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1 Allí mismo dice Dom P. Guéranger: “Es únicamente en el seno de la verdadera Iglesia
donde tiene que fermentar la herejía antilitúrgica, es decir esa herejía que se constituye en
enemiga de las formas del culto. Es, únicamente, allí donde hay algo para destruir que el
espíritu de la destrucción tratará de instilar ese veneno deletéreo”. Pues “no hay ninguna
posibilidad de herejía litúrgica allí donde el Credo ya está minado, allí donde sólo se
encuentra un cadáver de cristianismo que solamente se mueve un poco por resortes o
algún tipo de galvanismo, hasta que llegue el momento en que, al desmoronarse, por su
propia podredumbre, se volverá tan incapaz de recibir los impulsos externos”
(“Instituciones Litúrgicas”, Libro I, cap. XIV).
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Apostolado San Vicente Ferrer “Volviendo a la fe católica de siempre” – www.apostoladosanvicenteferrer.es
inundado a los miembros todavía fieles de la Iglesia católica, no es sin una cierta
fascinación como uno lee sus comentarios sobre lo que él llama tan adecuadamente
«la herejía antilitúrgica». No obstante, antes de entrar en la traducción misma,
diremos unas palabras más sobre Solesmes.
LA HEREJÍA ANTILITÚRGICA
(Extracto del cap. XIV, libro I de «Institutions liturgiques», 1840-1851)
Dom P. Guéranger
A fin de dar una clara ilustración de los estragos que el movimiento antilitúrgico ha
provocado, nos parece ventajoso revisar los diferentes pasos que estos pretendidos
reformadores de la cristiandad han dado a lo largo de los tres últimos siglos, y
presentar un sumario de sus métodos y enseñanzas sobre la «purificación» del culto
divino.
Nada puede demostrar mejor las razones, ni elucidar mejor las causas de la rápida
extensión de las doctrinas protestantes en nuestro tiempo. Sus métodos revelan una
sabiduría verdaderamente de carácter diabólico, que ha devenido en sus manos un
arma sumamente efectiva capaz de producir enormes consecuencias.
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Es innegable que este rasgo característico está presente en las obras de todos los
heréticos desde Vigilancio a Calvino, y la razón de esto es simple. Deseando cada
tendencia sectaria introducir doctrinas nuevas e innovadoras, invariablemente se
encuentra a sí misma en directa oposición a esa LITURGIA que es la manifestación
más poderosa de la Tradición, y no puede descansar satisfecha hasta que haya
suprimido esta voz y destruido este repositorio de una fe anterior.
Sin embargo, Lutero tenía un horror excesivo de los sagrados cánticos escritos por la
Iglesia para expresar públicamente su fe. Sentía en ellos mucha de esa fuerza de la
Tradición que él deseaba desraizar. Sabía que la Iglesia tenía derecho a mezclar su
voz con las declaraciones escriturarias en sus asambleas religiosas. Sin embargo,
aceptar esto le habría expuesto a él y a sus doctrinas innovadoras a los anatemas de
los millones de voces que repiten la liturgia tradicional. Es por esta razón por la que
el herético odia todo lo que en la liturgia no está sacado estrictamente de la Sagrada
Escritura.
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2º.– Así pues, esto nos lleva la segundo principio prevaleciente entre aquellos que
querrían oponerse a la liturgia tradicional, a saber: «reemplazar las formulaciones
santificadas por el uso eclesiástico con lecturas sacadas de la Biblia».
Todos saben que los heréticos a lo largo de los siglos han preferido citar la Escritura
antes que aceptar las definiciones eclesiásticas por la simple razón de que esto les
permite poner en boca de Dios todo lo que desean, por una apropiada selección de
las frases. Además, vemos que esto les permite, a la manera de los jansenistas (para
quienes esto era muy importante), mantener la apariencia de que están dentro del
cuerpo de la Iglesia: cuando llegamos a los protestantes, vemos que han reducido la
liturgia casi por completo a las lecturas de la Escritura, acompañadas con sermones
que exponen la Biblia siguiendo unas líneas solo puramente racionalistas.
En cuanto a la elección de cuáles de los libros bíblicos son canónicos, esto depende
en última instancia del capricho del reformador en cuestión, quien al final decide no
solamente el sentido o el significado de la palabra de Dios, sino que determina
también si alguna palabra determinada ha de ser aceptada como auténtica.
3º.– El tercer principio, o quizás el tercer problema, que encuentran aquellos que
están implicados en reformar la liturgia, después de haber suprimido las fórmulas
eclesiásticas, y después de haber declarado y proclamado la necesidad absoluta de
recurrir a las palabras de la Escritura en el servicio divino, es encontrar que la
Escritura no siempre se pliega a sus fines como ellos quisieran. Su tercer principio,
decimos, es «corromper e introducir fórmulas múltiples y diversas suyas propias»,
llenas de perfidia, por las cuales las gentes son trabadas en el error aún más
firmemente, y así se consolida el edificio entero de la impía reforma por todos los
tiempos.
4º.– Nadie debería sorprenderse ante las contradicciones intrínsecas que la herejía
presenta en su obra cuando uno conoce el cuarto principio o, más bien, la cuarta
necesidad impuesta sobre el sectarismo por la naturaleza misma de su rebelión, a
saber: «una contradicción habitual con sus propios principios». Y así debía ser, pues
sus contradicciones internas serán reveladas a pleno día más pronto o más tarde,
cuando Dios exponga su vacuidad a los ojos de las gentes que ha seducido, y también
porque no se le da al hombre ser consistente, sino solo a la Verdad.
Así, todos los heréticos sin excepción comienzan deseando retornar a las
costumbres de los primeros cristianos. Desean suprimir de la fe todo lo que los
errores y pasiones del hombre han mezclado con las puras enseñanzas originales —
todo lo que ellos consideran falso e insultante para Dios. Con esto en mente podan,
borran, suprimen —todo lo que cae bajo su hacha— y mientras nosotros esperamos
una visión de nuestra religión en su prístina pureza, nos encontramos rodeados de
nuevas formulaciones, recién salidas de la prensa, e incontestablemente humanas —
porque aquellos que las han inventado están todavía vivos.
Todas las sectas heréticas están sujetas a esta necesidad. La hemos visto con los
monofisitas, los nestorianos y la encontramos en todas las ramas del
protestantismo. En su deseo de retornar a las sendas de la «cristiandad primitiva»
todo lo que ha sido transmitido desde aquellos primeros días es destruido. Entonces
los reformadores se ponen ellos mismos ante aquellos a quienes han seducido y les
aseguran que todo está bien, que los arrogantes papistas han desaparecido y que la
religión ha retornado ahora a su carácter primitivo y esencial.
Un rasgo más de estos reformadores es que tienen por la innovación un prurito
absoluto. No se satisfacen con amputar las formulaciones de la Iglesia, a las cuales
infaman como siendo de origen puramente humano, sino que incluso extienden sus
reproches a aquellas lecturas y plegarias que la Iglesia ha sacado de la Escritura.
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Cambian las palabras y las sustituyen por frases nuevas. No tienen ningún deseo de
orar en unidad con la Iglesia y se separan por sí mismos de ella. Es casi como si
todos esos que pican y escogen las lecturas temieran que quedara algún mínimo
residuo de ortodoxia.
5º.– La reforma litúrgica es abrazada por sus abogados a un mismo tiempo como
una reforma dogmática —en verdad es de esta última de donde deriva la primera. Se
sigue que los protestantes, separados de la Iglesia en la cual tendrían a menos creer,
se encuentran a sí mismos sumamente dispuestos para «suprimir en el culto divino
todas las ceremonias y todas las formulaciones que son expresivas de los
misterios».
Confundidos por sus dudas y cegados por su negación de todo lo que abriría la
puerta a lo sobrenatural, expurgan todo cuanto a ellos les parece que no es
puramente racional. Así, aparte del bautismo, los sacramentos son descritos de
acuerdo con el socinianismo2 abrazado por sus adeptos. No más sacramentales, no
más bendiciones, ni iconos, ni reliquias de santos. No más procesiones ni
peregrinaciones. No más altar, sino una simple «mesa». No más sacrificio, tal como
requiere toda religión, sino una «comida». No más iglesia, sino una «casa de culto»,
como con los griegos y los romanos. No más arquitectura religiosa, porque ya no hay
nada misterioso que expresar. No más pintura ni escultura cristianos, pues ya no
hay una religión viva y palpable. Y finalmente, no más poética en un culto que no
está fertilizado ya por el amor y por la fe.
2 Socinianismo: “aserciones o sistema doctrinal de Faustus Socinus (Sozzini), un teólogo italiano (1539-
1604), que niega la Trinidad, la divinidad de Cristo, la personalidad del Diablo, la depravación natural y total
del hombre, la expiación sustitutiva, la eficacia de los sacramentos y la eternidad del castigo futuro”
(Diccionario de Webster).
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7º.– Tratando a Dios con el debido respeto, la liturgia protestante no siente ninguna
necesidad de intermediarios inventados. Estas gentes consideran la invocación de la
Bendita Virgen y de los santos como un insulto a Dios. «Excluyen toda esta idolatría
papista que suplica a través de un intermediario lo que uno debería suplicar solo a
Dios».
8º.– La reforma litúrgica, teniendo como uno de sus principios básicos la abolición
de todos los actos y formulaciones místicos, «insiste sobre el uso de las lenguas
modernas para el servicio divino».
Este es uno de los aspectos más importantes del continente herético de estas gentes.
No hay, dicen, nada secreto en el culto, y las gentes deben de comprender lo que
cantan. El odio de la lengua latina es innato en los corazones de todos los que odian
a Roma. Ven en ella un lazo que une a los católicos a lo largo del mundo, un arma de
la ortodoxia contra todas las argucias del espíritu sectario, y un arma poderosísima
del papado. El espíritu de rebelión que han abrazado les fuerza a confinarse al
idioma de las gentes locales de una provincia particular o de un país específico.
Sin embargo, a pesar de esto, los frutos de la reforma son siempre los mismos, pues
los ortodoxos, a pesar de sus oraciones en latín (que tal vez no comprendan), son
más fervientes, y cumplen las obligaciones del culto con mayor celo que los
protestantes. A todas las horas del día se cumple el servicio divino en las iglesias
católicas. Los fieles asisten a estas plegarias, dejando sus lenguas nativas en el
umbral de la iglesia, y si aparte de los sermones solo oyen esas frases misteriosas que
se han mantenido desde tiempo inmemorial en los momentos más solemnes —en el
Canon de la Misa— con todo no tienen ninguna envidia de la suerte del protestante
cuyos oídos nunca son asaltados por palabras cuyo significado no es claro.
Y mientras que las iglesias reformadas reúnen a sus rebaños de puristas cristianos
solamente con gran dificultad en domingo, las iglesias romanas encuentran a sus
fervientes hijos asediando constantemente sus innumerables altares. Cada día dejan
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su labor para venir y oír las misteriosas palabras que alimentan su fe y derraman
bálsamo en sus almas.
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10º.– Los reformadores tienen una pavorosa facultad para discernir cuál de las
diferentes instituciones eclesiásticas es más hostil a sus principios, por así decir la
piedra angular del edificio católico entero. Con un instinto casi animal, han
descubierto ese punto del dogma que es el más irreconciliable con sus innovaciones,
«El poder del Papado».
Así, es igualmente necesario para el reformador proclamar que estos son blasfemias
y errores, y ver en ellos una tiranía y una imposición. Es así como la Iglesia luterana
continúa pidiendo hasta el momento «librarnos del homicidio, de la calumnia, de la
rapiña y de la ferocidad del turco y del Papa». Merecen recordarse aquí los
comentarios admirables de Joseph de Maistre en su libro «Sobre el Papa», donde
muestra con gran sagacidad que a pesar de las numerosas disonancias que separan
a las diversas denominaciones protestantes, hay una cualidad sobre la cual están
todos de acuerdo, la de ser «no romanos». Imaginad una innovación, una
innovación cualquiera que sea, en materia de dogma y de disciplina y ved si es
posible presentarla de una manera —no importa cuánto pueda uno probar— que no
sea en esencia «no romana» o todo lo más «cuasi romana». ¿Y en conciencia, qué
clase de católico podría considerarse a sí mismo como «cuasi romano»?
Saben que mientras que haya un [verdadero] Papa, habrá un altar, y donde haya un
altar habrá un sacrificio, y por consecuencia una ceremonia misteriosa. Después de
haber abolido al Sumo Pontífice, tendrán que eliminar a los obispos de donde
procede esa mística imposición de las manos que perpetúa la jerarquía sagrada.
Solamente entonces se seguirá «ese vasto desierto presbiteral que es el resultado
inevitable de la supresión del Papado». Ya no habrá más sacerdotes hablando
propiamente, sino más bien conductores que son elegidos y sin consagración. ¿Y
cómo puede el acto de elegirle hacer de un hombre un sacerdote santificado? Las
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Tampoco están satisfechos con pararse aquí. Sus ministros, escogidos e instalados
por el laicado, llevan en sus casas de culto una vestidura de magisterio bastardo,
pues son solamente laicos que asumen funciones sagradas. Todo esto resulta, por así
decir, de la ausencia de la liturgia —¿y cómo puede un laico en aislado producir una
liturgia?
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apoyar a esas fuerzas seculares que deseaban establecer y mantener sus teorías
personales.
No puede haber ninguna duda de que dar la preferencia al poder temporal sobre el
poder espiritual en materia de religión es un acto de apostasía. Pero
desdichadamente este no es el único aspecto del problema, pues por encima de todo,
el herético debe asegurarse su propia supervivencia. Por esto es por lo que Lutero,
separado como estaba del Pontífice de Roma («seducido» como estaba el Papa,
según él, por todas las «abominaciones de Babilonia») no vaciló en declarar
teológicamente legítimo el segundo matrimonio del Landgrave de Hesse. Es por esto
también por lo que el abad Gregorio no tuvo escrúpulos en dar su apoyo a la condena
a muerte de Luís XVI, mientras que había abogado por Luís XIV y José II en sus
luchas contra el Papa.
Tales son, entonces, los principales credos de los reformadores antilitúrgicos. Sus
escritos son fáciles de consultar pues están ampliamente extendidos a lo largo del
mundo. Hemos revelado solamente lo que ellos mismos han promulgado
repetidamente. Sentimos, sin embargo, que es importante exponer con claridad
estas tendencias, pues siempre es bueno comprender el error. Desdichadamente, a
menudo es mucho más fácil contradecir el error que enseñar la Verdad.
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Apostolado San Vicente Ferrer
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