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Mas alla del territorio La historia regional y local como problema Discusiones, balances y proyecciones ca Sandra R. Fernandez Rte ode compiladora te Rosario, 2007 Mas cerca, mas denso La historia local y sus metaforas' ANACLET Pons Justo Serna hecho universal. Vale decir, es comiin a todos tos seres humanos, y cuando la ‘* narramos, cuando la ponemos en orden y la difundimos, aspiramos a compartir explicita o implicitamente esa experiencia con otros: pretendemos compararlas. Por eso, nuestra disciplina no se destina sdlo a los propios, a los préximos, sino también aquellos otros que nos resultan extrafios, distantes, alejados. Si toda lo que nuestros antepasados experimentaron, sintieron y pensaron es asunto de la Historia, entonces su examen y su relato han de hacerse empleando fuentes muy diversas y perspectivas variadas. Por esa misma raz6n, esta investigacién se puede cumplir de maneras diferentes. Asi, se puede cultivar la denominada historia global, que parece la practica mas obvia para cumplir con esa universalidad de la disciplina, Hay multitud de ejemplos: los libros de Felipe Fernindez-Armesto o de Jared Diamond, por citar algunos de gran fortuna editorial, textos entre lo ecolégico y lo cultural. Pero también es posible de- fender la orientacin universal de la Historia reduciendo el objeto de estudio, abogan- do por una historia local, propésito paradéjico, al menos a simple vista, dado que lo local sélo seria el reverso de la perspectiva global. Y, sin embargo, cefiirse al lugar, al objeto reducido, no es Ia antitesis de lo universal, ya que en lo cercano pueden formu- Jarse cuestiones generales: como unos individuos concretos se han planteado proble- mas semejantes a los de otros seres humanos muy diferentes o alejados. Esta reduc- cién del objeto ha tenido una gran fortuna y, en ocasiones, ha dado unos resultados. extraordinarios. El propio Diamond, un académico de quien podemos decir que adop- ta una perspectiva macrohistérica, ha insistido en su celebrado libro Colapso— en que para comprender e! pasado y ¢! presente necesitamos andlisis comparativos, que sdlo son posibles a partir de buenos estudios locales. Por esto, no condena dichas monografias y niega que, en principio, sean cortas de miras y de un valor limitado para la comprensién de otras sociedades. Si bien es cierto, aflade ¢l mismo autor, que es peligroso generalizar a partir de un solo caso concreto, también es verdad que para conseguir conclusiones significativas necesitamos disponer de muchos ejemplos con- cretos que permitan comparar. Detengamonos, pues, en esto: en la emergencia de lo local. l Aunque resulte tedioso recordarlo, hay que repetirlo; la historia es siempre un | ste articulo forma parte det proyecto HUM-2004-04527 del Ministerio de Educacién y Ciencia, finan- ciado con fondos FEDER 18 Mas alld del territorio Como seflalaba el gedgrafo Yi-Fu Tuan, la prioridad que muchos otorgan a la palabra /ugar y a lo que significa resultaria bastante sorprendente. Lo seria porque la trayectoria del ser humano va de la infancia a la madurez, es decir, de la casa y el hogar al cosmos. De hecho, a medida que crecemos, el mundo se amplia ante nuestros ojos. De lo contrario, la vida pareceria atrofiada, nos quedariamos limitados, confina- dos. Aspiramos, pues, a que nadie sienta que los limites de su casa sean también los confines de su mundo, que todos crezcan y se vayan. No obstante, esto no significa que el paso de una cosa a la otra, de la experiencia de la estrechez del hogar a la amplitud del mundo, se resuelva sin contradicciones y de forma unilineal. Es verdad que para muchos la casa puede resultar opresiva, asi como las densas relaciones que se establecen en los lugares pequefios, pero también lo’es que hay otros tantos que no ven en el mundo exterior una liberacién, sino algo que acobarda e intimida, una ame- naza. Es légico que asi sea, puesto que la seguridad de lo cercano, de lo cercado y de lo conocido deja paso a una esfera amplia, publica, donde todo es abierto ¢ incierto. De aqui que, a medida que se impone lo global, también reaparezca la afioranza por lo local, por la sensacién de comodidad social y cultural que ofrece. Cuando aumenta la incertidumbre, buscamos consuelo en el hogar, en lo que todavia nos pertenece, ensal- zado por las reliquias de nuestro propio pasado. En suma, pues, hay razones generales para explicar esa defensa de lo particular, de lo local, del lugar. Pero hay también otros factores, que son propios del quehacer académico y del entoro en que se practica. Estos tienen que ver con los cambios sucedidos en el mundo en los tiltimos tiempos, con la aparicién de nuevos sujetos con voz propia. Desde hace unas décadas, la historia registra una multiplicacin de objetos que es, a su vez, una multiplicacién de centros de interés. La descolonizacién permitié que irrumpieran antiguos paises coloniales y su historia ya no ha podido compendiarse a partir de la rigida sumision ala légica de las antiguas metrdpolis. Y lo mismo hemos de decir de aquellos actores que, habiendo sido marginados historicamente, ahora expresan su voz. La emancipacidn de las mujeres, por ejemplo, permitié que ocupa- ran la esfera pablica como nunca antes habia sucedido y su historia ya no ha podido reducirse a la mera domesticidad. Mas ain, lo doméstico se ha convertido también en territorio del historiador: un espacio conereto en el que tienen lugar tratos humanos también universales. Asi, como consecuencia de esos cambios sucintamente enumerados, puede de- cirse que han aparecido nuevas narrativas particulares, distintas y en muchos casos opuestas a las historias tradi ionales establecidas. En general, son perspectivas nue- vas y desconocidas, a veces sorprendentes: lo que hace unos afios era la historia me- dieval yugoslava o checoslovaca ahora ya no existe. En el ejemplo espaiiol, ademas, la creacién de nuevos espacios politicos (las autonomias) ha generado en ciertos ca- ss una recuperacién ad hoc del pasado, favorecida por la creacion de espacios aca- démicos en cada uno de esos centros de poder descentralizado. Mas cerca, més densa... 19 2, En 1985, Carlo Ginzburg publicé un texto en el que reflexionaba sobre la historia local y la microhistoria. Ginzburg. partia de la conocida distincién que estableciera Friedrich Nietzsche, en su texto De /a utilidad y de los inconvenientes de los estudios histéricos para /a vida, en tres tipos de historia: monumental, anticuaria y critica. De esas tres, la historia local vendria a identificarse con la segunda, con la anticuaria: “También la Historia pertenece, en segundo lugar, al que conserva y venera, al que, repleto de confianza y amor, lanza una mirada hacia atras, al lugar de donde proviene, en donde se ha formado. Por medio de eSta piedad paga su agradecimiento por su existen- cia. Cultivando con mano solicita lo que existe desde antiguo, no quiere sino conservar las condiciones en las que nacié para los que tengan que nacer después de él, y asi sirve a la vida, La posesién del acervo cambia de sentido en tales almas, pues son mas bien poscidas por éste. Lo pequefio, limitado, lo caduco y lo caido en desuso recibe su propia dignidad e inviolabilidad en la medida que el. alma conservadora y veneradora del hombre anticuario se tras- lada a estas cosas y en ellas prepara un nido acogedor. La Historia de su ciudad se convierte para él en su propia Historia; asi com- prende el significado de ese muro, la puerta almenada, el concejo municipal, la fiesta del pueblo como un diario ilustrado de su ju- ventud, encontrandose a si mismo en todo ello: su fuerza, su dili- gencia, su placer, su juicio, su necedad, incluso sus malas costum- bres. ‘Aqui se ha podido vivir —se dice a si mismo-, porque se puede vivir; aqui se podra vivir, porque somos duros y no es facil que nos quebremos de repente’. De esta manera, con este ‘noso- tros’, él mira por encima de la vida efimera, curiosa ¢ individual para sentirse dentro del espiritu de la casa, su generacidn, su ciu- dad”. Ese es el modelo clasico, el que pertenece a los celebrados cronistas locales, casi como anticuarios que conservan y veneran, que hacen presentir y sentir a través de las cosas, pero que pueden convertirse en furiosos coleccionistas, Avidos porel olor dela cosa rancia y vieja, atentos sdlo a la bagatela bibliografica y ala curiosidad vana. Esta tradicién anticuaria de Ambito local o regional ha pervivido en buena parte de Europa, en Espafia en particular, durante mucho tiempo—casi hasta los afios 1970s.—, mientras en otros lugares se habia decretado su irrelevancia hacia décadas. Es por ello que su mala fama, la que acompaiia a lo pintoresco, periférico o pequefio, ha coexistido con la recuperacién por esas mismas fechas de una nueva historia local, muy alejada de aguel sentido anticuario, De aqui, pues, muchas de las resistencias que lo local ha provocado en la comunidad académica espajtola, en la que algunos han confundido interesadamente una cosacon la otra. Ahora bien, decia Ginzburg, esta nueva practi- 20 Mois allé del territoria ¢a, entendida como una serie de preguntas que se plantean a una documentacién que procede de un espacio circunscrito, esta muy lejos del antiguo modelo erudito, aunque pueda nutrirse del mismo impulso de conservacién o reconstitucién de las memorias pasadas. Otra cosa muy distinta son las resistencias que provienen de la alteracién de las reglas de poder dentro de Ja disciplina. En la medida en que la microhistoria o la historia local alteran las jerarquias establecidas -dentro de la historia de Espafia, por ejemplo— se descompone el marco tranquilizador de los valores adquiridos. En ese caso, las reticencias son de orden cultural y politico, en defensa de una historiografia centralizada sobre bases nacionales o estatales, construida desde la mirada de las elites y los grupos dominantes. Ante esto, el mejor antidoto es hacer buena Historia, aprove- chando el clima cultural propicio de esa demanda periférica, local o regional, evitan- do que se convierta en simple erudicién o en diletantismo. 3. Tomemos, pues, como punto de partida de nuestra reflexién el lugar, lo particular © local. El problema, no obstante, es qué hemos de entender por tal cosa y como podemos hacer buena Historia con estas premisas. Sin embargo, antes de desarrollar ese aspecto, seria oportuno partir de una constatacién que, a la vez, nos puede servir de prevencién. El historiador da coherencia al pasado, lo ordena, le otorga sentido, estudia el significado de las acciones de los hombres, las enmarca segun periodos y también las nombra. Pero no lo hace en un laboratorio, sino en el contexto de la profesién a la cual pertenece y de la sociedad en la que participa. Aquello que ensefia 9 investiga tiene que ver con este entorno: ser conscientes de ello es imprescindible. Lo es, por ejemplo, entender que cuando ponemos nombres a las cosas esa accién acaba teniendo efectos reales que van mas alla de la prictica académica. Por eso mismo, podriamos indicar que esto forma parte de los actos de poder que ejercen los historiadores. Decir de un espacio que es una comunidad, una comarca o un pais, afirmar que éste o aquel es el referente, son practicas sobre las que a menudo no nos interrogamos, tomando aquellos nombres como si fucran realidades o sujetos hist6ri- cos inmutables, con unos limites geograficos fijos, con una existencia y una esencia inmemoriales. Deberiamos cuestionarnos la manera en que designamos lo local y el sentido que tiene. De entrada, podemos suponer que lo local se identifica con aquello que se ha conocido, con lo que es préximo, porque es evidente que por local se entiende lo pertencciente al lugar, lo propio y proximo, relativo a un territorio. Ahora bien, acep- tar sin mas ese enunciado supondria desconocer todas las implicaciones que el con- cepto puede abarcar. En este sentido, hace falta distinguir la manera en que denomina- mos y ordenamos ese espacio, diferenciando lo que son percepciones internas, que dependen de la experiencia personal de los sujctos, de las externas, extraidas del me- dio fisico que nos rodea o impuestas como producto de una decisién politica, lo cual constituye un nuevo acto de poder pero de otro signo. Mads cerca, mds densa. 21 La primera cuestién, pues, nos remite a la manera en la. que delimitamos nuestro entorno, a partir de una colectividad con la que nos identificamos y con la que com- partimos toda una serie de cuestiones, pero que es diversa, que cambia y que, incluso, puede ser discutida. Ademas, aquel que reconoce una pertenencia sabe que esta en vecindad con otras que también le son propias, aunque no siempre sean coherentes entre si. Ahora bien, lo mas importante es comprender que esas filiaciones en las que Nos reconocemos como sujetos histéricos no tienen por qué coincidir con aquellas que se percibian en el pasado ni con aquellas otras a las que aluden los historiadores. En el extremo inferior, se trata de una realidad de indole psicolégica, es decir, depen- de de los observadores que contemplan ¢l mundo exterior y de sus experiencias; asi, hablar de préximo o lejano ¢s referirse a conceptos variables. Desde esta perspectiva, podriamos concluir que lo que nos rodea, lo que nos es préximo, no tiene necesaria- mente fronteras espaciales determinadas, inmutables. En segundo término, para poder evitar el problema principal que la nocién de entorno parece provocamos —que el espacio dependa de una percepcién psicolégica—, podriamos definirlo a partir de unas fronteras fisicas, visibles y universales. En ese caso, lo local no estaria en funcidn sélo de la delimitacién perceptiva, sino que em- pleariamos una barrera evidente: las murallas de una ciudad, una cordillera, una sim- ple montafia, un rio, eteétera. Normalmente, podriamos convenir que lo local como espacio bien delimitado —aquello que representa algo propio, caracteristico y distin- to— se daria cuando existiera una frontera de este tipo. ;Quiere esto decir que, bajo tales condiciones, queda claro cual es el contenido de lo local? En general, habriamos de admitir, al menos, que el exterior define siempre el interior, que los nativos son conscientes de lo que hay mas alla y de lo que (creen que) les diferencia. Ahora bien, es Iégico suponer que-ni las ciudades amuralladas, ni los espacios rurales confinados entre montafias estan aislados. La religién, las ferias, las fiestas y la cultura misma son formas de contaminacién del exterior en el interior; las actividades productivas, las caballerias, los carros y los caminos acaban atravesandolo todo. De hecho, ejemplos histéricos de esa contaminacién hay muchos y bien conocidos. jalmente, hay otras fronteras, no propiamente fisicas ni perceptibles, que nos permiten delimitar el espacio local: las administrativas. Sin embargo, estas barreras son otras formas artificiales de dar sentido al espacio, aun cuando puedan estar crea- das sobre tradiciones o costumbres previas, porque fijan una expectativa sobre otras muchas posibles. El problema, ademds, esta en los efectos de realidad que una deci- sién de este tipo tiene: es una organizacién que implica reordenar y jerarquizar el mundo que incluye, porque lo empadrona, lo registra, lo fiscaliza, ddndole una unidad y una consistencia propias, separada de otras. El resultado es una produccién docu- mental que acaba imponiendo su peso agobiante y que contribuye a justificar la razon histérica del municipio, de la provincia o del Estado. Parece, pues, que el archivo hace evidentes los conceptos y los nombres. Por esto mismo, es necesario ir con cau- tela, sin tentarnos, no imponiendo categorias espaciales contemporaneas a nuestros antepasados indefensos. 22 Mads alla del territorio Asi pues, es necesario ser conscientes de cémo se construye un determinado referente espacial; debemos darnos cuenta de como se pone en relacién con la percep- cidén y con la experiencia que de ese mismo espacio tenian aquellos que ahora son los sujetos de nuestro estudio. Esto quiere decir, entre otras cosas, que hay y va a haber fronteras en conflicto, barreras superpuestas con significados distintos, limites que hacen inevitablemente ambigua la nocién de lo local cuando la hacemos depender, precisamente, de una determinada frontera. De esta manera, es posible que para un campesino de mediados del siglo XIX el concepto de propiedad privada, aplicado a los bienes comunales y a los usos a ellos asociados, impusiera unos limites mucho mas poderosos y violentos que los que pudiera implicar cualquier decision administrativa En suma, lo local se convierte en una categoria flexible que puede hacer referen- cia a un barrio, a una ciudad, a una comunidad, a una comarca, etcétera, donde lo importante es la consideracién de su artificialidad: ser conscientes de los eriterios utilizados para construirla. En cualquier caso, el concepto se aplica aqui no sélo a un espacio fisico sino a una practica especifica a la cual denominamos historia local. 4. Entre los historiadores profesionales hay una relacin ambivalente con las investi- gaciones de historia local. Como hemos mencionado, la razén estriba en que, por un lado, recordarian a la crénica -la prehistoria del propio oficio— y en que, por otro, revelarian un excesivo aprecio por la anécdota, por lo pintoresco, por lo periférico o por lo erudito. Justamente por esto son muchas las cautelas, las advertencias que sefia- Jan el error en que podriamos incurrir: el del localismo, una suerte de historia de campanario. Por eso se suele decir que el objeto de estas investigaciones no es repre- sentativo o que, si queremos que lo sea, debe reflejar procesos mas amplios, los pro- pios de la historia general. Ahora bien, hacer depender a la historia local de la historia general como si aquélla fuera, en efecto, un reflejo de ésta es también un desacierto. .Reparemos en estos reproches. El localismo convierte los objetos en incomparables y los hace exclusivamente interésantes para los nativos, para los vecinos. La historia local no debe aspirar a eso. Deberiamos concebirla como aquella investigacion que ha de provocar interés a quien, de entrada, no se siento atraido por el objeto concreto ni por el espacio local que lo delimita. No es una pretensién inaudita; por el contrario, es una leccién que hemos aprendido de los antropélogos, puesto que nuestros colegas han debido tomar con- ciencia de que el objeto reducido que tratan debe ser estudiado de manera tal que pueda ser entendido por (y comparado con) otros. Clifford Geertz decia, por ejemplo, en Conocimiento local, que la Antropologia es un ejercicio de traduccién, el traslado de unas referencias culturales que se expresan con un lenguaje a otro en el que deben. hacerse equivalentes o al menos comprensibles. El historiador (local) deberia conce- bir su trato con los antepasados de un modo semejante. Tendria que adoptar un len- guaje y una perspectiva tales que su descripcidn del objeto fuera efectivamente una transposicién: una verdadera traducci6n, una salida de ese lenguaje de los nativos (los Mads cerca, mds densa. 23 antepasados) que sélo ellos entienden y que séloa ellos interesa. Por esto, si aprende- mos de antropélogos como Geertz, deberiamos comprender que la meta no puede ser principalmente analizar /a localidad sino, sobre todo, estudiar determinados proble- mas, acciones, conflictos o experiencias en la localidad. Ahora bien, estudiar en un espacio concreto tampoco puede ser la mera confir= macién de procesos mas vastos, como si Io local fuera tinicamente reflejo o ejemplo de lo general. Por tanto, si estudiamos este o aquel objeto en esta o en aquella comu- nidad no es porque sea un pleonasmo 0 una prueba mas, repetida una y otra vez, de lo que ya se conoce, sino porque tiene algo que lo hace particular, que lo hace especifico y que incluso puede poner en entredicho ciertas evidencias defendidas desde la histo- ria general. Esto quiere decir que la historia local no es, sin mas, una muestra; tampo- co una demostracién de una teoria general aceptada y previa. En consecuencia, la acusacién que se suele hacer a quien practica la historia local, la de su escasa o nula representatividad, debe matizarse o, al menos, debe plantearse de otro modo. Cuando decimos de un personaje historico que es representativo, ja qué nos referimos? Cuan- do afirmamos de una poblacién que es representativa de un espacio mas vasto, ja qué aludimos? Formulemos de otra manera la pregunta, valiosa para los historiadores: acaso es igualmente significativo lo que ocurrié en una gran ciudad que lo que sucedié en una pequefia comunidad? ;Acaso tuvieron los mismos efectos culturales y religiosos las ideas reformadoras de Lutero que las palabras metaféricas y oscuras de Menecchio, el famoso molinero que exhumara Carlo Ginzburg? Es evidente que preguntarse sobre la representatividad es hacerlo sobre sus efectos, es decir, sobre las dimensiones co- lectivas de los procesos y de los acontecimientos. Por ejemplo, cuando en sus célebres conferencias (¢Qué es la historia?), Edward Carr se interrogaba a propésito de los hechos, la calificacién de histéricos dependia de las repercusiones que tenian. Desde su. perspectiva, un hecho sélo tendria esa cualidad cuando sus consecuencias fueran apreciables, por duraderas y colectivas. Esta concepcién era la que asumian, por ejem- plo, buena parte de los historiadores politicos y sociales del siglo XX y, por eso, la pregunta acerca de las causas o los factores precipitantes era la gran cuestin que se planteaban. Varias décadas después, puesto a celebrar el valor de Qué es fa histo- ria?, David Cannadine admite que hoy los historiadores se preocupan mas por ¢l significado de las acciones que por las causas de los grandes hechos. Asi como la nocién de fuente se ha ensanchado, del mismo modo se habria ampliado la nocién de hecho histérico. Vemos a los historiadores examinando comportamientos de persona- jes menores, a los investigadores relatando circunstancias inapreciables desde la his- toria general. Con esto no queremos sostener que exista una equivalencia de todos los hechos, pues atin es posible jerarquizarlos en funcidn de los efectos duraderos y co- lectivos que provocan. Ahora bien, lo pequefio, lo menor, lo local, lo micro tienen valor cognoscitivo al margen de sus repercusiones. Por supuesto que las ideas de Lutere tuvieron una influencia incomparablemente mayor que las de, por ejemplo,

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