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MICHEL FOUCAULT LA ARQUEOLOGIA DEL SABER Siglo veintiuno editores Argentina >») Siglo veintiuno editores Argentina s. {Neu PN eA), LENDS Ae REPUBLICA RENTING Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. (CERRO DEL AGUA 24, DELEGHCION COVOAZAN 1319, ENED, OF 121 Foucat, Michel FOU Laarqucologia dl saber.- 1° ed. 2 reimp.- Buenos Aires Siglo XI Editores Argenta, 2005, 868 ps 18x11 cm- (Teoria, historia de as ideas) ‘Traduccfn de: Aurelio Gareén del Camino ISBN 987-1108 07 Titulo, 1. Epistemologia ‘Titulo original: L“archéologie du savoir © 1969, Gallimard © 1970, Siglo XXI Editores, S.A. de GY. Portada original de Carlos Palleiro Adaptacion de portada: Daniel Chaskielberg (© 2002, Siglo XXI Editores Argentina S.A. ISBN 987-1105.07-, Ipreso en Artes Grificas Delair Ale Solier 240, Avellaneda, femel mes de junio ce 2005 Hecho el depéxto que mise a ey 1.723 Kipreeson Roprstae- Mane a Atpenbon {NDICE 1 ItRoDUCCION, 3 1 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS 1 Las unidades del discurso, 33 1 Las formaciones discursivas, 50 mt La formacién de los objetos, 65 v La formacién de las modalidades enunciativas, 82 V La formacién de les concepts, 91 vi La formacién de las estrategias, 105 vu Observaciones y consecuencias, 117 M1 EL ENUNCIADO Y EL ARCHIVO 1 Definir el enunciado, 131 u La funcién enunciativa, 146 mr La descripcién de los enunciados, 178 v Rareza, exterioridad, acumulacién, 200 V El apriori histérico y el archivo, 214 IV LA DESCRIPCION ARQUEOLOGICA 1 Arqueologia ¢ historia de las ideas, 227 u Lo original y lo regular, 236 mm Las contradicciones, 250 tv Los hechos comparativos, 263, v El cambio y las transformaciones, 278 vi Ciencia y saber, 298 V conciusi6n, 883 vn 1 LAS UNIDADES DEL DISCURSO La puesta en juego de los conceptos de disconti- nuidad, de ruptura, de umbral, de limite, de serie, de transformacién, plantea a todo andlisis histéri- co no sdlo cuestiones de procedimiento sino pro- blemas tedricos. Son estos problemas los que van a ser estudiados aqui (las cuestiones de procedi- miento se tratardn en el curso de proximas encues- tas empiricas, si es que cuento con la ocasién, el deseo y el valor de emprenderlas) . Atin asi, no se- rén tratados sino en un campo particular: en esas disciplinas tan inciertas en cuanto a sus fronteras, tan indecisas en su contenido, que se Haran histo- tia de las ideas, o del pensamiento, o de las cien- cias, o de los conocimientos. Hay que realizar ante todo un trabajo negativo: liberarse de todo un juego de nociones que diver- sifican, cada una a su modo, el tema de la conti- nuidad. No tienen, sin duda, una estructura con- ceptual rigurosa; pero su funcidn es precisa. Tal es la nocién de tradicién, la cual trata de proveer de un estatuto temporal singular a un conjunto de fendémenos a la vez sucesivos e idénticos (o al menos anélogos) ; permite repensar la dispersién de la historia en la forma de la misma; autoriza a reducir la diferencia propia de todo comienzo, para remontar sin interrupcién en la asignacién inde- 34 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS finida del origen; gracias a ella, se pueden aislar las novedades sobre un fondo de permanencia, y transferir su mérito a la originalidad, al genio, a Ia decisidn propia de los individuos. Tal es tam- bién Ja nocién de influencias, que suministra un soporte —demasiado mégico para poder ser bien analizado— a los hechos de trasmisién y de co- municacién; que refiere a un proceso de indole causal (pero sin delimitacién rigurosa ni defini- cidn tedrica) los fendmenos de semejanza o de repeticién; que liga, a distancia y a través del tiem- po —como por Ia accién de un medio de propa- gacién—, a unidades definidas como individuos, obras, nociones o teorias. Tales son las nociones de desarrollo y de evolucién: permiten reagrupar una sucesién de acontecimientos dispersos, refe- rirlos a un mismo y tinico principio organizador, someterlos al poder ejemplar de la vida (con sus juegos de adaptacién, su capacidad de innova- cién, la correlacién incesante de sus diferentes ele- mentos, sus sistemas de asimilacién y de intercam- bios) , descubrir, en obra ya en cada comienzo, un principio de coherencia y el esbozo de una unidad futura, dominar el tiempo por una relacién per- petuamente reversible entre un origen y un tér- mino jamas dados, siempre operantes. Tales son, todavia, las nociones de “‘mentalidad” o de “espiri- tu”, que permiten establecer entre los fenémenos simultdneos o sucesivos de una época dada una co- munidad de sentido, lazos simbélicos, un juego de semejanza y de espejo, o que hacen surgir como principio de unidad y de explicacién la soberania de una conciencia colectiva. Es preciso revisar esas LAS UNIDADES DEL DISCURSO 35 sintesis fabricadas, esos agrupamientos que se ad- miten de ordinario antes de todo examen, esos vinculos cuya validez se reconoce al entrar en el juego. Es preciso desalojar esas formas y esas fuer- zas oscuras por las que se tiene costumbre de ligar entre s{ los discursos de los hombres; hay que arrojarlas de la sombra en la que reinan. Y mas que dejarlas valer esponténeamente, aceptar el no te- ner que ver, por un cuidado de método y en pri- mera instancia, sino con una poblacién de acon- tecimientos dispersos. Hay que inquietarse también ante esos cortes 0 agrupamientos a los cuales nos hemos acostumbra- do. ;Se puede admitir, tal cual, la distincién de los grandes tipos de discurso, o la de las formas o gé- neros que oponen unas a otras Ja ciencia, la litera- tura, la filosoffa, la religion, la historia, la ficcién, etc., y que hacen de ellas especies de grandes indi- vidualidades histdricas? Nosotros mismos no esta- mos seguros del uso de esas distinciones en el mun- do de discursos que es el nuestro. Con mayor razon cuando se trata de analizar conjuntos de enunciados que, en la época de su formulacién, estaban dis- tribuidos, repartidos y caracterizados de una ma- nera totalmente distinta: después de todo la “li- teratura” y la “politica” son categorias recientes que no se pueden aplicar a la cultura medieval ni aun a la cultura cldsica, sino por una hipdtesis retrospectiva y por un juego de analogias forma- les 0 de semejanzas semédnticas; pero ni la litera- tura, ni la politica, ni tampoco Ia filosoffa ni las ciencias, articulaban el campo del discurso, en los siglos xvii o xvi, como Io han articulado en el 36 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS siglo x0x. De todos modos, esos cortes —ya se trate de los que admitimos, 0 de los que son contempo- éneos de los discursos estudiados— son siempre ellos mismos categorias reflexivas, principios de Clasificacién, reglas normativas, tipos instituciona- lizados: son a su vez hechos de discursos que merecen ser analizados al lado de los otros, con Jos cuales tienen, indudablemente, relaciones com- plejas, pero que no son caracteres intrinsecos, au- ‘téctonos y universalmente reconocibles. Pero sobre todo las unidades que hay que man- tener en suspenso son las que se imponen de la ‘manera més inmediata: las del libro y de la obra. Aparentemente, ;se las puede suprimir sin un ar- tificio extremo? {No son dadas de la manera més cierta? Individualizacién material del libro, que ‘ocupa un espacio determinado, que tiene un valor econémico y que marca por si mismo, por medio de cierto mimeto de signos, los limites de su co- mienzo y de su fin; establecimiento de una obra a la cual se reconoce y a la cual se delimita atri- buyendo cierto ntimero de textos a un autor. Y sin embargo, en cuanto se analizan un poco més detenidamente, comienzan las dificultades. {Uni- dad material del libro? ;Puede ser la misma, tra- tndose de una antologia de poemas, de una reco- pilacién de fragmentos péstumos, del Tratado de las secciones cénicas, o de un tomo de la Historia de Francia, de Michelet? Puede ser la misma, tra- tandose de Un golpe de dados, del proceso de Gilles de Rais, del San Marco, de Butor, o de un misal cat6lico? En otros términos, zno es la unidad material del volumen una unidad débil, accesoria, LAS UNIDADES DEL DISCURSO 37 desde el punto de vista de la unidad discursiva de la que es soporte? Pero esta unidad discursiva, a su vez, zes homogénea y uniformemente aplica- ble? Una novela de Stendhal o una novela de Dostoievski no se individualizan como las de La comedia humana; y éstas a su vez no se distinguen las unas de las otras como Ulises de La odisea. Y es porque las margenes de un libro no estan jams neta ni rigurosamente cortadas: mds alld del titu- Jo, las primeras lineas y el punto final, més all4 de su configuracién interna y la forma que lo autono- miza, est envuelto en un sistema de citas de otros libros, de otros textos, de otras frases, como un nudo en una red. Y este juego de citas y envios no es homélogo, ya se trate de un tratado de mate- rmaticas, de un comentario de textos, de un relato histérico o de un episodio en un ciclo novelesco; en uno y en otro lugar la humanidad del libro, in- cluso entendido como haz de relaciones, no puede ser considerada idéntica. Por més que el libro se dé como un objeto que se tiene bajo la mano, por més que se abarquille en ese pequefio paralele- pipedo que lo encierra, su unidad es variable y relativa. No bien se la interroga, pierde su eviden- cia; no se indica a si misma, no se construye sino a partir de un campo complejo de discursos. En cuanto a la obra, los problemas que suscita son més dificiles atin. ¥ sin embargo, shay nada més simple en apariencia? Es una suma de textos que pueden ser denotados por el signo de un nom- bre propio. Ahora bien, esta denotacién (incluso si se prescinde de los problemas de la atribucién) no es una funcién homogénea: el nombre de un 38 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS autor, gdenota de la misma manera un texto pu- blicado por él bajo su nombre, un texto que ha presentado con un seudénimo, otto que se haya encontrado después de su muerte en estado de es- bozo, otro que no es més que una apuntacién, un cuadernillo de notas, un “papel”? La constitucién de una obra completa o de un opus supone cierto rntimero de elecciones que no es fécil justificar ni aun formular: gbasta agregar a los textos publica- dos por el antor aquellos otros que proyectaba imprimir y que no han quedado inconclusos sino por el hecho de su muerte? ¢Habré que incorporar también todo borrador, proyecto previo, correccio- nes y tachaduras de los libros? zHabré que agregar los esbozos abandonados? ;Y qué consideracién atribuir a las cartas, a las notas, a las conversacio- nes referidas, a las frases transcritas por los oyen- tes, en una palabra, a ese inmenso bullir de ras- tros verbales que un individuo deja en torno suyo en el momento de morir, y que, en un entrectuza- miento indefinido, hablan tantos lenguajes dife- rentes? En todo caso, el nombre “Mallarmé” no se tefiere de la misma manera a los temas ingleses, a las traducciones de Edgar Poe, a los poemas o a las respuestas dadas a investigaciones; igualmente, no es la misma la relacién que existe entre el nombre de Nietzsche de una parte y de otra las autobiogra- fias de juventud, las disertaciones escolares, los articulos filoldgicos, Zaratustra, Ecce homo, las cartas, las ultimas tarjetas postales firmadas por “Diopysos” o “Kayser Nietzsche” y los innumera- bles cuadernillos en los que se cruzan las anotacio- nes del lavado de ropa con los proyectos de aforis- LAS UNIDADES DEL DISCURSO 39 mos. De hecho, si se habla tan fécilmente y sin preguntarse mds de la “obra” de un autor es por- que se la supone definida por cierta funcién de expresiGn. Se admite que debe haber en ello un nivel (tan profundo como es necesario imaginarlo) en el cual a obra se revela, en todos sus fragmen- tos, incluso los mis mimiisculos y los més inesencia- les, como Ia expresién del pensamiento, o de la experiencia, 0 de la imaginacién, o del incons- ciente del autor, 0 aun de las determinaciones his- téricas en que estaba inmerso. Peto se ve también que semejante unidad, lejos de darse inmediata- mente, esti constituida por una operacién; que esta operacién es interpretativa (ya que descifra, en el texto, la transcripcién de algo que oculta y que manifiesta a la vez); que, en fin, la operacién que determina el opus, en su unidad, y por consi- guiente la obra en s{ no serd Ja misma si se trata del autor del Teatro y su doble o del autor del Tractatus y, por lo tanto, no se hablard de una “obra” en el mismo sentido, en un caso o en otro. La obra no puede considerarse ni como uni- dad inmediata, ni como una unidad cierta, ni como una unidad homogénea. Finalmente, tiltima precaucién para poner fue- ra de circuito las continuidades irreflexivas por las que se organiza, de antemano, el discurso que se trata de analizar: renunciar a dos temas que es- tan ligados el uno al otro y que se enfrentan, se- giin el uno, jamds es posible asignar, en el orden del discurso, la irrupcién de un acontecimiento verdadero: mas all de todo comienzo aparente hay siempre un origen secreto, tan secreto y tan ori 40 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS nario, que no se le puede nunca captar del todo en si mismo. Esto, a tal grado que se nos volveria a conducir, a través de la ingenuidad de las crono- logias, hacia un punto que retrocederia de manera indefinida, jamés presente en ninguna historia. £1 mismo no serfa sino su propio vacio, y a partir de 1 todos 1os comienzos no podrian jamés ser otra cosa que un recomienzo u ocultacién (a decir ver- dad, en un solo y mismo gesto, esto y aquello). A este tema se refiere otro segiin el cual todo discurso manifiesto reposaria secretamente sobre un “ya dicho”, y ese “ya dicho” no seria simplemente una frase ya pronunciada, un texto ya escrito, sino un “jamas dicho”, un discurso sin cuerpo, una yor tan silenciosa como un soplo, una eicritura que no es mas que el hueco de sus propios trazos. Se supone as{ que todo lo que al discurso le ocurre formular se encuentra ya articulado en ese semi- silencio que le es previo, que continia corriendo obstinadamente por bajo de él, pero al que recu- bre y hace callar. El discurso manifiesto no seria a fin de cuentas més que la presencia represiva de lo que no dice, y ese “‘no dicho” serfa un va- ciado que mina desde el interior todo lo que se dice, El primer motivo hace que el andlisis histé- rico del discurso sea busca y repeticién de un ori- gen que escapa a toda determinacién histérica; el otro le hace ser interpretacién o escucha de un ‘ya dicho” que seria al mismo tiempo un “no dicho”. Es preciso renunciar a todos esos temas cuya funcién es garantizar la infinita continuidad del discurso y su secreta presencia en el juego de una ausencia siempre renovada. Estar dispuesto a LAS UNIDADES DEL DISCURSO 41 acoger cada momento del discurso en su irrupcién de acontecimiento; en esa coyuntura en que apa- rece y en esa dispersién temporal que le permita ser repetido, sabido, olvidado, transformado, borra- do hasta en su menor rastro, sepultado, muy lejos de toda mirada, en el polvo de los libros. No hay que devolver el discurso a la lejana presencia del origen; hay que tratarlo en el juego de su ins- tancia. Estas formas previas de continuidad, todas esas sintesis que no problematizamos y que dejamos en pleno derecho, es preciso tenerlas, por lo tanto, en suspenso. No recusarlas definitivamente, sino sacudir la quietud con Ia cual se las acepta; mos- trar que no se deducen naturalmente, sino que son siempre el efecto de una construccién cuyas reglas se trata de conocer y cuyas justificaciones hay que controlar; definir en qué condiciones y en vista de qué andlisis ciertos son legitimas; indicar las que, de todos modos, no pueden ya ser admi- tidas. Podria muy bien ocurrir, por ejemplo, que las nociones de “influencia” 0 de “evolucién” dependan de una critica que —por un tiempo mas 6 menos largo— las coloquen fuera de uso. Pero en cuanto a la “obra”, pero en cuanto al “libro”, y aun esas unidades como la “ciencia” o la “itera tura”, chabremos de prescindir de ellas para siem- pre? gHabr4 que tenerlas por ilusiones, por cons- trucciones sin legitimidad, por resultados mal ad- quiridos? Habré que renunciar a tomar todo apo- yo, incluso provisional, sobre ellos y a darles jams una definicién? Se trata, de hecho, de arrancarlos a su casi evidencia, de liberar los problemas que 42 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS plantean, de reconocer que no son el Tugar tran- quilo a partir del cual se pueden plantear otras cuestiones (sobre su estructura, su coherencia, su sistematicidad, sus transformaciones), sino que plantean por si mismos todo un pufiado de cues- tiones (Qué son? ¢Cémo definirlos 0 limitarlos? 2A qué tipos distintos de leyes pueden obedecer? gDe qué articulacién son capaces? :A qué subcon- juntos pueden dar lugar? ;Qué fenémenos espect- ficos hacen aparecer en el campo del discurso?) Se trata de reconocer que no son quizé, al fin y al cabo, lo que se creia a primera vista. En una pala- bra, que exigen una teorfa, y que esta teorfa no puede formularse sin que aparezca, en su pureza no sintética, el campo de los hechos de discurso a partir del cual se los construye Y¥ yo mismo, a mi vez, no haré otra cosa. Indu- dablemente, tomaré como punto de partida uni- dades totalmente dadas (como la psicopatologia, la medicina, 0 1a economia politica) ; pero no me colocaré en el interior de esas unidades dudosas para estudiar su configuracién interna o sus se- cretas contradicciones. No me apoyaré sobre ellas ms que el tiempo de preguntarme qué unidades forman; con qué derecho pueden reivindicar un dominio que las individualiza en el tiempo; con arreglo a qué leyes se forman; cules son los acon- tecimientos discursivos sobre cuyo fondo se recor- tan, y si, finalmente, no son, en su individualidad aceptada y casi institucional, el efecto de superficie de unidades més consistentes. No aceptaré los con- juntos que la historia me propone més que para examinarlos al punto; para desenlazarlos y saber LAS UNIDADES DEL DISCURSO si es posible recomponerlos legitimamente; para aber si no hay que reconstituir otros con ellos: para llevarlos a un espacio més general que, disi pando su aparente familiaridad, permita elaborar su teoria. ce 6 Una ver suspendidas esas formas inmediatas ¢ continuidad se encuentra, en efecto, liberado todo fun dominio. Un dominio inmenso, pero que se puede definir: sth constituido por el conjunto de Podos 108 enunciados efectivos (hayan sido habla- dos y escrito) en su dispersi6n de acontecimientos yyen la instancia que le es propia a cada uno. An- Tes de habérselas, con toda certidumbre, con una Ciencia, o con unas novelas, 0 con unos discursos politicos, con la obra de un autor o incluso con Bh libro, el material que habré que tratar en su neutralidad primera es una multiplicidad de acon- tecimientos en el espacio del discurso en general. ‘Asi aparece el proyecto de una descripcién pura de los acontecimientos discursivos como horizonte para la buisqueda de Tas unidades que en ellos se forman. Esta descripcién se distingue fécilmente del anilisis de Ia lengua. Ciertamente no se puede fstablecer un sistema lingiiistico (a no ser .que se Construya artificialmente) més que utilizando un Corpus de enunciados, 0 una coleccién de hechos de discurso; pero se trata entonces de defini, a partir de este conjunto que tiene un valor de Piuestra, unas reglas que permitan construir even tualmente otros enunciados aparte de és0s: incluso Si ha desaparecido desde hace mucho tiempo, in- ‘uso si nadie la habla ya y se la ha restaurado ba- Sandose en raros fragmentos, una lengua constituye 44 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS siempre un sistema para enunciados posibles: es un conjunto finito de reglas que autoriza un mi mero infinito de pruebas. El campo de los aconte- cimientos discursivos, en cambio, es el conjunto siempre finito y actualmente limitado de las tni- cas secuencias lingiifsticas que han sido formula- das, las cuales pueden muy bien ser innumerables, pueden muy bien, por su masa, sobrepasar toda capacidad de registro, de memoria o de lectura, pe- ¥0 constituyen, no obstante, un conjunto finito. La cuestién que plantea el anilisis de la lengua, a Propésito de un hecho cualquiera de discurso, es siempre éste: ysegtin qué reglas ha sido construido tal enunciado y, por consiguiente, segiin qué reglas podrian construirse otros enunciados semejantes? La descripcién de los acontecimientos del discurso plantea otra cuestién muy distinta: smo es que ‘ha aparecido tal enunciado y ningin otro en s lugar? —) Se ve igualmente que esta descripcién del dis- curso se opone a la historia del pensamiento. Aqui, tampoco se puede reconstituir un sistema de pen- samiento sino a partir de un conjunto definido de discurso. Pero este conjunto se trata de tal manera que se intenta encontrar mds alld de los propios enunciados la intencién del sujeto parlan- te, su actividad consciente, lo que ha querido de- cir, o también el juego inconsciente que se ha transparentado a pesar de él en lo que ha dicho © en la casi imperceptible rotura de sus palabras manifiestas; de todos modos, se trata de reconsti- tuir otro discurso, de recobrar la palabra muda, murmurante, inagotable que anima desde el in- LAS UNIDADES DEL DISCURSO 45 terior la voz que se escucha, de restablecer el texto menudo e invisible que recorre el intersticio de las lineas escritas y a veces las trastorna. El and- lisis del pensamiento es siempre alegérico en te- lacién con el discurso que utiliza, Su pregunta es infaliblemente: gqué es, pues, 1o que se decia en aquello que era dicho? El andlisis del campo dis- cursivo se orienta de manera muy distinta: se trata de captar el enunciado en la estrechez y la singu- laridad de su acontecer; de determinar las condi- ciones de su existencia, de fijar sus limites de la manera més exacta, de establecer sus correlaciones con los otros enunciados que pueden tener vincu- los con él, de mostrar qué otras formas de enun- ciacién excluye. No se busca en modo alguno, por bajo de lo manifiesto, la garruleria casi silenciosa de otro discurso; se debe mostrar por qué no podia ser otro de lo que era, en qué excluye a cualquier otro, cémo ocupa, en medio de los demés y en relacién con ellos, un lugar que ningin otro po- dria ocupar. La pregunta adecuada a tal andlisis se podria formular as{: gcudl es, pues, esa singular cexistencia, que sale a la luz en lo que se dice, y en ninguna otra parte? s Hay que preguntarse para qué puede servir fi- nalmente esta suspensién de todas las unidades ad- mitidas, si se trata, en total, de recuperar las uni- dades que se ha simulado interrogar en el comien- 20. De hecho, la anulacién sistematica de las uni- dades dadas permite en primer lugar restituir al enunciado su singularidad de acontecimiento, y mostrar que la discontinuidad no es tan sélo uno de esos grandes accidentes que son como una falla 46 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS en la geologia de la historia, sino ya en el hecho imple del enunciado. Se le hace surgir en su irrup- cién histérica, y lo que se trata de poner ante los ojos es esa incisién que constituye, esa irreductible y muy a menudo mintiscula— emergencia. Por trivial que sea, por poco importante que nos lo imaginemos en sus consecuencias, por répidamente olvidado que pueda ser tras de su aparicién, por poco entendido o mal descifrado que lo suponga- ‘mos, un enunciado es siempre un acontecimiento que ni la lengua ni el sentido pueden agotar por completo. Acontecimiento extrafio, indudablemen- en primer lugar porque esté ligado por una parte a un gesto de escritura o a la articulacién de una palabra, pero que por otra se abre a si mismo una existencia remanente en el campo de una memoria, o en la materialidad de los manus- ctitos, de los libros y de cualquier otra forma de conservacién; después porque es tinico como todo acontecimiento, pero se ofrece a la Tepeticion, ala transformacién, a la reactivacién; finalmente, por- que estd ligado no sélo con situaciones que lo pro- vocan y con consecuencias que él mismo incita, sino a la vez, y segtin una modalidad totalmente distinta, con enunciados que lo preceden y que lo siguen. Pero si se aisla, con respecto a Ja lengua y al pensamiento, la instancia del acontecimiento enun- iativo, no es para diseminar una polvareda de hechos. Es para estar seguro de no referirla a ope- radores de sintesis que sean puramente psicoldgicos (la intencién del autor, la forma de su intelecto, cl rigor de su pensamiento, los temas que le obse- LAS UNIDADES DEL DISCURSO 41 sionan, el proyecto que atraviesa su existencia y le da significacién) y poder captar otras formas de regularidad, otros tipos de conexiones. Relaciones de unos enunciados con otros (incluso si escapan a la conciencia del autor; incluso si se trata de enunciados que no tienen el mismo autor; invclu- so si los autores no se conocen entre si) ; relaciones entre grupos de enunciados asi establecidos (inclu- so si esos grupos no conciernen a los mismos domi- nios, ni a dominios vecinos; incluso si no tienen el mismo nivel formal; incluso si no son el lugar de cambios asignables) ; relaciones entre enunciados +0 grupos de enunciados y acontecimientos de un orden completamente distinto (técnico, econémi- co, social, politico). Hacer aparecer en su pureza el espacio en el.que se despliegan los acontecimien- tos discursivos no e tratar de restablecerlo en un aislamiento que no se podria superar; no es ence- rrarlo sobre si mismo; es hacerse libre para des- cribir en & y fuera de €l juegos de relaciones. Tercer interés de tal descripcién de los hechos de discurso: al liberarlos de todos los agrupamien- tos que se dan por unidades naturales inmediatas y universales, nos damos la posibilidad de descri- bir, pero esta vez, por un conjunto de decisiones dominadas, otras unidades. Con tal de definir ¢la- ramente las condiciones, podria ser legitimo cons- tituir, a partir de relaciones correctamente descri- tas, conjuntos discursivos que no serian arbitrarios, pero que quedarian no obstante invisibles. Induda- dlemente, esas relaciones no habrian sido formula- das jamés para ellas mismas en los enunciados en cusstion (a diferencia, por ejemplo, de esas rela- 48 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS ciones explicitas que el propio discurso plantea y dice, cuando adopta la forma de la novela, o se ins- ctibe en una serie de teoremas matemdticos) . Sin embargo, no constituirian en modo alguno una es- pecie de discurso secreto que animase desde el interior los discursos manifiestos; no es, pues, una interpretacién de los hechos enunciativos Ia que podria sacarlos a la luz, sino el andlisis de su co- existencia, de su sucesién, de su funcionamiento mutuo, de su determinacién reciproca, de su trans- formacién independiente o cotrelativa. Est4 excluido, sin embargo, que se puedan des- cri punto de referencia todas las relaciones que puedan aparecer asi, Es preciso, en una pri- mera aproximacién, aceptar un corte provisional; una regién inicial que el andlisis alterarA y reor- ganizaré de ser necesario, En cuanto a esta re- gidn, gc6mo circunscribirla? De una patte, es pre- ciso elegir empiricamente un dominio en el que las relaciones corren el peligro de ser numerosas, densas, y relativamente ficiles de describir, zy en qué otra regién los acontecimientos discursivos Parecen estar mejor ligados los unos a los otros, y segiin relaciones mejor descifrables, que en aque- la que se designa en general con el término de ciencia? Pero, por otra parte, como adquirir el mayor miimero de posibilidades de captar en un enunciado, no el momento de su estructura formal y de sus leyes de construccién, sino el de su existen- cia y de las reglas de su aparicién, como no sea dirigiéndose a grupos de discursos poco formaliza- dos y en los que los enunciados no parezcan en. gendrarse necesariamente segiin reglas de pura sin. LAS UNIDADES DEL DISCURSO 49 taxis? ¢Cémo estar seguro de escapar a cortes como los de la obra, a categorias como las de la influen- cia, de no ser proponiendo desde el comienzo do- minios bastante amplios, escalas cronoldgicas bas- tante vastas? En fin, ;cémo estar seguro de no de- jarse engafiar por todas esas unidades o sintesis poco reflexionadas que se refieren al individuo parlante, al sujeto del’ discurso, al autor del texto, en una palabra, a todas esas categor{as antropolé- gicas? ,Quizd considerando el conjunto de los enun- ciados a través de los cuales se han constituido esas categorias, el conjunto de los enunciados que han elegido por “objeto” el sujeto de los discursos (su propio sujeto) y han acometido la tarea de des- plegarlo como campo de conocimientos? As{ se explica el privilegio de hecho que he con- cedido a esos discursos de los que se puede decir, muy esquemdaticamente, que definen las “ciencias del hombre”. Pero no es éste mas que un pri gio de partida, Es preciso tener bien presentes en el espiritu dos hechos: que el andlisis de los acon- tecimientos discursivos no esté limitado en modo alguno a semejante dominio y que, por otra parte, el corte de este mismo dominio no puede conside- rarse como definitivo, ni como absolutamente var ledero; se trata de una primera aproximacién que debe permitir que aparezcan relaciones con las que se corre el peligro de borrar los limites de este primer esbozo. m LAS FORMACIONES DISCURSIVAS He acometido, pues, la tarea de describir relacio- nes entre enunciados. He tenido cuidado de no admitir como valedera ninguna de esas unidades que podian serme propuestas y que el habito ponia a mi disposicién. Tengo el propésito de no des- cuidar ninguna forma de discontinuidad, de corte, de umbral o de limite. Tengo el propésito de des- cribir enunciados en el campo del discurso y las relaciones de que son susceptibles. Dos series de problemas, lo veo, se presentan al punto: una —que voy a dejar en suspenso de momento, para volver a ella més tarde— concierne a la utiliza- cién salvaje que he hecho de los términos de enunciado, de acontecimiento, de discurso; la otra concierne a las relaciones que pueden ser legitimamente descritas entre esos enunciados que se han dejado en su agrupamiento provisional y visible. Hay, por ejemplo, enunciados que se tienen —y esto desde una fecha que facilmente se puede fijar— por dependientes de la economia politica, o de la biologia, o de la psicopatologia, y los hay también que se tienen por pertenecientes a esas continuida- des milenarias —casi sin nacimiento— que se Ia- man la gramatica o la medicina. Pero, gqué son esas unidades? ¢Cémo puede decirse que el andli- LAS FORMACIONES DISCURSIVAS 51 sis de las enfermedades de la cabeza hecho por Willis y los clinicos de Charcot pertenecen al mis- mo orden de discurso? gO que las invenciones de Petty estan en relacién de continuidad con la eco- nometria de Neumann? ,O que el anilisis del juicio por los gramaticos de Port-Royal pertenecen al mismo domino que la demarcacién de las alter- nancias vocdlicas en las lenguas indocuropeas? {Qué son, pues, la medicina, la gramatica, la eco- nomia politica? No son nada, sino una reagrupa- cin retrospectiva por la cual las ciencias contem- pordneas se hacen una ilusién en cuanto a su pro- pio pasado? gSon formas que se han instaurado de una vez para siempre y se han desarrollado sobe- Tanamente a través del tiempo? ,Cubren otras uni- dades? zY qué especie de relaciones hemos de reco- nocer valederas entre todos esos enunciados que forman, sobre un modo a la vez familiar e insisten- te, una masa enigmatica? Primera hipotesis —Ia que me ha parecido ante todo més verosimil y més facil de someter a prue- ba—: los enunciados diferentes en su forma, dis- persos en el tiempo, constituyen un conjunto si se refieren a un solo y mismo objeto. Asi, los enun- ciados que pertenecen a la psicopatologia parecen referirse todos a ese objeto que se perfila de di- ferentes maneras en la experiencia individual o so- cial y que se puede designar como Ia locura. Ahora bien, me he dado cuenta pronto de que la unidad del objeto “locura” no permite individualizar un conjunto de enunciados y establecer entre ellos una relacién descriptible y constante a la vez. Y esto por dos motivos. Nos engafiarfamos seguramente 52 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS si preguntéramos al ser mismo de la locura, a su contenido secreto, a su verdad muda y cerrada so- bre si misma lo que se ha podido decir de ella en un momento dado. La enfermedad mental ha es- tado constituida por el conjunto de lo que ha sido dicho en el grupo de todos los enunciados que la nombraban, la recortaban, la describian, la explica- ban, contaban sus desarrollos, indicaban sus diver- sas correlaciones, la juzgaban, y eventualmente le prestaban la palabra, articulando en su nombre discursos que debian pasar por ser los suyos. Pero hay més: ese conjunto de enunciados estd lejos de referirse a un solo objeto, formado de una vez para siempre, y de conservarlo de manera indefinida como su horizonte de idealidad inagotable; el objeto que se pone, como su correlato, por los enunciados médicos del siglo xvu o del siglo xvi, no es idéntico al objeto que se dibuja a través de las sentencias juridicas o las medidas policiacas; de Ja misma manera, todos los objetos del discurso psicopatoldgico han sido modificados desde Pinel o desde Esquirol a Bleuler: no son de las mismas enfermedades de las que se trata aqui y alld; no se trata en absoluto de los mismos locos. Se podria, se deberia quizd sacar en consecuen- cia de esta multiplicidad de los objetos que no es posible admitir, como una unidad valedera, para constituir un conjunto de enunciados, el “discurso referente a la locura”. Quizd habria que atenerse a los tinicos grupos de enunciados que tienen un iinico y mismo objeto: los discursos sobre la me- lancolia, o sobre la neurosis. Pero pronto nos da- rfamos cuenta de que, a su vez, cada uno de esos LAS FORMACIONES DISCURSIVAS 53 discursos ha constituido su tema y lo ha elaborado hasta transformarlo por completo. De suerte que se plantea el problema de saber si la unidad de un discurso no esté constituida, més bien que por la permanencia y la singularidad de un objeto, por el espacio en el que diversos objetos se perfilan y continuamente se transforman, La relacién ca- racteristica que permitiria individualizar un con- junto de enunciados relativos a la locura, gno seria entonces: la regla de emergencia simulté- nea o sucesiva de los diversos objetos que en ella se nombran, se describen, se aprecian 0 se juz: gan? La unidad de los discursos sobre la locura no estaria fundada sobre la existencia del objeto “Jocura”, o la constitucién de un horizonte tinico de objetividad: seria el juego de las reglas que hacen posible durante un perfodo determinado la aparicién de objetos, objetos recortados por medidas de discriminacién y de represién, obje- tos que se diferencian en la prdctica cotidiana, en la jurisprudencia, en la casuistica religiosa, en el diagnéstico de los médicos, objetos que se manifiestan en descripciones patolégicas, objetos que estén como cercados por cédigos o recetas de medicacién, de tratamiento, de cuidados. Ade- més, la unidad de los discursos sobre la locura serfa el juego de las reglas que definen las trans- formaciones de esos diferentes objetos, su no iden- tidad a través del tiempo, la ruptura que se pro- duce en ellos, la discontinuidad interna que sus- pende su permanencia. De una manera paradji- ca, definir un conjunto de enunciados en lo que hay en él de individual consistirfa en describir 54 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS la dispersidm de esos objetos, captar todos los intersticios que los separan, medir las distancias que reinan entre ellos; en otros términos: formu- lar su ley de reparticién. Segunda hipdtesis para definir un grupo de relaciones entre enunciados: su forma y su tipo de encadenamiento, Me habia parecido, pot ejemplo, que la ciencia médica, a partir del siglo xix, se caracterizaba menos por sus temas 0 sus conceptos que por un determinado estilo, un de- terminado cardcter constante de la enunciacién. Por primera vez, la medicina no estaba ya cons- tituida por un conjunto de tradiciones, de obser- vaciones, de recetas heterogéneas, sino por un corpus de conocimientos que suponia una misma mirada fija en las cosas, una misma cuadricula del campo perceptive, un mismo andlisis del he- cho patolégico segiin el espacio visible del cuerpo, un mismo sistema de transcripcién de lo que se percibe en lo que se dice (el mismo vocabulario, el mismo juego de metéforas); en una palabra, me habia parecido que la medicina se organizaba como una serie de enunciados descriptivos. Pero también en esto ha sido preciso abandonar tal hipétesis de partida y reconocer que el discurso clinico era tanto un conjunto de hipdtesis sobre la vida y la muerte, de elecciones éticas, de deci- siones terapéuticas, de reglamentos instituciona- les, de modelos de ensefianza, como un conjunto de descripciones; que éste, en todo caso, no podia abstraerse de aquéllos y que la enunciacién des- criptiva no era sino una de las formulaciones presentes en el discurso médico, Reconocer tam- LAS FORMACIONES DISCURSIVAS 55 bién que esta desctipcién no ha cesado de des- plazarse; ya sea porque, desde Bichat a la pato- logia celular, se han desplazado las escalas y los puntos de referencia, o porque, desde la inspec- cién visual, la auscultacién y la palpacién al uso del microscopio y de los tests biolégicos, el sistema de informacién ha sido modificado, o bien aun porque, desde la correlacién anatémico-cli- nica simple al andlisis fino de los procesos fisio- patolégicos, el léxico de los signos y su descifra- miento ha sido reconstituido por entero, 0, finalmente, porque el médico ha cesado poco a poco de ser el lugar de registro y de interpreta- cién de la informacién, y porque, al lado de él, al margen de él, se han constituido masas documen- tales, instrumentos de correlacién y de las téc- nicas de andlisis, que tiene ciertamente que uti- lizar, pero que modifican, con respecto del enfermo, su situacién de sujeto observador. Todas estas alteraciones, que nos conducen quizé hoy al umbral de una nueva medicina, se han depositado lentamente, en el transcurso del siglo xix, en el discurso médico. Si se quisiera definir este discurso por un sistema codificado y normativo de enunciacién, habria que reconocer que esta medicina se desintegré no bien apareci- da y que slo pudo formularse en Bichat y Laen- nec. Si existe unidad, el principio no ¢s, pues, una forma determinada de enunciados; gno seria mds bien el conjunto de las reglas que han he- cho, simulténea o sucesivamente, posibles des- cripciones puramente perceptivas, sino también observaciones mediatizadas por instrumentos, pro- 56 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS tocolos de experiencias de laboratorios, cdlculos estadisticos, comprobaciones epidemiolégicas 0 de- mogréficas, reglamentos institucionales, prescrip- ciones terapéuticas? Lo que habria que caracteri- zar € individualizar serfa la coexistencia de esos enunciados dispersos y heterogéneos; el sistema que rige su reparticién, el apoyo de los unos sobre Jos otros, la manera en que se implican o se exclu- yen, la transformacién que sufren, el juego de su relevo, de su disposicién y de su remplazo. Otra direccién de investigacion, otra hipéte- sis: gno podrian establecerse grupos de enuncia- dos, determinando el sistema de los conceptos permanentes y coherentes que en ellos se encuen- tran en juego? Por ejemplo, gel andlisis del len- guaje y de los hechos gramaticales no reposa en los clasicos (desde Lancelot hasta el final del siglo xvm) sobre un mimero definido de concep- tos cuyo contenido y uso estaban establecidos de una ver para siempre: el concepto de juicio defi- nido como Ia forma general y normativa de toda frase, los conceptos de sujeto y de atributo rea- grupados bajo la categoria més general de nom- bre, el concepto de verbo utilizado como equiva: lente del de cépula ldgica, el concepto de palabra definido como signo de una representacién, etc? Se podrfa reconstituir asi la arquitectura con- ceptual de la gramdtica dlisica. Pero también aqui se encontrarian pronto los limites: apenas, sin duda, se podrian describir con tales elemen- tos los andlisis hechos por los autores de Port- Royal; bien pronto se estaria obligado a compro- bar la aparicién de ntuevos conceptos, algunos de LAS FORMACIONES DISCURSIVAS 37 Jos cuales son quiz derivados de tos primeros; pero los otros ies son heterogéneos y algunos in- cluso son incompatibles con ellos. La nocién de orden sintactico natural 0 inverso, la de comple- mento (introducida en el transcurso del siglo xvi por Beauzée), pueden sin duda integrat: - atin en el sistema conceptual de la gramética de Port-Royal. Pero ni la idea de un valor origi- nariamente expresivo de los sonidos, ni la de un saber primitive envuelto en las palabras y tras- mitido oscuramente por ello, ni la de una regu- laridad en la mutacién de las consonantes, ni el concepto del verbo como simple nombre que permite designar una accién o una opetacién, son compatibles con el conjunto de los conceptos que podian utilizar Lancelot o Duclos. Hay que ad- mitir en tales condiciones que la gramatica sélo en apariencia constituye una figura coherente, y que todo ese conjunto de enunciados, de andlisis, de descripciones, de principios y de consecuen- cias, de deducciones, es una falsa unidad que se ha perpetuado con ese nombre durante més de un siglo? Quizd se descubriera, no obstante, una unidad discursiva, si se la buscara no del lado de la coherencia de los conceptos, sino del lado de su emergencia simultdnea o sucesiva, de des- viacién, de la distancia que los separa y even- tualmente de su incompatibilidad. No se busca- rfa ya entonces una arquitectura de conceptos lo bastante generales y abstractos para significar to- dos los demés ¢ introducirlos en el mismo edificio deductivo; se probarfa a analizar el juego de sus apariciones y de su dispersién. 38 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS Finalmente, cuarta hipétesis para reagrupar los enunciados, describir su encadenamiento y dat cuenta de las formas unitarias bajo las cuales se presentan: la identidad y la persistencia de los temas. En “ciencias” como la economia o Ia bio- logia, tan propicias a la polémica, tan permea- bles a opciones filoséficas 0 morales, tan dispues- tas en ciertos casos a la utilizacién politica, es legitimo en primera instancia suponer que cierta temética es capaz de ligar, y de animar como un organismo que tiene sus necesidades, su fuerza interna y sus capacidades de sobrevivir, un con- junto de discurso. {No se podria, por ejemplo, constituir en unidad todo lo que desde Buffon hasta Darwin ha constituido el tema evolucionis- ta? Tema ante todo més filoséfico que cientifico, mds cerca de la cosmologia que de la biologia; tema que més bien ha dirigido desde lejos unas investigaciones que nombrado, recubierto y ex- plicado unos resultados; tema que suponia siem- pre més que se sabia, pero obligaba a partir de esa eleccién fundamental a transformar en saber discursivo lo que estaba esbozado como hipé- tesis 0 como exigencia. :No se podria, de la mis- ma manera, hablar del tema fisiocratico? Idea que postulaba, més alld de toda demostracién y antes de todo andlisis, el cardcter natural de las tres rentas raices; que suponia por consiguiente la primacia econémica y politica de la propiedad agraria; que exclufa todo andlisis de los mecanis- mos de la produccién industrial; que implicaba, en cambio, la descripcién del circuito del dinero en el interior de un Estado, de su distribucién LAS FORMACIONES DISCURSIVAS 59 entre las diferentes categorias sociales y de los canales por los cuales volvia a la produccién, y que finalmente condujo a Ricardo a interrogarse sobre los casos en los que esa triple renta no apa- recia, sobre las condiciones en que podria for- marse, y a denunciar por consiguiente lo arbitra- rio del tema fisiocrético? Pero a partir de semejante tentativa nos ve- mos conducidos a hacer dos comprobaciones in- versas y complementarias. En un caso, la misma temdtica se articula a partir de dos juegos de con- ceptos, de dos tipos de andlisis, de dos campos de objetos totalmente distintos: la idea evolu- cionista, en su formulacién més general, es quizA la misma en Benoit de Maillet, Bordeu o Dide- rot, y en Darwin; pero de hecho, lo que la hace posible y coherente no es en absoluto del mismo orden aqui que allf. En el siglo xvi, la idea evolucionista se define a partir de un parentesco de Jas especies que forman un continuum pres- crito desde la partida (dnicamente las catéstro- fes de la naturaleza lo hubieran interrumpido) © constituido progresivamente por el desarrollo del tiempo. En el siglo x1x, el tema evolucionista concierne menos a la constitucién del cuadro continuo de las especies, que a la descripcién de grupos discontinuos y el andlisis de las modali- dades de interaccién entre un organismo cuyos elementos todos son solidarics y un medio que le ofrece sus condiciones reales de vida. Un solo tema, pero a partir de dos tipos de discurso. En el caso de Ia fisiocracia, por el contrario, la elec- cién de Quesnay reposa exactamente sobre el 60 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS mismo sistema de conceptos que la opinién inver- sa sostenida por aquellos a quienes se puede Ila- mar los utilitaristas. En aquella.época, el andli- sis de las riquezas comportaba un juego de con- ceptos relativamente limitado y que se admitia por todos (se daba la misma definicién de la mo- neda; se daba la misma explicacién de los pre- cios; se fijaba de la misma manera el costo de un trabajo). Ahora bien, a partir de este juego con- ceptual unico, habia dos maneras de explicar la formacién del valor, segiin se analizara a partir del cambio, o de la retribucién de la jornada de trabajo. Estas dos posibilidades inscritas en la teo- ria econémica, y en Jas reglas de su juego concep- tual, han dado lugar, a partir de los mismos ele- mentos, a dos opciones diferentes. Seria un error, pues, sin duda, buscar, en la existencia de estos temas, los principios de indi- vidualizacién de un discurso. zNo habré que bus- carlos mas bien en Ja dispersién de los puntos de eleccién que deja libres? ,No serian las diferentes posibilidades que abre de reanimar unos temas ya existentes, de suscitar estrategias opuestas, de dar lugar a intereses inconciliables, de permitir, con un juego de conceptos determinados, jugar par- tidas diferentes? Mds que buscar la permanencia de los temas, de las imagenes y de las opiniones a través del tiempo, mds que retrazar Ia dialéctica de sus conflictos para individualizar unos conjun- tos enunciativos, gno se podrfa marcar més bien la dispersién de los puntos de eleccién y definir més all4 de toda opcién, de toda preferencia te- mética, un campo de posibilidades estratégicas? LAS FORMACIONES DISCURSIVAS 61 Heme aqui, en presencia de cuatro tentativas, ‘de cuatro fracasos... y de cuatro hipétesis que las relevarian. Va a ser preciso ahora ponerlas a prueba. A propésito de esas grandes familias de enunciados que se imponen a nuestro hdbito —y que se designan como Ia medicina, 0 la econo- mia, 0 la gramatica—, me habia preguntado sobre qué podian fundar su unidad. Sobre un dominio de objetos leno, ceftido, continuo, geogrifica- mente bien delimitado? Lo que he descubierto son mds bien series con lagunas, y entrecruzadas, juegos de diferencias, de desviaciones, de susti- tuciones, de transformaciones. Sobre un tipo de- finido y normativo de enunciacién? Pero he en- contrado formulaciones de niveles sobremanera diferentes y de funciones sobremanera heterogé- neas, para poder ligarse y componerse en una fi- gura Wnica y para asimilar a través del tiempo, mis alla de las obras individuales, una especie de gran texto ininterrumpido. Sobre un alfabeto bien definido de nociones? Pero nos encontramos en presencia de conceptos que difieren por la estructura y por las reglas de utilizacién, que se ignoran o se excluyen unos a otros y que no pue- den entrar en Ja unidad de una arquitectura 16- gica. Sobre la permanencia de una temitica? Pero se encuentran més, bien posibilidades estra- tégicas diversas que permiten Ja activacién de temas incompatibles, o aun la incorporacién de un mismo tema a conjuntos diferentes. De abi la idea de describir esas mismas dispersiones; de buscar si entre esos elementos que, indudable- mente, no se organizan como un edificio progre- 62 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS sivamente deductivo, ni como un libro desmesu- rado que se fuera eseribiendo poco a poco a lo largo del tiempo, ni como la obra de un sujeto colectivo, se puede marcar una regularidad: un orden en su aparicién sucesiva, correlaciones en su simultaneidad, posiciones asignables en un es- pacio comtin, un funcionamiento reciproco, trans- formaciones ligadas y jerarquizadas. Un andlisis tal no tratarfa de aislar, para describir su estruc- tura interna, islotes de coherencia; no se asigna- ria la tarea de sospechar y de sacar a plena luz los conflictos latentes; estudiaria formas de repar- ticién, O aun: en lugar de reconstituir cadenas de inferencia (como se hace a menudo en la historia de las ciencias o de la filosoffa), en lu- gar de establecer tablas de diferencias (como lo hacen los lingiiistas), describirfa sistemas de dis- persién. En el caso de que se pudiera describir, entre cierto mimero de enunciados, semejante sistema de dispersién, en el caso de que entre los obje- tos, los tipos de enunciacién, los conceptos, las elecciones tematicas, se pudiera definir una re- gularidad (un orden, correlaciones, posiciones en funcionamientos, transformaciones) , se diré, por convencién, que se trata de una formacién dis- cursiva, evitando asi palabras demasiado prefiadas de condiciones y de consecuencias, inadecuadas por lo demés para designar semejante dispersién, como “ciencia”, 0 “ideologia”, 0 “teoria”, 0 ‘‘do- minio de objetividad”. Se amarén reglas de formacién las condiciones a que estén sometidos los elementos de esa reparticién (objetos, moda- LAS FORMACIONES DISCURSIVAS 63 lidad de enunciacién, conceptos, elecciones temé- ticas). Las reglas de formacién son condiciones de existencia (pero también de coexistencia, de conservacién, de modificacién y de desaparicién) en una reparticién discursiva determinada. ‘Tal es el campo que hay que recorrer ahora; tales son las nociones que hay que poner a prue- ba y los andlisis que hay que acometer. Los ries- gos, lo sé, no son pequefios. Yo habia utilizado para un primer planteo ciertos agrupamientos bastante laxos, pero bastante familiares: nada me prueba que volveré a encontrarlos al final del andlisis, ni que descubriré el principio de su de- limitacion y de su individualizacién; las forma- ciones discursivas que haya de aislar no estoy se- guro de que definan la medicina en su unidad global, la economia y la gramatica en la curva de conjunto de su destino histérico; no estoy seguro de que no introduzcan cortes imprevistos. Nada me prueba, tampoco, que semejante descripcién pueda dar cuenta de la cientificidad (0 de la no- cientificidad) de esos conjuntos discursivos que he tomado como punto de ataque y que se dan todos en el comienzo con cierta presuncién de racionalidad cientifica; nada me prueba que mi anilisis no se sitée en un nivel totalmente di Linto, constituyendo una descripcién irreductible a Ia epistemologia o a la historia de las ciencias. Podria suceder atin que al final de tal empresa no se recuperen esas unidades que se han tenido en suspenso por principios de método: que se esté obligado a disociar las obras, a ignorar las influencias y las tradiciones, a abandonar defini- 64 LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS tivamente la cuestién del origen, a dejar que se borre la presencia imperiosa de los autores; y que asi desaparezca todo lo que constituia pro- piamente la historia de las ideas. El peligro, en suma, es que en lugar de dar un fundamento a Jo que ya existe, en lugar de tranquilizarse por esta vuelta y esta confirmacién final, en lugar de terminar ese citculo feliz que anuncia al fin, tras de mil astucias y otras tantas noches, que todo se ha salvado, estemos obligados a avanzar fuera de los paisajes familiares, lejos de las ga- rantias a que estamos acostumbrados, por un te- rreno cuya cuadricula no se ha hecho atin y hacia un término que no es facil de prever. Todo lo que, hasta entonces, velaba por la salvaguardia del historiador y lo acompafiaba hasta el creptiscu- lo (€l destino de la racionalidad y Ja teleologia de las ciencias, el largo trabajo continuo del pen- samiento a través del tiempo, el despertar y el progreso de la conciencia, su perpetua recupera- cién por si misma, el movimiento no acabado pero ininterrumpido de las totalizaciones, la vuel- ta a un origen siempre abierto, y finalmente la tematica histérico-trascendental) , gno corre todo eso el peligro de desaparecer, dejando libre para el andlisis un espacio blanco, indiferente, sin in- terioridad ni promesa? mr LA FORMACION DE LOS OBJETOS Hay que hacer ahora el inventario de las direc- ciones abiertas, y saber si se puede dar contenido a esa nocién, apenas esbozada, de “reglas de for- macién”, Comencemos por la formacién de los objetos. Y, para analizarla més fécilmente, por el ejemplo del discurso de Ia psicopatologia, a partir del siglo xix. Corte cronoldgico que se puede admitir con facilidad en un primer acerca- miento. Signos suficientes nos lo indican. Reten- gamos tan sélo dos: la aceptacién a principios de siglo de un nuevo modo de exclusién y de inser- cién del loco en el hospital psiquidtrico; y la posibilidad de recorrer en sentido inverso el ca- mino de ciertas nociones actuales hasta Esquirol, Heinroth o Pinel (de la paranoia se puede re- montar hasta la monomanfa, del cociente intelec tual ala nocién primera de la imbecilidad, de la pardlisis general a la encefalitis cronica, de la neu- rosis de cardcter a la locura sin delirio) ; en tanto que si queremos seguir més arriba atin el hilo del tiempo, perdemos al punto las pistas, los hi- Jos se enredan, y la proyeccién de Du Laurens 0 incluso Van Swieten sobre la patologia de Krae- pelin o de Bleuler no da ya més que coinciden- cias aleatorias. Ahora bien, los objetos que ha tenido que tratar la psicopatologia después de

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