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Colegio N° 5 “Bartolomé Mitre” D. E.

2 Región III Comuna 3


4to año, orientación Cs. Sociales
Asignatura: Sociología
Docente: Prof. Celeste Viedma

Unidad 1: La sociología como disciplina científica


Trabajo práctico domiciliario

En la presente página encontrarás una serie de preguntas que deberás responder, en la medida de lo
posible, con tus propias palabras. Para ello, es importante que utilices el texto a continuación. Es
condición para que el trabajo esté aprobado no googlear las respuestas.
Podés enviarlo por mail (mceleste.viedma@bue.edu.ar) o por whatsapp (1151491445). Ante
cualquier duda, también podés consultarme por ambos medios.
El trabajo puede hacerse por computadora, o bien manuscrito (“a mano”) y enviarse por foto. En
cualquiera de los dos casos, es importante que incluyas carátula en hoja aparte con el título del trabajo,
tu nombre y apellido y el curso.
Fecha de entrega: martes 26 de abril.

Consignas:

1.1 ¿Qué es la sociología?


1- ¿Cuál es el objeto de estudio de la sociología? ¿Hay una definición única de ese objeto?
2- ¿Cuáles son los dos puntos en que coinciden las distintas teorías sociológicas?
3- ¿Qué es la imaginación sociológica?
4- ¿Cuáles son, de acuerdo a Durkheim, las dos características fundamentales de lo social?
5- Explicá con un ejemplo la frase de Durkheim: “lo social se explica por lo social”.
6- ¿Qué es el sentido común y por qué la sociología es “una ciencia que incomoda”?

1.2 Los orígenes de la sociología: la cuestión social


7- ¿Cuál es el contexto histórico en el que surge la sociología como ciencia?
8- ¿Por qué Weber se refiere a un “desencantamiento del mundo”?
9- Caracterizá las dos clases sociales que surgieron a partir de la Revolución Industrial.
10- ¿A qué se denominó “cuestión social”?

1.3 Explicaciones sociológicas sobre el surgimiento del capitalismo


11- ¿Qué fue para Marx la acumulación originaria?
12- ¿En qué sentido dice Marx que los trabajadores eran “libres”?
13- ¿Por qué el trabajo de Marx incomodó a las teorías liberales acerca del Estado?
14- ¿Qué crítica le hace Weber a la visión de Marx sobre el origen del capitalismo?
15- ¿Qué factor fue central, según Weber, para la emergencia de un “espíritu capitalista”?

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1.1 ¿Qué es la sociología?
La palabra sociología fue inventada hacia mediados del siglo XIX por un filósofo francés llamado
Auguste Comte. Está compuesta por el latín socialis, que significa sociedad, y el griego logos, que
significa ciencia. Es decir que la socio-logía es la “ciencia de la sociedad”, aquella disciplina científica
abocada al estudio del mundo social.
Pero entonces, ¿qué es una sociedad? Como todas las ciencias sociales, la sociología no brinda una
única respuesta a esta pregunta. Ella no se aferra a un único punto de vista acerca de su objeto de
estudio, sino que contiene en su interior una diversidad de tradiciones o teorías sociológicas. Por eso, la
sociología es una disciplina abierta y en constante elaboración.

Hacia una definición de la realidad social


Ahora bien, que existan distintas respuestas no significa que pueda haber cualquier respuesta. En
otras palabras, las distintas tradiciones tienen puntos en común. Al menos, podríamos identificar dos: 1)
la separación entre la realidad individual y la realidad social, siendo esta última relacional; y 2) la
consideración de que lo social es una realidad que se transforma con el tiempo, es decir, que lo social es
histórico. Pasaremos a explicar cada una de estas afirmaciones.

- No es individual, es relacional
En general, nos acostumbramos a pensar en los seres humanos de manera aislada, en vez de
considerarlos como producto de la realidad social en la que viven. Una de las premisas básicas de la
sociología es considerar al mundo social en su carácter relacional, como un sistema de relaciones que no
se explica por las características individuales de sus integrantes. Podríamos decir que, en sociología, es
verdadera la siguiente afirmación: “el todo es más que la suma de las partes”. En otras palabras: la
sociedad es más que la suma de los individuos que la componen, por lo tanto, pensar el mundo social
implica ir más allá de la realidad individual y dar cuenta de su relación con el todo. La ca pacidad de
reflexionar acerca de la relación entre la experiencia vivida individual y el contexto social es lo que el
sociólogo Wright Mills denominó imaginación sociológica. Ejercitando esta cualidad mental podemos
descubrir el carácter social de lo que a simple vista juzgamos meramente individual.
Incluso las decisiones que nos parecen más íntimas pueden ser explicadas por las relaciones
sociales en el seno de las cuales ocurren. Por ejemplo, el francés Émile Durkheim, considerado uno de
los “padres fundadores” de la sociología, demostró por medio de una serie de complejas asociaciones
estadísticas que algo aparentemente tan “individual” como el acto de cometer suicidio podía ser
explicado por causas sociales:

Si se considera el conjunto de los suicidios cometidos en una sociedad dada, durante una
unidad de tiempo determinado, se comprueba que el total así obtenido no es una simple
adición de unidades independientes o una colección, sino que constituye por sí mismo un
hecho nuevo y sui generis, que tiene su unidad y su individualidad, y como consecuencia, su
naturaleza propia, y que además esta naturaleza es eminentemente social.
Durkheim, E. (2004) El Suicidio. Buenos Aires: Libertador, pág. 13.

En vez de considerar al suicidio como una acción individual, Durkheim lo abordó como “hecho
social”, es decir, como una realidad objetiva que podía ser explicada a partir de leyes. A través de una

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serie de estudios estadísticos sobre la tasa de suicidios, analizó la relación entre este hecho y las distintas
formas de funcionamiento de las sociedades.
Lo social no puede ser explicado por el carácter de los individuos que integran la sociedad. Al
contrario, son las relaciones sociales aquello que permite entender los modos de actuar individuales.
Durkheim precisó que el objeto de estudio de la sociología tenía dos características fundamentales: es
exterior a los individuos, puesto que no emerge de ellos sino que los precede, y es coercitivo, es decir, es
una fuerza que les impone modos de actuar, de hacer y de decir. Que sea exterior significa que es una
“realidad sui generis”, es decir, una totalidad que es más que la mera suma de sus partes. Y que sea
coercitivo implica que ejerce sobre las personas una fuerza que las condiciona. Por eso, toda explicación
sociológica debe partir de la siguiente premisa: “lo social se explica por lo social”. Es decir, no debemos
buscar la explicación de los hechos sociales en lo individual, ni tampoco en lo biológico, sino en lo
social mismo.
Otro de los “padres fundadores” de la sociología, el alemán Karl Marx, coincidía con Durkheim
en este aspecto, aunque no en muchos otros. Así, Marx decía que, en el transcurso de nuestras vidas,
establecemos determinadas relaciones con otras personas, que son “necesarias e independientes de
nuestra voluntad”. Es decir que nos vemos obligados a entrar en un sistema de relaciones que no hemos
elegido individualmente, pero que necesitamos para subsistir. Por lo tanto, el carácter relacional del
mundo social es también su carácter coercitivo y exterior. Pero esto no significa que la sociedad no sea
también un resultado de la acción de los seres humanos. Marx también decía que “los hombres hacen su
propia historia, pero no en condiciones elegidas por ellos”. El mundo social es construido en forma
cotidiana por hombres y mujeres, al mismo tiempo que los influye y condiciona. Hasta dónde es posible
orientar la transformación de la sociedad es una pregunta que divide a las teorías sociológicas hasta el
día de hoy.

- No es inmutable, es histórico
Lo dicho hasta aquí no debe conducirnos a creer que la sociedad es eterna, que está “dada” de una
vez y para siempre. Al contrario, el mundo social se encuentra en constante cambio. Estamos
acostumbrados a creer que el mundo en el que vivimos seguirá siendo igual en el futuro, pero esto no es
así. Cualquiera sea la tradición sociológica que utilicemos para pensar el mundo social, no hay ninguna
que lo conciba como inmutable. Aún si estas transformaciones no pueden ser orientadas por la voluntad
humana, ellas suceden. La sociología intenta explicar los cambios en la sociedad y, por lo tanto, el
estudio de esta disciplina permite comprender que ningún orden social es eterno.
El francés Pierre Bourdieu afirma que la sociología es “una ciencia que incomoda”, que molesta
al statu quo, que pone incómodos a los grupos sociales más poderosos, justamente porque muestra que
sus privilegios no son naturales sino un resultado histórico y, por tanto, pueden ser modificados:

La sociología es una ciencia que incomoda porque, como toda ciencia (“no hay más
ciencia que la de lo oculto”, decía Bachelard), devela cosas ocultas, y que, en este
caso, se trata de cosas que ciertos individuos o ciertos grupos prefieren esconder o
esconderse porque ellas perturban sus convicciones o sus intereses.
Bourdieu, P. (1997) Profesión: científico, en Capital cultural, escuela y espacio social. México: Siglo XXI,
pág. 65.

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Se trata de una ciencia que “revela cosas ocultas”, cosas que muchas veces no nos gusta oír,
porque tomamos el mundo social como un mundo natural. De allí que la sociología se oponga al sentido
común, es decir, a aquellos significados que orientan nuestras acciones cotidianas y que tenemos
incorporados como “naturales”. Naturalizar el funcionamiento de la sociedad significa considerar lo que
es un constructo como si estuviera “dado”, lo que es histórico como si fuera eterno, lo que es de una
cierta manera como no pudiendo ser de otro modo. La sociología nos muestra que todo aquello que
tenemos naturalizado es en realidad un producto social, un resultado histórico del sistema de relaciones
sociales en el que estamos inmersos. Ella nos permite entender que “casi todo podría ser de otra
manera”, según dice el español Vincent Marqués. Por eso, la sociología es una ciencia crítica, que
tiende des-naturalizar nuestro modo de pensar.

1.2 Orígenes de la sociología


Previamente vimos que el término “sociología” surgió a mediados del siglo XIX. Pero, ¿es que no
hubo antes ninguna reflexión sobre el carácter social del ser humano? Claro que sí, pero lo que ocurrió
entonces fue la formalización y profesionalización de este conocimiento en una disciplina científica.
Para entender este proceso de institucionalización de la sociología, la consolidación del conocimiento de
lo social como ciencia, tenemos que ubicarlo en el contexto de las profundas transformaciones sociales,
económicas y políticas ocurridas en Europa central desde mediados del siglo XVIII. También llamada
“ciencia de la crisis”, la sociología es producto de un mundo convulsionado por dos grandes
revoluciones: la Revolución Francesa y la Revolución Industrial en Inglaterra, cuyos impactos se
sintieron a lo largo y a lo ancho del mundo.
En primer lugar, la consolidación de los Estados nacionales modernos implicó una reorganización
del poder y un cambio en los modos de legitimarlo. El lugar que antes ocupaban la religiosidad y los
ritos comunitarios en el mundo feudal fue reemplazado por otras ideas como la fe en el progreso de las
ciencias y la autonomía individual. El sociólogo alemán Max Weber describió este proceso como un
“desencantamiento del mundo”, en la medida en que la realidad ya no sería comprendida por medio de
la magia o el mito, sino explicada a través de la razón. Ello implicó el resquebrajamiento de los valores,
costumbres y modos de vida tradicionales. En este contexto, las reflexiones acerca de lo social se
realizaron desde una gran preocupación acerca de cómo otorgar estabilidad al orden social emergente.
Paralelamente, se produjeron una serie de transformaciones tecnológicas entre las que se destacan
el desarrollo de la industria y la revolución en los transportes por la invención de los ferrocarriles y
barcos a vapor. Estos avances posicionaron a las naciones europeas a la cabeza del desarrollo capitalista,
al tiempo que posibilitaron la inserción en la economía mundial de Europa Oriental, Asia, África y
América Latina como proveedores de materias primas. Sus consecuencias sociales se hicieron sentir
también al interior de Europa Occidental, dando origen a dos nuevas clases sociales relacionadas con la
industria naciente: los burgueses y los proletarios.

Nuevas clase sociales: burgueses y proletarios


Denominamos burguesía a los dueños de las fábricas, fundamentalmente textiles y metalúrgicas,
que emergieron en las ciudades de Inglaterra y luego se expandieron por otros países de Europa
Occidental como Francia y Alemania. Aunque al comienzo esta nueva clase social no estaba organizada,
poco a poco fueron conformando asociaciones para defender sus intereses y ganar influencia política. En

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el otro extremo, encontramos a los proletarios, clase social conformada por los obreros que eran
empleados como mano de obra en las fábricas.
Los avances tecnológicos generaron una progresiva mecanización que fue reduciendo el trabajo a
una actividad parcializada y repetitiva. En las fábricas, el trabajador se asemejaba a un engranaje más de
las máquinas, repitiendo una y otra vez la misma tarea mecánica. Testigo de estos procesos, la
sociología emergió articulada con una fuerte preocupación por las condiciones de vida y trabajo de los
trabajadores industriales, que se conoció como “cuestión social”.

La “cuestión social” en el ojo de la tormenta


Los primeros obreros industriales tuvieron orígenes diversos: algunos habían sido artesanos que,
con los avances tecnológicos, no pudieron competir con las grandes fábricas, otros eran jóvenes que
debieron incorporarse al mundo del trabajo tras el crecimiento poblacional, mientras que otros eran
migrantes de otros países o campesinos que fueron expulsados masivamente de sus tierras y tuvieron
que mudarse del campo a la ciudad.
Sus condiciones de vida y de trabajo eran sumamente denigrantes. La jornada laboral se extendía
durante todo el día, a veces hasta 16 horas, los salarios eran extremadamente bajos y en ocasiones
consistían en módicos “vales” para canjear en tiendas. Las fábricas no tenían condiciones adecuadas de
higiene y seguridad, por lo general estaban mal ventiladas y albergaban una gran cantidad de
trabajadores en medio de maquinaria peligrosa. En caso de accidentes o enfermedades laborales, los
trabajadores no tenían derecho a ninguna compensación. Por otro lado, la rápida urbanización provocó
que en los barrios urbanos los hogares obreros estuvieran en condiciones de hacinamiento, sin servicio
de luz eléctrica, agua potable o cloacas, situación que los exponía a graves epidemias.
Una mención aparte merece el trabajo infantil, cuyas condiciones de explotación fueron
denunciadas por religiosos, filántropos y reformadores. La situación de las mujeres no era muy
diferente: realizaban tareas peligrosas e insalubres a la par de los hombres y además se veían en absoluta
desprotección ante la situación de embarazo y puerperio, dado que no gozaban de licencia. Por último, al
igual que en el caso de los niños, su paga era considerablemente menor a la de los varones.
El conjunto de estas nuevas condiciones de vida y trabajo comenzó a ser problematizado con el
nombre de “cuestión social”, que refería a lo que hoy en día conocemos como pobreza o pauperismo.
Que lo social se constituya en una “cuestión” significa que se vuelve un problema, es decir, objeto de
una serie de preguntas. ¿Qué hacer con este problema? ¿Cuáles son sus causas? ¿Es necesario actuar
para resolverlo o se corregirá sin necesidad de intervenir? Así, diversos sectores letrados comenzaron a
advertir acerca de la extrema miseria y degradación de amplios sectores de la población, proponiendo
desde soluciones reformistas tendientes a la obtención de derechos hasta las más revolucionarias que
pugnaban por la superación del sistema capitalista. También había quienes, confiados en las bondades
del “progreso” tecnológico, sostenían que la “cuestión social” se resolvería con el tiempo. Por otra parte,
los mismos trabajadores comenzaron paulatinamente a organizarse en sindicatos y a luchar por mejorar
su situación, dando origen a conflictos que también fueron objeto de reflexión sociológica.

1.3 El capitalismo: un problema fundante


Llamamos capitalismo al sistema organizado por dos clases sociales fundamentales (la burguesía
y el proletariado), que se consolidó codo a codo con el fortalecimiento de los Estados nacionales hacia

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mediados del siglo XVIII. Las relaciones sociales capitalistas son aquellas establecidas entre un sector
reducido, que es dueño de los medios de producción (máquinas, herramientas, instalaciones y todo lo
necesario para producir), y aquella clase que, por no poseer nada más que su fuerza de trabajo
(capacidad para trabajar), se ve obligada a ofrecer dicha fuerza a cambio de un salario. Muy
tempranamente, la sociología comenzará a debatir distintas teorías explicativas sobre los orígenes de
este sistema. El surgimiento del capitalismo se convertirá, de este modo, en uno de los problemas
fundantes de la disciplina.

Marx y la acumulación originaria


¿Cómo se formaron la burguesía y el proletariado? ¿Qué procesos históricos favorecieron el
surgimiento de estas dos nuevas clases sociales? Karl Marx señaló que para la aparición del capitalismo
fueron necesarios dos factores complementarios: 1) por un lado, la disponibilidad de mano de obra, es
decir, que amplios sectores de la población se vieran obligados a ofrecer su fuerza de trabajo a cambio
de un salario para subsistir; y 2), por otro lado, la acumulación de capital, es decir, del dinero necesario
para que pudieran fundarse las primeras fábricas. El autor denominó acumulación originaria al proceso
conjunto que dio origen a ambas clases sociales y, como veremos a la brevedad, el papel del Estado fue
fundamental en él.
Por un lado, la revolución tecnológica permitió que la producción en el campo requiriera menos
mano de obra debido a la existencia de maquinaria rural cada vez más perfeccionada. Asimismo, a
través de una serie de leyes, el Estado facilitó los cercamientos de tierras, produciendo la unificación,
bajo la propiedad de grandes capitalistas, de tierras que hasta el momento habían sido trabajadas por
campesinos. Marx calificó este proceso como “una cruzada de expropiación a sangre y fuego”, ya que
los campesinos fueron duramente reprimidos y perseguidos para garantizar el control de la tierra por
parte de los terratenientes, que la requerían para proveer de lana a la naciente industria textil. Incluso se
reprimió una práctica que hasta el momento era habitual: la recolección de leña suelta y frutos caídos de
los árboles. Con las nuevas leyes, esta costumbre pasaría a ser calificada como un robo o daño a la
propiedad terrateniente.
Los cercamientos y la persecución de los antiguos campesinos expropiados desencadenaron un
proceso de masiva migración a las ciudades, donde estos trabajadores rurales que se habían quedado sin
ocupación pasaron a desempeñarse como obreros fabriles. De este modo, surgió la mano de obra “libre”
que las nuevas fábricas necesitaban disponible para el trabajo. Marx decía que la conquista de la
“libertad individual” tuvo un doble sentido. Por un lado, los trabajadores eran “libres” de vender su
fuerza de trabajo a cambio de un salario, podían elegir “libremente” un empleo que resultara de su
conveniencia. Pero, por otro lado, se encontraban ellos mismos “libres” de los medios de producción de
los que habían sido desposeídos, lo que, paradójicamente, convertía esa primera “libertad” en una
situación forzosa. Es decir, bajo el capitalismo, el trabajador se ve obligado a vender su fuerza de trabajo
como único medio de subsistencia, dado que no es dueño de los medios que se requieren para producir
bienes y servicios (maquinaria, herramientas, instalaciones, etc.) Este último sentido de la “libertad”,
que hacía del trabajador un ser desposeído, era el que los grandes relatos de la modernidad solían dejar
en las sombras, oculto bajo las bondades del “progreso”.
Ahora bien, ¿qué hay de la burguesía industrial? Vimos que los cercamientos favorecieron la
concentración de la propiedad de la tierra, pero, ¿cómo se produjo la acumulación de capital que daría

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origen a los nuevos empresarios fabriles? Marx criticó las filosofías liberales del siglo XVIII, que
tendían a presentar al capitalista como un individuo de astucia singular que, fruto del esfuerzo y del
ingenio, logró ahorrar hasta convertirse en un gran empresario. Es decir, criticó la visión del capitalista
como un “emprendedor” sagaz que logra acumular dinero gracias a su inteligencia y mérito. A través de
un minucioso análisis histórico, demostró el papel fundamental que tuvo la expansión colonial, así como
la explotación de las poblaciones conquistadas a través de la caza y el tráfico de esclavos. Es decir, que
en los orígenes del capitalismo moderno no estaba el ingenio de los capitalistas sino un violento proceso
de expropiación:

El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata en América, el exterminio,


esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo
de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza
comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista.
Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria.
Pisándoles los talones, hace su aparición la guerra comercial entre las naciones europeas,
con la redondez de la tierra como escenario (...) La violencia es la partera de toda sociedad
vieja preñada de una nueva.
Marx, K. (2011) Capítulo XXIV: La llamada acumulación originaria, en El capital. Tomo I. Volumen 3.
Buenos Aires: Siglo XXI, pág. 939-940.

De este modo, Marx demostró que el Estado, a través de los cercamientos de tierras, la violenta
represión de los desposeídos y la expansión colonial, tuvo un papel fundamental en el nacimiento del
capitalismo. Por eso, su trabajo resultó especialmente incómodo para las teorías liberales que sostenían
que era necesario reducir al mínimo la intervención del Estado en la economía, posibilitando el “libre
juego” de las fuerzas del mercado. Impulsado en sus orígenes por una decisiva acción estatal, el
capitalismo una vez consolidado clamaría por la retirada del Estado, en un intento por garantizar su
propia reproducción.

Weber: el papel de la ética protestante


Algunas décadas después, el sociólogo Max Weber intentó demostrar que no todo en la historia
podría explicarse por procesos económicos. La explicación de Marx acerca del desarrollo del
capitalismo le resultaba insuficiente. Por eso, desarrolló una investigación concentrada en factores
culturales, entre los cuales la religión protestante tuvo un papel fundamental.
La religión protestante fue iniciada por Martín Lutero en el siglo XVI como una crítica a la Iglesia
católica. Conocido como “la Reforma”, este movimiento dio origen a distintas iglesias y corrientes
agrupadas bajo el protestantismo (calvinistas, pietistas, metodistas, bautistas, entre otros), que crecieron
en los siglos posteriores. Weber observó que la religión protestante inculcaba valores fundamentales
para la génesis del capitalismo, tales como el amor al trabajo, el ahorro y cierto apego a lo material que
distinguía a esta religión de la católica. El protestantismo sostenía una ética que valoraba especialmente
el ejercicio profesional, al mismo tiempo que despreciaba el ocio y el consumo lujoso. De este modo, la
ética protestante colaboró a forjar un “espíritu capitalista”, es decir, una mentalidad que aspira a la
obtención de lucro por medio del trabajo.
Según la doctrina protestante, la actividad profesional y la conducta ascética son deberes que
deben cumplirse por mandato divino. Ante los ojos de Dios, no vale la vida monástica de oración que

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pregonaba la tradicional religión católica, sino una incesante laboriosidad que permitiría a cada
individuo conocer su destino. Así, esta religión formaba individuos austeros que hacían del trabajo la
razón de sus vidas:

El poder ejercido por la concepción puritana de la vida no sólo favoreció la formación de


capitales, sino, lo que es más importante, fue favorable sobre todo para la formación de la
conducta burguesa y racional (desde el punto de vista económico), de la que el puritano fue
el representante típico y más consecuente; dicha concepción, pues, asistió al nacimiento del
moderno “hombre económico”.
Weber, M. (2006) La ética protestante y el espíritu del capitalismo. La Plata: Terramar, pág. 220-221.

El esfuerzo de Weber estuvo en demostrar que los valores culturales promovidos por la ética
protestante tenían gran afinidad con la formación del capitalismo. Un aspecto cultural de la realidad
social, vinculado al modo en que los individuos otorgan sentido al mundo por medio de la religión,
favoreció directamente el proceso económico de acumulación de riqueza.
Como puede observarse, la perspectiva de este autor se orienta a comprender el sentido de la
acción social. Para Weber, la sociología no debe buscar leyes generales, sino establecer relaciones
causales de afinidad centrándose especialmente en los aspectos subjetivos de la vida social, es decir, en
los significados y valores que las personas otorgan a su mundo. Esto no significa que se trate de sentidos
“conscientes”: los protestantes no sabían que, por medio de la religión, estaban forjando un “espíritu
capitalista”, este aspecto de su accionar estuvo fuera de su control y voluntad. Sin proponérselo,
contribuyeron por medio de su ética singular a desarrollar el espíritu capitalista.
Con el tiempo, el sentido religioso que tenía la vida profesional y ascética se fue perdiendo, de
modo que de aquella ética protestante fue quedando sólo su cáscara mundana:

El estuche ha quedado vacío de espíritu, quién sabe si definitivamente. En todo caso, el


capitalismo victorioso no necesita ya de este apoyo religioso, puesto que descansa en
fundamentos mecánicos (...) Nadie sabe quién ocupará en el futuro el estuche vacío, y si al
término de esta extraordinaria evolución surgirán profetas nuevos y se asistirá a un pujante
renacimiento de antiguas ideas e ideales; o si, por el contrario, lo envolverá todo una ola de
petrificación mecanizada y una convulsa lucha de todos contra todos.
Weber, M. (2006) La ética protestante y el espíritu del capitalismo. La Plata: Terramar, pág. 230-231.

Como mencionamos previamente, lo que sucedería con la expansión del capitalismo y la


consolidación de los Estados nacionales sería un proceso de “desencantamiento del mundo”, es decir, la
pérdida del halo sagrado que cubría las relaciones sociales en la vida premoderna. Este proceso
avanzaba en forma paralela a una profunda racionalización de todos los aspectos de la vida, que hacía
del cálculo racional y la eficiencia sus pilares fundamentales. Ese predominio de la razón que tuvo sus
orígenes en el mundo religioso seguiría su curso fuera de él, despojado de su sentido original. Por eso,
Weber describió este resultado como una fría “jaula de hierro”, en la que las personas quedaban presas
de la creciente eficiencia de los procesos mecánicos de la empresa y del burocrático Estado moderno, sin
poder dar un sentido a sus vidas.

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