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BIOGRAFIAS ARGENTINAS ‘coleccién ditigida por GUSTAVO PAZ y JUAN SURIANO RAUL O. FRADKIN - JORGE GELMAN JUAN MANUEL DE ROSAS La construccién de un liderazgo politico Capitulo 10 El sistema de Rosas y su dindmica histérica A diferencia de los capitulos previos, éste no tiene como propésito pre~ sentar un perfodo especifico de la biografia de Rosas y del contexto hist6rico en el que se desempenié y que contribuyé a forjar Més bien se trata aqui de abordar de manera sistemética y a la vez sintética lo que podrfamos denominar “el sistema de Rosas”, es decir, los principales rasgos que caracterizaron su forma de gobernar y de relacio- narse con distintos actores sociales y politicos. El lector que haya legado hasta aqui sabe que dichos elementos han sido incluidos en los distintos capitulos que recorren su biografia, ya que sin ellos esos momentos se habrfan tomado ininteligibles. De manera que en este caso no se trata de decir algo totalmente nuevo para ese lector, sino de organizar més moté- dicamente dichos elementos de manera de hacer més evidente esos ras- gos contralos que han definido a Rosas y que éste ha ido construyendo a lo largo de su vida y de su gobierno, y que le permitieron llevar adelante ese dilatado periplo a cargo de la méxima autoridad de la provincia de Buenos Aires y en buena medida de todo el territorio argentino, ‘Aun sus peores enemigos reconocieron en Rosas a la persona que supo reconstruir el orden social en una sociedad que habfa sido profun- damente alterada, conmocionada, por el fin del orden colonial y el pro- ceso revolucionario, asf como sentar las bases de un nuevo orden poli- tico en Buenos Aires y en lo que serfa luego la Argentina, imponiendo la subordinacién de las clases populares y de las elites de su provincia y venciendo la resistencia de las demés provincias a la imposicién de ‘una cierta unidad bajo la égida portefia. De modo que aqui abordaremos diversos aspectos de su experiencia, profusamente mencionados antes y sobre los cuales la historiografia més reciente del rosismo ha logrado importantes avances, discutien- do con una serie de visiones previas muy poderosas que forman parte do Ia cultura histérica de los argentinos. Estos aspectos se refieren a 384 Ravi. O. Frapkin - Jorce Geman 1a experiencia de Rosas como gran estanciero, consideréndola como ‘matriz fundante de su gobierno, a las rolaciones entabladas con los sec- tores propietarios ms concentrados asi como con los sectores subaltor- nos de Buenos Aires, a la vinculacién de la experiencia rosista con los grupos indfgenas de la frontera, a su politica en relacién con las otras provincias del Rfo de la Plata y a la organizacién federal del pals, y fi nalmente a la relacién que entablé con las principales naciones del mundo, en especial con los vecinos del territorio argentino y las nacio- nes dominantes a nivel internacional y més involucradas en la vida politica y econémica rioplatense, Inglaterra y Francia. Para concluir Tealizaremos un balance de la figura de Rosas, discutiendo su caracteri- zaci6n como caudillo, asf como las disputas por la opinién que caracte- rizaron la lucha politica del momento y de la que hicieron amplio uso Rosas y el rosismo, Rosas BSTANCIERO ‘Tradicionalmente se ha evaluado el papel de Rosas en la historia politi- a rioplatense en estrecha relacién con su rol y experiencia en tanto gran propietario de tiorras y estancioro. Ello ya aparece como un tema central en los oscritos de Sarmiento, quien escribe en un célebre parrafo del Facundo: 4Dénde, pues, ha estudiado este hombre cl plan de innovaciones que introduce en su gobierno, en desprecio del sentido comiin, de la tradicién, de la conciencia y de la prictica inmemorial de los pueblos civilizados? Dios me perdone si me equivoco, pero esta idea me domina hace tiempo: en la estancia de ganados, en que hha pasado toda su vida y en la Inquisicién, en cuya tradicién ha sido educado." Como es sabido, para este autor la clave de la historia argentina residta ‘on la oposicién entre el mundo urbanv, culto, civilizado, que habia sido ‘ahogado durante el perfodo caudillista por la barbarie del mundo rural, que engendraba a su vez el despotismo. Esta barbarie habia sido conver. tida en sistema por el gobierno de Rosas, quien se formé como tal en su Juan Manuel pe Rosas 385, te consideraba “estancia de ganados”, en esencia bérbara, comparada a la agricultura y a la vida urbana, aso- ciada a ella. A ello le sumaba Sarmiento la pesada herencia cultural espafiola, representada aqui por la intolerante Inquisicién. Lo cierto es que esa idea sobre Rosas que dominaba a Sarmiento también imperé en Ja mayor parte de la historiografia posterior y en las més diversas aproxi- maciones. Sirvan como ejemplos dos muy diferentes: a comienzos de la década de 1880 Eduardo Gutiérrez describfa el momento en que Rosas ha- bia pasado a administrar las estancias de su familia y decfa: “Rosas e taba enteramente satisfecho, pues acababa de obtener como estanciero, los plenos poderes que més tarde habia de pedir y obtener como gober- nante”.* Y, cien afios después, John Lynch sostenfa que “estudiar a Ro- sas es ostudiar las bases originales del poder politico en la Argentina, las grandes estancias y su formacién, crecimiento y desarrollo”; no ex- trafia que comenzara su libro trayondo a colacién una famosa afirma- ccién de Sarmiento: “Rasas y todo su sistema fur aborta de la estancia” > Si bien no nos podemos detener demasiado en la experiencia de Ro- sas en tanto estanciero, intentaremos mostrar que se puede considerar dicha experiencia bajo un prisma distinto, casi invertido, del que sefiala el ilustre sanjuanino.* Los estudios recientes sobre las estancias de Rosas y sobre su expe riencia como estanciero han confirmado por un lado la enorme impor tancia que llegaron a tener y que lo convirtieron en uno de los propieta- rios més ricos, si no el més rico, de Buenos Aires, lo que equivale a decir del territorio argentino de la época. Pero a la vez. dichos estudios han subrayado que la magnitud de su riqueza no lo convertia en un autécra- ta que podia hacer en estas propiedades lo que le venta en gana, ampa- rado en la distancia social que lo separaba del resto de la poblacién y de sus propios trabajadores, y en el uso generalizado de sistemas de coer- cién que aplicaba sobre esos sectores subalternos, que una cierta litera- tura se ha empeftado en subrayar. Sin haber estudiado en detalle la informacién proporcionada por la frondosa documentacién generada on dichas ostancias, muchos histo- fos, muchas veces con ribetes mitologicos, actividad que e! futuro presi rindores se basaron en rel sobre los ca pleados, asf como en algunos pocos escritos tempranos del propio Ro- a8, como sus famosas Instrucciones a los Mayordomos de Estancias. 10s ejemplares propinados por Rosas a sus discolos em- Estas Instrucciones... escritas por Rosas a finales de la década de 1810, Cuanclo administraba las estancias de sus primos Anchonone Y apenas Wide be @ construir su propio camino como propietario ruray Inet sido intorprotadas como un indicador del cambio radical que Rosas im- uso en la forma de administrar los patrimonios rurales_ on torminar deal is Précticas quo cuestionaban Jos plenos derechos de propie- dad del titular de una explotacién rural y en imponer una autoridad inflexible sobre la mano de obra, demasiado discole « independiente hasta entone: ¥ efectivamente al leer dichas Instrucciones... so tione la impresin de estar asistiondo al nacimiento del capitalismo {an capitalismo extre- madamente autoritario, como no podia ser de atra mant, ) en las pam. pis. Ast por ejemplo, se prohibe taxativamente ala poblocion rural del eatetior de las estancias y a sus propios trabajadores ol acceso 5 ciertos pide tue consideraban entonces mas o menos comunes, coma las Dledias y la madera (bienes escasos en la pampa y quo la tradicién hacia accesibles a quien los necesitara para su sustento), Se inhiby caza dv Ciel denen, ue Huttas, se prohtbe a los peones o capataces de la ecto, o! desarrollo de actividades por cuenta propia al interior ae Ja estancia, como la cria de gallinas o de algunos otros animalos ¥ el cultivo, Se re- gulan dotalladamente los horarios y taroas de los distin, tipos de tra- bajadores. Y uno de los aspectos més importantes del escrito es que se termina expresamento con una préctica inmemorial en la rogién, el de- ‘echo a“poblarse” en tierra ajena. Esta prictica signifcaba que una per- Sona 0 familia, alegando necesidad y observande la subutilizacién de He pee Podta solicitar “poblarse” an osas tioreas, sin quel ropieta- Mo Pudiera hacer mucho para impedirlo. Y asf muchos grandes estai Cia, al igual que gran parte de las tierras que estaban en manos del Es- fade, terminaban ocupadas parcialmente por ue sinntimero de habitentes quo utilizaban una buena parte de ous tierras fértiles y ha- bian difandide y con amplia legitimidad en la region Pampeana a inicios del siglo XIX. Ella se habia difundido cuando el rol secundaris de la tierra, prdatenin@ abundancia y la escasez de poblacién favorectan este ipo de brétticas, que aun los propietarios no consideraban danines ¢ incluso podian ayudarlos @ fundar sus derechos sobre tiemac Précticamente despobladas. ccodido a ellas on esta condicién. Se trataba de una prictica muy Jan Manet ne Rosas 387 Pero la expansién ganadera que se desarrollaba a ojos vista desde 1810-1815 en Buenos Aires genoraba en los propietarios ol interés por aprovecharse plenamente de sus tiorras, expulsando a ostos “poblado- res”, esta “polilla de la tierra”, como los lamaban algunos observadores que simpatizaban con los puntos de vista de los propietarios, y a quic. nes trataban al menos de convertir en “feudatarios” (es decir, en inqui- linos que pagaban una renta) o en trabajadores asalariados, uv escusea. ban fuertemente en la regién, ‘Candombe federal on 6poca de Rosas, por Martin Boneo Fuente: imagen cortasfe del Museo Histérice Nacional de Buonos Airos f, de si mismo como propietarin Ast, la imagen que nos presenta Rosas de sf ern y administrador do estancias es la de un patrén todopoderoso que va a terminar de manera autoritaria con todas estas précticas, imponiendo definitivamente su potestad sobre sus trabajadores y el respeto de sus derechos de propiedad a toda la poblacién rural de su entorno embargo, estas Instrucciones... no deben ser miradas como la reas Udad) sino como un programa, quo Rosas y muchos propietarios como 6l esperaban poder imponer. Pero para hacorlo tonian que rucorror un cansi- no que le serfa muy dificil de atravesar al todopoderoso propietaro, ni Siquiera cuando se convirtié en gobernador con la suma del poder. ‘tos papeles de las estancias de Rosas, compuestos por numorosos jGuadernos do peones’, inventarios de cada una de sus propiedades, in formes de produccién, y la numerosfsima corrocpondencia yu mantenia con los distintos administradores, nos brindan una imagen ajustada sobre el funcionamiento de esas estancias, ella se aloja bastante de los relates ue han hecho algunos historiadores... y de las Instrucciones, Mientras ejorcia como administrador de las estancias de los Anchoe ‘na, Rosas inici6 su carrera como estanciero en el marco de una socio. dad con Juan Nepomuceno Terrero (que habria de devenir su consuegro Cuando ya estaba en el exilio) y Luis Dorsogo (hermano del Iider federal Manuel), Con ellos, como ya comentamos en los capitulos iniciales Givé un complejo de establocimiontos rurales que incluia un importante soladero y poseia en un principio la famosa estancia de Los Comrillos on ¢! partido de Monte, en la que criaban ganado vacuno y ovino, ast come jenfan algunas sementeras importantes. Esta gran propiedad iba a ser {nego ampliada al otro lado del rfo Salado, con tna enorme poreién tle tierra dedicada casi exclusivamente a la cria de vacunos. Entre ambas Propiedades oxcedian las 150.000 hectéreas, en las que llegaron a po- Seor més de 100.000 cabezas dle vacunos, amén de mumerosos equines y ovinos. Este complejo se completaba con una tercera estancia, denomi, ‘nada San Martin, de meores proporciones, pero do mucho valor al os, {ar ubicada on ta regién de Matanza, on las cercanias de la ciudad. So Puedo tener una imagen aproximada de estas propiedades en el mapa {e 38 reproduce, el que fuera elaborado a los efectos del embargo rea. lizado sobre ellas al caer Rosas del poder. Al disolverse la sociedad on la segunda mitad de los aftos treinta, Rosas qued6 como propictario tinico de la enorme estancia allende det Salado y de ta més pequeia San Martin, asi como de otra importante Propiedad en el partido de Monte, denominada Rosario, que anmpré « otro gran propfotario de Monte, Zenén Videla, por su cuenta en 1836, Los Cerrillos, en cambio, queds para Tetrero, JUAN Mave pe Rosas 389 "y Chacabuco {las grandes a ambos madrgenes del rio Salado) isimo y su for- 6 en un estanciero riquisimo y De esta manera Rosas se convirtié on fe y Br tuna apenas era igualada por un puftade de grandes propietarios, Bs no 6 una gran novodad on la historia de Roses. Paro mds nov exdoso es quo junto a estos grandes estancieros subsistfan millnres de equeis y medianos productores. Muchos de ellos eran propietarios de su: 390 Rabi. O. Franke - Jonas Gruman rrenos més modestos y otros producfan en tierras ajenas, ya fuera como arrendatarios, ya fuera como “pobladores”. Y ello condicionaba fuer. tomente le capacidad de accién de los grandes propietarios de diver. Sas maneras, entre otras porque competfan con aquéllos en el mismo terreno de la produecién y porque, quizd més importante para el gran propictario, le sustrafan la mano de obra potencial para trabajar on sus tiertas, haciéndola escasa y por endo muy cara, 2Qué encontramos entonces en las estancias de Rosas? Muy lejos de lo que proclamaba como una orden tajante en sus Ins- itucciones... de 1619, las estancias de Rosas inclufan en los aftos veinto, on Jos treinta y en Jos cuarenta a una gran cantidad de pobladores que desarrollaban on ellas actividades por cuenta propia, ya fuera en gana. deria o en agricultura, Y no solamente Rosas debia tolerar, contra st voluntad, a aquellos pobladores que desde afios antes habian ocupade de favor una parte de sus torrenos, sino quo a lo largo del tiempo bajo Analisis lo vemoe toniendo que aveptar a nuevos ocupantes que clama. ban por misericordia, le pedfan un pedazo de terreno para paliar el hambro de su familia o reivindicaben servicios ala patria y ala Federa- clon. Como hemos visto, Rosas tenfa que acoptar estos argumentos y usaba estos recursos para construir su autoridad, como herramientas en 1a lucha politica y como una forma de conseguir hacerso “un nombre” entre los paisanos.* Lo ciorto es que tanto Rosas como los administradores de sus estan- clas se quejan amargamente de los perjuicios que muchos pobladores causan eu las estancias, quienes ocupan partes considerables de ollas, incluso a veces en sus mejores rincones y usando sus mejores pastas, eta Ocupacién informal genera derechos sus actores que son muy tlificiles de desconocer por el propietario. Ast, cuando Rosas adquiere le estancia de Videla en ol partido de Monte, se entera do que hay alli mas de cien pobladores “con chacras y sembrados bastante grandes”, Y el nuevo duefo advierte que no puede violentar repentinamente a estos ocupantes, a quiones deberd tolerar durante un tiempo. ¥ a los que quie- ze ochar deberd conseguirles terrenos en otros sitios. coma le explica on una carta al nuevo administrador. La ocupacién de un terreno en estas Condiciones gonora ciertos derechos que se parecen mucho a los de pro- Piedad para los “pobladores”. Asf aparecen casos en los que un pobla- dor decide irse de las tierras de Rosas y cede por su cuenta el derecho Juaw Manu pe Rosas 391 de poblarse alli a otra persona y le vende al recién venido lo que ha construido sobre el terreno, las mejoras y el rancho. Y en algunas 7 siones, cuando Rosas no quiere admitir al nuovo Hegado, de quien des- confia, debe comprar al poblador las mejoras que éste ha construido en sus propias tierras... . aiven rss etancan Ip at nutas ool corte do algunos érboles Esta debilidad del estanciero para imponer sus derechos de propie- dad sobre sus tierras se vincula con una cuestidn central de la economfa agraria de la regién en esta época, la escasez de mano de obra. Este fenémeno no s6lo se relacionaba con la escasez de la pobla para un territorio muy amplio y que en este perfodo conoce una ne expansién, sino con las posibilidades de un acceso més o menos fluido 4 la tierra para gran parte de ese poblacién. Ya fuera através de la pro- pivdad como de los sistemas que recién describimos de “poblamiento otros que daban acceso a la tierra a aquellos que no eran sus propieta vios, una gran parte de la poblacion portena poda ganarse la vida @ través del trabajo auténomo, criando un poco de ganado en tierras pro pias 0 ajenas, cultivando una parcela o ejerciendo distintos oficios como el comercio al menudeo. De esta manera la oferta de trabajo para los que nocesitaban mano de obra dependiente era escasa y cara. Este fenémeno que podemos definir como estructural de la economfa seria a se desde el periodo colonial se agtava en la primera mitad del siglo x porque el gran crecimiento demografico no alcanza a compensar ol fin xresivo de la esclavitud y las nuevas necesidades de trabajo gonera- Oper la expansién ganadera, asi como el gravoso efecto de las guerras intermitentes sobre el mercado de taba 4 ss emane! fa tenido un buen mimero de esclavos en sus estancias, pero yon loses teint us ren muy ee. ¥ mismo s termind de desprender de los poquitos ya muy mayores y discolos que pare- cian haberle creado més problemas que ayuda. Con todo, iba a ae ir otros tipos de mano de obra coactiva para compensar tos saaros de los bejadre bres y ieponerd ors empleaden ins sujetor la tore del patrén. Ast on ls fos tcitaaparocen en sus libros de peones los indios “cautivos” somotidos inicialmonte a un régimen de trabajo similar a la esclavitud, una préctica que Rosas habfa introdueido en sus estancias com anterioridad y que proponsa porta icin general para toda la campata ala hora de delinex: uns Politica de fronteras. Sin embargo, se puede observer cémo pronta- mente estos cautivos aprendieron a roclamar cond; similares a los libres y al cabo de unos afios desaparecioron con oo tegoriadfeonciad do tabejadors. nla déondaogaiongs one Styaria un régimen de trabajo “obligado” con unos “gallegos” a quie- ongpit el viaje desde la peninsula y quiones, pruducto de esta deuce original, deberfan aceptar condiciones do trabajo bastante eores que los poones plenamente libres." Recibian salatioe monorce ¥ estaban cbligados a permanecer en las estancias de Rosas hasta sald. sus deu- das, Pese a ello, en pocos afios estos pobres gallegos consiguieron sal- dar esas doudas y aprendiezon a disputar por sus condiciones de vida sustento de otras maneras. De esto modo, podemos ver que wn las estancias de Rosas las Posibi- lidades de emplear fuerza de trabajo por medios coactives na respon- Aan solo a la voluntad del propiotario, y las que se eneayracn termina- ton fracasando, Asf, la mayor parte del tiempo el trabajo era realizado earn pelmente por trabajedores libres, capataces y peones de divenn calidades y experiencias, quienes so desempeaban en ellos cove lo Podian hacer en cualquier ot trabajo. Se trataba de trabajedonee que ganaban salarios bastante altos, que a veces combinaban con algunas actividades por ia, ya sea fuera de las estancias do Rosas peste mule, ls evidencias quo pueden extrocrse de lus estore de Rosas indican que, aun sin la existencia de organizaciones de trabajado- ‘05 rursles, las relactones laborales estabun sometidas a une fheceerne JUAN Mawurt, pe Rosas 393 negociaciGn y renegociacién, y no eran ni la ideologia ni la voluntad del propictario el principal factor al que debia atenderse a la hora de inter protarlas. En sintesis, es posible concluir que Rosas se convirtié en un riquisi- ‘mo estanciero a lo largo de su vida, y que la experiencia como tal debe de habor influido en su manera de acercarse a la politica y en su propio desempeiio como gobernador de la provincia. Sin embargo, las conclu- siones que de esto se derivan son algo distintas de las que obtenian Sarmiento y, con él, la mayoria de los estudiosos del rosismo. No caben dudas de que Rosas quiso imponer cambios radicales en Ja forma de organizar las reglas del juego del mundo rural, en particu- lar en lo atinente a los criterios de propiedad y en los sistemas de tra- bajo, Pero répidamente tuvo que darso cuenta del poder de negocia- cién de los soctores subalternos, tanto los pequefios propietarios como los ocupantes de hecho, peones, indigenas, con quienes debfe transar si querfa conservar algo de orden, hacerse dv algunos trabajadores y obtener algiin rendimiento de los cuantiosos emprendimientos rurales que gerenciaba. Incluso se puede sostener que, en un sentido contrario lo propuesto por Sarmiento, su papel en la politica portefia condicio- n6 severamente su capacidad de aplicar ese plan de ordenar en fun- Gi6n de sus intereses privados las reglas del juego en el campo, querfa conservar la simpatfa y el apoyo de la poblacién para asogurar sus planes politicos, debia respetar esas “costumbres en comtin”, aceptar al menos una parte de sus reclamos y atender a sus necesida- des. De est manera se puede sostener que la agitada vida politica pos- colonial y el creciente peso de los sectores subalternos para definir los derroteros politicos de la regién condicionaron fuertemente la capaci- dad de los sectores propietarios, y de Rosas entre ellos (0 delante de ellos), para alterar un estado de cosas que permitfa la defensa de las condiciones de vida y trabajo de los sectores més desprotegidos de la Sociedad. En este sentido, no constituye un aspecto de menor signifi- cacién advertir que los trabajadores rurales podian utilizar a su favor en esas negociaciones de sus condiciones laborales las oportunidades que les abrian Jas coyunturas politicas en las que eran activos protago nistas.” 394 Rati. O. Frankin - force Gruman ROSAS, {REPRESENTANTE DE LAS CLASES PROPIETARIAS O LIDER POPULAR? En esto tema se han jugado batallas historiogréficas y politicas de mag- nitud Casi desde Jos primeros escritos sobre Rosas de la primera mitad del siglo XIX se rata de temas centrales para las distintas interpretaciones ue se hicieran sobre su gobierno. No se pmode realizar aqué un recorti dlo exhaustivo de éstos, pero vale la pena sefialar que en le mayoria de aquellos que buscaban denostar al Restaurador de las Leyes, y eran am- plia mayorfa en el siglo XIX sin dojar de ser numerosos en el XX, apare- ceuna doble aproximacién que sefala por un lado la fuerte popularidad {te Rosas, los apoyos y simpatias de que gozaba tanto entre los plebeyos urbanos ~especialmente entze la poblacién afroportefia~ como entre los Turales, gauchos, indios y paisanos en general. Ast lo habia reconucido el propio Sarmiento: “Y debo decirlo, on obsequio de la verdad histéri. ca: nunca hbo gobiemo més popular, més deseado ni mas sostonido or le opinién”.* Pero asociado a ello se sostieno on gonoral que dichos apoyos fueron puestos por Rosas al servicio de los intereses de los terra tenientes portefios, en cuyas primeras filas militaba, Con matices podemos encontrar explicaciones de este tenor tanto entre los roménticos de mediados del XIX como entre los positivistas de fines de ose siglo, pero a lo largo del siglo XX diversos autores retoma. ron y reformularon esa interpretacién, ya sea utilizando herramientas Provenientes de la sociologia, la antropologta o desde diversas corrien- tee dol marxismo. El autor que en este sentido parece haber fijado el “sentido comtin” de esta corriente interpretativa os el historiador brité- nico John Lynch en su monumental biografia de Rosas. Para él, la cons {ruccién del orden rosista es la expresién politica de una sociedad extre. ‘madamente polarizada, constituida por una clase de grandes estancieros liderada por Rosas, frente a una masa de pobres demunidos de toda propiedad, pero también y por eso mismo de toda capacidad de autono- ‘nia social y, por ende, aun de toda comprensién politica. Ast, Rosas y Jos estancieros tienen una autoridad social natural sobre esa poblacién ‘ue cuando interviene politicamente lo hace siguiendo con esa misma Haturalidad al patrén-caudillo. Con esta clave interpretativa se analizan todos los acontocimientos ocurridos antes y durante su gobierno, de ‘manera que toda accién en la que participan soctores subalternos no JUAN Manun.ne Rosas 395 jo ser otra cosa més quo ol resultado de la manipulacién de sus oe st los iors especialmente del mayor de todos, Juan ta vlstn mds podrosaenetad con et tipo de inerprtcn del rosismo provino de la llamada corriente revisionista, surgida en los alos treinta del siglo XX, al calor de la crisis tanto del modelo ae co \dor como del sistema politico que se venia construyendo dooie ella XK, Estos autores cuestionaban la capacidad de las elites y del sistema politico republicano para defender los “intereses esencia- les de la naci6n", fustigaron la entrega del pafs al imporialismo y reivin- dicaban ~acorde con los tiempos golpistes que corrian—la necesidad de ‘un négimen politico fuerte, con un lider que se pusiera por encima de esas lites y de ese sistema débil, restableciera el orden social y politico alte- rado y defendiera los intereses nacionales subordinando a las masas detrés de si. Estos intelectuales, entre quienes se destacaban Carlos Ibar- guren, Emesto Palacio y los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, iban a buscar en el pasado argentino los antecedentes que permitieran estable- cer la genealogia en la que apoyar este nuevo proyecto politico, y la fi- gura de Juan Manuel de Rosas se constituyé entonces en clave. En este sentido, para este grupo de autores la relacién de Rosas con las clases propietarias y los sectores populares fue pensada de manera muy dis- tinta de lo antes mencionado. Si bien dentro del grupo pom nee bia muchos matices, se puede proponer como un rasgo comin la consi- deracién de la figura de Rosas como un Ider que supo transcender las elites que traicionaron por intereses mezquinos los de la nacion y logeo :olocarse delante de las masas para enfrentar aquellos intereses frente a Jas naciones enemigas, especialmente ingleses y francosos, Como se puede ver, la posicién de Rosas ante las clases propietarias es bien distinta en unas y otras interpretaciones. Sin embargo en rela- isn con las clases subalternas ambas tienen algo en comin: ya sea para defender los intereses de las elites o los intereses de la nacién, Rosas aparece como el Iider que gufa a unas masas que le siguen fielmente y que carecen de la més minima capacidad aut6noma de intervencién. Es decir que en todos los casos le popularidad que unos y otros reconocen en oste lider se debe a la subordinacién de las masas ya sea por la jerar- quia natural que Rosas tenia en tanto gran propietario 0 en tanto jefe politico de la nacién amenazada, En este sentido, puede decirse que ambos desarrollos historiogréfic Ie ma di ficos no llegaron a dar debi¢ lenta problema central que en su momento ‘tl fa ica : advertido hicidamente Eduardo Gutiérrez cuando subrayé que muchos Se Rosa to : habfan dicho que Rosas Ebi Tuna idolattaciega” entre los gauchos convirtiéndolos “on n mas déciles instrumentas”, pero “cémo hizo todo esto” era te “Io que nadie ha dicho”. aaa | EL TORITO { |DE LOS MUCHACHos. | | Peet pevind Tom hy peceseryoeee | El torito de los muchachos: 1890 / Estudio broliminer de Olga Fernandez Latour de Botas uonte: Imagen cortesia del Archive General de la Nacion 2Qu6 podrfamos decir aqut, en funcién de todo lo que la historiogratia Rowe, {ante en el conocimiento de la sociedad en la que va a actune Rosas como de la crisis politica del periodo? Lo primoro que hay quo sonal 7 'y quo sonalar es que la imagen de la sociedad en la aie furge ¢l tosismo ha cambiado profundamente. Ya lo hemos diche on diversos capitulos, tanto el mundo urbano como rural de Buenos Joan Manvin pe Rosas 397 Aires se nos aparecen ahora como sociedades mucho mas complejas que antes, con sectores subaltemnos y medios muy importantes y con una fuerte capacided de intervencién en las décadas que siguen a la rovolucién. Se podria decir que la ciudad de Buenos Aires tiene una tradicién importante de intervencién politica de sectores subalternos”! y es conmocionada por las invasiones inglesas de 1806 y 1807 que van a alterar las jerarquias sociales de la ciudad. Dicha experiencia marca tun punto de quiebre en el que la participacién de los sectores populares desde ese momento va a jugar un papel relevante en casi toda la vida politica local. Esta experiencia popular urbana fue sefialada en los tra- bajos tempranos de Tulio Halperin, y desarrollada con detalle ¢ inteli- gencia por los estudios de Gabriel Di Meglio ampliando su significa- cién.” La cuestién es capital pues las experiencias politicas que hacen posible comprender la emergencia del rosismo no pueden ser entendi- das sin inscribirlas en el ciclo de movilizacién politica de las clasos populares portefias, urbanas y rurales, quo ¢0 desarrollé al menos entre 1806 y 1833, sino un poco més, y que tuvo enorme incidencia en la configuracién de sus culturas politicas."* Para el sector rural podemos roferir una larga experiencia de investigacién que desde los atios ochen- ta del siglo XX comenz6 cuestionando la presencia dominante de una lite terrateniente en el sector rural portefio colonial y que postulé y demostré la existencia de una sociedad dominada por la pequefia y mo- diana explotacién de tipo campesina, Y los estudios sobre la primera mitad del siglo XIX mostraron cémo el crecimiento del sector de los grandes estancieros, indudable como fendmeno nuevo de la opoca, no terminé de un golpe con la presencia de las pequefias y medianas explo- taciones campesinas, las que continuaron creciendo y reproduciéndose en paralelo. Esta sociedad, entonces, no era una en la que frente a un stupo de muy ricos estancieros s6lo habia peones y gauchos demunidos de todo recurso, sino que se trataba de una sociedad con un fuerte peso de 808 actores humildes o intermedios, con fuertes lazos en las comunida- des locales, con una cultura en comtin que favorecia su reproduccién stionaban los intereses de los grandes ra la mano de obra para sus prop! estancias al hacerla muy escasa, como por una serie de pricticas refiidas on el respeto irrestricto del derecho de propiedad absoluto que querfan imponer. Se trataba de una sociedad con una importante movilidad I y que en muchos casos etarios. Tanto porque hacia muy une tone ERADKIN ~ JORCE GELMAN Sbclal y con escasas jerarquias establecidas. Incluso, como lo argumenté ' manera convinconte Halperin, ni siquiora se podia hablar en los aos que siguen a la revolucion de la existencia de una clase terratenionte cits oe ave o a nocesitaba construirse teniendo en cuenta esa compleja realidad social y politica heredada del mundo co! Profundamente altoada por la rovolucion. Mund? Colonial y Sélo on este comexto se , ‘exto se puede hacer algo més inteligible la relacis; 7 Rosas con los diversos actores sociales portefios. Caben poces dudas © que las primeras intervenciones piblicas y politicas de Roses tienen ue ver de alguna manera con la necesidad que siente de restablecer un orden Social y politico que considera que ha sido profundamente alter. gon 'a covuntura revolucionaria y la sucesién de experimentos polf. restablecer el ren r disputas entr les elites, no hay ninguna posibilidad do restaurar un orden social alts radisimo ni desarrollar algii igtin negocio rural préspero. La obses tral de Rosas son justamente el 01 Dordneciénscl eect den y la subordinacién, el r tal de Rosas son jus linacién, el respeto del orden poli dlseaedo 7 do tas jorarqutas sociales y del derecho de lad. En ese sentido se podria sefialar que busca 1 Propiode ° ie busca restablecer un ‘len social y politico alterado por In revoluctén y por ello ae To puede Besar = aie los intereses generales do las clases propieta- 's. Muchos toxtos que hemos citado a i tetas cbsontonos eae Hamas ctado ao larg del ibro dan cuenta de Sin embargo, hay algo que i much vars: hay algo que confunde y parece difcil de encajar con tudes. Algunas actitudes de las clases propietaria Desierto” de la que consolidar Ja fronter s: Ia més evidente quizés as la “Campai is es la “Campa al hablamos en el capitulo 6. Esta permite expandir y ra con los indigonas y de esta manora valorizar lag Choniies estancias que muchos han logrado constituir a partir do la ex. les de los aitos diez y los veinte. No re- campaiia y al asumir su segunda sulta casual que, al regreso de dich Juaw Manu ne Rosas 399 gobernacién en 1835, los hacendados figurarén de mane lebraciones organizadas al efecto. Y sin embargo, como explicamos en el capitulo siguiente, apenas unos afios después muchos de esos mismos hacendados Tideran un le- vantamiento en 1839, que serd reprimido con saita por Rosas, embar- gandoles a unos cuantos sus propiedades, las que serén puestas por aitos al servicio del Estado y también beneficiadas por fieles federale: muchos de ellos de humilde condicién, Resulta preciso, entonces, atender lo més cuidadosamente que sea posible a la dinémica hist6rica del rosismo y entenderlo en su historici- dad tomando en cuenta a sus mutaciones, y dejar de presontarlo como tun fendmeno siempre igual a sf mismo. En este sentido, conviene tener presente que el primer gobierno de Rosas se sustentaba en una amplia coalicién integrade, o al menos apoyada, por una diversidad de secto- res, Era una suerte de reconstruccién de aquella coalicién que haba permitido superar la crisis portefia de 1820 aglutinando a casi todas las, clases propictarias. Se entiende asi que osa coalicién expresara una va- riedad de tendencias politicas muy diferentes por sus origenes y por las, mutaciones que habfan sufrido en los afios provi 6 embargo, aunque tenfa limites procisos obtuvo amplio consenso entre las clases propietarias de Buenos Aires que apoyaron con entusiasmo 0 con resignacién a ese primer gobierno de Rosas.'® Resulta claro que esa diversidad de tendencias y el consenso generalizado en estas clases se fueron depurando en los afios siguientes, para legar a ser mucho més restringidos, en especial durante la gran crisis del rosismo entre 1837 y 1842, aun cuando al final de su segundo gobierno Rosas aparecfa deci- dido a reconciliarse con ellas. ‘Al mismo tiempo hemos observado en numerosas oportunidades la necesidad que tiene Rosas de emprender diversas iniciativas para ganar el apoyo y la simpatfa de los sectores subalternos, ya que era consciente do que dicho apoyo era esencial para gobornar y le poda ser esquivo. Lo hemos sefialado en el acépite anterior al mostrar las dificultades quo ‘dad ontre tenia para alterar una serie de costumbres con amplia legi los pobladores rurales que contradecfan sus intereses como propietario Y que preferia contemplar para no enemistarse con esa gente, Lo hemos visto en las iniciativas que toma y hace tomar a sus principales agentes ara repartir tierras entre humildes pobladores ¥ asf ganarse su confianza 400 Ravi. O. Frapkws- Jonce Geratan en momentos de crisis politica, y lo hemos visto también en sus inicia- tivas en relaci6n con la poblacién de origen africano de la ciudad, cuva simpatia debe ganar afanosamente compartiendo sus carnavales, to manclo medidas en su favor, etc. Pero por supuesto en toda ocasién po- sible Rosas trataré de limitar la intervencién auténoma de los sectores Populares y de construir herramientas para “encauzarla y ditigitla”. Y en los momentos en los que logra conaolidar su al tos q za con los sectores tarios buscaré limitar incluso cualquier tipo de intervencién po- Iitica popular. Rosas arenga a los moronos “Las esclavas de Buenos Aires de 8 de Buenos Aires demuestran ser libres Y aratar oou Noble Lilmatador" ie ‘ Fuente: Imagen cortesia Wikimedia Commons En este sentido, las orientaciones de las politicas implementadas duran- te el primer gobiorno hacia la base de la pirémide social tuvioron dife- rentes direcciones. Una apuntaba al restablecimiento del orden y la dis ciplina social de modo que la persecucién de bandidos y saltoadores se transformé en una clave prioritaria de la accién gubernamental, abar- cando incluso a algunos que habian sido parti sublevacién rural que habi pes mny activos do la Hevado a Rosas al poder. Los motivos se entionden, pues el accionar de salteadores y cuatreros no se habia dete- nido con la superacién de la crisis politica y segdin algunas evidencias no sélo afectaba también a las estancias de Rosas y los Ar thorena sino Juan Manu pe Rosas 401 quo ademas asolaba la periforia de la ciudad en bandas que on algunos casos llegaron a superar la treintena de hombres."” En una segunda direccién se orientaron las decisiones destinadas a reparar la situacién de las “familias pobres” de la campafia que habfan sostenido la resistencia federal, y en este sentido resultan muy ilustrati- vas las consideraciones que Rosas le hacia a Estanislao Lopez respecto de la situacién en Cérdoba hacia 1831: aconsejaba que debia actuarse con energia frente a los unitarios aun a costa de cometer injusticias :mientras que en cambio se debfa ser cuidadoso con los federales y, os- pecialms on los que han quedado sin nada”. Para ser més claro, recordaba que él mismo habfa hecho en Buenos Aires “callar la grita general” impulsando al mismo tiempo la entroga de tierras en la nueva frontera y certificando efectivamente la colaboracién que se habia pres- tado al ejército federal a través de una comisién clasificadora de los créditos y de los jueces de paz que “eran Federales hechura mia”, ha- ciendo que la Legislatura pagase los créditos de los pobres hasta 2000 pesos.” El Estado, entonces, se haria cargo de la reparacién y aunque ella iba a pasar por el filtro de los comportamientos politicos parece haber atendido preferentemente a la situacién de las familias camposi- nas ompobrecidas, Una tercera direccién estuvo destinada a consolidar sus relaciones con la poblacién afrodescendiente implementando la formacién de bata- llones milicianos de libertos como los denominados “Defensores de Bue- nos Aires” y “Libertos de Buenos Aires”, entre 1830 y 1831, y el batallén Restaurador de las Leyes”, en 1835. Al mismo tiempo se Ilamaba a las armas a todos los habitantes de la provincia y se aclaraba que “este deber, comin a todos, afecta muy especialmente a los pardos y morenos, qu debiendo nacer esclavos por la condicién de sus madres, han nacido li- bres por la generosidad de la patria." En los afios sigu taciones se mantuvieron y, en particular, el lugar s ién do color como sostén del rosismo incluso se acentué: asf, si 1 se habia rehabilitado la venta de esclavos, en 1839 su gobierno definitive de la trata. Las evidencins disponibles son docretaba el ces contundentes en demostrar que durante su segundo gobiemo el apoyo ‘entre la poblacién de color de la ciudad era firme y decidido, Si todo lo seftalado hasta aquf podrfa ser interpretado como contra- \ictorio, se puede explicar precisamente por la complejidad de la sociedad 402 Rati O. Frapkin -Jonce Getsean {ue lo toca gobemar, as como por los avatares de los sucasos politicos que hacen variar las actitudes tanto de Rosas como de los distintos ac. tores sociales. Lo que define las acciones de Rosas no es ni la defonsa sistematica de los sectores propietarios ni le de los sectores populares, sino Ia construccién o reconstruccién del orden social y politico y su lugar Liderando ese proceso. Y en el contexto que describimos oso podia significar en ciertos momentos hacer un esfuerzo por disciplinar a los sectores populares (y a ello apuntan por ejemplo las medidas quo toma apenas iniciado su primer gobierno, para desarmar a los sectores movi. Hzados por el alzamiento rural o para restaurar la labor religiosa en la campana y reimplantar ol respeto a la propiedad) y en ello podia incluir la represién més dura sobre las conductas que consideraba “desviadas” de los subalteros, pero en otros apoyarse en esos sectores populares ara someter a unas elites que lo cuestionan o que Rosas considera que alteran la capacidad de construir un orden estable (y aqui podemos in. cluir desde intervencivues de Rosas para encauzar a movimientos sub. alternos con cierta ospontaneidad y autonoméa, como el alzamionto ra. ral de inicios de 1829, hasta intervenciones mucho més controladae de agentes populares por algunos de sus més fieles seguidores, como pudo haber sido la Mazorca). En este sentido es muy importante estar atentos 2 la coyuntura, ya que en diversos momentos se acentfan cierto rasgos Y ciertas actitudes que pueden parecer contradictorias con otras, pero que estdn expresando més bien el cambio de contexto y la necesidad de @poyarse en unos u otros detras del objetivo iltimo de reconstruir el urden y mantenerse en el poder. Rosas ¥ Los INDIOS DE 1S PAMPAS 0 LOS INDIOS DE Rosas En un marco interpretativo similar se puede pensar la rolacién de Rosas con los grupos indigenas de la zona pampoano-patagdnica, una rolacion fen antigua y tan intensa que inclufa desde ol cautiverio de su padre o Je muerte de su abuelo materno en manos de Ins indios hacta la capaci. slad de Rosas para conocer @ fondo la lengua dominante de las pampas, uo lo lev6 a escribir un diccionario y una gramética de ella. No hay evidencias firmes que permitan precisar de qué modo Rosas hizo estos prendizajes, pero lo cierto os que cuando Saldfas recibié sus “papoles” JuaN Manus pe Rosas 403 entre ellos habia también una arenj rita por Rosas y dirigida a los caciques en su propia lengua. Segtin relaté el historiador, se los presté unos dfas a Ernest Renan, quien le habria prometido escribir una intro- duccién para publicarlos, pero fallecié a los pocos meses.” No extrafia, por tanto, que Rosas haya sido sefialado como una espe- cie de jefe indio o como lider adorado por los indigenas pampeanos, 8 la vox quo os quion llev6 a eabo Ia Campaita al Dostorto quo dorrots a sangre y fuego a diversos grupos indigenas, consolidando el dominio criollo de muchas tierras de Buenos Aires en detrimento de esos arupos. Esta aparente paradoja puede ser abordada siguiendo la muy buena te bliografia que en las tltimas décadas ha renovado nuestras formas de pensar la experiencia de la frontera bonaerense y rioplatonso en general. Lo primero que esa nueva historiografia ha cuestionado es Ja imagen de una sociedad indigena homogénea y arménica, enfrentada como un todo unificado al mundo colonial y luego criollo, que también estaba lojos de ser un conjunto arménico. NI las soctedades a uno y otro lado de la frontera eran mundos coherentes ni dichafrontera era tal como se la pensaba. Hoy sabemos muy bien que la frontera mas que una Iinea divisoria entre dos sociedades en guerra era un espacio de interaccién construido en el largo plazo, que inclufa desde sistemas de intercambio de bienes, servicios y practicas culturales entre los habitantes de uno y otro lado hasta la construccién en consecuencia de relaciones de tipo personal y aun familiar entre algunos de sus intograntes. Por supuesto, esta interaccién inclufa también relaciones de violencia con el desarro- lo de enfrentamientos mayores y menores, sustracciGn de recursos de uno u otro lado, el sometimiento a esclavitud de indigenas enemigos, y a la inversa la toma de cautivos por parte de los grupos indigenas 0 la intervencién de diferentes agrupaciones indigenas en los conflictos de la sociedad hispano-criolla.” ; Pero es necesario tener en cuenta siempre que estas diversas interac- iones se producfan entre mundos que, como dijimos, no eran homogé- eos, y por lo tanto el comercio pacifico y las relaciones interpersonales : s indi es con algunos grupos crio- entre algunos grupos indigenas y sus caciqu lg lls podien couvivis perfociamonte en al tiempo con la guerra y el sa- ‘queo entre otros. Es mas, resulta imposible comprender las relacionos centre “indios” y “blancos” sin entender las divisiones y las conflictos al ‘sos concoptos oquivocos designan. Por poner un interior de lo qui 404 Ravi. O. Feapkws - force Grustan ejemplo que tiene que ver con nuestra historia de Rosas y los indios: la guerra que aquél lleva adelante en la Hamada “Campafia al Desierto” la realiza integrando en sus ejércitos a numerosos indigenas de los de- nominados “indios amigos”. Es decir que ese mundo indigena estaba compuesto por grupos muy diversos entre los cuales la presencia de “cristianos” ~fueran cautivos o renegados— era harto frecuente, muchas veces enfrentados entre ef, y que podfan utilizar los acuerdos que tejfan con un gobierno criollo para saldar esos conflictos entre agrupaciones indigenas. ‘También dentro de la sociedad criolla hubo enfrentamientos de di- verso tipo y las alianzas con agrupamientos indfgenas fueron frecuentes ara sumar fuerzas contra sus enemigos criollos. Asi hemos podido ver cémo grupos de indios amigos intervinieron en el levantamiento rural de 1828-1829 y rosultaron decisivos en 1839 para que los ejércitos rosis- tas derrotaran a los Libres del Sur, asf como en diversos momento: con suestu desigual~ distintas facciones politicas, no s6lo federales, buscaron establecer alianzas ofensivo-defensivas con agrupamientos in- dios. Este es un elemento en las disputas politicas y militares rioplaten- ses que esté presente desde mucho tiempo atras y, por citar apenas un ejemplo curioso, conocemos e! ofrecimiento que grupos indfgenas rea- lizaron a las autoridades de Buenos Aires para apoyar la defensa ante Jas invasiones inglesas.”* Obviamente que dichos ofrecimientos y acuer- dos no eran gratuites y respondian en general a la busqueda de alguna ventaja en el equilibrio de fuerzas local. Es necesario tener en cuenta, para pensar la relacién de Rosas con los indigenas pampeanos, que luego de un largo periodo de relativa armo- nfa en la frontera de Buenos Aires, por el cual los pobladores “espatio- les” se mantuvieron al interior de una linea establecida en las cercanfas del rio Salado e incluso llegaron a traspasarla pero respetando y recono- ciendo la soberanfa indigena més alld de ella, después de la revolucién comienza un proceso de expansién criolla, que se vuelve impetuoso desde finales de la década de 1810 y que va a poner en cuestién todos os acuerdos previos e inaugurar una etapa de fuertes enfrentamientos entre ambas sociedades. Sin embargo, es posible detectar que en este proceso de expansién fronteriza de Buenos Aires hay varias altemnativas y propuestas, no siem- re compatibles entre si y que muchas veces van a generar conflictos al JOAN Manust.o€ Rosas 405 intorior del mundo criollo, que ya eran visibles en el perfodo colonial. De inanera esquemética se podria decir que de un lado prevalecen propues- tas de ir negociando una lenta ampliacién del territorio, buscar alianzas con algunos grupos indigenas a cambio de contraprestaciones diversas, y tratar de ir incluyendo y “civilizando” a muchos indigenas, lo que por cra parte se consideraba necesario para ampliar la oferta de la muy esca~ a mano de obra rural, mientras que otros son més partidarios de un en- frentamiento radical, una guerra, que leve Ja frontera més alla répida- mente, ocupando todo ol territorio y sometiendo los indigenas a sistemas ms parecidos a Ja esclavitud. Entre los primeros figuran algunas perso- ras quo vale la pena recuperar aqui, como Pedro Andrés Garcia, un pe- ninsular venido a fines del XVIII al Rfo de la Plata que se convierte luego de la revolucién en uno de los principales expertos y asesor de los gobier- znos rovolucionarios en temas agrarios y de frontera. Garcfa defendié Ia ne- cesidad de una expansién por etapas, estableciendo acuerdos con algunos ‘grupos indigenas y con una colonizacién de la nuova frontera por vocinoe alos cuales se les crearan derechos sobre la tierra y de vecindad, de mane- rade sostener con estos nuevos “ciudadanos” asf establecidos la defensa de la frontera, ala vez que se iria “civilizando” a los indigenas fronterizos por Ja via de la cercanfa cultural y la integracién pactfica en ese mundo. Pedro ‘Andrés Garafa es el padre de Manuel José Garcfa, destacado funcionario de varios gobiernos de la primera mitad del siglo XIX y ministro del mismo Rosas en sus inicios. También tuvo una relacién personal directa con Juan Manuel de Rosas. En este sentido podemos encontrar varias coincidencias ten Jas formas de pensar la situacion de la frontera y la relacién con Jos in- dios entre ambos, y no resulta una casualidad que el napolitano Pedro de quien jugara un papel central en el entramado de intelectuales y {as del régimen de Rosas, incluyera varios de los escritos de Pedro Andrés Garcfa en su famosa Goleccién de Obras y Documentos relativos la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Rio de la Plata, publicada por primera vez. entre 1836 y 1837. En cualquier caso, como hemos visto en los capitulos precedentes, Rosas buscé desde un inicio como emprendedor rural integrar a indige- nas como trabajadores en sus estancias frontorizas, a la vez que entabla- ba con ellos relaciones de tipo personal, oficiando como su “protector” o ante los enemigos tanto ante otros vecinos y autoridades criollas co! indigenas de sus aliados. En este sontido también se enfrenté con el 406 Rast. O. FRADKIN - jorce GeLMAN gobierno de Martin Rodriguez en los tempra os afios veinte, cuando fe lanz6 una ofensiva militar sobre la frontera, poniendo en entredi- cho los trabajosos acuerdos que tanto él como otros importantes propie- tarios habfan establecido con algunos grupos indigenas, provocando asi cl inicio de una etapa de fuerte inestabilidad y conflictos on la frontera. De esta manera, al llegar al gobierno Rosas levé a cabo una politica indigena muy clara, que tuvo como fundamento el establecimiento de acuerdos de convivencia y contraprestaciones con varias parcialidades indigenas, denominadas “indios amigos”, entre las que destacaban las Tideradas por los caciquos Catriel y Cachul, pero que incluyé a varias otras agrupaciones aunque de manera més inestable. Con éstas entablé Jo que se denominé el Negocio Pacifico, que implicaba que ol gobierno de Buenos Aires les entregaba regularmente una cierta cantidad de bie- nes, especialmente ganado caballar —un bien muy demandado por los indigenas-, a cambio de su participacién en la defensa de la frontera. Se trataba entonces de grupos indigenas establecidos en la frontera misma, que circulaban tanto de un lado como del otro de ella y que, de hecho, Participaban en el mercado de trabajo de la campaiia de Buenos Aires, aunque fuera de manera intermitente. Junto a estos grupos, sobre los cuales Rosas tuvo una gran influencia y que parecen haber sido de una fidelidad extrema al gobernador, habia otros grupos, denominados “indios aliados”, los cuales establecieron lazos algo més débiles con los gobiernos de Buenos Aires y con Rosas, vivian en tervitorio indigena y, si bien participaban también del Negocio Pacifico, gozaban do mayores niveles de autonomifa. Eulre éstos se en- contraba por ejemplo Calfucuré, quien en algiin momento avanzado el gobierno de Rosas, y sobre todo después de su caida, encabezaré una alianza indigena que amenazaré fuertemente a Buenos Aires. Las relaciones de Rosas con los diferentes caciques estaban diferen- ciadas y personalizadas. El efecto de esa estratogia puede advertirse me- jor si se toman, por ejemplo, las palabras del cacique borogano Juan Ig- nacio Caningtin, quien Ie expres6 a Rosas desde sus toldos en Guamini que “hemos hecho las paces con usfa, y con usia queremos entendernos; con otto no pudseaios jamds tenor tanta confianza”.”* isa estrategia, en- tonces, parece haber tenido su correspondencia entre algunos eaciques que advirtieron las ventajas de una relaci6n personalizada y lo més di- recta posible con el gobernador. También parece haber convertido a al- Juan Manure. Rosas 407 unos caciques en perdurables aliados del régimen rosista: asf el men- Sonado Cattiel, por ejemplo, mantenfa una relacién con Rosas que lo convertia al mismo tiempo en un interlocutor privilegiado de otros ca- iques © incluso Hog6 a ser reconocido por el gobierno portefio como general y cacique superior de las tribus del Sud, reconociéndosele el ‘sso del uniforme militar, las charreteras de coroncl y el sueldo.** sto no impidié quo Rosas se enfrentara con diversos grupos indige- nas; no habia en ello ninguna contradiccién. Como dijimos, las alianzas «que supo tejer con diversas parcialidades tenfan en cuenta y se apoya- han en las divisiones y los enfrentamientos entre unos grupos y otros, y Rosas aprovech6 esas alianzas para mantener la seguridad en la frontera vy, cuando consideré el momento apropiado, lanzar una fuerte ofensiva tnilitar sobre los grupos ind{genas enemigos, con ¢jéraitos integrados por soldados criolios y tropas de indios amigos. Silvia Ratto ha mostrado que las vinculaciones entre Rosas y los gru- pos indigonas pampeanos tomaban la forms Ue tres circulos coneéntsicos, donde cada uno representaba un tipo de relaci6n diferente. En el primero estaban los més comprometides con el gobierno (los “indios amigos”), que vivian dentro del territorio provincial, recibian periédicamente ra~ ciones de yeguas y articulos de consumo y cumplfan una diversidad de funciones, En el segundo se inclufan las agrupaciones de “indios alia- dos", que periédicamente se acercaban a los fuertes de frontera para co- mexciar o mantenor parlamentos ¢ intercambiar informacién por gratifi- caciones. En el tercero se hallaban los jefes indfgenas transcordilleranos, que mantenfan una telacién bésicamente diplomitica con el gobierno bonaerense por la que circulaben informacién y obsequios Pero no se trataba de cfrculos estables sino que a través de ellos se en- trotejia una comploja trama de relaciones y negociaciones. Rosas apel6, para que funcionaran, a una miiltiple variedad de intermediarios de diver- sa jerarquia y posicin social, incluso antes de legar al gobierno, sin los cuales era imposible que consolidara sus relaciones con los caciques.** Sin embargo, estaba muy preocupado por concentrar en sus manos toda la in- formacién posible v todas las decisiones. Asi, por jemplo, en una carta de 1832 le aclaraba al teniente coronel Manuel Delgado que no debia confun- dlirse: si bien sus partes habian sido publicados como dirigidos al inspector ‘general, no debfa entender por eso que ésa era la via de comunicacién: por el contrario, debfa dirigitse directamente a é1 “en un asunto en q.* yo solo OS SADL AG. FRADKIN = JORGE GELMAN debo primero entender ¢ imponerme”, erecta? onviaba: Rosas elegia con cuidado con qué caciques podia oe ase y Te aclaraba que su carta no sélo debia serle lefda a los caci. ques “amigos” sino que ademas debta o eee fa entregérseles una copia.® taauna presi Politica y territorial, pero para la década de 1 una presiéu mayor, por ejemplo, sobre los c car a los ranqueles. La estrategia no estaba ex de amenazas y persuasién, como lo muestra u al jefe Caftuiquir: No era la tinica instruecién bien ina carta de Rosas de 1833 Mediten ustedes un poco y ver que mi amistad les val ¥ que deben procurar conservatlaa toda costa, Tambien se ne sario quo no olviden que yo sé todo lo que pasa y que aungue al unas veces guarde prudencia v silencin no es porque no sees lee

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