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SIRANGER in ae aes La imprevista amistad entre dos seres -originada en ambos por motivos muy diferentes-, crea entre ellos una vide en comin cortada bruscamente por un crimen al que .se unen ciertos detalles intimos de la vida de uno de los protagonistas, provoce situeciones: extrafias que tienen su raiz profunda en esa amistad Ge incontrolable fuerza que, pese a la separacién fisica y sobre todo = espiritual, los sigue marcando. Recién en las ultimas paginas de SIRANGER se podré comprend== la tremenda realidad de los sucesos relatados en ella. Con todo, = lector no podré menos que preguntarse: ;Ocurrid, en verdad, todo ese bullir de imagenes contrapuestas y mezcladas? ;Hasta dénde l= imaginacion suplanté a la realidad? Estas preguntas solo pueden ser contestadas por el protagonists. cuya suerte de indiferencia hacia los demas, de abulia concentred= e intima, le crea reacciones insospechadas, que hieren a quienes lo rodean y resultan sus victimas propiciatorias. Ansioso de vivir, con esa ansiedad casi angustiosa de nuestro tiempo, al descubrir la mezquina indiferencia de quienes lo rodean intenta huir, para terminar, acaso, por comprender que todo es vano, y que desde nuestra venida al mundo la suerte ya esta echada. éEs este el planteo de SIRANGER o tras de él, como en la vida de su protagonista, hay algo mas sutil y vital? ~Una novela existencialista?, se preguntara el lector. No hay tal, salvo en la medida que una cierta especie de determinismo o fatalismo pudiera serlo. Tampoco, y pese al juego de ideas que despierta o incita, es una novela intelectual (lo que formalmente se ha dado en llamar tal); actitud literaria de la cual Renato Pellegrini se burla donosamente al mostrar ciertos ambientes intelectuales, existencialistas, de Buenos Aires. Con SIRANGER, TIRSO presenta la primera novela de Renato Pellegrini, quien, pese a su juventud, da muestras de una seguridad, de un pulso, en la conduccién de sus personajes, en la ilacisn de los sucesos, en la armoniosa construccién total, que revelan al novelista innato y de precoz madurez; con ella, también, inicia la serie de obras de novelistas inéditos, de esta novisime generacién que va afirmando la existencia de una novelistica argentina de valor universal. . Abelardo Arias RENATO PELLEGRINI SIRANGER NOVELA Ediciones TIRSO Siranger/3 Ilustracion de tapa Oleo de Carlo Carré Mattinata al mar SIRANGER 2006. Renato PELLEGRINI 2006, Ediciones TIRSO Ugarte 2384. Buenos Aires. ARGENTINA ISBN N° 987-1225-01-6 Impreso en la Argentina. Depositado de acuerdo a la Ley 11.723, Todos los derechos reservados. Prohida ta reproduccién total o parcial por cualquier medio 0 procedimiento sin permiso escrito del autor, Siranger /4 OBRAS DEL AUTOR ASFALTO. Novela. TIRSO POR ESPANA A LA BUENA DE DIOS. Relato de viaje. En colaboracién con Maria Luisa Rubertino. POR ITALIA A LA BUENA DE DIOS. Relato de viaje. En colaboracién con Maria Luisa Rubertino. EL CANTAR DE PARIS E IMAGENES VAGABUNDAS DE FRANCIA. Relato de viaje. FAUNA. Novela. A publicarse en edicin limitada, por suscripcion. TRADUCCIONES. En colaboracién con Abelardo Arias: Roger Peirefitte, Andre Gide, Julien Green, Henry de Montherlant, Marcel Jouhandeau, Carlo Coccioli, Roger Martin Du Gard (Premio Nobel) Siranger'5 Siranger 16 Un libro es lo desconocido que uno Heva en si mismo. Antes de escribir nada sabemos de lo que vamos a escribir. Marguerite Duras Sirangerl7 PROLOGO "Renato Pellegrini ocupa un_ lugar solitario y curioso en nuestra literatura actual, Togrado con su novela Siranger. Con ella nos dio un libro indiscutiblemente portefio, bien armado, entretenido -y que una de las justificaciones esenciales de la literatura es la de entretener, un libro escrito con una ejemplar delicadeza sutil, la que se evidencia en determinados andlisis de matices psicolégicos no frecuentes y en determinadas escenas que, pintadas por un pintor menos fino y menos sensible, hubieran sido insoportables. Pellegrini se adentra en los laberintos del amor y del deseo y pasa, de zonas desérticas, caldeadas por el sol infernal que arde en las riberas del Mar Muerto alli donde desaparecieron pero no sin dejar rastros, las ciudades malditas- a zonas donde el aire se enrarece, se torna filoso y las penumbras se pueblan de monstruos fascinadores y tristes. Pellegrini ha domesticado a esos monstruos; en algunos casos, los ha espolvoreado de literatura, en otros, ha proyectado sobre ellos unas luces frfas y exactas de laboratorio. Atraen sobre todo las ocasiones en que los ha domesticado con la tinica virtud de su poesia suave y firme, con la tinica seduccién de su propio misterio y de su propia Siranger!9 melancolfa y, a modo de los personajes de las leyendas medievales, les ha rodeado los cuellos hirsutos con unas bridas de oro para sacarlos de su floresta a la sencilla claridad. Esos monstruos pero cusles son esos monstruos Si convocados por é1, por su comprensiva temnura, los monstruos se convierten en seres Romanos’ desesperadamente humanos...?". | Manuel Mujica Lainez Siranger 110 SIRANGER PRIMER PERIODO. una claridad de ventana abierta. El color azul Hiro mis ojos. Las voces se entremezclaban: "Acaba de acostarse, pas6 toda la noche afuera". "Desde cuando vive aqui?" "Desde hace unos tres meses", "A ver, despertémoslo”. Una mano cayé sobre mi hombro. "Eh, chico, despertéte". Abri los ojos Guevamente}el suefio agrietaba mi cabeza martillandola. Inclinado sobre mi cara descolorida estaba el hombre. "gD6nde pasaste la noche?" "Acaba de llegar, lo senti al subir la escalera, vaya a saber dénde anduvo metido" al “Lanoche, esa dltima noche, se voled sobre mi. Con ella, C7 tomados de Ta mano, cruzamos la plaza lena dé la sombra de los arboles. No hablébamos. Yo me vefa, inclinado sobre la barandilla del teatro, observando a los misicos que, en el lejano redondel del escenario, iban ocupando sus puestos Sirangert11 Clah bok en la orquesta. Después, entre los aplausos del piblico, aparecié el Director de la Sinfénica. Era un hombrecito desmirriado y calvo, al menos a la distancia, ya que estibamos en parafso; saludé ceremoniosamente y luego, volviéndose de espaldas, dié breves golpecitos de batuta para atraer la atencién de los misicos. De improviso, la Orquesta estall6 y rod6 sobre todas las cosas, despuntando en mf algo desconocido, casi sobrehumano. Era la sinfonia de Schumann, llamada Primavera. Al finalizar, ella comenté: "Es un buen Director, creo que abusa algo de los instrumentos de viento ;No te parece?" Cruzamos Ia plaza, entramos en una confiterfa. Ella desenvolvié un paquete que tenfa en la mano y dijo: "Este libro lo traje para vos, en recuerdo de nuestra Primera salida juntos y nuestro primer concierto". En Ia tapa blanca, manchas azules y verdes. lef: Las Fiestas Galantes. Paul Verlaine. "Lo conocés? "No, nunca of hablar de él", "Te encantaré; es maravilloso. Escucha, te leeré una de sus poesfas, el Coloquio Sentimental: -En el parque antiguo, solitario y helado, -dos sombras evocan el pasado- {Te acuerdas ti de nuestro éxtasis de antafio- ¢Por qué quieres que me acuerde? -;Tu corazén papita al ofr mi nombre?- ; Ves siempre mi alma en suefios?. Siranger 112 "{Te gust jaa soberbio! Y tan distinto de todos los que lef hasta ahora!" us ojos brillaban_intensamente. Creo que los mfos también. Qi mundo se ~agrandaba” en migicos descubrimientos: Schumann, Verlaine. zY ella? ;Quién era esta mujer que venfa hacia mf trayéndome tantas cosas hermosas, desconocidas hasta hoy? ;Era yo el mismo de todos los dfas, de todos esos dias sin ella? ~ "Ya es tarde, tienes que irte, mafiana a la noche nos veremos nuevamente; te esperaré aqui (quieres? a tasnueve e parece bien?" Nos levantamos, En la esquina, hundiéndome en su cara, murmuré: "Hasta mafiana", ae Las palabras flotaron un momento en_la nee se alejé entre hombres y mujere. Solo) otra vez, caminé. Puerta de calle cerrada con Ilave. Jorge, acostado, leerfa la sexta, Silo lamaba por telefono despertarfa a la Gallega, preferible no hacerlo. Calle y vereda se alargaban solitarias, achatadas de luz. Me interné por ellas, contento de tener toda la noche para mi, poder pensar en lo tinico que ahora me importaba, En la noche, sus palabras, su. sonrisa, nadaban en la aureola amarilla de los faroles neblinoso: Suspendido de su voz, volvi a nuestro primer camino. Los Arboles inméviles de la plaza columpiaban ahora las lejanas Siranger/I3 campanadas de un reloj. Senténdome en un banco, apretando suavemente el libro entre mis manos, traté de recordar el verso: En el parque antiguo, solitario y helado -dos sombras evocan el pasado. Nos habfamos encontrado en el jol de un cine mirando las_fotografias de una pelicula _norteamericana que acababan de estrenar. Su sonrisa crecié en mis ojos. Espantado, el corazén rompiéndome el pecho, exclamé: "Es usted muy bonita’, Una oleada de calor hormigueé en mi cuerpo y subié hasta mis orejas, de pronto, al rojo vivo. Su voz me rode6, entré en mi entibidndome los ojos: "Tengo d ntradas para el concierto de majfiana en el ‘Teatro Magallanes ,aceptaria ir conmigo? zLe agrada la miisica? En el programa figura la Sinfonfa numero I de ‘humann {la conoce? Vale la pena ofrla, claro que quizé usted prefiere Beethoven o Wagner. ;No es cierto? Si, usted debe ser wagneriano, yo, en cambio, prefiero Beethoven". Las dos de la mafiana. Campanadas brillantes subiendo Por los rboles noctumnos. La madrugada invadfa la plaza lentamente, poblindola de frfo. La ciudad continuaba silenciosa y vacfa. Dejé el banco. Caminando a la ventura, me acerqué hasta las cabeceantes luces del puerto, estirado al fondo de la ciudad, grisécea amante de ojos enrojecidos. Mis pasos resonaban-en Ia hiimeda brillantez de la calzada, Rortal de la est _andenes alargados, ‘Siranger 774 melanc6licos, desnudos a esa hora solitaria. En el amplio jol de entrada, s6lo tres o cuatro hombres sofiolientos. ‘Tublero anunciador de trenes: Plataforma ntimero 6. Reloj blanco de la pared, 2 y 15. En mi recorrida, pasando cerca de los mingitorios, Hegué a la sala de espera de segunda. Allf, tirados sobre los bancos de madera, retorcidos, temblorosos, cual si el miedo los hubiera sorprendido juntamente con el suefio, dormitaban cinco o seis individuos. Uno de los bancos, en un rincén, desocupado, Me senté en él, abri el libro. 2 sobresaltado. Inutilmente traté de recordar GlondeymMe“hallaba. La cara redonda, inclinada sobre mis 0J08; Se me antojé burlonamente grotesca. "Por qué dormis aqui? {No tenés casa?" "Si", respondi, al tiempo que, ya despierto completamente, vi a dos policfas uniformados que sacaban a empellones a los individuos que hasta hace un momento dormfan t dos sobre los bancos. "Entonces {Por qué venis a dormir aqui?" "No vine a dormir, entré a sentarme para leer un rato. Me dormé sin darme cuenta". {Qué hora era cuando llegaste?". "Las dos y cuarto”. “Mostrame las manos". Sirangerl15 Sus ojos se rebolearon sobre mis manos extendidas, Angustiado, esperé su decisién. "Esta bién, -dijo finalmente -, veo que decfs la verdad {Qué libro es ese?" En sus ojos, tapa del libro. “Las Fiestas Galantes, Paul Verlaine. ;Quién ese ese?" "Un poeta francés", "En fin, cada uno lee lo que quiere, a mf me gustan més las novelas policiales {EI Verlaine ese tiene alguna de detectives?" "No, escribi6 solamente versos". "Bueno, pibe; andate ahora y no se te ocurra més entrar n_las salas de espera a estas horas. Podria traerte complicaciones”. a La noche continué _arrastrandose _pesadamente. Acurrucado en un banco de Ta plaza, esperé otra Vez, E> tiempo parecfa de piedra. El cielo, sobre la ciudad cubierta de suefio, acechaba. Mansas pupilas de sus viejas estrellas vidriosas, De pronto, surgiendo del tltimo manotazo de la noche, un sol blando, azucarado, casi esponjoso, abanicé las hojas més altas de los arboles, La mafiana comenzaba. Borracho de suefio, corf entre tachos de basuras, porteros madrugadores, baldes de agua helada. Llegué, salté al destartalado ascensor. Tercer piso. Puerta entreabierta, Sin hacer ruido me deslicé por el largo corredor que Tlevaba a la pieza de Jorge. Al legar a la escalerita de madera, Siranger 116 redoblé mis precauciones. Los escalones crujieron dgbilmente. ;Me habria ofdo la Gallega? Al entrar a la pieza, vi un papel sobre la mesa. Jorge ya se habfa ido. Me ineliné para leer: Hoy no vendré a comer; la Gallega te hard subir mi comida, ;Dénde estuviste? Jorge. Desvestido, cai sobre la cama tibia atin del calor de Jorge. Hundé la cabeza debajo de la almohada. El suefio, de un salto, me derribé. a Por segund: ‘as horas, una cara se torcfa sobre ii suefio, (@sperténdome))Sentfa mi cabeza a punto de estullar, Ventana entreabierta, Rayas, puntos luminosos. Sol de la mafiana, En vano traté de mantener los ojos abiertos. Fil sueio, pesadamente, flotaba fuera y dentro de mi. Las voces, mezcladas en preguntas y respuestas, legaron a mis ofdo ‘Acaba de acostarse; pas6 toda la noche afuera”. {Desde cusndo vive aqui? ssde hace unos tres meses”>> ; ; eimano se abatié sobre mi hombro. Atemorizado, abri los ojos. "Eh, chico, despertite”, ‘ i Cara del hombre diluyéndose en mis ojos. Su voz tapé la luz de la ventana, 4C6mo te llamas Sirangerl17 (ur Gerardo Leni. "ZA qué te dedicés?" "Estudio", "gNada mas? {Con qué dinero vivis?", na tfa mfa me manda todos los meses". "gRetio es pariente tuyo?" "Si, primo" {D6nde esta él ahora?" "Fué a trabajar", "ZA qué hora volvera? ""No sé" "Volveré a la noche -interrumpié la Gallega- esta mafana al irse, me encargé le subiera la comida al cl __Cerré los ojos. Mis uftas se hundieron en la piel suave y tirante de los muslos. Esperé otras preguntas. Sus pasos en Ja escalera. La voz de la G; fe golpe6 todavia contra mi parpados. Redondez aes) one "Se conocen los motivos Salté de la cama; libro sobre Ja sila. Lo busqué inttilmente. Ellos se lo habfan levado, Me lo habian robado. "Gallega de porqueria!", ico”, 4 CA Di la direeci6n-al chofer- Bering Coates de la ciudad. Galles de la ciudad.” Siranger 118 ilenciosa de ibia comprado fruta y Cee) cigarrillos. Llegamos. Pagué al taximetrero. Portal6n de entrada, delante del cual esperaba ya una reducida fila de hombres. Colocéndome a un costado, fuera de la cola, los wmiré disimuladamente. Guardaban_entre_sf_extrafio parecido: caras desencajadas, barbudas, ojos hundidos, lastimeros. Por un momento, me avergoncé de mis zapatos nuevos, del traje que usaba por segunda vez. Los hombres permanecieron silenciosos, miréndome a hurtadillas de vez. en cuando. Un gordo policfa, redondo, colorado, se aproximé por fin para abrir la puerta enrejada. La fila avanz6 hacia el interior de un patiecillo al cual daban cuartuchos que hacfan lus veces de oficinas. Unos empleados trabajaban allt, en pie, Gruesos libracos abiertos sobre mesas inclinadas. El poliefa gordo hizo pasar al primer hombre; uno de los empleados le pregunt6 algo y hoje6 seguidamente el enorme libro; luego, el hombre caminé hacia la puerta que comunicaba con una segunda oficina, Esto se repitié con cada uno de los visitantes. Al fin, me tocé el tumno. El hombre del libraco, autométicamente, pregunté: "4C6mo se lama?", "Gerardo Lent "Documentos?" Entregué mi cédula de identidad. Echandole un vistazo, Ju dejé con las de quienes ya habfan pasado. 4A quign viene a visitar?". "A Jorge Retio". Sirangeri19 "¢Pariente suyo?", ‘";Trajo comprobantes?", "No; no sabfa que fueran necesarios". ""Miraremos el libro". Las hojas volaron en giles y precisos manoteos. De Pronto, en voz alta, el hombre leyé: "Jorge Retio. Gerardo Lent. Primos", Respiré aliviado. El falso parentesco estaba certificado, “Por esta vez lo dejaré pasar -prosiguis el hombre- en lo sucesivo tendré que venir munido de documentos que comprueben su parentesco con el detenido”. Me indicé que pasara a la habitacién contigua. Dos Policias revisaban a los visitantes. Uno de ellos me pregunts: "2Qué trae en esos paquetes?". "Fruta y cigarrillos". ” Abralos”, Mostré duraznos y atados de cigarrillos. “La entrada de cigarrillos en atados esta prohibida. S6lo Se permite tabaco suelto y papel para armar. Déjelos aqui junto con el reloj y todos los objetos metélicos que posea". Me quité el reloj pulsera, lo puse sobre la mesa, al lado de los cigarrillos; también dejé algunas monedas que tenfa en los bolsillos. El policfa guardé todo en un sobre marr6n, "Siéntese en ese banquito y quitese los zapatos". El agente miré dentro de ellos. Siranger 120 ‘ui bien, puede volver a calzarse. Al término de la ‘Visili pase a retirar sus cosas". Chucé el paticcillo, Hegué a una doble puerta enrejada que daba acceso a un patio embaldosado. El guardin spostade en ella me pregunt6: "YA quién visita?”, "A Jorge Retio". Frente a mi, un pabell6n compuesto por quince o veinte celdas daba a una galeria abierta protegida por barrotes de_ Hierro, ~~ TiRetio Jorge, v 1 vor del guardién vibré metélicamente. Jorge avanz6 we el fondo de las rejas_negras. Tenfa puesto un Uniforme de lana color café con leche a rayas negras y un Aumbrer, especie de birrete, del mismo color, aunque sin Aan Chios miramos)Hacfa tanto tiempo que no vefa la cara de Jone AT hablar algo me apretaba la garganta. Su voz purecid inventarse en mis ofdos: "|Gerardo, cref que no te verfa nunca més! Dejame que fe mire; estés mas delgado, no comés?, jestuviste ‘enfermo? {No te imaginds cuanto te extrafio! Contame, decime algo {Qué ha sido de tu vida? {Qué has hecho en Jodo este tiempo que hemos vivido separados?”. Sonrid. La sonrisa de Jorge, esa sonrisa definitivamente sua, se _deshizo contra mis ojos, mientras la tarde de ‘HueNtrA separacin crecfa en mi con sus rebeldes colores de nt Sirangeri21 angustia, 5 Desperté. Una leve oscuridad comenzaba a ir la Recordé el interrogatorio de la mafana y la arici6n del libro. Después, habia vuelto a dormirme. Yano me dolfa la cabeza. El papel de Jorge seguia sobre la mesa. Sentf apetito; no comia desde el dia anterior. La Gallega no me habfa hecho subir la comida de Jorge. Incorpordndome en la cama, me puse a pensar en las Preguntas de esa mafiana. ;Quién era y qué queria ese hombre? Seguramente detective o un inspector de policfa. {data sobre Te pum Debfa avisar a Jorge cuanto antes, Salté ‘de Ta cama vistiéndome répidamente. Estabamos descubiertos. La policfa vigilaba la casa, Debfa tratar de cludirla, avisar a Jorge. Quiza é1 ya habfa hu‘do, la policfa me dejaba libre en la creencia que me reuniria con él. Nos atraparian a Tos dos: oat EI crujido de Ta escalera me paraliz6. Tarde para mi también. Alguien subja corriendo. Jorge aparecié en el vano de la puerta. Sin darme tiempo a decir nada, exclamé, "cApareciste? ;Se puede saber dénde diablos pasaste la noche?", "Volvi tarde. Puerta de calle cerrada", "Me hubieras llamado por teléfono". "No me animé. La Gallega estaria acostada. Vos sabés la Siranger 22 juni si ta hago levantar", ——__ “/Hih qué monumento pasaste la noche?" per Sa comma pina “Hin ninguno; dormf en el banco de una plaza *Comiste, hoy?" "No". "{Giillega atorrante! ;Cémo si no le pagara sus rofiosas ‘eomidas! Ahora mismo se lo voy a decir". i “Paperd un momento, Jorge. La Gallega subié esta iafana con un tipo sospechoso; me hizo un montén de proguntas, i 0 que era de la policfa". "Qué te pregunt6?". "No Io recuerdo bien, me dolfa mucho la cabeza; la ‘Gallega le dijo que vos no vendrfas a comer, que". ‘Wellor Retio, jesté usted ahf?”. 14 vor de la Gallega, interrumpiéndonos, Ilegé hasta HONOKTON, “SI, neflora {Qué ocurre?” ~ Un agente de policfa pregunta por usted. {Lo hago subir?! gi", 10 Nos miramos. La escalera comenz6 a crujir. ie abria hacia el cielo del atardecer. Un cielo limente azul. En pie, casi juntos, vueltos hacia la puerta, esperamos. El uniforme del policfa corté la luz, el Alte se enrarecié, {lis usted Jorge Retio?”, gi Sirangeri23 ‘Bien, tendré que acompafiarme hasta la seccional, junto con el chico" -concluy6, sefialéndome con un ademén, 6 Nos sentamos en el banco de madera. Jorge, silencioso, Segufa con Ta mirada Tos movimientos del empleado que, frente a nosotros, hacfa anotaciones en fichas blancas y cuadradas. Al salir a la calle, el portero nos habja mirado Con esos ojos suyos llenos como siempre del asombro mas estipido. Después, a lo largo de la hermosa avenida, Poblada a esa hora de un gentio avido y bullicioso, habfamos caminado a los costados del agente de policta, atre las miradas curiosaS9 distraidas de los transeiintes, Jorge sonrié,@nirindome, Cuando se hallaba afligido, su cara se Ienaba de innumerables arruguitas, contrafa su boca, refirmando, atin més, esa marca de inquebrantable voluntad que lo dominaba continuamente, sobre todo en momentos dificiles. "Vos no digas nada, no contestés a ninguna pregunta -me aconsejé en voz baja-, dejé que yo Ileve el asunto, no te asustés, ya verds, no pasard nada", Un se abri6 en ese momento. El pescuezo de un jombre asomé. > o “Torge Retio". Nos levantamos. “Usted no- prosiguié el pescuezo, sefialindome, lo Siranger [24 Hlimaremos cuando sea el momento". Volvi a sentarme. Jorge cruz6 la puerta que se cerré tras ‘Ti empleado seguia con sus fichas. En la pared, un reloj jedondo extendia sus agujas negras en el seis y el dos. Mir MMMM i Tentarneste hacis cl ndimero 3. Do pronto, el Hombre de las Tichas, hablé: "Viene usted documentos de identidad?". Miré mi alrededor; no habfa nadie. El hombre me habia hablado a mi. "gi" "Aledncemelo, por favor". Jniroduje mi mano en el bolsillo interior del saco. Los tedos rozaron la agenda, cerréndose en la cédula de Adentidad, Caminé hasta el escritori Hi hombre toms la cédula, miré mi fotografia. Regresé ‘neo, me senté, Pensé en mi agenda. ¢Tendrian algén Valor las direcciones anotadas en ella? Recordé las palabras ile Jorge: Si alguna vez te ves envuelto en un Ifo con la iiei (rat Gue no consigan de vos ningiin dato, que no Tielinad6 sobre 1a mesa, el empleado continuaba tieribiendo, Puse la agenda entre mis piernas, comencé a §HHANEAE sus hojas, Después, rotas en pequefios trozos, las puurdé en uno de mis bolsillos. El hombre no habia Jeyantido 1a vista en todo ese tiempo. La puerta por la que ¢ continuaba cerrada. Lo interrogaban? it ya dicho toda la verdad? {Qué me preguntarfan a Sirangerl25 mf? El_teléfono_negro vibré eléctricamente sobre el escritorio. Un mareo, imperceptible al principio, fué acentudndose gradualmente en mi. Las seis y veinticinco. El hombre descolgé el tubo. “Hola, sf, muy bien, si, si, entendido” Me pareci6 que su voz corrfa veloz y locamente por la sala, buscando desesperadamente una salida. Abstraido, observé todos sus movimientos. La mano derecha avanz6 hacia la horquilla. El tubo se balanceé brevemente. Una gomosa campanada indicé las seis y media. "Acérquese”. Me levanté; un dolor punzante atravesé mi frente, cubriéndome los ojos. Por un segundo, todo se oscureci6. Una amarga sensacién de vémito subié hasta mi boca, ahora pastosa y engomada. Vi al hombre alargarme Ia cédula de identidad. Los objetos recobraron su forma primitiva. Movi los labios, ningdin sonido broté de ellos. "Puede usted retirarse". Mi cerebro se Ilen6 de una materia espesa y pegajosa. No entendfa. El hombre volvié a repetirme: "Puede retirarse", Noté_sus_ojos_fijos en_mi;CCuriosa_ mirada) Quise Preguntarle por qué me dejaban ir sin hacerme preguntas, sin dejarme ver a Jorge. ;Acaso no sabian ellos que sin él no sabria adénde ir? Ademés, tenfan la obligacién de Siranger (26 le hubfan preguntado. Necesitaba saberlo. El © del est6mago subié hasta mi garganta; mi i de pasto seco machacado, mis ojos de y disperas. Sin decir nada, me volvi hacia la girantes subfan hacia el techo. 7 li mafiana de invierno contemplé a Jorge. Mis nire barrotes redondos y negros, apretaron las Ne dejaron entrar los cigarrillos: slo pude traerte Gerardo, ya me estoy acostumbrando a no que a un perro piojoso. Nos amontonan en os limedos y mugrientos. Quizé esperan que de esa HOS pudramos mas pronto. Son una porqueria". ida; no sirve ni para los chanchos" cha vigilancia?”. pcs W supuesto {Te dejaron entrar sin inconvenientes?”. pidieron documentos que probasen nuestro Sirangeri27 Parentesco. Menos mal que se te ocurrié hacerme anotar en el libro como primo tuyo". "Lo hice por precaucién, nunca se sabe para que lado van a dar vuelta las cosas, Te aseguro que estos tipos me las Pagardn. Se las tengo jurada. Miré el mamarracho que me hacen usar. {Que me contés? Ni el payaso del circo mas Tasposo anda asf, Por suerte la semana que viene me van a dar el pase para la Penitenciarfa Central; all por lo menos {ratan a los presos mas decentemente. Podés trabajar y te Pagan un sueldo. En fin, ya veremos, no quiero hacerme muchas ilusiones. Y vos {qué tal? {No volviste a ver a la Gallega? Tendrfas que pedirle todas mis cosas. Le escribf al Principio de estar aquf pero se hizo la burra, nunca me Contest6, Si vas a verla, le podés pagar, creo que le debfamos unos quince dias, en todo caso le das unos pesos ms y te Ilevds todo, no creo que se niegue a darte mis cosas; por lo menos trata que te dé mis papeles, fotos, también los libros; algunos pueden servirte, Antes que te vayas haceme acordar que te dé algunas direcciones para gente que verds en mi nombre; pueden ayudarme. Desde la Semana que viene podrés ir a visitarme a la Central, No dejés de ver a la Gallega en estos dias asi me traés chimentos frescos. Ahora, contame algo de vos, {Qué hiciste la tarde de nuestra separacién? ;Adénde fuiste? Me acordaba que no tenfas ni un centavo y estaba seguro que la Gallega atorrante no te dejaria entrar. Imaginé que te las ibas a ver bastante negras". I Siranger 128 Mo bur, Covrn| Gorrby Caminé entre gentg presurosa ¢ indiferente) No lograba ondenar mis ideas. ;Por qué me habfan dejado ir sin huwerme preguntas? ;Acaso no era yo més culpable que Jorge? {Seria para vigilarme, para concretar algin hecho? “jucé la calle. En la esquina haba un bar automético. Pared del fondo, letrero. Letras maytisculas, blancas, Jista de vebidas, Comestibles, precios. Pasé la lengua por mis labios Dénde podria beber un vaso de agua? Una ola de Giilor, subiendo desde mis piernas, me abrasé. Gusto a eeniza en mi boca. Toqué con la palma mojada mi frente {papada de sudor. Girando sobre mi y contra mf, las cosas # Airemolinaban o creaban imprevistos torbellinos. Cat eontra las vidrieras + jos, infinidad de ojos Nuecos, sin brillogparecfan mirarme) Sequedad verdosa ehoreante en mi cuerpo, jarabe gomoso. EL agua clara, Himpida, hufa ante mi vista. Magica y cambiante forma de Inillares de vasos. ;Adénde podria ir donde el agua no fuera lin espejismo? La Gallega me dejaria morir antes que ileanzarme un vaso de agua, Sélo me quedaba un dltimo feeurso: ver ala gorda Carmen. Al veri Hlegar, la pobre gorda se asust6 bérbaramente. Sus ojitos de rata, despavoridos, se hincaron en mi: "Qué te pasa, Gerardo?". "'No se, tengo sed, mucha sed”. Sirangeri29 Caf sobre la cama. Estirado sobre ella, el brazo izquierdo colgante en su borde, el vaso de agua en mano de Carmen, vi venir hacia mf los extrafios acontecimientos de ese dia. Mis labios se despegaron. Ruido seco. Bebf atragantandome, ansioso, desesperado. La frescura del agua Parecié desparramarse sobre todo mi cuerpo. Un temblor de Axboles y pajaros quietos se sacudi6 en mis ojos. Cai sobre Playas arenosas y célidas. El sonido del agua golpeaba en mi garganta. A través de vidrios sin brillo, la tarde desvanecfa su marea de colores. Silencio total. Las voces, confusas al comienzo, se hicieron cada vez. més nitidas. En qué lugar habia caido? Una envolvente oscuridad golpe6 en mis ojos al abrirlo. Sentado al borde de la cama, Alfredo, el amante de Carmen, hablaba con ella. "Parecfa que viniera del infierno -decfa Carmen- cay6 sobre la cama gritando tengo sed, mucha sed; le traje agua y bebi6 de un trago, después se quedé dormido". Incorporéndome a medias, intenté hablar. La lengua, Pastosa, se enred6 en mis dientes. Alfredo posé la palma de su mano frfa sobre mi frente quemante. "Tenés un poco de fiebre. Qué te ocurri6?", "Me descompuse en la calle, Jorge esta preso. No sabia adonde ir". Las palabras, dichas de un tirén, me cansaron, Techo amarillo, cielo azul en mis ojos. "Este chico esta afiebrado -prosiguié la voz de Alfredo- uiza la emocién de los dltimos acontecimientos le produjo Siranger 130 al {i {tastorno orgdnico. No lo molestemos ahora, ya tendré Hempo de contarnos lo que sucedi6; dejémosle descansar". 1.08 of caminar en la pieza. La voz chillona de Carmen 46 Clay en mis ofdos: t "Qué haremos con 61? No podemos tenerlo aqui. Adiemis, andé a saber en qué lios anda metido con la policia". "No te apresurés, mujer. Ya veremos qué se puede hacer. Por ahora, dejémosle dormir”. , {,Qué podia esperar de ellos? Por otra parte, demasiado bien conocfa la miseria en la cual se debatian. Alfredo pusaba todo el dia correteando articulos de almacén, buseando el apoyo de politicos influyentes que dia tras dia, Wereed a renovables excusas, diferian la entrega de los {imosos puestos con los cuales pensaban corresponder a su Politica partidaria, El tiempo segufa su marcha. Carmen ya fo era la muchachita vivaracha, provocante que, veinte iflos atrés, habia dejado un marido y tres hijos para Aoguirlo. Huella del tiempo, ahora visible en todo su ser. Alfiedo sentiria piedad por esa pobre mujer que se le deshilachaba entre los dedos. Demacrado, sufriente, el horror y Ia ruina de su vida fracasada, lo acorralaban. Los ininé, Sentados en un rinc6n, tomados de la mano, sonrefan {\ sus propios espectros. Por primera vez. desde esa mafiana, venti la cabeza deliciosamente fresca. Sin gusto en mi boca 4 pasto machacado. Levanténdome, caminé hasta la puerta. Cielo de la tarde. Limites de casas vecinas. Quietud de la Sirangeri31 hora_golpeéndome mansamente en mi dnimo exaltado. Carmen y Alfredo, silenciosos, me observaban. "Tengo que imme -murmuré débilmente- debo irme enseguida". "'Te acompafiaré". "No, Alfredo, no vale la pena; no volveré a casa de la Gallega", "Por qué? {Qué ocurri6X;Por qué esté preso Jorge?) "No_sé) Nos llevaron a Ta seccional. A mi Coes nada, A Jorg lo vi mas", "(Ad6nde pensés ir ahora?", ''No sé; tampoco conozco a nadie aqui; veré en todo caso. al Ing, Ibarra, tal vez me dé el puesto en estos dias” "Por qué no volvés a lo de Jorge? La Gallega no puede Prohibirte la entrada, ¢Le deben algo?". "No, al menos el mes esté pago" "Bueno, vamos, yo te acompafiaré' "Seré inditil, Alfredo, no me dejara entrar, usted no conoce a la Gallega". ¢ lo hicieron pasar a otra pieza; no estoy seguro, El tono de la Gallega, seco, cortante, no dejaba lugar a dudas. Alfredo insistié. La Gallega, encolerizada, grit6: "Le repito que no, sefior. No permitiré que el chico se quede aqui. Por otra parte, la policfa clausuré la pieza junto con todo lo que hay en ella", Flaca, desalifiada, aspecto de vieja bruja, fea, antipatica, Siranger (32 ‘woncepto". Mire, seftor, ésta la _ ‘Vio es mentira -contest6 Alfredo-, si la policfa hubiera Wiiclo Ia habitacin, también habrian detenido a ly, Usted, sefiora, no puede prohibirle la entrada bajo mi casa y yo hago en ella lo que se 1ué puede esperarse de este chico? i n_semejante tied Qué quiere decir con eso?". cr No me hard creer que ignora las causas por las cuales ivieron a Retio". Usted no sabe nada -grité saliendo de mi mutismo- pieko & usted también! Pensar que han vivido aquf, en mi Sunn(los basuras, dos porquerfas?y Vayase, vayase antes de) (jue plerda la paciencial”, a. bet Cari gesticulante de 1a Gallega contra mis ojos. Tineeguecido, me abalancé sobre su cuerpo huesudo. ‘Auuislada, grit6. En el espejo de la sala, mis manos subieron Hiwelu su cuello. Alfredo las sujet. Brazos a la espalda, foreejeando,@scupiferozmente en la cara crispada de rabia dle In Gallega, Alfredo me arrastré por la escalera, La Giallega me insultaba. Forcejée tratando de deshacerme de Siranger!33 Alfredo; querfa volver, hacerle tragar a la mujer todos sus insultos. cerrar mis dedos en su asqueroso cuello, apretar fuertemente, asfixiarla, ver sus ojos en blanco, muerta, Luces_suspendidas de la ciudad. Pavimento brilloso, humedo. Relojes puiblicos de rojas campanadas. Equilibrio de lagrimas deshecho en mis ojos. Caminamos. Alfredo, silencioso. Las palabras de la allega se clavaban en mi con desgarrante furia: ;Asesino? Eso todavia se justificarfa, en cambio... Qué habia querido decir Ta muy cochina? No podia entender. {Por qué la policfa no me habfa preguntado nada, absolutamente nada? La callecita por donde fbamos bajaba en pendiente Pronunciada hacia el puerto. Zagusn de una casa. Escalera en la oscuridad. Alfredo se detuvo. "Esperame un segundo, ya vuelvo". Me quedé en la puerta. Enfrente, asomada a una ventana, la mujer, una mujer cualquiera de la inmensa ciudad, hundia su mirada en el rio plomizo y lejano. Alfredo, regresé. ""Tenemos suerte: hoy y mafiana ya tenés donde dormir”, 9 En la noche of el ruido de las ufias en la piel. El chirriante rasgueo fué despertandome. Escuché. Las ufias debfan penetrar intensa, dolorosamente, a través de una piel Siranger 134 ‘ {jue mapiné rugosa y mugrienta, Un repentino temblor ‘Gomeniad a scudirme. Los sucesos del dia anterior, de ese ‘iii tan cercano que me parecia estar viviéndolo aun, se juolparon en mi mente. ts } Aifiedo me habia presentado al duefio de la pensién, un Viejo alto y canoso que, mientras marchaba Iuiwiendo resonar sus pasoscen la carcomida escalera, me Hubli acompariado hasta la pieza, 5 "Alli tiene las camas, elija la que més le guste, buenas oS pieza, cuatro camas, res sillas desfondadas. Muchas veces, en mis paseos por la ciudad, habia visto Jotreros que decfan: Camas: $ 2,50. "Tp acostis en una de ellas y amaneoés en la vereda ~ ‘womentaba Jorge riendo- las chinches te sacan afuera”. le acerqué @ una de Tas camas, mirdndola Targamente, talundo de descubri€Tos rojizos ichitos, Cuando era chico, wyudaba a mi madre a Hevar los elasticos de las camas al patio para volearles agua hirviendo, matando asf todas las thinches que pudiera haber. Una vez aplasté una con el ddedo; la chinche parecié ablandarse, escurrirse, luego s6lo na mancha de sangre. Be rr ergosrr reves. {Qué podian importarme chinches mas 0 menos? Of pasos que se acercaban por el pusillo, Sin apagar la luz, separé Jas livianas frazadas y me ———— hundf en la cama. Cerré los ojos; alguien entr6, comenz6 a dloavestirse. Los zapatos cayeron sobre el piso de madera. Sirangerl35 Pisadas de pies desnudos. Abri los ojos; Ia Ilave de la luz gir6 en ese momento, todo volvié a quedar oscuro. Pies caminando otra vez. Después, el eléstico de una de las camas crujid, el cuerpo del hombre dié varias vueltas yy finalmente, todo queds en silencio. 1 Ahora las ufias taladraban en Ia noche. El sonido cambiante, duro, opaco, flexible, metélico. Las garras sureaban el pecho, los muslos, la espalda Por momentos lejano, acercéndose otras veces, el monétono rasguiiar Jascendia, descendia, acompaiiado de jadeante y entrecortada respiracién. El tiempo avanzaba lentamente. Acostado de espaldas, los ojos abiertos y sin suefio, esperé la llegada del dia. ; Apenas amanezca, pensé, me levantaré, Hov debo hacer Seer ero ed 10 a WQidificio. Ocho pigs. En uno de ellos vivia Edith Carelli, Levantando Ta Visia, recorri las ventanas de los diversos pisos. _Al pasar por la plaza, al volver del teatro, ella habfa dicho: "En ese edificio que ves alli enfrente, vivo yo" Después, confusamente, habia agregado: "En el ...t0 piso". Siranger (36 Cudl? me preguntaba ahora. {En el cuarto, quinto, exto? Decidiéndome, entré. El _ascensor _parecié: \wazaparse como una _fiera herida, después salt6 hacia wriba dando espantosos alaridos. Mi dedo se habia {ipoyado temblorosamente en el bot6n N° 5. Quinto piso, jnurmuré entre dientes, miraéndome con mis ojos desde el fondo alargado y sucio del espejo del ascensor. Curiosos hichos estos espejos -pensé-, al ver que mi cara se esponjaba en la superficie plana y chorreante de luz imarilla. A veces, en otros espejos, habja visto mi cara marchitarse, agrietarse, o bien inflarse y brillar Justrosamente. {Cudl seria en definitiva mi cara? ,Y la cara de cada uno? {Cémo me ven los demas? ;Me veran todos de la misma manera? ,O los ojos humanos serén como espejos? Me hincharé en unos, me alargaré, me ahuecat me licuaré, en otros? EL ascensor se sacudié €omo un perro mojado: Estertor de Hegada. Me miré por dltima vez en el espejo, salf de la jaula. *~ Departamentos M, N, P. En cudl de ellos vivirfa Edith? Sefialando con un dedo las distintas puertas, murmuré: "Uni, doli, treli, catoli, suerte para mi”. M, departamento M. Apreté el botén del timbre. El sonido de la campanilla bailote6, reboté en la yema de mi dedo, corté, cual un hipo cristalino, el silencio de ese rincén de la tierra, Detrés de mi, el ascensor tuvo un nuevo sacud6n, reinicié su subida. Alboroto de pajarera. La puerta Sirangerl37 M se entreabrié. Dos ojillos apagados miraron desde una cara ovalada de cabra, puntiaguda en la barbilla. La cabra sonrié estpidamente. "Buenas tardes, sefior -dije-, deseo ver a la sefiorita Carelli; creo que vive aqui, 59 piso M". "{C6mo?". La voz me traspas6 los ofdos. La cabra refa a mas no poder. “Deseo ver a la sefiorita Edith Carelli, CA -RE -LLI", arité, temiendo que la cabra fuese sorda. "Ah, sf, sf, claro gc6mo dijo? {Qué quiere verla?". La vieja cabra me tomaba el pelo o en realidad era idiota; de una cosa estaba seguro ahora: Edith vivia alli. "'SI, sefior -dije lo mas amablemente que pude- deseo verla, hablar con ella”, La cabra se eché a reir, abrié la puerta del todo y saltando, como si fuera a bailar un malambo, dij "La sefiorita Carelli no est, se fué, nunca se sabe a qué hora viene, quizd no venga quiere esperarla?” Este esta més loco que una cabra, me dije ;por qué lo dejardn suelto? Es indtil que le siga preguntando, nada conseguiré. "Digame, sefior -dije dulcemente-, gest usted solo aqui?". "No sé”. "gNo sabe? digame, sefior". "No sé, no sé y no sé". Siranger 138 Diciendo eso, revoleé los ojos Iinguidamente, cruz6 ‘nlre si los dedos de las manos, permanecié miréndome eimbobado. Sélo le falta que muerda, pensé, dispuesto a desaparecer dle alli. Hacfa ya ademén de retirarme, cuando una voz de mujer Hegé hasta mt: "Qué ocurre, Humberto? Zés, lo tinico que le faltaba al viejo tarado este -me dije- lamarse Humberto. En eso, aparténdolo suavemente, una ineiana de abundantes cabellos blancos, apareci6. Ojos jnmensamente dulces, sonrisa naciente del fondo de su mirada casi azul. "Abrié la puerta, entramos a una salita liscretamente Tuminada, dos o tres silloncitos tirados a la jnarchanta, una mesita descolorida v no sé qué otro Jmatoste con espejo. La cruzamos, desembocamos en un pusillo largo, estrecho, iluminado pobremente, mesita con | teléfono. Llegamos por él a una escalerita de madera. Sirangerl43 dirce peka Cuatro escalones, rellano; la escalera doblaba hacia la | izquierda; otros cuatro escalones, corredorcito al cual | daban tres puertas, dos de ellas cerradas y una, la del medio, abierta de par en par. El hombre abrié la puerta, estaba sin lave, encendié la luz, me encontré, de pronto, en una Piecita bastante aaa en la cual una cama, un ropero, una mesa, una silla, no dejaban mucho lugar que digamos para deambular, "Qué te parece mi cotorro?", “Agradable; muy limpio, bien arreglado" -dije, echando una mirada en derredor. "Si {no es cierto? Es en lo Gnico donde la Gallega se luce. La Gallega es la duefia de la pensién. Ya la vas a conocer. Es medio chinche, aunque sabiéndola llevar se aguanta. Ademds, pago por esto una miseria, asi que no es cuestin de hacerse el loco gno te parece ?” "Y claro”, “Ademés, poca clientela: al lado vive Emesto, un amigo -trabaja de mozo en un restaurant del centro, asf que aqui solamente esta a la mafiana cuando viene a dormir. Abajo, dos piezas ocupadas por un matrimonio de viejos tarados y la otra por una solterona desabrida como ella sola", Me senté en la silla, Jorge se quit el perramus , colgdndolo en una percha del ropero. “gTenés alguna otra ropa, ademas de la que llevas puesta?", "Sf, esté en una valija en el depésito de equipajes de la Siranger 44 eitacién". "Bueno, mafiana la iremos a buscar”. "gLa traeremos aqui? "Claro, desde hoy wreglar de alguna forma”. "No quiero causarle tantas molestias, ademés". "Bah, no te hagas mala sangre; lo nico que siento es no poder darte una cama para dormir, en la mia no cabemos los dos; no tendrés mas remedio que dormir en el suelo. Por suerte tengo muchas frazadas; ponemos unas cuantas para ue te hagan de cama, con el resto te tapas, El asunto es que no pasés frio”. Extendimos las fr \das de lana sobre el piso de madera, Jorge, sentado en el borde de la cama, «fie miré desvestirme) Sonrefa. Un sonido prolongado me Coens Tardé_unos undos en comprender dénde nie-Hallaba. A la débil claridad que se filtraba por una ventanita que no habia visto ‘1a noche, vi al hombre, en calzoncillos, saltar de la cama, yestirse, mientras cantaba en voz. baja: Aquel tapado de armifto todo forrado en lamé, que tu cuerpito abrigaba mi huésped; ya nos vamos a Sirangerl45 Me restregué los ojos con los puiios. El hombre, vestido, se incliné sobre mt. GEstés despierto?", ya Sus labios se curvaron en sonrisa enorme. Dientes chatos, amarillentos. “Llamame Jorge, no me gusta seffor, me hacés viejo como un caballo gentendiste?". "Si, sefior". “[Ufal, dale con la musiquita gcudndo te vas a avivar?", Salié de la pieza. Tuve miedo que se enojara y me echara. Después de todo, habfa pasado una noche bastante buena, dormido muy bien y sin frio. Al volver, miréndome fijamente: _ "Bueno, Gerardo, levantate, tenemos mucho que hacer: primeramente bajaré a tomar el café con leche y le diré a la Gallega que estis aqu{, pasarés una temporadita conmigo. Para hacerlo fécil, somos primos, asf no podré chillar, Mientras tanto, vos te podés preparar una taza de mate cocido; aqui, sobre la mesa, te dejo el calentador a alcohol, 'a pavita, yerba y azticar; al lado tenés el baiio para el agua, También hay algunas facturas de ayer , en fin, cuando hay hambre no hay pan duro. Dentro de diez minutos vuelvo a buscarte. Te presentaré a la Gallega, sabés, desde hov sos primo mio". “@No se enojard porque yo viva aqui?", "No tengds miedo, sabré tocarle el lado flaco” no metds Ia pata; ya Siranger /46 Me levanté, fui al bafio. Era la piecita cuya puerta habia Yisto abierta de par en par esa noche; la otra, por lo tanto, pleza del mozo. Entré en el bafio: chiquito, oscuro, Juvatorio descascarado, inodoro con la tabla rajada, Oriné. vejiga parecié desinflarse. Qué agradable era orinar fuando se tenfa tanta gana. El chorro de orin, grueso, imarillento, se fué afinando hasta terminar en un hilillo blancuzco. Un vapor muy tenue se levantaba del fondo del Inodoro. Al terminar, tiré de una especie de alambre, el agua cayé huciendo un bullente y ronco ruido. Busqué la lave de la luz, encendi. Espejito ovalado en la pared, encima del Javabo. En un gancho, una toalla cosida. Me lavé: mojado, eee cscmnslire tons ojos brillaban, ojos grises, frandes. Las gotitas de agua formaban puntos luminosos en g yy bastante pasable, pensé. Sonref para estirar la piel de Ta cara. OAT Sap Hi mis mejill ~Regiesé-ate-pieza, preparé el mate cocido, lo bebf compaiiéndolo de las facturas que me supieron a manjar de dioses. Jorge Ileg6, restregdndose las manos. “Asunto arreglado, el chivo cayé en el lazo: la Gallega qued6 propiamente, no hay peligro. ;Vamos?". Me puse el saco, salimos. La Gallega estaba en el pasillo, alta y flaca, de unos cuarenta afios de edad, aunque Jos mechones de pelos que le salfan en puntas para todos lados la hacian parecer més vieja. Sonrié con algo que Sirangeri47 quiso ser una sonrisa bondadosa y solo fué, para mf, una mueca. Jorge dijo: “Le presento a mi primo Gerardo", Tendi6 una mano himeda, olor a trapo sucio y mojado;| apreté unos dedos esqueléticos, murmuré: “Encantado de conocerla, sefiora". La mujer murmuré algo ininteligible, después en voz clara, acento espafiol, pregunté: "Le di6 una sorpresa a su primo". "Vamos, Gerardo -tercié Jorge- se nos hace tarde; perdénenos, sefiora, tenemos que irnos". Los ojillos de la Gallega no se apartaban de mf; parecfa Jae trataba de desctrar algo que se le acababa de ocurrir, 0 | dien descubrir hasta donde Jorge habia dicho la verdad en Jo que hubiera podido contarle. Nos despedimos. \ Ya en la calle, Jorge exclam6: "Esta Gallega habla hasta por los codos, no conviene que le des mucha charla, es més desconfiada que una yegua’. "Bastante antipética”. "Gallega y basta". | quiosquito de la esquina, Jorge comprs el diario y de la ciudac "Por hoy te podés arreglar con esto; fijate si en los Pedidos de empleados hay alguno que te convenga, oriemtate con la gufa. Esta tarde, a las siete, esperame na Siranger 148 it’. ae Jorge subi6 en un colectivo verde y rosa. Yo, el diario bierto en la pagina de los avisos de empleos, me alejé por I vereda chorreante de sol matinal. 14 levanté(antes_que sonara el despertado, gulf para comprar el diario, Al volver, Jorge ya estaba Jevantado. "Buen dfa, Jorge”. ss expe "Hola, te levantaste temprano; {trajiste el diario? Alcanzamelo”. Me puse a doblar las frazadas. "Aqui hay algo bueno -exclam6- a s6lo tres cuadras. Largé todo y sali rajando para alla; toma, te corto el aviso. Bis un almacén". ee Me alarg6 el papelito cortado desparejo: lef. "Voy volando, Jorge, esto no me lo pierdo, nadie puede janarme”™. Hl ; "Ya sabés, a las siete esperame en la equina: ojald tengas suerte", k cara de caballo del portero me miré al Iegar a la calle. Eché a correr, doblé la esquina. El almacén quedaba iv dos cuadras. Entré; detrés del mostrador, un hombre barbudo me miré a través de gruesos anteojos redondos. "Buen dfa, sefior”. Saludé sofocado. Sirangeri49 "Buen dia" "Vengo por el aviso, seffor, el que salié en el diario de esta mafiana. ,Atin no esté ocupado el puesto? "No". "gMe lo puede dar a mf?", "{Cuantos afios tiene usted?’ "Diecisiete”.. "GBs de la ciudad?", "No, hace solamente una semana que estoy aqui". "gDénde vive?" tres cuadras, avenida de Mayo al 800". "(Con quién?”. "Con un primo mio". _ “Bueno, podria probarlo, siempre y cuando usted acepte vivir aqui. Puedo facilitarle una pieza. En total, cuarenta Pesos, casa y comida; si le conviene y estd de acuerdo, venga esta tarde con su primo para dejar todo arreglado. Mafiana mismo puede comenzar a trabajar. Si trae su ropa y lo que necesite, puede quedarse desde hoy Todo quedé arreglado. Jorge se marché. Don Antonio, el almacenero, levant6 mi valija azul, caminé con él hasta la puerta que daba al patio. Al llegar, luego de cruzar el patio embaldosado, un olor hediondo y htimedo me hizo estornudar. El almacenero encendié la luz, dejé la valija sobre el piso de tablas agujereadas y sucias. Siranger (50 almadn "Bueno qué le parece su alojamiento? ,No est mal, eh?” "No". "Al lado tiene el excusado. A las seis de la mafiana lo lespertaré. Buenas noches". La descolorida puerta se cerré lentamente, Los pasos del silmacenero se alejaron chirriantes sobre el piso de baldosa. FI olor de 1a pieza empezaba a descomponerme; seguramente el almacenero la habrfa utilizado hasta hacfa poco como depésito de papas. Eché una mirada sobre los muebles de la pieza. Un fopero en las diez de tltima un hueco donde en algtin tiempo hubo un caj6n, agujeros en la puerta, una silla destartalada, la cama, modelo 1900 por lo menos, alta y lingosta, respaldos blancos, descascarados. El panorama no podia ser mas desolador; para colmo ese olor se me antojaba de perro muerto. Una ventanita enrejada, grande como un pafiuelo de bolsillo, daba al patio. Antes de acostarme, la abrf; un soplo de aire, no fue Suficiente para borrar semejante aroma, en fit Nada turb6 mi rapido y violento suefio. Dormf como un tronco. 15 Pre oben, Una débil claridad solidificaba SirangeriS1 los objetos. Los golpes se repitieron. No habia sofiado, entonces. La voz tronante de don Antonio, me sacudi "jArriba, ya son las seis!’ "Voy enseguida", contesté, comenzando a vestirme. Pasé al patio donde, tiritando, me lavé como pude en ui balde colgado de una ristica percha. Al volver a la pieza, mientras guardaba la valija en el ropero, miré amargado el miserable cuartucho. JUnas_manchitas rojas en mig mufiecas, al abrocharme los pufios de Ia camisa, atrajerot mi atencién, Pensé en picaduras de chinches 0 de mosquitos y me olvidé de ellas. debfa-ponerme cuando fuera a repartir la 14 mafiana pas6 més o menos bien. A las doce, ft Hlamarlo, Nadie vino A la una, entré don _indicdndome que fuera a comer. ‘tii hambre de todos los diablos. Me senté a la i mantel, donde ya estaba colocado un plato hondo yemente rosado Ileno de gotitas de aceite. Hubiera La puerta se cerré sola tras de mi. Crucé el patio, llegué “cualquier cosa. Comi las arvejas. Habfa_tanta al almacén. Dojia Josefa, la mujer del almacenero, me f) esa _casa_y en esos dos seres que ya todo indicé el lugar donde tenfa servido el desayuno. Me senté a ii a resultarme normal. Dofia Josefa, como a la una_mesita mugrienta sin mantel. Dentro de una taza de fie observaba. Pensé en mis tazas de mate cocido loza, saltada y sucia, una especie de café con leche, espeso, eluras viejas que comta con tanto placer. Qué grasiento, lanzaba una columita de vapor. La mujer, en pie ya las noches en que dormfa sobre el suelo, en un rinc6n, cruz6 los brazo sobre el pecho, miréndome ‘on las gruesas frazadas de Jorge. Ahora, todo Vigilante. De mediana estatura, regordeta, los anteojos de. dj, inmundicia, Una tristeza rebelde, amare a.me vidrios redondos que usaba le hinchaban ain més sus j Mientras las légrimas asomaban a mis ojos. mofletudas mejillas, déndole el aspecto de luna llena, de una luna Hena parecida a la que se ve en una marca de Beets ved teria ey i aay la cabina telefonica, Mirando el nimero escrito Bsiiofea inne eto eesevice me indicé mis fia, giré eT disco Tentamente, Un ulular de vin, areas: barrido y limpieza. Al terminar, me Ilamé don. ¥ Iejano, corrié por mis ofdos. Todo ocurrié de Antonio, me dié algunas lecciones sobre la mejor manera lesperar la voz, mientras mi ser intimo se arqueaba 16 Siranger (52 Siranger!33 electrizéndose para quedar en absoluto contacto con esa’ Yor que quiza ya venfa presurosa por los hilos tirantes de la noche, un repentino hormigueo, acompafiado de una quemante sensacién de calor, llen6 mi cuerpo. El calor me envolvi6 en olas espumosas y acolchadas. El interior de mi Pecho ardi6. Llamaradas altas y revueltas, Millones de hormigas aceradas invadieron mi nuca. Cref que las paredes de la cabina y el vidrio borroso de Ia puerta se estrechaban apretindome, ahogdndome. Abrasado en mi propio fuego, las orejas candentes, escuché la voz que venfa poblandose de noche y Arboles azules. Colgué el tubo, sali de la cabina, mareado, sudoroso. ‘Tropecé con un viejo. Murmuré algo confusamente. En cl horizontal espejo del fondo de la sala, vi mis ojos, mi | elo revuelto, despeinado. Caming Hombres y mujeres Ascendentes, descendentes. Las palabras de la vor brillaban en las luces acuosas del anochecer, hamacéndose, Solo. Sin embargo, aguien sabia mi existencid, conocia mi nombre, habja hablado para mi, Me detuve sobre los adoquines del puerto. A lo lejos, giraban luces verdes, Lucecitas sostenidas por brazos invisibles. En ese momento Se me antojé mi vida un desprevenido juego de luces, Apagarse. Encenderse. Miles de seres convertidos en luces. Encendidos. Apagados. Las palabras de Edith, palabras sostenidas solamente por su voz, vagaron en la noche del puerto: "He lefdo tus versos, sé que Hlegards a ser un gran poeta”, Siranger IS4 Hidith. La imaginé inclinada sobre las hojas de cuademo ibiertas con mi letra despareja. Por extrafio y desconocido ‘Micuntamiento, penetré en la Edith de ese instante, gustar _ titis versos desde ella. Agua de faroles amarillentos, quieta. Ti verso: Estas aguas del rio, silenciosas,-que esta noche nos miiran al pasar, parecieran dormir entre las cosas, -que josotros supimos despertar. Esta misma agua que ella y yo, juntos, habiamos visto oches atrés. Ahora, su voz de verdes Arboles, nadaba bajo los cielos tibios y bajos, sedosamente claros de la noche portefia: ; "Llegards a ser un gran poeta". ; Cudnto temor habfa sentido al darle esos versos. AGn no comprendfa porqué experimenté deseo de decirle que escriba versos. Bila me pidié. Cuando me puse, papel y Iipiz, sentado en ese banco de la plaza rumorosa de hojas, pijaros, colores de estatua, a tratar de eseribirlos,cref que nunca podria hacer ninguno. De pronto, el viento himedo del rio desplegé sobre mf una red lena de palabras. Escribi. Hisa noche se los di a Edith hora lla ya sabia de mi-Su voz, magica creadora de palabras nuevas, acababa de decirmelo: 4 "Llegards a ser un gran poeta”. La luz verde de un semaforo se apag6. Poeta, Luz blanca de un barco sobre el agua monétona de suefio. Juego de luces. El profundo milagro de la vida me apresaba. Sirangerl55 Edith Ieg6.)Mirandome, sonrié, Por momentos, st hermostra me creaba una especie de terror. Todas las cost hermosas me asustaban. {Hace mucho que esperés?". "Unos minutos". "Entremos, tengo sed", Sentados a una mesa de la confiteria en cuya puerta nos habfamos citado, ella, que TO Se Cansaba de mirarmeymi di “Te traje una entrada para mi concierto de esta noche". "Hoy pasé por el teatro, lef el programa; miisica de vanguardia exclusivamente”. "Me encanta; nada puede compararse al intenso placer de descubrir. Esta misica de ahora es para mi un descubrimiento", Para mi, sos vos un continuo descubrimiento", "No creas. {Qué te ocurrié que me Hamaste tan tarde por teléfono? Esperaba tu lamado pues ansiaba decirte cuanto me habjan gustado tus versos. Hay cosas ya indiscutiblemente tuyas, sf, Gerardo, ya sabés que soy contigo de una franqueza desoladora, sé que serds poeta, un gran poeta". La_voz de Faith, transformada(en_puertd> en rio amarillento, en noche salpicada de bustos bronceados, penetraba mansamente por mi piel, se deshacia en lento galopar de caballos espumosos. "A veces me das miedo". Siranger 156 1 |Miedo?". "Si, no sé cémo explicarlo, es miedo. Me parece todo tan |, tu presencia, tu nombre, tus palabras”. hora me sentis, me ves, podés tocarme’ "'S{, después de un rato de escucharte, de verte, mi temor \iparece. Entonces, me creo tinico, Ileno de un sentido vial, definitivo; me individualizo en mf mismo y cada de los seres humanos que veo o que recuerdo se lividualiza también. Comprendo, por asf decirte, nuestro \igico valor sobre la tierra". .0 es tuyo; no necesitas de mf para experimentarlo”. | "Todo ha nacido desde tu encuentro, por eso a veces me ‘inygustia saber que estamos, simplemente, abandonados al ‘jyar de un encuentro que nos ubique en nuestra justa vida". Edith sonrié. Detrs de ella, sentadas a una mesa, dos ‘thicas sonrefan también. El inquieto mirar de una de elas eld en mis ojos. La voz de Edith, suavisima, escandié las ‘palabras: "Te creés buen mozo?", La pregunta bailotes, pirueteé entre los ojos Multiplicados al infinito de la chica, hasta que el humo vigzagueante de un cigarrillo los envolvi6é. Mi cara volvié pe aos Tos espero yrapate -brillosa -regordeta - (esencajada - ruborosa -asombrada -llorosa -pélida -fresca descolorida -risuefia -fea -linda. Los espejos, a ritmo increible, se superponfan creando caras y més caras. jie, en definitiva, eran una tnica y verdadera cara:(fa mia. SirangeriS7 17 ‘Me miré las muitecas. Las manchas rojas que habta visto en ellas esa mafiana, resultaban mas visibles. Mientras el ascensor bajaba, coloqué la canasta de provisiones sobre el Piso, levanté la manga del saco blanco, miré asustado, Una mancha levemente rojiza subfa hasta el codo. El ascensor se detuvo. Atontado, Hegué a la calle. Los autos, 1a gente, los edificios, comenzaron a girar en-mis ojo enrojeciéndose de manchas. Corri. Al llegar al almacén, clejé rodar Ta eanasta por el suelo, La barba negra de Don Antonio se sacudi6 en matorral agitado por una liebre Josefa, amontonaba papas en un cajén, me miré asombrada, En dos zancadas atravesé el patio, La puerta rechin6, s¢ abrié violentamente ante mi empujén; la pieza, cama sin hacer. EI saco cayé sobre la silla. Hund? las manos en el Pantal6n, levanté el pul6ver, la camisa. Vientre y pecho rojos. Scis de la tarde. Jorge atin estarfa trabajando. El viento me empujaba, Ia ansiedad me creaba alas. S6lo pensaba en mi_cuetpo rojo. Apreté el botén, el ascensor aubi desesperante lentitud. Niimeros de los pisos: 6, 7. Salt, Timbre marrén, El sonido volvi6. Ojillos saltones. Entré Corti hacia el comedor. Jorge, recostado sobre la mesa que Siranger 158 ‘Wwufiecas algunas manchas, no les di _importancia. Ahora Jongo el cuerpo Hen ba lustrando cantaba a media voz: Aquel tapado de arminto todo forrado en lamé... "\Jorge!”, grité. Se volvié, sorprendido. q "Qué hacés aqui? ;Te pas6 algo?". Entreabri la camisa, mostré el pecho. "Qué es?”, x i "No sé. Esta mafiana, al levantarme, noté en mis Suplicante, miré su cara. Labios cortos, guesos, casi femeninos, torcidos en una mueca de de: . Pee oS: SOFCIEIOS Sn une mucea Ce cesagrade sper un segundo". sic, a mi espalda, vibré tenso en sonora Simpanada. Me volv{ para mirarlo. Sus agujas se fundian ‘gh una sola: 18 y 30. Jorge se quit6 el guardapolvo gris que {jaba para trabajar, se puso el saco azul. . "Vamos, Gerardo, no perdamos tiempo". . La mujer de ojillos saltones nos miré sin decir palabras. En la calle brillaban los faroles. Corrimos. La noche nos zi Hoguia. Llegamos frente a un ancho portén Via Wnbulancia amarilla salfa de alli en ese meee 10. Hintramos. Acereéndose a un hombre de guardapo Me Hlunco, Jorge hablé con él. Su mano me el i Acompaiiado por el hombre, volvié hacia mi, El hombre hos dijo que lo siguiéramos; caminamos por un corredor Sirangerl59 Jivamente, la orden de internaci6n.. ‘omenc€ a vestirme, Jorge, acercdndose, me dijo: “Liy mejor asi, Gerardo; allf te atenderén bien, ademds inin hacerte una revisacién como la gente". Un enfermero vino a buscarnos. Luego de atravesar jos pasillos Hegamos a un gran patio en el cual tres ibulancias de la Asistencia Pdblica esperaban lancdlicas el momento de emprender sus veloces. y \isladizas carreras por calles de la ciudad. Jorge y yo nos jlamos en la camilla; el enfermero se ubicé en el asiento lantero, al lado del chofer. Cruzamos el portén de yada. La ambulancia parecié flotar en la noche de la dad, junto a los interminentes toques de sirena que aba de vez. en cuando para que le dejaran via libre. Una brusca frenada nos incliné hacia adelante. Las ianas iluminadas de un inmenso edificio se levantaban lle nosotros. Bajamos. Los arboles de un parque echaban ‘oeanadas de sombra sobre la tierra lisa. Hospital Pasteur. Lmano de Jorge apreté mi brazo. Un incendio de légrimas did en mis ojos. acercéindose, me dij "Quitese Ia ropa”. Mis manos, temblaban; me quité el saco, el pulover, la camisa, los dejé sobre una silla verde de acero, ‘Camiseta y calzoncillo, también", dijo el hombre. Quedé completamente desnudo y ro Qué comié hoy?”. “Arvejas". i NACen nines comié pescado o alguna clase de conservas en "No". ‘Deberemos internarlo". ‘{Internarme? ;Por qué?" __ "No podemos hacerle aquf una revisacién precisa, A simple vista, sus sintomas son poco claros. No se asuste, no creo sea nada de cuidado, si , simplemente, para mayor tranquilidad conviene hacerlo". " " GY dénde me internarén?", 18 omfamos en el bodegén de un barrio portuarid. Cerca Hosotros brotaba el chirrido inmenso y alargado de Eithomly a aaa E slrenas ocultas en la noche. A veces, entre los estilizados re se dirigi6 al escritorito del rincén, escribi6, pieces dibujados en Ia vidriera, vefamos pasar la cruz Le daré una orden para el Hos; : pital Pasteur; lo leva una ambulancia". nf Siranger 160 Siranger(61 fugitiva de algdn barco, Presencia de Edith; su universo, en. el que todas las cosas se renovaban continuamente, me atrafa, me creaba increfbles impulsos. Me gustaba sentirla vivir a mi lado. EI mozo, trayéndonos la lista, se acerc6 a nuestra mesa. Al fin comerfa esos famosos pescaditos de los que Edith tanto me habia hablado. Llené los vasos lentamente; vino de subido color sangre. Levantamos nuestros vasos. Edith, murmuré: "Por vos" Bebimos. Sus ojos jugosos penetrindome. Contra mi voluntad, pensé en su cuerpo desnudo. {Te acostaste alguna vez con una mujer?”. En salto prodigioso, todo el fuego que ardia en algin lugar solitario de mi cuerpo, cay6 sobre mis orejas. Las sentf hincharse de color, abultarse a ambos lados de mi cara, dos globos_cauti Los labios de Edith me parecieron yf trozo de pulpa sangrante>> “st — Un relémpago me iluminé a Marfa Robledo. Ella era mi mujer, mi mujer desnuda, la mujer con quien yo me habia acostado. Mis manos temblaron imperceptiblemente. "gMuchas veces?", Voz de Edith, tibia como el vino. “Pocas" Cudnto me hubiera gustado le-que la mujer desnuda, ella, Edith, o la otra,(Marfa Robledo) me daba Siranger 162 ee! . ; todas las mujeres desnudas del mundo que pudieran {costarse conmigo me daban miedo, un miedo infantil, estipido, vergonzos Te agrada?". Bra Edith quien hablaba asf? La sirena de un barco choc6 contra los vidrios de pescados transparentes. El rojo ile mis orejas se hundié desvaneciéndose en su sonido. Sensaci6n apreténdome de ahogo el pecho resbalé hasta nis muslos quemantes. Las palabras préximas a salir de mi fogiones de mi ser, Enloquecido, las lancé contra esa cara y 680s ojos, envalentonados de sol que me incendiaban: "|No! Ni quiero hacerlo mas. Nunca, nunca mas. La inujer desnuda me horroriza, tengo miedo de ese cuerpo del que nace la vida. No puedo resistirlo. No quiero sentirme nunca mas al lado de un cuerpo desnudo de mujer". Los dedos de Edith se cerraron en mi mano. Ya no sonrefa, en sus ojos brillaban los faroles neblinosos del puerto. "Esta noche dormiremos juntos, Gerardo”. No comprendf. Sus palabras deshicieron el nudo extrangulador de las cosas. Levanté el vaso, bebf hasta la {iltima gota, Un sabor agriamente amargo me hizo sacudir Ja cabeza involuntariamente. Mas all4 de vidrios y peces, rugian Juces y sirenas. Encendida y morena, Edith subirfa Ge noch hast mi, definitivamente mujer. Sirangerl63, 19 Voces apagadas legaban hasta mAb os os. rosada_claridad atravesaba los _ventanales de vidri esmerilado. Casas alineadas en doble hilera. La luz del df avanz6 a Saltitos. Temeroso, alargué ante mi vista uno mis brazos desnudos, ahora totalmente rojo. Esa noche, al bajar de la ambulancia, el enfermero turno me habfa preguntado: {Siente algdn malestar?”. "No". “Bueno, por ahora le daré una cama, ya veremos mafiana qué dice el doctor". Jorge, sonriendo. "No te asustés, Gerardo, no es nada, enseguida te darén de alta”, Después, se marché. Ahora, el dia despuntaba, se enroscaba en los arboles del jardin, chocaba contra los ventanales, mariposa zigzagueante, luminosa. Colgado en Ja pared del fondo de la sala, un reloj redondo marcaba la hora: 7 y 30. Dos enfermeras, delantal blanco, entraron por la puerta de uno de los costados;-una de ellas me pregunt6: ‘{Cudndo Ileg6 usted?" “Anoche". Qué tiene Mostré uno de mis brazos . "Todo mi cuerpo esté asi", Siranger 164 "Lo vi6 ya algtin médico?". "En la Asistencia Pablica; aqui todavia no”. "Iné a buscarlo", Las enfermeras se alejaron. Al salir, se cruzaron con una jonja que entraba en ese momento trayendo una canasta Ni pan. Acercéndose a la mesita de luz. de cada enfermo, ié dejando sobre ellas un pancito dorado. Al llegar a mi lo, sonrié dulcemente. Por primera vez. vefa una monja de ‘terea. No era linda, aunque algo en su sonrisa me cautiv6. Siempre habia creido que las monjas tenian algo de paviotas, de palomas o de aves blancas para mi dlesconocidas; me_asombré encontrarla tan parecida a una Mujer. Dos enfermeras que empujaban un carrito en el que (fafa tazas y una jarra de mate cocido se acerearon a mi fama. La monja, cuyos labios se movieron como si fuera a decir algo, apagé la sonrisa y se fué. Una de las enfermeras, yorda , de pechos enormes y flojos, me sirvié el mate cocido en una de las tazas enlozadas. ‘Terminaba de beberlo cuando la enfermera que habfa entrado esa mafiana en primer término, volvié acompaiiada de un hombre joven, seguramente —_el_ médico. Inclindndose, firdndome-a través de los vidrios gruesos y tedondos de sus anteojos, me pregunt6: ~"Veamos esas manchas gfe molestan? "No, doctor". Sin darme tiempo para continuar, de un manotazo, me destap6. Sus ojos vidriosos y los de la enfermera se Sirangeri65 incrustaron en mi cuerpo. Inclinado sobre mi, fué posando sus manos sobre mis brazos y muslos, luego en distintas partes del pecho y estémago. A veces, acentuando la presi6n de sus dedos, preguntab: " {Duele?". No, no dolfa, Tampoco me importaba. En cambio, la mirada de la enfermera me Ienaba de indecible vergiienza. Por fin el doctor terminé con su manipuleo, me cubrié otra vez. con las frazadas. Lo miré con no disimulada ansiedad. "No creo que sea nada de importancia -dijo- volveré enseguida". Continuaron Ia recorrida. Algunos enfermos se quejaban, Nada de importancia, ,¥ si la tuviera? ;Qué podrian hacer por mf? Nada, seguramente nada, Todos los médicos del mundo serfan impotentes. Apenas si eran hombres, Y yo también era uno, un hombre, aunque solo y rojo, Me podfa morir y todos esos dfas de mi vida en que me habia aburrido sin saber qué hacer, no me servirian, ahora que los necesitaba, para nada. Habfa malgastado existencia, Las cosas parecfan acercarse a un lejano parecido con las cosas de los suefios. Morir serfa como dormirse jy las cosas? , tlos hombres _se_regodearon_con_mi_cuerpo_indefenso ( puesto a Tas miradas de sus ojos saltones en los vidrios de [ps anteojos. | Ta vor del viejo, espesa, cay6 sobre mi cara en jarabe unargo y viscoso: "(Tuviste tltimamente relaciones con alguna mujer?". "Usted quiere decir si yo". ‘ "Eso mismo". No, doctor". % Viven tus padres "No; murieron hace poco en un accidente". ";Sufrfan de alguna enfermedad? "Que yo sepa. no", "{Qué comiste ayer? gPescado, cosas env helados’ Ne "{Qué, entonces?", " Arvejas". "Bueno, no es por alli el asunto -murmuré como hablando consigo mismo- decime, no te habris hecho, por casualidad, frotaciones en Ia piel con alguna pomada?", "Si, doctor", “Ah, eso ya es otra cosa {cuando ocurri6?’ las, Siranger!67 “Hace unos dfas) creo que". "Ya lo dirds; por ahora basta". Quiténdose los lentes, comenz6 a limpiar sus vidrios, Pafiuelo blanco, perfumado. Luego, volviéndose hacia médico que habfa permanecido a su lado sin decir palabr: dijo: "Ya_lo_ve, mi querido amigo, un hermoso casos intoxicaci6n por Ja piel”. 20 Las tes de la tarde, Forge, Acostado, estarfa durmiendo. Calles desiertas, luviosas; las hojas de los drboles parecfan escurrir un jugo verdoso, azucarado. Las palabras de Jorge, sus palabras de todos los dfas, se ahuecaban, se transparentaban en esas gotas melancélicas que sacudian el brillo de la tarde con algo de sonrisa de mujer hipnotizada: "Hemos tocado todos los resortes; s6lo debemos esperar ahora que la suerte nos acompaiie”. Habfamos visitado ya a todos sus amigos y conocidos. La salvacién, el triunfo, la victoria, no podrian tardar en llegar. jY nos habfan prometido tantos puestos! Desde cronista deportivo en una nueva revista, hasta cantor de orquesta tipica pasando por recitador de cosas gauchas y mucamo en casa de una familia distinguida, Levanté la vista; ese era el ntimero. Subf por la escalera hasta el segundo piso. Apreté el bot6n del timbre. Una Siranger 168 4 de unos cuarenta afios aparecié a mi llamado. Wuenas tardes -dije- ZEs usted la sefiorita Marfa edo? igi" ‘Yraigo para usted una carta de Jorge Retio ". ‘Jorge? Hace afios que nada sé de él. {Lo ve usted uido?”. pst” "4Qué hace ahora? gA qué se dedica? ,Cémo se wuentra,”. "Siempre lo mismo", Contesté sin saber qué contestar. ",Espera respuesta?". r; “Entonces, hdgame el favor de entrar, sefior". "Leni, Gerardo Leni". Indicdndome un asiento, la mujer se sent6 en otro, rasg6 @1 sobre: "Discélpeme sefior Leni que lea la carta en su presencia” La miré: lefa atentamente. Pensé que, a pesar de la edad, Algo més de cuarenta afios, calculé, era atin muy hermosa. Habja_cruzado las piernas y alcanzaba a ver un trozo de muslo sonrosado y flojo. Traté de evadirme de ella, de su presencia, de ese trozo de muslo sobre todo. Pensé en Jorge. Al mediodia me habia dicho: 'A eso de las tres, llevardis personalmente una carta que escribf para una antigua amiga mia. No la veo desde hace Sirangeri69 as)

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