You are on page 1of 71
ALFAGUARA INFANTIL Juan, Julia y Jerico Christine Néstlinger As{ era Juan a Se Hamaba Juan. Juan Jerbek. Tenfa ocho affos y era muy bajito para su edad. En el colegio, cuando en cla- se de gimnasia los obligaban a ponerse en fila segin la estatura, siempre se peleaba con Michi por ef peniitimo puesto. Juan no queria ser el’ més bajito de la clase. También era bastante delgado. Pero fuerte. En el gimnasio, cuando los manda- ban a subir la cuerda, siempre Hegaba al techo el primero. ¥ nadie en el colegio co- ria més répide que él. Ni siquiera uno de cuarto, Alex, que tenéa fas piernas larguisi- mas como las de Jas araftas. En las peleas. camino del colegio, 2 veces les ganaha a los nifios incluso més al- tos que é! si luchaban limpiamente. Los ojos de Juan eran de un azui 8 clarisimo. Sus cabellos eran rojizos, muy rojizos, como la piel del zorro, y ensortija- dos. En la nariz y en las mejillas tenia pe- cas. En-verano, cuando le daba el sol, las pecas tenian hijos y entonces su cara se Ile- naba de puntitos. En invierno, casi desa- parecian, Le quedaban can pocas que hasta podia contarlas; erés en la nariz, dos‘en la mejilla izquierda y siete en la derecha. ¥ los dos dientes de arriba, que le habian salido el uiltimo invierno, eran muy grandes y estaban ligeramiente torcidos. Ademés, su pie izquierdo era algo mas ancho y un poco maé largo que el de- recho. Para el izquierdo necesitaba un zapa- to del niimero 30. Para el derecho, uno del 29. Pero como, por desgracia, no hay zapa- teria que venda dos zapatos de distinto nii- mero, su madre siempre elegia el par que le quedaba bien al pic derecho. Y, claro, el za- pato izquierdo le apretaba. Le presionaba el dedo gordo y le rozaba en el talén. Como consecuencia, tenia una ampolla en el dedo y una zona enrojecida en el takin, re ET TEETH TO 9 Por eso Juan tenia una'ligera co’ ra. En verano, cuando Hevaba sandalias, jamds cojeaba, Ni tampoco cuando corria descalzo, como en clase de gimnasia. Juan tenia... Joan tenia padre y madre, un her- mano pequefio y una hermana mayor, una abuela y una abuelita, Juan tenfa una coleccién de cajas de fdsforos y un album de estampillas muy gordo, un mecano viejo y otro nuevo. Te- nfa sesenta y siete autitos y un traje de in- dio con un penacho de auténticas plumas de dguila. Juan tenia una habitacién empape- lada con, dibujos de patos Donald y sus sobrinos Hugo, Paco y Luis y ratones Mickey y relucientes montafias de morle- das de or6 sobre las que se sentaban mu- chos Ricos Mac Pato. Juan tenia unos prisméticos, cinco relojes de pulsera desarmados y un desperta- dor roto, dos cajas lleftas de construcciones, tunos tirantes rojos y treinta y siete libros. hse ESHER ROS 12 van tenia una chaqueta azul mari- no que le obligaban a ponerse cuando iba isita con su mama. Juan siempre cenfa sed. Juan tenfa miedo cuando se desper- taba por la noche y todo estaba muy oscu- ro y silencioso. Juan venfa tres amigos: Andrés, Ka- tin y Sissi. Y un hamster en una jaula, an sola tener suerte. Cuando viajaba en autobiis sin bo- leo, nunca pasaba el revisor. Cuando hizo afiicos una copa de vi- no muy cara bebiendo limonada, consi- guid envolver los trozos de cristal en un papel y tirarlos al cubo de la basura sin que se dieran cuenta su madre, su abuelita © su hermana mayor. Cuando jugaba al fiitbol en el patio y en vex dé lanzar el ba- Ion a Ja porteria formada por la barra ho- rizoncal donde se colgaban las alfombras para ser sacudidas, lo tiraba a la ventana abierta del conserjé, éste salia al patio y re- taba a Andrés. O a.cualquier otto nifio. » 13 Pero nunca sospechaba de Juan Las tareas de matematicas sélo tenia que escribirlas, No necesitaba sacar las cuen- tas. Su hermana mayor le dictaba las ope- racienes. Y los resultados. Porque su madre siempre le decia: —sAyuda a Juan! Ademds, una-de sus abuelas, la que 4 llamaba «abuclita», tenia una tienda de golosinas, Juan tenia mas chocolates, mas caramelos y mas barquillos de los que po- dia comer. En el colegio, durante el re- creo, solfa repartir caramelos ¥ chocolates y barquillos. Eso le hacta set muy quetido entre los nifios. (Como es légico, Juan! tenia un montén de cosas mas. Aqitisélo hemos ci- tado las més importantes.) wv Juan no tenia... 4 para sonarse. Ni un pafiuelo de tela ni uno de papel. Ni bicicleta. Ni una pistola de ju- guete. Ni una escopera de plistico. Ni un Juan no tenfa una billetera roja con cierres metdlicos que centellean cuando les da la luz. Ni un perro San Bernardo. Tampoco un ‘auténtico sombrero tejano de cowboy, de ala ancha y de cuero. Juan no tenja talento para los tra- bajos manuales; ni para las maquetas de barcos, ni para los castillos de papel. Tampoco tenfa un gato. Juan casi nunca tenfa dinero. Mu- chas veces, la verdad, no tenfa ni un cénti- mo. Tampoco tenia un hermano mayor, 15 alegre, simpatico y carifioso. Juan no tenia un siete en dibujo. an no tenfa un hueco entre les dientes que le per Ni un abuelo. Como és légico, Juan tampoco te- nfa un montén de cosas mds. Aquf sélo hemos citado las que més echaba de me- nos. itiera silbar muy alto. Un dia Juan fue a comprar unas cosas para su madre. Compré un kilo de | carne de vaca y un hueso bien gordo, un manojo de verduras frescas para la sopa y un paquete de fideos. Y cuatro manzanas verdes. Y ocho naranjas. Y ttes plitanos. De regreso a casa, cruz6 el parque. Llevaba zapatos nuevos. Cuando sus zapa- tos eran nuevos, el izquierdo le apretaba de una manera horrible. Asi que se serité en un banco del | parque y se quité el zapato izquierdo, y co- menz6 a balancear el pie para buscar alivio. Deslizé la bolsa de las compras debajo del banco, a la sombra. Lucia un sol espléndido-y noes bueno: que les dé el SS ysol'a laveanite de vaca y al hueso. - Juan se colocé de forma que le die- se el sol en fa cara: 7 Tomaba ef sol en-ia cara siempre que podia. Porque no le gustaban nada sus pecas y pensaba: «si estas asquerosas se multiplican con cf sol, a lo mejor Ilegan a ser tantas quie acaban por ocultar mi piel. Entonces la gente no notaré que tengo pe- cas y creerd que soy medio negro». Cuando una nube pesd ante el sol y su pie izquierdo dejé de dolerle, se dispu- so a calzarse de nuevo el zapato para regre- sar a.casa. En ese momento, llegé al banco una nifia. Muy bajita y muy delgada. Una rojos como la piel de 20- tro, ojos de un azul clarisimo y pecas con ijitos en [a cara, La nifia cojeaba un po- co. Arrastrabe el pie izquierdo. ifia se senté en el banco a su la- nifia con cab do. No hay muchos nifos con cabellos rojos como la piel de zorro y ojos azules clarisimos. Cuando dos nifios tan pareci- dos se encuentran, se miran asombrados. Juan miraba fijamente a la nifia. La nifia le miraba fijamente a él. 18 —Me llamo Juan. —Y yo, Julia —tespondié la nifia y + afiadio—: ;Podriamos sér hermanos! —Mis hermanos tienen el pelo cas- ° tafio —replicé Juan, —igual que los mios —contesté Julia. —Te pasa algo en la pierna? La nifia meneé la cab —Como cojeas... —dijo Juan. No cojeo. Puede correr més répi- do que los demas. Lo que pasa es que el zapato izquierdo me queda grande y tengo que tener cuidado para no perderlo. Juan se rid. —No te rfas como un idiota —dijo Julia—. Mi pie izquierdo es més pequefio que el:derecho. jEs una lata! —Pues a mf me sucede justo al re- vés: mi pie derecho es mds pequeiio que el izquierdo. —De veras? —pregunté Julia. —iDe veras! —Entonces perderds siempre el za- pence ET 07 TTT HSE 20 pato derecho —exclamé Julia. Juan meneé la cabeza. —El derecho me queda bien, que me aprieta es el izquierdo. —~2De qué niimero son tus zapatos? —pregunté Julia, —Del 29 —dijo Juan. i Julia se sacudié el zapato de su pis izquietdo y lo puso junto al de Juan. —Los mios son de! 30 —precisé. Juan y Julia observaron los dos z2- patos que estaban delante del banco. El zapato de Juan era azul, ef de Julia, x Pero canto el rojo como el azul tenfan una suela de goma blanca.’ Y los dos tenfan cuatro ojetillos por donde pasaban unos cordones blancos. —Si fueran del mismo color —dijo Julia—, podrfamos cambiarlés. A ti no te apretaria el mio y yo no perderia el tuyo. Juan se puso el zapato de Julia 7 se + até los cordones. Julia se puso el zapato de Juan y se até los cordones. Funciona! —exclamaron ambos. 2 24 —No me aprieta —dijo Juan. * No se me sale —dijo Julia. Para notar si los zapatos les queda- ban bien de verdad, corrieron hasta los co- lumpios, dieron tres vueltas alrededor y regresaron al banco. Juan corrié lo mas ré- pido que pudo, pero Julia no se quedé atrds. Cuando Hegaron de nuevo al ban- co, se dejaron caer agotados. —A mi me importa un comino Hle- var un zapato de cada color —dijo Julia. —Los nifios del colegio se reiran de s —contesté Juan. —Podriamos decitles que es, una nueva moda venida de Estados Unidos —insinué Julia—. j¥ que son tontos de remate por no conocerla todavia! —Eso est4 bien, pero muy bien —dijo Juan y quiso preguntarle si lo de cambiar los zapatos iba en serio. Justo en ese momento Hegé al'ban- co un sefior calvo. i — Julia! —exclamé el sefior calvo—. noseir 22 No hago mas que buscarte por todas par- tes! ;Ven ahora mismo! {Tenemos prisa! Julia se levanté y el seftor calvo la 23 dentro del zapato rojo; su pie izquierus se sentia tan a gusto como nunca se > sentido desde hacia tiempo. tomé de la mano. —Adids, Juan —se despidié la ni- fia. Después se marché sendero abajo con el sefior calvo, en diteccién a los co- lumpios. Juan la siguié con la vista. Contem- plaba sus pies. El zapato azul y el zapato rojo. —jJulia! —grité Juan. La nifia se volvié. Juan quiso correr hacia ella y preguntarle dénde podia vol- ver a verla y cuando. Pero el seftor calvo también se habfa dado media vuelta y mi raba con cara de pocos amigos. A Juan le parecié que el sefior calvo le miraba enoja- do de veras. Tan enojado, que Juan no se. atrevi6 2 acercasse a Julia. Se limits a salu- dar con la mano, cogié su bolsa de las compras y se marché en direccién contra- ria. Estaba muy triste. A pesar de que, & aR ce anette ! =e we Juan busca a julia A llegar a casa, juan le entregé a su madre la bolsa de las compras. Ella no se fijé en sus pies y él no tenia ganas de enseftarle el zapato rojo. Cogié un ‘plécano y se fue a su cuarto. Alli se eché en la cama, se zampé el plitano, miré la pared cubierta de patos Donald y se enojé por no haber salido co- rriendo detras de Julia. «¢Qué habria podido hacerme el se- fior pelado?», pensaba. «Nada! jNada de nadal» «Juan, te has portado confo un cB: bardet», se dijo a-s{ mismo. , Durance la cena, su padre, al ver que Hevaba un zapato de cada color, uno rojo y otro azul, le pregunté: —:Es la ultima moda? —jSil jTraida directamente. de 25 Estados Unidos! —contesté Juan. Qué es la diltima moda traida directamente de América? —"pregunté su hermana. —Esos zapatos absurdos que lleva tw hermano —dijo el padre. La hermana miré por debajo de la mesa los pies de Juan. —Mamé, jcémo es que Juan va ala tiltima moda y yo no? —Pero si los zapatos de tu herma- no son normales y corrientes —exclamé su madre. Tenfa al hermano pequefo en el re- gazo y le estaba dando la sopa de fideos. Asi que no podia mirar debajo de la mesa para ver los pies de Juan. —Y esos zapatos los hay tambien en otros colores? —pregunté la herma- na—. Uno blanco y otro negro, por ejem- plo? ;Seria fantastico! La madre dejé la cuchara con la que estaba dando de comer al pequefio, le- vanté el mantel y miré los pies de Juan. A 26 éste no le quedé otro remedio que aclarar- le todo el asunto. : "Cuando terminé de: explicar el cambio de zapatos, su hermana exclamé: —jPero Juan, eres tonto, no puedes ir por ahi con un zapato rojo y otro azul! —2¥ por qué no? Hace un momen- to ti querfas urios parecidos, tino negro y otro blanco. —;Mentira, mentira podrida! —ex- clamé su hermana. —Es verdad! —grité Juan. Su hermana se golpeé la sien con el todie dando a entender que estaba chifla- fo. —jMamé! ;Papa! ;Abuelica! —grité Juan—, jUstedes’ son testigos!.;Cuando. crefa que era la tiltima moda, se morfa de ganas por adoprarla! —jJamés en mi vida me hubiera atrevido...!’—replicé la hermana—. Ni que fuera tonta. —jMamd! ;Papi! jAbuelita! —grité Juan con el rostro congestionado de ra- eel 27 bia—. Diganle que tengo razén! —;Déjense de pelear como de cos- tumbre! —les reconvino su madre. —Peto si lo dijo —insistié Juan. —jParece mentira, Juan! —excla- mé la abuelita cortandolo en mitad de la frase—. Los nifios no pueden cambiar sus cosas sin més ni més, No tienen ningtin derecho a ello. ¥ menos tratandose de al- go tan caro como los zapatos. La abuelira afiadié entonces que ha- bia que averiguar quién era la al Julia y donde vivia. Habia que preguntar a sus pa- dres qué les parecia que Hlevase un zapato azul ¥ otro rojo. Al principio Juan quiso protestar. Decir que tenia derecho a no llevar un za- pato que le apretaba. Que eso era asunto suyo y que hadie tenia que meterse en sus asuntos. Pero entonces pensé: «La abueli- ta es muy hébil: siempre que busca en- cuentra. Seguro que da con Julia mucho antes que yon. ‘Asi que se mostré de acuerdo con la 28 abuelica, y su madre también. —Si —dijo la madte—, hay que encontrar a Julia; Yo hablaté con su ma- dre, A:partir de ahora podriamos comprar juntas los zapatos. Un par del 29 y otro del 30. Le dariamos a Juan un zapato de cada par y lo mismo a Julia. ;Seria ideal —Sélo conocen su nombre —dijo el padre—. Jams la encontraran. —Una nifia pelirroja y con pecas igual que Juan, un monstruo asi, seguro que llama la atencién —observé la herma- na con una fi: sera dificil encontrarla. Juan le sacé la lengua a su hermana y le dio una patada, Pero su enojo habla desaparecido. Se alegraba muchisimo de ‘que las posibilidades de volver a ver a Julia hubieran subido como la espuma, Juan esperdé pacientemente una se- maria entera a que la abuelita o su madre encontraran a Julia. Pero ninguna de las dos tuvo suerte. Tampoco se esforzaron demasiado. ita malintencionada—. No’ ER RNAS 29 La abuelita se limitaba a preguntas a todos los nifios que entraban en su tien- da de golosinas: ; —— -jUn-perro-tan-gigantesco como éste' tiene que estar adiestrado! —le dijo la sefiora Tranek al doctor. ¥ mirando a Jericé afiadié—: ;Si vuelve a suceder, me voy! Juan y Julia no decfan nada. Se miraben y sonreian. Julia hizo chocar la punta de su zapato rojo con la punta del zapato rojo de Juan, y éste empujé con la punta de su zapato azul la punta del zapa- to azul de Julia. Y los dos se echaron a refr con risa contenida. —jVAmonos, Tranek! —dijo el abue- lo, —Sefiora Tranek, si no le importa! —precisé el ama de llaves abandonando la casa de madera tras el doctor. ~~ cD TERE ENO 64 Julia y Juan todavia se estuvieron tiendo un rato. A coatinuacién, Julia cogié un cuchillo y tres platos del cajén de la me- sa y corté tres trozos de torta. El pequefio para ella, el mediano para Juan y el més grande para Jericé. La torta era de ardnda- nos y requesén. Estaba exquisita. Pero, al parecer, a Jeticé no le gusté porque se limi- 6 a lamer la capa de mermelada que tenfa por encima. i Julia asintié, {No vas a abritlos? —Luego. Lo principal es que te tengo a ti, Todo lo demés carece de impor- raneia. Juan se sintié muy feliz. La historia de Julia a, contada por Juan —B ueno, Juan, gcémo lo has pa- sado? —le pregunté la abuelita cuando re- gresé a casa al anochecer. —;Cuantos nifios estaban invita- dos? —le pregunté su hermana. —Sdlo yo. Y en realidad mas que un invitado era un regalo, —;Bs que Julia no tiene amigos? —le pregunté su padre. —jMe tiene a mi! —replicé Juan. —Pero sdlo desde hoy —precisé su hermana—. jHay que ser muy raro para no tener amigos hasta cumplir los 9 afios! —Ha estado todo ese tiempo espe- randome —replicéd Juan. ‘Al ver que su hermana se rela, in- tent6 darle una patada, pero su madre to agarré por los hombros. —jJuan, estéte quieto!. —excla- mé—. En primer lugar, no hay que pelear- se, y ademds, tu hermana es més fuerte. i jle va a ganar! no crefa que su hermana vencerlo en una pelea limpia. Si k paz fue tinicamente porque 1 echar a perder aquel domingo feliz con pe- le cusiones. —;Céme son los »: —quiso saber Ja abuelita \ —La madre de imuy nerviosa y tiene padre es calvo y vive en la madre, en Suecia. ¥ is siza, Y 1a hermana pequesa uiza. Y le hermana pequed: —Juan, deja d co —le regafié ou padre . iNo miento! —g ira, porque toda la gente a —jNo grites, cuenta, cu jo la hermana. Juan se senté en el sillém de la tele- 67 vision de la abuelita'y esperé a que su pa- dre, su madre, su hermana y Ja abuelita se sentaran en el sofa y su hermano pequefio se trepara a los brazos de su madre. —Julia vive con el doctor, que es su abuelo —conté Juan—. Cocinar, regafiar, lavar, planchar, ordenar y mandarla a la cama lo hace la sefiora Tranek. El padre de Julia es hijo del doctor. Vive en Estados Unidos. Hace ya mucho tiempo. Se casé una vez que vino de visita. Con la madre de Julia. Y ella se marché a Norteamérica con él: Juan miré a su familia. El padre, la madre, la hermana y la abuelita asinttieron. Lo comprendian perfectamente. —Pero a su madre, Estados Unidos le parecia horroroso —continué—. As{ es que regresé. Con Julia y con su hermano. Ella atin era casi un bebé. La madre, el padre; la abuelita y la hermanaasintieron de nuevo. —E] afio pasado la madre*se mar- ché a Suecia. Porque de todo el mundo lo. 68 que més le gusta es Suecia, —;Por qué esté en Suiza el herma- no mayor? —pregunté la abuelita. —Porque quiere'ser cocinero —ex- plicé Juan—. Y la mejor:escuela de hote- feria est4 en Suiza. ~—Y Ia hermana pequefia, ;qué hace en Italia? —pregunté el padre. —Esté con su abuela, que vive en Roma —respondié Juan. ~ —2¥ cémo es que vive en Roma la esposa del doctor? —pregunté la abuelita, —La mujer del doctor esté més muerta que una momia —explicé Juan—. jLa abuela de Roma es fa otra abuela! —Una familia muy complicada —comenté el padre. —jEn absolute! —grité Juan—. Tener dos abuelas es normal. Yo tam! las tengo. —De acuerdo, de acuerdo —dijo el} padre—., Pero, gpor qué esté Julia aqui? —Porque vivid en Estados Unidos con su padre y en Suecia con su madre y in _ t6 entonces la madre. 69 en Roma con su abuela y ninguno de esos “Sitios le gust. {Esto es mejor! —precisé Juan. —jAh, claro! —exclamaroa la ma- dre y el padre y la hermana y fa abuelita, Luego se quedaron callados, mirén- dose entre si. —Pobre nifia, esa Julia... —comen- —Qué va —dijo Juan—., De Esta- dos Unidos ha recibido como regalo 10 paquetes a rayas verdes y amarillas y de Suecia, otros 10 de color rojo. Los de Re- ma los recibiré mafiana, porque la abuela italiana es lenta. Pero rica. ;Le mandard por lo menos otros tantos! ¥ eso que Julia tiene ya un montén de cosas. —;S? ;Qué? —pregunté su madre. Juan las enumerd, —Julia tiene muchos pafuelos de seda. ¥ una bicicleta roja. Y siete pistolas de juguete, y una escopeta de plastico. Y dos cortaplumas muy afilados. Y una bille- tera roja con ciertes. metélicos que cente- 70 lean cuando les da la luz. Tiene un perto Sen Bernardo. Y un sombrero de cowboy tejano de ala ancha, de los de verdad. Y un gato. Y-dinero de sobra para sus gastos. Délares americanos, coronas-suecas, liras italianas y marcos de su abuelo. También tlene un agujero entre los dientes por el que puede silbar. Y castillos de papel re- covtados y montados por ella misma. Y cica cartas de su hermano. Le escribe una todas las semanas. —jEs uemendo todo lo que tiene Julial —exclamé la madre—, ;Al parecer lo tiene tod —No —dijo Juan—. ;Todo no! iY qué es lo que !e falta? —pre- guneé el padre. Juan enumerd: —Julia no tiene una coleccién de cajas de f6sforos ni dlbumes de estampi- las. Ni un mecahto. Ni maquetas de autos, ni plumas de indio. ¥ el papel de la pared de su cuarto no es bonito. Es de flores de color rosa, muy raquiticas. Julia no tiene n tirantes, ni prismaticos, ni relojes que de carmar. También Te faltan libros y cons- trucciones y un hémster. Ademds, con el chocolate la tienen a raya, Por los dien- tes. Juan mird a su familia y prosignié con un suspiro. —Tampoco tiene mucha suerte. No tiene una hermana que le haga fas sa- reas de materndticas. jY si alguna vez toma el autobiis sin boleto, aparece el revisor: ;Y si la sefiora Tranek hace afiicos algo, el abuelo piensa que ha sido Julia! j¥ cuando rompiéd de un pélotazo el cristal de la puerta de Ja florerfa, el duefio se dio cue ta enseguida que habja sido ella! —jEs terrible! —dijo la madre. Juan asintid. . —Ademés, tampoco tiene una ver- dadera abuela, ni una madre y un padre realmente auténticos. Porque tenerlos tan lejos es como no tenerlos. —Ni una hermana mayor —dijo la hermana. 72 —Eso seré lo més soportable —re- plicé la abueliea. Juan sonrié. —Pero ahora todo esté en orden —anuncié—. Vamos a compaitirlo! —iQué es lo que van a compartir? —pregunts la madre. —Todo —respondié Juan, —iIncluso a mi? —quiso saber la abuelita Juan asintis, —A cambio supongo que me toca- xé la mitad det abuelo. —:A. mi también piensas compar- ime con Julia? —pregunté su hermana. —jPor supuesto! Tu le hards los de beres de macemdticas y a cambio su her- mano’ me escribird una carta todas las se- manas. —2Y qué hay de nosotros? —pre- guntaron el padre y la madre —~Como es natural, a ustedes tam- bign los compartiré con ella —-contesté Juan frunciendo el ceo. 73 —¥ qué recibirés a cambio? —le interrogé la madre. —Podré Hevar a Jericé de fa correa. Y ponerme el sombrero de cowboy. Y ade- més... —afiadid levantdndose de la butaca de la television de la abuelita—, cuando se trata de amistades, no hay que ser tan cal- culador. Juan abandoné el cuarto de estar. La madre, el padre, la hermana y la abue- lita to siguieron con la mirada —jQué espanto! —exclamé su her- mana—. ;Vamos a tener la casa llena! * to comparten todo Desce a domingo del cumplea- os, Juan y Julia compartieron de verdad todo to que tenian, Hasta las cosas desa- gradables. La sefiora Tranek, por ejemplo: cuando Juan pasaba la tarde de! lunes, del miércoles y del viernes con Julia, lo rega- fiaba lo mismo que a ella. Y cuando Julia visitaba a Juan en su casa los martes, los jueves y los sdbados por la tarde, comparefan las cajas de fésfo- tos, los autitos de juguete y los relojes des- montados,-y también al hermano pequeiio de Juan, que podia ser pesadisimo. Gatea- ba por el suelo sin importarle un pepin que el mecano estuviera armado 0 los au- titos de juguete perfectamente alineados. En cuanto Juan y Julia se descuidaban, se abalanzaba sobre las estampillas, se las me- tfa en la boca y se las comia. Su hermano” r Juan y Julia a, 75 pequefio era un caprichoso. jLo queria to- do! Y si no se lo daban, se ponia a berrear como un demonio. Los domingos, Juan y Julia no los pasaban juntos. —Los domingos son para descansar —le habia dicho a Juan su madre—. Pasar juntos todos los dias —Ie explicé—, acaba mejor amistad. Juan no crefa que tuviera razén, pe- To no se opuso porque se daba cuenta de que bastante tenia su madre con aguantar a Julia tres veces por semana. —Julia es una nifia muy simpética, pero te crispa los nervios. De veras! —ha- bia ofdo que le comentaba a su padre. Juan comprendia hasta cierto pun- to que Julia le atacase los nervios a su ma- dre, porque no era una nifia tranquila y discreta. Cuando queria algo, lo exigia. Si no se lo daban, siempre preguntaba por qué. Cuando queria gritar bien alto, lo hacta mejor que toda una tribu de indios, q 76 a y si la vecina golpeaba la pared con el ce- : pillo, Julia, en vex de callarse, cogla otro tepilla y golpeaba también la pared. A Julia le parecla completamente normal saltar desde el peldatio més alto de Ja escalera de mano a la cama de los padres de Juan. Pata dibujar usaba el hermoso pa- pel de cartas de la abuelita hecho a mano. Y cuando jugaban a los indios, tomaba del / bafto las pinturas de labios y las sombras de ojos de la madre de Juan para hacerse sus camuflajes, de guerra. Y sacaba de la jaula al fidmscer dé Juan y se olvidaba Iue- go de volver a meterto dentro, El hémster entonces se escondfa no se sabe dénde y la madre tenfa que buscarlo. A veces, el hamster permanecia oculto durante toda la noche. Ya la niafiana siguiente la alfom- bra aparecta cubierta de sus cagaditas. En una ocasién julia pinté el papel : mural del cuarto de Juan. Con un plumén dibujé cosas de. color rosa:entre los patos Donald, los tios Rico MacPato y los sobri- nos Hugo, Paco y Luis. Entonces, la abue- (Cheese aarensasusmersnemc - 7 | 7 litd se enoj6 mucho. Julia no lo entendis. -- —Peroy-abuelita-no te pongas asi le dijo Julia—. A catabio, Juan puede pintar patos Donald y tfos Rico y sobrini- tos entre mis rosas de color rosa. Ademés Julia siempre estaba ham- brienta. En una tarde necesitaba por lo menos 7 sandwiches y 5 jarras de leche con cacao. ¥ chocolates, y caramelos, por supuesto. Julia se morta por el chocolaze. —jAbuelita, no seas amarrete, dame un poco més! —decia cuando la abuelica le negaba el octavo bombén de chocola- te--, {Si tienes una tienda entera llena de chocolates, abuelical —Pero es para vender —respondia la abuelica—, no para comérmelo yo. Si no vendo chocolate, no ganaré dinero y me moriré de hambre. —No, abuelita —replicaba Julia—, porque entonces no podrias comerte el chocolate. —No —insistia-la abuelita—. Si me como el chocolate, no tendria dinero 78 para comprar més y me morisia de ham- bre. —Entonces, saca dinero del banco —sugeria Julia. —Del banco sélo puedes sacar di- nero si lo has metido antes —decia la abuelita. —Eso es una tonterla —decia Ju- lia—. {Hay que hacer algo! —jBueno, bueno! —suspiraba la abuelita—, ;Haz algo! Y salia. inmediatamente de la habita- cid porque no tenfa ganas de seguir hablando con Julia de dinero, ni de bancos, ai de chocolate. Julia entonces cortfa donde la ma- dre de Jian. / —Mamd de Juan, tiehes que poner dinero en el banco a nombre de la abuelita. Para que pueda sacarlo. La madre de Juan se refa. —jEn serio! —decfa'Julia—. Sino, se moriré de hambre. Yo. no’ tengo dinero. para meter en el banco —contestaba la madre de Juan—. El que tengo me Hlega justo para pa- gar el alquiler y comprar la comida y todo lo demds. ;No me sobra ni ua céntimo! —jEso ¢s una tonteria! —decia Ju- lia—, {Hay que hacer algo! — Bueno, bueno! —suspiraba la madre—, Haz alg A continuacién, Julia iba a ver al padre de Juan, que acababa de volver a ca- sa de trabajar, y le decta: —Papa de Juan, tienes que darle a la mamé de Juan més dinero, para que pueda meter una parte en el banco y la abuelica pueda sacarlo del banco y no se era de hambre. —Le doy a la mamé de Juan rodo lo que me da mi jefe —contestaba el pa- dre-—. Y él se niega a darme més. —Eso es una tonteria —decfa Ju- a—. {Hay que hacer algo! —;Bueno, bueno, hazlo! —decia el padre, saliendo de la habitacién Julia queria de verdad resolver ese : 80 asunto del dinero. —Abuelito —le dijo por la noche af doctor—, hay que arteglar el asunto del dinero. Por qué? —E] jefe del padre de Juan lé da tan poco dinero que la madre de Juan no puede meter nada en el banco. Por eso la abuelita no puede sacar nada. —Bueno, zy qué? _ —Nosotros siempre podemos sacar dinero: del banco —dijo Julia. —Bueno, zy qué? —insistié ef abuelo. : — Que es injusto! —replicé Julia. A continuacién, le propuso que compartiese con los padres de Juan el di- nero, que tenia en el banco. Eh-abuelo se opuso. —jDe eso ni hablar! —dijo—. No pienso regalar mi dinero. ;Me gusta tener dinero! Julia intenté convencerlo de que lo repartiera. Pero el.abuelo se mantuvo firme. 82 —Ni sofiarlo! —grité—. Entonces también tendsfa que repartirlo con Ia se- fiora Tranek, Ella tiene todavia menos di- nero que los padres de Juan. También ten- dria que repartirlo con la conserje.-¥ con la ayudante de mi consulta. La mayor par- te de los pacientes que acuden a mi tienen también menos dinero que yo. ;Si lo repar- to con todos ellos me quedaré sin nada! El abuelo argumenté que entonces se verla obligado a vender su magnifico Mercedes. Y no tendgian carne suficieinte para Jericé. Y tendrian que convertir en le- fia Villa Julia. Y no podria ir de vacaciones a Capri. ¥ tendrla que renunciar a sus ci- garros habanos. _ —iPero yo lo comparto todo con Juan! —exclams Julia, Haz lo que quieras, eso es asun- to tuyo —contesté el doctor. —Gracias —dijo Julia. Gracias por qué? 1 =:Porque sélo eres avaro tt y no me obligas‘a sérlo a mf también. 83 A la tarde siguiente, cuando Juan fue a casa de Julia, ésta le pregunté: —;Cuanto dinero tienes? Juan sacé unas cuantas monedas del bolsillo del pantalén, medio chelfn en total. —i¥ en casa? —jNada! —dijo Juan. —Dame la mitad —exigié Julia Juan repartié las monedas. Julia cogié una lata del cajén de la mesa y sacé de ella cuatro billetes. —Son 800 chelines —dijo, y sepa- rando 400, los empujé hacia su amigo. —No puedo aceptarlo —dijo Juan—. Mis padres se opondrian. —Si lo compartimos todo, tam- bién hemos de compartir el dinero —re- plicé Julia. —Mi padre siempre dice que con el dinero termina la amistad —afirmé Juan. Julia reflexioné unos momentos y silbé a través del hueco entre los dientes. REA ST } { tf 84 —Ellos no tienen por qué enterar- se de esto —afiadié. “De un modo u otro, siempre ter- minan enterindose de todo. Julia volvié a reflexionar y a silbar por el agujero entre los dientes. Después se levant6, cogié otra lata y metié dentro el dinero que le correspondia a Juan. —Déjalo en mi casa —dijo. Guardé las dos latas en el cajén de la mesa. Juan se alegré. Nunca en su vida habia tenido tanto dinero. Ahora era rico; al menos los lunes, miércoles y viernes pot la tarde. gf A Julia se le ocurre una idea "Ly Uh ata Juan y Julia estaban en Villa Julia sentados en el suelo, apoyados en Jericé que dormitaba tumbado detrds de ellos. —Jericé, viejo, la vidita que llevas, mucho mejor que yo —decia Julia rascdn- dole suavemente el lomo. —;Por qué mejor? —pregunté Juan. —Porque no tiene que ir al colegio. A Julia no le gustaba ir al colegio. Le resultaba insoportable. —E colegio al que voy ahora es to- davia mds estiipido que los colegios en los que he estado antes —explicé Julia. Hacfa medio afio que habia regresa- do de Suecia, donde habia asistido durante seis meses a un colegio. Y antes a otro en Estados Unidos. —;Por qué es mas estiipido el cole- RI SSS 86 gio de aqui? —pregunté Juan, —En Suecia y en Estados Unidos —explicé Julia—, no entendfa todo lo que decian los nifios y la profesora. Porque no sé mucho inglés y el stueco lo hablo fatal, Pero aqui lo entiendo todo. Y me doy cuenta de lo estupidos que son todos. iS, a veces lo son, desde Inego que sf! —confirmé Juan. ecordaba cémo se hablan burlado de él los nifios por Hevar los zapatos de distinto color, uno azul y otto rojo y cémo Karin, Sissi y Andrés corrfan trassél'can- tindole canciones absurdas. Pero como ya ‘20 lo molestaban porque se habian hecho amigos'de Thomas, aftadié: —. Peto la estupidez desaparece con el tiempo. —Tampoco me gusta mi profesora —dijo-Julia—. Siempre esté de mal hu: mor, az —A mi me encanta la mia’ —dijo Juan—. La sefiora Meyer es muy carifiosa. No lo creo. Una mujer que se tla- 87 ma Meyer por fuerza tiene que ser tonta, —Pero Julia! —exclamé Juan—. ;No digas bobadas! Ser cariiioso o malhumo- ado no tiene nada que ver con el nombre. Mi papé conoce a un sefior llamado Ale- gre. 1Y siempre esta triste! —Pero los nifios de tu clase pare- _ cen auténticos monos. Julia conocia a un par de niftos de la clase de Juan, porque a veces iban a pa- sear con Jericé y cruzaban el parque don- de solfan reunirse los compaieros de clase de Juan. —No todos los nifios de mi clase parecen monos —la contradijo Juan. Calla, calla! —exclamé Julia—. Nos miran como monos y actiian igual que ellos. Y el mono jefe es el que le tird la co- laa Jericé y se puso a temblar en cuanto le gtuiié. ;EI supermono, el tonto ése! Julia suspird, esperando la respues- ta. Pero Juan siguié callado porque no queria discutir con ella. As{ que durante un rato permane- 8B cieron stintados en silencio uno junto ‘al otro, Julia rascdndole a Jericé entre las ore- jas y Juan acariciandole la cola que no ce- saba de moverse. —Ningtin colegio es bueno. ;No quiero ir al colegio! —dijo Julia al fin. —No nos queda otto remedio —dijo Juan —;Pues la semana que viene no pienso ir! —replicé Julia—. ;De veras! jNe- cesito reponerme de todo esto! (Ta estés local: La sefiora Tranek no va a permitir qué te quedes en casa. ¥ el abuelo tampoco: —;Bueno, y qué? Me importa un comino! —Julia sonreia maliciosamente—. Me marcharé muy temprano con imi carte- ra y me sentare en el parque a leer uno de tus libros. Y a mediodia, cuando el reloj del campanario dé la una, regresaré a casa. Juan meneé Ja cabeza. —Si faltas dos dias sin presentar ningtin justificativo, la profesora Hamar a tw casa para averiguar qué pasa, y enconces saldrd todo a rel —Tienes nco y con la cabeza le dio vanté de un ) a Juan un empujén en el hombro. S to significaba: «;Vémonos de paseo Julia dijo: —jOye, Juan, se me acaba de acu ges- tris una idea! Té llamas 2 mi colegio imi- tando la voz de la seftora que Jul porque se fue y6 con Juan. Pero éste no consiguié hablar. como el ama de Haves. Su voz sona- ba demasiado aguda. Y cuando simulaba una yor profunda, no parecfa la seftora ‘Tranek, sino mas bien Jericé ladrando. —iYa se me ocurriré otra cosa! —coneluyé Julia TE a Mas ocurrencias de Julia an Las tarde siguiente, Julia ya habla pensado otra cosa. Cuando fuie a casa de Juan, se llevé con ella a Jeticé. Era la pri- mera vez que lo hacia, porque el hamster se asustaba de Jericé y le entraban palpica- ciones —Tenemos que conseguir que Jericé me muerda en la mano derecha —le dijo a Juan—. Entonces el abuelo me pondré un vendaje bien gordo y no podré escribir. Co- mo me dolerd, no paraté de quejarme y de gemir. Eso molestaria a la clase, asi que jten- dré que quedarme en casa! Julia y Juan se esforzaron al méxi- mo. —jMuerde, Jericé, muerde! —ro- gaba Julia poniendo la mano derecha ante ¢l hocico del San Bernardo. Pero Jericé se negaba a morder, Ni oF siquiera cuando Julia le metié la mane en la boca. . Entonces, Juan trajo una prieta de la cocina y Julia se la restregé entre los dedos. Las prietas eran la comida preferida de Jeri- ob. Este lamié con.cuidado la prieta de los dedos de Julia. Pero de morderla, nada. Un dia Jericé habia mordido a un hombre que le habia pisado una pata, asf que Julia probé a darle un pisotén a Jeri- 6, aunque con poca fuerza, pues queria mucho a su perro. A Jericé el pisotén le cayé muy mal y, ofendido, se metié debajo de la cama de Juan, —Es que este animal es demasiado bueno —dijo Julia. Y entonces se acordé del gato. El gato era viejo y tenfa muy mal cardcter. Bufaba, mordia y araiaba en cuanto lo molestaban. —Mafiana haré que el gato me des- troce la mano a arafiazos y mordiscos —dijo Julia. TORT 93 A la tarde siguiente, en casa de Ju- lia, Juan y su amiga se pusieron a buscar al gato. Pero el gato se habia escondido. —Jericd, busca al minino. Jericé, jdénde esta e! minino? —decia Julia. Jericé no tenia ninguna gana de buscar al gato, pero come Julia no paraba de pedirselo y le susurraba al ofdo: «Bus- ca, Jeticé, pertito lindo, buscal», el. San Bernardo hacta como si estuviera buscén- dolo. "— Trotaba por la casa olfateands. Al egar junto a la ventana abierta de la coci- na se detuvo, miré hacia el peral que crecla enfrente y empezé a ladrar, Con sus ladridos queria decir: «Creo que esté sen- tado en la rama més alta del drbol». Julia y Juan corrieron hacia el arbol con una lata de comida para gatos y, si- tuindose debajo, intentaron atraerle con halagos. —jMinino, toma, minino, toma, carnecita! Entonces el gato bajé del arbol. 94 Julia le tendié la lata abierta. El gato se acercé, Julia agarré al gato y lo levanté. —jArafia, minino! jMuerde, mi- nino! ;Pero fuerte! —Ie dijo Julia mientras le soplaba en una oreja, cosa que al gato | resultaba insoportable, El gato maullé enfadado. Y quiso escapar de las manos de Julia rimero tienes que arafiar y morder! —exigié Julia mientras lo sujeta- ba. El gato buf. Después araié. Y mordié. Pezo los gatos muy viejos no tie- nen mucha fuerza en fos dientes. El mor- disco ni siquiera se vela. ¥ los dos arafiazos que el gato le habfa hecho a Julia no esca- ban en la mano derecha, sino en la majilla inquierda, justo debajo del ojo. A pesar de todo, Julia corrié junto al'doctor y sollozando le mostré los dos rasgufios sangrantes, —Abuelito, esto hay que coserlo. iY con anestesial El doctor se rid de sui nieta, y se li- 95 mité a echarle en fos arafiazos unas gotas - de un liquido rojizo. —Pues asf toda rasgufiada no pue- do ir al colegio —dijo Julia. —No seas ridicula —contesté ef abuelo—. Por supuesto que irds asi al co- legio. Entonces Julia comprendié que dos arafiazos de gato no bastaban para que la considerasen enferma. —Pucha —murmuré. Salié del cuarto del abuelo y cerré la puerta de un portazo. —Ya no se me ocurre nada —le co- municé a Juan—. Ahora te toca a ti pen- sar algo antes de mafiana. Juan lo prometis, d® —-ElthallazgodeJuan hy Jats, he estado pensando —di- jo Juan [2 tarde siguiente en su casa—. Basta con que te hagas la enferma. Mi hermana también fo hace a veces. Cuando tiene un examen. Se echa en la cama y di- ce que se siente mal. —tso sélo es posible porque no tienes un médico, en’ casa —suspiré Ju- lia—. Pero el abuielo sabe lo que hace. —Pues con el apéndice de la abue- lita hubo tres médicos que no sabian lo que hacian —dijo Juan. —Yo ya no tengo apéndice —expli- c6 Julia, Tarabién me han operado de las amigdalas. Y para todo lo demés hace falta fiebre o tos y. tonquera 0 vomitos y diarrea. O manchas rojas. O {a lengua su- cia y de color verde. «Tiene que haber una enfermedad 97 que se pueda fingir», pensaba Juan. Y comé en ese preciso momento entraba su hermiana en la habitacién a preguntar si tenia que ha- cetles los deberes de mateméticas, Juan le preguntd a su hermana por esa enfermedad. La hermana afiemé primero que una enfermedad asi no existia. Pero des- pués, acordindose de las muelas de tla Anna, dijo: —la tia Anna siempre tiene dolor de muelas. Le dan unos dolores tan espan- tosos que le impiden dormir pot la noche. Pero ningtin dentisca encuentra nada. A la tfa Anna le han hecho miles de radiografias de todas sus muelas, sin encontrar nada. —jJusco! —exclamé Juan—. La abuelita piensa que lo de la tfa Anna es cosa de los nervios o algo parecido al reuma. —jReuma en las muelas! jEs estu- pendo! —grité Julia—. ;El reuma en las muelas te hace polvo! _ =zCémo que es estupendo? ;C6- mo que te hace :polvo? —preguntaba la hermana. 98 —Vamos, dictanos las cuentas —di- jo enseguida Juan—, que hoy tenemos los dos un montén de tareas. Y como la hermana no disponta de mucho tiempo —queria irse al cine con sus amigas—, tomé los libros de mateméticas de Juan y Julia y le dicts doce cuentas a Ju- lia y otras tantas a Juan. Y se olvidé del reu- ma en las muelas. Cuando fa hermana salié de fa ha- bitacién, Julia se eché a sefr. — Eso es; Juan! —exclamé—. Des- de mafiana, estoy enferma. Julia, enferma de muerte Cauando Juan se presenté al dia siguiente para ver a Julia, sdlo estaban en casa la sefiora Tranek y Jericé. En la sala de espera del doctor habia tres pacientes. : —El doctor se fue con Julia al den- tista —informé el ama de Ilaves—. Pero pronto estardn de vuelta. La consulta em- pieza dentro de cinco minutos. La sefiora Tranek acompafié a Juan ala cocina y le preparé siete sdndwiches y una jarra de leche con cacao. Crefa que to- dos los nifios tenfan tanta hambre como Julia. Pero Juan no tenia hambre. Hacia apenas una hora que haba comide en su casa ravioles con jamén: A pesat de todo, empezd a comerse los-séndwiches para no ofender al ama de llaves. Engullé ano tras otca mientras ésta ; 100 Je contaba que Julia se habia despertado por la mafiana con un terrible dolor de muelas. —Cémo se quejaba mi pobre corde- rita -~decfa la sefiora Tranek—. Y al lavar- se los'dientes, por poco se desmaya. Juan pregunté si habia ido al cole- gio —,Cémo se te ocurre semejante idea? —exclamé el ama de llaves—. La po- brecilla estaba empefiada en ir, pero yo no. la dejé. Si uno toma frio con dolor de muelas, la cosa puede empeorar mids toda- vial Justo cuando Juan tragaba con difi- cultad el tiltimo motdisco, legaron el doc- tor y Julia. Esta llevaba enrollado alrededor » de la cabeza un chal'de lana a cuadros qué Unicamente dejaba al descubierto la nariz y los ojos. —Todos los dientecitos impecables —dijo el abuelo—. Ni una caries, nj sarro, ni encias inflamadas. ;Sabe Dios fo que rendrd! 101 —Tengo reuma en las muelas —far- fullé Julia a través del chal de lana, Y a continuacién lanzé unos gemi- dos tan horribles, tan trdgicos y tan senti- dos que Juan pensé: «A Io mejor le duele de verdad. Pudiera ser que si Fiiges una enfermedad, acabes padeciéndola de ver- dad». —Déjate ya de tonterias! —gried el doctor—. El reuma de muelas no exis- te. —Pues claro que existe! —exclamé la sefiora Tranek—. Mi abuela to tuvo. —Los ancianos tienen todo tipo de cosas extrafias —afiadié el abuelo—. Pero Julia no es una anciana y, por tanto, no puede tener enfermedades inexistentes. El ama de Ilaves puso las manos en jarras, entorné los ojos hasta convertirlos en dos ranuras estrechas y enfurecidas, y adelantando la barbilla, exclamé: —jUstedes los médicos son todos inteligentisimos! ;Pero no saben librar de sus dolores a un corderito inocente! ROTATED 102 Julia volvié a lanzar unos gemidos ue partfan el corazén.. Jericé encontrd tan espantosos esos ayes y lamentos que empezé a aullar. Yel gato encontré tan atroces los ayes, los lamentos y los aulli- dos, que empezé a maullar, “jEsto es un infierno! —bramé el abuelo—. {No hay quien lo aguante! ;Me voy! Salié a escape de la cocina murmu- rando que tenfa que ir rdpidamente a su consulta, a ver a sus pacientes, que suftian males més razonables que su nieta. ~ —Arbato, bruto, ignorante cialista idiota y sin sentis 6 tras él la sefiora Tranek. Juan noté que Julia se refa a escon- didas tras el chai. Le entré miedo de que también se diera ctienta fa sefiora Tranek. Pero ésta ni se enterd. —Ven, Julia, corderita. Yo te cuidaré con los métodos de mi abuela. Ya verds o mo te sieritan de maravilla, Julia dejé dé reitse por lo bajo was jEspe- ientos! —despouri- 103 cl chal de lana y volvié a gemir. Esta vez sonaban casi sinceros. Los métodos curati- vos de la abuela Tranek no fe inspitaban demasiada confianza. El método curativo del reama de muelas de la abuela Tranek era como gue: Julia debia quitarse el chal de la cabe- za y meterse en la cama. El ama de Haves cogié un paquete de algodén de tamafic familiar, De esos en los que el algodés: vie- ne en zigzag. Enrollé a Julia alrededor la cabeza la larga tira de algodén hasta que ya solo asomaba su nariz entre una enor- me bola algodonosa. —Para que pueda respirar —expli. cé la sefora Tranek. Después, colocé cuatro bolsas de agua caliente sobre ‘la bola de algodéa Una a la derecha de la nariz, otra a la iz- quierda, fa tercera debajo, y la cuarta le deslizé entre'la bola de algodén y la almo- hada. Y para que las bolsas de agua caliente no pudieran escurrirse, envolvié el con- junto con el chal de lana a cuadros. Para TEAS ET ES a PRD 104 terminar prendié dos alfileres:de:gancho en el chal. —jAjajal —exclamé—. Y ahora mi ovejita se quedard bien metidita en la ca- ma. Y dentro de una o dos horas, se senti- r4 mucho, pero mucho mejor. Luego el ama de Ilaves se fue a la cocina porque tenia que cortar tecino pa- ra hacer manteca. A Juan le encargé que se quedase con Julia y la cuidase. Apenas hubo salido por la puerta el ama de Haves, Julia dejé de quejarse, se in- corpord y tiré de la envoltura de algodén y del chai hasta que consiguié dejar libre la boca. —Maldita porqueria —bufo—. {Esto no me lo habia imaginado! —Pareces un globo a cuadros —di- jo Juan conteniendo la risa. —Me importa un comino la pinta que tengo —dijo Julia—. Se me van a de- rretir los sesos de calor. Y estoy a punto de morirme de hambre: Desde ayer por la no- cle no he probado bocado. 105 —Te traeré utios bocadillos —dijo Juan. —Los verddderos enfermos de muerte como yo io tienen hambre. ¥ ade- més, con reuma de muelas no se puede co- mer nada. ;Tendria’ que gritar de dolor a cada mordisco! ‘ Julia sacé las bolsas de agua calien- te de debajo del chal, 7 las introdujo bajo la manta. : —jUfi Ahora me siento mejor —y tras una pausa afiadié—: Anda a ver a la (sefiore Tranek y dile que tienes’ hambre, que te dé unos stndwiches, y luego me los traes. —Ya me los dio hace rato —le ex- plicé Juan —jDile que hoy tienes un hambre de lobo! —sugirié Julia. Juan fue a la cocina y le dijo al ama de Haves que tenfa un hambre de lobo y que le gustarfa comerse unos cuantos sandwiches mas. Esta dejé de cortar toci- no, unté siete panecillos de mantequilla; TE TOIT 106 los reliend con jamén, salame, queso Em- mental y pepinos y les puso mayonesa por encima, + Juan los colocé sobre una bandejay se dispuso a regresar junto a Julia, pero la sefiora Tranek nd le dejé salir de la cocina. ——Tienés que comer aqui —le ad- virtié—. La'pobte Julia no tiene nada en el estémago desde ayer por la noche. Y ya sabes lo ragond.que es. Bastante tiene con estar hambrienta y no poder probar boca- do por culpa.de los dolores. Si'encima te pones a comer delante de ella, serd una tortura infernal pare la pobrecita. —Pero si el algodén le tapa los ojos... —dijo Juan—. ;Ella no puede ver- me! —Pero puede oler el jamén —re- plicé la sefiora Tranek—. Y si masticas, lo oiré. No, no, cémetelos aqui. —Pero es que tengo que cuidar a Julia. * El ama déillaves puso a Juan un sandwich en la mano y dijo: 107 —jEntonees, apirate! Juan-pensé: «Si nota que no rengo hambre, se dard cuenta de que pensaba lle- varle los bocadilles a Julia. {¥ no puede darse cuental» Ast que Juan dio un merdisco y masticé. Volvié a morder. ¥ a masticar. Pero era incapaz de tragarse los mordiscos. —:Quieres limonada? —pregunté ctama de llaves. Juan asinti6, La sefiora Tranek llené una jatra de fimonada, Juan dio un trago enorme y arrastré hacia abajo los mordiscos masticados. «Vaya... |Funcionals, pensd. «La limonada’se lleva lo que he masticado~ direccamente hasta el estémago». Al teminar el tercer sandwich ne- cesité tin nuevo jaro de timonada; y tras el quinto, pidié otra niés. Cuando estaba con el tiltimo séndwicli, ya'sdlo le queda ban cuatro. mordiscos,.se. sintid:raro. Le, ~. zumbaban-los ides, le,costaba respirar y — sus ojos ao funcignabian.como &debido. 108 Todo lo que miraba aparecta salpicado de puntitos grises. Era como si estuviese mi- rando a través de unos anteojos muy su- cios, —uan, qué te ocurre? jAy, Juan, estds pélide como la cera! —grité la sefio- ra Tranek. Juan oy muy apagada la vor del ara de Haves. Come si tuvieca algodones en los oidos. Después le entraron ganas de vomitar, —Perdén, voy a vomirar —susu- Ir6, La sefiora Tranek lo cogié por los hombros y lo.arrastré:hacia el bafio mien- tras le rogaba: : —Reciste, juan! ;No vayas a vomi- tarme en el sucio! ;Enseguida llegamost Consiguié flegar al cuarco de bafio. Después vomité primero los siete sandwi- ches y luego otros siete més, 10é ravioles con jamén del mediodia y el cacao y las res jarras dé limonada. La sefiora Tranek, de pie ante el re- 169 trete, se lamentaba en vor alta. —Ave Maria Purisimal jEste chico est{ a punto de morir! ;Este nifio va a vo- mitar hasta ef alma!’ ;Doctor! ;Doctor! jVenga ahora mismo! —grité mientras sa- Ifa corriendo hacia la consulta. Julia lo habla ofdo todo. Pues ya ne estaba en la cama, sino detrds de la puerta de su cuarto esperando a Juan con los boca- dillos. Los gritos del ama de Hlaves le dieron tun susto de muerte. Preocupada por Juan se olvidé de que padecia reuma de las mue- las. Salié corriendo de su habitacién, llegé al cuiarto de bafio, abrazé a Juan, que esta- ba vomitando, y exclamé: —jAy, Juan, querido Juan, no te me mueras! ;Juan querido, no vomites has- tael alma! Cuando el doctor y ta seftora Tra- nek llegacon al cuarto de bafio, Juan ya se habia recuperado. Estaba sentado en la ta- za del bafio y sonrefa, aunque seguia muy pilido. Julia, a su lado, le acariciaba sus ri- 20s rojes. i10 —Ya vuelve a estar mejor —decia—. Y atin tiene el alma dentro de! cuerpo, . En su camino hacia el cuarto de ba- fio. Julia habla perdido el chal, También el ~ algodén habia volado de su cabeza. Sdlo un par de diminutas hilachas colgaban de sus orejas, pegadas a sus bucles rojos em- papados de sudor. —Y segiin veo, también td vuelves a sentirte perfectamente —le dijo el abue- lo a su nieta. A Julia no le quedé- més remedio que asentir. —En ese caso, mafiana podrés vol- ver al colegio —dijo el doctor mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa. —No sé, abuelito —repuso Julia va- cilante—. A lo mejor por la noche me vuel- ve el reuma a las muelas. —Yo, sinceramenie, no lo aconse- jarta’ —dijo el doctor. La sonrisa habia desaparecido susti- tuida por una mirada bastante amenaza- dora. anh —Bueno, bueno, abuelito. No vol- verd, Seguro que no! —contesté Julia. La sefiora Tranek, sin embargo, se -_sentia muy orgullosa. A lo largo de los dias siguientes le conté a toda la gente con que se tropezaba que le habia curado a Julia el -teuma de muclas siguiendo el método de su abuela. : / pensar que los médicos'ya casi habian desahuciado a la pobre nif! —de- » cia. . a

You might also like