You are on page 1of 43
INTRODUCCION ala Historta b FONDO DE CULTURA ECONOMICA ra ediclin en francés, 1949 ra edicibn en espaol, 1952 Segunda edicidn en espaol, 1957 al de ta presente obra fue registrada i de Paris, con el titulo de Apologie pour PHistoice ou Méver @historin Derechos rereeor conforme a Ia ley © Fondo de Cul Beonémica, Reverand 976 Mésico 13, DF. Imprem y hecho México Printed sad made Mexico A LUCIEN FEBVRE, A MANERA DE DEDICATORIA Si cite libro ha de publicarse un dia; si, de simple antidote tal que pido hoy wn cierto eguilibrio del dma —entre los peores dolores lar peores ansiedade: persomales y colec- ear— viene 0 ser un verdadero Wbro, ofrecido pars ser lebdo, otro nombre distinto del de usted, querido amigo, tend entonces imserito on la cubjerto, Usted lo sabe, 1 necesitaba ese nombre, en exe lugar: tinico recuerdo per tmitido 2-una termura demasiado profunda 3 demasiads ss grada pars poder expresarla, g¥ como me reiignaria. 30 3 no verle » usted aporecer también sino ol azar de al- gumar rejerencias? Juntos hemos combatido largamente for sna historia mis omplia'y més humana. Sobre Ia te rea comin, ahora ctando escribo, 16 cierhen mucha ame- tnacas, No por nuestra culpa, Somos los vencides provi= sionales de tun injusto destino, Yo vendré el tiempo, tstoy seguro, en gue nuesira colaboracin podré voloer @ ser verdaderamente piiblics, como en el pasedo, y, como en el pasado, libre. Mientras tanto continuars por mi parte en star péginas, Henae de la presencia de wited. Agul com Serveré el ritmo, que fue siempre el suyo, de tm acuerdo fundamental, vivificado, on la superficie, por el provecho- 40 juego de muertras afectuoras diicusiones, Entre lat édeas (que me propongo sostener, mis de una me lege, sin duda alguna, directomente de usted. Respecto de muchas otras 0 no podria decidir, em buena conciencia, st som de tt led, miar 0 de ambos. Me enorgullece pensar que muchas veces me aprobaré usted. En ocasiones me criticard. Y todo ello rerd entre nosotros un cinco més. Fougires (Creuse), 10 de mayo de 1942. mL LA CRITICA 1, Bosouryo pe UNA tisroria pet Mét0p0 eririco Bente icfas saben creerse ‘scar siempre de este conocimiento tedrico el partido sario, De la misma maners, hace mucho que se esti de Nos Jo ha ensesa como la humanidad: més de un texto se da como pertenc- ciente a una época y ist Ja Edad Media, ante la abundanc' las fasificaciones, la duds fue muchas veces un reflejo natural de defenen, “Con tints, cualquiera puede escribir cualquier cow", enclamabe ca el siglo x1, an hidalgo lorené, en un Iigao cont unos frailes que presentaban contra él pruchas documenta Jes, La Donacidn de Constantino —sorprendente eloesoee ign que un ciérigo romano del siglo vit atribuyé al primer César cristiano— fue, tres sighos mis tarde, puesta en dada por los que rodeaban al muy piadoso empersdor Otén II {as falss reliquias se han vendido desde que hubo reliquiss. Sin embatgo, el escepticimo, como’ principin, no es tuna actitud intelectual mas estimable ni més fecanda que Ja credulided con Ix que, por otra parte, se combina Hal, ‘mente en muchos espiritus simplisias. Conoci, durante Is oura gucrza, un honrado veterinario que, desde luego, con alguna apariencia de razin, se re sisteméticamente a creer cualquier reuse Segre pon Pero si un ‘compafiezo ocasional le contaba de viva voz cualquier esti pefaciente fabedsd, mi hombre. la acepubs somo. on Hieulo de fe, De la mia manera, » que fae, durante macho tiempo, la én 6s 66 1a cafrica cca practicada, y que todavia seduce 2 clertos espiritus, no fodla levarnos siuy lejouZOu6 es en efecto, mn mie de Tas veces, este pretendido sentido comin? Nada més que tun compuesto de postulados no razonados y de experienci apresuradamente generalizadas, ;Trétse del mundo co? Se negaron los Antipodas, se nicga cl Universo eine teiniano, Se considers fabulom la narracién de Herodoto segin la que, dindose vuclta al Africa, los navegantes veian un dia el punto de salids del sol pasar de sa derecha 2 sv iaquietda, | Trétaze de actos humanos? Lo peor et que las obeervaciones que se clevan a lo eterno estin forzoue mente tomadas, de prestado, a un momento cortisimo de fa duracién del tiempo: el nuestro, Ahi reside el principal viciowde Ia critica volteriana, por otra parte tantas veces penetrante. No solimente las extravagencias individuales son. de todos Jos tiempos; mis de un estado de inimo, co- min en el pasado, nos parece extrafio porque ya a0 lo tentimor. EI “ientido comiin” parece prohibirnos aceptat que el emperador Otén 1 haya podido suscribir, en favor de los papas, concesiones territories inaplicables, que des mentfan sus actos anteriores y que Jos que le siguieron no fomaron nunca en cuenta, Sin embargo hay que creer aque no tenia el espiritu construido del todo como nosotros, ya que el privilegio es incontestablemente auténticos por- ue entonces existia| entre el cecrito y Ia accion una die tancia cuya extensién nos sorprende hoy. El verdadero progreso surgi6 cl dia en que Ja duda se bio “caaminadere” -eomo decia Veloey cuando It reglas objetivas, para decirlo en, otros, términos, elaboraron poco # poco la manera de escoger entre In mentira y Ia ver~ dad. El jesuita Papebroeck, s quien I Jectara de las Vides de Santos habia inspirado una incoercible desconfianza hie Ga Ta herencia de toda la Edad Media, tenia por false todos los diplomas merovingios conservados en los monas- terios. No —le contesté en sustancia Mabillon—, existen, incontestablemente, diplomas fabricados de Ta primera a la “ltima letra, ottor rehechos 0 interpolados, pero también Joe hay auténticos, y he aqui cémo es posible distinguir amos de otros. Aquel afio ~-1681, el afio de 1a publicacién 1A oririca 6 de De Re Diplomatica, en verdad gran fecha en la histor ria del eepftity humano—, foe definitivamente fandada la exitiea de Tos documentos de archivo. Bee fue, por otra parte, de todas maneras, el momento decisive en la historia del método critico, El humanismo de la edad precedente babia tenido sus veleidades y sus intwiciones, pero no habia ido més lejos; nada cx mis ca racteristico, a ese respecto, que un tro20 de los Eniayos, en el gue Montaigne justifice 2 Ticito por haber citado los prodigios. Cosa es —dijo— de tedlogos y_filésofos el discutir las “‘creencias comunes”; los historiadores no tie« nen mis que “recitar” lo que las fuentes of‘ecen. “Que nos den la historia en ls reciben ¥ no sega Is eitiman.” En otros términos, una critica filostica es perfectamente legitima si se apoya sobre cierta concepeién del orden na- tarel 0 divino, y se sobrentiende desde luego que Mon- tajgne no acepta, por su parte, los milagros de Vespasiano, al igual que otros muchos. Pero no comprende, visiblemen= te, cémo serfa posible cl examen, especificamente historico, de un testimonio tomado como tal, La doetrina de lat Investigaciones se elaboré Gnicamemte cn cl curso del si- glo xviny, siglo del que no se aprecia siempre la grandeza tal como se debiera, y especialmente la de su segunda mitad, Los hombres de exe tiempo tuvieron conciencis de ello. Foe un Tuger comin, entre 1680 y 1690, denuncisr como tuna moda pasajera el “pirronismo de la historia”. “Dicese ~—excribe, Michel Levasor, comentando este tésmino— que Ta rectitud del espirita consiste en no crcer s ta ligera cen ber dudat varias veces de lo mninmo.” pa pe bra “critica”, que no habia. des saado. usa al principio sino con excusas, porque no correeponde por completo 2 Jos distingnidos usos del tiempo y todavia tiene cierto sabor técnico. Sin embargo, va ganando te- reno. Bosuet Is tiene prudentemente » distancia, Cuan- do habla de “nuestros autores criticos” se adivina cierto alzamiento de hombros, Pero Richard Simon la inchiye en 68 a critica cl titulo de casi todas sas obras, Los mis avisdos no te engafim. Lo que ese nombre anuncia es el descubrimi de un método de aplicacién casi universal. Facitnc4 Specie de sntoncha que nor mina y_ noe condaee pot us eae Somme ceribe Elfes du Pn, Y Bayle, todavia con mayor clarldad: “M, Simon ha ee pareido en esa nueva Contentaciéa varias roglas de erities ‘gue pueden servir no solamente para entender las Brcritu~ ras, sino también para leer con aprovechamiento. muchas : Papebrocck (que si se equivocs acerca de las cartas de concesiéa, no por ello deja de tener un puesto de primera fila entre los fundadores de Ia eritica apliceda a la historiograffa), 16285, ‘Mabillon, 16323 Richard Simon, cuyos trabajos dominen, los principios de Ia exégesis biblica, 1638. Afiadase, fuera de Ta cohorte de Toe eruditos propiomente dichos, & Spi- noza —el Spinoza del Tratado teoldgico-politico, euténtica obra maestra de critica filoldgica © histérica: una ver més, 1632. En el sentido mas estricto: es una generacién, cuyos contomos se dibujan, con sorprendente claridad, ante nues- 110s ojos. Pero is: es ex ‘No digamos: una generacién de cartesianos. Mabillon, para no hablar sino de él, era un devoto fraile, ortodoxo con simplicidad y que nos ha dejado, como sltimo excrto, tun tratado acerca de La Muerte Cristiana, Puede dudane de que haya conocido muy de cerca Te nuevs filosof'a, tan tompechosa por entonces para tanta gente piadosa; més ada, fi por catualidad, tavo de ella alguna idea, no es de-supo- ‘ner que encontrara motivos para aprobarls. Por otra parte —tugieran lo que parezean sugerir algunas paginas, tal vez Aematiado célebres, de Claude Bernard— las verdades evi- dentes, de cardcter matemstico —para las que la duds me- tédica tiene, en Descartes, ln misiin de desbrozar el cami ‘no—, presentan pocos rasgos comunes con las probabilidades cada vez més certeras gue Ia historia critics, como ls 1A cririca 69 ciencias de Isboratorio, se complace en poner en evidencia. Pero pars que una filosofia impregne toda una época no es necesario que obre exactamente segin sm letra, ni que la mayorfa de Jos cspfritus aufran aut efectos mis que por tuna cepecie de dsmoxis, muchas veces semiconsciente, ‘Tal critica del testimonio his- Al igual que Ja cienci le a este implacable des de todos los viejos puntales sino para lograr nuevas certi- dumbres (0 de grandes probabilidades), en lo suessivo de- bidamente experimentadis, En otros términos: Ja idea que 1s inspira supone una vuelta casi total de los antiguos con- ceptor de Ja dada, Que sus mordeduras parecieran un si frimiento 0 que se hallara en ella, por el contrario, no se sabe qué dulzara, Io-cierto es gue la duda no habia considerada hasta aquel entonces sino como uns actitud mental pursmente negativa, como una sencilla ausencia. Desde entonces se estima que, racionalmente conducida, Puede, gar a ser un intramento de eonocimiento, Es lunz idea que se sitia en un momento muy preciso de Ia historia del pensamiento. a Desde entonces, las reglas esenciales del método eri- tico estban, al fin’y al cabo, fijadas. Su alcance general fra tan claro que, en el siglo xu, entre los temas mis frecuentemente propuestos por la Universidad de Parts en los concursos de agregacién de Jos fildsofos, se ve figurar el sigaiente, de tono tan curiosmente moderno: “del testix imonio de fos hombres acerca de los hechos histéricos”. No ‘es que las generaciones subsiguientes no hayan traido mu cchos perfeccionamientos a la herramienta; ante todo se ha genezalizado su empleo y extendido considerablemente en sus aplicaciones. res aficionados a componer obras histriest de cierta altura no te preocupaban mucho por familiarizarse con sas rece= tas de Isboratorio, a su modo de ver demasiado minucioss, a 1a cnirica mas y de mitos —aun Ja mas antigua de las luces— ha perdido hasta el gusto de la comprobacién. El dia en que, habiendo tenido ante todo el cuidsdo de no hacerla odioss sélo entonces cexpléndidas . wamildes notas, rnuestras pequefiss referencias, de Iss que se burlan hoy, sin centenderlas, tantos brillantes ingeniot. Los documentos manejadee por lot primeroe erudite: eran, la mayor veces, escritos que se presen- @Decian verdad? a libros calificados de mosaicos, de Clo- Vis los diplomas que Tevaban su apellido? Qué valfan Int natraciones del Bxodo o las de las Vidas de Joe Santos? se era el problems, Pero a medida que Ja historia ha sido evade 2 hacer un empleo cada vez mis freeuente de los {estimonios involuntarios, dej6 de poder limitarse a calibrar las afirmaciones explicitas de lot documentot. Fue neces rio también consacarles los informes que al parecer no po- ian suministrar. Y as reglas criticas, que habian servido en el prix ‘mer caso, x mostraron igualmente eficaces en el segun- do, Tengo a mano un lote de cartas de otorgamiento de Js Edad Media, Algumas estin fechadas, otras no, Donde figura Is indicacién serd necesario comprobarla, porque Is experiencia prucba que puede ser falss, Si falts, To que importa es restablecerla. ‘En ambos casos sirvirin los mos medios: por la escritura —si se trata de un or sinal—, por el estado de la litinidad, por las instituciones 4a las que hace alusién y el aspecto general del dispositive. Se puede suponer que un acta concuerda con Joe usos no- tariales conocidos de las proximidedes del afio 10005 si et documento se da como de ie época merovingia, el fraude queda al descubierto. jCarece de fecha? Por los 1a erfrica a medios anteriores In hemos ettablecido aproximadament. l_axquedlogo, si se_propone la ientas prehie opera segin reglas al El historiador no es, 0 instruceidn, ariscoy malh able nos impondrfen ciertos le iniciacién « poco ‘que nos descuidéramos, No s ha vuelto, desde luego, er Gulo. Sabe que sus testigos pueden equivocarse y ment Pero ante todo se esfuerza por hacerles hablar, por com: prenderlos. Uno de los més hermosos rasgot del método ritico os haber seguido guiando Ik inverigacién en un te- reno cada vez. més amplio sin modificar nada de sus prin- ipios, Sin embargo, no puede negarse que el falio testimoniv fae el excitante que provocé los primeros esfuerzos de uns técnica ditigids hacia la verdad. Sigae siendo el. punto desde el cual ésta debe necessriamente partir para desarro- Jar sus sndtisi, imagen desagra- I, La rensecuci6n De 1A MENTIRA Y BL ERROR De todos los venenos eapaces de viciar un testimonio, la impostara es el més violento. Exta, a su vez, puede tomar dos formas. Primero es el engafio acerca del autor y de la fecha: ia faluedad, en dl sentido juridico de la palabra. No todas las cartas publi- ‘adas con la firma de Maria Antonieta fueron excritas por cllas algunas fueron fabricadas en el siglo xix. Vendida al Louvre como antigiiedad escito-griega del siglo m antes de nuestra era, 1a tiara conocids como de Saitafernes habia sido cincelada en Odesss en 1895. Viene luego al engaiio sobre el fondo. César, en sus Comentorior, caya paternidad no puede serle discutids, deforms mucho sbiendss y omitié mucho. La estatua que se ensefia en San Dionisio ‘como la de Felipe el Atrevido es ls figara faneraria de exe 2» La eririca apenas si consentian en tomar en events aus resultados Sin embargo, nunca es bueno —segiin Humboldi— que los 4quimicos teman “mojarse los dedos”, Para la historia, el peligro de un cisma entre la preparacién y In obra tiene doble aspecto. Primero ataiie, y eruelmente, a fos grandee enuayor de interpretacién. Estos faltan_ al deber primor Jal de la veracidad pacientemente busceda y se privan, ade~ Inds, de ess perpetua renovacién, de esa sorpresa siempre re novada que slo procura la Iuchs eon el documento, y asi les cs imposible escapar a una caclacién sin tregua entre al- gunot de los temas cstereotipados que impone Ja rt Pero el mismo trabajo téenico no sufre mence por ello. No estindo guiado desde arriba, se arricage 2 aferranse indefinidamente a problemas insignificantes, mal plantes- dos. Que no hay peor dispendio que el de la erudicién cusndo rueda en el vacio, ni soberbia peor colocada que cl orgullo de una herramienta cumdo se toma por un fin en sf misma, El concienzado esfuerzo del siglo xix Iuché valiente- ‘mente contra estos peligros. La escuela alemana, Renan, Fustel de Coulanges, devolvieron a ls erudicién su rango intelectual. E] historiador fue trafdo de naeyo a sa banico de artesano, Sin embargo, jc ha ganado la partida? Se necesitarfa mucho optimismo para crecrlo, Demasiadas ver ees el trabajo de investigacién continga marchando s Is ventura, sin escoger, razonablemente, sus puntos de apli- ‘aciéa, Ante todo, Ia necesidad critica no ha eonsguido todavia conquistar plenamente la opiniéa de las “gentes honradas” (en el viejo sentido del vocablo) cuyo asenti- miento es, sin duds, necesario a Ja higiene moral de toda ioncia, y particularmente indispensable 2 la nuestra ;Cémo, si el objeto de nuestro estudio son Jos hombres y stos n6 not entienden, no tener el sentimiento de que no cumplimes nuestra misién sino a medias? Por otra parte, tal vez en realidad no lo hayamos cum- plido perfectamente. El esoterismo hurafio en el que per- tiston en encerrarte, a veces, los mejores de los nuestros; Ja preponderancia del triste manual en nuestra produccién 1a extrica n de Jectura corriente, en que la obscsiéa de una ensefanza imal concchida sustituye a la verdadere sintess; el singular pador que parece prohibimos poner bajo los ojos de los profanos los nobles titubeos de nuestros métodos al salir del taller: todas esas malas costumbres, nacidas de Ia aca- molacién de prejuicios contradietorios, comprometen una hermosa causa. Conspiran para entregar sin defensa Ia mast de los lectores 2 los falos brillos de una pretendida histo- tia de la cual Jz ausencia de seriedad, el pintorexguismo de pacotilla y los prejuicios politicos, piensan edimirse con una fnmodesta seguridad: Maurras, Bainville o Plejanov afirman afli donde Fustel de Coulanges o Pirenne hubiewen dudado. Yintee Ja encuesta histérica, tl como se hace o se aspire & hacer, y el piéblico que Ia lee subsiste un malentendido in- ‘ontestable. No por poner en juego ambas partes divertides ‘equivocaciones, et el -menos significativo de estos sintomas Ja gran querelia de las notes. EL margen inferior de las piginas ejerce, en mu- chos eruditos, una atraccin gue Uega al vértigo. Es absurdo Ilenar los blancos, como lo hacen, con nots bibliogrétices {qoe ina lista puesta al principio del volumen, por lo ge- eral hubieve hecho innecesarias; 0, aun peory selegar ali, por para pereza, largos desarrolloe cuyo sitio estaba indicado fen el cuerpo mismo de la exposicién, de manera que et @ veces, en al sétano donde hay que buscar lo mis atil de esas ‘obras, Pero cuando algunos Jectores s quejan de que ls menor Tinea puesta bajo el texto les hace dar vueltas a la ea= bbeza, cuando ciertos.editores pretenden que sus compre- dores, sin duds menos hipersensibles en realidad que los pintan, sufren el martirio a Ja vista de cualquier pigina asf deshonrada, esos “delicados” prueban sencillamente = impermesbilidad 2 los preceptos mas elementales de una oral de la inteligencia, Porque, fuera de los libres juegos de la fantasia, une afirmacidn no tiene derecho + produ cise sino a condiciéa de poder ser comprobada, Yun historiador, si emplea un documento, debe indicar, lo més brevemente posible, su procedencia, es decir, el medio de dar con l, lo que equivale a someterse 2 una regis uni- versal de probidad, Nuestra opinién, emponzofiada de dog- ” 1a enirica rey, tal como fue ejecutads después de su muerte, pero todo indice que el escaltor se limité a reproducir_un modelo convencional, que no tiene de retrato sino cl nombre. 'Esos dos aspectos de la mentira plantean problemas may distintos, cuyas soluciones también Jo son. ‘No hay duda de que la mayoria de los escritos dados bajo an nombre supuesto mienten también por su contenido. Los Protocolos de lor Sabias de Sién, ademis de no set de Joe Sabios de Sida, xe apartan en su sustancia lo mas posible de la realidad. $i un sedicente diploma de Carlomagno, fuss sa examen, se revela fabricado dos o tres siglos mix tarde, puede apostarse que las generosidades que en él se acribuyen al emperador han sido también inventadas. Sin ‘embargo, eto no puede admitirse de antemano, porque ciertas actas fueron rchechas con el solo fin de repetir Aisporiciones de otras absolutamente auténticas que se hax bian perdido, Excepcionalmente, un documento {also puc- de decir verdad, Debiera ser superfluo recordar que, al revés, testimo~ nios insospechables en cuanto a so proveniencia no som, por necesidad, testimonios veridicos, Pero antes de aceptar tun documento como auténtico, los eruditos se exfuerzan tanto por pesirlo en sus halanzzs que no siempre tienen el cstoiciomo de critiear despaés sus afirmaciones. La duda va- Gila ante escritos que se presentan al abrigo de gatantias ju- ‘idicas impresionsntes: actas pUblicas o contratos prividos, por poco que estos uitimos hayan sido solemaemente reva~ Tigados, Sin embargo, ni Jos unor ni Jos otros son. dignos de mucho respeto, El 21 de abril de 1834, antes del pro- cso de las sociedades secretas, escribia Thiers al prefecto Gel Bajo Rin: “Le recomiendo el mayor cuidado en su aportacién de documentos para el gran proceso que va 8 instruirse... Lo que importa dejar bien claro es ti corres pondencia de todos Jos anarquistas, 1s intima conexién de los acontecimientos de Paris, Lyon y Estrasbargo, en una palabra, Ia existencia de una vasta conjuracién que abarce a Francia enters.” He aqui, incoatestablemente, una do- ‘comentacida oficial biea preparada, En cuanto al espe} a enirica 5 mmo de us carts debidamente eds, debidamente fe chadas, la_menor experiencia del. presente basta para disipeto. (Nadie lo ignore: Ine actas notariles ands regu Jarmente establecidhs estin llenas de inexactitudes. volane tarias, y recuerdo que hace mucho tiempo puse una fecha anterior ala real, por orden, con mi firma, al pie de un expediente mandado hacer por una de las grandes adminis- tuaciones del Estado, Evidentemente, nuestros padres no tenfen_mayores escrpulos. “Dado tal dia, en tal Ingar”, dete al pie de los diplomas reales. Pero consiltense Jas no tas de viaje de un soberano: se ver4 que més de una vez ‘estaba en realidad, exe dia, a varias leguas del Jogar sefialado. Innumerables actas de manumisin de siervos que nadie, de ninguna manera, puede calificar de falas foeron concedidas por pura caridad cuando podemos suponer que fueron otor= adss por afin de libertad. Pero no basta darse cuenta del engafio, hay que descu- brir sus motivos, aunque slo fuera, ante todo, para mejor dar con él; mientras subsista Ja menor duda acerca de tas origenes sigue habiendo en é] algo rebelde al anilisis, ys por ende, algo s6lo probado a medias. Ante todo, tengamos fen cuenta que una mentira, como tal, et su manera un testimonio, Probar, sin mas que el célebre diploma de Cerlomagno en favor de le iglesia de Aquisgrin no es auténtico es simplemente ahorrarse un error, pero no adqui= sir un conocimiento. Pero si, al conteario, logramos deter- minar que el fraude fue compuesto entre los que rodeaban a Federico Barbarroja, y que tivo por motivo servir sus gran des suefios imperialisias, se abre_ un amplio panorama sobre vastas perepectivas histéricas. He agai a ls erftica levads a buscar, detris de [a impostura, al impostor; es decis, con= forme con la divisa misma de la historia, al hombre. Seria pueril enumerar, en sv infinite variedad, las ra zones que puede haber para mentir. Pero los historiado- res, naturalmente levados a intelectualizar demasiado a la hhumanidad, harin muy bien recordando que toda esis sazones no son razonables. En ciertos seres, Ia mentira, aun ‘sociada aun complejo de vanidad y de inferioridad, llega 76 La critica 2 ser —sepin Ia terminologia de André Gide— un “acto, gratuito”. Pl sabio alemén que se tomé tanto trabajo para redactar en muy buen griego Ia historia oriental caya pa fernidad atribuyé al ficticio Sanchoniaton, hubiese podi- do adquirir con mucho menor esfuerzo una estimable repur tacién de helenista, Frangois Lenormant, hijo de un miembro del Instituto de Francis y lamado, él mismo, a ingresar més tarde en esa honorable compaiiis, entrd en Ia carrera 2 los 17 afios, confundiendo a su propio pedre con el fal descubsimiento de inseripeiones en la de San Eloy, que habia fabricado con sus propias manos; ya viejo y cargado de dignidades, sa dltimo golpe maestro fue, a lo que dicen, publicar como originales griegos al- ‘gunas triviales antigitedades prehistéricas que habia reco ido sin dificultad en la campiia francesa, Lo mismo que indivictuos, hbo épocas mitémanas. Tales fueron, hacia finales del siglo xvmr y principios del xxx, las generaciones prerroménticas 0 roménticas, Pocmas pseudo-célticos escritos bajo el nombre de Ossian; epope- yas y baladas que Chatterton crey6 escribir en inglés arcaicos possias pretendidamente medievales, de Clotiide de Sur ville; eantos bretones imaginados por Villemarque; cancio- nes imaginariamente traducidas del erosta por Merimées canciones heroicas checas del manuscrito de Kravoli-Dror. Y basta de efemploss fue, de un confin a otro de Europa y durante algunas décadas, algo ssi como una vasta sinfo- nia de fraudes. La Edad Media, sobre todo del siglo vin al xm, presenta otro ejemplo de esta epidemia colectiva. Sin duda la mayoria de tos falsos diplomas, de los falwos decretos pontificior, de las falas capitalares, entonces fa- bricadas en tan gran nimero, lo foeron por interés, Loe falarios no se proponian otra cosa que azgurar a wna igle- sia un bien que Je disputaban, 0 apoyar Ia autoridad de Roma, o defender a los monjes contra el obispo, a los obis- ppos contra los metropolitanos, al papa contra los soberanos, al emperador contra el papa. Pero es un hecho caracteristico ue estos engafios de personajes de una piedad y muchas, veces de una virtad incontestables fueron hechos con su ayuda directa, A todas luces, no herian, ni poco ni mucho, ta cxirica n Ja moralidad comin. En cuanto al plagio, en ese tiempo, parecia ser, universalmente, el acto mis inocente del mune do: el analistz, el hagidgrafo se apropisban dimiento trozos enteros de escitores mis ‘embargo, nada menos “futurista” que esas dos sociedades, por otra parte de tipo tan diferente. Pira «a fe, como para sa derecho, la Edad Media no conocia otro fanda- mento que la leceiéa de sus sntepasados. El romanticisno desciba beber en la fyente viva de lo primitive y de lo popular. Asi, pues, lor periodos més unidos a le tradicion fueron fos que se fomaron més libertades con sa herencia, ‘como si por una singular revancha de wna irresistible nece~ sidad de croacién, a fuerza de venerar el pasndo, fueran nataralmente llevados a inventarlo. En cl mes de julio de 1857, el matematico Michel ‘Chatles puso en conocimiento de la Academia de Ciencias tun Tote de cartas inéditas de Pascal, que le habian sido vendidas por sx proveedor habituil, el lustre falsrio Vrain- css, Segiin elles, el autor de las Provincialer habia for- raulado, antes gue Newton, el principio de Is atraccién universal, No dejé de extras un sablo inglés. jCémo explicanse —dijo en sustancia— que estos textos recojan medidas astronémicas Hevadas a cabo muchos aos después de la muerte de Paseal y que sélo conocié Newton ya pa- blicadas as primeras ediciones de su obra? Vrain-Licas no cera hombre para apurarse por tan poco, paso de nuevo mano a Ix obra y pronto, rearmado por ‘él, Chasles pudo mostrar auevos autdgrafos. Ahora los firmaba Galileo y cataban dirigidos a Pascal, De esta mancra so resolvia el enigma: el ilustre astrénomo habfa hecho las observaciones ¥y Pascal los cilculos. Todo ello, y por ambas parte, seere- tamente. Cierto es que Pascal no tenia sino 18 afios a Is muerte de Galileo. Pero eso nada importaba; no era sino otra razéa que afadir para admitar la precocidad de su genio. Sin embargo, advietié el infatigable objetante, existe tuna nueva rarcva on una de esas cartas, fechada en 1641, Galileo se queja de no poder escribir sino 2 costa de una ‘gran fatiga de sus ojos, y ino sobemos que desde fines del 28 1a onfrica sfio 1637 estaba completamente cicgo? Perdéneme —con- test6 poco después el buen Chasles—, estoy de acuerdo en. que haste ahora todos crefamos en em ceguera; pero nos equirocamos, porque puedo introducir en los debates una ppieza decisiva: otro sabio italimo hizo saber « Pascal, el 2 de diciembre do 1641, qua on esa fecha Galileo, cuya vie ta se debilitaba desde” hacis varios afios, acababa en este momento de perderla por completo. .. ‘No todos los impostores han desplegado tanta fecun- como Vrain-Lucas; ni todos los engefiados, el candor de wu lamentable victima, Pero que el insulto a Ja verdad sea un engranaje, que toda mentira acarsee casi forzosi- mente como secucla muchas otras, Iamadas a prestarse, por Jo menos en apariencia, apoyo matuo, es cosa que ensefia, Ia experiencia de la vida y confirma la de la historia. Es la razéa por la que tantos fraudes célebros se presentan en. faluos.privilegios del sitio de Canterbury, falsos privilegioe del ducado de Austria —suserites por tantos grandes soberanos, de Julio César a Federico Barbarroja—, falificaciones en’ forma de Arbol genealégico, del caso Dreyfass: creeriase (y no he querido citar sino aigunos ejemplos) ver una multiplicacién de colonias microbianas, El fraude, por natoralezs, engendra el fraude. Eexste uns forma mis insidiowa del engafios en vez de la rmentira brotal, completa y, si puede decirse franca, el sola- ppado retoque: interpolaciones en cartas auténticas, 0 el bor dado en las narraciones, sobre un fondo sproximadameate veridico, de detalles inventados, Se interpola generalmen te por interés, se borda muchas veces para adomar; los dafios que una estética falaz ejercié sobre Ja historiografia antigua © medieval han sido denunciados muchas veces. La. parte gue les correxponde no es tal vex mucho menor que la gue puede observarse en nuestra prensa. Aun a costa de la ve- acidad, el més modesto euentista forja voluntariamente, ss personajes tegin las convenciones de una retériea que Ia edad no ha empafiado en su prestigio, y en nuestras re dacciones, Aristételes y Quintiliano cuentan con mas dis cipulos de lo que se cree comiinmente. 1A cririca 9 Algunas condiciones téenicas parecen favorecer estas de- formaciones, Cuando el expfa Bolo fue condenado 2 muerte ‘en 1917, un periédico publicd, a lo que dicen, el 6 de abril, los detalles de la ejecucién que, primero fijada para esta fecha, no. tavo lugar sino once diss més tarde. Bl periodista ‘habia escrito au reltto con anticipaciGn, y per- suadido de que ef acontecimiento sucederia el dia previsto, cxeyé inGtil comprobarlo. Ignoro lo que valga la anéedota, duds equivocaciones tan grandes ton excepcionales, pero jendo en cucnta que el original debe scr entregedo a iempo, Jos reportajes de sucesos previstos son, 2 veces, pre- parades de antemano; saponer Ia repeticiin de hechor parecidos no es inve Estamos convencides de que Ja urdimbre ser modificida si se observa que se refiere 2 hiechos importantes, pero puede dadarse que s retoquen nnotas accesorias si Gstas se juzgan necesarias al calor local, con la seguridad de que a nadie se Je ocurrird comprobarlas Por lo menos, es lo que un profano cree entrever. Seria de descar que un hombre del oficio aportase al tema luces sinceras. Desgraciadamente, los periddicns no han dado to- davia con sa Mabillon. Lo seguro es que lz obediencia a tun cddigo un tanto pasido de moda, de conveniencia lite- aria, el respeto a-una psicologia estercotipada, la pasién por lo pintoresco, no perderin muy pronto su sitio en la gale~ ria de los fabricantes de mentiras. De Ia simulicién pura y simple al error enteramente involuntario exten muchos matices atnque sdlo se en razén de Ia ficil metamorfosis con que el embuste mis bur- do y sincero se trueca, si a ocasiOn es propicia, en mentira habitual, Inventar supone un esfuerzo que repugna 2 la pe~ xeza espiritual, comén a la mayoria de los hombres. {No es mis cémodo aceptar complacidamente ona ilosiin, eepon= tinea en sa origen, que halaga el interés del momento? Véase el célebre cpitodio del “avida de Nuremberg”. A pesar de que el asunto munea fue perfectamente aclara- do, parece ser que un avin comercial francés vol6 sobre Ja ciudad algunos dfas antes de Ia declaracién de guerra; cs posible que se le tomara por un avidn militar. No es 80 1a eximica inverosimil saponer que en una poblaciéa ya pret de Jot fantasmas de una guerra préxima, cundiera la noticia de que habia arrojado bombss. Sin embargo, es evidente que no fueron lanzadas, que los gobernantes del imperio alemin pposeian todos los medios para deshacer exe rumor y que, ‘acogiéndolo sin comprobaciin, para transformarlo en mo- tive de guerra, mintieron; pero tal vez sin haber tenido primero una conciencia muy clara de sa impoctura. EL absurdo rumor foe creido porque era itl creerlo. De tom doe los tipos de mentira, el que se crea a si mismo no ex de fon menot frecuentes, 7 Is paibra tnceided™ secure un concepto poco claro que no debe manejarse sin considerar ‘muchos matices. No ¢s menos cierto que machos testigos se equivocan de buena fe. He aqui, puss, Hegado el momento, para el historiador, de aprovechar los excelentes resultados que dan, desde hace algunas décadas, la obscrvacién. # vivo y que ha forjado una disciplina casi nucva: Is psicologia del t timonio, En Ja medida en guc- nos interes, las adquis ciones cienciales parecen ser Jas que siguen. Si se cree a Guillaume de Saint-Thierry, au diseipalo Yy amigo, San Bernardo se extraié mucho un dia al saber ‘que en [a capilla en la que siendo un joren monje seguia Cotidianamente Ios oficios divinos, Ia parte alta del altar se abria en tres ventanss, y siempre se habia imaginado que no existia mis que una. Aceres de cllo, a su Yer, 4 ex" tralia y admira el hagidgrafo, Semejante desprendimiento de Jas cosas de Ja tierra jno presagiaba a un perfecto servidor de Dios? Sin duda, Bernardo parece haber sido de una Aistraccién poco comiin si es cierto gue, tal como se cuen- ta, le sucedi6 més tarde andar durante todo va dia por las orillas del lago Lehman sin darse cuenta de ello. Pero para equivocarse tan groseramente acerca de las realidades que nos debieran ser més conocidas parece que no se necesita ser un principe de la mistica. Los alumnos del profesor Claparéde, en Ginebra, a resultas de unas célebres expe~ riencias, fueron tan_incapaces de describir correctamente cl vestibulo de ss Universidad, como el doctor “de. palax La criTica ar bra‘de mlet” la iglesia de su monasterio. La verdad es que, fen la muyoria de los cerebros, el mundo circundante no halla sino medioeres, aparatos registradores. Aiiédase que, 10 siendo los testimonios en verdad sino la expresion de recuerdos, los errores primeros de la percepcin se exposten slenipre 2 complicarse con errores de la memoria, Ia res baladiza memoria que ya denunciaba uno de nuestros vie~ jos jurists En algunos espiritus la inexactitud cobra aspectos ver= Aaderamente patolégicos. {Seria demasiado izreverente pro- poner para esta psicoris Ia denominacién de “enfermedad de Lamartine”?” Como todos saben, estas mismas personas no fons'de ordinario Tis menos pfontas 2 afirmar, Pero si cexisien’testigos mis o menos soipechows y seguros, 1a ex- periencia pracba que no se encuentran otros cuyot dichos sean igualmerte dignos de fe acerca de todos los temst y fen todas cireunstancias. En sentido absolnto, no éxiste el buen: testigo; no hay mis que buenos o malos testimonios. Des Grdenes de causas, prircipalments, alteran hasta'en el hhombte inejor dotado Ie veracidad de las imigenes cefe- brales. Unas'dependen del estado momentineo del obser vador: la fatiga, por ejemplo, o la emocién; otras, del grado de au aténcién. Con pocas excepciones, no se ve, no s oye bien sind lo que se quiere percibir. Si un médico se acek al lecho de an enfermo, es de creeric, con mayor tegur dad, acerca del aspecto de su paciente, que hs examinado detenidamente, qiie sobre los mucblei de la alcobi, sobre los que probiblemente no Tanzi sino miradas.distrafdas, Asi, a pesar de un prejuicio bastante comin, Tos objetor més familiares —como para San Bernardo la capills. del Cister— cuentan ordinariamente entre los mis_dificiles de deseribir con precisién; porque la familiaridad Heva con sigo cail néceiariamente Ia. indifetencia, ‘Ademds, muchos acoritecimientos histéricos no han po- ido sér observados sino eri momentos de violenta. conmo= cién emotiva, o por testigos cuya atencién fuera soliciteda demasiado tarde, si habia sompresa, o rétenida por he pre= ocupacionés de fa aecién inmediata, era ineapaz. de fi saficientemente en aquellos rasgor 2 los que el historiador 2A enitica nia hoy, y con sobrada razén, un interés preponde- ante, Son célebres algunos cams. El primer dispsto que se oy6 ol 25 de febrero de 1848, frente al Minister de Relaciones Exteriores, y- que sefalé motin del gue debfa, a su vez, salir le Revolucién, fue hecho por cl ejéreito o por Ik multited? Lo més prow Dable ¢s que no lo sepamos nunca, jCémo, pues, por otra parte, tomar en serio lor grandes trozos descriptivos, las pintaras minuciosas de Tos trajes, de los gests, de lat cere rmonias, de los episodios guerreros hechos por los cronistast @Por qué rotina obstinads se puede conservar Iz menor ilusién acerca de I veracidad de todo ese baratillo del que se nutre lz morralla de los historisdores roménticos cuane do, 2 nuestzo alrededor, ni un solo testigo puede acordarse exactamente, en su integridad, de Jos detalles sobre los que se ha interrogado tan ingenuamente a lot viejos autores? A Jo més, sts cuadros nos dan el decorado de las acciones tal como se las saponia en los tiempos del escritor. Ello es muy instructive, pero no es el tipo de informes que los aficionados « lo pintotesco piden generalmente 3 sus fuentes. Conviene ver, sin embargo, qué conclisiones, tal vez pesimistas, pero Gnicamente en apariencia, imponen en Io sucesivo a nuestros extudics estas observaciones, No llegan Ia estructara clemental del pasado, El dicho de Bayle sigue siendo justo: “Nunca se objetard nada que valga Ia pena contra Ia verdad de que César vencié a Pompeyo , sea cual sea el principio que se quiera discutir, no se he Maré, por mucho que se busque, cost mds inguebrantable iciém: César Pompeyo exiitierom 9 no fuc- ron una simple modificacién det alma de los que escribieron tu ide? Es caro, pros no debian waits om vere dad algunos hechos de este tipo, desprovistos de expli ciones, Ia historia se reduciria a una liste de burdas ano- taciones, sin gran valor intelectual. Felizmente no es éste cl caso, Las Gnicas causes que a puicologia del testimonio estigmatiza por su frecuente incertidumbre son los antece- denies may inmediatos. Un_ gran acontecimiento puede comparirse a una explosion, {En qué exictas condiciones 6 produjo el dltimo choque molecular indispensable a la ex 1a enftica 83 plosiga de los gases? Bueno seri a menudo resignamos a ignorarlo. Eso es lamentable, sin duda, {Pero acaso lor qui iicos estin en mucho mejor situacién? ‘Lo que, sin embar- 0) no impide que la composicidn de Ia mezcls detonante fea perfectamente susceptible de andlisi, La revolucién de ¥848, que por una extrafa aberracidn algunos historiadores, han creido poder citar como el prototipo de wn aconteci= mniento fortuito, fue claramente determinada por aumero- ss factores, muy diversos y muy activos, y, desde el primer momento, un Tocqueville pudo entrever cudles fueron ios gqae la habfan preparado desde hacia macho tiempo, Qué fue el tiroteo del bolevar de las Capuchinas sino la dle tima chispa necesaria? Ya veremos cémo las cavsis préximas no se ocultan slo 4 la observacién de nuestros interrogados, sino también + Je nuestra, Elle constituyen, en si, la parte privilegiada de Jo imprevisible —del azar— en Ia histor consolarnos sin demasiada pena de que los achaqucs de los: testimonios se disimulen generalmente 2 Jos mds satiles de nuestros instrumentos, Aungue foesen mejor conocides, st encuentro con lis grandes cadenas causes de Ja evolucién repretentaria el residuo de mentiras que nucstra ciencia no lograréjamés eliminar, ni tiene el derecho de preten- derlo, Hn cuanto 2 los resortes intimos de lot destinos hhomanos, a las vicbitdes de la mentalidad o de Ja enti Dilidad, ‘de las técnicas, de la estructura social 0 econd- mica, los testigos que interroguemos no estarda sujetor 4 las fragilidades de la percepcién momentines, Por un fe~ liz acuerdo —gue ya Voltaire habia entrevisto—, lo que hay en la historia de mis profundo padiers ser también Jo que hay de més seguro. Eminentemente variable, de individuo a individao, la facaltad de observacién no es tampoco, una constante #0- cial. “Alganas épocas estin més desprovistas de ella que otras, Por mediocre que sea, por ejemplo, hoy y en Ia mayoris de los hombres, la apreciacidn de Tos nimeros, ya no falta tan universilmente como entre los cronistas me dicrales; nuestra percepeién, como nuestra civilizacién, 84 La critica hz impregnado de mateméticas, Sin embargo, si los errores del testimonio “fucran determinados, en_titima andlisis, slo por las debilidades de los sentidos 0 de la atencién, el historiador no tendria, en suma, més que sbandonar su estu- dio al psicdlogo. Pero més alli de estos pequefios accidentes cerebrales, de natursleza bastante comin, muchos de los ferrores te remontan a causs mucho mis significativas de tuna atmésfera social particular. Por esta razén adquieren 2 menudo, a su vez, como la mentira, an valor docamental. En el’ mes de sepriembre de 1917, el regimiento de infanteria al que yo pertencefa se encontraba en las trin- cheras del Camino de las Damas, al norte de Ik pequefi ciudad de Braisne. Como consecuencia de on golpe de ‘mano, hicimos un prisionero, Era uo reservita, de oficio comerciante, originario de Bremen, junto al Weser. Poco tiempo después nos Tegé una curioss historie de Ta reta~ guardia: “Qué maravilloso es el espionaje alemin!, ve- snfan a decir, poco més o menos, esos camaradas ‘bien ‘nformados. Se ataca uno de sus pequefios puestos en el corazén mismo do Francis, {Qué se encuentra? {Un co- merciante establecido durante los afios de paz a unos Kiléoetros de alli: en Braisne.”” El despropésito aparece cla- r0.* Sin embargo, guardémonos de tomatio demasiado 2:14 Tigers, jSe tratari sin mds de un error del ofdo! Seria, de todas maneras, expresarse con bastante inexactitud, por- que, mejor que mal ofdo, el nombre verdadero habfa sidos sin dada, mal comprendido: generalmente desconocido, no lamaba Ia atenciéa, Pero hay més. En este primer tratajo de interpretacin se hallaba ya implicado otro, igual- mente inconsciente. La imagen, muchas veces reridica, de las astacias alemanaa te habiz popularizado en innume- ables narracfones y halagaba vivamente la sensibilidad fo- etinesea de las masse, La sustitueién de Bréme por Braisne armonizaba a maravills con esa obsesién y no podia dejar de imponerse, en cierto modo, espontineamente, Tal es el caso de gran nimeto de deformaciones de testimonios, El error esté casi siempre orientado de ante- in francés, Bréme (nombre francés de Bremen o Brema) 9 Bralme’ ee prooncian casi igual. [TT 1A cririca a5 mano. Sobre todo, no se etparce, no toma vida sino a con icin de estar de’acaerdo con low prejuicios de la opi comin} entonces se convierte en el espejo donde Ia con- ciencia colectiva contempla sus propios rasgoe, Muchas car sas belgos tienen, en sus fachadas, aberturss estrechas des- tinadas ¢ facilitar toe pintores la colocacién de sus andamios; en 1914, los soldsdos alemanes jams hubieran sofiado ver tantas troneras en esos inocentes attiiciot de albafil, confundiéndolos con puestos para los fraicotira- ores, si sa imaginacién no hubiese estado slucinada, desde mucho tiempo atrés, por el temor de las guerrillas, Las ftubes no hen cambiado de forma desde la Edad Medias in embargo, ya no percibimos en ellas ni era ni espada gross. La cola del cometa que observ el gran Am- boise Paré no era cvidentemente, muy distinta de las que barren a veces nuestros cielos; sin embargo, crey6 des- ccubrir en cella toda una panoplia de armas extrafas. La obediencia al prejuicio universal habia triunfado de la acoe- ‘tambrada exactitad de sm mirada, y su testimonio, como tantos otros, no nos informa de To que vio en realidad, sino de to que, en sa tiempo, se ercfa natural ver. Sin embargo, para que el error de un testigo venga a ser el de muchos hombres, pars que una observacin equie vorada se metamorfosee cn falto rumor, es necesario que cl estado de Ie sociedsd favorezca exa difusién. ‘Todor los tipos sociales no le son, ni mucho menos, igualmente pro- picios. Acerca de ello los extraor ‘olectiva que nucstras generaciones han conocido constitu: yen otras tantas admirables experiencias, Lat del momento ‘etual, 2 decir verdad, son demasiado cezeanas pars. per- tmitir todavis un andlisis exacto. Pero lz guerra de 1914 a 1918 permite otra perspectiva, Todos sabemos que es cuatro afios fueron fecundos cen falsas noticias, principalmente entre los combatientes, Como tema a estudiar, es en Is sociedad tan particular de las trincheras donde sa formacién parece mit interesante. Los papeles de la propaganda y de la censura fueron, sa manera, considerable. Pero exactamente contrario a lo 86 LA eririca aque de elles experaban los creadores de esas instituciones, Como dijo muy bien wn humorist: “Prevalecfa la opinién de que todo podia ser verdad menos lo que se permitia imprimir.” No se czefa lo que decfan Jos periédicos, 1 tampoco mucho Jo que traian lis cartas, ya que, sobre legar con izregularidad, se las suponia muy vigiladss, De ello re~ salta un prodigioso renuevo de lz tradicidn oral, vieja madre de las leyendas y de lon mitos. Por un golpe audaz, ‘que ningén experimentador hubiew osido soar, los go- Biernos abolian Jos siglos patados y retrotrafan al woldado del frente a los. medios de informacién y al estado de ceapfritu de los viejos tiempos, anteriores al periddico, n= teriores a la hoje de noticis, anteriores al libro. Por lo general, no era en la Tinea de fuego donde nax cian Jor rumores. Alli los pequefios grupos estaban dema- siado aislados entre si. Al soldado no se le permitia des plizarse sin orden expresa; por otra parte, no hubiera podido hacerlo las mis de las veces sino con peligro de su de, En cirtos momentos circulban vajroeitermiten- test agentes de enlace, telefonistas que reparaban sus nneas, observadores de artilleria, pero esos importantes per- sonajes tenian pocas relaciones con el soldsdo raso, mbargo, existian comunicaciones periédicas, mucho importante, impuesa por I preocepcién de Ik comide FL agora de ese pequefio mundo de refugios y puestos de ob- Servacién fueron Tas cocins. Alf, una 0 dos veces al df, Jor abastecedores Hegados de diversos puntes del sector se cn- ‘contraban y charlaban entre si o con los cocineros. Sabian Gio muchas cosas, ya que tenian el privilegio —eolo- cados en fi encrucijada de varias unidides— de inter cambiar cotidianamente algunas palzbras con los conductores ddel tren del regimiento, hombres 2fortanados que paraban fen las cercanias de los estados mayores. Asi, por un mo- mento, te snudaban relaciones precarias, entre medior sin- gularmente desemejantes, al amor de los fucgos al aire libre de las calderas de les cocinas rodantes. Lacgos los equi pos se pontan en marcha, por veredas o trincheras, y trafon hasta Is primera linea, con sus olla las informaciones, ver~ daderas o falsa, casi siempre, por lo menos, deformadss y 1A critica 8 Tistas para sufrir alld ung nueva elaboracién. Sobre los planos directivos, un poco detrés de los t1:208 enlazados que diba- jaban bis’ posiciones de vanguardia, hubiese podido some ‘brearse un espacio continuo: Ia zona de formacién de las leyendas. La historia ha conocido mas de una sociedad re ‘gran excala por condiciones anilogas, con Ja diferencia de ue, en vez de ser el efecto pasajero de una crisis excepcio- nal, representaban Iz trama normal de la vids. AIM también J transmision oral era casi la nia eficaz, Alii también, en- tre elementos muy fragmentados, los enlaces se hacfan casi exclusivamente por intermediarios especializados, o en ciet~ tos puntos de enlace precisos. Buhoneros, juglares, pere~ ‘tings, mendigos hacfan la vex de los que iban y venian ppor las trincheras. Los encuentros regulares producfante en os mercados o con ocasién de las fiestas religiosss, tal como sacedié, por ejemplo, durante Ia alta Edad Media, Res- lizadas gracias a un conjunto de interrogatorios de gentes de pao que servian de informadores, lt crénicas monistic cas se parecian mucho a les mementos que hubiesen podido evar nuestros cabos, si no Tes hubiese faltado gusto pars ello. Estas sociedades fueron siempre buen medio para el cultivo de las falas noticias, Las relaciones frecuentes entre os hombres hacen fécil Is comparacién entze diversoe ze- latos, excitan el sentido critico; por el contrario, ee cree fervientemente al narrador que, a largos intervalos y por ificiles caminos, trae rumores lejanos, TIL. Ensavo pe UNA L6CICA DEL mibrone exirico La critica del testimonio, que trabaja sobre realidades pai- uicar, serd siempre un rte lleno de sutilezas. Para ella no existe libro de recetas. Pero es también un arte rae cional que descansa en la prictica metédice de algunas de las grandes operaciones del espiritu. Tiene, en una pala- bra, su dialéctica propia, que conviene intentar desentrafiar. Supongamos que, de wna civitizcién demparecida, sub- sista un solo objeto y que, ademés, las condiciones de sa 88 1A cririca descubtimiento prokiban ponerlo en relacién: aun com huc~ lias extrafias al hombre, tales como ciertas xedimentacionet geolégicas (ya que, en esta rebusca de ligazones, la nature- leza inanimada puede tener su parte). Ser absolutamente imposible pronunciarse acerca de Ja fecha de origen de este Gnico vestigio, ni acerca de su autenticidad, ya que no ve restablece jatnis una fecha, ni se comprueba, ni, en suma, se interpréta nunca un docomento sino por su inser= cién en una serie cronolégica o en un conjunto sinexénico. Mabillon fand6 12 diplomética comparando los. diplomas merovingios, umas veces entre si, otras con otros textos istintos. por 1a época o Ja naturaleza. De Ia confronts- ida de las narraciones evangélicas nacié Ja exégesis.. En Is base de casi toda eritica se insribe un trabajo de compa- icin, Pero los resultados de esta comparscién nada tienen de sutométicos, Aciba por hallar, necesariemente, a veces so- ‘mmejanzas, a veces diferencias. Sin embargo, segin los ex tos, el acuerdo de un testimonio con los testimonios veci ‘nos puede imponer conclusiones exactamente opucsta, Consideremos primero el caso clemental de Ja narra- cién, En sus Memorias, que hicieron latir tantos corazo- nes jévenes, Marbot cuenta, con gran abundancia de deta- les, un rasgo de valentia del que se presenta como hérce: si se le cree, en la noche del 7 al 8 de mayo de 1809 atra- veaS en una bares las agitadisimas aguas del Danubio, por fentonces en plena crecida, para hacer en la ota orilla ale guns prisioneros austriacos. {Cémo comprobar la anéedata? ‘Acadiendo 2 otros testimonios. Poreemos las drdenes, lon cuadernos de ruta, los informes dados por los ejércitos en- frentados; stestiguan que, durante esa famosa noche, las factzas austriacas de lis que Marbot pretende haber encon- do Jos vivacs en Ia orilla izgaierda, ocupaban todavia. la era opuesta. Ademis, puede leerse on la Correspondencia de Napoleén que el 8 de mayo todavia no habia empezado Jae crecida de las aguas. En fin, a he dado con una pet de ascenso hecha el 30 de junio de 1809 por el. propio, Marbot, ew la que no dice palabra de sa.sapuesto hecho de 1a enirica 89 armas del mes anterior, De un lado, pues, ls Memoriar 3 de.otro todo un tote de textos que las invalidan. Conviene ‘gxaminar estos testigos irreconciliables, {Qué alternativa se juzge més verosimil? Que, en el mismo memento, te he ‘yan equivocado los estados mayores y el propio emperadot ~-a menos que, jquiéa sabe por qué!, hayan alterido + sabiendss la realidad—s o que el propio Marbot de 1809, gue deseaba ascender, pecara de loca modestia; © que, ms cho mas tarde, el viejo guerrero cuyas fanfarsonadat son, Por otra parte, notorias, Ie haya echado na nueva zancadilla ala verdad? “Nadie dudard: las Memorias mintieron nt ‘Aqui, pucs, Ia comprobacién de un desacuerdo arrui- 6 uno de lop testimonios opuesios. Se necertabs que uno de ellos sucumbiers, Ati lo exigia el més universal de los postulados Logicos: que un acontecimicato pueda ser y no ser al mismo tiempo es coss que prohibe inexorablemente el principio de contradiccién. Por el muado existen eru- ditos que se empefien ingentamente en buscar el término medio entre afirmaciones antagénicas: es como imiter al aiio, que, interrogado acerea del cuadrado de 2, y como uno de sus vecinos le soplara que 4 y otro que 8 creyé ‘estar en.do justo contestando: 6. Quedaba, todavia por escoger entre el testimonio dese echado y el que debia sobsistir. Lo decidié un andlisit psicolégico: del Jado de los testigos se sopesaron, uns tras otra, las razones presuntas de veracidad, de mentira ode error, Hallamos, en este c2s0, que esta apreciacién tenia tun caricter de evidencia casi absoluta. En otras ocasiones no dejaré de mostrarse afectada de un coeficiente de in- cettidumbre mucho més elevado. Las conclusiones que © fundamentan en una delicads dosificacién de motivor su ponen, de lo infinitamente probable a Jo estrictamente ve~ rosimil, una larga degradacién, Pero veamos,ahora ejemplos de otro tipo. Una carta de donacién que se dice del siglo xu aparece cexcrita sobre papel cuando todos los originales de ess époea thasta hoy hallados lo fueton en pergamino; fa forma de las 9 1a enfrica letrat aparece muy distinta del dibujo que se observa en trot documentos de Ja misma fecha; el idioma sbunda en palabras y giro estliticos extrait al uso general. O Ia talla de una herramienta que se cree paleolitica revela prow cedimientos de fabricacién empleados, scgiim sabemos, en tiempos mucho mit recientes. Sacaremos la conclosién de que la carta y la herramienta son falss, Igual que antes, el desacuerdo condena, mas por razones de un orden may. distinto, Ta idea que ahora guia Is argumentacién cx que en Ja misma generacién de una misma sociedad rein una similitud de costumbres y de técnicas demasiado fuerte para permitir que ningin individuo se apatte sensiblemente de Ia préctica comin. “Tenemes por cierto que un francés del tiempo de Luis VII trazaba sus palotes més 0 menos como sus contemporineos; * que se expresaba poco mis o menos cen sus mismos términos; que se servia de los mismes mate- rial, Que si un obrero de Jas tribus magdalenienses'hu- Diese podido diaponer de una sierra mecinica para recorter sus pontar de huew, sus camaradas la hubiesen usado lo mimo. En resumen, el portulado es agui de orden socio Jégico; confirmadas, sin lugar a duds, en su valor general, por una constante experiencia de Js humanidad, las nocio- nes de endéamosis colectiva, de presidn del nimero, lz imperioes imitacién sabre Iz que “deicanss, ee confunden al final con el concepto mismo de civilizacién, Mas la semejanza no debe ser excesiva, porque entoncet dejurfa'de decavar‘en favor del tetimonio, Al contrary pronunciaria su condena, Cualguiera que tomara parte en la batalla de Waterloo supo que Napoleén la perdié, Un testigo —muy original gp megurara Yo contaro seria tendo por fae tipo or otra parte, coasentimos en aceptar que no existen, en francés, muchas maneras distintas de decirlo, si nos atene= ‘mos a esta sencilla y burda comprobacién. Pero dos testi 0s, 0 sedicentes testigos, idescribirian la batalla con las mismas palabras? {O, aun a corta de cierta diversidad de ‘expresién, exactamente con los mismos detalles? Se egers a enirica on 2 lt conclusién de que uno de ellos copié al otro o que sm- bos copiaron un modelo comin, En efecto, nuestra razén rebusa admitir que dos observadores colocados necesaria- ‘mente en dot puntos distintos del espacio y dotados de fa- ccoltades de atencién desigaales hayan podido notar, punto Por panto, los mismot episodioss al igual que no aceptaria ue dot excritorer, trabajando independientemente el uno el otro, hubieran fortuitamente escogido los mismos tér- ‘minor, entre las innumerables palabras del idioma francés y los hubieien rcunido de la misma maners para contar Jas mismas costs. Si las dos narraciones asegoran haberve basado directamente en Is realidad, es necesatio que por Jo ‘menos una de ella falte 2 Ja verdad. ‘Todavia_ mas: considérese, en. dos monumentos anti- ‘guot, ambos esculpidos en piedra, dos escenas guerreras, Se refieren « campalias distniass sin embargo, se representan bajo sasgos casi idénticos. El arqueslogo dird: “Segura- mente uno de lot dos artists plagié al otro, a menos que ambos se hayan contentado con reproducir un mismo mo~ dejo.” No importa que entre los combates silo haya habi- do un corto intervalo que en ellos se hayan enfrentado, tal vez, adversarios de los mismos pueblos: egipcios contra hititas, Astor contra Elam. Nos sublevamos contra la ides de que en la inmenss variedad de las actitudes hamanas, dos acciones distintas, en momentos diveroos, hayan podido renovar exactamente los mismos gestos. Como testimonio Ae os fastos militares que simulan recordar, una de ambat imagenes, por Jo menos —si no las dor—, es, sin duds, un fraude, Asi, Ia critica se mueve entre estos dos extremos: la similitud que justfice y la que desacredita. Porgue el xzar de los encueniros tiene sus limites y la armonfa social esté hecha de mallas poco tirantes. En otros términos, estima- mes que existe en el universo yen Ja sociedad ana so ciente aniformided para excluir la eventualidad de diver- ggeacias extremat, Pero esta uniformidad, tal como nos Ja representamos, obedece caracteres muy generales, Supo- ne, pensimos, ¥ de algana manera engloba, tan pronto como se penetra en Jo real, un niimero de combinaciones posibles

You might also like