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Alfowsc REvEs- PALINODIA DEL POLVO (1440) aBs ésta la regién més transparente del aire? Qué ha- béis hecho, entonces, de mi alto valle metafisico? ;Por qué se empafia, por qué se amarillece? Corren sobre él ‘como fuegos fatuos los remolinillos de tierra. Caen so- bre él los mantos de sepia, que roban profundidad al paisaje y precipitan en un solo plano espectral lejanias yeercanias, dando a sus rasgos y colores la irrealidad de tuna calcomania grotesca, de una estampa vieja artifi- cial, de una hoja prematuramente marchita. Mordemos con asco las arenillas. ¥ el polvo se aga- rra en la garganta, nos tapa la respiracién con las ma- nos. Quiere asfixiarnos y quiere estrangularnos. Subte- rrneos alaridos llegan solapados en la polvareda, que debajo de su manta al rey mata. Llegan descargas, sibles, ataque artero y sin defensa; lenta dinamita mi- ‘crobiana; étomos en sublevacidn y en despecho contra toda forma organizada; la energia supernumeraria de la creacién resentida de saberse inti; venganza y ven- ganza del polvo, lo mds viejo del mundo. Ultimo esta- 45 do de la materia, que aguas y —a través de la viscosidad de la vida— se re- duce primero a la estatuaria mineral, para estallar fi- nalmente en esta disgregacién diminuta de todo lo {que existe. Microscopia de las cosas, camino de la na- da; aniquilamiento sin gloria; desmoronamiento de inercias, “entropia”; venganza y venganza del polvo, lo ‘mas bajo del mundo. {Oh desecadores de lagos, taladores de bosques! jCer- cenadores de pulmones, rompedores de espejos migi- cos! ¥ cuando las montafias de andesita se vengan aba- jo, en el derrumbe paulatino del circo que nos guarece yampara, veréis cémo, sorbido en el negro embudo gi- ratorio, tromba de basura, nuestro mismo valle desa- parece. Cansado el desierto de la injuria de las ciuda- des; cansado de la planta humana, que urbaniza por donde pasa, apretado el polvo contra el suelo; cansado de esperar por siglos de siglos, he aqué:arroja contra las graciosas flores de piedra, contra las moradas y las ca~ Iles, contra los jardines y las torres, las nefastas caballe- rias de Atila la ligera tropa salvaje de grises y amarillas pesufas. Venganza y venganza del polvo. Planeta con- denado al desierto, la onda musulmana de la tolvanera se apercibe a barrer tus rastros. Y cuando ya seamos hormigas —el Estado perfec- to— discurriremos por las avenidas de conos hechos de briznas y de tamo, orgullosos de acumular los tristes residuos y pelusas; incapaces de la unidad, sumandos hhuérfanos de la suma; incapaces del individuo, incapa- ces de arte y de espiritu —que s6lo se dieron entre las 46 ‘repiblicas mis insolentes, Grecia y la Italia renacentis- ta—, repitiendo acaso con el romantico, cuya vor ya ‘apenas se escucha, que la gloria es una fatiga tejida de polvo y de sol. ;Porvenir menguado! ;Polvo y sopor! No te engafies, gente que funda en subsuelo blando, donde las casas se huunden, se cuartean los muros y se descascan las facha- das, Rindense uno a uno tus monumentos. Tu vate, he- cho polvo, no podra sonar su clarin. Tus iglesias, barcos ‘en resaca, la plomada perdida, ensefian ladeadas las Cruces. ;Oh valle, eres mar de parsimonioso vaivén! La ‘medida de tu onda escapa a las generaciones. ;Oh figu- tra de los castigos biblicos, te hundes y te barres! “Cien pueblos se apoderaron este valle”, dice tu poeta.” Pasen y compren: todo esté cuidadosamente envuelto en polvo. La catistrofe geolégica se-espera jugando: ori- gen del arte, que es un hacer burlas con la muerte. Né- poles y México: suciedad y cancién, decia Caruso. Tie- tras de disgregacién volcdnica, hijas del fuego, madres de la ceniza. La pipa de lava es el compendio. Un Odiseo terreno, surcado de cicatrices, fuma en ella su filosofia disolvente. Stevenson se confiesa un dia, horrorizado, {que toda materia produce contaminacién pulverulenta, {que todo se liga por suciedad. ;Cual serfa, oh Ruskin, la verdadera “ética del polvo”? En el polvo se nace, en él se muere. El polvo es el alfa y el omega. zY si fuera el ver- dadero dios? Carn Pelicer: "Retrial ps” [Hora de jin, Mésen, Edciones Hi spocampu, 1957. 37seh Mater pedi Mexico, Universidad Nacional Au ound de Mexico, 1962p. 280 ” Acaso el polvo sea el tiempo mismo, sustenticulo de la-conciencia. Acaso el corpiisculo material se confunda ‘con el instante. De aqui las aporias de Zen6n, que acaba’ negando el movimiento, engafo del movil montado en una trayectoria, Aquiles de aligeras plantas que jadea ‘en pos de la tortuga. De aqui la exasperacion de Fausto, entre cuyos dedos se escurre el latido de felicidad: “De- tente.jErastan bello!” Polvo de instanténeas que la men- te teje en una ilusion de continuidad, como la que urde el cinematégrafo, Por la ley del menor esfuerzo —el ahorro de energia, de Fermat— el ser percibe por uni- dades, credndose para sf aquella “aritmética biolégica” de que habla Charles Henry, aquella nocién de los nii- meros cardinales en que reposa la misma teologia de Santo Tomés. El borrén de puntos estaticos sucesivos deposita, en los posos del alma, la ilusién del fluir berg- soniano. Las ménadas irreducibles de Leibniz se traban ‘como 4tomos ganchudos. La filosoffa natural se debate en el conflicto de lo continuo y lo discontinuo, de la fisi- ca ondulatoria, enamorada de su éter-caballo, y la fisica corpuscular o radiante, s6lo atenta al étomo-jinete. El polvo ;cabalga en la onda o es la onda? El célculo infini- tesimal mide el chorro del tiempo, el célculo de los cuan- tos clava sus tachuelas inméviles. jLa sintesis? La conti- nuidad, dice Einstein, es una estructura del espacio, es un “campo” a lo Faraday. La unidad es foco energético, fend- ‘meno, étomo, grano tal vez de polvo. Heréclito, maestro del flujo, se deja medir a palmos por Demécrito, el cap- tador de arenas. El rio, diria Géngora, se resuelve en un rosario de cuentas. 48 jPor qué no imaginar a Demécrito, en aquella hora de Ja manana, cuando hablan las Musas segin pretendian Jos poetas, reclinado sobre sus estudios, la frente en la ‘mano, pasajeramente absorto, en uno de aquellos boste- os de la atenci6n que el resto aprovecha para alancear fa conciencia de las particulas de la realidad circundan- te, metralla del polvo del mundo, herida césmica que acaso alimenta las ideas? Un rayo de sol, tibio todavia de amanecer, cruza la estancia como una bandera de luz, como una vela fantasmal de navio. Red vibratoria que capta, en su curso, la vida invisible del espacio, deja ver, 4 los ojos del filésofo at6nito, todo ese enjambre de pol- villo que llena el aire. Una zarabanda de puntos lumi- ‘nos0s va y viene, como cardumen azorado que en vano pretende escapar a la redada de luz. E! filésofo hunde la ‘mano en el sol, la agita levemente y organiza torbellinos de polvo. La intuicién estalla: nace en su mente la figu- ra del étomo material, que no existirfa sin el polvo. EL ‘tomo es el ultimo término de la divisibilidad en la mi teria. En la intencién al menos, porque cada vez admite divisores mas {ntimos. Sin el dtomo, la materia seria destrozable y no divisible. Todo conjunto es una suma, ‘un acuerdo de unidades. Por donde unidad y étomo y polvo vuelven a ser la misma cosa. En sus cuadros provisionales, la ciencia no ha con- cedido atin la dignidad que le corresponde al estado pulverulento, junto al gaseoso, al liquido y al sélido. Tiene, sin duda, propiedades caracteristicas, como su aptitud para los sistemas dispersos o coloidales —don- de acaso nace la vida—, y como también —tal vez por 9 despliegue de superficie— su disposicién para la caté- lisis, esta misteriosa influencia de la materia que tanto se parece ya a la guardia vigilante de un espiritu orde~ nador. ;Serd que el polvo pretende, ademas, ser espiri- tu? aY si fuera el verdadero dios? Romance, aft I, rim. 9 México, 1° de junio de 1940, 30,

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