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Boletin del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” Tercera serie, mim. 15, 1 semestre de 1997 NOTAS Y DEBATES LA FORMACION DE LOS ESTADOS NACIONALES EN IBEROAMERICA* José CARLOS CHIARAMONTE, “La lucha del Estado moderao es una larga y sangrienta lucha por la uunidad del poder, Esta unidad es el resultado de un proceso ala vez de fiberacién y unificacién: de liberacién en su enfrentamiento con una autoridad de tendencia universal que por ser de orden espiritual se proclama superior a cualquier poder civil; y de unificacién en sv en- frentamiento con instituciones menores, asociaciones, corperaciones, ciudades, que constituyen en la sociedad medieval un peligio perma- nente de anarquis. Como consecuencia de estos dos procesos, Ia for- macign del Estado moderno viene a coincidir con et reconocimiento y ‘con la consolidacién de la supremacfa absoluta del poder politico so- bre cualquier otro poder humano. Esta supremacfa absoluta recibe el nombre de soberania, Y significa, hacia el exterior, en relacién con el proceso de liberacién, independencia; y hacia ef interior, en relacién con el proceso de unificacién, superioridad del poder estatal sobre ‘cualquier otro centro de poder existente en un territorio determinado.” NORBERTO BOBBIO, “Introduccién al De Cive", ‘en N. Bobbio, Thomas Hobbes, México, FCE, 1992, p. 71, * Bn este trabajo utilizamos materiales tomados de dos capitulos que hemos elaborado parael val. vi, ‘La construccién de las naciones latinoamericanas, 1820-1870, de la Historia general de América Lati- za, Unesco, en curso de edicién (cap. 5, “Constitucién de Tas provincias y el poder local. Las bases ¢co- a6micas, sociales y politicas del poder regional” y cap. 6, “Las expresiones del poder regional: andlisis de casos"). Una primera version del mismo fue presentada al Simposio Cultura y Nacién en Iberoaméri- ca, organizado por el Comité Editor del Proyecto Great Books Series, Oxford University Press, con ef apoyo de las Fundaciones Lampadia y Mellon, y realizado en Buenos Aires entre el 21 y el 23de agosto 143 El propésito de este breve ensayo no es ofrecer una historia de la formacién de los Es- tados iberoamericanos, sino solamente exponer algunos criterios que me parecen im- prescindibles para la mejor comprensién de esa historia. Claro esté, la primera dificultad para cumplir este propésito es la cldsica cuestién del “diccionario”: cémo definirfamos el concepto de Estado y otros a él asociados, tales, por ejemplo, como nacién, pueblo 0 Soberania, Debo aclarar entonces que no partiré de una definicién dada de Estado, sino sdlo de una composicién de lugar fundada en los atributos que generalmente le atribu- yen los historiadores que se ocupan del tema.! Esto obedece en parte a la notoria multi- Plicidad de alternativas que fa literatura especializada ofrece sobre la naturaleza del término Estado. Podrfa preguntarse, sin embargo, si la confusién que se observa en las tentativas de hacer la historia de los Estados iberoamericanos —generalmente, relato de hechos politicos unidos a explicaciones sociolégicas— no obedece a una fatta de clara de- finicién del concepto de Estado. La composicién de lugar que adoptamos en este traba- jo es que, aun admitiendo que el ahondamiento en las dificultades que oftece el concepto mismo de Estado contribuye a facilitar la tarea, la mayor parte de los escollos que com- plican las tentativas de realizar una historia de los Estados iberoamericanos provienen sin embargo de fa generatizada confusién respecto del uso de época ~de la época de la Independencia- de las nociones de nacién y Estado, confusion en bucna medida prove- niente de otra que atafie al concepto de nacionalidad, Para expresarlo sintéticamente al comienzo de estas paginas, la confusiGn es efec- to del criterio de presuponer que la mayorfa de las actuales naciones iberoamericanas existian ya desde cl momento inicial de la Independencia. Si bien este criterio ha co- menzado a abandonarse en la historiografia de los ultimos afios, lo cierto es que per- sisten sus efectos, en la medida en que ha impedido una mejor comprensién de la naturaleza de las entidades politicas soberanas surgidas en el proceso de las Indepen- dencias. Esto se observa en la casi total falta de atencién que se ha concedido en los lltimos tiempos a cuestiones como la de la emergencia, en el momento inicial de las Independencias, de entidades soberanas en dmbito de ciudad o de provincias, y sus de 1996, El autor agradece los comentarios de los participantes en la discusién del trabajo, as{ como a Liliana Roncati por su ayuda en la biisqueda de informaciéa y a Marcela Temavasio y Carlos Marichal por las observaciones efectuadas al texto original ' Por ejemplo, Oscar Osalak, La formacién del Estado argentino, Buenos Aires, Editorial de Belgra- no, 1985, p. 15. En otro trabajo suyo cl autor reficre el concepto de estatalidad al trabajo de J. P. Nett, “The State as a conceptual Variable”, World Politics, nim. 20, julio de 1968, y al de Philippe C. Schmit- ter, John H. Coastworth y Joanne Fox Preeworski, “Historical Perspectives on the State, Civil Society and the Economy in Latin America: Profegomenon to a Workshop at the University of Chicago, 1976-1977", mimeo, O, Oszlak, Formacién bistérica del estado en América Latina: elementos teérica-metodolégicos ara su estudio, 2a. ed., Buenos Aires, Estudios CEDES, 1978, ? Véanse ins observaciones de Otto Hintze, Stato ¢ Societd, Bologna, Zanichelli, 1980, p. 138, > Esto To hemas analizado en nucstros trabajos “Formas de identidad politica en el Rfo de la Plata lue~ ‘go de 1810", Boletin del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”,3a, Serie, ‘adm. J, Buenos Aires, 1989, y El mito de las origenes en la historiografia latinoamericana, Cuaderno nim. 2, Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani", 1991 144 peculiares précticas politicas. Circunstancia que, para un intento comparativo como el de este trabajo, obliga a recurrir predominantemente a la informacion contenida en la historiografia del siglo pasado o de la primera mitad de este siglo. Se trata, en suma, de las detivaciones atin vigentes del criterio de proyectar sobre ¢] momento de la Independencia una realidad inexistente, las nacionalidades cotres- pondientes a cada uno de los actuales pafses iberoamericanos, y en virtud de un con- cepto, el de nacionalidad, también inexistente entonces, al menos en el uso hoy habitual. Un concepto que se impondrfa mas tarde, paralelamente a la difusin del Romanticismo, y que en adelante ocuparia lugar central en el imaginario de fos pue- blos iberoamericanos y en la voluntad nacionalizadora de los historiadores. Hacia 1810, el utillaje conceptual de las elites iberoamericanas ignoraba Ja cuestién de la nacionalidad y, mds atin, utilizaba sinonimicamente los vocablos de nacién y Es- tado. Esto se sucle desconocer por la habitual confusién de lectura consistente en que ante una ocurrencia del término nacidn lo asociemos inconscientemente al de naciona- lidad, cuando en realidad fos que lo empleaban Jo hacfan en otro sentido. Al respecto, la literatura politica de los pueblos iberoamericanos no testimonia otra cosa que lo ya observado respecto de la europea y norteamericana: sin perjuicio de la existencia en to- do tiempo de grupos humanos culturalmente homogéneos, y con conciencia de esa cualidad, la irrupcién en la Historia del fenémeno politico de las naciones contempo- réneas asocié el vocablo nacién a la circunstancia de compartir un mismo conjunto de leyes, un mismo territorio y un mismo gobierno.’ Y, por lo tanto, conferfa al vocablo un valor de sinénimo del de Estado, tal como se comprueba en la tratadfstica del De- recho de Gentes. “Las naciones o Estados -escribfa a mediados del siglo xvii una de las autoridades mas lefdas en Iberoamérica, Emmer de Vattel-, son cuerpos politicos, de sociedades de hombres reunidos para procurar su salud y su adelantamiento”.® + Bn su primera edicidn, de la primera mitad del siglo xvut, el diccionario de la Real Academia Es- pafiola registraba el término nacionalidad, pero le asignaba otro significado: “Afecci6n particular de al- ‘guna nacin, o propiedad de ella.” Real Academia Espaitola, Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con la phrases y mados de hablar, lus proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de fa lengua, tomo IV que contiene las letras G.HL.K.L.M.N., Madrid, Imprenta de la Real Academia Espaitola, 1734. 5 Véase Eric Hobsbawm, Nations and Nationalism since 1780, Programme, Mith, Reality, Cambrid- ge, Cambridge University Press, 1990, cap. 1, "The nation as novelty: from revolution to fiberalismt” (Hay edici6n espafola, Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780, Programa, mito, realidad, Bat- celona, Critica, 1991) © Vatel, Le Droit de Gens ou Principes de la Loi Naturelle apliqués a la conduite e aux affaires des Nations et des Souverains, Nouvelle Edition, tomo 1, Paris, 1863, p. 7. Esta obra, cuya primers edicién, aparecida en Leyden, es de 1758, se vendia en Buenos Aires todavia cerca de 1830 y era citada cn Rio ‘Grande do Sul alios después por los lideres de ta revolucién farroupilha, Tomamos el dato relative a Bue- nos Aires de Alejandro E. Parada, “Introduccién al mundo del libro a través de los avisos de La Gaceta Mercamil (1823-1828), tesis de Licenciatura inédita, 1991. ¥ la referencia riograndense la debemos a la Prof. Maria Medianeira Padoin, de su tesis en curso sobre el federalismo riograndense del siglo xIx. Res- pecto de Vattel y otros exponentes de} iusnaturalismo del siglo Xvil, véase Robert Derathé, Jean-Jacques Rousseau et la science politique de son temps, Paris, Librairie Philosophique J. Vein, 1979, pp. 47 y ss. 145 Este criterio, con diversas variantes, era el predominante también en Iberoaméri- ca, El famoso venezolano residente en Chile, Andrés Bello, hacia explicitaen 1832 la misma sinonimia en su tratado de Derecho de Gentes: Nacién o Estado es una sociedad de hombres que tiene por objeto la conservacion y felicidad de los asociados; que se gobiema por las leyes positivas emanadas de ella misma y es duefia de una porci6n de territorio.” Asimismo, y con mayor nitidez, puede encontrarse este tipico enfoque de época en el texto, de 1823, del profesor de Derecho Natural y de Gentes en la Universidad de Buenos Aires, Antonio Séenz, quien amplia la sinonimia hasta comprender el con- cepto de sociedad: “La Sociedad llamada asf por antonomasia se suele también de- nominar Nacién y Estado.” Y define este concepto de sociedad-Estado-nacién de la siguiente manera, prosiguiendo el pérrafo anterior sin solucién de continuidad: Ella es una reunién de hombres que se han sometido voluntariamente a la direcci6n de alguna suprema autoridad, que se Hama también soberana, para vivir en paz y procurarse su propio bien y seguridad.® Se trata de un criterio que los letrados asumfan durante sus estudios y que domina la li- teratura politica de la época. El explica la soltura con que la Gazeta de Buenos Ayres aludfa en 1815 al concepto de nacién: “Una nacién no es mds que la reunién de muchos Pueblos y Provincias sujetas a un mismo gobierno central, y a unas mismas leyes”.3 Pa- labras muy similares a las del Abate Siey’s: “Qué es una naciGn? Un cuerpo de asocia- dos que viven bajo una ley comiin y estin representados por la misma legislatura.""® Este enfoque adquiere una formulacién sorprendente en la primera Constitucién iberoamericana, la venezolana de 1811, cuando en uno de sus articulos se define una 7 Andrés Bello, Derecho Internacional. |, Principios de Derecho Internacional y Excritos Comple- ‘mentarias, Caracas, Ministerio de Educacién, 1954, p. 31. [Primera edicién: Principios de Derecho de Gentes, por A. B., Santiago de Chile, 1832.] * Antonio Séenz, Instituciones Elementales sobre el Derecko Natural y de Gentes [Curso dictado en la Universidad de Buenos Aires en los afios 1822-23], Buenos Aires, Instituto de Historia del Derecho Ar- Rentino, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 1939, p. 61 ° La Gaceta de Buenos Ayres, 13 de mayo de 1815, Reimpresién facsimitar, tomo tv, p. 261 '© Emmanuel J. Sieyts, Qué es el Tercer Estado?, Seguido del Ensayo sobre los privilegios, México, UNAM. 1983, p, 61, Notese, sin embargo que la definiciéa de Sieyds difiere dc la del periddico cioplatense al afiadir la existencia de un cuerpo representativo. Pero esta diferencia, sustancial en lo que hace a las for- mas de representaciGn politica, no lo es en cuanto a lo que comentamos en el texto. Este concepto de na- cin recoge criterios mds antiguos, como el que Locke expone respecto del concepto de “sociedad politi 0 “sociedad civil”, que en cierto modo es equivalente a lo que a comienzos del sigo XIX se llameba nacién: “Aguellos que estén unidos en un cuerpo y tienen una establecida ley commtin y una judicatura ala que ape- Jar, con autoridad para decidir entre las controversias y castigar a los ofensores, forman entre sf una socie~ dad civil.” John Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil, Madrid, Alianza, 1990. p. 103. 146 “soberania” de la siguiente manera: “Una sociedad de hombres reunidos bajo unas mismas leyes, costumbres y Gobierno forma una soberania” [subrayado nuestro]."! La sorpresa estriba en el uso del término soberania como sin6énimo de entidad poli- tica independiente, esto es, de nacién o Estado, uso posiblemente intencional para poder evitar la resonancia mds fuerte del término nacién, con cuya definicion de épo- ca, sin embargo, como se puede advertir, coincide. Se me perdonard esta insistencia en cuestiones de vocabulario politico; més atin, luego de haber manifestado tal distanciamiento respecto de la necesidad de definicio- nes como punto de partida. Pero con esta discusién terminoldgica, lo que buscamos no es arribar a una nueva definicion de ciertos conceptos, sino aclararnos con qué sentido lo usaban los protagonistas de esta historia y, asimismo, gracias a ello, ¢ el clésico riesgo de anacronismo por proyectar el uso actual de esos términos -espe- cialmente en cuanto a la neta distincién de Estado y nacién, y al nexo de este ultimo concepto con el de nacionalidad- sobre et de aquella época. Porque si bien es cierto que el no detenerse sobre una pretensién de exacta definicién de ciertos conceptos claves ayuda a no obstaculizar la investigacién con vallas insalvables —dada la dispa- tidad de criterios de los especialistas sobre esos términos-, 0 con la peor solucién de adoptar alguna definicién por razones convencionales, estamos ante un tema cuyo concepto central, el de Estado, ha sido una de las muletillas més frecuentadas por los historiadores para designar realidades muy distintas: gobiernos provisorios, alianzas transitorias, y otros expedientes politicos circunstanciales. Como lo hemos observa do en otro trabajo respecto del Rio de la Plata, entre 1810 y 1820, lejos de encontrar- nos ante un Estado rioplatense estamos ante gobiernos transitorios que se suceden en virtud de una proyectada organizacién constitucional de un nuevo Estado que, 0 sc Pposterga incesantemente, o fracasa al concretar su definicidn constitucional. Una si- tuaci6n, por lo tanto, de provisionalidad permanente, que une débilmente a los pue- blos soberanos, y no siempre a todos ellos.'? En la perspectiva de la época, entonces, la preocupacién por la nacionalidad es- taba ausente. La formacion de una naciGn o Estado era concebida en (érminos racio- nalistas y contractualistas, propios de la tradicién ilustrada, cuando no de una més antigua tradici6n contractualist del iusnaturalismo europeo. No entonces, como un proceso de traduccién politica de un mandato de entidades més cercanas al se: tiento que a la raz6n, tales como las que se invocarfan, luego, a partir de la difusién del principio de nacionalidad, mediante el uso roméntico de vocablos como historia, 1 Art, 143 de la “Constitucién federal para los estados de Venezuela” (Caracas, 21 de diciembre de 1811), en [Academia Nacional de la Historia], El pensamiento constitucional hispanoamericano hasta 1830, Compilacién de constituciones sancionadas y proyectos constitucionales, ¥, Venezuela — Constitu- cidn de Cadiz (1812), Caracas, 1961, p. 80. 12 Véase José Carlos Chiaramonte, “El federalismo argentino en ta primera mitad del siglo 20x", en Marcello Carmagnani (comp ), Federalismos latinoamericanos: México/BrasiV/Argentina, México, El Co- legio de México/Fondo de Cultura Econémica, 1993. 147 pueblo, raza u otros. En sintesis, constituir una naci6n era organizar un Estado me- diante un proceso de negociaciones politicas tendientes a conciliar las conveniencias de cada parte, y en los que cada grupo participante era firmemente consciente de los atributos que le amparaban segiin el Derecho de Gentes: su calidad de persona sobe- rana, su derecho a no ser obligado a entrar en asociacién alguna sin su consentimien- to -clasica figura ésta, !a del consentimiento, sustancial a los conflictos pol{ticos del perfodo—y su derecho a buscar su conveniencia, sin perjuicio de la necesidad de con- ciliarla, en un proceso de negociaciones con concesiones recfprocas, con la conve- niencia de las demés partes." Antes de examinar algunos ejemplos que nos ayudan a comprender estos rasgos que sustentaban tas précticas politicas de la época, agreguemos una obsetvacién mas: que aun cuando parte de los actores politicos de la primera mitad del siglo pasado lefan con simpatia y solian citar a los autores de las modernas teorfas del Estado, por Jo general en su accién politica no partfan, pues no tenfan realidad desde dénde ha- cerlo, de una composi de lugar individualista, atomfstica, del sujeto de la sobe- ranfa, sino de la realidad de cuerpos politicos, con todo lo que de valor corporativo tiene la expresién que utilizamos. Un elocuente testimonio de esto, pese a lo paradé- jicamente heterogéneo que resulta, es el intento det guatemalteco José Cecilio del Va- Ile de definir lo que entendfa por nacién, Para fundar los “titulos de Guatemala a su justa independencia”, escribia en 1825 en su proyecto de Ley fundamental que ‘queria que subiendo al origen de las sociedades se pusiese la base primera de que to- das son reuniones de individuos que libremente quieren formartas; que pasando des- pués a las naciones se manifestase que éstas son sociedades de provincias que por voluntad esponténea han decidido componer un todo politico'* [subrayado nuestro] Las sociedades formadas por individuos; las naciones, por provincias. .. Estamos en- tonces en un mundo en el que si bien circulan desde hace tiempo las concepciones individualistas y atomisticas de lo social, la realidad sigue transcurriendo general- mente por otros carriles y los proyectos de organizar ciudadanias modernas en 4mbi- tos nacionales, o se estrellan ante el fuerte marco local de la vida politica, o tienden a conciliar muy dispares nociones politicas, tal como se refleja en el texto de Del Va- Ile. Nuestro propésito es, entonces, comprender mejor la naturaleza de esos cuerpos politicos a los que Bobbio alude en la cita del epigrafe como fuente de esa temible anargufa, tema central de la teoria moderna de] Estado, que consiguientemente fue- ron distorsionados por una percepcién hist6rica construida a partir del postulado de Ia indivisibilidad de la soberanfa y generalmente rotulados con los conceptos de “lo- ' Respecto de! principic del consentimiento, fundamental en el Derecho de Gentes, véase también la citada obra de Locke, esp. cap. 8, “Del origen de las sociedades politicas”, pp. 111 y ss. | José Cecilio del Valle, “Manifiesto a la nacién guatemalteca, 20 de mayo de 1825”, en idem, Obra Escogida, Caracas, Ayacucho, 1982. p. 29. 148 calismos”, “regionalismos” u otros similares, que expresaban la anacrdnica interpre taci6n derivada de] triunfo del Estado nacional moderno. LA EMERGENCIA DE LOS “PUEBLOS” SOBERANOS Mientras en las colonias portuguesas la Independencia era facilitada por la continui- dad mondrquica, el mayor problema que enfrentaban los lideres de los movimientos de independencia hispanoamericanos era el de la urgencia por sustituir la legitimnidad de ta monarquia castellana.'5 Desde la Nueva Espafia hasta el Rio de la Plata, como es sabido, la nueva legitimidad se buscé por medio de la prevaleciente doctrina de la reasuncién del poder por los pueblos. Concepto éste, el de pueblo, por lo comtin si- nénimo del de ciudad." Una de las razones que explican esta emergencia de lo que la vieja historiografia Ilamé equivocamente “émbito municipal” de la Independencia es asf esta concepeién de la legitimidad de! poder, prevaleciente en la época. Como lo expresara el apodera- do del Ayuntamiento de México en 1808, “dos son las autoridades legitimas que reco- nocemos, la primera es de nuestros soberanos, y la segunda de los ayuntamientos”.!7 La iniciativa del Ayuntamiento mexicano para liderar la constitucién de una nueva au- toridad en Ia Nueva Espafia chocé con el apoyo que la mayor complejidad de la socie- dad en los pueblos novohispanos ofrecia a la postura antagénica del virrey y del Real ‘Acuerdo. Por una parte, se revivié la idea de la convocatoria a Cortes novohispanas, en la que participarfan ademas de las ciudades, la nobleza y el clero. Por otra, se esboz6 un conflicto que se repetiria a lo largo de todos los movimientos de independencia his- panoamericanos: e! de la pretensién hegeménica de ta ciudad principal del territorio, frente a las pretensiones de igualdad soberana del resto de las ciudades. Asi, al consul- tar ef virrey Iturrigaray al Reat Acuerdo, éste denunci6, entre otras cosas, que el Ayun- tamiento de México habia tomado voz y representacién de todo el reino.'* Al Ayuntamiento mexicano no se Ie escapaba el riesgo de ilegitimidad de su ini ciativa, que intentaba disculpar reconociendo la necesidad de wna posterior participa- '5 Véase una rica visiGn de ese perfodo en Frangois Xavier Guerra, Modernidad e independenctas. En- sayos sobre las revoluciones hispdnicas, 2a. ed., México, Fondo de Cultura Econémica, 1993. Se trata de tun renovado enfoque, pese a Ia tendencia a ceflirse al esquema clasificatorio de modemidad/tradici6n, an- te una realidad frecuentemente reacia al mismo. '6 Véase, al respecto, nuestro libro sobre el caso rioplatense, José Carlos Chiaramonte, Ciudades, pro- vincias, Estados: Origenes de la nacién argentina (1800-1846), Buenos Aires, Ariel, 1997. "7 Licenciado Francisco Verdad, “Memoria péstuma (1808)", en José Luis Romero y Luis Alberto Ro- mero, Pensamiento politica de la emancipacién, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977, p. 89. 8 José Miranda, Las ideas y las instituciones politicas mexicanas, Primera Parte, 1521-1820, MExi- co, Universidad Nacional Auténoma de México, segunda edicion, 1978, p. 239, 149 cin de las demas ciudades novohispanas. Pues lo que proponia, segiin el Acta del Cabildo, era la tiltima voluntad y resolucién del reino que explica por medio de su metr6poli [...] fnterin las demis ciudades y villas y los estados eclesidstico y noble puedan ejecutar- lo de por si inmediatamente 0 por medio de sus procuradores unidos con la capital." Pero era la unilateralidad de su decisién la que se panoamericanas, para impugnarla. Sustentadas entonces por una antigua tradicién hispanica, pero sobre todo alenta- dos por el ejemplo de la insurgencia de las ciudades espafiolas ante la invasidn fran- cesa, las respuestas americanas a la crisis de la monarquia casteltana, al amparo de esa doctrina, se expresan en las iniciales pretensiones autonémicas de las ciudades, pretensiones que van del simple autonomismo de unas en el seno de la monarquia, hasta la independencia absolura de otras. En estas primeras escaramuzas, que sc re- petiran en el Rio de la Plata, Chile, Venezuela y Nueva Granada, estdn ya esbozados algunos de los factores, y escollos, del proceso de construccién de los posibles nue- vos Estados. El primero, conviene insistir, el problema de fa legitimidad del nuevo poder que reemplazarfa al del monarca, marcarfa el cauce principal en que se desa- rrollarian las tentativas de construccién de los nuevos Estados y los conflictos en tor- no aellas. Ya fuera durante el tiempo, de variada magnitud segtin los casos, en que el supuesto formal fue el de actuar en lugar, o en representacién, del monarca cauti- vo, ya cuando se asuma plenamente el propésito independentista, la doctrina de la reasuncién del poder por los pueblos, complementaria de la del pacto de sujecién, fundamentarfa la accidn de la mayor parte de los participantes de este proceso. Frente a ella, las ciudades principales del territorio -Santa Fe de Bogoté, Caracas, Buenos Aires, Santiago de Chile, México...-, sin perjuicio de haberse apoyado ini- cialmente en esa doctrina, darian luego prioridad al concepto de 1a primacia que les correspondfa como antigua “capital del reino” —segdn lenguaje empleado en Buenos Aires y en México-.”° Y, consiguientemente, los conflictos desatados por esta autoad- judicacién del papel hegeménico en el proyectado proceso de construccién de los nuevos Estados, frente a la pretensién igualitaria de las demds ciudades fundada en a, como en otras comarcas his- '9 Cit. en fdem, p. 238. La expresién usada por el Ayuntamiento de México la acabamos dc citar, En cuanto aun ‘ejemplo de su uso en Buenos Aires transcribimos, de un documento del Primer Triunvirato, de 1811, este breve fragmento: “El pueblo de Buenos Ayres, que cn el beneplacito de las provincias a sus disposiciones ante- lores, ha recibido el testimonio més lisonjero del alto aprecio que le dispensan como a capital del reino y centro de nuestra gloriosa revolucién”. La misma fuente se refiere al Ayuntamiento “de esta capital, como representante de un pucblo cl més digno y el ms interesado en el vencimiento de los peligros que ame- nazan a la patria.” “Estatuto provisional del gobierno superior de las Provincias Unidas del Rio de la Plata ‘nombre del Sr. D. Fernando VII", en [Instituto de Investigaciones Histéricas), Estatutos. Reglamentos y Constituciones Argentinas (1811-1898), Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1956, p. 27. 150 las normas del Derecho de Gentes ~cimiento de lo actuado en esta primera mitad del siglo, cubrirfan gran parte de las primeras décadas de vida independiente. Este conflicto se prolongo en otro, mas doctrinario, que se conformé como una pugna entre las denominadas tendencias centralistas y federalistas. Conviene dete- nerse en el trasfondo del mismo por cuanto fundamentard gran parte del debate poli- tico del perfodo y nos proporciona la definicién més sustancial de la naturalezade las. fuerzas en pugna, por mds que la prolongacién de ese conflicto en enfrentamientos meramente facciosos haya podido ocultar su sustancia. La antigua tradicién que explicaba el origen del poder como una facultad sobera- na emanada de la divinidad, recaida en el “pueblo” y trasladada al principe median- te el pacto de sujecién, al dar lugar a la figura de la retroversién del poder al pueblo en casos de vacancia del trono o de anulaci6n del pacto por causa de la tirania del principe-, devine inevitablemente en Iberoamérica en una variante por demas signi- ficativa, expresada por el plural pueblos. La literatura politica del tiempo de ta Inde- pendencia aludfa, justamente, a la retroversién del poder a “los pueblos”, en significativo plural que reflejaba la naturaleza de Ia vida econémica y social de las Indias, conformada en los Ifmites de las ciudades y su entorno rural -sin perjuicio de los flujos comerciales que las conectaban-. Esos pueblos que habfan reasumido el poder soberano se hab(an también dispuesto de inmediato a unirse con otros pueblos americanos en alguna forma de Estado o asociacién politica de otra naturaleza, pero « que no implicara la pérdida de esa calidad soberana. Esta tendencia a preservar la soberania de los “pueblos” dentro de los posibles Estados a erigir, si bien se apoyaba naturalmente en una antigua tradicin doctrina- ria y una no menos antigua realidad de la monarqufa castellana ~cuyo poder sobera- no se ejercia sobre un conjunte de “reinos” o “provincias”, muchos de los cuales conservaban su ordenamiento jurfdico politico en el seno de 1a monarquia- era sin embargo impugnable por doctrinas propias de corrientes mas recientes del iusnatura- lismo, que forman parte de la teorfa modema del Estado, las que postulaban la indi- visibilidad de la soberanfa y juzgaban su escisién, territorial o estamental, como una fuente de anarquia! El dogma de la indivisibilidad de la soberanfa se encarnaba en elites politicas de las ciudades capitales -a veces con apoyo en parte de las elites de otras ciudades— 2 Véase el criterio en Rousseau. Juan Jacobo Rousscau, “El contrato social o principios del derecho politico”, Obras selectas, Buenos Aires, El Ateneo, 2° ed., 1959, libro u, cap. 1, “La soberanta es indivi- sible”, p. 864 y ss. En la concepcién rousseanniana como también en la de Hobbes y Kant, la soberanta es ‘nica e indivisible, Sobre la cuestién de Ta soberanta en la época, R, Carré de Malberg, Teorfa general det Estado, México, Fondo de Cultura Econémica, 1948, cap. 11, §2. Asimismo, Joaquin Varela Suanzes-Car- pegna, La teorfa del Estado en los origenes det constinicionalismo hispdnico (Las Cortes de Cadiz), Ma- drid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983, p. 68 y ss. Véase una sintesis de las diversas variantes del iusnaturalismo en Norberto Bobbio, Estudios de historia de la filosofia, De Hobbes a Gramsci, Ma- drid, Debate, 1985, esp. caps. ry U. 151 que proyectaban la organizacién de un Estado centralizado bajo su direccién; aunque para las fuerzas rivales del resto de las ciudades, la posible modernidad de aquella postura no se distingufa muy bien de lo que algunas denunciaban como un “despo- tismo” heredero del de la monarquia. De tal manera, frente a la emergencia de las tendencias centralizadoras en las ciudades capitales, las propuestas iniciales de las otras ciudades apelaron a la figura de la confederacién. Tal se dio en practicamente casi toda Hispanoamérica, como lo muestran los casos de México, la Nueva Grana- da, Venezuela, el Rio de la Plata o Chile. Asuncién del Paraguay fue una de las primeras en recurrir a la idea de una con- federacién para defender su autonomfa, en este caso frente a Buenos Aires. El Pro- grama del gobierno provisorio, publicado en un Bando del 17 de mayo de 1811, prevé e] futuro inmediato.... uniendo y confederéndose con la misma ciudad de Buenos Aires para la defensa co- muin y para procurar la felicidad de ambas Provincias y las demds del continente ba- jo un sistema de mutua unién, amistad y conformidad, cuya base sea la igualdad de Derechos. Poco despuss, en un Oficio a Buenos Aires, la Junta Provisional del Paraguay se pro- nunciaba por “la confederacién de esta provincia con las demas de nuestra América, y principalmente con las que comprendfa la demarcacién del antiguo virreynato”.?* En el otro extremo de Hispanoamérica, la postura de Gémez Farias y otros libe- rales mexicanos en el Congreso de 1823 es claramente confederal. En junio de ese afio, seis diputados, entre ellos Gémez Farfas, presentaron una propuesta de urgente adopcién de medidas acordes con ta tendencia a la “confederaci6n” que domina, afir- maban, a la nacién mexicana: al Congreso resta “terminar de una vez, la ret oluci6n mexicana y dejando afianzado el gran pacto de confederacién.”®* En otra oportuni- dad dentro del mismo congreso exponen el fundamento contractualista de su criterio: Que es un equivoco decir, que la soberanfa de los estados no les viene deellos mis- mos, sino de la constitucién general, pues, que ésta no serd mas que el pacto en que todos los estados soberanos expresen por medio de sus representantes los de- echos que ceden a la confederacién para el bien generat de ella, y los que cada uno se reserva.?* 22 Cit. en Julio César Chaves, Historia de las relaciones entre Buenos Aires y el Paraguay. 1810-1813, Buenos Aires, Niza, 1959, 2°ed., p. 120. 23 ~Oficio de Ia Junta Provisional del Paraguay. en que da parte a la de Ja capital de su instalaciGn, y ‘uniéa con los vinculos mas estrechos, e indisolubies, que exige el interés general en defensa de Ia causa comtin de la libertad civil de la América, que tan dignamente sostiene”, Gazeta de Buenos Ayres, jueves 5 de setiembte de 1811, tomo tt, p. 717. > Cit. on Jestis Reyes Heroles, El liberalismo mexicano, 1. Los origenes, México, Fondo de Cultura Econémica, 1982, p. 382. 25 Yoidem. p. 417. 152 La ciudades principales mexicanas formaron Estados cuya mayorfa proclam6 su inde- pendencia, entendiéndota unos como compatible con la integracién en una federacién, y otros como “independencia absoluta”, concepto eventualmente congruente con el de confederaciGn26 Por ejemplo, leemos en la constitucién del Estado de Zacatecas, de 1825: “El Estado de Zacatecas es libre e independiente de los demas estados unidos de la nacién Mexicana, con los cuales conservard tas relaciones que establece la con- federacién general de todos ellos.”?” Por otra parte, es de advertir que la mas tempra- nna reunién de las ciudades en Estados fue facilitada en México por la existencia, desde tiempos de Ia Constitucién de Cadiz, de las diputaciones provinciales, las que tendie- ron aconformarse como gobiernos de sus jurisdicciones, hasta su desaparicién, reem- plazadas por las legislaturas provinciales electas, entre 1823 y 1824.28 Concordando con su postura adversa a esa tendencia, el lider centralista mexica- no Fray Servando Teresa de Mier escribfa en abril de 1823 que la repdblica a que to- dos aspiraban, unos Ja quieren confederada y yo como la mayoria la quiero central lo menos durante 10 © 20 afios, porque no hay en las provincias los elementos necesarios para hacer ca- da estado soberano, y todo se volverfa disputas y divisiones.° La oposicién a la postura de preservar la calidad soberana de las provincias o Esta- dos mediante una confederaciOn no enfrentaba solamente a los partidarios de un Es- tado centralizado sino también a los Ifderes federales que concebian al federalismo a la manera de la segunda Constitucién norteamericana, esto es, a los partidarios de lo que hoy se denomina Estado federal. De manera que dentro de lo que la historiogra- fia une con la comin denominacién de “federalistas”, en buena medida porque la confusiGn estaba ya presente en el Ienguaje de la época, debemos distinguir a quie- nes intentaban preservar sin mengua la soberania de cada Estado 0 provincia en vias de asociarse a otras, y la de quienes pretendian organizar un Estado nacional con ple- na calidad soberana, sin perjuicio de las facultades soberanas que se dejaban en ma- nos de los Estados miembros.2° Esta diferencia se registra en todos los casos. La historia de la independencia ve- nezolana ofrece un buen testimonio de sus alcances. En opinién de los partidarios de 2 Véase la postura de cada Estado en 1823 en idem, p. 380. 27 Constitucién del Estado Libre Federado de Zacatecas, titulo 1, capitulo 1, aticulo 1. 28 Véase el clésico trabajo de Nettie Lee Benson, La diputacién provincial y el federalismo mexica- no, México, El Colegio de México, 1955. 2 Cit. en Charles Hale, El fiberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853, México, Siglo ‘Veintiuno, 1972, p. 86. En diciembre de 1823, cuando se aprobé hacer de México una republica federal representativa, al votarse el articulo 6 que convertia a las provincias en libres soberanas ¢ independientes, Mier vot6 que si alo de fibres ¢ independientes y no alo de soberanas (p. 202). 20 Yéase un desarrollo de estos problemas en nuestro trabajo “EI federalismo argentino en la primera mitad del siglo xIX", ob. cit, 153 un Estado centralizado, habria sido el federalismo de la Constitucién de 1811 la fuen- te de la anarquia que impidié enfrentar la reaccién espafiola y terminé con la Patria Boba, la primera republica venezolana. Bolfvar sostuvo este criterio en varias opor- tunidades.?" Sin embargo, la historia parece haber sido otra. Inmediatamente de da- do el primer paso hacia la independencia, la iniciativa tomada por el Ayuntamiento de Caracas suscit6 las clésicas desconfianzas de las otras ciudades recelosas de las pretensiones de hegemonfa de aquélla.*? Varias de ellas se apresuraron a darse un tex- to constitucional en cl que proclamaron su autonomfa soberana —algtin articulo de la Constitucién del Estado de Barcelona llega a calificarse de “nacional”"'- y entabla- ron un agudo pleito con Caracas, al punto que algunas adhirieron al Consejo de Re- gencia, prefiriendo una formal pleitesfa a Ja distante autoridad peninsular que sujetarse a la més cercana y riesgosa de la ciudad rival.** Cuando finalmente se pro- mulga la ConstituciGn, que delinea algo mas cercano a un Estado federal que a una confederacién, cl resultado no podia menos que disgustar a las ciudades celosas de su soberania. Los conflictos, por lo tanto, parecen més bien haber sido producto de una reaccién ante el grado de centralizacién entrafiado en la Constitucién de 1811 y no por influencia de la misma. Tenemos entonces delineadas las distintas posiciones que se enfrentan en el pro- ceso de construccidn de los fuuros Estados nacionales. Y hemos sefialado que en buena medida remiten a las distintas concepciones de la soberanfa: centralismo, confederacionismo, federalismo. Tres tendencias que definirén gran parte de los con- flictos desatados por las tentativas de organizar los nuevos Estados que debian reem- plazar al dominio hispano. Sin embargo, hay todavfa otros matices, como la conciliacién de posturas auto nomistas con el apoyo a los proyectos centralizadores, en la medida en que en reali- 3 criterio de Bolivar esta ya expuesto cn el “Manifiesto de Cartagena”. de diciembre de 1812: Si- m6n Bolivar, Docirina det Libertador, Caracas, Biblioteca Ayacucho, segunda edicién, 1979, pp. 8 y 38. Asimismno, yéase lo que escribe en la “Carta de Jamaica, de seticmbre de 1815” (Id., p. 67), yen el “Dis- curso de Angostura”, de febrero de 1819 (Id., pp. 109 y 113). 2 Véase Carraciolo Parra-Pétez, Historia de la primera Repiiblica de Venezuela, dos vols., Caracas, 1959, tomo 1, 2a. parte, cap , “La revolucién en las provincias”, 3*"La nacién barcelonesa, de quien solamente emanan todos los Poderes Soberanos no los ejerce si- no por delegacicn.”, Constituci6n de la Provincia de Barcelona (1812), Tit. Cuatto, at. 3, en Las consti- tuciones provinciales, Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, 1959, p. 164. * Por ejemplo, Barcelona. Véase C. Parra Pérez, ob. cit., p. 410. 35 Noes de sorprender que mucho mds tarde, un conflicto similar se registrara en Argentina, cuando el Estado de Buenos Aires se escindi6 en 1853 de Ia recién creada Confederacién Argentina, Bsta, pese a su nombre ~como ocurre con el de la Confederacién Helvética de 1848-. cra en realidad un Estado fede- ral ante el cual Buenos Aires reaccion6 imponiendo reformas, ea 1860, que apuntaban a lo confederal sin Hegar a cllo, Véase Jonge R. Vanossi, “La influencia de la constitucién de los Estados Unidos de Nortea- mérica en la Constitucién de la Repsblica Argentina”, Revista Juridica de San Isidro, diciembre 1976, p. 10; Ricardo Zorraquin Beci, “La formacién constitucional del federalismo”. Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Afto vit, nim. 33, Buenos Aires, mayo-junio de 1953, p. 478. 154

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