda siruacién ha de ser convertida en espectéculo a fin de que sea real —es decir, interesante— para nosotros. Las personas mismas anhelan conver- tirse en imagenes: celebridades. La realidad ha 127, abdicado. Sélo hay representaciones: los me- dios de comunicacién. : Rewbrica florida, ésta.-Y muy pers para muchos, pues una de las caracteristicas de Ja modernidad es que a la gente le gusca sentir que puede anticiparse a su propia experiencia. (Esce concepto esté vinculadio sobre todo a los eseritos de Guy Debord, el cual pensaba que.es- taba describiendo una ilusién, un truco, y de Jean Baudrillard, el cual dice sostener que las imagenes, realidades simuladas, ya son todo lo que existe en la actualidad: al parecer es tuna suerte de especialidad francesa.) La afirmiacién de que la guerra, como todo lo demas que pa- rece real, es médiatique, resulta comin. Este era dl diagndstico de distinguidos franceses que por tun dia se dejaron ver en-la Sarajevo asediada, entre ellos André Glucksman: que la victoria © derrota bélica no-dependifa en absoluto de lo que sucediera en Sarajevo. o de hecho en Bos- nia, sino de lo que sucediera en. los medios. ‘A menudo se declara que «Occidenter ha lle- gado 2 considerar cada vez més lh-guerra como tun especticulo. Los informes sobre la muerte de la realidad —como la muerte de la razén, la muerte del intelectual, la muerte de la literarura scria— parecen haber sido aceprados sin mucha reflexién por las personas innumerables que in- rencan comprender lo que parece mal, vacuo 0 cesnipidamence triunfalisa en la politica y la cul- ura contemporineas. 128 La afirmacién de que la realidad se extd convirtiendo en un especticula es de un provin- ianismo pasmoso. Convierte en universales los habitos visuales de una reducida poblacin ins- truida que vive en una de las regiones opulentas del mundo, donde las noticias han sido trans- formadas en entretenimiento; ese estilo de ver, ‘maduro, ¢s una de las principales adquisiciones de «lo modemor y requisito previo para des- ‘mantelar las formas de la politica tradicional basada en partidos, Ia cual depara el debate y la discrepancia verdaderas. Supone que cada cual es un espectador. Insinia, de modo perverso, a lz ligera, que en el mundo no hay sufrimiento real. No obstante, es absurd identificar al mun- do con las regiones de los paises ricos donde la gente goza del dudoso privilegio de ser espec- tadora, o de negarse a serio, del dolor de otras personas, al igual que es absurdo generaliza so- bre la capacidad de respuesta ante los suftimien- tos de los demas a partir de la disposicién de aquellos consumidores de noticias que nada sa- ben de primera mano sobre la guerra, la injus- ticia generalizada y el terror. Cientos de millo- nes de especadores de televisin no estén en absoluto curtidos por lo que ven en el televi- sor. No pueden darse el lujo de menospreciar Ie realidad. \ Se ha vuelto un lugar comiin en el de- bate cosmopolita sobre las imigenes de atroci- dades suponer que tienen escaso efecto, y que 129 hay algo intrinsecamente cinico en su difusién. ‘Aunque la gente crea que en la actualidad las imagenes de la guerra importan, esto no disipa la persistence sospecha sobre el interés en estas imagenes y las intenciones de quienes las pro-

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