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Hacia una estética trascendental: Apuntes filosóficos desde Kant y Schiller

Iván Sandoval Castro

Introducción

Friedrich Schiller, en sus Cartas sobre la educación estética del hombre, se propone
recuperar a la belleza como una manifestación de la verdad, y esto a partir de una crítica a
las distintas escuelas y corrientes filosóficas; con ello luego ejerce una sistematización de la
belleza, lográndolo principalmente a partir de una base solvente que encontró en la filosofía
kantiana, pero que sin embargo logra también imprimirle una identidad genuina a partir de
su propia filosofía. Veremos que la filosofía de Schiller se encuentra muy influida por Kant
en tanto que va haciendo uso de conceptos tales como los del libre juego o el de la belleza
como un fin en sí misma y que goza de pleno desinterés en un sentido empírico. El gusto y
la belleza en términos kantianos influirán fuertemente en la filosofía de Schiller, estos
conceptos entendidos por Kant como la “facultad de juzgar un objeto o modo de
representación por un agrado o desagrado ajeno a todo interés. El objeto de semejante
agrado se califica de bello” (Kant, 1968, p.50). Sin embargo, será el papel que juega la
estética en la moral aquello que Schiller criticará de Kant, llegando a agudas conclusiones
sobre la ética kantiana. El presente trabajo tiene por objetivo entregar luces generales sobre
la filosofía de Schiller, un autor que tenemos un tanto olvidado en la tradición filosófica,
para luego desde la misma emitir una crítica a la ética kantiana, y concluir finalmente
haciendo una lectura contemporánea del autor oriundo de Suabia.

La educación estética del hombre y la influencia kantiana en Schiller

Podemos considerar a Schiller como un médico de la cultura, pues pretende alcanzar


a través de la estética una educación del ser humano en un sentido integral ante la parcial
atomización del ser que ha permanecido no sólo en la tradición, sino que también en
nuestra cultura. Citando a Schiller, quién critica el desarrollo que ha tenido la modernidad,
dice: “Lo útil es el gran ídolo de la época, al que deben someterse todas las fuerzas y
tributar homenaje todos los talentos (…) Sobre esta balanza tosca, el mérito espiritual del
arte no tiene peso alguno y, privado de todo aliento, desaparece del ruidoso mercado de la
época” (2016, p.57). A través de aquella cita se nos puede venir a la cabeza la imagen de
un Marx, o de un Adorno; y es que, ante la radical pérdida de la libertad a través de la
atomización del ser Schiller no sólo nos ofrece a la estética como fundamento para la
realización del arte, sino que también como la base para una ética y política, pues sólo la
belleza nos revela al hombre mismo en su facultad libre de toda determinación,
entendiéndolo pues como una totalidad armoniosa. Y es que la crítica a la atomización del
ser que hace Schiller se manifiesta en contra de la inclinación hacia la sensibilidad por
sobre la razón, defendida por algunos; y en contra de la inclinación de la razón por sobre la
sensibilidad, defendida por otros. Así se nos presenta la figura del bárbaro -fácilmente
identificable con el hombre moderno- como uno que desprecia a la Naturaleza en pos de la
cultura y de su progreso técnico; mientras que por el otro lado se nos presenta la figura del
salvaje, igualmente viciada, que es la de aquel que desprecia el arte y la cultura en favor de
la pura Naturaleza, un modelo de hombre que podemos identificar fácilmente en la filosofía
rousseauniana, que caló hondo tanto en Kant como en el dramaturgo y filósofo de Suabia.
A través de esta permanente relación violenta y contradictoria entre Razón y Voluntad es
que por una parte el espíritu especulativo se coloca tan alto a sí mismo que se vuelve
incapaz de percibir lo singular; mientras que el espíritu práctico se pone tan abajo que no
percibe la totalidad. Así, para Schiller, el carácter estético puede identificarse como la
mediación que lleva a la mera necesidad física (esto es el impulso natural del hombre) al
ámbito de la libertad moral (identificado con la ley universal de la ética kantiana).
Establece pues el suabo su tríada dialéctica compuesta por la Naturaleza, la Razón y
finalmente la superación de ambas, el estadio estético como negación de los dos impulsos
anteriormente mencionados. Así nos dice Schiller: “Ella – refiriéndose a la belleza-
principia sólo cuando el hombre está completo y cuando sus dos impulsos fundamentales
se han desarrollado” (2016, p.126). Podemos pues, comprender esta tríada schilleriana
como una forma que luego adoptó también Hegel, siendo fuertemente influenciado por
Schiller en su etapa en Jena, e interpretarla principalmente como el intento de liberarse de
toda la violencia metafísica ejercida en nombre de la antropología del ser humano, y que ha
sido perpetrada a su vez por toda la tradición filosófica.

Es pues, la Naturaleza la primera madre del ser humano, el impulso vital del cual
emerge la vida misma; y es luego el impulso formal quien se eleva a través de la Razón y
proclamando así leyes que exigen universalidad, pero ha de ser el corazón entendido como
voluntad, el impulso vital mismo, quien la empuja de una manera viva. Podemos anticipar
desde aquí una diferencia radical entre Schiller y Kant. El prusiano concibe a la voluntad
como súbdita de la Razón, llegando así a la buena voluntad capaz de determinarse a sí
misma racionalmente por obligación hacia el deber, dice Kant: “yo no debo obrar nunca
más de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal” (2007,
pp. 15-16), aquél es su imperativo categórico. Mientras que Schiller propone a la voluntad
como una de las tantas facetas del ser humano, que trabaja de la mano con su parte racional,
pues no se entendería la Razón si no lo es de la mano con la voluntad y viceversa. El
entendimiento se abre paso a través del corazón, y así es como la belleza no sólo le abre el
paso a la inteligencia, sino que la amplifica y la mejora permanentemente. Podemos ver con
mayor claridad pues, como el ideal schilleriano se identifica completamente en un principio
con aquel ideal kantiano, que dice: “Los pensamientos sin contenidos están vacíos; las
intuiciones sin conceptos son ciegas” (A-51), y le da un giro en el cual podemos decir, con
conceptos ahora propiamente schillerianos que la Naturaleza sin forma será contenido
huérfano, y que la Razón sin Naturaleza es una potencia infinita pero vacía de contenido; y
siendo solamente cuando ambas operan de la mano cuando aparece la estética como
infinitud plena, y a este tercer estadio Schiller le dio el nombre de juego o de impulso
lúdico, que será el gesto de su filosofía trascendental. Separándose así finalmente de Kant
en tanto que este último no logró superar esa antropología dicotómica que tanto el suabo
como el posterior Romanticismo rechazan tajantemente.

Schiller pretende superar dicha antropología kantiana entendida en términos


dicotómicos y pesimistas, citando al suabo: “si el estado de determinación sensible recibe
el nombre de físico, y el de la determinación racional el de lógico y moral, entonces este
otro estado, el de la disposición real y activa para ser determinado, ha de llamarse
estético” (2016, p.127). La condición estética es una que no tiene objeto particular, sino
que se establece ya como un juego donde confluyen las condiciones físicas con las
condiciones formales y morales. La belleza como tal carece de toda realidad y de límites,
pues reúne toda realidad misma. El estado estético es, ante todo, ausencia de
determinación. Así debemos abrazar a nuestra naturaleza, pero luego abandonarla al modo
cartesiano través de una elevación de la Razón para así llegar a leyes y fundamentos
universales. Pero luego de elevarnos debemos pues volver a retrotraernos nuevamente a
nuestra primera madre, la Naturaleza, y buscar aplicar dichas formas a nuestra realidad y
época que nos competen, entregándole la cualidad moral a la mera forma vacía del
entendimiento, llenándola de contenido empírico. Esto no lo logró Kant, pues si bien
concibió al juego como ausencia de determinación, lo subyuga en el ámbito moral a la ley
del imperativo categórico del deber.

Será pues el estado en el cual confluyan tanto Naturaleza como la Forma, libres ya
de toda violencia, al que llamaremos estético, y será también en dónde se fundamenta la
intersubjetividad, pues a través de la educación estética nos educamos integralmente y le
damos el carácter plural al mundo en el cual nos desenvolvemos y construimos, el juego
crea mundos por medio de la libertad entendida como ausencia de determinaciones, y luego
los llena en el plano moral de contenido empírico, llegando a un estadio cultural en dónde
hay cabida para lo político. Es a través de este concepto de ludo como se deja de lado el
ideal de animal racional que predominó durante la Ilustración, razón por la cual Schiller fue
junto a Goethe uno de los antecesores directos y más importantes del Romanticismo.

El concepto de juego como fundamento de la ética

Como vimos en ciertos pasajes del punto anterior, la crítica que Schiller le hace a
Kant se debe a la empresa que este último tuvo al alzar el deber ser de la razón como un
mandato que une de mala gana dos temples del ánimo incompatibles (el impulso vital con
el formal, poniendo a la Razón por encima de la Naturaleza). Dice Kant: “voluntad libre y
voluntad sometida a las leyes es una y la misma cosa” (2007, p.60). Y es que a través de
este imperativo lo que gobierna al hombre no es la belleza sino el temor, convirtiéndolo en
su estadio moral en un mero animal racional incapaz para los sentimientos nobles. Lo que
Schiller nos muestra es que a través del temple estético de ánimo el hombre no sólo deja de
establecer a la moral como un mandato imperativo de la razón, sino que este se encuentra
predispuesto naturalmente a transformar el deber en ser y hacer así de la libertad su
naturaleza a través del concepto del juego, estableciendo una armonía e integridad en el
total de sus facultades, y correspondiéndose nuevamente el deber con el placer, entendiendo
este último como un placer estético y espiritual, y no como la mera satisfacción de los
sentidos. Si Kant en su Crítica del juicio establecía una revisión rigurosa y crítica de la
belleza; Schiller propone a la belleza misma como crítica (Zubiria, 2016). Comprender y
vivir el mundo a través de la belleza es la tarea que emprende Schiller a través de sus
cartas, recuperando nuevamente al hombre en términos de grandeza y nobleza, pero
también de humildad.

El juego, tanto en Kant como en Schiller puede entenderse como aquella actividad
que saca al hombre de su quietud, entregándole su condición de humanidad. Sin embargo,
para el prusiano este no se establece como un fundamento de la ética, sino como un espacio
en donde el sujeto alcanza una libertad de adecuación entre la forma y la experiencia del
fenómeno como objeto de conocimiento, pero este libre juego kantiano no puede aplicar
contenido empírico alguno, mucho menos así puede la facultad de juzgar tener un peso real
en el mundo de lo moral, sino que este se fundamentará netamente en la máxima del deber
y en el concepto de la buena voluntad, la cual se puede alcanzar solamente desde la Razón
en sentido universal. En cambio, el juego tal y como lo concibió Schiller es la segunda
madre del hombre después de la Naturaleza, y es aquella actividad que este realiza cuando
desborda de vitalidad. Si en el impulso vital la necesidad física lleva al hombre a actuar
determinado por su tendencia a la supervivencia, en el juego el hombre deja de actuar
determinado por dicha necesidad, pues en dicho estado rebosante de vida es cuando deja de
preocuparse por su mera supervivencia, y cuando comienza realmente a vivir. De esa
energía rebosante de salud emerge una actividad libre de toda determinación, y a dicha
actividad creadora le llamaremos juego. Y es a través del juego como emerge la cultura. Es
aquel juego físico como abundancia de vida el que nos lleva luego hacia el juego estético y
libre, el cual identifica a la belleza como un fin y actividad con un valor en sí mismo en
términos kantianos, y como la única actividad que carece de toda teleología objetiva. Lo
bello no es bello por servir a un fin en particular, sino que lo es porque mueve al hombre a
su actividad, lo mueve a actuar libremente, y hace de “lo innecesario la mejor parte de sus
alegrías” (Schiller, 2016, p.158). Lo bello no se manifiesta necesariamente en las grandes
gestas y épicas, sino que encuentra en la sencillez una vía efectiva para su cometido, y el
ser humano a través de la belleza encuentra permanentemente nuevas maneras de vivir y de
ver la vida, de crear y de dejarse sorprender. Lo que no supo ver Kant en el juego, es que de
este movimiento como actividad libre es el fundamento de nuestro quehacer humano como
ser político, a través del juego creamos permanentemente nuevos conceptos, y esto no a
través del deber por el deber, sino que por la inclinación hacia la belleza en un sentido
holístico y sin límite alguno. Dice Schiller: “el hombre juega sólo cuando es hombre en la
acepción cabal de la palabra, y sólo cuando juega es plenamente hombre” (2016, p. 110).
En suma, el juego es la más alta facultad creadora que posee el ser humano, y es la que lo
hace ser persona.

Conclusión

A través de Schiller podemos elaborar una más que rigurosa crítica a la filosofía
moral kantiana, pues desde la misma filosofía kantiana y de su admiración por Kant es que
el suabo emprendió la tarea de liberar de todo vestigio de pesimismo antropológico a la
ética kantiana. Ante una filosofía moral que desconfía permanentemente de las intenciones
del hombre, subyugándolo así al deber por obligación, no podemos hacer más que
sumergirnos en un halo de derrotismo, siguiendo una máxima que obra solo por el temor y
la desconfianza hacia los demás, convirtiéndonos en seres desdichados e infelices. Schiller
nos invita a recuperar y superar a los clásicos griegos en términos de ir en busca de una
ética que comprenda al hombre en un sentido integral, pues sabía que despojando al ser
humano de sus afecciones y de su sensibilidad no podría educarse más que desde el mal
gusto y la desesperanza, provocando una escisión que lo lleva a fragmentar el total de sus
facultades.

Resulta a la par de interesante también como podemos interpretar a Schiller desde


una perspectiva contemporánea y conectarlo así con otros autores. Por un lado, en su faceta
propositiva, el suabo en el período histórico que le corresponde, al igual que Derrida en el
suyo propio, intenta elaborar un gesto deconstructivo que nos permite interpretar la realidad
más allá de la violencia del discurso metafísico como una permanente lucha de contrarios,
sin embargo, Schiller -a diferencia del francés- lo hará desde una filosofía estética
trascendental por medio del concepto del juego como un permanente acontecimiento de
novedad. Mientras que, desde su faceta crítica, podemos identificar a Schiller en parangón
con Nietzsche, pues ambos fueron identificables como médicos de la cultura de su tiempo,
denunciando los males del hombre moderno como objeto de la decadencia de los valores
morales, proponiendo cada uno su propia transmutación de los valores. Nietzsche lo hace
desde su vitalismo, planteando al superhombre como el eje de dicha transmutación;
mientras que Schiller emprende su camino desde la filosofía trascendental, proponiendo la
educación estética del hombre. Sin dudas considero que la contemporaneidad le debe
mucho a Schiller, autor al que podemos leer de múltiples maneras, y en el cual encontramos
respuestas a muchos de los problemas que hoy vislumbramos en nuestro mundo
contemporáneo desde los vestigios de una modernidad que se encuentra muy lejos de
quedar en el pasado.

Bibliografía

Schiller, F. (2016): Sobre la educación estética del hombre en una serie de cartas; De lo
sublime; Sobre lo sublime [trad. Martín Zubiria], Mendoza: Universidad Nacional de Cuyo.
Facultad de Filosofía y Letras; Ediciones Biblioteca Digital UNCuyo.

Kant, I. (2007): Fundamentación de la metafísica de las costumbres [trad. Manuel García


Morente], San Juan: Edición de Pedro M. Rosario Barbosa.

Kant, I. (1968): Crítica del Juicio [trad. José Rovira], Buenos Aires. Losada.

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