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Alejandro Vera
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La guitarra entre dos mundos: procesos de producción, trasmisión y recepción de la música para guitarra de cinco órdenes entre España e Hispanoamérica, durante el siglo
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A BSTR AC T: This article hypothesizes that the overly negative view of the music of the colo-
nial period in Chile is rooted in the nationalistic ideology of the 19th and 20th centuries, which
viewed that period as one of submission to a foreign power. It goes on to suggest that this
ideology had a determining role in the creation of the dual image that has been attributed to
the 18th century: it was considered to be far inferior to the republican era, but represented
progress in comparison to previous centuries, given that from 1700 on, both Chile and Spain
became, in a manner of speaking, less Spanish. This latter fact explains why 18th-century music
in Spain was perceived to be decadent, given that Spanish nationalism viewed French and Italian
influences negatively. The present study questions these traditional ideas through a revision of
certain discourses and colonial documents.
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Introducción
los datos documentales que ésta había proporcionado. Esto no sólo atañe al
campo musicológico: en su reciente historia del siglo XVII Alfredo Jocelyn
Holt asume, basándose en el testimonio de Pereira Salas, que Chile tuvo
que esperar hasta 1707 para conocer el clavicordio, lo que, sumado a otros
datos, demostraría que estuvo “fuera de todos los circuitos”.16 Como era
de esperarse, investigaciones musicológicas más recientes han demostrado
que este instrumento se hallaba en Chile desde el siglo XVI.17 Y aunque en
el caso de una historia general resulte comprensible que el autor no pueda
verificar la veracidad de los datos específicos sobre música, la misma acti-
tud pasiva ante las afirmaciones de Pereira Salas se aprecia en algunos tra-
bajos específicamente musicológicos, como tendremos ocasión de ver.
Frente a esta supuesta dicotomía entre descripción e interpretación cabe
señalar que la ordenación cronológica de los hechos, aunque parezca a pri-
mera vista una operación neutra, conlleva realmente una valoración, pues
se basa en el principio de que existe una relación evolutiva y por tanto je-
rárquica entre ellos: lo que es constituye una mejora de lo que fue.18 Por lo
tanto, en un sentido estricto, es prácticamente imposible no interpretar, más
aun considerando que la historiografía de las últimas décadas ha puesto en
evidencia la naturaleza textual (interpretativa) de las fuentes con las que el
historiador trabaja.19 Desde este punto de vista, incluso el documento se
convierte de un objeto inerte con un único significado a un componente
activo del proceso de interpretación que interpela también al estudioso, ya
que, al igual que todo texto, contiene en sí mismo las luchas ideológicas, los
diálogos y las tensiones que caracterizan al lenguaje en sociedad.20
De ahí que en este artículo se contrasten los trabajos historiográficos so-
bre el siglo XVIII no sólo con los condicionantes ideológicos del período en
que fueron escritos, sino también con la nueva evidencia documental sobre
la música de dicha época encontrada en el último tiempo, sin olvidar su na-
turaleza textual, pero prestando atención a lo que nos dice sobre el pasado.
Intento así conjugar la investigación de archivo con la crítica o inter-
pretación historiográfica, evitando la dicotomía ya comentada entre ambas.
De hecho, estos mismos documentos contribuirán a evidenciar la distancia
entre las interpretaciones de la historiografía tradicional y el pasado mu-
sical que intentaba reflejar, proporcionándonos incluso elementos de re-
flexión sobre la musicología del presente, como veremos en la parte final
del trabajo.
Pero antes de pasar al tema central dedicaré un breve apartado a exa-
minar la influencia que el nacionalismo tuvo en la imagen de la música
del siglo XVIII en España, no únicamente por la necesidad de estudiar la
música hispanoamericana en el contexto global en el que estaba inserta en
la época,21 sino también porque esto aportará interesantes elementos de
reflexión para el caso chileno, especialmente por las diferencias que éste
presenta con el español.
El caso chileno
Uno de los primeros obstáculos con los que se topa un trabajo crítico sobre
la historiografía tradicional radica, paradójicamente, en una de las críticas
que más comúnmente se le han realizado: el ser esencialmente descrip-
tiva y limitarse a ordenar los hechos en una secuencia cronológica. Esto
conlleva el supuesto de que los “datos duros” que dicha historiografía pro-
porciona no merecen mayores cuestionamientos. Como hemos anticipado
en la introducción, tal lectura supone una contradicción importante con
los propios trabajos revisionistas de los últimos años, los cuales han de-
mostrado que los estudios tradicionales estuvieron fuertemente influidos
por ideologías y aspiraciones personales, y por tanto lejos de la objetividad
que defendían.37 Hemos señalado, además, que si bien la musicología más
reciente se interesó por la influencia de la ideología en la construcción de
la historia, una de sus reivindicaciones principales consistió siempre en
superar el “descriptivismo” de la musicología tradicional,38 afirmación que
también se encuentra en la producción musicológica chilena.39 Ahora bien,
en el caso que nos ocupa, la concepción de la obra de Pereira Salas como
descriptiva proviene de su propio prólogo al fundamental libro Los oríge-
nes del arte musical, publicado en 1941:
Esta interpretación de su propia obra fue aceptada casi sin reservas por
los especialistas de su época y posteriores. Charles Seeger la consideró un
excelente ejemplo del “tipo de historiografía científica y objetiva”,41 y algo
similar hizo Luis Merino varios años más tarde.42 Se pensó, pues, que Los
orígenes era un libro objetivo en gran parte porque su autor lo había seña-
lado así, con lo cual no quiero decir que Pereira Salas falseara deliberada-
mente el carácter de su estudio, pero sí que su intención de ser descriptivo
Como vemos, el autor asume que el convento de San Agustín tenía la prima-
cía y que cuarenta años después fue desplazado por la catedral sin mayores
fundamentos. Podríamos atribuir a esta afirmación un carácter positivista:
al no tener información sobre otras instituciones religiosas se asume que
no hubo en ellas una actividad musical significativa. Sin embargo, los di-
chos de Pereira Salas conllevan una interpretación más profunda: que el
Santiago del siglo XVII no podía contar con más de una institución reli-
giosa bien provista musicalmente a causa de la pobreza endémica del Chile
colonial. En efecto, la imagen general de la colonia que se desprende de
Los orígenes, a pesar de sus importantísimas contribuciones, es la de un
período oscuro caracterizado por el aislamiento y una actividad musical
poco interesante, sobre todo en comparación con la época republicana. El
autor llega a señalar que durante la colonia “se tocaba la música de oí-
das, y los niños aprendían a cantar como los pájaros”. Además, sitúa el
inicio del “arte musical” en Chile en 1819, fecha en la que un comerciante
danés—Carlos Drewetcke—trajo unas “sinfonías y cuartetos de Haydn,
Mozart, Beethoven y Cromer . . . ”.45 El hecho de que ambas afirmaciones,
en especial la primera, contradigan los datos que el propio historiador pro-
porciona en otras partes de su libro,46 implica que están condicionadas no
tanto por la época estudiada como por el contexto cultural e ideológico en
el que estaba inmerso. Y, dado que dicho contexto no puede reducirse a un
solo tópico, me veo obligado a considerar otros aspectos antes de pasar al
que constituye el centro de este estudio.
A primera vista, tras la supuesta superioridad de la república subyace la
visión clásica de la historia como progreso, presente en la historiografía chi-
lena desde el siglo XIX.47 La siguiente afirmación de otro autor ejemplifica
activo en las primeras décadas del siglo XIX que para el autor “merece sitio
de preferencia” por haber escrito “nuestra primera Canción Nacional”.63
Es importante, en este punto, recordar que nos estamos refiriendo a uno
de los historiadores que más se interesó por la colonia, a la que dedicó con-
tribuciones invaluables tanto en la música como en otros ámbitos.64 En
consecuencia, lo que estamos planteando no es que despreciara el período,
sino que la influencia del nacionalismo lo llevó a defender la amplia supe-
rioridad de la época republicana, hecho que puede explicar algunos juicios
contradictorios en su obra, que van desde un carácter incluso hispanista65
hasta la exaltación independentista. En todo caso, podemos imaginar la ma-
nera en que sus ideas fueron acogidas por especialistas que, a diferencia
suya, no sentían un aprecio o interés particular por el período colonial.66
Pero no estamos hablando nada más de un nacionalismo historiográfico
y relacionado con el pasado, sino fuertemente vinculado con el presente
del autor. En la época en que publicó Los orígenes del arte musical (1941)
Pereira Salas ya estaba inmerso en el rescate de las tradiciones musicales
chilenas, tarea que ocuparía una parte importante de su vida profesional.
Apenas dos años después de publicar dicho libro, una comisión integrada
por él y otras seis personalidades creó el Instituto de Investigaciones Folk-
lóricas, cuyos objetivos fundamentales eran el registro sistemático, el estu-
dio y la difusión del folklore nacional por medio de conciertos. Cuando en
1944 el Instituto pasó a pertenecer oficialmente a la Facultad de Bellas Ar-
tes de la Universidad de Chile, Pereira Salas fue nombrado jefe del mismo,
y a fines de dicho año publicó, en conjunto con Jorge Urrutia Blondel, el
álbum Aires tradicionales y folklóricos de Chile.67 A su vez, una comisión
integrada por él y otros confirió en 1945 el premio nacional de arte al com-
positor Pedro Humberto Allende, por considerar que su obra mostraba una
“exaltación de lo nacional” con un lenguaje de indiscutible valor musical.
Es significativo que fuese la primera vez que tal distinción se otorgaba a
un músico, así como el hecho de que Allende tuviese una estrecha amistad
con Felipe Pedrell,68 cuyo papel en el desarrollo del nacionalismo español
ya ha sido señalado. Dentro de este contexto el relato de Pereira Salas, en
torno a la independencia como un despertar del quehacer artístico-musical,
adquiere un significado más claro.
Por todo lo referido, llama la atención que la imagen del siglo XVIII
proyectada por la historiografía tradicional sea un tanto diferente a la de
los siglos anteriores. En comparación con la época republicana se trata de
un período en el que no existe una tradición escrita consolidada ni una pe-
dagogía musical rigurosa, al punto de que la importación de un tratado de
clave, a fines de dicha centuria, habría constituido una “excepción notable”,
y el texto musical de las composiciones “de ocasión” era “de tal pobreza ar-
mónica y melódica que no vale la pena intentar el más somero análisis”.69
clave de los jesuitas de Santiago en 1742, órganos en 1683 y 1695 para los
mercedarios, y un clavicordio hacia 1597 para los agustinos.119
Sin embargo, quizás sea en la documentación notarial donde pueden
encontrarse muestras más claras de que esta actividad musical en el ám-
bito privado no fue iniciada en 1700. A fines del siglo XVI es frecuente que
los particulares o mercaderes residentes en Santiago compren cuerdas de
vihuela, como los cuatro mazos que Francisco Navarro adquirió en 1590.120
Así, no es sorprendente que en 1587 el mulato Antón de Guzmán poseyera
una vihuela que había sido empeñada ante él por Jerónimo Bermúdez en
diez pesos de oro, ni tampoco que Francisco de Saucedo, en su testamento
de 1605, indicara tener una “viguela grande” que estaba en poder del padre
Joan Cano de Araya.121
Pasando a una época más tardía, en 1679 el licenciado Francisco Millán
conservaba una vihuela que dejó a su hijo natural del mismo nombre;122
en el inventario del alférez Domingo Pérez de Riobo, realizado en 1680,
encontramos una “guitarra nueva” y “un papel con bordones de arpa”;123
en 1682 hallamos dos “arpas grandes” en las dotes matrimoniales de María
Campusano y Ana María de la Vega, valoradas en las importantes sumas de
30 y 20 pesos respectivamente; en 1689 figura un arpa tasada en 12 pesos
en la dote de Inés de Olivera;124 en 1689 el indio Andrés Samaya, natural
de la norteña localidad de Huasco, declara en su testamento poseer una
guitarra;125 y otra dote, la de Josepha Velasco, nos muestra en 1691 un arpa
y una vihuela tasadas conjuntamente en 40 pesos.126
Es evidente que los bienes citados dan cuenta de una actividad musical
entre particulares similar a la que hemos visto en el siglo XVIII, lo que ha-
bla de una relativa continuidad en lugar de la ruptura que comúnmente ha
sido defendida. Desde este punto de vista resulta cuestionable la importan-
cia, casi sin par, dada por la historiografía tradicional a la tertulia como un
fenómeno iniciado en dicho siglo. Pereira Salas afirma que en 1707, en la
casa del gobernador Ibáñez y Peralta, tuvo lugar “la primera tertulia musi-
cal a la francesa, el primer simulacro versallesco en la noble y leal Santiago
del Nuevo Extremo”.127 Es claro que los instrumentos citados anteriores a
1700 debieron cumplir alguna función en las casas en las que se encontra-
ban; por lo tanto, si el concepto de tertulia define una reunión privada en
la cual la música tiene una participación significativa, su aplicación exclu-
siva al siglo XVIII y los posteriores parece, más bien, producto de las ideas
nacionalistas examinadas en el apartado anterior que de una descripción
de los hechos. Y es aquí donde adquiere importancia el conocimiento de
los siglos XVI y XVII: de ellos depende también nuestra interpretación del
siglo que nos ocupa.
Podríamos decir que lo visto en este apartado permite cuestionar las dos
caras de la moneda para el siglo XVIII chileno. Por una parte, la imagen os-
curantista de este período en comparación con la república no se justifica:
Notas
Este trabajo ha sido escrito en el marco del proyecto FONDECYT 1071121, “Tradi-
ción y renovación en la música del Chile colonial”, que dirijo en la actualidad. En
él también participa Víctor Rondón (coinvestigador). Durante la primera etapa
del proyecto conté con la entusiasta colaboración de Jaime Canto y Laura Jordán
(ayudantes).
1. Véanse, entre otros, Malena Kuss. “Nacionalismo, identificación, y La-
tinoamérica”, en Cuadernos de Música Iberoamericana, 6 (1998), 133–49; Ber-
nardo Illari. “Zuola, criollismo, nacionalismo y musicología”, en Resonancias, 7
(2000), 59–95, y “Ética, estética, nación: las canciones de Juan Pedro Esnaola”,
en Cuadernos de música iberoamericana, 10 (2005), 137–223; y Tello, Aurelio: “Ai-
res nacionales en la música de América Latina como respuesta a la búsqueda de
identidad”, en Hueso Húmero, no. 44 (2004), 210–37, disponible en http://www
.comunidadandina.org/bdaold/hh44/archivocompleto.pdf. De no indicarse lo con-
trario todas las fuentes tomadas de Internet fueron consultadas por última vez el 3
de diciembre de 2007.
2. Illari. “Ética, estética, nación”, 142.
3. De entre los textos citados, esta mirada es afín a la sección donde Illari ana-
liza la forma en que el nacionalismo hispanista afectó la imagen del Códice de
Zuola, manuscrito colonial de origen peruano—Illari: “Zuola, criollismo”, 61 y
siguientes.
4. El uso de las comillas es intencionado y se debe a que es discutible hablar
de una historiografía tradicional en un país que no ha contado, verdaderamente,
con una tradición de estudios sobre la música del período colonial. A pesar de este
problema, empleo el término para diferenciar los estudios de Pereira Salas y Claro
Valdés de aquellos que les seguirían treinta años más tarde, a los cuales me referiré
más adelante.
5. Alejandro Vera. “Musicología, historia y nacionalismo: escritos tradiciona-
les y nuevas perspectivas sobre la música del Chile colonial”, en Acta Musicológica,
LXXVIII (2006), II, 139–58.
23. Louise K. Stein. Songs of mortals, dialogues of the gods: music and theatre in sev-
enteenth century Spain, Oxford: Clarendon Press, 1993, 130 y siguientes.
24. Pablo L. Rodríguez. Música, poder y devoción. La Capilla Real de Carlos II
(1665–1700), Tesis doctoral, Universidad de Zaragoza, 2003, 4.
25. Carreras. “De Literes a Nebra”, 22–3 y 27. La supuesta ópera Il pomo d’oro era
en realidad una comedia que llevaba el mismo título de la ópera de Cesti, lo que
motivó la confusión de Cotarelo.
26. José Máximo Leza. “La zarzuela Viento es la dicha de Amor. Producciones en
los teatros públicos madrileños en el siglo XVIII”, en Música y literatura en la Penín-
sula Ibérica: 1600–1750, edición de Carmelo Caballero Fernández-Rufete, Germán
Vega y María Antonia Virgili Blanquet, Valladolid: Junta de Castilla y León, 1997,
393–99.
27. Samuel Claro Valdés. Antología de la música colonial en América del Sur, San-
tiago de Chile: Universidad de Chile, 1974, 137–43.
28. Citados por Claro Valdés. Ibídem, xxix.
29. Juan José Carreras. “Hijos de Pedrell. La historiografía musical española y
sus orígenes nacionalistas (1780–1980)”, en Il Saggiatore Musicale, 8, no. 1, 131, 134,
136 y 151.
30. Para el nacionalismo tanto el pasado remoto como el destino representan algo
glorioso, porque encarnan la autenticidad que el tiempo ha quitado a la nación—
Smith: Nacionalismo, 45 y 47.
31. Carreras. “Hijos de Pedrell”, 138–44.
32. Véase una crítica a esta idea en Pilar Ramos. “The Construction of the Myth
of Spanish Renaissance Music as a Golden Age”, ponencia presentada en Early
Music—Context and Ideas (International Conference in Musicology), Cracovia (Po-
lonia), Universidad de Cracovia, 2003, 1–2. Agradezco a la autora el haberme permi-
tido consultar su trabajo.
33. Carreras. “Hijos de Pedrell”, 159.
34. Sobre este frustrado proyecto véase Luis Robledo. Juan Blas de Castro (ca.
1561–1631). Vida y Obra Musical, Zaragoza: Institución Fernando el Católico, Dipu-
tación Provincial, 1989, 12.
35. Primeramente en su Teatro Lírico Español Anterior al Siglo XIX, vols. III y IV,
La Coruña: Canuto Berea y Compañía, 1897–1898.
36. Sin duda en esto también influyeron muchos otros factores que no han sido
tocados aquí; por ejemplo la secularización del siglo XVIII, dado que la musicolo-
gía española de comienzos del siglo XX era esencialmente católica—Ramos. “The
Construction of the Myth”, 4.
37. En el campo de la historia chilena véase Allen Woll. A Functional Past. The
Uses of History in Nineteenth-Century Chile, Baton Rouge and London: Louisiana
State University Press, 1982.
38. “Musicology is perceived as dealing essentially with the factual, the documen-
tary, the verifiable, the analysable, the positivistic. Musicologists are respected for the
facts they know about music. . . ”. Kerman. Contemplating Music, 1985, 12.
39. Víctor Rondón señala sobre los estudios de partituras y diacrónicos ante-
riores: “Pienso que hacia el fin de este milenio, a esa ocupación eminentemente
descriptiva es posible agregar ya una nueva fase que revise o proponga una visión
crítica e interpretativa . . . ”—“El archivo musical colonial como memoria del poder:
historia. Sus vínculos con la autonomía del arte quedan pendientes para un pró-
ximo trabajo.
59. Vera. “Musicología, historia y nacionalismo”.
60. José Victorino Lastarria. Investigaciones sobre la influencia social de la conquista
y del sistema colonial de los españoles en Chile, Santiago de Chile: Imprenta del Siglo,
1844.
61. Subercaseaux. Historia de las ideas, tomo 1, 43.
62. Woll. A Functional Past, 63.
63. Pereira Salas. Los orígenes, 90.
64. Juegos y alegrías coloniales en Chile, Santiago: Zigzag, 1947; Historia del arte en
el reino de Chile, Santiago: Universidad de Chile, 1965; e Historia del teatro en Chile
desde sus orígenes a la muerte de Juan Casacuberta 1849, Santiago: Ediciones de la Uni-
versidad de Chile, 1974.
65. Por ejemplo, Pereira señala que “Estas dos influencias, la española y la peru-
ana, contribuyeron al despertar de la música pentagrámica en nuestro país”—Los
orígenes, 52. Sin embargo, tal afirmación conlleva la idea de que durante la colonia
no hubo ningún compositor chileno, lo que le permitirá situar el inicio de la com-
posición “nacional” en el siglo XIX.
66. Roberto Escobar, por ejemplo, señala que la cítara, el arpa y la guitarra fueron
los instrumentos favoritos del siglo XVIII en Chile porque “eran los únicos que
se podían obtener”. Roberto Escobar. Músicos sin pasado. Composición y composi-
tores de Chile, Santiago de Chile: Editorial Pomaire, Universidad Católica de Chile,
1971, 88.
67. Raquel Véase Barros y Manuel Dannemann. “Los problemas de la investiga-
ción del folklore musical chileno”, en Revista Musical Chilena, 56 (2002), disponible
en http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0716–27902002005600015&script=sci_
arttext; y Aires Tradicionales y Folclóricos de Chile, 2ª ed. Rodrigo Torres, Santiago:
Universidad de Chile, 2005.
68. Raquel Bustos. “Allende Sarón, Pedro Humberto”, en Diccionario de la Música
Española e Hispanoamericana [en adelante DMEH], vol. 1, ed. Emilio Casares, Ma-
drid: SGAE, 1999, 290–93.
69. Pereira Salas. Los orígenes, 51, 54 y 155.
70. Ibídem, 28, 30, 32–4 y 40. La excepción sería la música militar (p. 49).
71. Claro Valdés y Urrutia Blondel. Historia, 46, 53 y 56.
72. Ibídem, 45.
73. Pereira Salas. Los orígenes, 28.
74. Ibídem, 28–9. Sobre el error de considerar a este clave como el primero véase
la nota 18.
75. Claro Valdés y Urrutia Blondel. Historia, 46.
76. Esto queda aun más claro en un párrafo de Vicente Grez que Pereira cita en
la 29: “. . . las ideas habían progresado demasiado. Muchas familias francesas se
habían establecido en la capital y modificábanse las costumbres. Se vivía menos en
la Iglesia y más en los salones”.
77. Hay otros antecedentes en mi artículo “A propósito de la recepción”.
78. El tema de la exportación queda pendiente para un futuro trabajo. La escasa
información encontrada hasta ahora se refiere a cuerdas de guitarra.
79. Sobre la influencia musical limeña véase Pereira Salas. Los orígenes, 34 y
213; Juan Carlos Estenssoro. Música y sociedad coloniales. Lima 1680–1830, Lima:
Colmillo Blanco, 1989, 110 y siguientes; y Vera. “A propósito de la recepción”,
p. 26 y siguientes.
80. Esto permite adelantar un tanto la llegada de este instrumento en relación
con Pereira Salas. Los orígenes, 41, aunque no hay razón para afirmar que fuese el
primero.
81. Sin embargo, hay un error de importancia en mi artículo “A propósito de la
recepción”, 29, que creo oportuno rectificar. Indico allí que el clave para María Plaza
de 1783 (Apéndice 1) venía por la cordillera. Esto es producto de una mala lectura
del documento, ya que éste claramente indica que el instrumento llegó al puerto de
Valparaíso.
82. Archivo Nacional, Chile [en adelante AN], Escribanos de Santiago [ES], 719,
404 y 408v.
83. Ibídem, vol. 772, 14v y vol. 856, 195.
84. Ibídem, vol. 522, 237.
85. Pereira Salas. Los orígenes, 30 y 226.
86. Los de Valparaíso incluyen sólo el envío mencionado a Córdoba y los “papeles
de música” que recibió María Josefa Morandé en 1790, en tanto que en los de cordil-
lera apenas encontramos un cajoncito con música en 1776 (Apéndices 1 y 2).
87. Véase Vera. “A propósito de la recepción”, 29 y 31.
88. AN, ES, vol. 720, 281v.
89. Me refiero al Arte de musica de canto dorgam, e canto cham (Lisboa, 1626). Existe
evidencia de que este tratado circuló en Brasil—véase Pereira Binder, Fernando y
Paulo Castagna. “Teoria musical no Brasil: 1734–1854”, en Revista eletrônica de musi-
cologia, vol. I (1996), no. 2, disponible en http://www.rem.ufpr.br/REMv1.2/vol1.2/
teoria.html.
90. AN, ES, vol. 946, 236v. El primero es quizás la Institución harmonica, ò doc-
trina musical, theorica, y práctica, que trata del canto llano, y de órgano (Madrid, 1748)
de Antonio Roel del Río.
91. Frederick Véase Marvin. “Soler, Antonio”, en Grove Music Online, ed. L. Macy,
en http://www.grovemusic.com.
92. Guillermo Marchant. “El Libro Sesto de Maria Antonia Palacios, c. 1790. Un
manuscrito musical chileno”, Revista Musical Chilena, 53 (1999), no. 192, 27–46.
Volveré a referirme a esta fuente.
93. Alejandro Vera. “Santiago de Murcia’s Cifras Selectas de Guitarra (1722): a
new source for the Baroque guitar”, en Early Music, 35 (2007), no. 2, 251–69. Sobre
Murcia y sus contactos con Hispanoamérica véase mi artículo “Santiago de Murcia:
New Contributions on His Life and Work”, en Early Music, 36, no. 4, 597–608.
94. José Rafael Reyes. “Morandé. Un linaje bretón en Chile”, en Revista de Estu-
dios Históricos (del Instituto Chileno de Investigaciones Genealógicas), no. 35, 1990,
69–103.
95. Archivo General de Indias, Contratación 1700, “Registro del navío nombrado
de San Raphael, y Santo Domingo”.
96. AN, Real Audiencia, vol. 773, 145v. Debo este documento a la historiadora Ja-
viera Ruiz Valdés.
97. La información se ofrece en Pereira Salas. Los orígenes, 42, pero tomo la cita
del artículo de donde proviene, García Huidobro, Elías. “Una casa colonial a media-
dos del siglo XVIII”, en Revista Chilena de Historia y Geografía, 14, no. 18, 354.
98. Cabe agregar que María Josefa del Solar, citada antes como propietaria de una
“guitarra de China colorada”, era hermana de Juana del Solar.
99. Véase la nota 70.
100. Sobre la importancia del mito en la escritura de la historia véase, entre otros,
White. “Interpretation in History”, 288–89 y 292–93.
101. Pereira Salas. Los orígenes, 207–13. Frézier incluyó en su relación de los viajes
realizados por el cono sur americano la transcripción de un zapateo que repro-
duce Pereira (p. 328). Tenemos referencias también al baile de “La Bandera”—
Guarda, Gabriel (O. S. B.). “Arte y evangelización en Chile. Siglos XVI–XVIII”, en
Boletín de la Academia Chilena de la Historia, no. 116 (2007), 79. El “Libro sesto”
contiene, entre otras obras, veintitrés minuetos y seis diferencias sobre un mi-
nueto—Marchant. “El Libro Sesto”, 37–45. El manuscrito de Murcia contiene die-
cisiete minuetos—Vera: “Santiago de Murcia”, 257. Me encuentro finalizando una
edición de este último.
102. Eugenio Pereira Salas. Biobibliografía musical de Chile desde los orígenes a 1886,
Santiago. Ediciones de la Universidad de Chile, 1978. Pereira no incluye entre las
fuentes citadas al “Libro sesto”, a pesar de que su existencia ya era conocida en esa
época (se menciona en Claro Valdés y Urrutia Blondel. Historia, 60).
103. Claro Valdés y Urrutia Blondel. Historia, 60.
104. Respectivamente en Maximiliano Salinas. “¡Toquen flautas y tambores!:
una historia social de la música desde las culturas populares en Chile, siglos
XVI–XX”, en Revista Musical Chilena, 54 (2000), no. 193, 45–82, disponible en
http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0716–27902000019300003&script=sci_
arttext; y Alejandro Vera. “Music in the monastery of La Merced, Santiago de Chile,
in the colonial period”, en Early Music, 32 (2004), no. 3, 369–70.
105. Espero tratar este tema en un próximo trabajo.
106. Samuel Claro Valdés. “Chile. Época colonial”, en DMEH, tomo III, 626.
107. Archivo Histórico del Arzobispado de Santiago, Gobierno, vol. 7, pieza 8, sin
foliar.
108. Esto no es excepcional. Véase, en relación con América y España, respectiva-
mente, Bernardo Illari. “Metastasio nell’Indie: de óperas ausentes y arias presentes
en América colonial”, en Emilio Casares y Álvaro Torrente (eds.). La ópera en España
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