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Mas alla de naturaleza y cultura Philippe Descola Amorrortu editores Nuenos Aires « Madrid Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d'Aide la Pu- blication Victoria Ocampo, bénéficie du soutien de l'Institut Francais, opérateur du Ministére Frangais des Affaires Btran- géres et Européennes, du Ministére Frangais de la Culture et de la Communication et du Service de Coopération et d'Action Cul- turelle de ' Ambassade de France en Argentine. Esta obra, publicada en el marco del Programa de Ayuda a la Publicacién Victoria Ocampo, cuenta con el apoyo del Instituto Francés, operador del Ministerio Francés de Asuntos Extranje- ros y Europeos, del Ministerio Francés de la Cultura y de la Co- municacién y del Servicio de Cooperacién y de Accién Cultural de la Embajada de Francia en Argentina. Biblioteca de antropologia Par-delé nature et culture, Philippe Descola © Editions Gallimard, 2005 Traduccién: Horacio Pons © Todos loa derechos de Ia edicién en castellano reservados por Amorrortu editorea Espaiia S.L., C/Lapez de Hoyos 15, 3° izquierda - 28006 Madrid Amorrortu editores S.A.. Paraguay 1225, 7” piso - C1057AAS Buenos res www.amorrortueditores.com La reproduccién total o parcial de este libro en forma idéntica o modifi cada por cualquier medio mecanico, electrénico o informatico, incluyen- do fotocopia. grabacién, digitalizacién o cualquier sistema de almacena- miento y recuperacién de informacién, no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Queda hecho el depésito que previene la ley n° 11.723 Industria argentina. Made in Argentina ISBN 978-950-518-360-0 ISBN 978-2-07.077263-6, Paris, edicién original Descola, Philippe Mas alla de naturaleza y cultura.- 1* ed.- Buenos Aires : Amorrortu, 2012 624 p. : 23x14 em.- (Antropologia) ‘Traduccién de: Horacio Pons ISBN 978-960-518-350-0 1. Antropologia. 1. Pons, Horacio. trad. II. Titulo. CDD 301 Impreso en los Tulleres Graficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, pro- vineia de Buenos Aires, en marzo de 2012. Tirada de esta edicién: 2.500 ejemplares. Para Léonore y Emmanuel. lee general 8 Palabras preliminares 1 Primera parte. La naturaleza en trompe [il 1, Figuras de lo continuo 2, Lo salvaje y lo doméstico Hxpncios némadas 14] huerto y la selva 1 eampo y el arrozal Ager y silva Fl pastor y el cazador Paixaje romano, bosque herciniano, naturaleza roméntica 3, La gran division Ju nutonomia del paisaje 1a autonomfa de la physis it autonomfa de la Creacién wutonomfa de la Naturaleza Ja autonomfa de la Cultura La autonomfa del dualismo La autonomia de los mundos Segunda parte. Estructuras de la experiencia 4. Los esquemas de la practica Wstructura y relacién KE] saber de lo familiar Esquematismos Diferenciacién, estabilizacién, analogias 177 177 181 197 199 200 208 213 221 224 226 236 246 251 260 263 270 278 287 301 302 309 330 336 344 348 354 361 363 364 375 10 5. Relacién con uno mismo, relacién con el otro Modos de identificacién y modos de relacién Elotro es un «yo» [je] Tercera parte. Las disposiciones del ser 6. El animismo restaurado Formas y comportamientos Los avatares de la metamorfosis Animismo y perspectivismo 7. Del totemismo como ontologia El Suefio Inventario australiano SemAntica de las taxonom{as Variedades de hibridos Retorno a los tétems algonquinos 8. Las certezas del naturalismo {Una humanidad irreductible? {Culturas y lenguas animales? gUn hombre sin espiritu? {Derechos de la naturaleza? 9. Los vértigos de la analogia La cadena del ser Una ontologia mexicana Ecos de Africa Aparcamientos, jerarquia, sacrificio 10. Términos, relaciones, categorias Englobamientos y simetrias Diferencias, semejanzas, clasificaciones Cuarta parte. Los usos del mundo 11. La institucién de los colectivos A cada especie su colectivo Naturaleza asocial y sociedades excluyentes wn TO 408 410 ain ane 4a AAs 445 4at 461 4B ant 406 bod O14 bez B24 539 061 657 677 579 607 GUI Colectivos hibridos diferentes y complementarios Un colectivo mixto, incluyente y jerarquizado 12, Metafisicas de las costumbres Un yo invasor La caiia pensante Representar lo colectivo La firma de las cosas Quinta parte. Ecologia de las relaciones 13. Las formas del apego Dar, tomar, intercambiar Producir, proteger, transmitir 14. El comercio de las almas Depredadores y presas La simetria de los obligados El «entre-nos» del compartir El ethos de los colectivos 15. Historias de estructuras Del Hombre-Caribu al Sefior-Toro Caza, amansamiento, domesticacién Génesis del cambio Epilogo. El registro de las posibilidades Agradecimientos Referencias bibliogrdficas Indice de nombres indice analitico 11 Palabras preliminares «Quien examine con detenimiento lo que vemos de ordina- rio en los animales que viven entre nosotros, ha de tener mo- tivos para encontrar en ello efectos tan admirables como los que es posible recoger en paises y siglos remotos. Una misma naturaleza sigue su curso en todo». MicueL DE Montaianz, Apologia de Raimundo Sabunde No estamos tan lejos de los tiempos en que podiamos deleitarnos con las curiosidades del mundo sin disociar la ensefianza extraida de la observacién de los animales de In que proponian las costumbres de la Antigiiedad o los usos de comarcas lejanas. Una «misma naturaleza» reina- ba sin rival y distribuia con equidad entre los humanos y los no-humanos la abundancia de las destrezas técnicas, los habitos de vida y las maneras de razonar. Entre los doctos, al menos, esa época llegé a su fin algunos decenios después de la muerte de Montaigne, cuando la naturaleza dejé de ser una disposicién unificadora de las cosas mds dispares para convertirse en un dominio de objetos gober- nado por leyes auténomas, contra cuyo telon de fondo la urbitrariedad de las actividades humanas podia desple- kar su seductor tornasol. Acababa de nacer una nueva cogmologia, prodigiosa invencién colectiva que ofrecié un marco sin precedentes al desarrollo del pensamiento cien- tffico, y cuyos custodios un poco impertinentes continua- mos siendo en estos comienzos del siglo XXI. Entre los costos de esa simplificacién figura uno que fue ignorado tanto més facilmente cuanto que su débito no se imputa en nues- tra cuenta: al mismo tiempo que los modernos descu- brian la perezosa inclinacién de los pueblos barbaros y sal- vajes a juzgarlo todo conforme a sus propias normas, esca- 15 moteaban el etnocentrismo que los caracterizaba detrés de un proceder racional de conocimiento cuyos extravios resultaban, con ello, imperceptibles. Por doquier y en todos los tiempos —se pretendia—, una misma naturaleza mu- da e impersonal habia extendido su influjo, que los seres humanos se consagraban a interpretar de manera mas 0 menos plausible y del cual, con mayor o menor fortuna, se esforzaban por sacar partido; en lo sucesivo, la pluralidad de convenciones y usos sélo podia cobrar sentido si se la relacionaba con regularidades naturales mas o menos bien aprehendidas por quienes estaban sometidos a ellas. Mediante un abuso de autoridad de una discrecién ejem- plar, nuestro reparto de los seres y las cosas se habia con- vertido en la norma de la que nadie podia eximirse. Prosi- guiendo la obra de la filosofia, cuyo magisterio tal vez en- vidiaba, la antropologia naciente confirmé esta reduccién éde la multitud de existentes a dos érdenes de realidad he- terogéneos, e incluso le otorg6, gracias a una plétora de he- chos recogidos en todas las latitudes, la garantia de ul versalidad de la que atin carecfa. Por lo demas, la antropo- logia se interné en este camino sin tomar verdaderas pre- cauciones, fascinada a tal punto por el brillo de la «diver- sidad cultural» cuyo inventario y estudio le procuraban su razén de ser: la profusion de instituciones y modos de pen- samiento resultaba menos imponente, y més tolerable su contingencia, si se admitia que todas esas practicas, cuya légica costaba a veces descubrir, constituian otras tantas respuestas singulares al desafio comtin de disciplinar y aprovechar las potencialidades biofisicas ofrecidas por el cuerpo y el medioambiente. Este libro tuvo origen en una sensacién de insatisfaccién ante esa situacién de hecho, asi como en el deseo de remediarla mediante la propuesta de otra manera de analizar las relaciones entre naturale- za y sociedad, Las circunstancias actuales son propicias para una empresa semejante, pues la vasta morada de dos planos superpuestos en que hace ya algunos siglos nos instala- mos a nuestras anchas comienza a revelar sus incomodi- dades, En la parte noble de ella donde, después de expul- sar de los salones a los representantes de las religiones re- veladas, las ciencias de la naturaleza y la vida llevan la voz cantante en cuanto a lo que se puede saber del mundo, 16 wikunos trénsfugas faltos de delicadeza descubren, detras de colgaduras y entablados, los mecanismos disimulados «ue permiten capturar los fenémenos del mundo fisico, se- leccionarlos y darles una expresién autorizada. Durante mucho tiempo dificil de encarar por su marcado empina- miento, la escalera que lleva al piso de la Cultura ha que- dado tan carcomida que muy pocos se atreven atin a subir decididamente por ella para anunciarles a los pueblos los. resortes materiales de su existencia colectiva, o a bajar sin precaucién para llevarles a los cientificos la contradic- cidn del cuerpo social. De la multitud de pequefias habita- ciones que albergan culturas particulares gotean al piso bnjo filtraciones extraiias, fragmentos de filosofias orien- tales, restos de gnosis herméticas o mosaicos de inspira- cién New Age, seguramente sin gravedad, pero que conta- minan aqui y allé dispositivos de separacién entre huma- nos y no-humanos que creiamos mejor protegidos. En cuanto a los investigadores que habiamos despachado ha- cin todos los rincones del planeta para que describieran ulli casas de arquitectura mas primitiva, y que durante mucho tiempo se esforzaron por levantar su inventario a partir del plano tipo que les era familiar, resulta que aho- ra nos traen toda clase de informaciones insélitas: algu- casas carecen de planta y en ellas la naturaleza y la cultura cohabitan sin dificultades en una sola habitacién; otras aparentan, en verdad, tener varias plantas, pero, en ln curiosa distribucién de sus funciones, la ciencia com- purte cama con la supersticién, el poder politico se inspira en los canones de lo Bello, e] macrocosmos y el microcos- mos mantienen una conversacién intima; se dice incluso que habria pueblos sin casas, y que también prescinden do establos y huertos, poco propensos a cultivar el claro dol Ser o a fijarse como destino explicito la domesticacién de lo natural en ellos o a su alrededor. Construido para durar por los grandes arquitectos de la edad clésica, ol edificio dualista todavia es sdlido, sin duda, en la medida on que se lo restaura sin descanso con una pericia a toda prueba. Sin embargo, sus fallas de estructura resultan enda vez mas notorias para quienes lo ocupan de manera no maquinal, asi como para aquellos que desearian encon- trar en él un alojamiento para albergar a pueblos acos- tumbrados a otros tipos de vivienda. 17 En las paginas que siguen no han de encontrarse, em- pero, los planos de una nueva casa comtin que sea mas hospitalaria con las cosmologias no modernas y esté mejor adaptada a la circulacién de hechos y valores. Cabe asegu- rar que no esté lejos el tiempo en que un edificio semejan- te comenzaré a surgir del suelo, sin que se sepa con exac- titud quién se hard cargo de la obra; pues si ya es comin decir que los mundos estan construidos, nadie conoce a sus arquitectos, y apenas empezamos a sospechar de qué materiales estan hechos. Un trabajo de esa indole, en todo caso, incumbe a los residentes de la casa que puedan sen- tirse faltos de espacio en ella, y no a una ciencia en par- ticular, aunque sea la antropologia.! La misién de esta, tal como yo la entiendo, consiste en contribuir con otras ciencias, y de acuerdo con sus propios métodos, a hacer in- teligible la manera en que organismos de un tipo especi- fico se insertan en el mundo, se forjan de él una represen- tacién estable y ayudan a modificarlo tejiendo, con él y en- tre ellos, lazos constantes u ocasionales de una diversidad notable pero no infinita. Antes de imaginar un nuevo ma- pa para un futuro en trabajo de parto, es preciso, enton- ces, trazar la cartografia de esos lazos, comprender mejor su naturaleza, establecer sus modos de compatibilidad e incompatibilidad y examinar cémo se actualizan en mane- ras de ser en el mundo inmediatamente distintivas. Para llevar a buen puerto una empresa de esas caracteristicas, Ja antropologia debe deshacerse de su dualismo constitu- tivo y volverse plenamente monista. Mas no en el sentido casi religioso del término, del que Haeckel se habia erigi- do en apéstol y que ciertas filosofias del medioambiente hicieron suyo; ni, desde Iuego, con la ambicién de reducir la pluralidad de los existentes a una unidad de sustancia, de finalidad o de verdad, como intentaron hacerlo algunos filésofos del siglo XIX, sino para que resulte claro que el proyecto de dar razén de las relaciones que los seres hu- manos mantienen consigo mismos y con los no-humanos no podria apoyarse en una cosmologia y una ontologia tan estrechamente aferradas como las nuestras a un contexto + Hace poco, Bruno Latour propuso un esbozo de lo que podria ser una refundacién de esa clase, en un ensayo politico de saludable auda- uspecifico. Con ese objeto, habra que mostrar, en primer lugar, que la oposicién entre la naturaleza y la cultura no tine la universalidad que se le adjudica, no sélo porque vnrece de sentido para quienes no son modernos, sino también por el hecho de que aparecié tardiamente en el (ranscurso del desarrollo del propio pensamiento occiden- tal, donde sus consecuencias se hicieron sentir con singu- Jur vigor en la antropologia y su manera de considerar su objeto y sus métodos. La primera parte de este libro se consagraré a ese trabajo previo de aclaracién, pero no busta con destacar la contingencia histérica o los efectos deformantes de aquella oposicién. Hay que ser capaz, ademas, de integrarla a un nuevo campo analitico, dentro del cual el naturalismo moderns, lejos de constituir el murco de referencia que permite juzgar culturas distan- tes en el tiempo o en el espacio, no sea més que una de las expresiones posibles de esquemas mds generales que rigen la objetivacién del mundo y de los otros. Especificar ln naturaleza de esos esquemas, dilucidar sus reglas de composicién y trazar una tipologia de sus ordenamientos: tal es la tarea principal que me he fijado en esta obra. Al otorgar prioridad a un anilisis combinatorio de los mods de relacién entre los existentes, me vi en la necesi- dad de diferir el estudio de su evolucién —una eleccién de método, y no de circunstancia—. Al margen de que si com- binara esas dos empresas superaria con mucho las dimen- wiones razonables que deseo dar a este libro, tengo tam- bién la conviccién de que la creacién de un sistema no puede analizarse antes de sacar a luz su estructura espe- olfica, procedimiento al que Marx dio legitimidad con el examen de la génesis de las formas de produccién capi- talista, y que resumié en una férmula célebre: «La anato- mfa del hombre provee la clave de la anatomia del mono».2 * Karl Marx, Fondements de la critique de l'économie politique, Paris: Auditions Anthropos, vol. 1, 1967, péig. 35 [Elementos fundamentales pa- 1a la critica de la economia politica (borrador), 1857-1858, vol. 1, Méxi- eo; Siglo XXI, 1971]. Fue sobre todo en esta parte de los Grundrisse, ti- tulnda «Formas que preceden a la produccién capitalistan, donde Mevé a la practica su procedimiento de historia regresiva; véase al pecto el luminoso comentario que hace Maurice Godelier en su prefacio & Sur les sociétés précapitalistes: textes choisis de Marx, Engels, Lénine, Parin; Editions Sociales, 1970, pags. 46-51. 19 Contra el historicismo y su fe ingenua en la explicacién por las causas antecedentes, es preciso tener muy en cuenta que s6lo el conocimiento de la estructura de un fe- némeno permite indagar de manera pertinente sobre sus origenes. Asi como la teoria critica de las categorias de la economia politica debia preceder necesariamente, segiin Mars, a la investigacién sobre el orden de aparicién de los fenémenos que dichas categorias pretendian explicar, la genealogia de los elementos constitutivos de los diferen- tes tipos de relacién con el mundo y con los otros no podria trazarse antes de aislar las formas estables en que esos elementos se combinan. Un enfoque semejante no es ahis- térico; mantiene su fidelidad a la recomendacién que ha- cia Marc Bloch en cuanto a atribuir todo su peso a la his- toria regresiva, es decir, observar ante todo el presente para interpretar mejor el pasado. Es cierto que el presen- te del cual me valdré sera a menudo circunstancial y se conjugaré en plural; que debido a la diversidad de mate- riales utilizados, a la desigualdad de las fuentes y a la ne- cesidad de convocar sociedades en un estado perimido, es- tara més cerca del presente etnogrdfico que del presente contemporAneo: sera como una instantdnea que capta a una colectividad en un momento dado de su trayectoria, cuando ella presenta un valor paradigmitico para la com- paracién —en otras palabras, un tipo ideal—. Es indudable que el proyecto de poner sobre el tapete una antropologia monista les parecerd a algunos desme- suradamente ambicioso —tan grandes son las dificulta- des que deben superarse, y tan profusos los materiales que es preciso tratar—. Por eso, el ensayo que ofrezco al lector debe tomarse al pie de la letra: como una tentativa, una prueba, un medio de asegurarse de que un procedi- miento es posible y mas conveniente para el empleo al que se lo destina que las experiencias intentadas con anterio- ridad. Como se habré comprendido, dicho empleo es una manera de contemplar los fundamentos y las consecuen- cias de una alteridad que se pretenda plenamente respe- tuosa de la diversidad de formas bajo Jas cuales las cosas y sus usos se presentan ante nuestros ojos. Es hora, en efec- to, de que la antropologia haga justicia al movimiento ge- 8 Véase Mare Bloch (1988 [1931)), pags. 47-51. 20 pso que la hizo surgir, y pose sobre el mundo una mira- ilu mas ingenua 0, como minimo, exenta de un velo dualis- 1a que la evolucién de las sociedades industrializadas ha vuelto en parte anticuado, y que fue la causa de mas de \una distorsién en la aprehensién de cosmologias demasia- ilo diferentes de la nuestra. Estas eran consideradas enig- miiticas y, por consiguiente, dignas de la atencién cienti- tien, toda vez que en ellas los deslindes entre los humanos y los «objetos naturales» parecian difusos y hasta inexis- tontes: un escdndalo légico al que convenia poner fin. Em- pero, casi no se advirtié que la frontera era apenas mas nitida en nuestro caso, a pesar de todo el aparato episte- molégico movilizado a fin de garantizar su hermeticidad. (or fortuna, la situacién esta cambiando, y ahora es dificil eonducirse como si los no-humanos no estuvieran por do- «quicr en el corazén de la vida social, ya tomen la forma de tun mono con el que nos comunicamos en un laboratorio, la del alma de un fiame que visita en suefios a quien lo culti- vn, la de un adversario electrénico a quien hay que derro- {ur en ajedrez o la de un buey tratado como sustituto de una persona en una prestacién ceremonial. Saquemos las consecuencias de ello: el andlisis de las interacciones en- tre los habitantes del mundo ya no puede limitarse sélo al sector de las instituciones que rigen la vida de los hom- bres, como si lo que se decretara exterior a estos no fuera nifis que un conglomerado anémico de objetos a la espera de sentido y utilidad. Nos invitan a superar esa situacién muchas sociedades calificadas de «primitivas», que jamas pensaron que las fronteras de la humanidad se detuvie- ran a las puertas de la especie humana, y que no vacilan on admitir en el concierto de su vida social a las mas mo- destas de las plantas y a los més insignificantes de los ani- males. La antropologia se ve, pues, enfrentada a un enor- te desafio: o desaparecer con una forma agotada de hu- hunismo, 0 metamorfosearse y repensar su campo y sus herramientas para ineluir en su objeto mucho més que el unthropos, toda esa colectividad de existentes ligada a él y relegada hoy a una funcién de entorno. O, en términos mas convencionales: la antropologia de la cultura debe acrecentarse con una antropologia de la naturaleza, abier- ta a esa parte de si mismos y del mundo que los seres hu- manos actualizan y mediante la cual se objetivan. 21 Primera parte. La naturaleza en trompe l’ceil «En lo concerniente a procurar demostrar que la natura- leza existe, seria ridiculo hacerlo; es palmario, en efecto, que hay muchos seres naturales», ARISTOTELES, Fisica «Vi que néo hé Natureza, Que Natureza nao existe, Que hé montes, vales, planicies, Que hd drvores, flores, ervas, Que hd rios e pedrus, Mas que ndo hd um todo a que isso pertenca, Que um conjunto real e verdadeiro uma doenca das nossas ideias. »A Natureza é partes sem um todo Isto é talvez o tal mistério de que falam». Ferwanbo Pessoa, Poemas de Alberto Caeiro 1. Figuras de lo continuo Fue corriente abajo del Kapawi, un rio cenagoso de la Alta Amazonia, donde comencé a interrogarme sobre el énrdcter evidente de la naturaleza. Sin embargo, nada es- pecial distinguia el entorno de la casa de Chumpi de otros sitios habitados que yo habia visitado antes en esa regién de Keuador, limitrofe con Pert. Segtin la costumbre de los uchuares, la vivienda cubierta de hojas de palma se levan- nba en el centro de un terreno desbrozado, donde domi- nubnn las plantas de mandioca, y que bordeaban por un Indo las aguas arremolinadas del rio. Algunos pasos mas ull de] huerto se tropezaba ya con la selva, una sombria muutralla de monte alto que rodeaba la linde mas palida de low bananos. E] Kapawi era la tinica linea de fuga de ese tirco sin horizontes, un escape tortuoso e interminable, jes me habia demandado una jornada entera de piragua Negar desde un desmonte similar, el lugar poblado mas préximo al dueiio de casa. En el trayecto entre ambos puntos, decenas de miles de hectareas de arboles, musgos y helechos, decenas de millones de moscas, hormigas y mosquitos, piaras de pecaries, tropeles de monos, guaca- mayos y tucanes y, tal vez, uno o dos jaguares; en suma, una proliferacin inhumana de formas y seres librados, eon toda independencia, a sus propias leyes de cohabita- vidn... Hacia la mitad de la tarde, mientras tiraba los dese- chos de la cocina en la espesura que domina el rio, Mete- kash, la mujer de Chumpi, habia sufrido la mordedura de una serpiente. Se precipité entonces hacia nosotros, con. los ojos dilatados por el dolor y la angustia, y gritando: «jLa mapanare, la mapanare, estoy muerta, estoy muer- tal», El grupo familiar, en estado de alerta, le hizo coro de inmediato: «jLa mapanare, la mapanare, la maté, la ma- tél», Le inyecté un suero y Metekash fue a descansar ala pequefia choza de confinamiento que se levanta en cir- 25 cunstancias como esas. Un accidente de este tipo no es in- frecuente en la regién, sobre todo durante la tala, y los achuares se resignan con cierta fatalidad a su desenlace a menudo mortal; pero que una mapanare se aventurara tan cerca de una casa era, al parecer, poco habitual. Chumpi parecia tan afectado como su mujer; sentado en su taburete de madera esculpida, con semblante furio- so y estremecido, mascullaba un mondlogo en el que ter- miné por inmiscuirme. No, la mordedura sufrida por Me- tekash no era obra del azar, sino una venganza enviada por Jurijri, una de esas «madres de las bestias de caza» que velan por los destinos de los animales de la selva. Gracias a que los albures del trueque habian provisto a mi anfitrién de un fusil, tras un largo periodo en el cual s6lo habia podido cazar con cerbatana, Chumpi habia perpe- trado el dia anterior una gran masacre de monos lanudos. Deslumbrado, sin duda, por el poder de su arma, habia disparado indiscriminadamente contra la colonia, matan- do a tres o cuatro animales e hiriendo a algunos otros. Sélo habia recogido tres monos, mientras otro agonizaba en la horquilla de una rama principal. Algunos de los fugitivos, tocados por el plomo, sufrian ahora en vano; tal vez in- cluso habian muerto antes de poder consultar al chamén de su especie. Por haber matado, casi por capricho, mas animales que los necesarios para el abastecimiento de su familia, y no haberse preocupado por la suerte de los que habian quedado baldados, Chumpi habia infringido la ética de la caza, rompiendo la convencién implicita que li- ga a los achuares con los espiritus protectores de las pre- sas, Las represalias no habian tardado demasiado. . . En un torpe intento de disipar la culpa que abrumaba a mi anfitrién, le hice notar que el Aguila arpia o el jaguar no se inquietan al matar monos, que la caza es necesaria para la vida y que en la selva cada uno termina por servir de alimento a otros. Sin duda, yo no habia entendido nada: «Los monos lanudos, los tucanes, los monos aulladores, todos los que matamos para comer, son personas como nosotros. E] jaguar también es una persona, pero es un asosino solitario; no respeta nada. Nosotros, las “personas completas”, debe- mos respetar a los que matamos en la selva, porque para no- sotros son como parientes politicos. Viven con su propia pa- 26 rentela, no hacen las cosas al azar, hablan entre si, escuchan Jo quo decimos, se casan como corresponde. Nosotros tam- hién, en las venganzas, matamos a parientes politicos, pero siempre son parientes. Y ellos también pueden querer ma- tarnos. De la misma manera, matamos a los monos lanudos para comer, pero siguen siendo parientes». Las convicciones intimas que un antropélogo se forja von respecto a la naturaleza de la vida social y de la condi- vion humana son, con frecuencia, el resultado de una ex- poriencia etnograéfica muy particularizada, adquirida en contacto con algunos millares de individuos que han sa- nid inocular en él dudas tan profundas en cuanto a lo que antes consideraba una obviedad, que toda su energia se dospliega a continuacién para darles forma en una inves- ligncidn sistemdtica. Fue eso lo que ocurrié en mi caso tunndo, con el transcurso del tiempo y luego de no pocas wonversaciones con los achuares, las modalidades de su emparentamiento con los seres naturales fueron definién- dose poco a poco.! Esos indios repartidos a uno y otro lado lv la frontera entre Ecuador y Perti apenas se distinguen dv las otras tribus del conjunto jibaro, al que se asocian por la lengua y la cultura, cuando dicen que la mayoria de Ins plantas y los animales poseen un alma (wakan) si- milar a la de los humanos, una facultad que los incluye entre las «personas» (gents) en cuanto los dota de concien- ela reflexiva e intencionalidad, los hace capaces de exper mentar emociones y les permite intercambiar mensajes tunto con sus pares como con los miembros de otras espe- clos —entre ellas, los hombres—. Esta comunicacién ex- lrnlingiiistica es posible gracias a la aptitud que se le reco- fue al wakan de vehiculizar, sin mediacién sonora, pen- aumientos y deseos hacia el alma de un destinatario, y de tnudificar asi, a veces sin conocimiento de este, su estado ile inimo y su comportamiento. Los seres humanos dispo- nen a ese efecto de una vasta gama de encantamientos tfixicos, los anent, por medio de los cuales pueden actuar distancia sobre sus congéneres, pero también sobre las pluntas y los animales, al igual que sobre los espiritus y ciertos artefactos. La armonia conyugal, un buen entendi- ' Se encontraran mas detalles en Descola (1986). 27 miento con parientes y vecinos, el éxito en la caza, la fabri- cacién de una hermosa vasija o de un curare eficaz, un huerto de cultivos variados y abundantes: todo eso depen- de de las relaciones de convivencia que los achuares ha- yan logrado establecer con una enorme diversidad de in- terlocutores humanos y no-humanos, al suscitar en ellos disposiciones favorables por conducto de los anent. En la mente de los indios, el saber técnico es indisocia- ble de la capacidad de crear un medio intersubjetivo en el que se despliegan relaciones reguladas de persona a per- sona: entre el cazador, los animales y los espiritus amos de las piezas de caza, y entre las mujeres, las plantas del huerto y el personaje mitico que ha engendrado las espe- cies cultivadas y sigue asegurando hasta hoy su vitalidad. Lejos de reducirse a lugares prosaicos proveedores de pi- tanza, la selva y los terrenos desbrozados para cultivo constituyen los teatros de una sociabilidad sutil en que, dia tras dia, se engatuisa a seres a los que sélo la diversi- dad de las apariencias y la falta de lenguaje distinguen efectivamente de los humanos. Sin embargo, las formas de esa sociabilidad difieren segiin se trate de plantas o de animales. Duefias de los huertos, a los que dedican gran parte de su tiempo, las mujeres se dirigen a las plantas cultivadas como si fueran nifios a quienes es conveniente llevar con mano firme a Ja madurez. Esta relacién de «ma- ternajer toma como modelo explicito la tutela ejercida por Nunkui, el espiritu de los huertos, sobre las plantas que ella creé antaiio. Los hombres, por su lado, consideran al animal de caza como un cufiado, relacién inestable y difi- cil que exige respeto mutuo y circunspeccién. Los parien- tes politicos, en efecto, constituyen la base de las coali nes politicas, pero también son los adversarios mas inme- diatos en las guerras de venganza. La oposicién entre con- sanguineos y afines, las dos categorias mutuamente ex- cluyentes que gobiernan la clasificacién social de los achuares y orientan sus relaciones con los otros, reapare- ce asi en los comportamientos prescriptos hacia los no-hu- manos. Parientes de sangre para las mujeres, parientes por alianza para los hombres, los seres de la naturaleza se convierten en verdaderos partenaires sociales. 4Se puede, no obstante, hablar aqui de seres de la na- turaleza, como no sea por comodidad? Hay lugar para la 28 naturaleza en una cosmologia que confiere a los animales y las plantas la mayoria de los atributos de la humanidad? {Se puede hablar de apropiacion y transformacién de los recursos naturales cuando las actividades de subsistencia se declinan en la forma de una multiplicidad de aparea- mientos individuales con elementos humanizados de la biosfera? {Se puede siquiera hablar de espacio silvestre con referencia a esa selva apenas rozada por los achuares, y que estos describen, empero, como un inmenso huerto cultivado con cuidado por un espiritu? A mil leguas del «dios feroz y taciturno» de Verlaine, la naturaleza no es aqui una instancia trascendente o un objeto por sociali- zar, sino el sujeto de una relacién social: prolongacién del mundo de la casa familiar, es verdaderamente doméstica hasta en sus reductos mas inaccesibles. Los achuares establecen, es cierto, distinciones entre las entidades que pueblan el mundo. La jerarquia de los objetos animados e inanimados que se deduce de ellas no ac funda, sin embargo, en grados de perfeccidn del ser, di- forencias de apariencia o una acumulacién progresiva de propiedades intrinsecas. Se apoya en la variacién en los modos de comunicacién que autoriza la aprehensién de cualidades sensibles distribuidas en forma desigual. Enla medida en que la categoria de las «personas» engloba es- piritus, plantas y animales, todos dotados de un alma, es- tw cosmologia no discrimina entre los humanos y los no- humanos: se limita a introducir una escala de orden se- gin los niveles de intercambio de informacién considera- dos factibles. Los achuares ocupan, como corresponde, la cima de la piramide: se ven y se hablan en el mismo len- yunje. El didlogo es aun posible con los miembros de las ‘iirns tribus jibaras que los rodean y cuyos dialectos son, fi mayor o menor medida, mutuamente inteligibles, aun ouundo no se pueden excluir los malentendidos fortuitos 0 iloliberados. Con los blancos hispanoparlantes, con las po- blnwiones vecinas de lengua quechua, y también con el et- 10, 8e ven y se hablan al mismo tiempo, por poco que xista una lengua en comin; pero el dominio de esta suele sor imperfecto para aquel de los interlocutores que no la tlene como lengua materna, y ello plantea la posibilidad ide una discordancia sem4ntica que pondré en duda la co- frespondencia de las facultades que verifican la existen- 29 cia de dos seres en un mismo plano de lo real. Las distin- ciones se acenttian a medida que nos alejamos del Ambito de las «personas completas», penke aents, definidas ante todo por su aptitud lingiiistica. Asi, los humanos pueden ver a las plantas y los animales a los cuales, cuando po- seen un alma, se supone capaces de percibir a los huma- nos; pero si bien los achuares les hablan gracias a los en- cantamientos anent, no obtienen una respuesta inmedia- ta, que sdlo se revela en suefios. Ocurre otro tanto en el ca- 80 de los espiritus y de algunos héroes de la mitologia: atentos a lo que se les dice, pero generalmente invisibles bajo su forma primordial, sélo pueden ser aprehendidos en toda su plenitud durante los suefios y en los trances in- ducidos por los alucinégenos. Las «personas» idéneas para comunicarse también es- tan jerarquizadas en funcién del grado de perfeccién de las normas sociales que rigen las diferentes comunidades entre las cuales se distribuyen. Ciertos no-humanos estan muy cerca de los achuares, pues se considera que respe- tan reglas matrimoniales idénticas a las de estos: asi su- cede con los Taunki, los espiritus del rio, y con varias espe- cies de animales de caza (los monos lanudos, los tucanes) y de plantas cultivadas (la mandioca, los cacahuetes). Hay seres, en contraste, que se complacen en la promiscuidad sexual y, de tal modo, escarnecen en forma constante el principio de exogamia; es lo que ocurre con el mono aulla- dor o el perro. El nivel de integracién social mds bajo co- rresponde a los solitarios: los espiritus Iwianch, encarna- ciones del alma de los muertos que vagabundean solos por la selva, e incluso los grandes depredadores, como el ja- guar o la anaconda. Sin embargo, por ajenos que puedan parecer a las leyes de la civilidad corriente, todos estos se- res solitarios son intimos de los chamanes, que los utili- zan para sembrar el infortunio o combatir a sus enemigos. Establecidos en las lindes de la vida comin, estos seres nocivos no son salvajes en modo alguno, pues los amos a quienes sirven no estan fuera de la sociedad. {Significa esto que los achuares no reconocen ninguna entidad natural en el medio que ocupan? No del todo. El gran continuum social en que se mezclan humanos y no- humanos no es enteramente incluyente, y algunos elemen- tos del medioambiente, carentes de un alma propia, no se 30 comunican con nadie. La mayor parte de los insectos y los peces, la hierba, los musgos y los helechos, los guijarros y los rfos, son asi exteriores tanto a la esfera social como al juego de la intersubjetividad; en su cxistencia maquinal y genérica, corresponderian quizds a lo que nosotros llama- mos «naturaleza». Con todo, jes legitimo seguir emplean- do esta nocién a fin de designar un segmento del mundo «jue, para los achuares, es incomparablemente mas res- tringido que lo que nosotros mismos entendemos por ello? En el pensamiento moderno, por afiadidura, la naturaleza udlo tiene sentido en oposicidn a las obras humanas, ya se prefiera dar a estas el nombre de «cultura», «sociedad» 0 shistorian, en el lenguaje de la filosofia y las ciencias so- vinles, o bien de «espacio antropizado», «mediacién técni- cn» o “ecimene», en una terminologia mas especializada. Una cosmologia en que la mayoria de las plantas y de los animales estan incluidos en una comunidad de personas ue comparten total o parcialmente las facultades, los comportamientos y los cédigos morales atribuidos, por lo comin, a los hombres no responde de ninguna manera a lon criterios de una oposicién semejante. Constituirén quizé los achuares un caso excepcional,? tuna de esas pintorescas anomalias que la etnografia des- vubre a veces en algtin remoto rincén del planeta? {Sera tnl vez que mi interpretacién de su cultura es defectuosa? Vor falta de perspicacia o deseo de originalidad, acaso no haya sabido 0 querido poner de manifiesto la disposicién fnpecifica que en ellos adopts, al parecer, la dicotomia en- tro naturaleza y sociedad. Sin embargo, algunos centena- tn de kilémetros més al norte, en la selva amaz6nica del utionte de Colombia, los indios makunas presentan una versién atin mds radical de una teorfa del mundo decidi- damente no dualista.> A semejanza de los achuares, los makunas categorizan » low humanos, las plantas y los animales como «gente» nasa), cuyos principales atributos —la mortalidad, la vi- ila xocial y ceremonial, la intencionalidad, el conocimien- + Wuuando menos, un ejemplo euficientemento tipico como para haber sarvidlo ya de ilustracién etnogréfica a autores que rechazan la univer- sntidad de ta oposicién entre naturaleza y sociedad. Véanse Berque {10K y 1980) y Latour (1991). liom (1996 y 1990), 31 to— son idénticos en todos los aspectos. Las distinciones internas en esta comunidad de lo viviente se basan en los caracteres particulares que el origen mitico, los regime- nes alimentarios y los modos de reproduccién confieren a cada clase de seres, y no en la mayor o menor proximidad de esas clases al paradigma de realizacién que propon- drian los makunas. La interaccion entre los animales y los humanos se concibe, asimismo, bajo la forma de una rela- cidn de afinidad, aunque ligeramente diferente del mode- lo achuar, porque el cazador trata a su presa como un con- sorte potencial, y no como un cufiado. Las categorizacio- nes ontolégicas son, de todos modos, mucho mas eldsticas atin que entre los achuares, en razén de la facultad de me- tamorfosis reconocida a todos: los humanos pueden con- vertirse en animales, los animales pueden convertirse en humanos y el animal de una especie puede transformarse en un animal de otra. El influjo taxonémico sobre lo real siempre es, por consiguiente, relativo y contextual; el in- tercambio permanente de las apariencias no permite atri- buir identidades estables a los componentes vivos del me- dioambiente. La sociabilidad que los makunas les atribuyen a los no- humanos también es mis rica y compleja que la que les reconocen los achuares. Al igual que los indios, los anima- les viven en comunidades, en «casas largas» que la tradi- cién sitda en el corazén de algunos rapidos o en el interior de colinas localizadas con precisién; cultivan huertos de mandioca, se desplazan en piragua y, bajo la conduccién de sus jefes, se entregan a rituales tan elaborados como los de los makunas. La forma visible de los animales noes, en efecto, mas que un disfraz. Cuando vuelven a sus mo- radas, lo hacen para despojarse de su apariencia, cubrirse de adornos de plumas y ornamentos ceremoniales, y vol- ver a ser de manera manifiesta la «gente» que no habian dejado de ser cuando ondeaban en los rios o buscaban su alimento en la selva. El saber de los makunas sobre la do- ble vida de los animales esta contenido en la ensefianza de los chamanes, esos mediadores césmicos en quienes la so- ciedad delega la gestién de las relaciones entre las dife- rentes comunidades de lo viviente. Empero, se trata de un saber cuyas premisas son compartidas por todos y que, aunque es en parte esotérico, no por ello deja de estructu- 32 ror la nocién que los profanos van concibiendo de su am- tuonte y su manera de interactuar con él. Se ha descripto una gran cantidad de cosmologias and- Jogus a las de los achuares y los makunas para las regio- hes solvaticas de las tierras bajas de América del Sur4 A dluspecho de las diferencias que exhiben en su ordena- miento interno, todas esas cosmologias tienen la caracte- rintica comin de no efectuar distinciones ontoldégicas ta- juites entre los humanos, por un lado, y buen numero de expocies animales y vegetales, por el otro. La mayoria de lun entidades que pueblan el mundo estan vinculadas tinas a otras en un vasto continuum animado por princi- fis unitarios y gobernado por un idéntico régimen de swinbilidad. Las relaciones entre humanos y no-humanos wm presentan, en efecto, como relaciones de comunidad a co- munidad, definidas en parte por las coacciones utilitarias lv ln subsistencia, pero que pueden adoptar una forma jurrticular en cada tribu y servir, asi, para diferenciarlas. Uso es lo que muestra con claridad el ejemplo de los yuku- nas, un grupo de lengua arahuaca cuyo territorio linda con el de los makunas en la Amazonia colombiana.® Al ‘gun! que sus vecinos del conjunto lingiifstico tukano, los yukunas han desarrollado asociaciones preferenciales con ciertas especies animales y ciertas variedades de plantas eultivadas que les sirven de alimentos privilegiados, pues au origen mitico y, en el caso de los animales, sus casas co- munes se sittian dentro de los limites del territorio tribal. Corresponde a los chamanes locales la tarea de supervi- aur In regeneracién ritual de esas especies, vedadas en cumbio para las tribus tukanas que rodean a los yukunas. A cada grupo tribal incumbe, de tal modo, la responsa- bilidad de velar por las poblaciones especificas de plantas y animales de las que se alimenta, y esta division de ta- reas contribuye a definir la identidad local y el sistema de roluciones interétnicas en funcién del vinculo de afinidad eon conjuntos diferenciados de no-humanos. 4M. Brown (1986); Chaumeil (1983); Grenand (1980); Jara (1991); -Dolmatoff (1976 y 1996a); Renard-Casevitz (1991); Van der n (1992); Viveiros de Castro (1992), y Weiss (1976). En Isacsson (193) ae encontraré Ia referencia a concepciones similares entro los wmorindios de la costa colombiana del Pacifico. "Van der Hammen (1992), pag. 334, 33 Si la sociabilidad de los hombres y la de los animales y Jas plantas estan tan intimamente conectadas en la Ama- zonia, ello se debe a que sus respectivas formas de organi- zacion colectiva participan de un modelo comin bastante flexible, que permite describir las interacciones entre los no-humanos utilizando las categorias mencionadas que estructuran los vinculos entre humanos, y representar ciertos vinculos entre estos por medio de las relaciones simbiéticas entre especies. En este tiltimo caso, menos ha- bitual, la relacion no se designa ni se califica de manera explicita, pues se considera que sus caracteristicas son co- nocidas por todos en virtud de un saber botdnico y zoolé- gico compartido. Entre los secoyas, por ejemplo, se supone que los indios muertos perciben a los vivos segtin dos ava- tares contrapuestos: ven a los hombres como aves oropén- dolas y a las mujeres como loros amazonas.® Al organizar la construccién social y simbélica de las identidades se- xuales, esta dicotomia se apoya en caracteristicas etolégi- cas y morfolégicas propias de las dos especies, cuya fun- cién clasificatoria resulta asi evidente, pues se utilizan di. ferencias de apariencia y comportamiento entre no-huma- nos para reforzar, destacandola, una diferencia anatémica y fisiolégica entre humanos. A la inversa, los yaguas de la Amazonia peruana han elaborado un sistema de clasifica- cién de las plantas y los animales fundado en las re- laciones entre especies, segiin se las defina por diversos grados de parentesco consanguineo, por la amistad o por la hostilidad.” El uso de categorias sociales para definir vinculos de proximidad, simbiosis o competencia entre es- pecies naturales es aqui tanto mas interesante cuanto que se extiende ampliamente sobre el reino vegetal. Asi, los grandes drboles mantienen una relacién de hostilidad: se provocan en duelos fratricidas para ver quién serd el pri- mero en someterse. También prevalece una relacién de hostilidad entre la mandioca amarga y la mandioca dulce, en que la primera procura contaminar a la segunda me- diante su toxicidad. Las palmeras, en cambio, entablan re- laciones mas pacificas, de tipo avuncular o de primazgo, de acuerdo con el grado de semejanza de las especies. Los © Belatinde (1994). 7 Chaumeil y Chaumeil (1992). 34 yuguas —al igual que los jibaros aguarunas—* también interpretan la semejanza morfoldgica entre las plantas nilvestres y las plantas cultivadas como muestra de una relacién de hermandad, sin pretender, por lo demas, que «nn similitud sea el indicio de un ancestro comin a las dos enpecies. La diversidad de los indices clasificatorios empleados yor los amerindios para explicar las relaciones entre os organismos demuestra a las claras la elasticidad de las fronteras en la taxonomia de lo viviente, pues las caracte- risticas atribuidas a las entidades que pueblan el cosmos no dependen tanto de una definicién previa de su esencia como de las posiciones relativas que ellas ocupan entre si, vn funcién de las exigencias de su metabolismo y, sobre tudo, de su régimen alimentario. La identidad de los hu- manos —vivos y muertos—, de las plantas, de los anima- lus y de los espiritus es enteramente relacional y, por lo unto, esta sometida a mutaciones o metamorfosis segtin lox puntos de vista adoptados. En muchos casos, en efecto, uw dice que un individuo de una especie aprehende a los miembros de otras sobre la base de sus propios criterios, de modo tal que un cazador, en condiciones normales, no advertiré que su presa animal se ve a si misma como un humano, ni que lo ve a él como un jaguar. De manera ana- loga, el jaguar ve como cerveza de mandioca la sangre que bebe a lengiietadas; el mono arafia que el pdjaro cacique cree cazar no es para el hombre mas que un saltamontes, y los tapires que la serpiente aspira a convertir en su bo- endo predilecto son en realidad humanos.® Gracias al in- tercambio permanente de las apariencias generado por «wos desplazamientos de perspectiva, los animales se con- wideran de buena fe dotados de los mismos atributos cultu- rates que los humanos: para ellos, sus copetes son coronas de plumas; su pelaje es un vestido; su pico, una lanza, y hus garras, cuchillos, El carrusel perceptivo de las cosmo- logias amazénicas genera una ontologia —a veces bauti- zuda con el nombre de «perspectivismo»—!0 que niega a lox humanos el punto de vista de Sirio al afirmar que mil- ® Berlin (1977). 4 En Rividre (1994) se hallarén otros ejemplos similares. © Lima (1996) y Viveiros de Castro (1996). 35

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