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Hacia Una Estética Trascendental Ensayo Sandoval Ivan
Hacia Una Estética Trascendental Ensayo Sandoval Ivan
Introducción
Friedrich Schiller, en sus Cartas sobre la educación estética del hombre, se propone
recuperar a la belleza como una manifestación de la verdad, y esto a partir de una crítica a
las distintas escuelas y corrientes filosóficas; con ello luego ejerce una sistematización de la
belleza, lográndolo principalmente a partir de una base solvente que encontró en la filosofía
kantiana, pero que sin embargo logra también imprimirle una identidad genuina a partir de
su propia filosofía. Veremos que la filosofía de Schiller se encuentra muy influida por Kant
en tanto que va haciendo uso de conceptos tales como los del libre juego o el de la belleza
como un fin en sí misma y que goza de pleno desinterés en un sentido empírico. El gusto y
la belleza en términos kantianos influirán fuertemente en la filosofía de Schiller, estos
conceptos entendidos por Kant como la “facultad de juzgar un objeto o modo de
representación por un agrado o desagrado ajeno a todo interés. El objeto de semejante
agrado se califica de bello” (Kant, 1968, p.50). Sin embargo, será el papel que juega la
estética en la moral aquello que Schiller criticará de Kant, llegando a agudas conclusiones
sobre la ética kantiana. El presente trabajo tiene por objetivo entregar luces generales sobre
la filosofía de Schiller, un autor que tenemos un tanto olvidado en la tradición filosófica,
para luego desde la misma emitir una crítica a la ética kantiana, y concluir finalmente
haciendo una lectura contemporánea del autor oriundo de Suabia.
Es pues, la Naturaleza la primera madre del ser humano, el impulso vital del cual
emerge la vida misma; y es luego el impulso formal quien se eleva a través de la Razón y
proclamando así leyes que exigen universalidad, pero ha de ser el corazón entendido como
voluntad, el impulso vital mismo, quien la empuja de una manera viva. Podemos anticipar
desde aquí una diferencia radical entre Schiller y Kant. El prusiano concibe a la voluntad
como súbdita de la Razón, llegando así a la buena voluntad capaz de determinarse a sí
misma racionalmente por obligación hacia el deber, dice Kant: “yo no debo obrar nunca
más de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal” (2007,
pp. 15-16), aquél es su imperativo categórico. Mientras que Schiller propone a la voluntad
como una de las tantas facetas del ser humano, que trabaja de la mano con su parte racional,
pues no se entendería la Razón si no lo es de la mano con la voluntad y viceversa. El
entendimiento se abre paso a través del corazón, y así es como la belleza no sólo le abre el
paso a la inteligencia, sino que la amplifica y la mejora permanentemente. Podemos ver con
mayor claridad pues, como el ideal schilleriano se identifica completamente en un principio
con aquel ideal kantiano, que dice: “Los pensamientos sin contenidos están vacíos; las
intuiciones sin conceptos son ciegas” (A-51), y le da un giro en el cual podemos decir, con
conceptos ahora propiamente schillerianos que la Naturaleza sin forma será contenido
huérfano, y que la Razón sin Naturaleza es una potencia infinita pero vacía de contenido; y
siendo solamente cuando ambas operan de la mano cuando aparece la estética como
infinitud plena, y a este tercer estadio Schiller le dio el nombre de juego o de impulso
lúdico, que será el gesto de su filosofía trascendental. Separándose así finalmente de Kant
en tanto que este último no logró superar esa antropología dicotómica que tanto el suabo
como el posterior Romanticismo rechazan tajantemente.
Será pues el estado en el cual confluyan tanto Naturaleza como la Forma, libres ya
de toda violencia, al que llamaremos estético, y será también en dónde se fundamenta la
intersubjetividad, pues a través de la educación estética nos educamos integralmente y le
damos el carácter plural al mundo en el cual nos desenvolvemos y construimos, el juego
crea mundos por medio de la libertad entendida como ausencia de determinaciones, y luego
los llena en el plano moral de contenido empírico, llegando a un estadio cultural en dónde
hay cabida para lo político. Es a través de este concepto de ludo como se deja de lado el
ideal de animal racional que predominó durante la Ilustración, razón por la cual Schiller fue
junto a Goethe uno de los antecesores directos y más importantes del Romanticismo.
Como vimos en ciertos pasajes del punto anterior, la crítica que Schiller le hace a
Kant se debe a la empresa que este último tuvo al alzar el deber ser de la razón como un
mandato que une de mala gana dos temples del ánimo incompatibles (el impulso vital con
el formal, poniendo a la Razón por encima de la Naturaleza). Dice Kant: “voluntad libre y
voluntad sometida a las leyes es una y la misma cosa” (2007, p.60). Y es que a través de
este imperativo lo que gobierna al hombre no es la belleza sino el temor, convirtiéndolo en
su estadio moral en un mero animal racional incapaz para los sentimientos nobles. Lo que
Schiller nos muestra es que a través del temple estético de ánimo el hombre no sólo deja de
establecer a la moral como un mandato imperativo de la razón, sino que este se encuentra
predispuesto naturalmente a transformar el deber en ser y hacer así de la libertad su
naturaleza a través del concepto del juego, estableciendo una armonía e integridad en el
total de sus facultades, y correspondiéndose nuevamente el deber con el placer, entendiendo
este último como un placer estético y espiritual, y no como la mera satisfacción de los
sentidos. Si Kant en su Crítica del juicio establecía una revisión rigurosa y crítica de la
belleza; Schiller propone a la belleza misma como crítica (Zubiria, 2016). Comprender y
vivir el mundo a través de la belleza es la tarea que emprende Schiller a través de sus
cartas, recuperando nuevamente al hombre en términos de grandeza y nobleza, pero
también de humildad.
El juego, tanto en Kant como en Schiller puede entenderse como aquella actividad
que saca al hombre de su quietud, entregándole su condición de humanidad. Sin embargo,
para el prusiano este no se establece como un fundamento de la ética, sino como un espacio
en donde el sujeto alcanza una libertad de adecuación entre la forma y la experiencia del
fenómeno como objeto de conocimiento, pero este libre juego kantiano no puede aplicar
contenido empírico alguno, mucho menos así puede la facultad de juzgar tener un peso real
en el mundo de lo moral, sino que este se fundamentará netamente en la máxima del deber
y en el concepto de la buena voluntad, la cual se puede alcanzar solamente desde la Razón
en sentido universal. En cambio, el juego tal y como lo concibió Schiller es la segunda
madre del hombre después de la Naturaleza, y es aquella actividad que este realiza cuando
desborda de vitalidad. Si en el impulso vital la necesidad física lleva al hombre a actuar
determinado por su tendencia a la supervivencia, en el juego el hombre deja de actuar
determinado por dicha necesidad, pues en dicho estado rebosante de vida es cuando deja de
preocuparse por su mera supervivencia, y cuando comienza realmente a vivir. De esa
energía rebosante de salud emerge una actividad libre de toda determinación, y a dicha
actividad creadora le llamaremos juego. Y es a través del juego como emerge la cultura. Es
aquel juego físico como abundancia de vida el que nos lleva luego hacia el juego estético y
libre, el cual identifica a la belleza como un fin y actividad con un valor en sí mismo en
términos kantianos, y como la única actividad que carece de toda teleología objetiva. Lo
bello no es bello por servir a un fin en particular, sino que lo es porque mueve al hombre a
su actividad, lo mueve a actuar libremente, y hace de “lo innecesario la mejor parte de sus
alegrías” (Schiller, 2016, p.158). Lo bello no se manifiesta necesariamente en las grandes
gestas y épicas, sino que encuentra en la sencillez una vía efectiva para su cometido, y el
ser humano a través de la belleza encuentra permanentemente nuevas maneras de vivir y de
ver la vida, de crear y de dejarse sorprender. Lo que no supo ver Kant en el juego, es que de
este movimiento como actividad libre es el fundamento de nuestro quehacer humano como
ser político, a través del juego creamos permanentemente nuevos conceptos, y esto no a
través del deber por el deber, sino que por la inclinación hacia la belleza en un sentido
holístico y sin límite alguno. Dice Schiller: “el hombre juega sólo cuando es hombre en la
acepción cabal de la palabra, y sólo cuando juega es plenamente hombre” (2016, p. 110).
En suma, el juego es la más alta facultad creadora que posee el ser humano, y es la que lo
hace ser persona.
Conclusión
A través de Schiller podemos elaborar una más que rigurosa crítica a la filosofía
moral kantiana, pues desde la misma filosofía kantiana y de su admiración por Kant es que
el suabo emprendió la tarea de liberar de todo vestigio de pesimismo antropológico a la
ética kantiana. Ante una filosofía moral que desconfía permanentemente de las intenciones
del hombre, subyugándolo así al deber por obligación, no podemos hacer más que
sumergirnos en un halo de derrotismo, siguiendo una máxima que obra solo por el temor y
la desconfianza hacia los demás, convirtiéndonos en seres desdichados e infelices. Schiller
nos invita a recuperar y superar a los clásicos griegos en términos de ir en busca de una
ética que comprenda al hombre en un sentido integral, pues sabía que despojando al ser
humano de sus afecciones y de su sensibilidad no podría educarse más que desde el mal
gusto y la desesperanza, provocando una escisión que lo lleva a fragmentar el total de sus
facultades.
Bibliografía
Schiller, F. (2016): Sobre la educación estética del hombre en una serie de cartas; De lo
sublime; Sobre lo sublime [trad. Martín Zubiria], Mendoza: Universidad Nacional de Cuyo.
Facultad de Filosofía y Letras; Ediciones Biblioteca Digital UNCuyo.
Kant, I. (1968): Crítica del Juicio [trad. José Rovira], Buenos Aires. Losada.