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Estructura de La Lírica Moderna (Friedrich)
Estructura de La Lírica Moderna (Friedrich)
Tingo Friedrich
ESTRUCTURA
DE LA
l ìr ic a m o d e r n a
De Baudelaire basta nuestros días
Traducción española de
JU A N P E T IT
BÍ0UCTECA 8R>gV6
fiDITORIAL SEIX B A R R A L, S. À.
BARCELONA
1959
Titulo de la obra original:
DIE STRUKTUR DER MODERNEN LYRIK
'Von Baudelaire bis zur Qrgenwart
Rowohlts Deutsche Enzyklopädie
Rowohlt - Hamburgo
( 2 .* ed. 1958)
9
dadores y de su predecesor Baudelaire, no es por car
sualidad y obedeciendo a mis intereses profesionales,
sino por necesidad objetiva. Y por otro lado, no debe
parecer vanidad, sino gratitud, el hecho de que yo
reconozca que mi especialidad me ha abierto horizon
tes más amplios que la germanística, en la que de
momento me moví con más facilidad.
¿Qué es la lírica modernat No pretendo dar una
definición. Será mejor que la respuesta surja del pro
pio libro. El libro deberá dar también razón de por
qué no figuran en él líricos tan importantes como
George y Hofmannsthal, ni otros como Carossa, R. A.
Schröder y Loerke. Estos poetas son herederos y clá
sicos tardíos de un estilo lírico que data de varios si
glos: precisamente de este estilo del que Francia se
liberó hace ochenta años. Espero que nadie deducirá
de esta afirmación la consecuencia de que yo los con
sidere superados. Personalmente, no siento ninguna
preferencia por el arte de vanguardia y me encuentro
mejor en compañía de Goethe que de T. S. Eliot. Pero
eso no es lo que importa. Lo que interesa es precisar
en qué consisten los síntomas de la audacia y la du
reza del arte moderno, y creo que los filólogos ten
drían que esforzarse mucho más de lo que han hecho
hasta ahora para llegar a tales conocimientos.
Es indudable que este libro dará pie a más de una
' errónea interpretación: los poetas son gente suscep-
: tibie y muy preocupada por ser original, y sus admi-
iradores les cultivan esa sensibilidad. Doy, pues, pre
viamente por sentado que se me achacará, equivocar
damente, el haber medido con el mismo rasero a to
lo
dos los poetas que cito. Pero semejante interpreta
ción se opondría a la intención misma del libro, que
pretende hacer un examen de los síntomas de la lí
rica moderna por encima de todo personalismo y de
toda consideración de la nacionalidad o del decenio
en que surgió.
En algunos pasajes del libro, el lector encontrará
explicados los principios metódicos que han servido
de base a mi exposición. Quiero sólo hacer constar
que el capítulo V no debe leerse sin conocer los cua
tro anteriores, pues de lo contrario no quedaría claro
hasta qué punto los poetas actuales están relaciona
dos con los franceses del siglo X IX . Pretender de
mostrarlo una y otra vez, por el análisis de cada uno
de sus caracteres, hubiera sido fatigoso. Debo insis
tir asimismo en que he aplicado el calificativo de
“ moderna” a la época que va desde Baudelaire hasta
nuestros días, reservando el de “ contemporánea” o
11actual” a la poesía del siglo X X .
Desgraciadamente, el reducido tamaño de este H
bro no me ha permitido desarrollar las comparacio
nes que en principio había pensado hacer con la pin
tura y la música modernas, ni señalar las^innumera
bles analogías que la lírica moderna guarda con la
poesía barroca. Por este mismo motivo he tenido que
prescindir casi por completo de notas, y de las indi
caciones bibliográficas correspondientes a„ los capí
tulos primero y último. Únicamente en 'ios capítu
los I I a IV las citas llevan números que se refieren
a las ediciones de obras completas de la Bibliothèque
de la Pléiade. El lector que necesite mayor informa-
11
oión acerca de ellas, la encontrará en la bibliografía.
Teniendo en cuenta al lector de lengua española, las
citas que figuran interoaladas en el texto han sido
traducidas, salvo unas escasas ewoepoiones. Sólo en
el apéndice aparecen algunas poesías en lengua ori
ginal, junto con un intento de traducción, a pesar de
que, como no ignora nadie que esté familiarizado con
la lírica, ésta es casi intraducibie, sobre todo la lírica
moderna.
í H ugo F r ie d r ic h
12
I. MIRADA HACIA ADELANTE Y MIRADA
HACIA ATRÁS
La l íb ic a contem poránea: d is o n a n c ia s
Y ANORMALIDAD
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de su lírica. Su oscuridad le fascina en el mismo gra
do que le aturde, y la magia de sus palabras y su
aura de misterio le subyugan aunque no acierte a
; comprenderlas. Podemos dar a esta coincidencia del
|hechizo con la ininteligibilidad el nombre de disonan-
i cia, pues de ella resulta una tensión que se acerca mu
cho más a la inquietud que al reposo. Ahora bien, esta
tensión disonante es uno de los objetivos del arte
¿'moderno. Stravinsky, en su Poétique musicale (1948),
escribe: “ No hay nada que nos obligue a buscar la
satisfacción únicamente en el reposo. Desde hace más
de un siglo son cada día más numerosos los ejemplos
de un estilo en el que la disonancia se ha convertido
en algo independiente, en una cosa que cuenta por sí
misma. No es ni el anuncio ni la preparación de nada.
Ni la disonancia engendra desorden, ni la consonan
cia aporta ninguna garantía de seguridad” . Lo mis
mo puede decirse, sin reserva alguna, respecto a la
lírica.
La obscuridad de ésta es deliberada. Ya Baude
laire escribía: “ Hay cierta gloria en no ser compren
dido” . Y para Benn, escribir poesía es “ elevar las co
sas decisivas al lenguaje de lo incomprensible, con
sagrarse a algo que merece que no se intente conven
cer de ello a nadie” . Saint-John Perse, por su parte,
interpela al poeta en estos extáticos términos: “ ¡ Hom
bre bilingüe entre cosas de dos filos, encarnación del
combate en medio de todo cuanto entre sí se opone,
que hablas en términos de múltiple sentido como al
guien que al azar se lanzara al combate entre alas y
espinas!” Y Móntale, más concisamente, dice: “ Si el
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problema de la poesía consistiera en hacerse com
prender, nadie escribiría versos” .
De momento, lo único que cabe aconsejar al neó
fito es que intente acostumbrar sus ojos a la oscuri
dad que envuelve a la lírica moderna. Por doquiera
observamos la misma tendencia a alejarse cuanto sea
posible del empleo de expresiones unívocas. El poema
aspira a ser una entidad que se baste a sí misma,
cuyo significado irradie en varias direcciones y cuya
constitución sea un tejido de tensiones de fuerzas ab
solutas, que actúen por sugestión sobre capas pre-
rracionales, pero que pongan también en vibración
las más secretas regiones de lo conceptual.
Esa tensión disonante del poema moderno se ma
nifiesta también en otros sentidos: por ejemplo, cier
tos rasgos de origen arcaico, místico y ocultista se
dan en contraste con un agudo intelectualismo, cier
tas formas muy sencillas de expresión concurren con
la complicación de lo expresado, la rotundidad del
lenguaje con la oscuridad del contenido, la precisión
con la absurdidad, la futilidad de los motivos con el
más arrebatado movimiento estilístico. En parte, se
trata de tensiones formales, que a menutio no pre
tenden ser otra cosa, pero también se las encuentra
en el contenido.
Si el poema moderno se refiere a realidades — ya
de las cosas, ya del hombre—, no las trata de un
modo descriptivo, con el calor de una visión o de una
sensación familiar, sino que las transpone al mundo
de lo insólito, deformándolas y convirtiéndolas en
algo extraño a nosotros. El poema no pretende y a ,
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ser medido con lo que vulgarmente se llama realidad,
ni siquiera cuando, al servirse de ella como trampo
lín para su libertad, ha absorbido en sí algunos restos
de aquélla. La realidad se halla arrancada del orden
espacial, temporal, material y espiritual y dejada al
margen de las distinciones, indispensables para una
orientación normal del mundo, entre bello y feo, pró
ximo y lejano, luz y sombra, dolor y goce, cielo y tie-
' rra. Según una definición derivada de la poesía ro
mántica (y erróneamente generalizada) la lírica suele
ser considerada como el lenguaje del sentimiento, del
alma personal. El concepto de sentimiento implica
una distensión por el mero hecho de penetrar en lo
familiar, en un ámbito espiritual que incluso el más
solitario comparte con todos cuantos sean capaces
de sentir. Precisamente es esa familiaridad comuni
cativa lo que el poema contemporáneo trata de evi
tar. Éste prescinde de la humanidad en el sentido
tradicional de la palabra, de la “ vivencia” , del sen
timiento, y a menudo incluso del yo personal del
poeta, el cual no participa de su poema como indivi
duo privado, sino como inteligencia que crea poesía,
como operador de la lengua, como artista que ensaya
las distintas fases de transformación de su fantasía
soberana o de su irreal manera de ver una materia
^cualquiera e insignificante en sí. Ello no excluye que
semejante poema pueda nacer del arrobamiento del
alma o pueda provocar semejante arrobamiento. Peío
eso nada tiene que ver con el espíritu. Se trata de
una expresión polifónica y autónoma de la pura sub
jetividad, que ya no puede descomponerse en valores
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sensibles. “ ¿Sentimiento? Yo no tengo sentimientos” ,
dice el gran mago Benn hablando de sí mismo. Y si
algunas flaquezas sentimentaloides pretenden impo
nerse, se les da un latigazo y se las destruye con pa
labras disonantes.
Puede decirse que la poesía moderna posee un
dramatismo agresivo, que impera en la relación en
tre los temas o motivos, más bien “ contrapuestos”
que “ yuxtapuestos” , como domina también en la re
lación entre éstos y un estilo inquieto, que trata de
dislocar cuanto sea posible la correspondencia entre
los signos y lo designado. Pero este dramatismo de
termina también la relación entre el poema y el lec
tor, provocando un choque, cuya víctima es este últi
mo. El lector, en efecto, no se siente seguro, sino alar
mado. El lenguaje poético ya siempre se había distin
guido de la función normal del lenguaje, o sea la co
municación. Pero con excepción de algunos casos —
como por ejemplo en Dante o en Góngora — se tra
taba de una diferencia relativa y gradual. De pronto,
en la segunda mitad del siglo xix, esta diferencia se
convirtió en radical; entre el lenguaje corriente y el
lenguaje poético se estableció una tensión desmesu
rada que, combinándose con la obscuridad del con
tenido, aturde al lector. El vocabulario corriente co
bra significados insospechados. Palabras proceden
tes de las especialidades más remotas se electrizan
líricamente. La sintaxis se descompone o se simpli
fica para formar expresiones nominales intenciona
damente primitivas. El procedimiento poético más
antiguo, es decir, la comparación y la metáfora, es
17
X. M I hk LÍBI6A UODBBKi. - 2
tratado en una forma nueva que evita el natural tér
mino de comparación para unir, a trueque del sacri
ficio de lo real, cosas que objetiva y lógicamente no
pueden unirse. De la misma manera que en la pin
tura moderna el conjunto de colores y formas, con
vertidos ya en algo autónomo, transforma o incluso
suprime todo lo objetivo para llegar a su propia rea
lización, también en la lírica puede llegar un mo
mento en que el movimiento autónomo del lenguaje
y el afán de lograr unas formas sonoras y unas cur
vas de intensidad libres de significado hagan que el
poema deje de ser comprensible a base del contenido
de sus expresiones. Su verdadero contenido, en efecto,
reside en la dramática tensión de las fuerzas forma-
' les, lo mismo exteriores que interiores. Ahora bien,
como ese poema continúa siendo, a pesar de todo, len
guaje, aunque sea lenguaje sin objeto comunicativo,
se llega a la paradójica consecuencia de que quien lo
percibe se siente a la vez atraído y desorientado.
Ante semejantes fenómenos, el lector tiene la im
presión de contemplar algo “ anormal” o anómalo. Ello
se aviene con un concepto fundamental de algunos
teóricos modernos de la poesía que exigen que ésta
cause sorpresa y desconcierto. Quien pretenda sor
prender y desconcertar tiene que valerse de medios
anormales, y la anormalidad es un concepto peli
groso, porque suscita la impresión de que existe una
; norma eterna. Siempre se vuelve a demostrar que lo
“ anormal” de una época se convierte en norma de la
época siguiente, es decir, acaba asimilándose. Ello
no es aplicable, sin embargo, a la lírica de que nos
ocupamos ni tampoco a sus fundadores franceses:
Rimbaud y Mallarmé no han llegado a ser asimila
dos por un vasto público, ni siquiera hoy que tanto
se escribe acerca de ellos. Esa calidad de “ no asimi
lables” es una característica crónica de los autores
más modernos.
Por el momento emplearemos las denominaciones
de “ anormalidad” y “ normalidad” heurísticamente,
es decir, que, sin tener en cuenta las condiciones his
tóricas, consideraremos “ normales” aquellos estados
de conciencia y de ánimo en los que puede compren
derse por ejemplo un texto de Goethe o incluso de
Hofmannsthal. Ello nos permitirá descubrir más cla
ramente los fenómenos de la lírica contemporánea
que se alejan tanto de la manera de ser de la poesía
de aquellos autores que no queda más remedio que
calificarlos de anormales. “ Anormal” no es una ca
lificación estimativa, ni hay que confundirla con “ de
generado” : nunca se insistirá bastante sobre ello. El
admirador de la poesía moderna carente de sentido
crítico suele adoptar para defenderla una actitud
de reto contra el apocamiento burgués y contra el
gusto escolástico y casero. Semejante actituc| es pue
ril, por cuanto no acierta con el “ móvil” de dicha
poesía y en cambio revela la más absoluta desorien
tación frente a tres milenios de literatura europea.
La poesía moderna, lo mismo que el arte moderno
no pueden defenderse ni atacarse “ a priori”'. Como
fenómeno constante de la actualidad tienen derecho
a ser apreciados por el “ conocimiento” . Pero el lector
tiene también un derecho: el de buscar en la poesía
de otro tiempo sus criterios de valoración y el de es
tablecerlos tan altos como sea posible. Nosotros nos
abstendremos de juzgar según estos criterios, pero
sí nos permitiremos tomarlos como punto de partida
para “ describir” y para “ explicar” .
E íf efecto, no es imposible “ explicar” ni aun
una poesía no destinada primordialmente a ser com
prendida y que, para decirlo con palabras de Eliot,
no encierra ningún sentido “ que satisfaga una cos
tumbre del lector; ya que — sigue diciendo Eliot —
algunos poetas se inquietan ante este sentido porque
les parece superfluo y porque ven más posibilidades
de intensidad poética que precisamente surgen de la
liberación con respecto a él” . Semejante modo de es
cribir poesía se puede empero totalmente “ explicar”
y “ describir” , aun eñ el caso de que impere en él una
tal libertad que el conocimiento llegue a lo sumo a
darse cuenta de ella, pero no a penetrar en los con
tenidos que ha alcanzado, tanto más cuanto que éstos
(para emplear otra vez palabras de Eliot) son tan
difíciles de precisar en su significado que, más allá
de unos límites muy estrechos, ni siquiera el propio
j poeta sabe lo que su poesía “ quiere decir” . La “ ex
plicación” de semejante poesía acepta la dificultad y
aun la imposibilidad de su comprensión como un ras
go primordial de su voluntad estilística. Después de
esta característica, podrán fijarse otras. Tal expli
cación puede abrigar algunas esperanzas porque se
refiere a condiciones históricas, a la técnica poética
y a la innegable comunidad de lenguaje entre los
más diversos autores. Finalmente, por “ explicar” es
20
tos textos entendemos ir recorriéndolos en todas sm
valencias, y entre ellas el conocimiento mismo, «n
tanto que se articula en el proceso que se aspira a
suscitar en el lector, es decir, en el proceso de los
intentos de interpretación de sus sucesivas e inago
tables posibilidades poéticas hasta desembocar en
campo abierto.
C a t e g o r ía s n e g a t iv a s
31
aunque no estuviera en ningún modo por encima de
ellos. Más tarde, sin embargo, la poesía se situó en
oposición a una sociedad preocupada por unas ga
rantías económicas de vida, se convirtió en portavoz
de las querellas contra la interpretación científica
del mundo y contra la falta de poesía de la opinión
pública. La tradición quedaba bruscamente interrum
pida; la originalidad poética se justificaba por la
anormalidad del poeta; la poesía se presentaba como
el lenguaje de un sufrimiento que gira sobre sí mis
mo, que no anhela curarse, sino que únicamente as
pira a la palabra matizada; la lírica pasó a ser la
manifestación más pura y elevada de la poesía y, por
su parte, se situó en oposición con el resto de la lite
ratura, conquistando una libertad ilimitada que le
permitía decir cuanto le dictara la más soberana
fantasía, la introspección ampliada hasta el incons
ciente y el juego con una trascendencia sin objeto.
Tal cambio se ve claramente en los caracteres o ca
tegorías que poetas y críticos atribuyen a la lírica.
En el pasado, al juzgar los poemas, se hacía prin
cipalmente referencia a sus cualidades de contenido
|y se los describía con atributos positivos. En las crí
ticas de poesía de Goethe se mencionan valores como
los siguientes: gozo, deleite, plenitud armoniosa; “ las
mayores osadías se ajustan a una norma de mesura” ;
las catástrofes se convierten en bendiciones; lo vul
gar se convierte en exaltado; la acción benéfica de la
poesía consiste “ en enseñar a considerar la condición
humana como algo deseable” ; la poesía está llena de
“ íntima alegría” , responde a una “ visión feliz de la
realidad” y eleva lo individual a umversalmente hu
mano. Las cualidades formales son: el significado,
esto es, el valor del contenido de las palabras, el “ len
guaje conciso” , seguro y concreto, en el que cada
palabra está acertadamente elegida “ sin acepciones
accesorias” . Schiller se sirve de expresiones pareci
das: el poema ennoblece, dignifica el afecto, es la
“ idealización de su objeto, sin la cual dejaría de me
recer su nombre” ; la poesía debe evitar “ rarezas” ,
(singularidades) que serían un obstáculo para la “ ge
neralización ideal” ; su perfección se basa en la ale
gría del alma, su bella forma en la “ coherencia de la
composición” . Pero como esas exigencias y esas va
loraciones están delimitadas por sus contrarios, la |
crítica clásica debe también mencionar atributos ne
gativos, pero únicamente con el fin de condenarlos: j
fragmentario, confuso, “ mera acumulación de imá- ¡
genes” , noche (en lugar de luz), “ abocetamiento inge
nioso” , “ sueño inestable” , “ tejido desigual” (Grill- !
parzer). 1
Y ahora, al llegar al otro tipo de poesía, aparecen
también otros atributos, casi exclusivamente negati
vos y que por otra parte se refieren cada véz menos
al contenido y cada vez más a la forma. En Novalis
los encontramos ya usados no a modo de censura,
sino como descripción o casi como elogio: la poesía
se funda en una “ producción casual intencionada” ,
que ordena lo que dice “ según una concatenación for
tuita y libre; cuanto más personal, local y temporal
sea un poema, tanto más se aproximará a la médula
de la poesía” (obsérvese que por “ temporal” , etc. se
entendía, en la estética de entonces, lo más absur
damente limitado).
Más tarde, el poeta en quien se acumula un ma
yor número de atributos negativos es Lautréamont.
En 1870 trazó con la mayor clarividencia un cuadro
de lo que había de ser la literatura del porvenir, aun
que — en la medida en que es posible interpretar a
tan caótico autor, que se oculta bajo las más variables
máscaras — parece que su intención fue monitoria.
En todo caso, lo que desconcierta es que él, que fue
uno de los que contribuyeron a preparar la renova
ción de la lírica, acertara a precisar sus caracteres
en una forma tal que lo que menos importa es que
quisiera — tal vez — detener la evolución que preveía.
Los signos que la habrían de distinguir, según él,
son: congojas, desorientaciones, indignidades, mue
cas, predominio de lo excepcional y de lo absurdo,
oscuridad, fantasía desenfrenada, tenebroso afán, dis
gregación en los más antagónicos elementos, ansia de
aniquilación. Y luego, inesperadamente, en medio de
un mar de conceptos semejantes, aparecen las sierras.
Estas sierras, empero, se encuentran también en otras
partes. En un poema de Éluard, le Mal (1932), que
consiste en una serie de imágenes de destrucción, el
primer verso dice: “ La puerta estuvo allí como una
sierra” (II y eut la porte comme une scie). Y en varios
cuadros de Picasso aparece también, sin que exista
ninguna necesidad objetiva de ello, una sierra o por
lo menos los dientes de una sierra, colocados oblicua
mente sobre superficies geométricas; y otras veces se
ven las cuerdas de una guitarra como imágenes afines
24
a la de la sierra. No es necesario pensar en ninguna
posible influencia: la aparición de ese símbolo de la
sierra al cabo de un lapso de tiempo tan considerable
sólo puede explicarse como uno de los signos que me
jor traducen la coacción ejercida por la estructura so
bre la poesía y el arte modernos a partir de la segun
da mitad del pasado siglo.
/ De artículos alemanes, franceses, españoles e in- ¡
gleses acerca de la lírica moderna entresacamos las
siguientes fórmulas, insistiendo en que fueron emplea
das no peyorativa, sino descriptivamente: desorien
tación, disolución de lo corriente, sacrificio del or
den, incoherencia, fragmentarismo, reversibilidad, es
tilo en series, poesía despoetizada, relámpagos des
tructores, imágenes cortantes, choque brutal... Y .
finalmente esta frase de un español (Dámaso Alon
so) : “ De momento no hay más remedio que definir
nuestro arte en términos negativos” . Esto fue escrito
en 1932 y, en pleno conocimiento de la situación de
las cosas, podría volver a escribirse en 1955.
Hablar a base de semejantes conceptos está justi
ficado, pero no por ello hay que creer que hayan que
dado invalidados otros. Verlaine califica de “ virgi-
lianos” los versos de Rimbaud. Pero virgilianos
son también los versos de Racine. De manera que
la definición positiva tiene sólo un valor vagamen
te aproximado y no da en lo cierto, porque omite
las disonancias objetivas y léxicas de Rimbaud. Un
crítico francés habla de la “ curiosa belleza” de la
poesía de Éluard. Pero este concepto positivo se
halla perdido en medio de una serie de otros total
26
mente negativos; y son precisamente éstos los que
caracterizan aquella “ curiosa belleza” . Entre los in
térpretes de la pintura se recurre a parecidas expe
riencias. A un cuello pintado por Picasso lo llaman
“ elegante” . El calificativo es exacto pero no lo es
en cuanto se refiere a la especial elegancia de ese cue
llo, es decir, la elegancia de algo totalmente irreal,
que ya nada tiene que ver con una figura humana,
sino que es un montaje de madera. ¿ Por qué no tener
el valor de hacerlo constar así cuando se define seme
jante elegancia?
El problema que se plantea es el siguiente: ¿por
qué la poesía moderna se puede describir mucho me
jor a base de atributos negativos que positivos? Se
trata del problema del destino histórico de esta líri
ca, o sea de un problema del futuro. ¿Será que todos *
estos poetas están tan adelantados respecto a noso
tros que no existe ningún término que pueda adecua
damente aplicárseles y que la percepción de su obra,
para hallar por lo menos un punto de referencia, tie
ne que recurrir a esos conceptos negativos? ¿Resul
tará acaso cierta la hipótesis, ya antes expuesta, de
que se trata de una imposibilidad definitiva de asimi
lación, que sería una de las características esenciales
de la poesía moderna? Ambas cosas caben en lo po
sible, pero no lo sabemos. Sólo un dato de hecho pue
de afirmarse con certeza: la anormalidad. De ahí la
necesidad de emplear, para la exacta explicación de
los elementos de semejante anormalidad, aquellos
conceptos que ella misma ha impuesto a los obser
vadores de más buena voluntad.
2«
A ntecedentes t e ó r ic o s en el s ig l o x v iii:
R ousseau y D id e r o t
27
seau encarna la primera forma radical de ruptura
con la tradición, que es al mismo tiempo ruptura
con el mundo ambiente. Muchos se complacen en ver
en Rousseau a un psicópata, un ejemplo clásico de
mania persecutoria. Pero esa calificación no basta,
no «îcanza a explicar por qué su época y la siguiente
admiraron en él precisamente la excepción y la ori
ginalidad legitimada por ella. El yo absoluto, que
en Rousseau posee todo el patetismo de la grandeza
incomprendida, supone un desgaj amiento con res
pecto-a la sociedad. Este desgajamiento se produjo
en la persona de Rousseau bajo unas condiciones pa
tológicas previas, pero es evidente que coincidió tam
bién con una experiencia de la época, que rebasaba
el orden de lo personal. Lo que importaba era ver
en la propia anormalidad la garantía de una voca
ción propia, estar tan convencido de lo imposible de
una reconciliación entre el yo y el mundo que en tal
convicción se pudiera fundar la siguiente máxima:
es preferible ser odiado a querer ser normal. He aquí
una fórmula de autointerpretación que volveremos
a encontrar fácilmente entre los poetas del siglo si
guiente. Verlaine encontró la expresión exacta para
designarlos: poètes maudits, poetas malditos. El su
frimiento del yo incomprendido frente a la proscrip
ción del mundo ambiente, por él mismo provocada,
y el refugio en la intimidad que sólo se ocupa de sí
misma, se convierten en un acto de orgullo; la pros
cripción se anuncia como una reivindicación de su
perioridad.
En su obra de s#n#ctud Los Rêveries du promeneur
28
éolitaire, Rousseau logra expresar una especie de cer
tidumbre prerracional de la existencia. Su conteni
do es» como un albor de ensueño que partiendo del
tiempo mecánico penetra en el tiempo interior, el cual
deja de distinguir entre pasado y presente, desorien
tación y acierto, fantasía y realidad. El descubri
miento del tiempo interior no es nuevo, pero la in
tensidad lírica con que Rousseau se entrega a él, es
pecialmente en cuanto ordenación de una vida del
alma en oposición al mundo ambiente, ejerció sobre
la poesía futura una influencia que no podía espe
rarse de los análisis filosóficos del tiempo según los
habían hecho Locke y otros autores. El tiempo me
cánico, el reloj, será considerado como el símbolo
más odioso de la civilización técnica (así lo vemos
por ejemplo en Baudelaire y en otros poetas más tar
díos, como A. Machadb), mientras que el tiempo inte
rior constituirá el refugio de una lírica que huye de
la congoja de la realidad.
Rousseau logró también en muchas otras obras
suyas esa supresión de la diferencia entre fantasía
y realidad. Sólo la fantasía, dice en la Nouvelle
Héloue, puede darnos la felicidad; la realización, en
cambio, la mata. “ Él país de la ilusión es el único del
mundo que merece ser habitado; es tal la nulidad de
la naturaleza humana que sólo le resulta bello aque
llo que no es” (VI, 8). A ello se añade el concepto de
fantasía creadora, que partiendo de la disposición
del sujeto, es capaz de crear lo no existente y aun de
situarlo por encima de lo existente ( Gonfessions, II,
9). Jamás se valorará como es debido la importancia
20
de semejantes frases para la poesía futura. No obs
tante, Rousseau habla impulsado por un sentimen
talismo de la felicidad teñido de matices personales.
Si lo eliminamos, veremos que la fantasía ha sido
audazmente elevada a la categoría de potencia que,
aun sabiendo lo engañosas que son sus cualidades,
quiere por convicción que la nada — que Rousseau
entiende todavía como negación en el sentido mo
ra l— no permita otra actividad del espíritu que la
imaginaria: sólo ésta satisface la necesidad de reve
lación de lo más íntimo. Con ello se suprime, la, obli
gación de medir los productos de la fantasía con la
realidad. La fantasía se ha convertido en absoluta.
Y así la volveremos a encontrar en el siglo xix, exas
perada hasta erigirse en dictadora y definitivamente
liberada de los matices sentimentales que tuviera en
Rousseau.
r También Diderot confiere a la f antasía^ una situa
ción independiente y le permite medirse únicamente
consigo misma. Los procesos intelectuales de Diderot
son distintos de los de Rousseau y están en relación
con una definición del genio que expone dialéctica
mente en el Neveu de Rameau y linealmente en el
»artículo “ genio” de la Encyclopédie. En la primera
de estas obras llega a la tesis de que la coincidencia
frecuente y quizás necesaria de inmoralidad y genia
lidad, de inadaptación social y grandeza espiritual,
es un hecho quizás inexplicable, pero suficientemente
demostrado por la experiencia. La osadía de esta idea
i es extraordinaria. Desde la Antigüedad clásica, en
I efecto, las potencias de la sensibilidad, el conoeimien-
30
to y la voluntad — estéticas, intelectuales y éticas —
venían siendo consideradas como pertenecientes a un
mismo orden. Con Diderot, ello termina: se asigna
una situación independiente al genio artístico. Com
párese tal actitud con los esfuerzos de un Lessing o
de un Kant para seguir haciendo compatible lo ex
cepcional del genio con los valores criteriológicos de
la verdad y la bondad. No menos osado es el artículo
de la Encyclopédie, que si bien deriva de una concep
ción más antigua, según la cual la genialidad con
siste en una fuerza visionaria natural, capaz de in
fringir todas las leyes, se expresa en una forma de
la que no existían precedentes: el genio — dice —
tiene derecho a la brutalidad e incluso al extravío;
precisamente los más sorprendentes y desagradables
de éstos son los que arrebatan; el genio irradia erro
res que deslumbran; arrebatado por el vuelo de águi
la de sus ideas, el genio construye edificios a los que
la razón no alcanzaría jamás; sus creaciones son
combinaciones libres, que él ama como si fueran poe
mas; sus posibilidades van mucho más allá que el
mero producir o descubrir, y por lo mismo “ para el
genio, los términos de verdad o mentira han^ dejado
de tener valor preciso” . En los párrafos que extrac
tamos se recurre con frecuencia al concepto de fanta
sía, que es la fuerza motriz del genio. Lo que se con
cede a éste se concede también a aquélla: uno y otra
son libres movimientos de las fuerzas espirituales,
cuya calidad sólo se mide según las dimensiones de
las imágenes creadas, según la eficacia de las ideas,
según una dinámica pura ya no supeditada al conte
nido, que ha dejado tras sí las diferencias entre bien
y mal, verdad y mentira. El paso que desde aquí ha-
"brá que dar para llegar a la fantasía como dictadora
de la poesía posterior, tampoco será muy largo.
Hay también otras ideas de Diderot que conviene
retejer; éstas se encuentran principalmente en los
Salons, en que critica la pintura de su época; en
ellos impera una profunda sensibilidad por los valo
res “ atmosféricos” de los cuadros y se exponen pun
tos de vista completamente nuevos acerca de las leyes
que rigen los colores y la luz independientemente del
asunto. Pero es todavía más importante el hecho de
que los análisis de pintura se enlacen con los análi
sis de poesía. Ello tiene ya poco que ver con la vieja
teoría conocida bajo la fórmula horaciana “ ut pie-
tura poesis” . Lo que se esboza en tales análisis es
más bien la aproximación específicamente moderna
de las ideas acerca de la poesía y de las artes plásti
cas; esa aproximación se repite en Baudelaire y con
tinuará hasta nuestros días. En los Salons surge una
visión de los procesos poéticos por aquel entonces
sólo comparable, a lo sumo, con la de G. V ico; pero
Diderot no conocía al italiano. Diderot ve que el acen
to es para el verso lo mismo que el color es para el
cuadro, y a esa relación la llama “ magia rítmica” , la
cual produce sobre el ojo, el oído y la fantasía una
impresión más profunda que la de la exactitud obje
tiva. Porque — dice — la “ precisión perjudica” . Y de
ahí la exclamación: “ Poetas, sed oscuros” : con ello
se quiere decir que la poesía debe tomar por asunto
objetos nocturnos, lejanos, que causen pavor y creen
la impresión de misterio. Pero para Diderot lo esen
cial es ante todo la poesía en sí, y no ya la expresión
de los objetos. La poesía es movimiento emocional
obtenido por medio de la libre creación de metáforas
y le está permitido “ lanzarse hasta los extremos”
valiéndose de acentos asimismo extremos. Se anun
cia, pues, una decidida superioridad de la magia del
lenguaje sobre el contenido del lenguaje, de la diná
mica del cuadro sobre el argumento del cuadro. En
el mundo de la Ilustración entonces ya en su ocaso,
Diderot descubre la poesía como misterio, como “ te
jido jeroglifico” , como “ habla emblemática” a base
de fuerzas sonoras que impresionan más profunda
mente que las ideas. Hasta dónde puede llegar en su
empeño de desasirse de la objetividad, lo demuestra
en la siguiente frase, todavía indecisa, pero aun así
impresionante: “ Las dimensiones puras y abstrac
tas de la materia no carecen de cierta fuerza expre
siva” . Baudelaire habrá de volver a afirmar algo se
mejante, pero lo hará con más decisión y con ello
echará los cimientos de esa fase moderna del arte
poético que podemos llamar poesía abstracta.
Diderot, además, desarrolló una teoría de la com
prensión que puede resumirse así: la comprensión
sólo existe, como caso ideal, en forma de compren
sión de sí mismo; el contacto entre poesía y lector,
en cambio, dada la imposibilidad del lenguaje para:
reproducir exactamente los valores, no es una cues
tión de comprensión, sino de sugestión mágica. Y final
mente, con Diderot se inicia una ampliación del con
cepto de belleza. Aunque con gran cautela, Diderot
33
intenta imaginar como representables estéticamente
el desorden y el caos y empieza a ver en lo descon
certante un efecto artístico legítimo.
Todo ello da idea de la asombrosa modernidad de
algunos atisbos de aquel espíritu, cuya riqueza de
ocurrencias, de intuiciones y de estímulos explica que
a menudo se le compare con los elementos del fuego
y el agua, con un volcán, y aun con Prometeo y con la
salamandra. Sin embargo, la hora de sus ideas no
llegó hasta que se le hubo olvidado, porque ya hacía
tiempo que su genio se había incorporado a otros.
N o v a l is y la p o e s ía del p o r v e n ir
34
planean un concepto de la poesía futura, cuya total
importancia sólo se aprecia si se compara este con
cepto con la práctica poética desde Baudelaire hasta
nuestros días.
Lo que dice Novalis de la poesía se refiere casi
exclusivamente a la lírica, que a partir de entonces
se considera como única poesía verdaderamente tal.
Según Novalis, pertenecen a la esencia misma de la
lírica la indeterminación y la distancia infinita que
la separa del resto de la literatura. A pesar de ello,
alguna vez la denomina “ representación del senti
miento” . Pero también escribe frases que definen el
sujeto lírico como una actitud neutral, como una to
talidad de lo íntimo, que no se vincula con ninguna
sensación precisa. En el acto poético, la “ fría refle
xión” toma el mando, “ El poeta es puro acero, duro
como el pedernal” . Lo mismo en la materia objetiva
que en la espiritual la lírica realiza la fusión de lo
heterogéneo y hace fosforecer las transiciones. La lí
rica es “ un arma de defensa contra la vida cotidia
na” . Su fantasía goza de la libertad de “ entremez
clar todas las imágenes” ; la lírica es una oposición
que canta frente a un mundo de hábitos, en|el que
los hombres poéticos no pueden vivir, porque son
“ hombres adivinos y magos” . De nuevo aparece, pues,
la comparación de la poesía con la magia, proce
dente de tradiciones más antiguas, pero relacionada
de un modo moderno con la “ construcción” y iS “ ál
gebra” , como Novalis gusta de llamar, para distin
guirlo, al aspecto intelectual de esta poesía. La ma
gia poética es rigurosa, es una “ unión de la fantasía
y del vigor mental” , un “ operar” profundamente di
ferente en sus afectos del simple goce, que a partir
de ahora deja de ser el acompañante de la poesía.
Novalis toma de la magia el concepto de conjuro.
“ Todja. palabra es un conjuro” , es un modo de provo
car y subyugar las cosas que nombra. De aquí el
“ hechizo de la fantasía” y la afirmación: “ el mago
es poeta” , y viceversa. Su poder consiste en obligar
a los hechizados a “ ver, creer y sentir una cosa tal
como yo quiero” : fantasía dictadora (“ productiva” ).
Ésta es el “ mayor tesoro del espíritu” , independiente
de “ estímulos exteriores” . Por lo tanto su lenguaje
es un “ lenguaje autónomo” sin finalidad comunica
tiva. Con el lenguaje poético “ ocurre lo mismo que
con las fórmulas matemáticas” , es decir, “ forman un
mundo aparte, juegan sólo consigo mismas” . Este
lenguaje es oscuro, a veces hasta el punto de que el
poeta “ no se comprende a sí mismo” . Lo que le im
porta son las “ relaciones anímicas, musicales” , las
secuencias de acento y de tensión, ya emancipadas
del significado de las palabras. Cierto es que todavía
se aspira a una comprensión, pero es la comprensión
de unos pocos iniciados. Y estos iniciados ya no espe- .
ran de la poesía los atributos de sus “ géneros infe
riores” , es decir, “ justeza, claridad, pureza, integri
dad y orden” , pues existen otros más altos: armonía
y eufonía. Luego aparece, decididamente, la moder
na separación entre lenguaje y contenido, en favor
del primero: “ Poemas que sólo suenan bien, pero que
no tienen el menor sentido ni coherencia, o en los que
sólo se entienden a lo sumo algunas estrofas, como
puros fragmentos de las cosas más diversas” . A la
magia del lenguaje se le permite, pues, dividir el
mundo en fragmentos en aras del hechizo. La oscu
ridad y la incoherencia se convierten en premisas de
la sugestión lírica. “ El poeta emplea, las palabras
como si fueran las teclas de un instrumento” , des
pierta en ellas unas fuerzas de las que nada sabe la
conversación cotidiana. Mallarmé hablará del “ pia
no de palabras” . Contra la poesía anterior que dis
ponía “ su material en un orden fácilmente captable”
escribe Novalis: “ Casi me atrevería a decir que en
toda poesía debe vislumbrarse el caos” . La poesía
moderna produce una general “ enajenación” para
conducir a una “ patria más alta” . Su “ operación” lo
mismo que la del “ analista en el campo de la mate
mática” , consiste en deducir de lo conocido lo desco
nocido. En cuanto al tema, la poesía sigue el azar; en
cuanto al método, las abstracciones del álgebra, que
están en relación con las “ abstracciones de la le
yenda” , o sea con su libertad respecto al mundo co
tidiano, abrumado por el peso de una “ claridad ex
cesiva” .
Interioridad neutral en lugar de sentimientos,
fantasía en lugar de realidad, mundo fragmentario
en lugar de mundo unitario, fusión de lo heterogéneo,
caos, fascinación por medio de la oscuridad y de la
magia del lenguaje, pero también un operar frío aná
logo al regulado por la matemática, que convierte lo
cotidiano en extraño: ésta es exactamente la estruc
tura dentro de la que se colocarán la teoría poética
de Baudelaire, la lírica de Rimbaud, de Mallarmé y ,
37
¡ de los poetas actuales. Esta estructura permanece
visible incluso en los casos en que sus distintos miem
bros han tenido que ser desplazados o completados.
Todo ello podría completarse con lo que dijo Frie-
drich Schlegel acerca de la diferencia entre belleza,
verdad y moral, y acerca de la necesidad poética del
caos, de lo “ excéntrico y monstruoso” como premisa
de originalidad poética. Novalis y Schlegel fueron
leídos en Francia y estimularon las ideás directrices
del romanticismo francés.
No podemos dejar de estudiar rápidamente el ro
manticismo en Francia, ya que constituye el puente
entre todo lo dicho hasta ahora y Baudelaire, esto
es, el primer gran lírico de la época moderna, que
es al mismo tiempo el primer teórico decidido de la
lírica y de la intención artística modernas en Europa.
E l R o m a n t ic is m o francés
38
de lo romántico. En sns armonías se hallaban laten
tes las disonancias del futuro.
En 1859 Baudelaire escribía: “ El romanticismo
es una bendición celestial o diabólica a la que debe- j
mos estigmas eternos.” Está frase traduce con toda j
exactitud el hecho de que el romanticismo, incluso ¡
cuando muere, deja impresos sus estigmas en sus !
herederos. Éstos se rebelan contra él precisamente 1
porque sienten su influjo. La poesía moderna es ro
manticismo desromantizado. •
La amargura, el sabor a ceniza, la desolación, son
experiencias fundamentales forzadas, pero al mismo ¡
tiempo cultivadas por el romántico. Para la antigüe- ¡
dad clásica y para toda la cultura que de ella deriva '
hasta el siglo xvm , la alegría era el supremo valor
espiritual que indicaba que el sabio o el creyente, el
caballero, el cortesano, el hombre culto perteneciente
a la “ élite” social, habían alcanzado la perfección. El
dolor, en cambio, a menos que fuera transitorio, era
considerado como un valor negativo y, por los teó
logos, como un pecado. A partir de las expresiones!
de congoja prerrománticas, empero, la situación se
invirtió. La alegría y la serenidad desaparecieron de
la literatura y en su lugar aparecieron la melancolía
y el dolor cósmico. Éstos no requerían ningún factor
que los provocara, sino que se alimentaban de sí mis
mos y se convirtieron en los atributos de la nobleza
de alma. El romántico Chateaubriand descubre la
melancolía sin objeto, erige la “ ciencia del dolor y
de la angustia” en meta de todas las artes y entiende
que el desgarramiento del alma es una bendición del
39
cristianismo. Se pone de moda declarar que uno per
tenece a una época cultural tardía y esta conciencia
de ser decadente cunde y se disfruta cómo una fuente
de insospechadas maravillas. Lo destructor, morboso
y criminal adquiere categoría de interesante. En un
poeBffa de Vigny, La Maison du Berger, la lírica se
convierte en un lamento ante los peligros que la téc
nica representa para el alma. El concepto de la nada
empieza a ejercer su papel. Musset es su primer por
tavoz, dentro de un campo de experiencias en el que
una jáventud ilusionada, entusiasmada por Napoleón,
tropieza con el mundo falto de pasiones de la mera
ambición y ve hundirse ambas cosas, ilusión y ambi
ción, en la insensatez, la devastación, el silencio y la
nada. “ Creo en la nada como en mí mismo” , escribía
Chateaubriand. Melancolía y lamento, al fin, se true
can en terror ante lo desconocido. En un poema de
Nerval que lleva el título, nada acorde con su conte
nido, de Vers dorés (1845) y que trata de nivelar lo
humano con lo inhumano, hay el siguiente verso:
“ Teme en el ciego muro a la mirada que te acecha” .
Ya veremos cómo todos estos estados de ánimo en
cuentran continuación en Baudelaire — y cómo se
modifican.
Siguiendo modelos alemanes — en los que se ha
bían trivializado antiguas tradiciones platónicas—,
los románticos franceses definen también al poeta
como profeta incomprendido, como sacerdote del tem
plo del arte. Los poetas constituyen un partido con
tra el público burgués y finalmente diversos partidos
contrapuestos. La fórmula de Mme. de Stáel, usada
todavía en 1801, según la cual la literatura es la ex
presión de la sociedad, carece ya de sentido. La lite
ratura repite la protesta de la Revolución contra la
sociedad constituida; se convierte en literatura de
oposición o en una literatura del “ futuro” ; es decir,
en una literatura de lo excepcional, cada vez más
orgullosa de su aislamiento. El esquema rousseau-
niano de la excepcionalidad basada en lo anormal
será el esquema programático de esta generación —
y de las siguientes.
No cabe duda de que la autoconsagración del poe
ta y las experiencias auténticas o fingidas del sufri
miento, de la melancolía y de la nulidad del mundo
desencadenaron unas fuerzas que favorecieron la lí
rica. Con el romanticismo la lírica francesa vuelve a
florecer en toda su plenitud por primera vez después
de tres siglos. Aunque no alcancen categoría euro
pea, hay en ella grandes valores. Le fue muy útil la
idea, entonces expresada por doquiera, y también en
Francia, de que la poesía es el lenguaje originario de
la humanidad, el lenguaje total del sujeto total, para
el que no existen fronteras entre las distintas mate
rias, pero que desconoce también los límites entre el
entusiasmo religioso y el poético. La lírica román
tica francesa posee vastas y al mismo tiempo sutiles
experiencias íntimas, una viva capacidad de evoca
ción de ambientes meridionales, orientales y exóticos,
sabe crear una poesía bucólica y amorosa encantado
ras y dispone de un gran virtuosismo de la versifica
ción. Esta lírica es centelleante, expresiva, redun
dante y declamatoria en Víctor Hugo, el cual lo mis
41
mo acierta a escribir sosegados cuadros íntimos que
imágenes de visionaria vehemencia. En Musset esta
lírica es una mezcla de cinismo y de dolor; en Lamar
tine — a veces — una nota pura, de la que él mismo
pudo decir que era suave como el terciopelo.
Aquí empieza también la poesía que parte de la
palabra, la captación del impulso encerrado en la
palabra misma, que tantas consecuencias había de
tener para la poesía moderna. Víctor Hugo no sólo
empleó este método, sino que lo justificó basándose
en muchos y antiguos antecedentes. En un conocido
pasaje de las Contemplaciones leemos: “ la palabra
es un ser viviente, mucho más poderoso que aquél que
la usa; nacida de la oscuridad, crea el sentido que
quiere; la palabra es mucho más todavía de lo que el
pensamiento, la vista y el tacto externos pueden dar:
es color, noche, alegría, sueño, amargura, océano, in
finito; es el logos de Dios” . Tendremos que recordar
este pasaje, no menos que las todavía inseguras afir
maciones de Diderot y las más decididas de Novalis,
si queremos comprender las ideas de Mallarmé acerca
de la fuerza de iniciativa del lenguaje, por más que
Mallarmé, con su rigor, se halle muy lejos del turbu
lento entusiasmo de Víctor Hugo.
T e o r ía db lo grotesco y de lo f r a g m e n t a r io
42
drama. Esas páginas representan sin duda la apor
tación francesa más importante a la teoría del ro
manticismo y tienen quizás sus raíces en las mani
festaciones de Friedrich Schlegel acerca de la agu
deza y la ironía, a cuyo vocabulario pertenecen con
ceptos como los de caos, eterna agilidad, fragmenta-
rismo, bufonería trascendente. En cambio hay muchos
detalles que parecen ser originales; son ocurrencias
centelleantes de un poeta de veinticinco años, de las
que no hay que esperar, naturalmente, demasiada
madurez. Pero son síntomas anunciadores de moder
nidad.
“ Grotesco” era originariamente un término de ¡
pintura que servía para designar la decoración de
los frisos y entrepaños, muchas veces derivada de
motivos fabulosos. Desde el siglo xvn se fue exten
diendo su significado hasta llegar a comprender lo
curioso, lo burlesco, lo gracioso, lo deforme y lo ex
cepcional en todos los terrenos. En este sentido lo
emplea también Víctor Hugo, pero lo extiende tam
bién a la fealdad. Su teoría de lo grotesco representa ,
por lo tanto un paso más, pero es el paso más deci
dido que jamás se diera hacia la equiparación^ de lo
bello con lo feo. Todo cuanto hasta entonces estuvo
descalificado, y sólo se toleraba en los géneros infe
riores o en las zonas marginales de las artes figura
tivas, adquiere ahora categoría de valor expresivo
metafísico. Víctor Hugo parte del concepto de un
mundo que por su esencia misma está dividido en zo
nas opuestas y que sólo gracias a estos contrastes
puede subsistir como unidad superior. Eso ya se ha
bía dicho antes de Víctor Hugo: es una idea clásica.
Pero Víctor Hugo es quien acentúa en forma nueva
el papel de lo feo. Ya no se trata únicamente del tér
mino antagónico de lo bello, sino de un valor en sí.
Lo feo aparece en la obra de arte como grotesco, como
imagen de lo incompleto y de lo desarmónico. Pero
ser incompleto “ es la mejor manera de ser armóni
co” . Y vemos como bajo el concepto ya muy adulte
rado de “ armonía” aparece el concepto de “ desar
monía” : desarmonía de los fragmentos. Lo grotesco
nos permitirá descansar de la belleza; con su voz “ chi-
! liona” , habrá de alejar la monotonía. Además, es un
|reflejo de la disonancia entre los animales y las ca-
! pas superiores de la humanidad. Al descomponer las
! apariencias en fragmentos, demuestra que el “ gran
todo” sólo nos es perceptible fragmentariamente, por
que el “ todo” no concuerda con el hombre. ¿ Qué
todo? Es significativo que no se dé ninguna respues
ta o que ésta sea confusa. Aun admitiendo que tenga,
como cree Víctor Hugo, un significado cristiano, es
una trascendencia vacua. Para él sólo existen sus
despojos en las muecas de los grotescos, y éstas ya
l nada tienen que ver con la risa. La risa del grotesco
así definido cede el paso al sarcasmo o al pavor; se
convierte en mueca, en excitación provocadora y en
sarcasmo de inquietud, a la cual el alma moderna
tiende más que a la distensión.
Éstas son teorías románticas, que algunos años
más tarde reaparecen en Théophile Gautier, forman
parte de los “ estigmas” de que habla Baudelaire y
señalan el camino en el que habremos de encontrar
44
las “ arlequinadas” de Verlaine, la poesía funambu
lesca de Rimbaud y de Tristan Corbière, el “ humor
negro” de los suprarrealistas y de su antecesor Lau
tréamont, y finalmente las absurdidades de los más
modernos. Todo ello está al servicio de la oscurk fina
lidad de definir en disonancias y fragmentos una
trascendencia cuya armonía y cuya integridad nadie
es capaz de captar.
IL BAUDELAIRE
E l po eta db la m o d e r n id a d
47
sólo la decadencia del hombre, sino también una be-
¡lleza misteriosa y hasta entonces no descubierta.
Éste es el problema del propio Baudelaire: ¿cómo
es posible la poesía en una civilización comerciali
zada j dominada por la técnica? Sus poemas nos
indiíián el camino; su prosa nos orienta teórica
mente. Este camino conduce lo más lejos posible
de la trivialidad de lo real, o sea, a una zona de lo
misterioso en la que, sin embargo, puedan conver
tirse p alados y poéticos los estímulos civilizados
de la realidad comprendidos en ella. He aquí el pun
to de arranque de la lírica moderna y de su substan
cia corrosiva y mágica a la vez.
Un rasgo esencial de Baudelaire es su disciplina
espiritual y la transparencia de su conciencia crí
tica. En él se une el genio poético con la inteligen
cia crítica. Sus puntos de vista acerca del arte poé
tico están al mismo nivel que su poesía misma y aun
algunas veces, como ocurre también con Novalis, son
todavía más avanzados. Y desde luego, aquellas ideas
han tenido mayor resonancia para el futuro que su
lírica. Se encuentran expuestas en Guriosités esthé-
tiques y en l’Art romantique (ambas obras apareci
das póstumamente en 1868). En una y otra se hallan
definiciones y programas, desarrollados a base del
estudio de obras contemporáneas, no sólo literarias,
•sino también pictóricas y musicales. A una mayor
'altura, vuelve a repetirse el fenómeno que anterior
mente hemos estudiado én Diderot, es decir, que, al
iniciarse un modo de pensar sobre poesía en vista a
¡nuevos objetivos, se recurre a las demás artes. Pero
estos estudios se van ampliando hasta analizar la
conciencia del tiempo, es decir, la modernidad en sí,
porque Baudelaire entiende la poesía y el arte como
plasmación del destino temporal. Empieza a dibujar
se el paso que habrá de dar Mallarmé, el paso hacia
una poesía ontològica y hacia una teoría poética
basada en la ontologia.
D e s p b r s o n a l iza c ió n
40
lo que el propio Baudelaire dice a este respecto. El
hecho de que sus ideas siguieran a otras semejantes
de E. A. Poe no les resta valor, sino al contrario, las
sitúa en la línea justa.
Fuera de Francia, Poe fue quien separó más deci
didamente la lírica del corazón. Quería que el tema
de la lírica fuera una excitación entusiasta, pero que
ésta no tuviera que ver ni con la pasión personal ni
con “ tJw intoxication of the heart” (la embriaguez
del corazón). Poe se refiere más bien a una disposi
ción general, a la que llama alma para llamarla de
algún modo, pero añade cada vez “ no corazón” . Bau
delaire repite las palabras de Poe casi literalmente,
o las varía con formulaciones propias. “ La capaci
dad de sentir del corazón no conviene a las tareas
poéticas” , al contrario de lo que ocurre con “ la ca
pacidad de sentir de la fantasía” (p. 1031 y sig.).
Hay que tener en cuenta que Baudelaire entiende la
fantasía como una actuación dirigida por la inteli
gencia; de ello hablaremos más adelante. Estas ideas
proyectan la luz necesaria sobre las palabras cita
das, en cuanto implican que hay que prescindir de
todo sentimentalismo personal en aras de una fanta
sía clarividente, que resuelve problemas más difíciles
en forma más ventajosa que aquél. Baudelaire llega
a aplicar al poeta la siguiente divisa: “ Mi misión es
sobrehumana” (p. 1044). En una carta habla de la
“ intencionada impersonalidad de mis poemas” , con
lo cual da a entender que son capaces de expresar
cualquier estado de conciencia del hombre, con pre
ferencia los más extremados. ¿Lágrimas? Sí, pero
50
aquellas “ que no vienen del corazón” . Baudelaire
justifica la poesía en cuanto es capaz de neutralizar
el corazón personal. Ello ocurre de un modo todavía
inseguro y encubierto en parte bajo imágenes más
antiguas. Pero se produce de tal modo que puede ya
vislumbrarse como una fatalidad histórica el futuro
paso de la neutralización del individuo a la deshu
manización del tema lírico, y sea como fuere, con
tiene ya aquella despersonalización, que más tarde
será erigida por T. S. Eliot y otros en condición
necesaria para la exactitud y la validez del arte
poético.
Casi todos los poemas de las Fleurs du Mal ha- *
blan partiendo del yo. Baudelaire es un hombre com
pletamente replegado sobre-sí mismo, pero, cuando
escribe, apenas si mira a su yo empírico. El poeta
escribe de sí mismo en tanto que se sabe víctima de
la modernidad, que pesa sobre él como una excomu
nión. Baudelaire dijo con bastante frecuencia que su
sufrimiento no era únicamente el suyo, y es signifi
cativo que los pocos restos de carácter personal que
todavía cabe rastrear en sus poemas sólo estén ex
presados de manera confusa. Baudelaire no htibiera
escrito jamás versos como los que escribió Víctor
Hugo con motivo de la muerte de una criatura. Con
un rigor frío y metódico, va recorriendo en sí mismo
todas las fases que nacen obligadamente de la moder
nidad: el miedo, la imposibilidad de evasión, la^clau-
dicación ante el ideal, ardientemente deseado, pero
que constantemente se aleja hacia el vacío. Baude-,
laire habla de su obsesión por arrostrar ese destino.
Las palabras “ obsesión” y “ destino” son dos de sus
expresiones favoritas. Otra de ellas es “ concentra
ción” , y junto a ella, “ centralización del yo” . Bau-
delaire hace suya la máxima de Emerson: “ Héroe es
aquel que está sólidamente centrado” . Los conceptos
opueísíos son: “ disolución” y “ prostitución” . Este
último — procedente de los iluminados franceses del
siglo xvm — significa abandono de sí mismo, renun
cia indebida al destino espiritual, huida al campo
enemigo, traición y deserción. Éstos son los síntomas
de la civilización moderna, como subraya Baudelaire;
peligros de los que él sabe defenderse — él, Baude
laire, el “ maestro en virtud del destino de su situa
ción” (p. 676), gracias a su recogimiento en un yo
que ha eliminado los azares de la persona.
C o n c e n t r a c ió n y c o n c ie n c ia fo rm al;
l ír ic a y m a t e m á t ic a
S2
anterior a escribir un poema nuevo. Se ha querido
ver en ello una falta de fecundidad, pero en rigor se
trata de aquella fecunda intensidad que, una vez al
canzado el punto de ruptura, lo va ensanchando y pe
netrando cada vez con mayor fuerza hasta el fondo.
Esta fecundidad activa el deseo de perfección artís
tica, porque sólo en la madurez de la forma ve una
garantía de que lo expresado rebase los personalis
mos. Los escasos temas de Baudelaire se explican
como portadores, variantes y metamórfosis de una
tensión básica, que para abreviar podemos llamar
tensión entre satanismo e idealismo. Esta tensión
permanece insoluta, pero tiene en su conjunto el
mismo orden y la misma consecuencialidad que cada
poema tiene de por sí.
Se pueden ver aquí, todavía, formando unidad,
dos caminos por los que habrá de andar la lírica
futura. En Rimbaud, esta tensión no resuelta se in
tensificará hasta la disonancia absoluta, destruyen
do de paso todo orden y toda coherencia. Mallarmé,
por su parte, también acentuará la tensión, pero la
transferirá a otros temas y creará con ellos un or
den parecido al de Baudelaire, pero referido a un len
guaje completamente nuevo y de sentido oscuro.
Con la temática concentrada de su poesía, Bau
delaire cumple con el precepto de no entregarse a la
“ embriaguez del corazón” . Cuando ésta aparece en
su poesía, no se trata de poesía propiamente dicha,
sino de mero material poético. El acto que conduce
a la poesía pura se llama trabajo, construcción de
una arquitectura según un plan previo, operación
63
con los impulsos del lenguaje. Baudelaire insistió re
petidamente en que las Fleurs du Mal no pretendían
ser únicamente un álbum, sino una unidad con un
principio, una continuación articulada y un final.
Ello es verdad. Desde el punto de vista del contenido,
en estos poemas liay perplejidad, parálisis, febril im
pulso hacia lo irreal, anhelo de muerte y morbosos
juegos de excitación. Pero este contenido negativo
puede estar envuelto todavía por una composición
previamente pensada. Junto con el Ganzoniere de
Petrarca y el Cántico de Guillén, Fleurs du Mal es
el libro arquitectónicamente más riguroso de la lírica
: europea. Todo cuanto Baudelaire le añadió después
de su primera aparición está dispuesto de tal manera
que, como él mismo reconoce en una carta, cabe per
fectamente en el marco que trazó ya en 1845 y desa
rrolló en la primera edición. En ésta tuvo incluso
un importante papel la vieja costumbre de la compo
sición numérica. El libro constaba de 100 poemas
distribuidos en 5 grupos. Ésta es otra prueba de su
deseo de construcción formal, en la que se echa de
ver con toda seguridad un anhelo de forma caracte
rísticamente románico. Por otra parte, restos de pen
samiento cristiano que cabe reconocer en sus poemas
hacen sospechar que su sorprendente rigor formal
deriva del simbolismo de la Alta Edad Media, que
en las formas de composición solía reflejar el orden
del cosmos creado por Dios.
En las ediciones sucesivas, Baudelaire prescindió
de la distribución numéricamente exacta, intensifi
cando, en cambio, el orden interior. Éste no es difícil
54
de reconocer. Después de nn poema inicial, el primer
grupo (Spleen et Idéal) nos ofrece el contraste en
tre exaltación y depresión. El grupo siguiente (Ta
blean® Parisiena) muestra un intento de salida al
mundo exterior de la gran ciudad, el tercero (Le
Yin), la experiencia de evasión en el paraíso del
arte. Pero con ello no se logra tampoco ningún re
poso. Por consiguiente, sigue la entrega a la fasci
nación del espíritu destructor, la cual constituye el
Cuarto grupo que lleva el mismo título que el libro
(Fleurs du Mal). La consecuencia de todo ello es la
rebelión sarcástica contra Dios en el quinto grupo
(Révolte). Como último recurso, sólo cabe buscar el
reposo en la muerte, en lo absolutamente desconoci
do : así termina la obra en su sexto y último grupo,
La Mort. El plan arquitectónico se expresa también
dentro de los distintos grupos, como una especie de
consecuencia dialéctica de los poemas. Pero no nece
sitamos demostrarlo ahora, porque lo esencial es el
conjunto. Se trata de un sistema ordenado, pero en
movimiento, cuyas líneas alternan entre sí y cuyo
conjunto forma una curva que va de arriba abajo.
El final es el punto más profundo y se llainp, “ abis
mo” , porque sólo en el abismo existe todavía la espe
ranza de ver lo “ nuevo” . ¿Qué es eso nuevo? La es
peranza del abismó no tiene palabras para expre
sarlo.
El hecho de que Baudelaire ordenara las ¿Fleurs
du Mal como un edificio arquitectónico demuestra la
distancia que le separa del romanticismo, cuyos li
bros líricos eran meras recopilaciones que incluso en ,
50
lo caprichoso de su ordenación no hacen más que re-
j petir formalmente el azar de la inspiración. También
pone de manifiesto él papel que tienen en su poesía
las fuerzas formales, que representan mucho más que
un mero ornamento o una obligada elegancia. Estas
fuerzas son medios de salvación, desesperadamente
buscados en una situación anímica desesperadamen
t e angustiosa. Los poetas ya habían sabido siempre
que el dolor se resuelve en la canción. En ello con-
j siste el conocimiento de la catarsis del sufrimiento
I por médio de su transformación en lenguaje formal-
|mente más elevado. Pero en el siglo xix, cuando el
; dolor por algo concreto se convirtió en dolor sin fina
lidad, en desolación y últimamente en nihilismo, las
formas pasaron a ser un medio urgente de salvación,
a pesar de que, en tanto que son algo cerrado y se
reno, se hallan en disonancia con lo angustioso de los
contenidos. Volvemos, pues, a encontrarnos ante una
! disonancia fundamental de la poesía moderna. De la
, misma manera que el poema se separó del corazón,
i la forma se separa del contenido. Su salvación sólo
¡ consiste en el lenguaje, mientras el conflicto del con-
1tenido permanece sin resolver.
Baudelaire expresó a menudo el concepto de la
salvación por medio de las formas. Así por ejemplo
en un pasaje, cuyo significado es menos inocuo de
lo que parece indicar lo ordinario de sus términos:
“ El privilegio maravilloso del arte consiste en que
al expresar artísticamente lo feo lo convierta en bello
y que el dolor ritmado y articulado llene el alma de
plácida satisfacción” fp. 1040). Esta frase oculta
todavía lo que ya se había iniciado en la poesía de
Baudelaire, es decir, la supremacía de la voluntad
de forma sobre la voluntad de mera expresión. Pero
nos revela ya su gran anhelo de seguridad por medio
de la forma, del “ salvavidas de la forma” como lo
llamará más tarde J. Guillén en uno de sus versos
(“ la forma se me vuelve salvavidas” dice exactamen
te). En otro pasaje escribe: “ Está completamente
claro que las leyes métricas no son tiranías inventa
das arbitrariamente, sino reglas elegidas por el pro
pio organismo espiritual. Jamás han impedido que
la originalidad se manifestara. En cambio lo contra
rio es mucho más exacto, o sea, que han contribuido
siempre a que madurase la originalidad” (p. 779).
Strawinsky en su Poétique musicale se referirá a este
párrafo, y la idea será repetida por Mallarmé y por
Valéry, no sólo porque. confirma una antigua con
ciencia. románica de la forma, sino porque en ella se
basa una práctica favorita de los modernos, en la que
las convenciones de la rima, del número de sílabas de
los versos y de la construcción de las estrofas son con
siderados como instrumentos que actúan sobre el len
guaje estimulando reacciones a las que el mero es
bozo de contenido del poema jamás habría llegado.
Baudelaire hizo una vez el elogio de Daumier por
que era capaz de representar lo más bajo, trivial y
degenerado con exacta precisión. Lo mismo hubiera <
podido decir de sus propios poemas. En ellos se com
binan la mortalidad y la precisión, lo cual les con
vierte también en precursores de la lírica futura.]
Con Novalis y Poe había penetrado en la teoría poé
87
tica el concepto del cálculo. Baudelaire lo recoge.
“ La belleza es el resultado del entendimiento y el
cálculo” , escribe en el curso de una declaración muy
"típica de él acerca de la preponderancia de lo artís
tico (es decir de lo artificial) sobre lo simplemente
natural (p. 911). Asimismo, la inspiración es para
rél mera naturaleza o impura subjetividad. Como úni
co impulso de la creación poética, sólo conduce, lo
mismo que la embriaguez del corazón, a la inexac
titud. Únicamente la considera bien venida cuando es
el premio a una labor artística previa, que a su vez
tiene categoría de ejercicio; entonces aparece la gra
cia, como ocurre con un danzarín, que “ se ha roto
mil veces las piernas a escondidas antes de exhibirse
en público” (p. 1133). No hay que olvidar el gran pa
pel que Baudelaire asigna a los factores intelectua
les y volitivos dentro del acto poético. Lo mismo que
en Novalis, se inserta en estas reflexiones el concepto
de la matemática. Para definir el acierto exacto del
estilo, Baudelaire lo compara con los “ milagros de
la matemática” . La metáfora adquiere valor de
“ exactitud matemática” . Todo ello se basa en Poe,
quien habló del parentesco de la misión poética con
la “ rigurosa lógica de un problema matemático” .
A través de Mallarmé, estas ideas seguirán vigentes
hasta nuestros días.
es
mánticismo. Lo que ha heredado de éste — que no
es poco —, Baudelaire lo convierte en dura experien
cia, de manera que en comparación con él, los román*
ticos parecen estar jugando. Para ellos seguía siendo
válida la interpretación escatológica de la historia
según la había expuesto la Ilustración en sus últi
mos tiempos: interpretación en el fondo antiquísima,
que consideraba a la propia época como una época
final. Sin embargo, se trataba sobre todo de un esta
do de ánimo, desintoxicado en la belleza de los colo
res que todavía podían admirarse en el ocaso de una
cultura. También Baudelaire se sitúa a sí mismo yj
a su época en un período final, pero para ello se vale j
de otras imágenes y de otros estímulos. La conciencia |
escatológica, que se extiende por Europa desde el j
siglo xvm y llega hasta nuestros días, entra con él ¡
en una fase de clarividencia a la vez aterrada y ate-1
rradora. En 1860 aparece su poema Le coucher du ¿
soleil romantique, con una sucesión descendente de
grados de luz y alegría, hasta llegar a la frialdad de
la noche y al horror ante ciénagas y animales repug
nantes. El símbolo es inequívoco: se refiere al oscu
recimiento final, a la pérdida de la confianza/ toda
vía posible incluso en plena decadencia, del alma en
sí misma. Baudelaire sabe que sólo puede lograrse
una poesía adecuada al destino de su época recu
rriendo a lo tenebroso y a lo anormal. Éstos son los
únicos reductos en que el alma, cada vez más extraña
a sí misma, puede todavía hallar temas de poesía y
escapar a la trivialidad del “ progreso” con que se
disfraza la época final. Es, pues, consecuente cuan-
90
d o l l a m a a s u s Fleurs du Mal ‘ ' ' d i s o n a n t e c r e a c i ó n
d e la s m u s a s d é la é p o c a fin a l” .
B a u d e la ir e m e d itó e l c o n c e p to d e m o d e r n id a d e n
in u y o tr a m e d id a q u e lo s r o m á n t ic o s . É s e e s u n c o n
c e p t o muy c o m p l e j o . D e s d e e l p u n t o d e v i s t a n e g a
t i v o ., l o i d e n t i f i c a c o n e l m u n d o d e l a s g r a n d e s c i u
d a d e s s in v e r d o r , c o n t o d a s u fe a ld a d , s u a s fa lt o , s u
ilu m in a c ió n a r t if ic ia l, s u s d e s fila d e r o s d e p ie d r a , s u s
p e c a d o s , s u d e s o l a c i ó n e n m e d i o ¿ le í b u l l i c i o h u m a n o .
S ig n ific a ta m b ié n la é p o c a d e la té c n ic a q u e lia p u e s
to a s u s e r v ic io a l v a p o r y a la e le c t r ic id a d , la é p o c a
d el p r o g r e s o . É s te e s d e fin id o p o r B a u d e la ir e c o m o
“ p r o g r e s iv a d e c a d e n c ia d e l a lm a y p r o g r e s iv o p r e d o -
s m in io d e l a m a t e r i a ” ( p . 7 G 6 , a u n q u e e n t é r m i n o s d i s
tin to s d e lo s d e la p r im e r a e d ic ió n ); e n o tr a o c a s ió n ,
se d e fin e c o m o “ a tr o fia d e l e s p ír itu ” (p . 1 2 0 3 ). N o s
e n te r a m o s d e s u “ in fin ito a s c o ” a n te lo s a n u n c io s ,
lo s p e r ió d ic o s , la “ m a r e a a s c e n d e n te d e la d e m o
c r a c ia q u e to d o lo n iv e la ” . L o m is m o h a b ía n d ic h o
S te n d h a l y T o c q u e v ille , y a lg o m á s ta r d e lo d ir á
F la u b e r t. P e r o e l c o n c e p to d e m o d e r n id a d , e n B a u
d e la ir e , tie n e ta m b ié n o tr o a s p e c t o : e s d is o n a n t e ,
c o n v ie r t e a lo n e g a t iv o d ir e c t a m e n t e e n a lg o f a s
c in a d o r . L o m ís e r o , d e g r a d a d o , m a lo , té tr ic o y a r t i
fic ia l b r in d a u n m a t e r i a l e x c i t a n t e , q u e la p o e s ía n o
d e b e d e s d e ñ a r , p u e s e n c ie r r a s e c r e to s q u e c o n d u c ir á n
a la p o e s ía p o r c a m in o s n u e v o s . B a u d e la ir e p r e s ie n
te q u e la in m u n d ic ia d e la s g r a n d e s c iu d a d e s e n c ie
r r a u n m is te r io . S u lír ic a la - m u e s tr a c o m o u n r e s
p la n d o r fo s fo r e s c e n te . A e llo s e a ñ a d e q u e , p a r a fu n
d a r el r e in o a b s o lv íío d e lo a r t ific ia l, e l p o e ta a c e p ta
60
todos los actos que la naturaleza excluye. Precisa
mente porque las masas cúbicas de piedra de las ciu
dades carecen de naturaleza y a pesar de que cons
tituyen el lugar del mal, pertenecen a la libertad del
espíritu, son paisajes inorgánicos del espíritu puro.
Esta argumentación se repetirá sólo fragmentaria
mente entre los poetas más tardíos. Pero la lírica del
siglo x x sigue confiriendo a las grandes ciudades
aquella misteriosa fosforescencia descubierta por
Baudelaire.
En Baudelaire mismo las imágenes de gran ciu
dad son disonantes y tienen por lo mismo una gran
intensidad. En ellas se dan juntos luz de gas y cielo
crepuscular, perfume de flores y olor a alquitrán;
están llenas de gozo y de lamentos y, a su vez, están
en disonancia con las amplias curvas vibrantes de
sus versos. Sacadas de la trivialidad, como las dro
gas se sacan de las plantas venenosas, se convierten,
gracias a la transformación lírica, en antídotos del
“ vicio de la trivialidad” . Lo repulsivo se une con la
nobleza de acentos y alcanza aquel “ frisson galvanir
que” (estremecimiento galvánico), que Baudelaire elo
gia en Poe. Ventanas polvorientas con restos de llu
via, fachadas de casas grises y descoloridas, meta
les recomidos por el cardenillo, auroras como sucias
manchas, como sueño animal de prostitutas, estrepi
toso rodar de ómnibus, rostros sin labios, ancianas,
música de hojalata, ojos empapados de hiel, rastros
de perfumes: he aquí algunos de los contenidos de
su “ galvanizada” modernidad poética. En Eliot, to
davía hoy perduran.
61
E s t é t ic a d e lo feo
U n a p o e s ía q u e p a r a ju s tific a r s e n e c e s ita d e se
m e ja n t e s c o n c e p t o s , o a tr a e a l le c to r o lo r e p e le d e -
lin itiv a m e n te . L a s e p a r a c ió n e n tr e a u to r y p ú b lic o ,
p r o v o c a d a p o r R o u s s e a u , h a b ía d e s e m b o c a d o , e n e l
63
romanticismo, en el tema favorito — y hasta cierto
punto tratado melódicamente — del poeta solitario.
Baudelaire lo recoge en un tono más áspero y le da
aquel dramatismo agresivo que a partir de entonces
caracterizará la poesía y el arte europeos, incluso en
aquellas casos en que la intención de desconcertar
no se formule explícitamente en principios, sino
que se desprenda naturalmente de la obra. Baude-
laire tenía todavía esta clase de principios: habla
del “ aristocrático placer de desagradar” , llama a las
Fleurs^du Mal “ apasionada afición a la oposición”
y “ producto del odio” , celebra que la poesía provo
que un “ ataque de nervios” y se jacta de irritar al
11lector y de que éste no le comprenda. “ La conciencia
poética, en otra época fuente inagotable de satisfac-
j ciones, es ahora un inagotable arsenal de instrumen-
j tos de tortura” (p. 519). Todo ello es mucho más que
|una mera imitación de los tópicos románticos. Por
1consiguiente, las disonancias internas de la poesía
i son también disonancias entre obra y lector.
C r is t ia n is m o bn r u in a s
64
car en su obra aquellas palabras que aparecen con
mayor frecuencia. La palabra delata cuál es su obse
sión” (p. 1111). Estas frases de Baudelaire contienen
un excelente principio de interpretación, que se pue
de aplicar al propio Baudelaire. El rigor de su mun
do espiritual y la insistencia en unos pocos pero in
tensos temas permiten descubrir los puntos esencia
les a base de las palabras repetidas con mayor fre
cuencia. Se trata de palabras clave, que se pueden ’
clasificar fácilmente en dos grupos opuestos. Por un
lado están: tinieblas, abismo, miedo, desolación, de
sierto, prisión, frío, negro, podrido..., por otro: ím
petu, cielo azul, ideal, luz, pureza... Casi en todos
los poemas encontramos esta exasperada antítesis.
A menudo la vemos contraída en un espacio breve
y convertida en una disonancia léxica: “ sucia gran
deza” , “ caído y encantador” , “ pánico fascinador” ,
“ negro y claro” . Esta unión de lo que normalmente
no se puede unir se llama oxymoron. Es un antiguo
artificio del lenguaje poético que sirve para expre
sar estados anímicos complicados. En Baudelaire
sorprende lo excesivo de su empleo: es la figura clave
de su disonancia básica. Babou, el amigo de Baude
laire, tuvo una idea feliz al convertirla en título:
“ Fleurs du Mal” .
Detrás de estos grupos de palabras persisten res- ¡
tos de cristianismo. Es imposible imaginar a Bau- í
delaire sin el cristianismo. Pero el poeta ya no es j
cristiano. Y esta afirmación no se ve desmentida por
su tan comentado “ satanismo” . Quien se sepa do-,
minado por Satanás lleva ciertamente estigmas cris-
61
» » * f(p r /ii w n n in v i - ■
tianos, pero eso es muy distinto de la fe cristiana en
* la redención. En la medida en que puede definirse
con pocas palabras, diríamos que el satanismo de
Baudelaire es el perfeccionamiento del mal mera
mente animal (y con ello de la trivialidad) por el mal
concebido por la inteligencia, con el fin de lograr dar
el salto hacia el ideal, gracias a este grado sumo de
¡malignidad. De ahí las crueldades y la perversidad
de las Fleurs du Mal. Por “ sed de infinito” degradan
la naturaleza, la risa y el amor, convirtiéndolos en
demoníacos y quieren hallar de este modo el punto
de partida hacia lo “ nuevo” . Según otra palabra clave,
el hombre es “ hiperbólico” ; está impulsado siempre
hacia arriba por una fiebre espiritual; pero está tam
bién esencialmente dividido, homo d ú p l e x y tiene
que satisfacer a su polo satánico para poder hallar
el camino de su polo celestial. En este esquema revi
ven formas primitivas de maniqueísmo y gnosticis
mo cristianos llegados hasta él a través de los ilu
minados del siglo xvm y de Joseph de Maistre. Por
otra parte, esta resurrección no se explica únicamen
te por unas influencias, sino que en este esquema se
manifiesta una necesidad del propio Baudelaire. Por
ello es sintomático — incluso mucho más allá de su
persona — el hecho de que la intelectualidad moder
na recurra a viejas formas de pensamiento, precisa
mente a aquellas que responden a su escisión.
M aun los muchos y variados ejemplos a que se
suele recurrir para demostrar el supuesto cristianis
mo de Baudelaire alcanzan a modificar este cuadro.
Baudelaire tuvo la voluntad de orar, habló en forma
auténticamente seria del pecado, estuvo profunda
mente convencido de la culpabilidad humana — has
ta tal punto, que se habría reído de los sabios psi
quiatras que hubiesen querido explicar sus congojas
como “ un complejo de Edipo reprimido” . Pero no
encontraba ningún camino: su oración se pierde en
la- impotencia y acaba no siendo oración. Baudelaire
escribe poemas sobre el sufrimiento y ve en él la ca
racterística más noble del hombre y ve condenaciones
que podrían acercarnos a la idea de que pervive en
él un jansenismo difuso. Pero no tiene más propó
sito que el de acentuar cada vez más su escisión in
terna, exagerándola hacia ambos sentidos. Ello se ve
claramente en su actitud frente a la mujer. La conde
nación de ésta va más allá del término medio huma
no. Su tensión “ hiperbólica” sólo sería cristiana si
la fe en el misterio de la redención la comprendiera
a ella también. Pero eso es precisamente lo que falta.
Jesús sólo aparece en sus poemas como metáfora pa
sajera o como aquel a quien Dios ha dejado caer.
Detrás de la convicción de estar condenado, se agita
el deseo de “ disfrutar intensamente” de ello. Claro
que eso no puede ni imaginarse sin una herencia cris
tiana. Pero lo que queda es un cristianismo en rui
nas. En el concepto de creación válido para los cató
licos tomistas, el mal sólo tiene una importancia
accidental. Baudelaire — como en otro tiempo los
maniqueos — lo vuelve a aislar convirtiéndoló en una
fuerza independiente. En la profundidad y en el pa
radójico desenfreno de esta fuerza, su lírica encuen
tra la valentía para ser anormal. La poesía posterior
67
— con excepción de la de Rimbaud— pierde la no
ción del origen de su anormalidad en la podredum
bre de un cristianismo decadente. Pero la anormali
dad queda. Y ni siquiera los poetas cristianamente
más rigurosos quieren o pueden resistirse a ella; tal
es el^caso de T. S. Eliot.
V a c u id a d del id e a l
70
es decir, el del mal satánico y .el del ideal vacuo, sir
ven para mantener despierta aquella excitación que
hace posible la huida del mundo de la trivialidad.
Pero esta huida no tiene objeto, no va más allá de
la excitación disonante.
El último poema, Le Voy age, que analiza todos
los intentos de evasión, acaba con la decisión a la
muerte. Qué es lo que la muerte trae consigo, el poe
ma lo ignora; pero la muerte le seduce, porque es la
única posibilidad de conducirnos a lo “ nuevo” . Y lo (
nuevo ¿ qué es ? Es lo indeterminado, el vacío en con- 1
traste con la disolución de la realidad. En la cum- j
bre del ideal baudelairiano se halla, pues, el con
cepto de la muerte, totalmente negativo y falto de
contenido.
Lo desconcertante de esta modernidad es que está
atormentada hasta la neurosis por el impulso de huir
de la realidad, pero que por otra parte se siente inca
paz de creer o de crear una trascendencia con conte
nido preciso y lógico. Ello conduce a sus poetas a
una dinámica de tensión sin solución y a un miste
rio sin más objeto. Baudelaire habla a menudo de
lo sobrenatural y del misterio. Lo que con ellp quiere
decir sólo se entiende cuando, como él mismo, se re
nuncia a dar a estas palabras otro contenido que
no sea el propio misterio absoluto. El ideal vacuo, '
lo “ otro” , indeterminado, que en el caso de Eimbaud
es más indeterminado todavía y en el de Mállarmé
se convierte en la nada, y el misterio de la lírica mo
derna que se cierra sobre sí mismo, se corresponden i
perfectamente.
71
M a g ia d b l len g u a je
73
pieza con el verso: “ Wenn der lahme Weber träumt,
er webe” (cuando el tejedor inválido sueña que teje).
Este verso no pretende tanto ser comprendido como
ser acogido como sugestión sonora. Cada vez se se
paran más en el lenguaje la.función de mensaje y la
función de ser un organismo independiente de cam
pos de fuerza musical. Pero el lenguaje determina
también el proceso poético que se somete a los impul
sos que aquél encierra. Se descubre la posibilidad de
crear un poema a base de una combinación que ope
re con los elementos rítmicos y musicales del len
guaje como con fórmulas mágicas. Su sentido deriva
de esta combinación, no del programa temático: es
un sentido flotante e impreciso, cuyo misterio no
depende tanto del significado básico de las palabras
como de su poder sonoro y de sus marginalidades se
mánticas. Esta posibilidad se convierte en la poesía
moderna en práctica dominante. El lírico se con
vierte en mago del sonido.
Desde muy antiguo se conoce el parentesco entre
poesía y magia, pero era preciso que este conoci
miento se volviera a conquistar, después que hubo
quedado sepultado por el humanismo y el clasicismo.
Esta reconquista se inició a fines del siglo xvm . En
América desembocó en las teorías de E. A. Poe, las
cuales respondían, por una parte, a la necesidad cre
ciente y específicamente moderna de intelectualizar
la poesía, y por otra, a antiquísimas prácticas. La
proximidad a que ya Novalis, cuando habla de poesía,
sitúa conceptos como los de las matemáticas y de
la magia, es un síntoma de modernidad. Estos dos
73
conceptos (u otros muy parecidos) pueden encontrar
se desde Baudelaire hasta nuestros días cuando los
líricos reflexionan acerca de su arte.
Baudelaire tradujo a Poe y con ello le aseguró,
al menos en Francia, toda la gran consideración de
que gozó hasta muy entrado el siglo xx, considera
ción de la que, por otra parte, los autores anglosajo
nes— incluso Eliot — suelen maravillarse. Nos re
ferimos a dos ensayos de P oe: A Philosophy of Com-
position (1846) y The Poetic Principie (1849). Se
trata de verdaderos monumentos de una inteligencia
artística que saca sus conclusiones de la observa
ción de la propia poesía. En ellos se encarna el en
cuentro de la poesía y, a un nivel no inferior (en
este caso incluso superior), la reflexión acerca de la
poesía, lo cual es también un síntoma esencial de
modernidad. Baudelaire tradujo el primer ensayo
completo, y el segundo sólo fragmentariamente. Pero
se identificó explícitamente con las teorías expuestas
por P oe: por lo tanto, pueden considerarse como las
suyas propias,
r La innovación de Poe consiste en invertir el or-
' den de los actos poéticos, según venía aceptándose
de estéticas anteriores. Lo que parece ser el resul-
‘ tado, es decir, la “ forma” , es el origen del poema;
lo que parece ser el origen, en el “ contenido” , es el
í resultado. Al principio del proceso poético hay una
“ nota” insistente y previa al lenguaje dotado de con
tenido: algo así como una entonación sin forma.
Para dársela, el autor busca aquellos materiales so
noros del lenguaje que están más cercanos a esa nota.
74
Los sonidos se unen formando palabras y éstas se
agrupan finalmente formando temas, con los que, en
último término, se elabora un tejido inteligible. Se
erige, pues, en teoría lógica lo que en Novalis fue
sólo un esbozo y un presentimiento: la poesía nace
del impulso del lenguaje, el cual, por su parte, y obe-:
deciendo a la “ nota” prelingüística, señala el camino!
donde se encuentran los contenidos; éstos no son yai
propiamente la sustancia del poema, sino que son por
tadores de las fuerzas musicales y de sus vibraciones
más allá del significado. Poe demuestra, por ejemplo,
que la palabra “ Pallas” , en uno de sus poemas, debe
su existencia a una nada rigurosa asociación con los
versos precedentes, no menos que a su encanto sono
ro. Poco después describe la ilación lógica — pura
mente secundaria — como mera sugestión de lo in
determinado, porque de este modo se conserva la do
minante tónica y no pasa la supremacía a la domi
nante de contenido. Esta clase de poesía se explica
como una entrega a fuerzas mágicas del lenguaje.
Por otro lado, la atribución de un contenido ulterior
a la nota previa, debe hacerse con “ precisión mate
mática” . El poema es un ente cerrado en feí mismo, ¡
que no comunica ni verdad ni “ embriaguez del cora-
zón” ; no comunica nada, sino que simplemente es: j{
“ the poem per se” . En estas ideas de Poe se basa lajj
moderna teoría poética que se desarrollará en torno
al concepto de “ poésie puré” .
Probablemente Novalis y Poe conocieron las ideas
de los iluminados franceses. De Baudelaire nos cons
ta concretamente. Y a estas ideas (en las que el sim
75
bolismo tiene también gran parte de su origen) per
tenece también una teoría especulativa del lenguaje,
según la cual la palabra no es una creación casual
del hombre, sino que responde a la unidad cósmica
primigenia; el simple hecho de pronunciarla provoca
un contacto mágico entre quien la pronuncia y aquel
origen remoto; en cuanto palabra poética, sumerge
de nuevo las cosas triviales en el misterio de su ori
gen metafísico y descubre las recónditas analogías
que existen entre los distintos miembros del Ser. (1).
Como Baudelaire estaba familiarizado con estas
ideas, no tenía que serle difícil adoptar las teorías
poéticas de Poe, que tal vez proceden de las mismas
fuentes. También Poe habla de la necesidad de la
palabra en una frase que más tarde habrá de citar
Mallarmé: “ Hay en la palabra algo de sagrado, que
nos impide jugar con ella como con un juego de azar.
Dominar artísticamente una lengua equivale a ejer
cer una especie de conjuro mágico” (p. 1035). Esta
fórmula de “ conjuro mágico” se repetirá con fre
cuencia, referida incluso a las artes plásticas. Es la
expresión de un pensamiento que pertenece al mundo
de representaciones de la magia y de la mística se
cundaria (ocultismo). Expresiones como “ fórmulas
mágicas” u “ operaciones mágicas” no son menos
corrientes. Y finalmente aparece otra palabra clave:
“ sugestión” ; más adelante volveremos a ocuparnos
de ella.
70
No importa que las Fleurs du Mal recurran sólo
escasamente a esta magia del lenguaje, por ejemplo
bajo la forma de rimas poco corrientes, de asonan-'
cias distantes, de curvas sonoras o de series de voca
les que imponen un sentido y que no están impuestas
por él. En sus afirmaciones teóricas, en cambio, Bau-
delaire va mucho más allá: con ellas anuncia una
lírica que en aras de las fuerzas mágicas sonoras
renuncia cada vez más al orden objetivo, lógico, afec
tivo e incluso gramatical y se deja imponer conteni
dos procedentes de los impulsos de la palabra, que
jamás hubiera encontrado por medio de un plan re
flexivo. Se trata de contenidos de sentido anormal,
situados en el límite o incluso más allá del límite de
lo comprensible. Aquí se cierra precisamente el círcu
lo, aquí se muestra otra característica coherente de
la estructura de la lírica moderna. Una poesía cuyo
ideal es vacuo se escapa de la realidad por medio de
la creación de una esfera de misterio incomprensi
ble. Así puede buscar todavía mayor apoyo en la
magia del lenguaje, por cuanto al operar con las
posibilidades sonoras y asociativas de la palabra se
descubren otros contenidos de sentido oscuro, pero
al mismo tiempo también misteriosas fuerzas mági
cas de la pura sonoridad.
F a n t a s ía creadora
78
( “ rêve” ) y fantasía (“ fantaisie” ). Con más decisión
que Rousseau y Diderot, Baudelaire los eleva al rango
de superior facultad de creación. Y decimos facul
tad “ de creación” y no “ creadora” para subrayar
mejor la idea de las fuerzas intelectuales y volitivas
que se hallan implícitas en sus conceptos de sueño
y fantasía y que encuentran asimismo expresión en
el hecho de que — en la misma esfera — se hable de
matemáticas y de abstracción.
Claro está que también encontramos empleado el
término sueño en su significado antiguo, por ejemplo
cuando Baudelaire se refiere a las más variadas for
mas de la intimidad, del tiempo interno y del ansia
de lejanía. Pero también aquí se acentúa sobrada
mente la supremacía de los sueños sobre la proximi- j
dad objetiva, el contraste cualitativo entre la ampli- ¡
tud del sueño y la estrechez del mundo real. Pero i
sobre todo hay que considerar este concepto en su
acepción más elevada y más dura, o sea, cuando el
sueño se diferencia explícitamente de la “ blanda me
lancolía” , de la “ mera efusión” y del “ corazón” . En
el prólogo a la traducción de las Nouvelles Histoires
de Poe, Baudelaire llama al sueño lo “ brillante, mis
terioso, perfecto como el cristal” . El sueño es un
poder de generación, pero no de percepción, que en
ningún caso actúa, ciega y arbitrariamente, sino de
manera exacta y según un programa. Pero <?n cual
quier forma que se presente, lo que le distingue es
siempre la creación de contenidos irreales. Puede ser
una disposición poética, pero también puede provo
carse y ponerse en marcha por medio de estupefa
cientes y de drogas, o surgir de estados psicopatoló-
gicos. Todos estos estímulos son válidos para la “ ope
ración mágica” gracias a la cual los sueños hacen
prevalecer la irrealidad artificial por encima de la
realidad.
Cuftndo Baudelaire dice que el sueño es “ perfecto
como el cristal” , la comparación no es mera casua
lidad. Con esta expresión se asigna un rango deter-
. minado al sueño, al compararlo con lo inorgánica
Anteriormente Novalis había ya escrito: “ Las pie
dras y las sustancias son sublimes: el hombre es el
verdadero caos” . Esta inversión de jerarquías, pro
cedente de fuentes alquímicas, reaparece regularmen
te en Baudelaire siempre que trata el tema de los
sueños. Se completa degradando la naturaleza hasta
el caos y la impureza. Ello quizás no sorprenda de
momento tratándose de un autor latino, pero ya no
se puede explicar partiendo únicamente del pensa
miento latino. Bajo el término de naturaleza, Bau
delaire entiende lo vegetativo, así como también las
ordinarias bajezas de los hombres. Con las imágenes
de lo inorgánico, sitúa el símbolo del espíritu abso
luto tan por encima de los hombres que da pie a que
surja una nueva tensión disonante. Lo mismo ocurre
todavía entre los pintores del siglo xx. Sus cuadros
cubistas o de colores irreales se avienen perfecta
mente con el hecho de que — como Marc, Beckmann
y otros — hablen de la naturaleza como de algo im
puro y caótico: la estructura debe imponerse, y no
limitarse a ser un influjo. A los ojos de Baudelaire,
lo inorgánico logra su suprema importancia cuando
80
es material de esfuerzo artístico: la estatua es para
él más preciosa que el cuerpo viviente, el decorado
escénico que representa un bosque, más que el bos
que natural. No cabe duda de que este modo de pen
sar es latino, pero la manera extrema de aplicarlo es
moderna. Semejante equiparación de lo artificial con
lo inorgánico, este modo tan categórico de excluir
de la poesía lo real, sólo tiene precedentes, a lo sumo,
en una literatura con la que la poesía moderna tie
ne por lo demás secretos vínculos, es decir, la litera
tura barroca española.
Pero incluso en ella hubiera sido imposible un
poema como el Reve parisién de Baudelaire, el texto
fundamental para ver cómo espiritualiza lo arti
ficial e inorgánico. No aparece en él una ciudad real,
sino una ciudad de sueño, construida deliberadamen
te ; imágenes cúbicas, de las que está desterrado todo
lo vegetal; arcadas gigantescas que rodean el único
elemento en movimiento, aunque sin vida: el agua;
abismos diamantinos, bóvedas de piedras preciosas;
ni sol ni estrellas: sólo una negrura que brilla por sí
misma; todo ello sin hombres, sin lugar, sin tiempo,
sin sonido. Se ve perfectamente lo que el título “ sue
ño” significa: creación de un cuadro a partir de una
espiritualidad constructiva que expresa su victoria
sobre la naturaleza y sobre el hombre con los símbo
los de lo mineral y lo metálico y que proyecta las imá
genes que ha construido en el ideal vacío. De aquí se
reflejan, brillantes para el ojo, inquietantes para el
alma.
81
A b s t r a c c ió n y arabesco
M
Baudelaire, que lógicamente conduce a otro concepto
de este tipo: la abstracción. Ya Novalis lo había em
pleado como determinante esencial de la fantasía.
Y ello se comprende, porque la fantasía es la facul
tad que permite crear lo irreal. Cuando Baudelaire
dice “ abstracto” significa sobre todo “ mental” en el
sentido de “ no objetivo” . Y aquí se vislumbran otros
puntos de partida de la poesía y el arte abstractos,
derivados del concepto de una fantasía ilimitada,
cuyo equivalente son las líneas y los movimientos sin
objeto. A estos últimos Baudelaire los llama “ arabes
cos” : he aquí otro concepto que prosperará. “ El ara
besco es el dibujo más espiritual” (p. 1192). Grotesco
y arabesco habían sido ya emparentados por Novalis,
Gautier y Poe. Baudelaire los aproxima todavía más
entre sí. En su sistema estético, grotesco, arabesco
y fantasía andan de la mano: esta última es la facul
tad de los movimientos abstractos, es decir, de los
movimientos del espíritu completamente independien
tes de todo objeto; los dos primeros son el resultado
de esta facultad.
Entre los poemas en prosa hay uno breve que se
refieren al tirso o vara de las bacantes. La fantasía
creadora le transforma en una figura de líneas y
colores danzantes, para los que la vara, según dice
el texto, sólo sirve de pretexto — pretexto también
para “ el movimiento ondulatorio de la palabra” .
Este último comentario se refiere a la relación con
la magia del lenguaje. El concepto de arabesco, de
líneas libres de todo sentido, se enlaza con el con»
capto de la “ frase poética” . Ésta, según escribe Bau-
m
delaire en un esbozo de prólogo a las Fleurs du Mal,
es una pura sucesión de sonidos y movimientos, ca
paz de formar una línea horizontal, ascendente o des
cendente, una espiral, un zigzag de ángulos super
puestos. Y, precisamente por ello, la poesía se apro
xima a la música y a la matemática.
Belleza disonante, eliminación del corazón en el
asunto de la poesía, conciencia anormal, ideal vacuo,
desobjetivación y misteriosidad, nacidos de las fuer
zas mágicas del lenguaje y de la fantasía absoluta y
semejantes a las abstracciones de la matemática y a
las curvas melódicas: he aquí los elementos con que
Baudelaire preparó las posibilidades que habían de
..adquirir realidad en la lírica del porvenir.
Tales posibilidades tienen su origen en un hom
bre estigmatizado por el romanticismo. Del juego ro
mántico, Baudelaire hizo una seriedad no romántica;
con ideas marginales de sus maestros construyó un
edificio mental cuya fachada les da la espalda. Por
eso se puede dar a la lírica de sus herederos el nom
bre de romanticismo desromantizado.
86
III. RIMBAUD
C a r a c t e r ís t ic a s p r e l im in a r e s
87
da, pero se le puede aplicar una palabra clave del
propio Rimbaud: explosión. Empieza con versos liga
dos, para pasar al verso libre y desmembrado y de
ahí a la poesía en prosa asimétrica y ritmada de las
llluminations (1872-1873) y de la Saison en enfer
(1873^(1). Esta simplificación de las formas, prepa
rada ya por poetas anteriores, se realiza en favor de
una lírica dinámica, que usa de lo objetivo y de lo
formal como de medios cualesquiera de su libertad.
Por lo demás, podemos prescindir de la división de
la obra en verso y prosa. Sería más lógica otra divi
sión : la de la obra en dos mitades: la primera hasta
mediados de 1871, en que termina aproximadamente
la poesía inteligible, y otra que comprendería la poe
sía ulterior, oscura y esotérica.
La poesía de Rimbaud se puede comprender de
momento como realización de las ideas teóricas de
Baudelaire. Pero nos ofrece un cuadro totalmente
transformado. Las tensiones, insolutas, pero ordena
das y rigurosamente formales de las Fleurs du Mal,
se convierten aquí en absolutas disonancias. Los te
mas, que sólo de vez en cuando se suceden aun vaga
mente, presentan un sinfín de interrupciones y las
más de las veces aparecen confusamente entremez
clados. El núcleo de esta poesía apenas puede decirse
que sea temático; más bien parece una excitación tur
bulenta. A partir de 1871 ya no consiste en tramas
cuyo desarrollo pueda seguirse, sino en fragmentos,
«8
lineai truncadas, imágenes de agudo sentido, pero
irreal®»; pero todo ello de tal manera, que, en aque
lla unidad, vibra el caos, sin el cual no hubiera lle
gado a tener existencia lingüística en la unidad de
una musicalidad superior a los sentidos, que recorre
toda« la« armonías y todas las disonancias. El acto
lírico te desplaza cada vez más de la expresión de
un contenido a una manera de ver dictatorial, y con
ello a una técnica de expresión totalmente insólita.
Esta técnica ni siquiera necesita basarse en la des
trucción del orden sintáctico. Incluso, para un poeta
tan volcánico como Rimbaud, ello ocurre más bien ra
ras veces; y más raramente aún en el pacífico Ma
llarmé. A esta técnica le basta con poner más tensión
en el contenido caótico de las frases, que se simpli
fican hasta el primitivismo.
D e s o r ie n t a c ió n
89
de lo sobrenatural” . Claudel alude al positivismo
científico, que se basa en la convicción de que es po
sible explicar totalmente el cosmos y el hombre, sofo
cando así las fuerzas artísticas y espirituales sedien
tas de misterio. Por ello la poesía hermética, que
huye del mundo explicable del pensamiento riguro
samente científico para lanzarse al mundo rigurosa
mente enigmático de la fantasía, puede servir de
mensaje que ayude a quien lo recibe a dar un salto
parecido. Quizás sea éste uno de los motivos funda
mentales de la atracción que Rimbaud ha ejercido
sobre las generaciones posteriores. Su caos irreal era
una emancipación con respecto a la realidad opri-
mente. Claudel le debe el impulso hacia la conver
sión; de ésta sólo Claudel es responsable. Rimbaud
merece menos aún que Baudelaire el calificativo de
cristiano, aunque sus poemas encierren fuerzas em
parentadas con el éxtasis religioso. Tales fuerzas,
en él, se pierden en la nada de una vacua sobrena-
turalidad.
La impresión que causan los textos de Rimbaud
es tanto más desorientadora por cuanto parte de un
lenguaje que no sólo nos hiere con sus golpes bruta
les, sino que es capaz de las más fascinantes melodías.
A veces parece como si su autor flotara en una bea
titud sobrenatural, como si viniera de otro mundo,
resplandeciente y encantado. Gide le llama “ zarza
ardiente” . Para otros es un ángel; Mallarmé habla
del “ ángel en el exilio” . Su obra disonante provoca
los juicios más contradictorios, que van desde su
exaltación al rango de poeta supremo hasta la deni
»0
grante calificación de joven perturbado por la pu
bertad, en torno al cual se han formado las leyendas
más exageradas. Un frío análisis puede perfectamen
te desmentir estas exageraciones, pero tendrá que
reconocer en ellas una consecuencia de la fuerza que
emana de Rimbaud. Cualesquiera que sean los jui
cios que se formulen sobre él, todos coinciden en que
no se puede prescindir del fenómeno Rimbaud, que
apareció y se apagó como un meteoro, cuya estela de
luz sigue aún brillando, empero, en el firmamento de
la poesía. Autores que no le han conocido hasta tarde
y que escribieron sin estar bajo su influencia, afirman
que su propia obra procede de la misma “ necesidad
de expresión” que la de Rimbaud,’ es decir de la ine
ludible expresión de las “ situaciones íntimas” que
se repiten en un determinado período de cultura.
Así se expresaba aun recientemente Gottfried Benn.
L as “ C a r t a s del V id e n te ” (t r a s c e n d e n c ia vacua,
a n o r m a lid a d d e l i b e r a d a , m ú s ica d is o n a n t e )
91
Que el poeta se erija en vidente no es ninguna
novedad. La idea tiene su origen entre los griegos.
El platonismo renacentista la volvió a desenterrar.
A través de Montaigne llegó hasta Rimbaud, el cual
ya de estudiante había aprendido de memoria uno
de Itfs Ensayos en que Montaigne combina dos frag
mentos de Platón acerca de la locura poética. Tal
vez se sumaran a ello reminiscencias de Víctor Hugo,
pero lo importante es el sentido que Rimbaud da a
esta idea. ¿ Qué es lo que ve el poeta vidente y cómo
se convierte en tal? Las respuestas no tienen nada
de griegas; por el contrario, son muy modernas.
La finalidad del escribir poesía es “ llegar a lo des
conocido” , o, dicho de otro modo: “ ver lo invisible,
oir lo inaudible” . Conocemos ya estos conceptos;
proceden de Baudelaire y, lo mismo que par-a él, son
palabras claves de la trascendencia vacua. Rimbaud
tampoco da de ellas ninguna definición más precisa,
sino que se queda con la definición negativa de la
finalidad anhelada. La califica de “ no corriente” ,
“ no real” , a lo sumo de “ lo otro” ; pero no le da con
tenido. Los poemas de Rimbaud confirman lo mismo.
Su volcánico modo de lanzarse fuera de la realidad
es ante todo un modo de dar salida a ese mismo Im
petu explosivo, y luego la deformación de la realidad
en imágenes, que, aunque irreales, no son el signo de
una verdadera trascendencia. Lo “ desconocido” es
también en Rimbaud un polo de tensión sin conte
nido. La mirada poética penetra en el misterio vacío
a través de una realidad conscientemente hecha pe
dazos.
¿Cuál es el sujeto de esta mirada? Las frases con
que Rimbaud contesta a esta pregunta se han hecho
famosas. “ Porque “ yo” es otro. Cuando la hojalata
se despierta en forma de trompeta, no hay que echar
le la culpa. Yo estoy presente al despertar de mi
pensamiento, yo lo contemplo, yo lo escucho. Trazo
una línea con el arco y la sinfonía se mueve en la
profundidad. Es un error decir: pienso. Habría que
decir: me piensan.” El sujeto que actúa no es por
lo tanto el yo empírico. Hay otras fuerzas que actúan
en su lugar, fuerzas subterráneas, de carácter “ pre-
personal” , pero capaces de imponerse violentamente.
Sólo ellas son el órgano adecuado para mirar lo “ des
conocido” . Claro que en estas frases se vislumbra
el esquema místico: el propio abandono del yo, por
que la inspiración divina lo subyuga. Pero la domi
nación viene ahora de abajo. El yo se hunde, es
desarmado por las capas profundas colectivas (“ Váme
universelle ” ). Estamos en el umbral donde la poesía
moderna empieza a dejarse sugerir por el caos del
subconsciente, nuevas experiencias que el gastado
material del mundo ya no puede darle. Se comprende
que los suprarrealistas del siglo xx reivindiquen a
Rimbaud como uno de sus ascendientes.
Todavía mayor importancia tiene la continuación
de ese proceso intelectual: el abandono del yo por sí
mismo debe lograrse mediante un acto operativo, di
rigido por la voluntad y la inteligencia. “ Quiero lle
gar a ser poeta y trabajo para serlo” ; he aquí el prin
cipio volitivo. Su realización consiste “ en desordenar
lenta, infinita y concienzudamente todos los senti
os
dos” . Más aún: “ Se trata de crearse un alma*con
trahecha, como un hombre que se plantase verrugas
en la cara y las cuidase para que crecieran” . El im
pulso poético se pone en marcha por medio de la pro
pia mutilación, del afeamiento activo del alma. Todo
“ para alcanzar lo desconocido” . El que mira lo des
conocido, es decir el poeta, se convierte en el “ gran
enfermo, el gran criminal, el gran maldito: el sabio
máximo” . De manera que la anormalidad ya no es un
destino que se acepta, como en otro tiempo hacia
Rousseau, sino un aislamiento por cuestión de prin
cipio. El componer poemas se asocia definitivamente
a la premisa de que la voluntad destruya el tejido
anímico, ya que semejante destrucción hace posible
el ciego precipitarse a la profundidad prepersonal
y a la trascendencia vacía. Estamos muy lejos del
vidente griego, a quien las musas hablaban de los
dioses.
La poesía nacida de semejante operación se llama
“ lenguaje nuevo” , “ lenguaje universal” , para el que
da lo mismo tener o no tener forma. Es un tejido de
“ extrañeza, arbitrariedad, asco y embeleso” . Todas
las categorías se hallan a un mismo nivel, lo mismo
la belleza que la fealdad. La demostración de su va
lor consiste en la excitación y en la “ música” . Rim-
baud, en su poesía, habla constantemente de la mú
sica. La llama “ la música desconocida” ; la oye en
“ castillos hechos de huesos” , en la “ canción de acero
de los postes telegráficos” ; la música es el “ canto
claro de la nueva desgracia” , es “ la música más in
tensa” en la que ha quedado aniquilado todo “ el su
»4
frimiento meramente armonioso” de tipo romántico.
Cuando su poesía hace cantar cosas y seres, suenan
gritos y bramidos, que se intercalan en la canción
y el canto: música disonante.
Volvamos a las cartas. En ellas se encuentra la
magnífica frase: “ El poeta define la media de lo des
conocido que se agita en el alma colectiva de su épo
ca” . Inmediatamente sigue la declaración programá
tica de la anormalidad: “ La anormalidad se conver
tirá en norma” . Semejante declaración culmina en
esta frase: “ El poeta llega a lo desconocido, e incluso
en el caso de que, ofuscado, no acierte a comprender
sus propias visiones, por lo menos las habrá contem
plado. Aunque él sucumba en su gigantesco salto a
través de lo inaudito e innominable, otros horribles
trabajadores vendrán y empezarán a partir de los
horizontes donde él haya desfallecido.”
Poeta: el que trabaja en la explosión del mundo
por medio de una imaginación poderosa que penetra
en lo desconocido y allí se estrella. ¿ Presintió acaso
Rimbaud que los modernos poderes enemigos entre
sí, es decir el obrero técnico y el obrero poético, se
cretamente se encuentran, puesto que ambosj son dic
tadores, el uno sobre la tierra, el otro sobre el alma?
R uptura de la t r a d ic ió n
97
gido contra el mito mismo, contra la tradición en
general, contra la belleza; es un ataque hecho como
desahogo del impulso de deformación, el cual.— y
aquí está lo curioso — posee a su vez suficiente cali
dad artística para dar a la fealdad el vigor de una
lógica estilística.
En el poema Ge qu’ on dit au poète à propos de
fleurs, la ofensiva contra la belleza y contra la tra
dición es todavía más dura. Escarnio de la lírica de
las flores, de las rosas, las violetas, los lirios y las
lilas. A la nueva poesía le sienta otra clase de flora :
en lugar de cantar los pámpanos, canta el tabaco, el
algodón y la plaga de la patata; bajo el cielo oscuro,
en la edad del hierro, hay que escribir poemas negros,
en los que la rima brote “ como un chorro de sodio,
como la goma líquida” ; los postes de telégrafo son
su lira, y vendrá uno que dirá el gran amor, él, “ el
ladrón de las oscuras indulgencias” .
M o d e rn id a d y p o e s ía c iu d a d a n a
98
ahí la poesía ciudadana de Rimbaud, que encontra
mos en Illuminations. Esta poesía tiene una fuerza
grandiosa y lleva la ciudad de sueño de Baudelaire
hasta lo superdimensional. Los poemas mejores son
los que llevan por título Ville o Villes (p. 180 y sig.).
Con imágenes incoherentes, agolpadas, cantan ciu
dades fantásticas o futuras, comprendiendo todos
los tiempos e invirtiendo todos los valpres de espa
cio ; se mueven las masas, suenan y braman; objetos
y no objetos se cruzan; entre cabañas de cristal y
palmeras de cobre, por encima de abismos y despe
ñaderos tiene lugar el “ derrumbamiento de las apo
teosis” ; jardines artificiales, mares artificiales, una
iglesia cuya cúpula de acero tiene cinco mil pies de
diámetro, candelabros enormes, la parte superior de
la ciudad está construida tan alta, que ya no se ve
la inferior...; y además las frases (p. 180): estas ciu
dades no han dado cabida a nada que fuera familiar;
no hay ni un monumento a la locura; ni uno solo entre
millones de habitantes conoce a los demás, y, sin
embargo, la vida de cada uno obedece al mismo yugo
uniforme que la de todos los demás; esta gente son
fantasmas, el humo de carbón es para ellos Nombra
de bosques y noche de verano; se muere sin lágrimas,
se ama sin esperanza y “ en el barro de las calles gime
un crimen maravilloso” .
No hay manera de descifrar el entretejido de es
tas imágenes, no hay manera de descubrir én ellas
un sentido tranquilizador, porque su sentido está
precisamente en su caos de imágenes, el cual, na
cido de una fantasía excitada, alcanza lo superdi-
99
mensional, indefinible para la inteligencia, pero per
ceptible para los sentidos; signo visible de los ele
mentos materiales y espirituales de la modernidad
urbana y de sus horrores, que son las fuerzas que la
dominan.
4*
R e b e l ió n contra la t r a d ic ió n c r is t ia n a :
“ U ne s a is o n en E nfer”
100
en el poema Les premières communions: una ado
lescente sucumbe ante el cúmulo de sus instintos cuya
culpa se achaca al cristianismo, por cuanto es el
culpable de su represión. Pero Rimbaud va más allá.
Probablemente en 1872 escribió un poema en prosa
que empieza con estas palabras: “ Bethsaïda, la pis
cine des cinq galeries” , el cual tiene su origen en el
relato evangélico de San Juan acerca de la curación
milagrosa de un enfermo por Jesús junto al lago de
Bethsaida. Pero el relato aparece completamente
transformado. Hay paralíticos que descienden al agua
amarilla, pero no viene ningún ángel, nadie los sana.
Jesús se apoya a una columna y contempla inmóvil
a los que se bañan, a través de cuyas caras Satanás
le saca la lengua. Entonces hay uno que se levanta
y marcha con paso seguro hacia la ciudad. ¿Quién
le ha curado? Jesús no ha pronunciado ninguna pa
labra, no ha vuelto ni una vez la mirada hacia los
paralíticos. ¿Fue acaso Satanás? El texto nada dice;
se limita únicamente a colocar a Jesús espacialmen
te cerca de los enfermos. Precisamente de aquí puede
surgir la sospecha de que no ha sido Jesús ni quizás
tampoco Satanás quien obró la curación, sino una
fuerza de la que nadie sabe nada, ni dónde reside, ni
cuál es. Trascendencia vacua.
Aquí es preciso referirnos brevemente a Une sai-
son en Enfer (Una estancia en el infierno), porque
contiene la última palabra de Rimbaud acerca del
cristianismo. Este texto consta de siete extensos poe
mas en prosa. Su lenguaje contiene un dinamismo
múltiple compuesto de movimientos, yuxtapuestos
101
sin transición: golpes secos, a modo de sacudidas, que
empiezan una explicación y no la terminan; palabras
que se agolpan precipitadamente y sin decisión; pre
guntas a las que no sigue ninguna contestación y, en
medio de ello, la loca melodía, fascinadora y extraña
a la vez, de las amplias curvas de los períodos. Desde
el punto de vista del contenido, esta obra es una revi
sión de todas las fases anteriores de Rimbaud. Y, no
obstante, se realiza de tal manera que en el intento
de renunciar a fases pretéritas, vuelve a caer en ellas
para luego volver a abandonarlas. Así se explica este
avanzar y retroceder desorientador: aquello que el
autor amaba, lo odia ahora, lo vuelve a amar y a
odiar de nuevo. Lo que en una frase está expresado
en forma afirmativa, se niega en la siguiente, para
repetirlo en la tercera. La rebelión se rebela contra
sí misma, hasta que llega el final y lo acaba todo
en un adiós a toda existencia espiritual.
Sentirse apátrida en el mundo tradicional de lo
objetivo, espiritual y sensato: así es como puede re
sumirse el contenido general de estas líneas en zig-
zag, que comprenden también las páginas acerca del
cristianismo. Aparecen vocablos cristianos — infier
no, demonio, ángel—, pero oscilan entre su signifi
cado literal y otro metafórico; valen sólo en cuanto
signos de ciega excitación. “ Hojas repugnantes de
mi diario de condenado” , presentadas al demonio:
así es como Rimbaud llama esta obra. e¿¡ Vuelve la san
gre pagana!... ¡el evangelio ya pasó!... yo abandono
Europa, quiero nadar, cortar hierba, cazar, beber
jugos ardientes como el metal en fusión... [ser] *al-
102
vado” . Pero entre estas frases leemos: “ Espero con
ansia a Dios” , y algunas páginas después, otra vez:
“ Jamás fui cristiano, soy de la raza de aquellos que
cantaban en el suplicio” . Pide “ placeres y maldicio
nes” , pero no vienen. No vienen ni Jesús ni Satanás.
Pero Rimbaud siente sus cadenas: “ Me siento en el
infierno; por lo tanto estoy en él” . El infierno es la
esclavitud bajo el catecismo; los paganos no tienen
infierno. Por ello se le niega también el paganismo.
Estas frases parecen decir que el que habla sufre
bajo el cristianismo como bajo un trauma. La exci
tación se convierte en mueca, es ataque y derrota al
mismo tiempo. Esto es precisamente lo que repre
senta para Rimbaud estar en el infierno. Que a ello
se le tenga que llamar infierno, es una imposición cris
tiana. No explícita, pero sí perceptiblemente, el tex
to entero está dominado por una pregunta: el des
concierto del mundo moderno, lo mismo que el de la
propia intimidad, ¿no será acaso un perverso des
tino cristiano? Pero esta pregunta que plantea Rim
baud queda sin contestar. Surge el segundo tema
fundamental de la Baison: abandonar el Continente,
huir de los “ pantanos occidentales” , de la estupidez
de Occidente, que “ pretende demostrar la evidencia” ,
sin darse cuenta de que con el nacimiento de Jesús
vino también al mundo el burgués empedernido. Este
tema va desprendiéndose cada vez más de las líneas
en zigzag y toina una dirección precisa, conduce ha
cia el otoño, el invierno, la noche, deliberadamente
a la miseria — “ gusanos por todos mis cabellos, y en
mis sobacos y otros aun mayores en mi corazón” . De
la completa consunción nace una decisión: “ abrazar
la rugosa realidad” , abandonar Europa y empezar
una vida de dura acción.
Rimbaud llevó a cabo su decisión: capituló ante
la tensión, para él insoluble, de la existencia espiri-
tuak"El poeta que había llegado más lejos que nadie
en dirección a “ lo desconocido” , no lograba poner en
claro qué era ese desconocido. Entonces da media
vuelta y acepta la muerte interior y enmudece ante
el mupdo por él mismo dispersado. El mayor obstácu
lo pata el poeta fue la herencia cristiana, que por
otro lado no saciaba su infinita sed de sobrenatural
y le parecía tan estrecha como todo lo terreno. Con
la explosión que Rimbaud encendió en todo lo real
y heredado, estalló también el cristianismo. Baude-
laire pudo establecer todavía un sistema partiendo
de su propia condenación. En Rimbaud ésta es ya un
caos y, finalmente, el silencio. Con ello concuerda el
hecho de que el testimonio de su hermana, según el
cual Rimbaud murió como creyente, haya resultado
ser una piadosa mentira.
El yo a r t if ic ia l ; la d e s h u m a n iz a c ió n
v
El yo que nos habla en los poemas de Rimbaud se
presta tan poco a la comprensión partiendo de la
persona del autor como el yo de las Fleurs du Mal.
Claro está que, si se quiere, las experiencias de infan
cia y de juventud del poeta pueden ser un recurso
104
. para explicarse psicológicamente el texto. Pero de
poco sirven para llegar al conocimiento de su conte
nido poético. El proceso de la deshumanización se
precipita. El yo Rimbaud, en su polifonía disonante,
es el resultado de aquella autotransformación activa
de la que hemos hablado antes, y con ello del mismo
estilo imaginativo, del que nace también el contenido
de las imágenes de su poesía. Este yo puede disfra
zarse con todas las máscaras, puede extenderse a to
das las formas de existencia, a todos los tiempos y a
todos los pueblos. Cuando Rimbaud, al principio de la
Saison, habla de sus antepasados los galos, todavía
se le puede interpretar literalmente. Pero pocas fra
ses después leemos: “ He vivido en todas partes. No
hay una familia de Europa a la que yo no conozca...
Tengo en la cabeza caminos de las llanuras suabas,
vistas de Bizancio, murallas de Jerusalén” . Esto es
imaginación motriz, no autobiografía. El yo artificial
se alimenta de “ imágenes idiotas” , de estímulos
orientales y primitivos, se vuelve planetario, se con
vierte en ángel y en mago. Con Rimbaud ha empe
zado esa separación anormal entre sujeto poético y
yo empírico, que habrá de encontrarse actualmente
en Ezra Pound y en Saint-John Perse, y que ya por
sí sola hará imposible comprender la lírica moderna
como expresión biográfica.
Rimbaud define también su destino espiritual por
medio de las relaciones ultrapersonales de la moder
nidad. “ La lucha espiritual es tan brutal como la
guerra entre los hombres” (p. 230), dice en el mismo
texto en que, contra Verlaine, defiende su determi
105
nación de ser quien se precipita a mayor profundi
dad y puede por tanto mirar a mayor distancia, aun
que no pueda ser comprendido de nadie y cause im
presión mortal incluso cuando es suave. Le cabe, em
pero, el orgullo de saber que “ este extraño sufrimien
to posee una autoridad inquietante” (p. 161). Hasta
nosotros ha llegado este apòstrofe suyo: “ Mi supe
rioridad consiste en que no tengo corazón” . De la
poesía romántica detesta los “ corazones sensibles” .
Una de sus estrofas dice : “ Allí te liberas del aplauso
humano, de los afanes mezquinos y vuelas...” (p. 132).
No se trata de meros programas. La propia poesía
de Rimbaud es deshumanizada. No habla a nadie,
monologa y ninguna de sus palabras solicita audi
torio ; parece hablar con una voz para la que no exis
te ningún soporte concebible, sobre todo cuando in
cluso el yo imaginado cede el paso a una expresión
impersonal. Los sentimientos identificables son sus
tituidos por un vibrar neutro, de un modo más radi
cal todavía que en E. A. Poe. Ello se ve por ejemplo
en el poema en prosa Angoisse (188). El título parece
aludir a un estado anímico preciso, pero éste es el
que precisamente falta. Ni siquiera la angustia tiene
ya un rostro familiar. ¿ Existe esta angustia en reali
dad? Lo que se percibe es una intensidad imprecisa,
mezcla de múltiples factores, de esperanzas, caída, jú
bilo, mueca, pregunta, todo ello dicho rápidamente y
rápidamente superado, hasta que el texto desemboca
en heridas y suplicios de los que no se sabe qué quie
ren ni de dónde proceden. El conjunto es de una ver
tiginosa imprecisión, tanto por las imágenes como
por la emoción; es algo tan impreciso como los seres
femeninos que en el texto se citan como de paso. Si
con la emoción se entiende también la angustia, ésta
se halla hasta tal punto fuera de los límites norma
les del mundo del sentimiento, que ya no puede lle
var el nombre humano de “ angustia” .
Cuando Rimbaud se vale de personas para formar
el contenido de sus poemas, éstas se nos presentan
como extranjeras sin patria de origen o como cari
caturas. Las distintas paites del cuerpo, en despro
porción con el conjunto del mismo, aparecen excesi
vamente iluminadas y acompañadas de expresiones
anatómicas técnicas que las objetivizan. Incluso un
poema de tan serenas notas como Le Dormeur du val
puede citarse como ejemplo de deshumanización. Des
de un pequeño prado en el valle que “ bulle de rayos
del sol” nos conduce a la muerte. Paralelamente, el
lenguaje pasa de los versos suaves y extáticos del
principio hasta la cruda frase final que revela que
el silencioso durmiente es un soldado muerto. El des
censo hacia la muerte se hace lentamente; Rimbaud
la va retrasando y, hasta el final, no la hace aparecer
en forma rápida e inesperada. El contenido artístico
del poema reside en su proceso dinámico de lo claro
a lo oscuro, pero el autor lo lleva a cabo sin parti
cipar en él, con fría tranquilidad; no nombra tam
poco la muerte, sino que emplea para ello la misma
palabra con que designa al principio el pradó'en el
valle: primero “ un agujero ( “ trou” ) de verdor” , lué-
go el plural: “ dos agujeros en el costado derecho” .
£1 muerto es pura imagen en el ojo del espectador.-
107
Toda posible emoción del corazón queda excluida.
En su lugar aparece un estilo dinámico artístico que
necesita de un hombre muerto como latigazo para
detener súbitamente aquel movimiento.
r
R uptura de los l ím it e s
lo s
decer” y canta la locura de aquellos cuya palabra
quedó estrangulada por sus grandes visiones.
Esta exaltación de lo cercano por medio de la le
janía es como un esquema dinámico que atraviesa
toda la obra de Rimbaud. Cada vez se obtiene más
rápidamente, a menudo en una sola frase. La excita
ción se vuelve ditiràmbica. “ He tendido cuerdas de
torre a torre, guirnaldas de ventana a ventana, ca
denas de oro de estrella a estrella, y bailo” (p. 178).
Esta es la danza loca sin finalidad, como la que apa
rece al final de los Sept veillards de Baudelaire. Fi
nalmente, la lejanía ya no exalta, sino que destruye.
El poema en prosa Nocturne vulgaire (p. 187) empie
za con las siguientes palabras: “ Un soplo abre bre
chas en los muros... dispersa los límites de los hoga
res” . Tales, palabras pueden considerarse programá
ticas de la poesía de Rimbaud. Ese mismo poema les
da cumplimiento con imágenes dispersas procedentes
de todos los espacios, y al final, como un estribillo,
repite las palabras del principio.
Un poema de contenido oscuro escrito durante el
último período, Larme (p. 125), formula enigmas
que no pueden descifrarse ni a través del título, que
no guarda relación con nada, ni a través de los dis
tintos contenidos. Igual que en casi toda la lírica mo
derna a partir de entonces, conviene interpretar el
poema partiendo de su propio curso dinámico, y no
de las imágenes puestas en movimiento. Un hombre
bebe, sentado junto a un río. Lo que bebe le repugna.
Esta es la nota inicial. En un punto asimétrico se
produce una sacudida: la tempestad cambia el cielo;
109
de pronto surgen países negros, lagos, estacas, co
lumnatas bajo la noche azul, estaciones; “ las aguas
de los bosques se perdían por los arenales vírgenes;
el viento, desde el ciefo, arrojaba témpanos de hielo
a los pantanos” . ¿Qué ha sucedido? Un paisaje terre
nal limitado se ha convertido súbitamente en un pai
saje de diluvio celestial, en el que luego toma parte
también la Tierra. El poema termina con unas pala
bras vacilantes del bebedor — un final que no resuel
ve el enigma, sino que lo renueva, aunque en él se
adivine una cosa: el acto que suprime límites gracias
a la aparición de borrascosas lejanías.
“ Hambre” y “ sed” son palabras frecuentes en el
lenguaje de Rimbaud. Son las mismas que emplearon
en otro tiempo los místicos y Dante para designar
el anhelo divino. Pero en Rimbaud los pasajes en que
aparecen estas palabras revelan una tendencia a la
insaciabilidad. La “ Conclusión” de la Comédie de la
soif dice así: “ Las palomas que se estremecen en el
prado, los venados que corren, y que ven de noche,
los animales de las aguas, el sometido al yugo, las
últimas mariposas..,, tienen sed también. Pero ¡oh,
fundirse donde se funde esta nube sin guía, favore
cido por cuanto es frescor! ¡Expirar en estas viole
tas húmedas cuyas auroras llenan estos bosques!”
(página 128). El mismo año 1872, Rimbaud escribió
las Fétes de la faim. Pero esos festines del hambre
consisten en comer piedra, carbón, hierro y rocas bajo
trozos de aire negro y cielo azul atronador. El ham
bre que no se puede saciar porque el camino hacia el
cielo azul está cerrado, muerde lo duro, se convierte
110
en poesía de aquello que resiste, en “ festín” del oscu
ro delirio que sabe que es funesto. “ La sed enfermiza
oscurece mis arterias” ( Chanson de la plus haute tour,
en p. 131).
“L e B ateau iv r e ”
111
misma exaltación que en Ophélie transformaba lo
limitado por medio de lo infinito.
El protagonista de todo cuanto se narra es una
nave. Tácita, pero claramente, se sobreentiende que
esos acontecimientos son al mismo tiempo los del su-
jeto^oético. El contenido de las imágenes tiene una
fuerza tan vehemente que la equivalencia simbólica
nave-hombre se descubre sólo en el curso dinámico
del conjunto. Los contenidos en movimiento son de
talles concretos, definidos con agudos trazos. Cuanto
más extrañas e irreales se hacen las imágenes, tanto
más sensible va siendo el lenguaje. A ello contribuye
además la técnica poética de exponer el texto como
metáfora absoluta, es decir, hablando únicamente de
la nave, pero nunca del yo simbolizado. Lo impre
sionante que ello resulta se demuestra por el hecho
de que Banville, a quien Rimbaud leyó el poema, echó
de menos que el poema empezara con las palabras
“ Yo soy una nave, que...” . Banville no comprendió
que la metáfora, aquí, no es sólo una figura de com
paración, sino que crea una identidad. La metáfora
absoluta continuará siendo para la lírica posterior
un procedimiento estilístico dominante. En Rimbaud
responde a un rasgo esencial de su poesía, que más
adelante trataremos bajo el título de “ irrealidad sen
sible” .
Le Batean ivre es todo él un acto de expansión.
Aparecen de vez en cuando algunos titubeos, des
pués de los cuales la expansión se reanuda con ma
yor ímpetu hasta llegar en algunos momentos a una
explosión caótica. El curso narrativo empieza con
112
cierta calma; el barco va bajando a favor de la co
rriente. Pero a esta calma había precedido ya una
sacudida: la nave se desentiende de su tripulación,
muerta en la orilla. Luego, de pronto, todo se disloca.
El navegar río abajo se convierte en una danza de
la nave que se hace pedazos en tempestades y mares,
pasando a lo largo de las costas de todos los países:
una danza en noches verdes, entre podredumbres, en
tre peligros, bajo signos de muerte y “ fosforescen
cias cantarínas” , “ arrojada por el huracán al éter
sin pájaros” , horadando el cielo enrojecido como un
muro cubierto de liqúenes de sol y de mocos de azur” ,
hasta que llega el cambio: la nostalgia de Europa.
Pero la nostalgia ya no lleva a ningún país. El barco
evoca un breve idilio, de un niño que, entre los per
fumes del anochecer, juega junto a un pantano. Pero
ello sólo es un sueño que ya no tiene remedio, porque
la nave ha respirado la amplitud de los mares y los
archipiélagos de estrellas y se sabe perdida para la
mezquindad de Europa. De la misma manera que en
la calma del inicio quedaba absorbida la sacudida,
en la calma del ñnal se encierra la aniquiladora ex
pansión de las estrofas anteriores. Es la calma del no
poder ya más, del naufragio en el infinito, así como
de la ineptitud para la limitación.
El poema sigue una ilación extremadamente sen
cilla, que mantiene lo expresado en un orden muy
claro. La explosión no se produce en la sintaxis, sino
en las representaciones. Incluso puede decirse que la
impresión explosiva es tanto más intensa por cuanto
se halla precisamente en disonancia formal con la
113
estructura de la frase. En cuanto a las imágenes, son
protuberancias de la fantasía, que no sólo de una es
trofa a otra, sino de un verso a otro e incluso dentro
de un mismo verso, añaden a lo lejano y salvaje más
salvajismo y más lejanía aún. Estas imágenes son
incoherentes entre sí. No hay ninguna que derive ne
cesariamente de la anterior, y de ello resulta una
arbitrariedad que permitiría cambiar unas por otras
estrofas enteras. Ello se agudiza por el hecho de que
algunos grupos de imágenes nacen de la mescolanza
de conceptos antitéticos, del maridaje de conceptos
objetivamente contrarios entre sí, como son lo bello
y lo repugnante, la sordidez y el arrobamiento, pero
también de un insólito empleo de expresiones técni
cas, especialmente marineras. Dentro de un marco
sintáctico todavía incólume, bulle ya el caos.
Y, sin embargo, este caos tiene también una es
tructura. En él, una vez más, las tendencias dinámi
cas son más importantes que los contenidos puestos
en movimiento. La dinámica del poema permite que
las imágenes aparezcan arbitraria e incoherentemen
te, porque son sólo el soporte de los movimientos
autónomos, los cuales se desarrollan netamente en
tres actos: repulsión y rebelión, proyección a lo su-
perdimensional y descenso a la calma del aniquila
miento. Estas fases forman no sólo la trama del mo
vimiento del Bateau ivre, sino la de toda la produc
ción poética de Rimbaud. En muchos puntos lo caó
tico del contenido no se presta ya a interpretación.
Esta lírica, empero, se comprende cuando se penetra
en su dinámica. Ello explica también lógicamente
que sea cada vez más abstracta, es decir, que des
truya hasta la incomprensibilidad el valor real de
los contenidos en favor del puro dinamismo. Este
hecho sigue siendo válido para una gran parte de la
lírica moderna, sobre todo para la que está empa
rentada con el tipo de la de Rimbaud.
En Rimbaud este triple tejido dinámico responde
a su actitud frente a la realidad y a la trascenden
cia: turbulenta deformación de la realidad, anhelo
de lejanía y fracaso final, porque la realidad es de
masiado angosta y la trascendencia demasiado va
cua. Una frase en prosa resume lo que acabamos de
decir en una cadena de conceptos: “ Misterios reli
giosos o naturales, muerte, nacimiento, futuro, pa
sado, cosmogonía, nada” (p. 213). Al final de la ca
dena está la nada.
D e st r u c c ió n de la r e a l id a d
li«
guen siendo relaciones posibles con el mundo real y
hasta qué punto se mantienen dentro del marco de
aquellas fuerzas metafóricas que preceden al origen
de todas las lenguas y son por lo tanto comprensi
bles. A partir dé Rimbaud, la lírica ya no guarda
tales ¿airamientos, y el contemplador o el crítico se
ve obligado por lo tanto a recurrir heurísticamente a
la realidad como término de comparación, ya que sólo
así podrá apreciar hasta qué punto esta realidad ha
sido destruida así como con cuánta violencia se ha
roto con el antiguo estilo metafórico.
En su último poema, Délires I. Vierge folie.
L’ épouco infernal, Rimbaud hace decir a su amigo
Verlaine: “ Al lado de su amado cuerpo dormido,
cuántas horas he velado, por las noches, para averi
guar por qué (él, Rimbaud) ansiaba tanto huir de
la realidad” (p. 216). En las ficticias palabras de
Verlaine, habla el propio Rimbaud. Ni siquiera logra
explicarse el motivo de su huida. Pero su obra nos
muestra una correspondencia inequívoca entre su re
lación con la realidad y su pasión por lo “ descono
cido” . Este desconocido al que no puede darse ya
ningún contenido religioso, filosófico ni mítico, es
más intenso que en Baudelaire; es el polo de una
tensión y, porque el polo es vacuo, repercute sobre la
realidad. Como ésta es percibida como insuficiente
frente a la trascendencia — por vacua que ésta sea —
la pasión por la trascendencia se convierte en una
destrucción ciega de la realidad. Esta realidad des
truida constituye ahora el signo caótico de la insu
ficiencia de lo real en general, así como de la inase-
quibilidad de lo “ desconocido” . He aquí la que puede
llamarse “ dialéctica de la modernidad” , que aun mu
cho después de Rimbaud determina la poesía y el arte
europeos.
Recuérdese la frase de Baudelaire, según la cual
al acto inicial de la imaginación es una “ descompo-
sión” . Esta descomposición, en cuyo ámbito está ya
comprendida en Baudelaire la “ deformación” , se con
vierte en Rimbaud en el procedimiento efectivo de la
poesía. En la medida en que puede decirse que existe
todavía realidad (o que nosotros podemos medir heu
rísticamente el poema tomando la realidad como cri
terio), ésta es objeto de dilatación, de descomposición,
de afeamiento, de tensiones de contraste, hasta tal
punto que siempre viene a constituir una forma de
paso a lo irreal. Entre los elementos primordiales del
mundo objetivo de Rimbaud, figuran el agua y el
viento, que en los primeros poemas están todavía fre
nados, pero que más tarde se convertirán en tempes
tades y fragores, en fuerzas diluviales bajo las cua
les sucumbirá el orden, lo mismo temporal que espa
cial; “ llanuras, desiertos, horizontes se convierten
en la roja vestidura de las tempestades” (p. 124). Si
consideramos juntos los objetos y los seres que apa
recen en sus poemas, veremos con qué inquietud pe
netra en la lejanía, en la altura y en la profundidad,
sin detenerse en ninguna parte, transformando en
extraño lo familiar (lo cual se realiza generalmente
porque no lo vincula a ninguna circunstancia espa
cial ni temporal): carreteras, vagabundos, prostitu
tas, borrachos, tabernas, pero también bosques, ©s-
117
trellas, ángeles, niños y luego nuevamente cráteres
de volcán, armazones de acero, glaciares, mezquitas
o el mundo del circo y de los titiriteros, del cual dice
que es “ el paraíso de la mueca furiosa” (p. 172).
I n t e n s id a d de lo feo
ns
no cortesanas. El demonio era feo. Ya durante la
,
segunda mitad del siglo x v i i i luego en Novalis y
más tarde en Baudelaire lo feo se acepta como algo
“ interesante” que responde a un anhelo artístico de
intensidad y expresividad. Rimbaud le confiere la
misión de servir a una energía sensual que tiende
a la máxima deformación de lo real sensible. Una
poesía cuyos objetos, más que contenidos, son las re
laciones supraobjetivas de tensión, necesita también
lo feo porque, al ofender éste el sentimiento natural
de belleza, provoca aquel choque dramático que debe
establecerse entre el texto y el lector.
En 1871, Rimbaud escribió el poema Les Assis
— “ Los Sentados” , si cabe traducir así este título
dada la osadía de su lenguaje— Según Verlaine,
este poema se refiere a un bibliotecario municipal de
Charleville, contra quien Rimbaud se había enojado.
Es posible que así sea, pero ello nos sirve de poco
para la comprensión del poema. Con un lenguaje sal
picado de términos inventados, anatómicos y de “ ar
got” , el autor crea un mito de una fealdad insupe
rable. El poema no habla de un bibliotecario, ni aun
de varios, ni siquiera de libros’ Habla de uní rebaño
de ancianos animalizados, malintencionados, senta
dos en cuclillas. De momento ni siquiera se nos dice
de quién se trata, sino que se van enumerando una
serie de macabros detalles: tumores negros, marcas
de viruelas, ojos ribeteados de verde, dedos nudosos
que se crispan rascando fémures, “ vagos malhumo
res” que forman placas sobre la parte delantera de
b u cráneo, como floraciones leprosas de viejos mu
ros. Las figuras no aparecen hasta después: “ fantás
ticas osamentas, que en epiléptico amor se han injer
tado a los esqueletos negros de las sillas; sus pies
se entrelazan mañana y tarde con los raquíticos ba
rrotes” ; soles implacables “ percalizan su piel” ; con
los ofos vueltos hacia la ventana “ donde se marchita
la nieve, tiemblan con el doloroso temblor de los sa
pos” ; en la paja de los asientos se enciende, sofo
cada, el alma de los viejos soles, “ entre aquellas es
pigas ^n que fermentaba el grano” ; con las rodillas
junto a los dientes, los ancianos están agachados,
“ verdes pianistas” , cuyos diez dedos tamborilean de
bajo de su asiento, mientras sus cabezotas se pier
den en vuelos amorosos de su senil fantasía. Si se los
llama, maúllan como gatos abofeteados, abren poco
a poco sus paletillas, sus torcidos pies adelantan
perezosos, sus calvas cabezas tropiezan con las pare
des oscuras, los botones de sus levitas “ son pardas
pupilas, que os hacen guiños desde el fondo de los
pasillos” ; su mortífera mirada “ destila ese negro
veneno que empaña el ojo doliente de la perra apa
leada” . Cuando vuelven a sentarse, con sus manos
hundidas en los sucios puños de sus camisas, bajo
sus enjutas barbillas se agitan los racimos de amíg
dalas prontos a reventar; los ancianos sueñan con
asientos más bellos, y flores de tinta mecen sus sue
ños, escupiendo pólenes de comas.
Esta fealdad no está copiada: es una creación.
Seres plurales de siempre y de todas partes; no hom
bres, sino esqueletos que forman un solo todo con las
cosas, y aun éstas son las compañeras de aquellos
120
que se agachan sobre ellas; y además, la rabia im
potente y el estado crepuscular de su sexualidad se
nil. Todo ello está dicho con una ironía subterránea
que se oculta bajo versos que casi cantan: el resul
tado es una disonancia entre melodía e imagen. In
cluso los restos de “ belleza” que encontramos están
también al servicio de la disonancia o son disonantes
a su vez, uniendo primigenias fuerzas líricas con la
trivialidad: “ flores de tinta” , “ pólenes de comas” ,
que además se embellecen al ser comparadas con el
vuelo de las libélulas sobre unos gladiolos. El papel
de lo feo, aquí, no puede ser más claro. Si quisiéra
mos compararlo con la fealdad que podríamos lla
mar normal, se vería que esta fealdad poética defor
ma también aquélla, como deforma todo lo real para
que quede bien claro que esta deformación es un
salto a lo suprarreal, que es al mismo tiempo un sal
to en el vacío.
Doce años antes, Baudelaire había escrito Lea
8ept vieillard8. También en este poema se habla de
fealdad de personas y cosas, pero esta fealdad com
porta múltiples orientaciones. Escena y acción se
desarrollan según una progresión rigurosa: primero
la ciudad bulliciosa, luego la calle de suburbio, luego
la indicación de tiempo (madrugada); aparece un
anciano, de cuerpo entero, y luego otro hasta que
finalmente llegan a siete. El yo lírico responde con
reacciones precisas: desesperación, pánico, luego,
para terminar, un juicio. Lo feo aparece con toda su
acuidad sensible, aunque mitigado en sí mismo y,
sobre todo, coordinado con un espacio, un tiempo y
121
una pasión. Uno de los ancianos es comparado a Ju
das, lo cual es también una orientación. Por el he
cho de apoyarse en una figura conocida, el texto
nos permite volver al mundo familiar, de la misma
manera que las reacciones del sujeto proyectan so
bre la pavorosa escena una especie de calor porque,
a pesar del sufrimiento, son reacciones humanas.
Esta clase de orientaciones faltan absolutamente en
Rimbaud. Sus ancianos sólo pueden considerarse
como grupo colectivo y este grupo consta de detalles
anatómicos y patológicos, no de figuras. Sólo quedan
unos escasos restos de espacio, y el tiempo es un
“ siempre” . Es revelador que Rimbaud no aluda para
nada en su poema al enojo real (biblioteca de Char-
ville) a que se refiere Verlaine; ello hubiera signifi
cado una orientación excesiva hacia la realidad. El
exceso de fealdad creada por el poeta no está frena
do por ninguna experiencia familiar, que fuera po
sible aun en medio del horror. La voluntad de defor
mación del lírico moderno lo ha llevado hasta un
punto sin conexión con nada.
I r r e a l id a d s e n s ib l e
13*
He aquí lo que entendemos con estos términos. El
material real deformado se expresa a menudo en gru
pos de palabras, en los que cada factor tiene calidad
sensible. Sin embargo, estos grupos aúnan lo objeti
vamente inconciliable de un modo tan anormal, que
de las calidades sensibles nace un ente irreal. Se tra
ta siempre de imágenes que el ojo puede ver, pero
con las cuales el ojo físico no tropezará jamás, por
cuanto rebasan con mucho aquella libertad que la
poesía tuvo siempre gracias a las fuerzas metafóri
cas del lenguaje. “ La tostada de la calle” ; “ el rey,
de pie sobre su barriga” ; “ mocos de azur” : estas imá
genes pueden sin duda expresar a veces con más ta
jante eficacia las cualidades existentes en la reali
dad, pero no tienden a lo real, sino que siguen una
dinámica destructiva que, al mismo tiempo que re
presenta lo “ desconocido” invisible, convierte la rea
lidad misma en un “ desconocido” sensiblemente ex
citado y excitante, destruyendo los límites de lo figu
rativo y forzando los extremos a unirse. Alterar el
orden real sin moverse, no obstante, de lo sensible,
es un procedimiento conocido ya de la poesía más
antigua. En Eimbaud encontramos a veces* típicos
ejemplos de ello. Una bandera roja es llamada: “ ban
dera de carne sanguinolenta” . La intención real de
esta imagen, o sea, el rojo de la bandera, no llega
a expresarse; el lenguaje aproxima inmediatamente
la metáfora, en su típica tendencia a la crudeza, a la
cosa significada. Pero en estos casos se ha retrans-
formado en germen aquello que la mayoría de las
rece« está totalmente desarrollado, lo cual convierte
1M
la irrealidad sensible de Rimbaud en el verdadero
teatro de su dramática de choque.
“ Flores de carne que se abren en bosques de es
trellas” ; “ églogas en zuecos gruñen en el jardín” ;
“ suciedad de las ciudades, roja y negra como un
espejo^cuando en la habitación contigua la lámpara
da vueltas” : todas estas cosas son probablemente
elementos de la realidad sensible, pero están eleva
das a una suprarrealidad por medio de contraccio
nes, saltos, desplazamientos y nuevas combinaciones.
Precisamente por ello, la nueva imagen ya no se re
fiere a la realidad, sino que obliga a la mirada a diri
girse al acto mismo creado por ella. Nos hallamos
ante el acto de una imaginación dictatorial. Partien
do de este concepto, que define la fuerza de choque
de la poesía de Bimbaud, huelga medir los textos del
poeta con la realidad, aunque sólo sea con fines heu
rísticos. Estamos en un mundo cuya realidad sólo
existe en el lenguaje.
F a n t a s ía d ic t a t o r ia l
124
gar de reproducir objetos, debe provocar excitacio
nes por medio de líneas, colores y contornos sacados
del mundo exterior, pero simplificados y dominados:
una verdadera magia” . Recientemente los críticos
han recurrido a esta declaración para hacer compren
sible la pintura del siglo x x (catálogo de la exposi
ción de Picasso en París, 1955). Y ello está perfecta
mente justificado, porque esta declaración, así como
los demás textos de Rimbaud, anuncian ya la pin
tura moderna, que no puede interpretarse desde el
punto de vista de lo objetivo. La libertad absoluta
del sujeto quiere manifestarse como tal. No es difícil
darse cuenta de hasta qué punto las ideas de Baude-
laire acerca de la imaginación, aunque todavía suje
tas a la teoría, prepararon la práctica poética y ar
tística actual.
Rousseau, Poe y Baudelaire hablaron de la “ ima
ginación creadora” , pero en tal forma que el acento
de la fórmula recaía sobre la facultad de creación.
Es curioso ver cómo Rimbaud dinamiza esta fórmula
incluso en su factor básico. Habla del “ impulso crea
dor” en una frase que es algo así como un resumen
de su estética: “ Tu memoria y tus sentidos no serán
más que el alimento de tu impulso creador. Pero el
mundo, cuando tú salgas, ¿qué será de él? En todo
caso, nada de lo que ahora parece” (p. 200). El im
pulso creador deja tras sí un mundo con el rostro
deformado y extraño, y es por lo tanto un acto de
poder. Una de las palabras claves de los textos de
Rimbaud es “ cruel” .
La fantasía dictatorial subvierte el orden en el
12$
espacio. He aquí algunos ejemplos: por el cielo co
rren carrozas, en la profundidad de un lago hay un
salón, sobre las más altas cimas de las montañas está
el mar, raíles de ferrocarril corren a través y por
encima de un hotel. Pero la imaginación altera tam
bién la relación normal entre el hombre y el objeto:
“ El notario está colgado de la cadena de su reloj”
(p. 59). La fantasía obliga a reunirse las cosas más
alejadas, aúna lo sensible con lo imaginario: “ en
tristecido hasta la muerte por el murmullo de la
leche de la mañana y de la noche del siglo pasado”
(p. 163). Pinta con colores irreales, es decir, colores
que no corresponden a los objetos, pero que en cam
bio los hacen más extraños, como para colmar aquel
deseo de Baudelaire: berros azules, yegua azul, pia
nistas verdes, risa verde, lunas negras. Lanzándose
a la lejanía, la imaginación pluraliza cosas que sólo
existen en singular: los Etnas, las Floridas, los
Maelstroms. De esta manera se intensifican como
objetos sensibles al mismo tiempo que se arrancan
de la realidad. A este procedimiento corresponde
también otra tendencia de Rimbaud, que consiste en
eliminar de lo individual toda limitación local y de
cualquier otra índole por medio de la expresión ge
neralizados “ todos” o “ todas” : “ todos los crímenes
y todas las batallas” ; “ todas las nieves” . Los plu
rales y estas generalizaciones son poderosos medios
al servicio de una imaginación que, hundiendo las
manos en la realidad, la desecha para amasar nuevas
suprarrealidades.
Lo mismo que en Baudelaire, las visiones de sue
194
ño se valen de lo inorgánico para endurecerse y lan
zarse a lo desconocido. “ En las horas de amargura
me convierto poéticamente en bolas de zafiro y de
metal” (p. 170). Uno de los poemas en prosa más
perfectos lleva el título de Fleurs (p. 186). Sus perío
dos avanzan como olas, creando una tensión que, si
bien queda resuelta al final, no permite penetrar en
su significado. El movimiento de las imágenes con
siste en puras curvas de una imaginación absoluta
y de un lenguaje absoluto. A ellos corresponde pre
cisamente lo inorgánico como signo de irrealidad
y — en este poema — de una belleza mágica: “ grada
dorada” , “ verdes terciopelos” , “ discos de cristal que
se ennegrecen como el bronce al sol” , “ la digital se
abre sobre una alfombra de filigranas de plata, ojos y
cabellos” ; “ piezas de oro amarillo sembradas sobre
ágata, pilares de caoba que sostienen una catedral de
esmeraldas, ramilletes de raso blanco y finas vari
llas de rubí rodean la rosa de agua” . En este am
biente la rosa y las rosas adquieren una dura irrea
lidad y se unen en secreto parentesco con el veneno
de la digital. Porque, en lo más profundo de esta
fantasía, la belleza mágica es una misma Cosa que
el aniquilamiento.
Plantas venenosas y rosas, en otros pasajes su
ciedad y oro, vienen a ser como la fórmula básica de
las disonancias que semejante imaginación inserta en
sus creaciones. A menudo aparecen también agudas
disonancias de léxico, es decir, grupos de palabras
que, en breve espacio lingüístico, acoplan objetos o
valores heterogéneos: un sol borracho de alquitrán;
12T
una mañana de julio que sabe a ceniza hivernal; pal
meras de cobre; sueños “ como palomina” . Todo cuan
to pudiera parecer familiar o agradable es despeda
zado a latigazos, generalmente al final del poema,
por medio de la introducción de una palabra brutal
o vulgar. La intención de este tipo de poesía no es
concluir, sino lacerar. Hay que tener en cuenta tam
bién la disonancia entre la manera de expresar y lo
expresado. Así, Rimbaud canta en el tono de una
canción popular uno de sus poemas más oscuros
(Chanson de la plus haute tour). Otro poema, Les
chercheuses de poux, transfigura la inmundicia, el
instinto depravado, el rito de buscar los piojos, en
la más pura lírica y en el lenguaje más alado. El caos
y la absurdidad aparecen sobrios y escuetos, los con
trastes se suceden indiferentes sin ni siquiera un
“ pero” , un “ sin embargo” o un “ mientras” .
“ Lbs I l l u m in a t io n s ”
128
apoyan en nada. Raras veces el título de un poema
ayuda a su comprensión. La fragmentada temática
oscila entre el mirar hacia atrás y el mirar hacia ade
lante, entre el odio y la exaltación, la profecía y la
renuncia. Los estímulos se diseminan por un espacio
que va desde las estrellas hasta las tumbas y está
poblado de figuras sin nombre, asesinos y ángeles.
El Epiro, el Japón, la Arabia, Cartago, Brooklyn se
reúnen en un mismo escenario. En cambio, aquello
que en la realidad está unido, aparece totalmente
desmembrado (por ejemplo Promontoire, p. 191). El
dramatismo de estos poemas consiste en desmenuzar
el mundo para que el desorden sea la epifanía sen
sual del misterio invisible. El inicio de un texto se
halla ya tan lejos de la idea o el objeto de que brota,
que inmediatamente toma el carácter de un frag
mento, de un bólido que desde otro mundo ha llegado
hasta nosotros por casualidad. De vez en cuando se
relata algo, como por ejemplo en Conté (p. 170). Un
príncipe — ¿cuál? — mata las mujeres que le cono
cieron; éstas reaparecen. El príncipe mata a sus
hombres; éstos le siguen. “ ¿Cómo puede uno entu
siasmarse con la destrucción, rejuvenecerse con la
crueldad?” . Un genio de belleza sobrehumana en
cuentra al príncipe y ambos mueren. “ Pero el prín
cipe murió en su palacio y a la edad normal” . El
matar y morir en éxtasis no es posible; los muertos
viven; y el que pereció con el genio encuentra más
tarde una muerte ordinaria. Quizás el sentido del
poema sea que incluso la destrucción fracasa, incluso
ella conduce a lo trivial. Pero lo curioso de este
120
M n n u n v * .O
“ cuento” es que relata una cosa absurda valiéndose
de los medios de la precisión narrativa, aun sabiendo
que ni ésta es suficiente. “ A nuestro anhelo le falta
la sabia música” , dice el latigazo final.
Les Illuminations son un texto que no tiene en
consideración al lector. No pretenden que se las com
prenda. Son una tempestad de descargas alucinantes
que a lo sumo espera despertar aquel miedo ante el
peligro que hace brotar precisamente la afición a
éste. Son además un poema sin yo, pues el yo que
aparece en algunos pasajes es aquel mismo yo arti
ficial y extraño que se proyectaba en las Cartas del
Vidente. De todos modos, Les Illuminations atesti
guan que su autor, como se dice en una de sus frases,
es “ un inventor de méritos muy distintos de los de
todos sus predecesores” (p. 174). Estos poemas son
el primer gran monumento de la imaginación mo
derna convertida en algo absoluto.
T é c n ic a de la f u s ió n
130
mativo que en otros países, a la vez que un sínto
ma más evidente de anormalidad en la composición
poética.
Rimbaud adaptó incluso el lenguaje formal a su
dislocada imaginación, contrayéndolo en versos y
estrofas asimétricos, que se parecen mucho a su pro
sa lírica. Con ello da, en lo formal, un enérgico paso
más que Baudelaire. A partir de Marine, el verso
libre se difunde por lá moderna lírica francesa. Apol
linaire, Max Jacob y Paul Éluard habrán de ser los
virtuosos de este arte en el siglo xx. El verso libre
será uno de los indicios formales de aquel tipo de
lírica, que a sabiendas o sin saberlo sigue a Rimbaud.
El poema dice así:
M ARIN E M AR IN A
181
quila manera de expresarse, y en segundo lugar, en
tre ésta y la extraordinaria audacia del contenido.
En forma mesurada, el poema va alineando una
frase detrás de otra. Sólo en dos lugares éstas apa
recen jjnidas por partículas conjuntivas, aunque to
talmente insignificantes. Precisamente esta renuncia
a los medios de enlace es lo que da al poema una ca
lidad superior a la de la prosa, confiriendo un carác
ter misterioso — mágica sobriedad— a su lenguaje
escuetp y sin yo. A ello hay que añadir que el voca
bulario es predominantemente nominal. Los escasos
verbos ceden el paso a los sustantivos, cuyo valor
de imagen ha pasado a ser ahora más importante que
su movimiento. Y sin embargo, ocurre algo trastor
nado^ algo que procede del mundo sólo asequible a
la imaginación irreal. La Marine empieza con un
verso que no corresponde al título: carros de plata
y de cobre. La segunda línea ya es más adecuada:
proas de acero y de plata. Juntos, carros y proas
“ baten la espuma, levantan los troncos de las zar
zas” . Luego se habla de “ corrientes del erial” , de los
“ carriles del reflujo” , y todo ello se desliza hacia los
“ pilares del bosque” , hacia lo's “ fustes del malecón” ,
a su vez invadidos por los torbellinos de luz que con
ellos tropiezan.
He aquí cómo procede este texto: se refiere a la
vez a dos mundos, uno marítimo (buque, mar) y otro
terrestre (carro, erial); pero los entrecruza de tal
manera que el uno se funde en el otro y resulta im
posible separar normalmente los objetos. La marina
es al mismo tiempo un poema a la tierra y viceversa.
132
No se trata de metáforas, como si se dijera que el
buque surca el agua como el carro la tierra. No, loa
verbos se refieren a los dos ámbitos, lo mismo que
los distintos grupos de palabras (las corrientes del
erial, etc.). En lugar de metáfora hay una absoluta
equiparación de lo objetivamente distinto. Obsérve
se, además, que el texto no habla del mar, sino de la
espuma y del reflujo; no del buque, sino de la proa.
Claro que nombrar la parte por el todo ha sido siem
pre un privilegio de la técnica poética. Pero en Rim-
baud esta técnica se agudiza por cuanto, al nombrar
sólo partes de los objetos, da paso ya a aquella des
trucción que habrá de acometer luego el orden de
las cosas.
Con este poema tranquilo y lacónico no sólo te
nemos la primera aparición decisiva del verso libre
en Francia, sino también el primer ejemplo de la
técnica de fusión, que es a su vez un caso especial
de la desrealización de la realidad sensible. ¿En qué
consiste esta novedad que de ello resulta? Desde el
punto de vista de lo objetivo, sólo se puede definir
negativamente: se trata de una no-realidad, de una
anulación de las diferencias objetivas. El enigmatis-
mo a que da origen es indescifrable. Las cosas fun
didas unas en otras pueden intercambiarse y mane
jarse como se quiera, lo mismo, por lo demás, que todo
el poema: de sus diez versos se podrían intercambiar
por lo menos tres o cuatro, sin que con ello se alte
rara en lo más mínimo su organismo. La imagina
ción que crea todo eso puede llamarse libertad. Este
sí es un concepto positivo. Pero si queremos definir
13*
más exactamente esta libertad, habremos de volver
a los conceptos negativos. Por lo mismo que esta li
bertad se ha logrado evadiéndose del orden real, es
una fusión mutua e irreal de las cosas más dispares.
Semejante libertad de imaginación tiene en conjunto
una fuerza y convence artísticamente. Pero en sus
distintos pasos no sigue ningún principio necesario.
Y ello será una de las características de la lírica mo
derna: los contenidos de sus distintas frases son
intercambiables, mientras que la forma de expresión
obedece a una ley estilística con evidencia propia.
Hasta el momento presente, la técnica de la fu
sión es una de las muchas coincidencias entre la poe
sía y la pintura. Es interesante que Proust le dedi
cara un ensayo a fondo. En el tercer volumen de
Á Vorribre des jeunes filies en fleur (1919, p. 97 y sig.)
describe una visita al taller del imaginario pintor
Elstir. Las descripciones se entretejen con reflexiones
que coinciden de un modo sorprendente con la esté
tica de la pintura moderna. También podemos consi
derarlas como una confirmación de la manera de es
cribir de Rimbaud, y, por lo mismo, del hecho de que
la poesía señaló el camino a la pintura moderna. El
poder efectivo del artista, según se deduce de las
páginas de Proust, es el “ sueño” , es decir, la fanta
sía superior a la realidad. Lo mismo que la poesía
por medio de la metáfora, la pintura realiza, por me
dio de la “ metamórfosis” , una trasposición de lo ob
jetivo a imágenes que no existen en el mundo real.
Aplicado al pintor Elstir: “ Una de sus metamórfo-
*is más frecuentes consistía en suprimir en sus ma-
riñas los límites entre mar y tierra” ; la ciudad es
representada* con “ expresiones marinas” , y el mar
a su vez con “ expresiones urbanas” ; así se logra un
cuadro de lo “ irreal y mítico” , en el que las unida
des de los objetos y de los ámbitos se dislocan y sus
fragmentos se transforman en una irreal “ nivela
ción” de lo dispar. Es decir, lo mismo que acabamos
de observar en la Marine de Rimbaud. El hecho de
que Proust desarrollara esta estética tomando por
ejemplo una marina es una mera casualidad, pero
una casualidad sorprendente.
P o e s ía abstracta
135
Ejemplo de ello es el corto poema Les Ponts
(p. 179). Para mayor claridad lo reproducimos y tra
ducimos íntegro.
LES PONTS
LOS PUENTES
186
talle de una ciudad sin dónde y sin cuándo no se ha
obtenido copiando, sino a través de una visión. Se
habla de puentes, pero lo esencial en ellos no es su
volumen objetivo, sino sus líneas: líneas rectas, cur
vas, oblicuas, una “ figura extraña” . (Recordemos que
ya en Baudelaire, la palabra “ extraño” (bizarre)
pertenecía al mundo conceptual de lo “ abstracto” y
del “ arabesco” .) Por ello, también de un modo suma
rio, se da el nombre de “ figuras” a estas líneas. Las
figuras se repiten en los “ otros” (¿qué otros?) cir
cuitos del canal. La ley de gravedad queda en sus
penso, porque las figuras — que hay que considerar
también ahora como puentes — son tan ligeras, que
hunden las pesadas orillas, es decir, lo ligero hunde
lo pesado. Nuevas líneas, esta vez formadas por so
nidos, que se convierten en franjas. Rápida evoca
ción de una chaqueta roja y de algunos instrumen
tos de música, y luego el latigazo final. Todo resulta
incomprensible. Dentro de una sintaxis que, una vez
más, es muy sencilla, se nos ofrece algo totalmente
extraño. La fría exactitud de la expresión viene aún
a subrayarlo. No hay personajes. La chaqueta roja
aparece aislada y nos hace sentir todavía con más
intensidad, lo mismo que la música* que no se nos
dice de dónde viene, la ausencia del hombre. Reinan
los objetos, pero reinan en la imprecisión de lo plu
ral, en lo absurdo de sus relaciones para las que no
existe ningún vínculo normal entre causa y efecto.
Los objetos han sido simplificados en movimientos
puros y abstracciones geométricas. Aun siendo ya
todo ello tan irreal, lo será todavía más gracias a la
137
conclusión que lo aniquila todo. Rimbaud se mueve
sin el menor énfasis en este mundo que no está en
ninguna parte. Puede renunciar a aquellos rebeldes
movimientos de evasión con los que sus anteriores
poemas tendían a lo desconocido, porque ha llegado
ya a lo desconocido. Una óptica de agudo funciona
miento se encarga de registrar aquella extrafieza que
ella misma ha creado y la confía a un lenguaje que
la relata con el mismo tono que si fuera lo más obvio,
aunque sin comunicarla a nadie.
P o e s ía m o n o l ó g ic a
138
una poesía cuya pasión por lo “ desconocido” , no pu
diéndose colmar, no tiene de momento otra salida
que embrollar y transfigurar lo conocido. Retrospec
tivamente, Rimbaud escribirá más tarde: “ Anotaba
lo inexpresable, me agarraba a los torbellinos” (pá
gina 219), pero también, algunas páginas después:
“ Ya no puedo hablar” . Entre estas dos actitudes, ya
sumamente proyectadas hacia el exterior, se extien
de la oscura poesía de Rimbaud: oscuridad de lo no
expresado jamás y oscuridad de lo que ya no puede
decirse, en la linde del enmudecimiento.
Quién ya no habla p-ara nadie, ¿por qué compone
poesía? Esta pregunta apenas si tiene respuesta, a
menos que se considere esta poesía como un supre
mo intento de salvar, gracias a la expresión anormal
y a la dictadura de la imaginación, la libertad del
espíritu, en medio de una situación histórica en la
que los descubrimientos científicos y el poderoso apa
rato de la civilización, de la técnica y de la econo
mía, organizan y colectivizan la libertad, o sea, des
truyen lo que tiene de esencial. Un espíritu para el
que todos los lugares se han hecho inhabitables pue
de crearse en la poesía su única morada y su único
centro de trabajo. Quizás sea ésta la razón de que
escriba poesía.
D in á m ic a del m o v im ie n t o y m a g i a ,.*
de la e x p r e s ió n
139
música. Pero la analogía con la música no estriba'
tanto en las figuras sonoras como en la progresión
de los grados de intensidad, en los movimientos ab
solutos de ascenso y descenso, en la alternancia en
tre carga y descarga. De aquí proviene también la
auténtica fascinación de esta poesía oscura que pa
rece hablar en el vacío.
El modo de proceder de esta dinámica del movi
miento se puede estudiar en el poema en prosa
Mystique (p. 185). En un paisaje imaginario acon
tece una acción que es a la vez una parte de aquél.
Empieza con una danza de los ángeles sobre la pen
diente de un talud, “ entre herbajes de acero y esme
ralda” . Hay prados, pero no son prados quietos, sino
“ prados de llamas que saltan hasta la cumbre de la
colina” . A la izquierda “ el terreno de la cresta está
pisoteado por todos los homicidios y todas las bata
llas, y todos los ruidos desastrosos trazan su curva” .
La franja superior del cuadro “ está formada por el
rumor giratorio y saltarino de las conchas de los
mares y de las noches humanas” . El final hace bajar
“ la dulzura florida de las estrellas” al “ abismo azul
y en flor” . Lo visible y lo audible se unen entre sí y
con las abstracciones; así otra loma recibe el califi
cativo de “ línea de los orientes y de los progresos” .
Esta manera de suprimir los límites de los detalles
corresponde a la eliminación de límites y a la de sus
tancia a todo el conjunto por medio de unos amplios
movimientos espaciales: primero un movimiento ho
rizontal en la base, luego otro ascendente, luego otro
horizontal, pero esta vez en las alturas (que a su vez
140
están formadas paradójicamente por imágenes de lo
profundo: conchas marítimas), y finalmente viene
un movimiento descendente, que acaba en lo más pro
fundo. Estos movimientos, que en los elementos irrea
les se perciben más que no se ven, son dinamismos
absolutos, del mismo modo que lo son los movimien
tos de los períodos de las frases: subidas en “ cres
cendo” , y luego retardadas, hasta la mitad del tex
to; a partir de aquí un vasto arco que de momento
planea y luego desciende a sacudidas hasta que el
final, con su aislado y breve “ allá bajo” , lo hace pre
cipitarse en picado. Estos movimientos, y no el “ con
tenido” , ordenan el poema. Su fascinación aumenta
cuantas más veces se lee.
Añádese a ello la magia del lenguaje. Lo que hay
que entender bajo esta denominación se ha explicado
ya en el capítulo anterior. Desde Novalis hasta Poe
y Baudelaire, había ido madurando el procedimien
to de hacer surgir un texto lírico no sólo partien
do de temas y motivos, sino también, o quizás exclu
sivamente, por medio de combinaciones de las sono
ridades del lenguaje y de las oscilantes asociaciones
de ideas sugeridas por Jas palabras. Rimbaud em
plea este procedimiento con una osadía sin prece
dentes. Una poesía que ha dejado ya de tener en
cuenta la inteligibilidad normal puede recurrir a
este método con tanta mayor facilidad cuanto que
en ella la palabra como sonoridad y sugestión es
algo aparte de la palabra al servicio de un sentido
lógico. En la palabra se desencadenan fuerzas alógi
cas que guían las expresiones y que, gracias a series
141
sonoras insólitas, ejercen un encanto inusitado. Éste,
a su vez, y en función subrogada, sirve también para
dar la sensación de lo “ desconocido” , no menos qne
la irrealidad sensible y que los movimientos abso
lutos.
Rimbaud habla de la “ alquimia de la palabra”
(p. 218 y sig.). De ésta, así como de otras expresiones
suyas, se ha querido deducir que el poeta había sido
iniciado en prácticas mágicas y que había sacado
partido de textos de ocultismo. Aunque es evidente
que a partir de mediados del siglo xix esta clase de
literatura tuvo cierta difusión en Francia y penetró
incluso en los círculos literarios de la época (entre
tales textos pueden citarse los llamados “ libros her
méticos” , o sea, preceptos de magia atribuidos a
Hermes Trismegistos, traducidos en 1863 por Mé-
nard), no existe ninguna prueba contundente de que
Rimbaud conociera nada de este tipo. Las tentativas
que recientemente se han hecho — como por ejemplo
las de Gengoux — por demostrar que los poemas de
Rimbaud son textos cifrados secretos destinados a
ocultistas, son totalmente absurdas. La aproxima
ción de la poesía a la magia y la alquimia es corrien
te desde el siglo xviii, pero no debe tomarse al pie
de la letra. Lo que sí tiene importancia, en ella, es
el hecho de ver en el acto poético una corresponden
cia a la operación mágica o alquímica que, por me
dio de una materia misteriosa, pretende convertir
los metales innobles en oro. Y una de las tendencias
específicamente modernas consiste precisamente en
que los poetas acepten y subrayen cada día más esta
142
analogía y sitúen la poesía entre los actos del inte
lecto y los arcaicos secretos de la magia.
Partiendo de la expresión “ alquimia de la pala
bra” , Rimbaud sigue diciendo: “ Regulé la forma y
el movimiento de cada consonante y, por medio de
ritmos instintivos, me hice la ilusión de que inven
taría un verbo poético accesible, un día u otro, a
todos los significados” . Aunque estas frases de la
última obra de Rimbaud se refieren a una fase ya su
perada, no alteran el hecho de que, incluso en esta
última obra, se recurre en grados diversos el proce
dimiento de la magia del lenguaje. A cada momento
surgen imágenes que, si se lee en voz alta, dejan
entrever con cuánta premeditación se sopesaron los
timbres de las vocales y las afinidades de las conso
nantes. Pero esa premeditación llega a ser audacia
cuando el anhelo de sonoridad domina hasta tal
punto que el verso o la frase por él gobernados care
cen por completo de sentido o sólo lo tienen total
mente absurdo: “ Un hydrolat lacrymal lave” ; “ Mon
triste coeur ~bave á la poupe” . Por analogía, se piensa
en la música atonal. La disonancia entre significado
absurdo y fuerza sonora absoluta es ya definitiva.
Hay un ejemplo que nos obliga a insistir todavía.
En el poema en prosa Métropolitain (p. 189) figura
lo siguiente: “ ... et les atroces fieurs qu’ on appel-
lerait coeurs et soeurs, damas damnant de langueur” .
(Existe otra versión que dice “ longueur” , pero ello
no tiene ninguna importancia). Si quisiéramos tra
ducirlo diría así: “ y las atroces flores, que llamaría
mos corazones y hermanas, condenador damasco de
143
languidez” . Pero la traducción es falsa, no porque
resulte absurda (el original también lo es), sino por
que no acierta a dar aquéllo que es esencial en la
frase, es decir, la creación de un lenguaje. La frase
es una sucesión abstracta de asonancias y aliteracio
nes. Las* similitudes vocálicas y consonánticas deter
minan hasta tal punto esa secuencia sonora que el
significado de las palabras por ella provocada ya no
implica ninguna cohesión de imágenes o ideas. ¿ Por
qué llamaríamos corazones y hermanas a las flores?
Pues por la sencilla y única razón de que en francés
tienen las mismas vocales que las flores (fleurs,
coeurs} soeurs). ¿Qué debe hacer el traductor? Debe
ría intentar la desesperada empresa de encontrar
una frase que ofreciera una correspondencia formal
a la contrapuntística del original a base de una suce
sión de sonidos y un significado extraño, como por
ejemplo: “ y las llameantes flores, que llamaríamos
albores y ruiseñores, damascos domadores de la lan
guidez” . Pero el intento es inútil. Kimbaud no se
puede traducir. Él mismo lo confirma: “ Un golpe de
tu dedo sobre el tambor desencadena todos los soni
dos e inicia la nueva armonía” (p. 175). Tal vez los
franceses sean capaces de oir la nueva armonía, pero
ésta se ha buscado a una tal profundidad de la len
gua popular, que las demás lenguas no logran vol
verla a crear. La traducción, aquí, sólo puede resul
tar una indicación incompleta del argumento, o sea
de aquello que ahora importa aun mucho menos que
en la lírica de otro tiempo.
Con la anormalidad de la lírica moderna aumen-
144
ta, y no sólo en Francia, la imposibilidad de tradu
cirla. La ruptura entre el lenguaje mágico de la
poesía y el lenguaje de comunicación normal se ha
convertido también en una ruptura entre las lenguas
nacionales europeas.
J u ic io p iñ a l
145
». DI LA LÍEIQA MOBIBNA. - 10
tes había sido suprema libertad en la poesía, se convir
tió en libertad de la poesía. Algunos poetas posterio
res a quienes su ejemplo desorientó más que guió,
hubieran podido aprender de Rimbaud, es decir, hu
bieran podido permanecer callados. Pero también ha
habido líricos posteriores a Rimbaud cuya obra de
muestra que todavía no se habían agotado las posi
bilidades de traducir en lenguaje el alma moderna.
146
IV. MALLARMÉ
C a r a c t e r ís t ic a s p r e l im in a r e s
147
imaginación guiada por el intelecto; destrucción de
la realidad y del orden lógico y afectivo normal; ma
nejo de las fuerzas impulsivas del lenguaje; sustitu
ción de la inteligibilidad por la sugestión; concien
cia de pertenecer a una época tardía de la cultura;
doble actitud frente a la modernidad; ruptura con
la tradición humanística y cristiana; aislamiento
con conciencia de superioridad; y equiparación de
la poesía con la crítica poética, en la que predomi
nan, pof lo demás, las categorías negativas.
Estas características, que delatan la vinculación
de Mallarmé con los principios generales de la poe
sía moderna, alcanzan con él una transfiguración y
una profundidad que, a pesar de toda la complica
ción del resultado, son perfectamente inteligibles y
lógicas. De él deriva un nuevo tipo de lírica moder
na, pues no menos paradójicamente que ocurre con
Bimbaud, su obra enigmática y aislada ha ejercido
un gran influjo. Ello es a su vez un síntoma de la
situación en que se encuentra en conjunto la poesía
moderna. El solitario, el que se encierra en sí mis
mo, inquieto, es escuchado, interpretado una y otra
vez, atrae a discípulos y los convierte en maestros.
Precisamente lo insólito de su personalidad suges
tiona a los genios cansados de lo acostumbrado. Su
obra no es ocio literario, esteticismo o algo parecido,
sino que responde al más alto anhelo que un poeta
pueda tener. Mallarmé fue escuchado y su poesía dio
fruto. Muchos son los nombres europeos que lo ates
tiguan : tales George, Valéry, Swinburne, T. S. Eliot,
Guillén, Ungaretti.
14*
Hay que indicar primero en qué consisten las
particularidades de Mallarmé, refiriéndonos — lo
mismo ahora que más adelante — únicamente a la
segunda fase de su actividad poética, que empieza
hacia 1870. Quedamente, sin intención de imponerse,
pero tampoco de manera que pueda pasar inadver
tida, esa poesìa se mueve en un espacio casi carente
de aire. Cada uno de los poemas tiene' diversos estra
tos de significación que desembocan finalmente en
una superación; se van superponiendo hasta desem
bocar en unas posibilidades extremas que el lector
apenas logra alcanzar. Mallarmé perfecciona la con
cepción, conocida ya desde Baudelaire, según la cual
la fantasía artística no es una copia idealizada, sino
una deformación, de la realidad. El perfeccionamien
to que él aporta consiste en darle un fundamento
ontològico. Al mismo tiempo, justifica ontològica
mente. la oscuridad en la poesía y su alejamiento res
pecto a una inteligibilidad limitada. En efecto, en
Mallarmé, la unidad entre lo artístico y la reflexión
sobre lo artístico es exaltada por una filosofía que
se ocupa del ser absoluto (equiparado a la nada) y
de su relación con el lenguaje. Desde el punto de
vista teórico, aunque con mucha prudencia, este pen
samiento se expresa en los ensayos recopilados bajo
el título de Divagations y en algunas cartas. Pero su
verdadera forma se encuentra en los poemas. Ello
no debe entenderse en el sentido de que se trate de
poesía doctrinal, sino más bien de que la poesía pre
tende ser precisamente el único lugar en que lo ab
soluto y el lenguaje pueden encontrarse. La lírica
149
alcanza así una altura que no había tenido jamás en
la literatura posterior a la Antigüedad. Sin embar
go, no se ha llegado a una altura feliz, porque le falta
la auténtica trascendencia: le faltan los dioses.
Todo ello se explicará mejor más adelante. El
lector se preguntará: ¿Esta poesía es todavía lírica?
¿Por qué Mallarmé no expresa sus ideas ontológicas
en forma clara e inequívoca ? Quizás uno de los prin
cipales motivos para esto último sea su convicción
de que el fijar y precisar traería consigo la pérdida
de la misteriosidad. Y ésta, para el poeta, es esencial
y lo que más le importa es acercarse a ella lo más
posible. El proceso de su poesía y de su filosofía no
va del mundo empírico a lo ontológicamente univer
sal, sino al revés. Su lírica recurre a objetos senci
llos : jarros, consolas, abanicos, espejos. Cierto es que
aparecen desobjetivados, alejados hasta la ausen
cia, y que son portadores de una corriente invisible
de tensión. Pero en cambio, gracias a la palabra que
los nombra, están presentes para la imaginación. Con
esta presencia adquieren un aumento insospechado
de significado, porque aquella invisible corriente de
tensión se incorpora también a ellos. Hasta tal punto
los penetra, que esos objetos sencillos de nuestro
mundo cotidiano se colman de misterio hasta el fon
do. Y entonces vienen a sustituir a todo lo objetivo
que nos rodea. Precisamente porque Mallarmé no pro
cede por medio de conceptos, sino infundiendo pro
fundamente el ser absoluto, la nada, en los objetos
más ordinarios, éstos pasan a ser como enigmas ante
nuestros ojos, logrando así obtener la misteriosidad
160
esencial en las cosas cotidianas. Por ello crea lírica,
és decir, canto de lo misterioso con palabras e imá
genes a cuya percepción el alma vibra, aunque se vea
transportada a ámbitos extraños. #
I n t e r p r e t a c ió n de tres po em as:
102
De esta composición existe una versión qué se
remonta casi a veinte años antes. Se titulaba: “ Bain-
te Cécile, jouant sur l’aile d’un Chérubin” . De todo
ello sólo ba quedado Sainte, o sea, lo general e inde
terminado. Es decir, la desrealización se ha apode
rado también del título, alejándolo de toda limitación
unívoca.
Aparecen en este poema algunos objetos: una
ventana, un viejo instrumento de sándalo, el cristal
de un ostensorio, un arpa, un texto del Magníficat.
Pero tales objetos guardan entre sí una misteriosa
relación, o ni siquiera están como tales objetos pre
sentes. Desde el punto de vista sintáctico, el cristal
del ostensorio parece ser una aposición explicativa de
la ventana. ¿Hay que entender, pues, que el cristal
es lo mismo que la ventana? Ello resulta apenas
posible según el orden normal de las cosas. El arpa
de la tercera estrofa está “ formada por el vuelo del
atardecer de un ángel” . ¿Es por lo tanto una metá
fora para indicar el ala del ángel? Por otra parte,
luego parece ser de nuevo un arpa, un plumaje que
sirve de instrumento musical. Es, pues, ala y arpa,
no sólo metáfora, sino identidad, según un procedi
miento que hemos estudiado ya en Rimbaud. El poe
ma se mueve en un terreno en el que no cuentan las
diferencias reales, y en el que se produce un múltiple
paso de una a otras. Pero ocurre también otra cosa:
la viola está “ oculta” por la ventana, o sea que no
existe como objeto real, sino sólo verbalmente. Flau
ta o mandora (una especie de laúd) sólo aparecen en
el recuerdo de “ otro tiempo” . El viejo libro del Mag-
103
nificat es real, pero sus detalladas cualidades tam
poco pertenecen al presente: sus notas rebosaban en
otro tiempo. Pero a partir de la tercera estrofa, las
cosas se van alejando cada vez más: la transición
está constituida por un arpa que a la vez es ala de
ángel, es decir, por una identidad irreal. Todo lo de
más es ya definitiva ausencia. La Santa tañe sin viejo
sándalo y sin viejo libro. Pero ¿toca efectivamente
algo? Se diria que más bien permanece en silencio,
“ tañedora del silencio” .
Vemos, pues, que lo objetivamente presente es
muy poco, y que está constituido por imprecisiones
o identidades irreales de cosas distintas, para ser
arrastrado finalmente por la destrucción y relega
do a la ausencia y al silencio. Y ello no resulta de
un proceso objetivo ni de la acción de la “ Santa” ,
sino únicamente del lenguaje. Pero al mismo tiempo
que el lenguaje provoca ese alejamiento o destrucción
de los objetos, también confiere a lo destruido una
existencia en el lenguaje mismo. Estos objetos aleja
dos, en efecto, sólo existen en él. Se trata de una pre
sencia espiritual, tanto más absoluta cuanto menos
empírica.
El poema constituye un proceso, no en las cosas,
sino en el lenguaje, y se desarrolla en un especial es
trato del tiempo que a su vez aleja también los obje
tos del presente. Ello puede verse ya desde el prin
cipio del poema. El color dorado del sándalo que se
apaga crea una luz mortecina, de ocaso. “ Vísperas”
y “ completas” , aunque referidas al pasado, subrayan
esta impresión de atardecer. Sin embargo, no hemos
154
de imaginar a la Santa en una hora precisa de la
tarde. Se trata, por asi decirlo, de un atardecer abso
luto, de la categoría de tiempo adecuada para el hun
dimiento y la destrucción. Y esta impresión se robus
tece cada vez más, hasta llegar al concreto “ vuelo
del atardecer” de la tercera estrofa; pero este vuelo
no está enmarcado tampoco por el tiempo empírico.
Si a ello añadimos el “ viejo” , repetido cuatro veces,
así como la nota de “ pieza de anticuario” introdu
cida por la mandora, quedará suficientemente demos
trado que se trata de un momento de “ ocaso abso
luto” . Las cosas concretas han sido aniquiladas; las
determinantes de tiempo que parecían inherentes a
ellas cobran independencia. En una armonía irreal
con la ausencia, con la nada, las notas temporales,
ahora absolutas, constituyen la esencia de lo tardío
y de lo pretérito — una esencia que a su vez sólo
puede hacerse independiente a condición de hallar
se en un espacio carente de objetos.
La viola está oculta tras la ventana; la flauta y
la mandora sólo están evocadas por el lenguaje. ¿Por
qué se mencionan, siquiera no sea más que con un
acto verbal? Se trata de instrumentos músicos, como
el arpa irreal, y tales objetos ocultos, ausentes o
irreales sirven también de soporte a una presencia:
esta vez a una presencia sonora, la música. Pero ¿qué
ocurre con esta música? La Santa no toca. La mú
sica es silencio, pero precisamente por ello es una
presencia, que junto con la presencia del atardecer
y con el alejamiento de los objetos, tiene una exis
tencia espiritual en el lenguaje, y sólo en él.
156
Este poema de Mallarmé, uno de los más bellos
y puros que escribió, llena sin duda nuestra percep
ción visual y quizás también nuestra percepción acús
tica. Pero con lo perceptible realiza una transforma
ción hacia lo insólito y probablemente también hacia
lo inquietante. En la inocencia de su soñador mur
mulló, lleva a cabo actos anormales, como el de anu
lar los objetos para elevarlos a esencias absolutas
que, por lo mismo que ya nada tienen que ver con
el mundo empírico, están mucho más definitivamen
te presentes en el lenguaje. Gracias a éste, se esta
blece entre ellos una relación alejada de todo orden
real.
Pero para descubrir todas estas cosas hay que re
correr un largo camino; se necesitan, en efecto, aque
llas “ gafas para el cerebro” de que hablaba irónica
mente M. Barrés cuando criticaba a Mallarmé. En
efecto, semejante lírica ya no tiene nada que ver con
la poesía del sentimiento, la poesía de la experiencia
o la poesía del fenómeno. Extrañamente, pero con
una música que se impone sin violencia, esta lírica
nos habla desde un espacio interior, incorpóreo y so
litario, en el que el espíritu, libre de las sombras de
la realidad, se contempla a sí mismo y, en el juego
de sus tensiones abstractas, alcanza una satisfacción
de dominio parecida a la que se encuentra en los en
cadenamientos de fórmulas matemáticas.
El segundo texto es el soneto Éventail ( de Mme.
Mallarmé) , escrito en el año 1887 (p. 57).
156
Avec comme pour langage Con no más como lenguaje
Rien qu’un battement aux Que un aleteo hacia el cielo
cieux
Le futur vers se dégage E l futuro verso arranca
Du logis très précieux De la morada preciosísim a
liT
puntuación. La única alusión tipográfica a un sen
tido del texto es el paréntesis de la tercera estrofa;
y éste no contribuye gran cosa a la comprensión o
por lo menos no interrumpe el murmullo soñador
que, una vez más, deja oir el lenguaje. El comienzo
de la primera y de la segunda estrofa tiene una den
sidad que difícilmente puede aligerarse ; en la segun
da se recurre a algunos apóstrofes, e incluso la locu
ción adverbial “ tout bas” es audazmente usada como
apòstrofe. Este verso es típico del estilo tardío de
Mallarmé, que quiere que las palabras no hablen por
medio de relaciones gramaticales, sino que irradien
por sí mismas sus múltiples posibilidades significa
tivas. También resulta difícil seguir la ilación de los
períodos, por lo menos a partir de la segunda estrofa.
“ Cet éventail... toujours tei il apparaisse” van jun
tos. Pero el arco formado por los dos grupos de pa
labras comprende tantas aposiciones, que cuando se
lee, la frase parece ser elíptica. La trama está retor
cida de tal modo que provoca la misma impresión de
equívoco que el contenido.
Si bien es verdad que el título nombra al abanico,
el texto se aleja inmediatamente de este objeto con
creto y de todas sus palabras afines sólo recoge “ bat-
tement” — palabra ésta que a su vez sólo es frag
mento: para ser completa tendría que decir “ batte-
ment d’ailes” (aleteo)— . El fragmento. que queda
tiene un significado más general, que va mucho más
allá de la órbita verbal de “ abanico” . “ Aleteo” ya
no se refiere al abanico, sino metafóricamente a la
poesía, a la futura poesía, es decir a la poesía ideal
168
( “ le futur vers” ). De manera que ya en la primera
estrofa no se presenta a un objeto, sino que nos ale
jamos de él; el objeto no es preciso, pero en cambio
lo es el proceso de su desobjetivización. El tema de
la primera estrofa puede traducirse de la siguiente
manera: la futura poesía no tiene lenguaje en el sen
tido corriente del vocablo, sino que tiene “ como quien
dice” únicamente lenguaje, el cual es casi nada, casi
la nada de un ligero aleteo hacia el cielo, hacia lo
superior, hacia el ideal; y esta poesía se separa, par
te de todo lo vulgar ( “ se dégage...” ) . Mallarmé, con
su estilo sereno, viene a decir lo mismo que dice Rim-
baud: “ Una tormenta abre brechas en las paredes,
hace explotar los límites de las casas.”
A partir de la segunda estrofa, el texto se refiere
al abanico. Algo concreto, dibujado con delicados
contornos, parece imponerse, para ser rechazado de
nuevo. Cierto es que se nombra al abanico, pero en
seguida se añade la restricción “ si és él” ; inmedia
tamente, el abanico retrocede al mundo de lo impre
ciso, de lo hipotético. Eso mismo se repite, se varía
con el espejo: éste ha brillado a través del abanico,
de manera que ya no está presente. Se le llania “ quel-
que miroir” , con un pronombre que Mallarmé em
plea muy a menudo como un tercer artículo, el ar
tículo de lo indeterminado. Con este espejo ausente
ocurre algo que crea una nueva no-presencia. En el
espejo “ caerá” (en futuro) ceniza invisible. No se nos
dice qué es la ceniza: ¿será acaso el cabello canoso
de la persona a quien se dirige el poema? Pero eso
debe quedar en el aire. Basta con que la ceniza esté
159
presente en el lenguaje. No está presente como ob
jeto, es invisible, es algo que vendrá y además será
“ perseguida en cada grano” . En estos versos, como
en general en toda la obra de Mallarmé, hay que aten
der, más que al significado aparente de las palabras,
a las'Categorías con que el lenguaje trata las cosas:
por ejemplo: pasado, futuro, ausencia, hipótesis e
indeterminación. Estas categorías dominan también
la conclusión. El poeta desea que el abanico perma
nezca así: un aleteo hacia el cielo, un objeto hipoté
tico en* misteriosa relación con el pretérito espejo,
con el pretérito brillar, con la futura ceniza.
El poema se dirige a un tú, pero esta forma de
interpelación tiene tan poca importancia como los
restos de signos humanos, como la “ ceniza” y como
el “ pesar” . En este poema no hay sentimientos deli
cados ni galanterías. Incluso el pesar está despro
visto de sentimiento. Reina una tranquila frialdad
que excluye a la vez las cosas y lo humano. Una vez
más, la ausencia de objetos tiene una categoría supe
rior a su presencia; una vez más, las cosas subsisten
únicamente en el lenguaje, arrancadas de su acos
tumbrada usualidad. A la vez que lleva a cabo este
alejamiento, el poema cumple también la premisa
expresada en la primera estrofa : arrancar de la pre
ciosísima morada. Éventail, como casi toda la lírica
de Mallarmé, es un poema acerca del arte poético.
El esquema ontològico se adivina : los objetos, mien
tras conservan su actualidad real, son impuros, no
son absolutos; sólo al destruirse hacen posible el
nacimiento de sus formas esenciales en el lenguaje.
Semejante lenguaje, comparado con el corriente, sólo
puede ser un lenguaje “ como si” , un lenguaje tras
cendente que evita toda univocidad. Sólo puede ser
un aleteo, una atmósfera que irradie en todos sen
tidos, en el que todo sea movimiento y nada repre
sente limite.
Siempre había sido privilegio de la lírica dejar
que la palabra volara entre múltiples significados,
pero Mallarmé lleva esta posibilidad hasta el extre
mo y-convierte la infinita potencialidad del lenguaje
en el auténtico contenido de su lenguaje poético. Con
ello logra una misteriosidad que no sólo emancipa
de la opresión de la realidad, como ya hicieron Bau
delaire y Rimbaud, sino que hace posible que la tras
cendencia vacua, ahora interpretada ontològicamen
te, se manifieste incluso en el lenguaje por medio de
un total extrañamiento de lo familiar.
Examinemos finalmente un tercer texto, un sone
to sin título escrito en 1887 (p. 74).
Je crois bien que deux bouches Tengo por cierto que dos locas
n'ont no han
Bu, ni son amant ni ma mère, Bebido, ni su amante ni mi
madré,
Jamais à la même Chimère, Jam ás a la misma Quimera,
Moi, Sylphe de ce froid Yo, ¡silfo Í0 este frió techo i
plafond !
101
Le pur vase d’aucun breuvage E l puro vaso de ningún brebaje
Que l’inexhaustible veuvage Que la viudez inagotable
Agonise mais ne consent, Agoniza, mas no consiente,
162
námico (salto), es decir, junta cosas heterogéneas.
Estas dos cosas, de momento, son desconocidas y
pertenecen al “ efímero cristal” . Este sí es un objeto
concreto, pero está definido con tanta imprecisión
que de momento no se le puede identificar y hay que
aceptarlo como desconocido. Este proceder es per
fectamente premeditado. La composición empieza
con indeterminaciones y generalidades por lo qlie se
refiere a los objetos, mientras que los tipos de movi
miento son precisos, y además se apoderan del objeto
mismo, por el hecho de transformar sus líneas está
ticas en un “ salto” . Hasta mucho más tarde, en la
tercera estrofa, una vez lograda la desobjetivización,
no aparece el nombre exacto del objeto de cristal:
el “ puro vaso” . Éste aparece, pues, tras el velo de
movimiento, pero sólo por un instante. Apenas si
llegamos a verlo. El calificativo “ p w ” (que signi
ficativamente, lo mismo puede interpretarse como
“ solo” que como “ puro” , limpio de toda intromisión
que pudiera perturbar la forma), por lo mismo que
no es sino un calificativo formal, contribuye poco a
hacer visible el vaso. El poema se acerca algo más
a lo objetivo, pero no acaba de fijarlo totalmente.
Mallarmé solía hablar a menudo del “ ilusionis-
mo” del arte. Y con ello se refería — entre otras mu
chas cosas — a los versos nacidos de un misterioso
juego combinatorio con el lenguaje; aunque el lector
acierte a descubrir el secreto, el verso no pierde su
prestigio, por cuanto este arte poético juega el gran
juego. Uno de estos versos es el que figura en el epi
tafio de Poe: “ calme bloc ici-bas chu d’un désastre
163
obscur” (“ sereno bloque aquí abajo caído de un de
sastre oscuro” , p. 70). El verso se refiere por igual
a Poe, al sepulcro y a la poesía en general. Hubiera
sido más natural “ astro oscuro” , ya que Mallarmé,
en s^prosa, se refiere a Poe en términos parecidos
a éstos. Pero el verso evita lo más fácil y emplea en
su lugar la palabra antitética, logrando así una ex
presión que tiene sentido también para el arte poé
tico. La palabra evitada ( astre) fue la que dio ori
gen arla que aparece en realidad ( désastre). Ilusio-
nismo y magia del lenguaje.
Esta magia actúa probablemente también en el
primer verso de nuestro soneto. “ Redondez” (más
exactamente “ grupa” ) y “ salto” son posibles defi
niciones para el volumen del jarro y para la movida
línea de su contorno. Sin embargo, son sumamente
insólitas para el sentido del lenguaje genuinamente
francés, por lo que cabe la sospecha de que tengan
otro origen que su referencia a un objeto. Dentro
del ámbito de significado de “ vase” se encuentran
también “ coupe” (copa) y “ fond” (fondo, base). Es
tas dos palabras, que se ocurren fácilmente, son pre
cisamente las que evita el texto que estudiamos, pero
recurre a ellas, en cambio, como estímulo de otras
dos de sonoridad parecida: así surgen, con el de
seado efecto de lo insólito, “ croupe” y “ bond” . El
escamoteo tiene un sentido profundo que la sonrisa
característica de Mallarmé oculta sólo irónicamente.
Este juego de prestidigitación guarda analogía con
el procedimiento general de su lírica, que experimen
ta con todas las rarezas para despertar los espíritus
104
dormidos del lenguaje. Sacar partido del impulso de
la palabra no seria posible si el estilo de Mallarmé
no se alejara por principio de la denominación nor
mal de las cosas y si este alejamiento no respondiera
de lleno al anhelo de alejarse de la objetividad nor
mal. Una vez que el pintor Degas, que a veces escri-
* bía también poesía, se quejaba de que se le ocurrie
ran demasiadas ideas, amenazando destruir sus poe
mas, Mallarmé le contestó: “ Los versos no se hacen
con ideas, sino con palabras” . Valéry, que nos cuen
ta esta anécdota en su libro sobre Degas, añade:
“ Todo el secreto está ahí” . Mallarmé, como la ma
yoría de los líricos modernos, estaba convencido de
que las palabras encierran fuerzas más poderosas que
las ideas. Ello es algo así como un renacimiento de
la antiquísima fe en la palabra, tal como se mante
nía aún en la filosofía y en la poesía de la alta Edad
Media. La única diferencia consiste en que el liberar
el significado de una palabra no trae consigo una con
firmación de lo habitual y familiar (como por ejem
plo el orden cristiano de la creación que debía relie-
jarse en el significado profundo de las palabras),
sino que representa una aventura hacia lo desco
nocido.
Pero volvamos a nuestro soneto: ¿Quién es que
salta y se interrumpe de pronto? “ El cuello ignora
do” . Tal vez se trate del cuello del vaso, pero tam
bién podría ser otra cosa. Volvemos a entrar en el
ilusionismo del lenguaje, aunque esta vez con una
variante. En una carta anterior, Mallarmé comenta
uno de sus poemas y dice: “ El sentido — suponiendo
146
que el poema lo tenga — es conjurado por un reflejo
interior de las palabras mismas” . Con ello quiere de
cir que una palabra puede transmitir sus significa
dos a otras palabras que nada tienen que ver con
ella desde el punto de vista objetivo. Una de estas
palabras es aquí “ fleurir” (florecer, adornar con flo
res). Esta sirve para evocar, aunque sólo sea secun
dariamente, la imagen de la flor — y la refleja sobre
el “ cuello” : cuello de una flor, o sea tallo. Es muy
probable que el autor quisiera sugerir esta imagen,
ya que en el último verso del poema aparece “ rosa” ,
que a su vez se refleja también en el cuello. Es muy
probable, pero no es ésta la única interpretación po
sible, porque en ningún modo se aspira a una uni
versidad objetiva.
Lo que sí es univoco es otra cosa. Fijémonos en
palabras como “ efímero” , “ sin” , “ amarga” , “ ignora
do” , “ interrumpe” . Todas implican sentidos negati
vos. La más intensa de estas negaciones es el cuello
ignorado; es decir, el tallo de la flor — si es que a él
nos referimos — no existe. Estas negaciones se am
plían con la misma insistencia que en el poema
Sainte y en Éventail. El sujeto que habla, en la poe
sía, es un silfo, un ser mítico que deriva de Para-
celso. Y lo que de él se nos dice es que sus progeni
tores (obsérvese la alteración de la manera normal
de enumerar: “ su amante y mi madre” ) no amaron.
Quien esté acostumbrado a interpretar la poesía de
Mallarmé comprenderá esta expresión: el silfo tam
poco existe. El jarro sólo contiene el vacío, está pró
ximo a la muerte, no consiente que nada expire de
16«
lo que “ una rosa entre las tinieblas” anunciaría. La
rosa, como todas las flores, es símbolo en Mallarmé
de la palabra poética, y el final significa: el jarro
vacío, en el que ya todo es fracaso, ni siquiera con
siente la palabra redentora, que sería igualmente re
dentora aunque se pronunciara en las tinieblas (1).
Este soneto es un poema de sentidos negativos.
Aparentemente lo que se niega son objetos: la flor
no existe; el silfo no existe; el jarro está vacío; pero
en el fondo la negación constituye la esencia categó
rica, que va más allá que sus representaciones empí
ricas. El poema, por lo tanto, sólo es posible porque
la palabra es el único soporte de algo tan absoluta
mente abstracto como la esencia de lo negativo. Nos
habla por medio de palabras y por consiguiente con
restos de representación, pero lo hace de tal modo
que las transforma en signos que expresan la esen
cia de lo negativo. En la palabra que expresa lo obje
tivamente ausente está a la vez presente la nega
ción, pero en forma incompleta, porque esta pala
bra no alcanza la rosa “ redentora” , es decir, la abso
luta “ palabrización” de la nada, del puro ideal. Sólo
aquello a que no alcanza esta absoluta palalbrización
se convierte en palabra : precisamente este poema. Es
decir, aquello que fracasa ante la aspiración ontolò
gica, triunfa como poema.
En el fondo de este arte poético de Mallarmé
167
reina la claridad, pero su lenguaje es un misterio
que canta y. defiende del desgaste la idea ontològica.
E v o l u c ió n del e s t il o
108
El hecho de que se quedara en torso no es consecuen
cia de una renuncia personal, sino de un ideal so
brehumano. En el caso de Mallarmé, como en el de
Baudelaire, no puede hablarse de esterilidad, y así
lo demuestran las obras menores que escribió al lado
de los textos cumbres: como por ejemplo los Contes
indiens (hacia 1893), maravillosa obra de prosa fran
cesa apenas apreciada, en la que su oscuro arte poé
tico se distiende en la alegría del relato; los nume
rosos versos de circunstancias, las direcciones de car
tas rimadas y finalmente los ejercicios que compuso
para su clase de lengua inglesa: maliciosos aforis
mos en la penumbra de una profundidad de espíritu
socarrona. Hay que ser cautos ante el desdén que el
propio autor demuestra ante esas obras que consi
dera secundarias. Son precisamente el sobrante co
rrosivo de su fantasía, de su ansia juguetona de tras
tornar todas las realidades, y brotan de la misma
raíz que la oscura gravedad de sus obras principales.
Lo que en la auténtica fecundidad de Mallarmé
fue un caudaloso fluir, un florecer y un respirar, está
comprimido en sus poemas hasta el más alto grado
de tensión y energía en un terreno de expresión limi
tadísimo. Ello puede seguirse a base de las distintas
versiones de sus poemas. Toda nota demasiado fuer
te, sospechosa de ser oratoria, desaparece. Las ex
presiones que pueden parecer tópicos ceden el paso
a las que tienen un valor de rareza. Las curvas de
las frases se transforman en frases atomizadas, a fin
de que las palabras, dispuestas con la mayor inde
pendencia sintáctica posible, brillen por sí misma».
100
El objeto originariamente nombrado al principio de
un poema es trasladado más lejos, para que el prin
cipio quede libre para una expresión ajena al objeto.
Y si un objeto había aparecido primero en su sencilla
y acostumbrada totalidad, en las redacciones poste
riores es desmembrado en detalles aislados y pluri
valentes. El número de los temas es cada vez más
reducido, el mundo objetivo va perdiendo peso y, en
proporción inversa, el contenido es cada vez más
anormal. Donde primero hubo versos narrativos, des
criptivos o sentimentales, es decir, versos que orien
taban la atención hacia contenidos limitados, se ha
llan luego versos que la reclaman hacia sí mismos,
hacia la existencia del lenguaje como algo indepen
diente.
Esta reelaboración de los poemas se puede com
parar con el modo de proceder de algunos pintores
de vigoroso estilo. Así, se conocen tres distintas ver
siones de una “ Expulsión del Templo” , de El Greco.
Mientras las dos primeras denotan todavía cierto
parecido con el natural, la tercera obedece por com
pleto a la ley de un estilo que transforma las figuras
y los objetos, prolongándolos, afilando sus contornos
y empalideciendo sus colores para atraer la mirada
no hacia el tema sino hacia su propia grafía. Otro
ejemplo moderno de ello son las ocho litografías de
toros dé Picasso (1945-1946), que empiezan con una
representación fiel al natural, pasan a una reducción
anatómica y luego cubista del animal y terminan con
algo puramente lineal y totalmente incorpóreo. Lo
170
que hay que leer, primordialmente, es el estilo trans
formador, no el objeto transformado. Lo mismo ocu
rre con Mallarmé.
D e s h u m a n iz a c ió n
171
comprenderemos porque lo hemos sentido. Mallarmé,
al escribir sus poemas, parte de un centro al que es
dificilísimo encontrar una denominación. Si lo quere
mos llamar alma, hay que hacer la salvedad de que
con esta palabra no se pretende abarcar los senti
mientos diferenciables, sino una intimidad total que
encierra por igual las fuerzas prerracionales y las
racionales, estados de ánimo en sueños y abstraccio
nes rigurosísimas, y cuya unidad es perceptible en
las corrientes ondulatorias del lenguaje poético.
Mallarmé no hizo sino ir más lejos por el camino
señalado por Novalis y Poe, el camino que conduce
del sujeto poético a una neutralidad suprapersonal.
El propio Mallarmé aludió a ello más de una vez.
Así por ejemplo habla en cierta circunstancia de que
la lírica es algo considerablemente distinto del entu
siasmo y el delirio; dice que es más bien una elabo
ración exacta de las palabras con el fin de que lle
guen a ser una “ voz que oculte al poeta no menos que
al lector” (p. 333). Esta frase es un principio funda
mental de la lírica moderna, cuyos sonidos no pare
cen ya surgir de ninguna boca humana ni estar des
tinados a ningún oído humano. En otra ocasión,
Mallarmé llama al espíritu poético “ centro vibratorio
de suspensión” (p. 386), fórmula én la que merece ob
servarse la ausencia de cualquier concepto normal de
alma o algo similar. Pero en Mallarmé se hallan tam
bién expresiones más fáciles. “ La literatura consiste
en eliminar al señor que queda al escribirla” (p. 657).
Escribir poesía es “ destruir un día de vida o morir
un poco” (p. 410); significa “ consagrarse a una tarea
172
de carácter único, distinta de todo cuanto tiende a
la vida” (p. 552). Por sus contemporáneos sabemos
cuán excelente persona era Mallarmé: suave de mo
dales, respetuoso, compasivo para con las penas de
los demás y personalmente muy impresionable. De
todo ello, en sus poemas sólo se trasluce la suavidad,
el famoso hablar en voz baja, que tanto le gustaba
incluso en el diálogo, pero no su capacidad de sufri
miento humano. Una vez que un visitante le pregun
tó ingenuamente: “ Así, ¿ usted no llora nunca, en sus
versos?” contestó decidido: “ Y tampoco me sueno” .
Esta deshumanización se puede observar ya en
los poemas de juventud, así por ejemplo en la pieza
en prosa Igitur, esbozada ya en 1869. El título (una
conjunción latina) se refiere a un fantasma artificial,
que siendo sólo metafóricamente análogo a un hom
bre, pero sin serlo, realiza un acto espiritual, es de
cir, su propia asunción en la nada absoluta. La es
cena dialogada Hérodiade, en la que Mallarmé tra
bajó desde 1864 hasta el final de su vida y que no
pasó de un estado fragmentario, es la transposición
de un proceso espiritual de la Salomé bíblica. La
niña, presa de temor ante su cuerpo, sus anhelos, los
aromas y las estrellas, entra en su propio destino y
se convierte en un ser puramente ideal. Salomé se
niega a la naturaleza, muere niña, entra en la “ blan
ca noche de hielo y de pavorosa nieve” , en una espi
ritualidad que destruye la vida y en la que el único
gran pesar continúa siendo no poderse elevar todavía
más. “ Du reste, je ne veux rien d’humain” (Por lo
demás, no quiero nada humano): este verso salido
de su boca podría ser el lema de toda la obra poética
de Mallarmé. Lo mismo que en Baudelaire, a esta
deshumanización corresponde el extrañamiento de la
naturaleza vegetativa. Los pocos objetos de que hace
uso la lírica de sus últimos tiempos son en su mayor
parte elaboraciones artificiales, objetos que se ha
llan en la habitación o algo parecido. Cierto es que
se habla de algunas flores, pero son flores cultivadas,
símbolos no naturales de la palabra poética.
174
palabras dejan atrás el terrenal sentido del hablar,
esto es, de ser comunicación en una clara sucesión de
frases. Sólo fugazmente, en pasajes completamente
secundarios, aparece un yo. No hay ningún tú, sino
sólo una cabellera sobre una frente, pero se trans
forma metafóricamente en una llama, de la que surge
toda una cadena de imágenes del fuego; he aquí el
acontecimiento sensible del poema. Pero detrás de
él ocurre — y éste es el acontecer auténtico — algo
totalmente distinto: esperanza en el 'más alto ideal,
fracaso, dubitativa resignación a lo finito. El juego
de las metáforas hace perder su esencia a lo objetivo,
es decir, el cabello; el estrato sensible interior hace
perder su esencia al sentimiento amoroso. Se ha lo
grado el extrañamiento.
Lo que acabamos de decir se aclara si compara
mos el poema de Mallarmé con uno del italiano Ma
rino, de principios del siglo xvn, Mentre che la sua
donna si pettina, temática y artísticamente parecido.
Siguiendo un precepto estilístico del arte barroco
(con el que Mallarmé sin saberlo guarda cierto paren
tesco), el italiano sitúa también por encima del acon
tecimiento objetivo (la amada peina su cabello) un
espeso tejido metafórico que procede de manera muy
complicada. Pero esta complicación puede descifrar
se porque los medios que emplea se componen de ma
terial metafórico corriente. El lector de antaño (como
el actual, si tiene una formación literaria) puede
orientarse en este poema a primera vista difícil, por
que tiene un punto de apoyo en su patrimonio cono-,
cido de imágenes, que el poema se limita a combinar
y variar superficialmente en forma refinada. En cam
bio en el poema de Mallarmé, las metáforas ya no se
pueden comprender a base de una tradición, sino
Únicamente a base de la obra completa del propio
Mallarmé, a la vista de la cual aparecen como sím
bolos,* de vasto alcance, de relaciones ontológicas.
Estas últimas se liberan de su estímulo objetivo, co
bran independencia y alcanzan ámbitos que ya nada
tienen que ver con el cabello de la amada. Otra dife
rencia ^consiste en que Marino compone su poema
sobre un efectivo acontecimiento exterior, el hecho
de peinarse, mientras que en Mallarmé, ante todo,
sólo se trata de un acontecimiento aparente (cabe
llera que cae sobre la frente), tras el cual se desa
rrolla un proceso de tensión abstracto que no se
refiere a ningún contacto humano. El poema de Ma
rino tiene un significado sencillo: el amante con
templa cómo la amada se peina y se da cuenta de
su amor dolorosamente feliz. En cambio no es posi
ble llegar a descifrar por completo el soneto mallar-
meano. Éste no tiene solución, deliberadamente, para
que se conserve aquel resto de plurivalencia que im
pide su regreso al mundo humano natural.
Si comparamos los poemas funerarios de Mallar
mé con los de otros líricos llegaremos a resultados
parecidos. Comparemos por ejemplo el Tombeau de
Théophile Gautier (1872) de Víctor Hugo con el Toast
funèbre à Théophile Oautier (última versión de 1887)
de Mallarmé. En el primero hay un duelo por el
muerto, que aunque ha desaparecido, permanece hu
manamente próximo, acariciado por el poeta que re
178
cuerda su pasada amistad y embellecido con imáge
nes del más allá, oratoriamente eficaces, pero insig
nificantes desde el punto de vista ideal. En el segun
do, en cambio, el muerto ha pasado a una lejanía
inaccesible, está consumido por un pensar en el que
con la muerte perece también el alma, mientras su
espíritu continúa en la obra poética realizada, que
precisamente ahora que el hombre se ha extinguido
alcanza la libertad en la más deseable de las imper
sonalidades, es decir, úna doble deshumanización. El
poema de Mallarmé fue escrito, en su primera versión
(que temáticamente es igual a la definitiva), en la
misma época que el de Hugo. Y no cabe imaginar a
ninguno de los dos poetas sin el romanticismo. El uno,
ahora ya en la vejez, había sido uno de sus fundadores
y lo había perfeccionado; el otro es su heredero pró
digo. Pero entre sus dos poéticas, contemporáneas, no
existe ya ningún puente.
177
«. M LA LÍBICA VOD1BNA. - 12
éstos pretendían tributarle demasiado incienso. Por
otra parte, esta especie de culto debe comprenderse
como un esfuerzo por mantener, en medio del “ río
de la trivialidad” , una isla de pureza espiritual no
condicionada por ningún objetivo. “ A la vista de los
demás, mi producción es lo que las nubes en el ocaso
o las estrellas: inútil” (p. 358). Mallarmé continúa
aquel proceso que desde principios de siglo xix ha
bía situado a la poesía frente a la sociedad comercia
lizada y a la resolución científica del misterio del
universo. Sería absurdo desdeñar semejante actitud
como meramente literaria. Se trata de la forma, mo
derna sólo como tensión, de la insatisfacción ante el
mundo, que desde siempre se había dejado sentir en
los espíritus superiores.
A Mallarmé no le gustaba la polémica, pero aun
así, a veces manifestó abiertamente su desagrado
frente al ruido de la publicidad. Como la mayoría de
sus contemporáneos, reconocía la fuerza y el peligro
que representaba el periodismo. Tenía horror a los
reporteros, “ que se ven obligados por las masas a
asignar a cada cosa su carácter ordinario” (p. 276),
y que rebajan el nivel de lo extraordinario con su
modo de escribir rápido, para satisfacer las necesi
dades cotidianas. Contrariamente a eso, el libro, para
él, era — en cuanto obra espiritual — como una crea
ción que “ vence el azar, palabra por palabra” (pági
na 387). “ Azar” es la palabra que Mallarmé emplea
para designar la mera realidad y por lo tanto la an
títesis de aquella necesidad que sólo siente el espí
ritu cuando obedece a su ley propia. “ Quien piensa,
178
tiene las manos sencillas” (p. 412), dice en cierta
ocasión, indicando que lo sencillo está libre de todo
compromiso. Claro que se trata de la sencillez de la
abstracción, que al separarse del mundo cpmer-
cializado deja atrás al hombre natural. La moder
nidad es algo extremo, incluso en su afán de domi
nio del espíritu no-natural: en este aspecto — aparte
de otros motivos — Mallarmé está adscrito a aquel
mismo sentido dictatorial de la poesía moderna que
expusimos al hablar de Kimbaud.
Para su propia obra, ello significa la sumisión al
más duro trabajo. Es preciso hacer experimentos y
llegar a aquella plurivalencia de la palabra que pa
radójicamente podríamos llamar ambigüedad feliz,
por cuanto significa signo obligado de tensiones
irreales. Nada de inspiración, que para Mallarmé
equivale a nefasto subjetivismo. El poeta nos habla
de su “ laboratorio” , de la “ geometría de las frases” ,
vigila su arte poético altamente especializado con la
responsabilidad de un técnico: de un técnico de la
intelectualidad y de la magia del lenguaje. Su canto
es el fruto de una fría maestría que trabaja obede
ciendo a condiciones que, por lo mismo que*)son difí
ciles e impopulares, se llaman “ enemigas” (p. 535).
El verso, nacido de este trabajo, recrea “ con varios
vocablos una palabra total nueva” , para asegurar en
ella el “ aislamiento del lenguaje” (p. 368), esto es,
el aislamiento del mundo utilitario, el “ cuefpo uni
versal del lenguaje poético que da vueltas sobre sí
mismo” , como en otro tiempo había dicho Schelling,
en otro razonamiento parecido aunque menos extre
mado. Quien pronuncia semejante palabra, es decir,
el poeta, está también aislado; es el “ desgraciado”
a los ojos de la gente corriente, el “ enfermo” elegido,
pero precisamente por ello también el que sabe ma
nejar los materiales explosivos, con los que, en su la
bor gritaría, descubrirá la palabra (p. 651). Es evi
dente que toda esta actitud representa un progreso
en el camino iniciado a partir de Rousseau: la poe
sía se funda en la anormalidad que se ha vuelto de
a la sociedad.
A veces Mallarmé, por ironía, define el signifi
cado de la poesía por medio de conceptos que, a los
ojos del vulgo, habrían de ser su sentencia de muer
te. “ ¿De qué sirve todo esto? De juego” (p. 647), o
“ brillantez de la mentira” (de su Correspondencia).
Pero el “ quid” está precisamente en el significado no
popular de semejantes conceptos. “ Juego” significa
libertad respecto a lo utilitario, incluso libertad ab
soluta del espíritu creador; “ mentira” la anhelada
irrealidad de sus creaciones; y ambos conceptos jun
tos significan a su vez la transitoriedad de lo logrado
frente a la gravedad de la empresa. Estos conceptos
son también un juego: un juego de ilusionismo con
la verdad.
La nada y la form a
180
Pero ese rigor formai contrasta con la imprecisión
de los contenidos. “ Cuanto más ampliemos nuestroi
contenidos, y cuanto más los ahilemos, más debere
mos ceñirlos en versos netamente marcados, tangi
bles e inolvidables” , escribe en una carta de 1885. El
contraste entre lo “ ahilado” (inmaterial) del conte
nido y lo ceñido de la forma es el contraste entre pe
ligro y salvación. Al hablar de Baudelaire ya había
mos observado algo parecido. En 1866, Mallarmé,
también en una carta, escribe algo relativo al fun
damento ontològico a que, en su obra, hace también
referencia la forma: “ Después de haber encontrado
la nada, encontré la belleza” . En el concepto de be
lleza hay que incluir aquí también la belleza de las
formas métricamente perfectas. El esquema ontolò
gico de Mallarmé (en aquella carta sólo intuido y no
definido hasta más tarde) relaciona la nada (el abso
luto) con el “ logos” : el “ logos” es el lugar donde la
nada nace a su existencia espiritual. Siguiendo una
antigua idea románica, las formas poéticas son tam
bién fenómenos del “ logos” . Desde este punto de vis
ta puede comprenderse la frase de Mallarmé. Su poe
sía, por lo mismo que destruye toda realidad, clama
con tanta más fuerza por la belleza, por la belleza
formal del lenguaje. Y éste, si las relaciones métri
cas satisfacen las más profundas exigencias, se con
vierte así en el receptáculo salvador de lo que, objeti
vamente hablando, no es más que la nada. La justi
ficación ontològica de la forma dada por Mallarmé
habrá de ser abandonada más tarde, pero en la lírica
contemporánea — como por ejemplo en la de Valéry,
Guillén y sus seguidores — quedará firmemente esta
blecido que una poesía de abstracción y plurivalen-
cia extremadas exige la ligazón de la forma, como
apoyo en un espacio vacío y como camino y medida
para su canto. Y Gottfried Benn hablará de la “ in
tensidad de exigencia formal de la nada” . La inter
pretación mallarmeana de las formas confirma que
la separación entre belleza y verdad iniciada en el
siglo x v i i i era ya definitiva. Sin embargo, esta belle
za de la forma absoluta ofrece precisamente una ga
rantía de que ni siquiera ante la nada se apaga el
fulgor del “ logos” , de la dignidad esencial del
hombre.
ESTILÍSTICOS
182
en ninguna comunicación utilitaria y por lo tanto
no se ha convertido en una serie de clisés que impi
den a la poesía y al pensamiento pronunciarse como
algo totalmente nuevo. Escribir poesía representa
para Mallarmé renovar tan radicalmente el primiti
vo acto creador del lenguaje, que, para él, decir es
siempre decir lo nunca dicho. Estas mismas ideas ya
se habían expresado antes de Mallarmé, pero él las
lleva — teórica y prácticamente — tan lejos que la
primera formulación verbal de lo no-dicho debe con
servar su carácter de “ inicialidad” a fin de que, gra
cias a una permanente inasimilabilidad a la com
prensión limitada, sea imposible su reversión a los
caminos de lo consuetudinario. Mallarmé aspira a
que la palabra poética no sea ya sólo un grado su
perior y monumental del lenguaje comprensible, sino
una indescifrable disonancia con cualquier norma
lidad.
Los medios de semejante lenguaje poético tienen
que ser forzosamente insólitos. A título de mera in
dicación señalaremos los siguientes: verbos en infi
nitivo absoluto (en lugar de la forma conjugada que
sería de esperar), participios empleados al inodo del
ablativo absoluto latino, inversiones gramaticales
injustificables, supresión de la diferencia entre sin
gular y plural, empleo del adverbio como adjetivo, al
teración del orden normal de las palabras, artículos
indeterminados nuevos, etc. Más todavía que en la
lírica, estos procedimientos son empleados en Diva
gations, prosa contrapuntística llena de complicadas
sutilezas, capaces de entretejer una línea de pensa
183
miento con otra distinta, de tal modo que ambas, y a
veces otras aún, se expresen a la vez. Este procedi
miento tiene gran similitud con la música, especial
mente porque a través de la simultaneidad de varias
líneas de pensamiento, se produce una síntesis en
movimiento que se impone como algo independiente
por encima de las diversas líneas de pensamiento, de
una manera comparable al efecto acústico sintético
de un período musical contrapuntístico.
En, su totalidad, estos procedimientos estilísti
cos no podían ser adoptados por nadie. Ello es tam
bién una prueba de la inasimilabilidad de Mallarmé.
Sólo algunos vuelven a aparecer en la lírica poste
rior, sobre todo aquellos que están al servicio de la
inversión o del entrecruzamiento de los órdenes obje
tivos y de la desobjetivización de la realidad. Los me
dios estilísticos de Mallarmé permiten crear un ám
bito en el que, en oposición a la moderna prisa en la
lectura, se vuelve a dar a la palabra toda su primi-
genidad y toda su consistencia. Es significativo que
ello sólo sea posible por medio de la desintegración
de la frase en fragmentos. Discontinuidad en lugar
de ligazón, yuxtaposición en lugar de conjugación
de elementos: he aquí los signos estilísticos de una
discontinuidad interna, de un hablar en los límites
de lo imposible. El fragmento adquiere la categoría
de símbolo de la perfección que se acerca: “ Los frag
mentos son los testimonios nupciales de la idea”
(p. 387). Esta frase es también fundamental para
la estética moderna.
La p r o x i m id a d d e l s i l e n c i o
O s c u r id a d . C o m p a r a c ió n con G óngora
186
difícilmente a abarcar, de vocablos y metáforas insó
litos, y de ocultas alusiones y subterráneas asocia
ciones de ideas. Sin embargo, hay que tener en cuen
ta las diferencias. Por enigmática que sea la poesía
de Góngora, emplea un material metafórico, simbó
lico y conceptual que era patrimonio común del autor
y de su lector. Aquella poesía estaba destinada a una
élite, que el poeta podía suponer de antemano en po
sesión de unos determinados y selectos estímulos es
tilísticos. Para ella, aquella poesía tan oscura era
una deleitable ocasión de resolver acertijos, y de
cultivar el ingenio. El propio Góngora lo había he
cho notar, esgrimiendo argumentos que en todo tiem
po han sido empleados por autores y teóricos de la
poesía oscura: a saber, que la oscuridad protege de
los ojos vulgares, hace más precioso el valor de la
obra y confirma la comunidad con una aristocracia
social o intelectual. Góngora pensaba, pues, todavía,
en el contacto con unos lectores, aunque su número
fuera reducido.
Este no es el caso de Mallarmé. Menos todavía
que la de Rimbaud, su lírica no tiene lector previsto,
sino que — en el mejor de los casos — se creará “ su”
lector, que vendrá a ser un especialista de sus textos
especializados. La deshumanización destruye el trián
gulo autor-obra-lector y separa la obra de las dos re
laciones humanas. “ El texto, despersonalizado, en
cuanto nos separamos de él como autor, no reclama
la aproximación de ningún lector. Ello ocurre de tal
manera que la obra se halla sola: creada y existente”
(p. 372). Por otra parte, el simbolismo de Mallarmé es
187
autárquico. Los pocos símbolos que no derivan de él
mismo, pertenecen sencillamente a la tradición má*
reciente (a Baudelaire), pero la mayoría fueron crea
ción suya y sólo son comprensibles partiendo de su
propia poesía. Eso constituye también una considera
ble diferencia con la poesía oscura de épocas anterio
res. El estilo simbólico moderno que lo convierte todo
en signo de otra cosa, sin situar esta otra cosa en
ningún encadenamiento de ideas coherentes, tiene
que trabajar necesariamente con símbolos autárqui-
cos, que permanecen sustraídos a cualquier compren
sión limitada, especialmente a aquella que pudiera
relacionarse con una simbología tradicional. Mallar-
mé, por último, hace brotar la poesía oscura de la
oscuridad que late en el fondo de todas las cosas y
que sólo “ se deja iluminar un poco en la noche del
escribir” .
Diderot, Novalis y Baudelaire habían expresado
sus exigencias de una poesía oscura. En compara
ción con la radicalidad ahora alcanzada aquellas exi
gencias resultan ingenuas, a pesar de que fueron las
que prepararon la evolución que, iniciada con Rim-
baud, alcanzó con* Mallarmé un grado de premedita
da oscuridad que ni siquiera en el siglo x x ningún
lírico quiso o pudo lograr.
Esta clase de poesía puede ser parodiada, incluso
por su propio autor. Los sobres rimados (p. 81 y sig.)
son un ejemplo de estas autoparodias de Mallarmé.
En una ocasión en que un periodista le solicitaba con
impaciencia que le entregara un manuscrito, Ma
llarmé le contestó: “ Espere por lo menos a que le
188
haya añadido un poco de oscuridad” . Y un visitante
que quería saber si un determinado soneto se refería
al rosicler del ocaso, al del amanecer o al absoluto,
recibió la siguiente respuesta: “ No, a mi cómoda” .
En la autoparodia (de la que sólo son capaces los
espíritus superiores) se esconde una de las fuerzas
de ese arte poético: su libertad de jugar y su con
ciencia de ser provisional. Pero no por ello es menos
solitario.
P o e s ía no in t e l ig ib l e , s in o s u g e r id o r a
189
continúe con su propio esfuerzo el acto creador in
concluso que en ella se encierra, evitando, del mismo
modo que lo evita el poeta, llegar a un reposo final.
La infinita potencialidad en que este lenguaje se
mueve sólo alcanza al lector en cuanto le impulsa a
buscar una potencialidad igualmente infinita de sig
nificados. Lo que importa no es tanto que el lector
descifre, como que entre a su vez en el misterio, intu
yendo soluciones pero sin precipitarse al final, e in
cluso pensando en interpretaciones del poema que ni
siquiera figuraban en el plan del autor. Valéry, el
discípulo más insigne de Mallarmé, expresará más
tarde esta idea en la frase: “ Mis versos tienen el
significado que se les dé.”
Para indicar este contacto ya tan remoto con el
lector, Mallarmé recurrió al concepto de sugestión,
que esencialmente deriva de Baudelaire, quien lo ha
bía usado ya en relación con el concepto de magia.
Mallarmé, en un ensayo escrito en 1896, reconoce que
lo que los estilos modernos tienen en común es que
su “ idealismo... evita los materiales naturales, pero
también, por demasiado brutal, rechaza todo pensa
miento exacto, que los ordene” , para quedarse en
mera sugestión. Ésta, dice después, es la antítesis
de la descripción objetiva, es “ conjuro, alusión”
(p. 365). Y en otro pasaje leemos: “ Nombrar un ob
jeto significa estropear tres cuartas partes del goce
de un poema, pues este goce consiste en adivinar
poco a poco; sugerir, he aquí el ideal” (p. 869). Para
Mallarmé, como para casi toda la lírica posterior a
él, es significativo que el único puente que se con
loo
serva para llegar hasta el lector sean los efectos de
sugestión. Pero la auténtica unión con el lector ha
desaparecido. La sugestión sólo brinda a un posible
lector una posibilidad de sumarse a unas determina
das vibraciones. Ello no excluye que el lector pueda
reconocer los temas descifrables básicos de la lírica
mallarmeana y los siga hasta allí donde se pierde en
lo impreciso: de lo contrario toda interpretación se
ría absurda. Pero este reconocimiento no es necesa
rio. El aislamiento de la poesía oscura no cesa por
propia voluntad.
El esqu em a o n t o l ò g ic o
a) Alejamiento de la realidad
191
de modernidad. Su contenido, absolutamente origi
nal, consiste en dar una definición ontològica a las
experiencias fundamentales de la modernidad — ex
periencia del fracaso del anhelo de trascendencia,
experiencia del triunfo de lo incoherente y de lo frag
mentario— y trasladarlas, desde aquella distancia,
nuevamente a la lírica. Pero hay que insistir en ha
cer notar que la lírica, a pesar de estas pretensiones,
quizás excesivas, no pierde nada de su esencia. La
maestrea artística de Mallarmé sabe conjugar el es
quema ontològico y la palabra poética dentro de
aquella esfera de sonoridad vibrante y de fascina
dora plenitud de misterio que fue siempre, aunque
dentro de límites más estrechos, el mundo de la
lírica.
De los textos comentados al principio de este ca
pítulo se deduce que uno de los actos fundamentales
del arte poético de Mallarmé consiste en transferir
lo objetivo al terreno de la ausencia. Ello revela ante
todo el mismo anhelo de huir de la realidad que de
mostraban las teorías de Baudelaire y la poesía de
Rimbaud, y guarda también relación con las circuns
tancias temporales que las motivaron, y que ya he
mos estudiado en los capítulos anteriores. A ellas se
añade ahora la creciente presión de la literatura na
turalista. Pero Mallarmé extiende todos estos moti
vos en profundidad. La desrealización parece ser en
él el resultado de una incoherencia ontològicamente
entendida entre realidad y lenguaje.
Existe una serie de frases programáticas que do
cumentan su ideal: “ Excluye de tu poema la reali-
192
dad, porque es vulgar” (p. 73). En un pasaje en prosa
se encuentran, en resumen, las siguientes ideas : la
naturaleza existe, y sólo se le pueden añadir inven
ciones materiales, ciudades, ferrocarriles; pero el
verdadero acto disponible, para siempre y únicamen
te, consiste en captar relaciones recónditas, gracias
a algún estado interior, y extenderlas a capricho,
simplificar el mundo; así la creación poética equi
vale a crear “ la palabra para un objeto inexistente”
(p. 647). La eliminación de la realidad positiva y el
establecimiento de la fantasía creadora van juntas.
En la poesía eso conduce a un procedimiento múlti
ple, en el que hay que incluir también el empleo sim
bólico de objetos inorgánicos. Lo mismo que en Bau
delaire, los metales, las joyas y las piedras preciosas
se convierten en signos de la espiritualidad superior
a la naturaleza. De ahí su papel en Hérodiade como
equivalentes de aquella esfera de abolición de la vida
a que se eleva la doncella. De ahí el cariño con que
Mallarmé describe vestidos de lujo y joyas en la re
vista de modas La Dernière Mode, por él dirigida.
Pero la desrealización más intensa se logra a través
de la ya varias veces citada transposición de lo obje
tivo al terreno de la ausencia, así como evitando la
univocidad en el lenguaje. Uno de los procedimientos
para esto último es la perífrasis. En este terreno, el
afán de Mallarmé por eliminar estilísticamente la
realidad lo lleva a aproximarse a las particularida
des de la literatura barroca y de su forma francesa,
el preciosismo. Igual que en éste, la perífrasis ma-
llarmeana tiene por objeto liberar las cosas de su
193
194
idealismo permanecen en igual imprecisión. Sólo la
designación negativa crea un concepto más preciso:
le néant, la nada. Con ello se ha dado el paso extre
mo en el camino que hemos podido seguir de Baude-
laire en adelante y que hemos designado con la fór
mula de “ trascendencia vacua” .
No es posible analizar detenidamente aquí los ca
minos por los que Mallarmé llegó a este concepto de
la nada. Ni siquiera cabe estudiar la posible, pero
problemática, inflencia de la filosofía alemana (He-
gel, Schelling, quizás también Fichte) y de la teolo
gía negativa. Sólo cabe hacer algunas indicaciones.
Así, es evidente que Mallarmé emplea desde 1865 le
néant en aquellos pasajes de sus poemas cuyos mis
mos temas había traducido en composiciones ante
riores con palabras como “ azur” , “ ensueño” , “ ideal” .
En una carta del mes de enero de 1866 dice: “ La nada
es la verdad” . El documento más importante es el ya
citado Igitur (1869), donde se pone de manifiesto el
papel complementario de los dos conceptos del abso
luto y de la nada. El primero representa un ideal del
que se han borrado todos los “ accidentes” empíricos.
El camino hacia el absoluto pasa por el “ absurdo”
(obsérvese la repetición de esta palabra fundamen
talmente moderna también en Mallarmé), es decir,
por la renuncia a lo habitual, natural y viviente. El
absoluto mismo, empero, que se llama así porque
debe ser independiente del tiempo, del espacio y del
objeto, se llamará, una vez lograda su total inde
pendencia, la nada. Igitur, la figura alegórica que
sirve de título al poema, desciende a las tumbas junto
al mar, llevando consigo la redoma de veneno, “ que
contiene la gota de nada que falta todavía al naar” ;
echa los dados y cuando éstos se quedan quietos se
detiene también el tiempo y todo cuanto hay en él,
esto eg,-la vida; pero también se detiene la muerte;
sólo queda el espacio vacío y absoluto : la nada.
Mallarmé tiene la suficiente cautela para no lan
zarse a especulaciones acerca de la nada, y por
lo tanto también nosotros debemos abstenernos de
hacerlo! Pero sí es preciso subrayar la importantí
sima función de este concepto en su lírica, y el he
cho de que en una de las cumbres de la poesía mo
derna campee tan soberanamente el más negativo de
todos los conceptos.
Sin embargo, no hay que incurrir en el error de
creer que la nada tenga aquí un valor calificativo, al
estilo, por ejemplo, del nihilismo moral. Se trata de
un concepto ontològico de origen totalmente idea
lista. Lo que preocupa a Mallarmé es la insuficiencia
de todo dato real, y esta insuficiencia sólo se puede
sentir dentro de una concepción idealista. Pero cuan
do el pensamiento ideal, que sirve de medida, se co
loca tan alto que ya no hay definición que lo alcance
y permanece en la pura indeterminación, hay que lla
marlo forzosamente la nada. Partiendo de los esbo
zos que Baudelaire trazó del ideal vacuo, Mallarmé
confiere a la nada, así concebida) la cualidad de ser
una fuerza de la trascendencia que domina y obliga
al espíritu como un castigo. Del destino común a to
dos los modernos, de carecer originariamente de toda
finalidad y de toda tradición, deriva la voluntad de
100
dejar no sólo vacía la trascendencia (como hicieron
Baudelaire y Rimbaud), sino de extremarla en la nada.
El nihilismo de Mallarmé puede explicarse como con
secuencia de un espíritu que elimina todos los datos
para dejar lugar a su libertad creadora. Y se puede
hablar de un nihilismo idealista, que nace de una
voluntad casi sobrehumana de abstracción, de pen
sar en el absoluto como esencia pura del ser (es decir,
libre de todo contenido) y aproximarse experimen
talmente a él con una poesía en la que el lenguaje
mismo da a la nada toda la presencia que le permite
la destrucción de la realidad propiamente dicha.
c) La nada y él lenguaje
197
desarrollarse a sí mismo, precisamente a través de
lo que fue mi yo... Sólo me cabe aceptar los desarro
llos absolutamente necesarios para que el universo
encuentre en este yo su identidad.” La formulación
es algo descuidada, pero su sentido es clarísimo: el
puesto del yo empírico viene a ser ocupado por un
yo impersonal, que es el lugar donde el “ universo”
lleva a cumplimiento su identificación espiritual.
A ello hay que añadir una frase del año 1895: “ A
nuestra raza (es decir, a la humanidad) cupo el ho
nor de prestar entrañas al miedo que la metafísica
y claustral eternidad tiene de sí misma..., y ello en
forma distinta de la conciencia humana” (p. 391). El
metafórico lenguaje de esta frase encierra el comple
mento de aquella manifestación epistolar. Ambas
contienen la idea de que en el hombre, en tanto que
espíritu— y por lo tanto lenguaje—, se realiza el
ser absoluto, encontrando en él y sólo en él su ori
gen. El absoluto, identificado con la nada, llama al
lenguaje — el “ logos” (le verbe) — para hallar en
él el lugar de su pura aparición.
Partiendo de esta idea, que Mallarmé formula
expresamente, aunque 110 muy a menudo, se aclaran
muchos enigmas de su poesía, y ante todo su trans
posición de lo objetivo y de la realidad en general
al terreno de la ausencia. Esta transposición signi
fica mucho más que un destierro artístico de la reali
dad. Es un proceso que debe comprenderse desde un
punto de vista ontològico; es precisamente aquel pro
ceso por medio del cual el lenguaje confiere al objeto
aquella ausencia que, en cuanto categoría, lo equi-
198
para al absoluto (o sea a la nada) y hace posible su
pura presencia (libre de toda objetividad) en la pala
bra. Aquello que es destruido objetivamente por el
lenguaje cuando éste expresa su ausencia, alcanza
en el mismo lenguaje, cuando éste lo nombra, su exis
tencia espiritual.
Con ello se cimienta, por vía ontològica, la mo
derna hegemonía de la palabra, pero también la de
la fantasía ilimitada. La palabra, así entendida, es el
hecho creador del espíritu puro. Uno de los caracte
res de su absolutez es no tener en cuenta ya la rea
lidad empírica, sino poderse abandonar a sus propios
movimientos. Es decisivo que Mallarmé no entienda
estos movimientos como sujetivismo arbitrario, sino
más bien como fenómenos ontológicos, necesarios por
sí mismos. Sin embargo, también puede dar el nom
bre de “ fantasía” al espíritu independiente, pero
también lo puede llamar “ ensueño” . Ambas denomi
naciones habían sido* empleadas ya mucho antes in
distintamente para designar la libertad creadora.
Y el hecho de que aparezcan también en Mallarmé es
importante para nosotros, porque de ello se puede
deducir el camino recorrido por el conceptó de fan
tasía desde fines del siglo xvm y cuál era su peso
cuando fue legado al siglo xx. Compárese lo que diji
mos de la imaginación al hablar de Rimbaud. Estos
autores impusieron siempre la fantasía corpo algo
superior a la realidad: más aún, como fuerza’dicta
torial. Mallarmé le da un valor más elevado todavía,
concibiéndola como la sede que el ser absoluto exige
para su existencia espiritual. La coherencia con que
todo deriva de estados anteriores es sorprendente y
confirma una vez más la unidad de estructura de la
poesía moderna y del pensamiento moderno acerca
de la poesía. Además, el concepto mallarmeano de fan
tasía legitima también el carácter esencial de este
arte poético, o sea, la destrucción de la realidad. In
cluso antes de encontrar la justificación ontològica
de esta característica, Mallarmé había recurrido a
ella. En una carta de 1867, declara haber creado su
obra exclusivamente a base de destrucción, y estar
penetrando cada vez más profundamente en la ex
periencia de las “ oscuridades absolutas” . Y luego, con
una alusión a Dante, afirma : “ La destrucción fue mi
Beatrice” .
Una palabra favorita de Mallarmé para designar
aquel alejamiento de lo objetivo es ábolition, y alre
dedor de ésta gravitan otras afines, como “ hoyo” ,
“ blanco” , “ vacío” , “ ausencia” , que son las palabras
claves negativas de su poética y de su poesía defini
das ontològicamente. Hay otra de aspecto positivo:
“ flor” , que a menudo varía en distintos nombres de
flores (“ rosa” , “ lirio” , etc.), y que designa simbóli
camente al lenguaje como carácter distintivo esen
cial del hombre, “ glorificación de la propia intimi
dad de la raza, en su flor, el lenguaje” (p. 492). Pero
la fuerza mayor del lenguaje es la poesía. Y he aquí
el pasaje fundamental: “ ¿Para qué, pues, la mara
villa de transponer un hecho natural en su casi total
desaparición vibratoria según el juego de la palabra,
si de ello no naciera — libre de todo contacto t— la
idea pura, una flor, que se yergue cantando... y no
200
se encuentra en ningún ramillete?” (p. 368). Des
pués de lo que hemos venido exponiendo, esta frase
apenas requiere aclaración alguna. En ella se vuelve
a definir la poesía como destrucción de lo objetivo,
y esta idea se completa con la de que semejante des
trucción acontece para que el objeto se transforme
en la palabra en “ idea pura” , en esencia espiritual.
Esta “ idea” sólo puede existir en la palabra poética,
y ésta es la razón de que la “ flor falte en todos los
ramilletes” . (Hay que hacer constar que esta frase,
junto con la de Bimbaud citada en la página 124
figuró en el catálogo de la exposición de Picasso en
París en 1955). El arte poético es ahora un quehacer
que irradia, completamente solitario, su juego de
ensueños y su mágica música en un mundo aniqui
lado. Lo que expresa en sus últimas capas sensibles
son figuras y tensiones abstractas de plurivalencia
ilimitada. Por eso en Mallarmé el concepto de ara
besco, ya empleado por Baudelaire, aparece ampliado
hasta un “ arabesco total” , al que poco después se
vuelve a llamar “ cifrado melódico tácito” (p. 648).
201
que por un lado niega lo objetivo y por otro lo crea
por medio del lenguaje. La primera versión (1868)
empleaba otras palabras, pero su temática era ya la
misma que en el poema definitivo. Mallarmé lo co
mentó por entonces en una carta diciendo: “ El so
neto es fruto de un estudio proyectado acerca de la
palabra... Consta en lo posible de blanco y negro y
se prestaría a un grabado a base de ensueño y ausen
cia, como ejemplo: una ventana abierta a la noche;
una habitación sin nadie dentro; una noche formada
de ausencia y misterio; sin muebles, a lo sumo con
una vaga apariencia de consolas y un espejo colgado
apagado al fondo, que al reflejar incomprensiblemente
la Osa Mayor, une esta habitación abandonada con
el cielo” . Este comentario es válido también para la
última versión, que es como sigue:
Ses purs ongles très haut Con sus puras uñas muy alto
dédiant leur onyx, dedicando su ónice,
L ’Angoisse, ce minuit, soutient, L a Angustia, esta medianoche,
lampadophore, sostiene, lampadófora,
Maint rêve vespéral brûlé par M ás de un sueño vesperal que
le Phénix mado por el Fénica
Que ne recueille pas de ciné Que no recoge ninguna cine
raire amphore raria ánfora
202
Mais proche la croisée au nord M as junto a la ventana al
vacante, un or norte abierta un oro
Agonise selon peut-être le décor Agoniza según quién sabe el
friso
Des licornes ruant du feu D e los unicornios que arrojan
contre une nixe, fuego contra una ondina,
203
lo mismo que es insuficiente. El “ Maestro” (¿qué
maestro?) se ha ido y se ha llevado consigo aquel
objeto del que ahora se dice que con él “ la nada se
honra” , es decir, la nada alcanza la gloria precisa
mente gracias al objeto abolido que, por lo mismo
que no es, resulta ser una pura creación de la pala
bra que lo nombra. La ondina de la tercera estrofa
es una “ difunta nube” . De los objetos que quedan,
la ventana y el espejo son símbolos mallarmeanos
para ipdicar la penetración de su mirada en el infi
nito de la trascendencia. Todos los demás objetos son
destruidos al mismo tiempo que el lenguaje los crea.
El poema entero es un apagarse, un pasar de la pre
sencia a la ausencia. Al final se nos dice que el cen
telleo de las estrellas se detiene de inmediato: el
tiempo, que ya en las primeras estrofas tenía una
presencia apenas movida, se convertirá en intempo-
ralidad; está convirtiéndose en ella. El poema sólo
puede y quiere acercarse al absoluto hipotéticamente
y en el futuro, del mismo modo que sólo expresando
enigmáticamente su significado puede acercarse a
las ausencias (la nada). Si pretendiera asumir plena
mente en sí lo absoluto y lo intemporal, no podría
subsistir como poema: no sería más que silencio,
mancha vacía. El lenguaje se detiene en el límite ex
tremo en el que, con la abolición de los objetos por
medio de la palabra que los niega, todavía es posible
crear un espacio donde pueda entrar la nada. Pero
esta entrada va acompañada de angustia. Ésta es la
única que puede extenderse, que empapa los pocos
objetos que quedan, los oscurece y aumenta su pro
204
pia oscuridad gracias a la ausencia de los demás.
Pero todo ello es obra del lenguaje; lo que en él se
desarrolla no puede acontecer en ningún mundo real.
La d is o n a n c ia o n t o l ò g ic a
20S
pliflcar, fracaso subjetivo) y fracaso objetivo, o sea,
de lo absoluto freute al lenguaje.
Hemos expuesto ya varios ejemplos del primero
y nos limitaremos a completarlos brevemente. Una
de las frases del Igitur dice así: “ Yo profiero la pa
labra, para volver a hundirla en su inanidad” (pági
na 451). En otro pasaje leemos: “ todo cuanto, como
vehículo o morada, se ofrece al ideal, le es contra
rio” , e inmediatamente se habla de la “ recíproca con
taminación de la obra y sus medios” (p. 371). El pro
yecto ideal de la obra, precisamente por su elevación,
hace resaltar lo que tiene de limitado el lenguaje,
que a su vez impide llevar a su perfección ese eleva
do proyecto. Superando Igitur, el poema tardío Un
coup de dés (impreso según una disposición contra-
puntística de las frases) insiste en el mismo tema:
ni siquiera la nada es asequible, porque el pensa
miento no es capaz de escapar a los “ accidentes” (del
lenguaje y del tiempo); el hombre es llamado “ prín
cipe amargo del escollo” (p. 469). El poema Prose
pour des Esseintes (p. 55), especie de poética versi
ficada que pasa por ser la cumbre de lo incomprensi
ble, puede ser entendido partiendo de este tema de
la insuficiencia del lenguaje (1). Las primeras diez
estrofas contienen la llamada a una poesía tensa ha
cia una meta suprema y giran alrededor de la posi
bilidad de su creación. Luego el arco desciende: la
206
obra sólo puede sonreír a su ideal, pero no lo alcan
za; el “ espíritu de lucha” que se encierra en ella (con
esa expresión se alude a la discordia entre voluntad
y fin), tiene que perdurar, como dolorosa conciencia
de que “ existe aquella tierra” (la tierra del ideal)
que obligará siempre a la poesía a elevarse hacia
ella, pero a fracasar también, aunque el fracaso mis
mo venga a atestiguar la existencia invisible del
ideal.
Todo ello está todavía en la línea de Baudelaire,
aunque completada en el aspecto ontològico. Pero no
tarda en aparecer otro tipo muy distinto de amplia
ción. En Mallarmé la deshumanización ha llegado a
tal extremo que el poeta transfiere más allá del hom
bre el origen remoto de la poesía y del pensamiento,
para situarlo en el ser absoluto. Como si le impul
sara una presión exterior, Mallarmé se siente obli
gado a pensar y a poetizar también la disonancia del
espíritu moderno como si fuera una propiedad del ser
absoluto. Y con más rigor todavía que en sus demás
temas, impone ahora, en lugar de un posible contacto
entre hombre y trascendencia, la más completa ausen
cia de contacto. No sólo el lenguaje es insuficiente
cuando se propone crear espiritualmente lo abso
luto, sino que lo absoluto sólo puede plegarse al len
guaje en una forma insuficiente. Ambos polos, len
guaje y ser infinito, están sujetos a la ley del fracaso.
Aun así, para Mallarmé la poesía sigue siendo la
máxima posibilidad dentro de esta insuficiencia, aun
que la disonancia ontològica represente también para
ella el máximo daño. Lo que esta poesía logra, es la
palabra para expresar el fracaso del contacto entre
lo absoluto y el hombre, y lo éxpresa con la mayor
discreción.
Un breve análisis dé dós poemas servirá para ilus
trar lo que acabamos de decir. El primero se titula
Autre*éventail (p. 58). En él se desarrolla un doble
proceso, objetivo y espiritual. El primero no puede
ser más sencillo: alguien mueve un abanico abierto
y luego lo cierra. Y no obstante, es idéntico al pro
ceso espiritual y, en último término, podemos decir
que lo Simboliza. Es decir: un abanico vive “ la pura
delicia sin camino” hacia arriba, hacia el ideal que
se extiende hasta el infinito. Pero él espacio — que
representa ai ideal — “ se estremece como un gran
beso, que, enloquecido de nacer para nadie, no puede
surgir ni calmarse” . O sea que también el absoluto
sufre el aislamiento ; su “ beso” no encuentra al espí
ritu que lo pueda recibir. Por eso se cierra el aba
nico. También la voluntad de ascensión fracasa, vuel
ve a caer sobre sí misma y no conserva más que “ una
risa sepultada” , esto es, la conciencia de su doble
fracaso. Sólo una cosa queda: “ las orillas rosas es
tancadas sobre los atardeceres de oro” : el reflejo del
absoluto. Se queda en el doble sentido de las pala
bras : no adelanta, jamás llegará a ser plena luz; pero
queda también como eternización gracias a la pala
bra que ha intentado lo imposible. La nada, con su
propio aislamiento, tiene un refugio en la palabra,
por insuficiente que sea. El lenguaje simbólico de la
última estrofa lo expresa de la siguiente forma:
“ Ese blanco vuelo cerrada, que apoyas contra el fue-
go de un brazalete.” Una profunda resignación corre
a lo largo de este bello y oscuro poema.
El segundo es el soneto Petit Air I I (p. 66), es
crito con una sintaxis excesivamente dilatada, que
repugna a la estructura analítica de la frase fran
cesa: adverbio, verbo y aposición van delante del
sujeto de la frase, para subrayar que son aquellas
palabras las que expresan lo esencial. Mallarmé lo
gra de tal modo ocultar el acto ontològico tras el
proceso descriptivo que a primera vista nos podría
parecer que el poema sólo nos comunica un doloroso
idilio. “ Indomablemente” ha debido estallar en lo
alto una voz perdida, con furia y silencio. Esta voz
estalla en el mismo instante en que “ mi esperanza”
(la voluntad hacia lo absoluto) levanta el vuelo. Se
trata de la voz “ del pájaro, que no se oyó otra vez
en la vida” — la voz de lo absoluto. Pero con todo
su empeño, enmudece, no llega. O sea, vuelve el ais
lamiento de lo absoluto. Luego dice el poeta : empieza
un sollozo, que expira en la duda de si es un sollozo
de mi seno y no del suyo, porque yo no oí su voz o su
sollozo, porque no llegó hasta mí. Lo que queda de
este nuevo doble fracaso es el pájaro “ desgarrado en
algún sendero” : lo absoluto que no puede alcanzar
la perfecta existencia espiritual. Pero la expresión es
imprecisa, es más bien una intuición de que todo
podría ser así que un saber que es así. Al llegar a este
extremo límite de su poesía, Mallarmé no se atreve
a emplear una expresión unívoca. Sólo se atreve a
presentar un acontecimiento simbólico susceptible
de múltiples interpretaciones, lo cual es también un
209
a. t>mLA LÍHICA UODBRNA. - 14
fracaso: un fracaso premeditado, porque sólo el poe
ma alusivo y sin estridencia puede impedir que la
casi inconcebible tragedia existencial se gaste y cai
ga en el olvido por culpa de una comprensión limi
tadora.
En 1812, Jean Paul, en sus Prelecciones de esté
tica escribió acerca del “ actual espíritu de época,
que egoísticamente destruye el mundo y el todo, úni
camente para crearse un espacio libre en la nada” ,
en lugar de copiar la Naturaleza. Esta frase, que
figura en el capítulo sobre los “ nihilistas poéticos”
parece presagiar la poesía moderna de Mallarmé —
lo mismo que en el Roquairol del Titán se anuncia
a Baudelaire. La diferencia se halla, a pesar de todo,
en que en Mallarmé el “ egoísmo” deriva de una inde
pendencia del espíritu argumentada otológicam en
te, y sea cual fuere el juicio que pueda merecer esta
argumentación, hay que respetar el tesón con que
aquel hombre silencioso y abnegado meditó hasta sus
últimas consecuencias y realizó artísticamente la si
tuación negativa asignada a la poesía moderna. Se
mejante lírica tiene que ser forzosamente difícil y
oscura. Pero una de las razones de su permanencia
reside precisamente en su íntima coherencia lógica.
O c u l t is m o , m a g ia y m a g ia del l e n g u a je
210
con V. E. Michelet, que difundía las doctrinas ocul
tistas de la baja Antigüedad atribuidas a Hermes
Trismegisto — de ahí el nombre de “ hermetismo” —
y recomendaba que fuesen acogidas en la poesía.
(Todavía hoy, en Francia, “ hermetisme” significa
principalmente ocultismo, alquimia, etc.). Mallarmé
aceptó esa sugerencia. En su ensayo Magie, dice:
“ Entre los antiguos ritos y el sortilegio que la poe
sía será siempre, existe un secreto parentesco; por
lo tanto, escribir poesía significa evocar, en una os
curidad expresamente buscada, el objeto no nombra
do por medio de palabras alusivas, jamás directas;
supone una tentativa cercana a la creación, única
mente puesta en juego por el encantador de letras
que es el poeta” (p. 400). Luego siguen conceptos
como hada, mago y “ charme” en el sentido latino de
la palabra, es decir, embrujo: el mismo que le dará
más tarde Valéry al titular Charmes su libro de poe
mas; y en una carta, Mallarmé habla de los “ alqui
mistas, nuestros antepasados” . No cabe duda de que
en todo ello se manifiesta más bien la convicción de
la correspondencia entre poesía y magia que una
auténtica adhesión a los círculos ocultistasJNo obs
tante, esta convicción, ya expresada anteriormente
por otros, se hace más rigurosa en Mallarmé, en
cuanto éste participa también en la necesidad que la
poética moderna siente de combinar con los, estra
tos anímicos mágico-arcaicos una poesía surgida de
profundas reflexiones. La magia del lenguaje de sus
versos, en combinación con la oscuridad de sus conte
nidos, constituye un medio muy personal de ejercer
211
aquella sugestión con que el propio poeta quisiera
haber sustituido la comprensibilidad fácil.
La magia del lenguaje puede manifestarse en el
poder sonoro de los versos, pero también en un im
pulso de lás palabras que dirige el poema. Es famosa
la frase mallarmeana : “ El poeta cede la iniciativa
a las palabras” (p. 366). Y hay otra que dice: “ El
ritmo del infinito, entre las teclas del piano verbal,
y como resultado del tanteo de una improvisación,
nace de. las palabras adecuadas, cotidianas” (p. 648).
Y él mismo reconocía haber escrito muchos de sus
poemas obedeciendo al impulso del lenguaje, o haber
modificado primeras versiones siguiendo la pendien
te de las exigencias de éste. Un poema ya antes citado
empieza: “ O si chère de loin et proche et blmche...”
(p. 61). Este verso contiene dos indicaciones de dis
tancia (loin, proche) y, en la misma línea, un califi
cativo de color (blanche). Diríase que, siguiendo el
impulso emprendido, el poeta nos daría otra idea de
espacio, pero en lugar de ello se inserta algo que no
tiene nada que ver con él : blanche no pertenece a nin
gún encadenamiento de imágenes dispuestas según un
orden objetivo. Lo que decide aquí no es ese encade
namiento; es el lenguaje mismo. El origen de “ blan
che” está en el sonido ch de “ chère” y “ proche” que
se extiende como sonoridad independiente y reclama
una palabra que le satisfaga. Este es un pequeño
ejemplo entre los muchos que no es necesario citar
aquí. Pero sí conviene hacer notar que los versos
mallarmeanos especialmente sonoros— incluso cuando
no emplean sonidos agradables, sino agrios — tienen
212
una fuerza insistente que nos los fija en la memoria,
aunqn« cu significado nos escape. El propio Valéry
lo confirmó al escribir que su mala memoria, que no
le permitía aprender nada de corrido, retenía en
cambio loa “ extraños versos de Mallarmé” . Esta ex
periencia puede extenderse a numerosos líricos del
siglo x x y, a veces, constituye el único criterio para
saber ai un poema es bueno, o no.
P o e s ía pu ra
mís
mir las cosas en nombre de una pureza central.” La
condición previa para la pureza poética es, pues, la
desobjetivización. En este concepto, tal como Mallar
mé lo empleó y lo legó a la posteridad, se engloban
asimismo todas las demás características de la lírica
moderna : repudio de todas las materias de la expe
riencia cotidiana, de todo contenido didascàlico o de
cualquier otra índole utilitaria, de toda verdad prác
tica, de todo sentimiento vulgar, de la “ embriaguez
del corazón” . Con la exclusión de todos estos ele
mentos, la poesía adquiere la libertad de dejar im
perar la magia del lenguaje. En el juego de las fuer
zas del lenguaje, situadas por encima y por debajo de
las funciones de mera comunicación, se logra la mu
sicalidad dominadora y desvinculada de todo signi
ficado que confiere al verso la fuerza de una fórmula
mágica. Lo mismo que sus predecesores, Mallarmé
habló a menudo del parentesco entre poesía y música.
Algunas de sus manifestaciones en este sentido sir
vieron luego para la definición de la poesía pura. Así
por ejemplo, A. Berne-JofFroy escribió en 1944: “ Poe
sía pura es el momento cumbre en que la frase olvida
en forma armónica su contenido. Es el verso que ya
no quiere decir nada, sino únicamente cantar” . Pero
en Mallarmé, por musicalidad no hay que entender
sólo la sonoridad agradable del lenguaje, sino más
bien una vibración de los contenidos intelectuales de
la poesía y de sus tensiones abstractas, más fácil de
captar para el oído interno que para el externo. Por
lo demás, el concepto de poesía pura se adapta per
fectamente a los principios fundamentales de la lí
214
rica mallarmeana. En su significado privativo es el
equivalente teórico de la nada a cuyo alrededor gira
esta lírica. Y más allá y después de Mallarmé, este
concepto sigue siendo válido para toda la lírica que
no tiene por objeto sentimientos primarios y conte
nidos de este mundo, sino que pretende ser un juego
del lenguaje y de la fantasía.
F a n t a sía d ic t a d o r a , a b s t r a c c ió n
y “ m ir a d a absoluta”
216
baila; no es una mujer, sino una metáfora que resu
me uno de los aspectos primigenios de nuestra for
ma: espada, copa, flor, etc.; y por lo mismo que no
baila, sino que sugiere con un prodigio de abreviacio
nes o ímpetus, con una escritura corporal, se necesi-
taríar^ numerosos párrafos para traducir su danza
en prosa” (p. 304). Mirar a una bailarina significa,
pues, ver formas primigenias a través de su presen
cia empírica. Este ver es efecto de una “ mirada im
personal, fulgurante y absoluta” (p. 306). Eso parece
platónico, pero al final del ensayo se lee: “ la baila
rina, a través del último velo que siempre queda,
te entrega la pureza de tus ideas y escribe silenciosa
tu visión en forma de un signo que es ella misma.”
La idea va a desembocar de modo nada platónico en
el sujeto que mira, el cual no aprecia formas primi
genias objetivas, sino las formas primigenias de sü
propio espíritu, y las introduce en la apariencia de
la bailarina, transformándolas en signos de este es
píritu. Lo fenoménico es dominado por la mirada
absoluta que se dirige a su propio sujeto y sólo puede
aprovecharse de aquello como lenguaje simbólico li
bremente disponible para indicar sus movimientos.
El ensayo sobre el ballet es la justificación más abso
luta que ha hallado hasta aquí la creación poética
ilimitada. “ Mirada absoluta” es una expresión que
puede servir como lema de la poesía abstracta de
Mallarmé y sus sucesores, pero también de la pintura
abstracta, que sustituye los objetos por un sistema
de tensiones a base de líneas, colores y formas puros.
En la medida en que la poesía de Mallarmé roza
216
todavía el mundo de lo fenoménico, lo trastorna y lo
sustrae al orden normal de espacio y tiempo. Y aquí
reside, pese a que sus motivaciones son distintas, el
parentesco estructural entre Mallarmé y Rimbaud.
Citaremos todavía algunos ejemplos. El hecho de
volar sombreros negros por la calle se convierte en:
“ la calle, sujeta al negro vuelo de los sombreros”
(p. 65); la calle antecede al acontecimiento y éste,'
a su vez, en la generalidad de un vuelo negro (además
de la irreal conjunción de color y movimiento), ante
cede a los sombreros; una visión normal vería pri
mero los sombreros, mientras que aquí están al final,
como algo secundario. Mallarmé gusta también de
acercar y juntar las cosas más distantes a la manera
de la técnica de fusión de Rimbaud, que antes hemos
descrito. El principio de su ensayo Plaisir sacré (sus
ensayos son también poemas) contiene una expre
sión, que traducida al lenguaje normal (y por lo tan
to desfigurada) diría lo siguiente: en otoño, los pari
sinos regresan de caza, van al teatro y se dejan en
cantar por la música. Pero en realidad el texto trae:
“ Un viento, o miedo de perderse alguna cosa, exi
giendo el regreso, hace huir del horizonte a la ciudad
a la gente, cuando el telón va a levantarse sobre la
magnificencia desierta del otoño. El cercano juego
del dedo luminoso, que suspende la fronda, se mira,
entonces, en el foso de la orquesta” (p. 388). Obsér
vese cómo el otoño aparece en trasposición metafó
rica, o sea, allí donde se habla del teatro (“ telón” )
y del director (“ juego del dedo” ). Ambos ámbitos,
otoño o teatro, forman una unidad que es ya algo
air
más que una mera metáfora. La subordinación que
una vez se reconoce aquí, del todo a los detalles, del
contenido auténtico a lo accidental, es otra caracte
rística— que habrá de ser fecundísima — del estilo
irreal. El ángel con una espada desnuda se convierte,
por la concentración de la cualidad de la espada, en :
“ un ángel está en la desnudez de su espada” (p. 28).
Mallarmé habla de un grupo de bailarinas, pero no
de las figuras, sino que dice: “ De palideces evasivas de
muselina, salían una sonrisa y unos brazos abiertos
con la pesadez triste del oso” (p. 276); las bailari
nas aparecen únicamente en una de sus cualidades
parciales y con ella se funde la cualidad parcial de
otro ser; pero se funde hasta tal punto que resulta
difícil ver qué es, es decir, un payaso. Los accidentes
se desprenden de las figuras y se condensan en imá
genes irreales. Un poema tardío empieza, de un modo
sólo muy alusivo, sugiriendo una cortina de encaje;
pero luego la segunda estrofa dice: “ Este unánime
blanco conflicto de una guirnalda consigo misma, hu
yendo contra el pálido cristal, flota más que amor
taja” (p. 74). Lo objetivo ha sucumbido completa
mente bajo las volutas de movimiento en que lo'ha
transformado la fantasía que todo lo abstrae. Este
procedimiento no debe llamarse impresionista, como
tantas veces se ha hecho, por cuanto no deriva de
una captación de impresiones, sino que es por sí mis
mo impresión, de figuras poetizadas sobre un mate
rial ya completamente desrealizado.
218
La so le d a d co n e l le n g u a je
O b s e r v a c io n e s m e t o d o l ó g ic a s
221
fre detrimento por ello, ya que la originalidad es una
cuestión de calidad, que no se decide por el tipo. Éste,
en cambio — en este caso la unidad estilística de la
lírica moderna — facilita la comprensión. Más aún:
el reconocimiento de esta unidad de estilo es la única
manera de penetrar en aquellos poemas que se apar
tan voluntariamente de la comprensión normal. Cla
ro que la fase inmediata tendría que ser penetrar en
la individualidad artística del poeta, y eso sólo po
demos intentarlo aquí a modo de ejemplo. Nuestro
propósito, en los capítulos siguientes, es aclarar el
embrollado panorama de la lírica contemporánea,
mostrando en qué elevada proporción han sobrevi
vido los síntomas que nacieron durante el siglo
pasado.
¿Han sobrevivido porque actuaron como influjo?
En algunos casos, quizás sí, pero ello no puede esta
blecerse como regla general. En los poetas de pri
mera fila, la influencia literaria no es un mero pro
ceso pasivo, sino consecuencia de una afinidad que
los ha conducido a confirmar y acentuar en un pre
decesor sus propias facultades artísticas. Pero tam
bién en los casos en que no ha actuado ninguna in
fluencia de este tipo, encontramos en los poetas con
temporáneos una estructura parecida a la de aque
llos antepasados suyos, lo cual demuestra el hecho —
evidente asimismo por otras razones — de que en
cada época existe necesariamente un estilo y una es
tructura. En este caso se trata de los que vienen de
terminando la lírica europea desde hace casi un si
glo. Por lo tanto no debemos estudiar las posibles
222
influencias, sino que, una vez más, creemos justifica
do el método que consiste en describir los síntomas
de una actitud poética común.
Tampoco tiene sentido establecer clasificaciones
y subdivisiones según programas y partidos litera
rios. Las historias de la literatura suelen hablar del
“ simbolismo” , que hacen extinguirse hacia el año
1900. En nuestro estudio hemos evitado este concep
to escolar, porque enmascara el hecho de que los líri
cos en él comprendidos — principalmente Mallarmé
— ofrecen características que son todavía patrimo
nio de poetas contemporáneos como por ejemplo Va-
léry, Guillén, Ungaretti o Eliot. Por lo tanto, o bien
el simbolismo no ha muerto todavía o este concepto
es insuficiente para definir un estilo poético y, por
consiguiente, tiene que ser sustituido por la descrip
ción de las características de dicho estilo. Quien lea
estudios de historia literaria o ensayos de crítica
acerca de la poesía europea de los últimos cincuenta
años, verá cuántos estilos, escuelas y tendencias se
han ido sucediendo: dadaísmo, futurismo, expresio
nismo, unanimismo, creacionismo, neo-objetivismo,
modernismo, ultramodernismo, suprarrealismo, her
metismo... Mientras estamos escribiendo este libro
nos llega la noticia de que en Italia se ha implantado
el anti-hermetismo; podemos estar tranquilos de que
pronto vendrá un neohermetismo — tal vez se haya
inaugurado ya cuando este libro aparezca. El espa
ñol Ramón Gómez. de la Serna escribió en 1943 una
serie de ensayos titulados Ismos, en los que incluyó
a todos los modernos que pudo alcanzar. Probable
223
mente, el dar exagerado valor a esas variantes lite
rarias y artísticas responde a la tendencia, tan di*
fundida en los países neolatinos, a seguir las modas,
lo cuál impide ver las relaciones que existen entre
ellas. Tal vez haya influido también el modelo de los
múltiples partidos y luchas políticas. En un sen
tido, no obstante, esta visión de un supuesto cambio
constánte y rápido de estilos es a su vez sintomá
tica para la época moderna, pues concuerda con el
propósito manifestado a menudo por los poetas de
no escribir para la eternidad, sino a lo sumo para
un futuro desconocido, frente al cual su obra sólo
pretende ser un experimento momentáneo, aunque
para parecer futuro, rompa con el pasado, incluso
el más reciente. De ello tuvo ya conciencia Rimbaud,
y Jean Cocteau la tuvo también cuando en 1953, en
Démarches d’un poète, se declaró partidario de un
arte que es permanente anhelo de algo distinto, des
precio de la tradición y carrera tan rápida como la
moda, o, mejor dicho, más aún que el amaneramiento
de la última moda, a punto ya de convertirse en “ be
lleza” , o sea en hábito. La prisa en el tiempo ha he
cho inestable la conciencia artística y ello se refleja
en esa opinión sobre el rápido cambio de estilo. Pero
se trata de una ilusión óptica. No existe tal multi
plicidad: existen sólo matices y variantes que ates
tiguan las numerosas posibilidades de la poesía con
temporánea, pero que no son sustanciales para el
juicio de su estructura estilística.
“ F i e s t a d e l in t e l e c t o ” y “ d e r r o t a d e l in t e l e c t o ”
325
en los capítulos precedentes. Se trata de la polari
dad general de la poesía moderna, de la tensión que
existe en casi todos los líricos entre fuerzas cerebra
les y fuerzas arcaicas. Por otra parte, las numerosas
coincidencias entre aquellos tipos extremos denotan
constantemente su unidad de estructura, por encima
de los partidos a que cada uno de ellos pertenece. La
poesía intelectual coincide con la alógica en cuanto
huye, como ella, de la actitud del hombre medio,
rechaza la objetividad normal y los sentimientos
corrientes, renuncia a la inteligibilidad limitada,
substituyéndola por una sugestión plurivalente, y
afirma su voluntad de convertir, el poema en algo
independiente y autónomo, cuyos contenidos se man
tienen sólo gracias a su lenguaje, a lo ilimitado de su
fantasía o a su irreal juego de ensueños y no porque
reproduzcan el mundo o expresen unos sentimientos.
Es interesante que el estudio de la pintura mo
derna haya llevado a resultados parecidos. W. Haft-
mann, en su obra Malerei im 20. Jahrhundert (La
pintura del siglo X X , 1954), se refiere a la oposición
formulada por Kandinsky entre “ gran realidad” y
“ gran abstracción” . A base de ellas, Haftmann lo
gra elevar a “ un plano superior” las tendencias en
tre sí contradictorias de esta pintura. Las caracte
rísticas artísticas que describe bajo el concepto de
“ gran realidad” , coinciden de un modo sorprendente
con lo que nosotros hemos llamado la irrealidad de
Rimbaud; la “ gran abstracción” coincide asimismo
con los puros procesos de tensión de la lírica mallar-
meana destructora de la objetividad. También según
226
Haftmann, hay que reconocer que estas dos “ provin
cias son posiciones contrarias extremas” , cuyas ma
ñeras de ver y de proceder se funden en la práctica
porque están emparentadas. La unidad de estruc
tura de la poesía moderna, en la que tanto tenemos
que insistir aquí, es, pues, una unidad de estruc
tura de todo el arte en general. Ello explica las ana
logías de estilo entre la lírica, la pintura y aun la
música, que vienen a ser confirmadas, aunque sólo
sea exteriormente, por el intenso contacto personal
entre poetas y pintores durante toda la época aquí
descrita, desde las relaciones de Baudelaire con De-
lacroix hasta el grupo Henri Rousseau, Apollinaire,
Max Jacob, Picasso y Braque, e incluso hasta la amis
tad entre García Lorca y Salvador Dalí. Los textos
programáticos de pintores y músicos recurren a ideas
y términos sacados de programas literarios y vice
versa. En otra época, Diderot había llegado a nocio
nes revolucionarias partiendo del análisis de cuadros.
Teniendo en cuenta las relaciones que desde enton
ces han ido surgiendo, en ello puede verse un presa
gio de la unidad de estructura que se obserya entre
todas las osadías de la época moderna, lo mismo en
el terreno poético que en el artístico.
227
ce en España una lírica de tal abundancia y calidad
que los críticos del país hablan de un segundo siglo
de oro dé su literatura, y los del extranjero se ven
obligados a darles razón. La obra de Antonio Ma-
chadty- Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Rafael
Alberti, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre y otros
es quizás el tesoro más valioso de la lírica europea
contemporánea. Los españoles gustan de subrayar
que su lírica moderna se ha hecho independiente de
influencias extranjeras, pero incluso suponiendo que
así fuera — lo cual es problemático—> no pueden
pasarse por alto las numerosas relaciones mutuas
de orden estructural que tiene con la lírica francesa,
así como con la inglesa. En 1925, Ortega y Gasset
afirmaba que toda la poesía de aquel momento seguía
las huellas de Mallarmé. Eso era una exageración,
pero sirve para demostrar que incluso los españoles
son capaces de sentir hasta qué punto su lírica, pese
a su singularidad, puede compararse con la francesa.
A partir de fines del siglo xix se había producido en
España un cambio de estilo, surgido del cansancio
de una poesía vivencial, ingenua unas veces, brutal
otras, y como reacción a toda la clase de naturalis
mo. En su ayuda vino además la tradición nacional,
en forma de la metafórica y nada natural poesía de
Góngora. Este alejamiento del naturalismo se pro
dujo por las mismas causas y con idénticos objetivos
que en Francia. Una lírica que trabajaba con los me
dios artísticos más rebuscados que tiene el lenguaje
quería recuperar los secretos y las sutilezas del alma,
ahuyentados por la investigación civilizadora. Las
228
consecuencias fueron una temática y una técnica poé
ticas que habían de tener necesariamente el mismo
aspecto que en Francia, lo cual explica que muchos
poemas de los españoles modernos se aproximen al
campo de radiaciones de Rimbaud, Mallarmé y sus
sucesores. No obstante, conservan un sello propio,
especialmente en un determinado aspecto: en España
la poesía moderna ha tendido a ser oscura y esoté
rica, pero para los españoles el límite de lo esotérico
no ocupa el mismo lugar que para los demás euro
peos sino que se halla más alto. El regreso a la tra
dición nacional no llevó a los poetas españoles única
mente a Góngora, sino también a la poesía popular,
sobre todo a los romances. Esta antigua vena de la
poesía se había caracterizado ya por su estilo oscuro,
llenó de laconismos y alusiones, con tendencia a con
fiar en la intuición y a suprimir los enlaces objetivos
y lógicos. La lírica moderna se apoderó de ese estilo.
El oído español aprecia en algunos versos llenos de
misterio de García Lorca, y aun de Alberti, la fami
liar sonoridad de los romances arcaicos, mientras
que el extranjero sólo percibe un lenguaje enigmá
tico, de una fascinación que no le parece nada popu
lar. Sólo a mucho mayor altura, con los líricos deci
didamente intelectuales (Guillén, Luis Cernuda y
otros), el español tiene la impresión de oscuridad
esotérica. Pero eso son, después de todo, problemas
internos de España, aunque es significativo que los
españoles del siglo xx hayan tomado de su poesía
popular e incluso de las canciones gitanas de Anda
lucía ese lenguaje simbólico y oscuro, que más que
229
designar, evoca. Ello se debe a que este lenguaje se
presta al estilo lírico moderno que por muchas razo
nes quiere ser oscuro y audaz.
281
El poeta amalgama estos objetos con mitos libremen
te inventados, a los que todo está permitido, espe
cialmente lo imposible. Su finalidad es el “ poema sin
tético” , que debe ser como una página de periódico,
desde la que las cosas más dispares saltan simultánea
mente^ los ojos, o como una película, que rápidamente
alinea una imagen junto a otra. Nada de estilo des
criptivo, ornamental o grandilocuente; nada de ba
ratijas campesinas; en su lugar, fórmulas tajantes
que delimiten el conjunto de la manera más precisa
posible.? Escribir poesía es algo así como el trabajo
de un mecánico de precisión. La poesía debe hacer
cuanto pueda para situarse a la altura de las auda
cias de la matemática. Mas adelante, Apollinaire dice
también: “ Lo mismo que los alquimistas, debe esfor
zarse en alcanzar fórmulas y procedimientos raros”
y llegar a ser una “ alquimia lírica primigenia” . La
nueva poesía, lo mismo que el nuevo espíritu en ge
neral, está llena de peligros y de emboscadas; es un
experimento arriesgado, pero que merece sus ries
gos, en el que más que el éxito cuenta la valentía de
la empresa. La poesía debe proponerse siempre sor
prender. Y en ésta — en el agresivo dramatismo de
su expresión contra el lector — ve Apollinaire la ver
dadera diferencia entre la poesía moderna y la anti
gua. Pero el poeta que busca lo desconocido para ex
presarlo en lenguaje anormal, estará solo, y será ob
jeto de burlas y de desprecio.
Apenas es necesario subrayar hasta qué punto
este programa (que por otra parte su autor aplicaba
ya entonces en sus propios poemas) deriva del espí
ase
ritu de Rimbaud. Esta poética de Apollinaire es el
eslabón más importante que une las teorías de Rim
baud con las de los líricos del siglo xx.
Este programa dirigido al futuro irá seguido de
la conferencia retrospectiva que García Lorca pronun
ció en 1928 acerca de Góngora (La imagen poética de
Don Luis de Góngora). Esta conferencia es un im
portante testimonio del renacimiento español de
Góngora en el siglo xx, pero es también una esté
tica de la poesía contemporánea. El redescubrimien
to de Góngora en España, desde 1910, había fecun
dado la poesía moderna, la cual a su vez fecundó la
comprensión del más difícil de todos los poetas es
pañoles antiguos. García Lorca le llama “ padre de
la lírica moderna” , pero cita también a Mallarmé,
diciendo que es el mejor discípulo de Góngora, a pe
sar de que el francés no conoció al español. Al lado
de sus diferencias, hace ver el parentesco que existe
entre ámbos, el cual se basa en la técnica poética.
La conferencia trata de esta técnica y de sus funda
mentos, y puede interpretarse como una descripción
indirecta de la lírica moderna. Igual valor debe darse
a las palabras de García Lorca, que pueden resumirse
a sí: Góngorá estaba convencido de que el valor de una
poesía aumenta en proporción a su alejamiento de
la normalidad del mundo, tanto exterior como inte
rior. Góngora amaba la belleza pura e inútil que sólo
aparece cuando los “ sentimientos comunicables” han
sido eliminados. Odiaba la realidad, pero era dueño
absoluto de los ámbitos de existencia meramente poé
tica. En su paisaje espiritual no hay otra cosa que la
autonomía de las palabras, con las que construye un
edificio que resiste al tiempo. La naturaleza no tiene
cabida en él. Porque “ la naturaleza que procede de
las manos de Dios, no es aquella que vive en el poe
ma” . Las creaciones de Góngora no se deben medir
con la realidad, sino consigo mismas. Góngora llevó
objetos y acontecimientos “ a la cámara oscura de
su cerebro, de la cual volvieron a salir transforma
dos para saltar por encima del mundo” . La fuerza
transformadora está en la fantasía metafórica, que
crea imágenes irreales que tienen el valor de mitos
y que acoplan los campos más alejados entre sí. Con
tales imágenes Góngora proyecta sobre el contenido
objetivo de su poesía unos rayos tan poderosos que
éste pierde todo su valor. Por encima de sus versos
está “ la fría luz de Roma” . Quizás les precedió la ins
piración, pero su pura y dura sustancia la adquirie
ron gracias a los dolorosos ensayos con los valores
semánticos y sonoros de que dispone el propio len
guaje. Así nació una poesía que no busca al lector
sino que le huye. Hay que conquistarla por medio del
entendimiento; su oscuridad, no obstante, es un ex
ceso de luz espiritual.
El tono, la finalidad y el nivel de los dos textos
citados son muy diferentes, pero los une la misma
aprobación de una poesía dirigida por el cerebro y
de su independencia con respecto a lo real y lo nor
mal, así como de su disonante extrañamiento ante al
lector.
234
E l e s t i l o in c o n g r u e n te y e l “ n u e v o le n g u a je ”
237
suenen apagadas, sonidos como el girar de una peon
za, como el chasquear de la lengua, como secas expec
toraciones” ; pero dice luego: “ la nueva palabra es
imprevista y como un Dios sobrecogedor.” Aragón,
en el prólogo de Les Yeux d’Elsa, (1942), escribe: “ La
poesía sólo existe gracias a una constante recreación
del lenguaje, lo cual equivale a decir un desquicia
miento del sistema del lenguaje, de las reglas grama
ticales y del orden del discurso.” Obsérvese que to
das estas expresiones son negativas. El inquebranta
ble deseo de renovación sólo sabe expresarse progra
máticamente como destrucción de lo existente. Yeats
decía de sí mismo: “ Yo no tengo ningún lenguaje,
sino sólo imágenes, analogías y símbolos.” En el
Ash-Wednesday de T. S. Eliot aparece, como una
súbita explosión, el siguiente verso: “ Lenguaje sin
palabra y palabra sin lenguaje” . Saint-John Perse
habla de su “ sintaxis relámpago” . Todos buscan una
especie de trascendencia del lenguaje, pero ésta per
manece tan indeterminada como aquella otra tras
cendencia vacua, de la que nos ocupamos ya al ha
blar de Baudelaire.
El concepto de “ lenguaje nuevo” sólo se precisa
un poco allí donde acentúa su intención agresiva. Al
romper con lo habitual, se convierte en un “ shock”
para el lector. “ Sorpresa” es ya desde Baudelaire
un término técnico de la poética moderna, como en
otro tiempo lo fue de la literatura barroca. Valéry
escribe: “ Un estudio acerca del arte moderno ten
dría que hacer ver al lector que, desde hace más de
medio siglo, cada cinco años se descubre una nueva
solución del problema del shock” . Él mismo reco
noce lo sorprendentes que le parecieron en su día
Kimbaud y Mallarmé. Los suprarrealistas hablan del
“ desconcierto” que-debe resultar de la poesía; Bre
tón llama a la lírica “ despliegue de una protesta” .
Saint-John Perse señala el “ lujo de lo insólito” como
“ primer párrafo de la actitud literaria” . Vistas y re
lacionadas en un cuadro más vasto, estas frases de
muestran hasta qué punto ha aumentado el carác
ter protestatario de la poesía iniciado con el roman
ticismo. En la medida en que la lírica moderna se
define todavía en relación con el lector, se define pre
ferentemente como un ataque. El abismo entre autor
y público se mantiene abierto por medio de efectos
de “ shock” , que se manifiestan en el estilo anormal
del “ nuevo lenguaje” .
Flaubert, mientras escribía su Madame Bovary,
definió el estilo como “ una manera de ver” : defini
ción imposible de imaginar en una estética más an
tigua, pero que rige para las novelas de Flaubert,
para la novela moderna en general y cada vez más
para la lírica. Las leyes de un estilo así conqebido no
derivan de los objetos y asuntos, ni del lenguaje ar
tístico tradicional, sino del autor mismo. Ello tiene
como consecuencia un fenómeno que se pone de ma
nifiesto especialmente en la pintura. Desde Cézanne
se estableció la costumbre de que el pintor recurra
una y otra vez a un asunto sin importancia, porque
lo que le interesa no es ese asunto, sino poner a prue
ba sus propias posibilidades estilísticas. Es decir, la
invención de un asunto cede el paso a la forma, a la
289
cual se confía el establecimiento de un organismo
autónomo constituido sólo por los propios medios
del cuadro, y no a base de elementos de la realidad
exterior. Con ello no sólo se reduce en general el
número de asuntos, sino que el asunto pasa a ser
mero 'tema de ejercicio para múltiples variaciones.
Estos temas son testimonios de un estilo que sólo se
interesa por sí mismo. Igual procedimiento se en
cuentra en la poesía. Valéry escribió en cierta oca
sión que a su manera de ver la poesía equivalía
casi a ^‘escribir muchas variaciones sobre un mismo
tema” . Guillén publicó unas Variaciones de una dur
miente que son cuatro traducciones y refundiciones
muy diversas de la Dormeuse de Valéry. Pierre-Jean
Jouve dio, de algunos de sus poemas, dos versiones
distintas. Un volumen de poesías de Raymond Que-
neau lleva incluso el título de Exercices de style
(1947) y varía un tema noventa y nueve veces. He
aquí una prueba del interés que el estilo transfor
mador siente por sí mismo.
A po lo en lugar de D io n i s o
240
digio y una fuerza. Pero esta fuerza se estudia como
una explosión, desencadenada experimentalmente, de
algo así como la energía atómica de la palabra, y se
considera su misterioso lenguaje como el sorpren
dente resultado de unas combinaciones químicas in
tentadas por primera vez. El poeta es el aventurero
que se lanza a territorios del lenguaje todavía no
hollados. Va armado con los aparatos de medición
de sus conceptos, que en cada momento le permiten
controlarse a sí mismo y le aseguran contra la fuer
za arrolladora del sentimiento trivial. El encanto
que puede emanar de los poemas modernos está fre
nado por el hombre. Sobre sus disonancias y sus os
curidades reina Apolo, la clara conciencia artística.
Ya desde los inicios del siglo xix, la emoción inspi
radora había perdido prestigio en cuanto testimonio
único de la calidad poética. Claro está que todavía
quedan frutos tardíos de ella, y que la opinión ge
neral se le ha mantenido fiel. El ejemplo más admi
rado de este tipo es un poeta alemán del siglo xx,
artísticamente grande, pero sin sexo. La poesía le
fue “ impuesta” en medio de “ tormentas nocturnas” ,
penetró en sus “ sentimientos abiertos de par en par” ,
de tal manera que “ le temblaba la mano y le crujían
los tejidos” ; y luego relató ampliamente ese “ arre
bato por obra de las musas” a princesas, baronesas,
damas y “ nobles y distinguidos caballeros” , en un
lenguaje cuajado de nobilísimos genitivos y de “ en
algún modo” y “ en alguna parte” . Esto tuvo con
secuencias fatales y motivó turbias confusiones entre
este caso particular y los poetas en general.
241
I. DI LÁ U u i ú i. UODMSNÁ. - 16
Casi todos los principales líricos europeos miran
con desconfianza a la inspiración y saben distinguir
perfectamente la excitación de la fuerza y la turba
ción personal de los valores espirituales. “ La poesía
es un arte sumamente escéptico, que presupone una
extraordinaria libertad frente a nuestros propios
sentimientos. Los dioses nos conceden la gracia de
un verso; luego nos toca a nosotros componer el
segundo que sea digno de aquel sobrenatural primo
génito. Para ello bastan apenas todas las fuerzas de
la experiencia y del espíritu” . Así se expresa Valéry
en su ensayo acerca del Adonis de La Fontaine. “ El
suspiro y el sollozo elemental” , dice en otro pasaje,
no tienen nada que hacer en la poesía mientras no
se hayan transformado en “ figuras espirituales” . Gar
cía Lorca, en su conferencia sobre Góngora, alaba
estas ideas de Valéry y las acentúa más aún. A par
tir de la reacción contra la lírica patètico-oratoria
de D’Annunzio, los poetas italianos siguen caminos
parecidos, colocando la “ palabra escueta” largamen
te pensada (Ungaretti) por encima del hablar emo
tivo. En el fondo se trata de maneras de ver ya an
tiguas. Y el hecho de que aparezcan con tanta fre
cuencia precisamente en los países de lengua romá
nica, se explica por la tradición latina. Pero la insis
tencia de su aparición desde Baudelaire hasta la
hora presente demuestra que la lírica moderna se
halla todavía en vías de “ desromantización” .
Por lo demás, estas ideas se expresan también
en otros países. Ya en Novalis se percibía un anun
cio de ellas. T. S. Eliot habla de la despersonaliza
242
ción del sujeto poético, gracias a la cual su función
se parece a la de la ciencia, pone de relieve la “ inten
sidad del proceso artístico” e invita no sólo a mirar
al corazón, sino “ más hondo” , es decir, “ en la cor
teza cerebral y en el sistema nervioso” . En Alema
nia, Benn insistió en los mismos temas, en formula
ciones decisivas que renovaron la atmósfera. Su con
ferencia Problemas de la lírica representa, el ars poé
tica de la generación actual. Benn volvió a dar valor
al concepto de “ artístico” , refiriéndose con ello a la
voluntad de estilo y de forma, que tiene una verdad
propia, superior a las verdades de los contenidos.
En una frase muy latina, Benn afirma: “ Sólo en la
esfera de la forma se reconoce al hombre” . La inspi
ración no guía, sino que desorienta. Ella es la que
“ hace surgir un par de versos” , pero luego aparece
el hombre con su fuerza creadora, “ toma estos ver
sos, los pone en el microscopio, los examina, les da
color, busca las partes enfermas...”
También los líricos contemporáneos gustan de ha
blar de su “ laboratorio” , de “ operaciones” , de “ ál
gebra” , del “ cálculo” de los versos. Yaléry, en su
libro sobre Degas, describe a un pintor moderno:
Nada queda ya que nos recuerde el agradable desorden
de los antiguos estudios de artistas, sino que nos
hallamos en un “ laboratorio de pintura” , en el que
un hombre impecablemente vestido de blanco, con
guantes de goma, trabaja según un horario exacto,
rodeado de instrumentos de precisión. Yaléry, iróni
camente, presenta esta descripción como un cuadro
del futuro, cuando en realidad ya hacía tiempo que
U i
era verdad. Si leemos la obra Pintura del siglo X X
de Haftmann, tenemos la impresión de que esta pin
tura es algo así como un gigantesco trabajo de labo
ratorio, en el que trabajan personas de vocación esen
cialmente intelectual, que “ descubren fórmulas” ,
“ definen” el espacio y hacen experimentos con “ se
ries de notas” . Con la lírica ocurre algo parecido.
El tipo que prevalece actualmente es el del “ lírico
pensador” (E. Langgásser), para quien las naranjas
y los lipiones se convierten en “ álgebra de frutas ma
duras” (Krolow) y que puede decir de sí mismo lo
que dijo Benn: “ Soy prismático; trabajo con crista
les” . Es característico que Valéry al hablar de poe
sía, dé a esta palabra su originario valor griego y
use la voz “ fabrication” , pensando menos en la obra
que en el acto de su composición, por medio del cual
el espíritu también se eleva y se perfecciona.
No hay que caer en el error de considerar esta
actitud de los líricos modernos como una fría susti
tución de las fuerzas creadoras. Más bien hay que
tener en cuenta que la reflexión intelectual conduce
el lenguaje a la victoria lírica precisamente cuando
/ aquél debe dominar un material complicado, como
el que procede de los imprecisos sueños. Es signifi
cativo que la extraordinaria sensibilidad del alma
moderna se haya confiado al preciso juicio artístico
apolíneo, el cual cuida de que aquélla, en su anhelo
de alcanzar una poesía mágica y plurivalente, de
muestre su necesidad en una larga experimentación,
antes de prorrumpir a hablar. En relación con lo
que acabamos de decir está el papel preponderante
244
que en la lírica moderna tiene la conciencia de la
forma. En los poetas al estilo de Mallarmé, ésta se
pone de manifiesto en el empleo de formas métricas
precisas; la teoría que acompaña esta poesía sigue
también el camino trazado por Mallarmé, aunque sin
aceptar sus motivaciones ontológicas. El testimonio
más fiel de ese rigor formal, tanto desde el punto
de vista práctico como teórico, es Valéry. Sus pre
ceptos constituyen una de las cumbres de la cultura
formal neolatina. Valéry reconoció la secreta alian
za entre el escepticismo y el rigor formal: “ La duda
conduce a la forma” . La duda reconoce la arbitra
riedad que imperó en otro tiempo en la invención
de las formas métricas, y sabe cuán problemáticos
son los meros hallazgos de contenido; la poesía, em
pero, recurre a estas formas considerándolas como
un sistema de leyes que deben observarse rigurosa
mente, y las erige por encima de la brutal esponta
neidad y del caos de aquellos hallazgos. La origina
lidad del rigor métrico de la lírica moderna reside,
por otra parte, en su contraste con lo nebuloso de los
contenidos, análogo a aquel otro contraste de ten
sión entre lo sencillo de la sintaxis y lo complicado
de la expresión.
Pero también líricos menos o nada rigurosos, por
lo que a la forma se refiere, adoptan una actitud re
flexiva respecto a sus medios formales. Claudel es
tableció el ritmo de sus versículos libres exactamen
te de acuerdo con los periodos respiratorios. Ara
gón analiza complicadamente las innovaciones de
su sistema de rimas. Todo ello demuestra la clara
245
conciencia que la poesía moderna tiene de ser algo
completamente distinto de la técnica poética esco
lástica de las épocas anteriores. García Lorca, que
agotó todas las posibilidades formales hasta llegar a
la completa descomposición del verso, confesaba en
una conversación: “ Si es verdad que soy poeta por
la gracia de Dios — o del diablo — lo soy también
gracias a la técnica y al esfuerzo y porque me doy
perfecta cuenta de qué es un- poema” . T. S. Eliot ve
en el acto poético un trabajo de precisión, que lleva
consigo obligaciones parecidas a las de la construc
ción de una máquina o del torneado de la pata de
una mesa. Sus formas métricas son libres, pero el
trabajo de precisión se demuestra en su refinado
modo de repetir algunos versos y en la disposición de
sus poemas más largos a la manera de las composi
ciones musicales en varios tiempos.
Finalmente, obsérvese el paralelismo con la mú
sica contemporánea y con ello nuevamente la amplia
unidad de estructura de todas las artes modernas.
En la Poétique musicale de Stravinsky (contrapar
tida de la Introduction á la poétique, de Valéry) se
hallan estas ideas directrices: toda tarea artística
debe realizarse bajo “ la luz sin sombras” de la poé
tica, es decir, de la conciencia, de la propia labor;
el artista es el tipo más elevado del homo faber; su
dios es Apolo, no Dioniso; la inspiración es una cues
tión de orden secundario; lo esencial es el descu
brimiento activo, que sustituye la improvisación por
la construcción, y la libertad caótica por “ el reino
de la limitación artística” , único en que la melodía
24«
recobra su sonrisa; la poética, con todo, en su última
razón, es una “ ontología” .
247
comprender. A través de la lírica, el sufrimiento pasa
a la falta de libertad de la época, dominada por pla
nificaciones, relojes, coacciones colectivas: esta época
que con su “ segunda revolución industrial” ha re
ducido al hombre a un mínimo. Sus propios aparatos,
creación de su poder, le han destronado. La teoría
de la explosión cósmica y de sus miles de millares
de años-luz le hunde hasta convertirlo en un accidente
insignificante. Tales cosas han sido descritas con fre
cuencia, pero parece que exista una relación entre
estas experiencias y algunas de las características de
la poesía moderna. La evasión a la irrealidad, la fan
tasía que empieza mucho más allá de la normalidad,
la misteriosidad deliberada, el hermetismo del len
guaje: todo se comprenderá tal vez como una tenta
tiva del alma moderna, en medio de una época some
tida a la técnica, a la comercialización y al imperia
lismo, por conservar para sí la libertad y para el
mundo lo maravilloso, que nada tiene que ver con
los “ prodigios de la ciencia” .
A pesar de todo, esta lírica está también mar
cada por la época a la cual opone su extremada li
bertad. La frialdad de su artesanía, su tendencia a
lo experimental, su dureza de corazón: éstas y otras
muchas características son efectos inmediatos del
“ espíritu de la época” . La lírica intenta el “ poema
sintético” , en el que las imágenes líricas primigenias
— estrellas, mar y vientos — se mezclan con los pro
ductos de la técnica y con el vocabulario del especia
lista. “ Veo una densa mancha de aceite de máquina
y pienso largamente en la sangre de mi madre” , di
248
cen un par de versos de Jouve. Para el italiano Car-
darelli la hora que precede a la muerte se asemeja
a la espera bajo el reloj de una estación de ferroca
rril, cuyos minutos contamos. En los poemas de Eliot
y Saint-John Perse estas futilidades se elevan a la
altura de un auténtico canto, sin perder por ello su
disonancia. Pero todavía hay que observar otra cosa.
Lo mismo que la poesía de Rimbaud y Mallarmé, la
lírica contemporánea ha llegado a intentar matarse
a sí misma. Esta sobrecogedora consecuencia de la mo
dernidad tiene su equivalente en el esfuerzo que rea
liza la humanidad para descubrir la manera de hacer
estallar el globo terrestre.
Análogamente, también ofrece un doble aspecto
su actitud frente al legado literario y a la historia
en general. La regla que impera es la voluntaria rup
tura con la tradición. Gracias a las ciencias histó
ricas, a la facilidad de acceso a todas las literaturas,
a la institución de los museos y al desarrollo de los
métodos de reproducción y de interpretación, el peso
excesivo del patrimonio histórico, que empezaba ya
a sentirse en el siglo xix, fue aumentando al mismo
tiempo que alimentaba la tendencia opuesta, es decir,
la repulsión hacia el pasado, ya desde tiempo pre
parada por la desintegración de la mentalidad hu
manista. Esta repulsión puede tomar todas las for
mas, desde el hastío a la agresividad. Incluso en los
espíritus más moderados, el recuerdo de la litera
tura anterior se ha transformado en necesidad de
componer, cueste lo que cueste, una poesía propia,
distinta de la de sus predecesores. Valéry, en su
249
noble e irónico estilo, escribía: “ Para mí, la lectura
es un lastre. A veces me felicito de ser tan pobre y
tan incapaz de atesorar sabiduría. Soy pobre, pero
soy el rey de mis monos y mis papagayos interiores.”
En la medida en que la lírica moderna procede
simbólicamente, se repite el hecho observado ya des
de Mallarmé, de que los símbolos se emplean de un
modo autárquico, y no se toman de un patrimonio
familiar a todos. Valéry y Guillén parecen constituir
una excepción. Pero sus símbolos no se remontan
más allá de Mallarmé, es decir, atestiguan un tipo
de estilo también moderno, y no una voluntad de
nutrirse en la tradición. Cuando Saint-John Perse
convierte en signos simbólicos objetos como la cal,
la arena, los escollos o la ceniza, no existe ninguna
formación literaria tradicional que ayude a inter
pretarlos, tanto menos cuanto que el autor no pre
tende darles ningún sentido concreto. Basta con que
sugieran pasajeras posibilidades de sentido. Los sig
nificados de los símbolos varían de un autor a otro
y es preciso a veces descifrarlos a partir del autor
que los ha empleado, a menudo con el resultado de
que no hay fundamento para ninguna interpreta
ción. Hasta qué punto este simbolismo autárquico se
ha hecho extensivo, por ejemplo, a la música, puede
deducirse del prólogo que Hindemith escribió para
su Marienlében (1948).
Sea como fuere, a esta manifiesta ruptura con la
tradición se le opone una gran receptibilidad para
todas las literaturas y religiones, así como la volun
tad de penetrar en las honduras psíquicas del hom
2»I0
bre en las que se tocan Europa y Asia, y primigenias
imágenes mágicas y míticas. Ello se vio ya en Rim-
baud, mucho antes de que C. G. Jung desarrollara
su psicología del inconsciente colectivo y de los ar
quetipos, que tanta influencia había de ejercer. La
lírica moderna es rica en composiciones llenas de
resonancia universal, poética, mítica y arcaica. En
ella es lícito que aparezcan reminiscencias folklóri
cas y que reaparezcan asuntos y leyendas medievales,
de los que puede surgir una obra tan encantadora
como la continuación de los Fioretti de San Fran
cisco de Asís por 01. e Y. Goll (Nouvelles petites
jleurs... 1943). Los poemas de Saint-John Perse están
llenos de referencias a la pintura antigua, a mitos
clásicos y a centros de cultos exóticos. Ezra Pound
entrevera sus textos de fragmentos de poesía pro-
veuzal, italiana antigua, griega y china. El Waste
Land de Eliot recoge de una obra erudita algunos
símbolos de la leyenda del Grial, pero utiliza tam
bién varios temas de los Upanishad y de la Biblia
junto con cortas citas textuales o veladas de Wagner,
Baudelaire, Shakespeare, Ovidio, Dante y San Agus
tín. El propio autor cuida de darnos en un autoco-
mentario — en el que es difícil distinguir la serie
dad de la ironía — las necesarias aclaraciones. Este
procedimiento ha creado escuela, como vemos por
ejemplo en el italiano Móntale y en el español Ge
rardo Diego.
Con todo, estos fenómenos no derivan ya de una
auténtica vinculación con la tradición, que presu
pondría el sentirse identificado con una época his
2tn
tórica unitaria y cerrada. Esta clase de referencias,
adaptaciones y citas son sólo restos espectrales, re
cogidos al azar, de un pasado en ruinas. Tal vez el
poeta quiera darles el valor de síntesis, pero su efec-
to es el del caos. Pertenecen, lo mismo que la ilimi
tada «adopción de mundos de cosas elevadas a un mis
mo rango, al estilo de la arbitrariedad, de la incohe
rencia, de la mezcolanza de todo con todo. Como
puede observarse sobre todo en Ezra Pound, son ma
neras de convertir el sujeto poético en una especie
de sujéto colectivo, que juega a sorprendernos cam
biando constantemente de careta. Otras veces, como
ocurre en Saint-John Perse o en Benn, este procedi
miento responde a la intención de crear, a base de
palabras buscadas lo más lejos posible, una magia
de sonoridades y de imágenes cuyo hechizo lírico es,
a pesar de todo, elevado. Semejantes poemas proce
den entrecruzando restos históricos y signos de len
guaje con otros que, cronológicamente, nada tienen
que ver con ellos, o poniéndolos bruscamente junto
a expresiones características de la época moderna.
“ Prorrumpen los ciclos: antiquísimas esfinges, violi-
nes y una puerta de Babilonia, un jazz de Rio Gran
de, un stoing y una oración...” (Benn). Estos versos
son el resultado del derecho que tiene la lírica a re
correrlo todo, a condición de hacerlo cantando. Pero
al suprimir los límites y la contención muere la his
toria. La lírica moderna deja sin patria lo mismo el
espacio histórico que el espacio de las cosas. Y esta
afirmación pretende sólo trazar su perfil; pero no
la condena.
262
D e s h u m a n iz a c ió n
2SS
moderno. Para Ortega, los rasgos esenciales de éste
consisten en la desvalorización de los seres orgánicos,
así como en la idea de que la obra de arte no tiene
más importancia que la que reside en sus propias
fuerzas estilísticas deformadoras, y también en la
autoironía, que es una reacción frente a la actitud
patética del arte anterior. Pero su característica
fundamental es aquella deshumanización que se mani
fiesta en el abandono de los estados sentimentales
naturales, en la inversión del orden jerárquico pre
viamente válido entre el objeto y el hombre, situan
do ahora al hombre en el lugar inferior, y en la re
presentación del hombre desde un ángulo que le deja
parecerse lo menos posible un hombre. “ El goce esté
tico del artista moderno deriva precisamente de este
triunfo sobre lo humano.” La coincidencia de este
ensayo con los manifiestos y con la práctica poética
de Baudelaire es sorprendente.
Bajo el nombre de deshumanización pueden des
cribirse muchas peculiaridades de la lírica contem
poránea. Su sujeto es un ente anónimo y sin atribu
tos, que, cuando amenaza ablandarse demasiado, pue
de endurecerse y hacerse más remoto gracias al em
pleo de elementos que podríamos llamar “ astringen
tes” . La diferencia entre esta actitud y un sujeto
más humano es perfectamente perceptible en la evo
lución de Juan Ramón Jiménez. Antes de la primera
guerra mundial escribía una poesía muy personal,
llena de nostalgias, ensueños, lágrimas y bien cuida
dos jardines. A partir de los años veinte se vuelve
más duro. En uno de sus poemas llama al alma “ co
264
lumna de plata” . La metáfora es bella. Pero, lo mis
mo que todo el poema, se refiere a un alma de la que
ha huido aquella melancolía fácil, a un alma con
vertida en una tensión — no mucho más precisa—-
entre lo alto y lo bajo. La lírica de Ungaretti, sobre
todo a partir de Sentimento del tempo (1936), habla
desde una situación que no conoce ni la alegría ni
el dolor, sino que flota en una neutral contemplación.
Así, por ejemplo, en un poema sobre la aurora, evita
cualquiera de las expresiones de júbilo que tradicio
nalmente hubiera traído consigo ese tema. Los mo
vimientos del poema son sólo los del lenguaje y de
la irreal sucesión de las imágenes, sin el menor valor
“ anímico” . La sola sospecha de que en poesía pueda
haber sentimientos familiares hace desconfiar inclu
so del nombre de poesía. Por eso aparecen títu
los como Apoémes de Henri Pichette (1947), La
haine de la poésie de Georges Bataille (1947) y
Proémes de Francis Ponge (1948). Incluso el aristo
crático Valéry subraya que la tarea poética, lo mis
mo que la científica, tiene “ algo de inhumana” . A su
fórmula de la poesía como “ fiesta del intelecto” aña
de que contiene la imagen de aquello que '‘normal
mente uno no es” , ya que, en el poema, “ lo cotidiano”
del hombre guarda silencio. Compárese hasta qué
punto esa cotidianidad había hablado en la lírica de
Verlaine.
Ejemplo de lírica deshumanizada y sin yo es la
de García Lorca en El Grito (en Gante jondo, 1921),
poema que consta sólo de unos pocos versos. “ La
elipse de un grito — va de monte — a monte...” Lo
251
primero no es el espacio ni siquiera el grito, sino la
elipse, una figura geométrica. Ésta es el sujeto del
acontecimiento, y de ella, en objetivización secun
daria, van naciendo luego el espacio, los montes, los
olivos, la noche. La elipse se convierte, medio obje
tiva medio metafóricamente, en un arco iris negro,
y luego en un “ arco de viola” , bajo el cual vibran las
“ largas cuerdas del viento” . No se nos dice quién
lanza el grito; sólo que está ahí. Una manifestación
humana queda separada del hombre; pero ¿procede
del hombre? Al final se habla de gente que ha oído
el grito: “ Las gentes de las cuevas — asoman sus ve
lones” . Pero eso ya no log;ra humanizar el texto:
además estas últimas palabras van entre paréntesis.
El poema, cómo desde una lejanía ya mayor, y en
vano, mira a las gentes que han quedado irremedia
blemente atrás. El Grito es el anonimato hecho len
guaje, su asunto es la línea sonora, que hoy, ayer o
mañana alcanza los montes, los olivos o el viento,
pero que no tiene su origen en el hombre. García
Lorca es un maestro en ese inmenso dominio de la
poesía moderna, el dominio de lo anónimo.
Cierto es que a menudo aparecen también temas
más corrientes y más humanos, como el de la pena
del amor. Pero una poesía de Rafael Alberti nos
muestra cómo ha sido modernizado este tema, “ Miss
X, enterrada en el viento del oeste” (1926). No es
el poeta quien llora sino “ peluqueros que lloran sin
tu cabello” . Un bar llora porque Miss X ya no está:
“ el cielo ya no radia tus mensajes” . Rápidas evoca
ciones de buques, de hidroaviones, de bancos cerra
286
dos, casinos, consulados. Hacia el final se apaga la
voz: “ Sol muerto por el rayo, Luna carbonizada” .
Nada de dolor personal. Sólo hay dolor en las cosas,
que son una mezcolanza de grotesco, trivial, civili
zado y cósmico. En ellas, el dolor se endurece en
acontecimiento no sentimental.
Hay líricos que protestan contra el dolor. Pero
no por ello han reconquistado ya la alegría humana
de la poesía anterior. “ No abras tu lecho al dolor” ,
dice Saint-John Perse. Y sin embargo sus poemas
evolucionan por regiones marginales interiores, en
que apenas se le puede seguir, tanto menos cuanto
que se han sustraído al tiempo y al espacio del
mundo exterior, a base de los cuales sería posible
orientarse. Su llamamiento en favor de la alegría
de vivir es inmenso y arrollador. Su poesía arrastra
al lector hacia paisajes espirituales desconocidos, en
los que no puede reaccionar con “ alegría” ; pues se
trata de artificiosidades monumentales. Volvamos a
Alberti: en su libro A la pintura (1948) incluye un
himno al blanco como color simbólico de la alegría.
Una maraña de imágenes es forzada a referirse a
esta blancura; pero como el blanco que celebran sólo
tiene carácter sintético, todo se queda en insisten
tes llamadas del lenguaje, producto de una fantasía
ebria de luz, pero deformadora. En la poesía de Gui-
llén se ha alabado la falta de tragedia y de amar
gura. “ Padecer, sumo escándalo” , dice ella misma.
Pero no por ello está menos deshumanizada. Trans
forma objetos y hombres en categorías abstractas;
mira impersonalmente en las figuras puras del espa
257
B. DB LA LÍRICA MODBBNA. - 17
ció y de la luz. Su goce intelectual no logra acallar
una disonancia más profunda. No tiene sentido pre
guntar a la lírica moderna cuándo nos habla de do
lor y cuándo de alegría. Estos contenidos, que sin
duda están, se elevan o retroceden a una zona en la
que el alma es más vasta, más fría, pero también más
osada que el hombre sensible.
A las muchas variantes de la deshumanización
pertenece también una lírica cuyo contenido consta
exclusivamente de objetos. Y lo que la caracteriza
no es sólo la elección de objetos cuanto más insigni
ficantes mejor, sino también la renuncia a cualquier
calificación. Esta lírica es como una continuación
de lo que Flaubert aportó en su tiempo a la novela.
Y aquí hay que mencionar al francés Francis Ponge,
de quien se ha dicho que permite vislumbrar lo que
puede ser la poesía cuando se ha dejado de creer en
ella (Picón). Los objetos de su poesía libre de for
mas se llaman pan, puertas, moluscos, guijarros, ve
las, cigarrillos, y se les acoge con tal objetividad
que se ha podido hablar de “ fenomenología lírica”
(Sartre). El yo que los acoge es ficticio, es un mero
soporte del lenguaje. Y éste, en verdad, está muy
lejos de ser realista. En rigor no deforma los objetos,
sino que les da una tal rigidez, o a los ya rígidos de
sí les infunde una vida tan extraña, que crea una
irrealidad fantasmática, en la que el hombre no tie
ne cabida.
Pero precisamente esta poesía aparentemente ob
jetiva nos hace ver que el hombre, en la totalidad
de la lírica moderna, sigue estando presente, aunque
258
sea de un modo distinto, o sea como lenguaje y fan
tasía creadores. La deshumanización de los conte
nidos y de las reacciones anímicas se produce como
efecto del poder ilimitado que el espíritu poético se
arroga. En poesía como en otros campos, el hombre
se ha convertido en dictador de sí mismo. Destruye
su propio ser natural, se destierra a sí mismo del
mundo y destierra a su vez a éste, únicamente para
satisfacer a'su libertad. Ésta es la curiosa paradoja
de la deshumanización.
A is l a m ie n t o y a n g u s t ia
250
largo poema (1942), en el que llama “ puro lenguaje
del exilio” a su propia lengua, que invita al des
tierro. Se ha dicho más o menos que vivimos en la
“ época de la angustia” . Y el inglés W. H. Auden
tituló, un poema con estas palabras (1946). Pero en
estas múltiples proclamaciones de angustia, la moda
tiene un considerable papel. La angustia es- un fac
tor obligado de la poesía de los jóvenes “ al día” ,
como lo fueron en otro tiempo la luna y la nostal
gia. ]?ero los poemas mejores y más varoniles de
muestran efectivamente la autenticidad de esta ex
periencia básica.
Goethe escribió un poema, “ Meeresstille” (Cal
ma del mar), en el que se habla de la sobrecogedora
fascinación de lo pavoroso, de la tremenda e inmóvil
lejanía. Pero a ese poema corresponde otro, “ Glücklir
che Fahrt” (Viaje feliz): lo pavoroso desaparece; el
“ angustioso nudo” se desata, el navegante recobra
su valor, y en lontananza se divisa ya la tierra
salvadora. Aquella clase de poesía sólo aceptaba lo
pavoroso y la angustia como paso hacia la luz y
la esperanza. En la lírica moderna será difícil en
contrar un texto que, si empieza en la angustia, se
libere de ella. Hay un poema corto de Juan Bamón
Jiménez que guarda cierta similitud de tema con el
de Goethe: Mares: viaje en barca, choque de ésta con
tra algo; pero no sigue nada, sólo silencio y olas
y algo “ nuevo” para lo que no hay palabras de que
disponer. El camino se recorre al revés que en Goe
the es decir, de la esperanza a la paralización. Gar
cía Lorca escribió después del poema antes citado
260
sobre el grito, otro titulado El silencio. Pero éste no
desvirtúa la extraña atmósfera creada por aquel gri
to inhumano, sino que crea otra, esta vez la del si
lencio “ donde resbalan valles y ecos — y que inclina
las frentes — hacia el suelo” . Más de una vez con
vierte el silencio en tácita presencia de la angustia.
Así por ejemplo en la Elegía del silencio, en la que
se le llama “ duende de la armonía, humo de quejas” ,
porque lleva en sí un “ antiquísimo dolor y el eco de
los gritos apagados para siempre” . Su poesía nos
habla luego de una especie de “ sobreangustia” . Así,
entre sus poemas tardíos encontramos Panorama cie
go de Nueva Nork, en ritmos libres y con conteni
dos que muy poco tienen que ver con el título. ¿ Dón
de está el gran dolor, el dolor absoluto? No en las
ciudades gigantescas, con su sangre y su miseria,
no sobre la “ tierra con las puertas siempre iguales
que conducen al colorado de los frutos” ; ni tampoco
en la voz, que no tiene dolor, sino sólo dientes, pero
dientes que se callan solitarios en el pavor negro.
Esto es pánico que se atormenta porque no encuen
tra con que saciar su hambre de pánico. En un poe
ma de Éluard, Le mal (publicado en La vie immé-
diate, 1932) la angustia nos habla en otra forma. Es
decir, el poeta no la nombra, pero el texto crea una
sugestión hipnótica con su repetición de “ tZ y eut”
(técnica conocida ya por Rimbaud), con esta frase
en forma de letanía que gobierna el poema entero.
“ Hubo la puerta como una sierra..., la soledad sin
objeto..., hubo los cristales rotos, la carne dramá
tica del viento se desgarraba en ellos..., hubo los lí-
mi tes de los pantanos..., en un cuarto solitario, en
un cuarto abandonado, en un cuarto vacío” . Los obje
tos incoherentes, rápidamente esbozados, no deben
verse por sí mismos. Son símbolos de negación, de
prohibición, de destrucción y de aislamiento, y por
lo mismo, de la angustia que los percibe o, mejor di
cho, que los crea, aunque el lenguaje se abstenga de
mencionarla.
En el lenguaje corriente se puede decir que un
cuarto miserable “ tiene poesía” . Jacob Burckhardt
llamó poesía al “ prodigioso espectáculo” de la histo
ria. En ambos casos, poesía significa la “ habitabi
lidad” del fenómeno sensible, ya sea insignificante,
ya maravilloso: por lo tanto, presupone un contacto
entre el hombre y el mundo. Entre los modernos, la
poesía tiene otro aspecto: deliberadamente trueca
lo familiar en extraño y lo próximo en remoto. Pa
rece estar forzada a romper no sólo el contacto en
tre el hombre y el mundo, sino también el de los
hombres entre sí. En las últimas novelas de Flaubert,
esta ruptura de contacto se había convertido en ley
del estilo, lo mismo del interno que del externo: los
objetos se comportan en forma contraria al hombre,
es decir, si éste sufre, aquéllos brillan y florecen: si
uno va a ver a la amada, a lo largo de su viaje van
desfilando míseras casuchas suburbiales; una situa
ción típica de estas novelas es que las personas se
pierdan unas a otras, en el espacio y en el espíritu,
y que nadie alcance su ideal; los períodos paralác
ticos, sin conjunciones, reflejan estilísticamente la
degradación de la acción a un conjunto de procesos
262
que apenas guardan entre sí sucesión causal. La no
vela actual ha acentuado todavía más esta ruptura
de contacto; piénsese en Camus y en Hemingway.
Por los años veinte, Bert Brecht adoptó la palabra
“ Verfremdung” (extrañamiento) como lema de su
teoría poética, y aconsejaba implantarlo por medio
de la supresión de cualquier causa orientadora dé un
proceso. Poco antes de morir, Apollinaire habló de
los “ extraños dominios” hacia los que se dirige la
poesía. El poema Jardín mystérieux (1928), de Max
Jacob, es todo él«spera y oído atento; pero lo que se
percibe — incoherentes sonidos de un mundo exte
rior enajenado — no calma aquella espera, que, más
allá del poema, se prolonga en una espera eterna de
algo que no llegará jamás.
Musil, después de la frase antes citada acerca del
poeta, continúa con la siguiente idea (también invo
luntariamente moderna): “ El poeta sigue sintiendo,
incluso en la amistad y en el amor, el hábito de anti
patía que mantiene a todo ser alejado de los demás.”
En la lírica moderna aparece con frecuencia el tema
de que la proximidad humana es en realidad una
lejanía. Canto, de Ungaretti, desemboca en el dolor
no sentimental de que la amada esté “ lejana como
en un espejo” y de que el amor descubra la “ tumba
infinita” de la íntima soledad. García Lorca escri
be: “ ¡Qué lejos estoy contigo, — qué cerca cuando
te vas!” . En un poema amoroso de Krolow (1955)
leemos los siguientes versos: “ ...¿Me escucharás —
detrás del rostro amargo de hierbas de la luna, — que
se disuelve?... Y la noche se quiebra como soda, azul
263 •
y negra.” En la dureza de las imágenes, en su disol
verse y hacerse añicos actúa de un modo significativo
el fracaso de la proximidad profundamente anhelada,
pero también la salvación por medio del lenguaje
creador: la única salvación,
Inqluso la natural ausencia de los muertos se
trueca en lejanía absoluta. Son famosos los poemas
de García Lorca sobre la muerte del torero Sánchez
Mejías (1935), el último de los cuales se titula Alma
ausente. Apenas se habla del muerto, pero sí de que
nadie le reconoce: ni el toro, ni los caballos, ni las
hormigas de su casa, ni el niño, ni la noche, ni la
piedra bajo la cual yace. Está tan lejos que ni si
quiera le alcanza el recuerdo. “ Pero yo te canto” ;
pero ni eso vale; también el poeta queda solo ante
el muerto inasequible y sólo puede cantar el hálito
de pena que sopla entre los olivos.
En 1929, Rafael Alberti publicó su libro de poe
mas Sobre los ángeles. Como en Rimbaud, tampoco
aquí tienen los ángeles un significado cristiano. Son
restos de símbolos de algo sobrenatural, son el ser
poetizado de un solitario, mudo como los ríos y los
mares. Entre ellos y los hombres se desarrolla un
drama que puede terminar en una total falta de
contacto. El hombre sabe que el ángel existe, pero
no le ve, no le ve la luz, “ ni el viento, ni los cris
tales” . Tampoco el ángel le ve a él: no conoce las
ciudades por donde camina, no tiene ojos, no tiene
sombra, en sus cabellos teje el silencio, “ No es un
hombre, es un boquete — de humedad, negro... un
pozo tú, seco” ; entre nosotros está muerto, perdió
264
la ciudad y ésta le perdió a él. El simbolismo pro
fundo de estos poemas inadecuadamente tildados de
suprarrealismo no admite confusión, por muy difí
ciles de interpretar que sean sus versos uno por uno.
En otro tiempo los ángeles fueron mensajeros de luz
y de gracia para el hombre, e incluso cuando luego
le trajeron congojas como vengadores de Dios, eran
mensajeros enviados por Él. Pero al llegar no le re
conocieron : estaban tan cansados de él, que el hom
bre, ahora, sólo puede verlos como imágenes de lo feo
y de lo muerto.
Hay una parábola de Kafka, en la que un anciano
dice: “ No acierto a comprender que un joven pueda
decidirse a ir a caballo aí pueblo inmediato, sin tener
miedo a que el tiempo de la vida corriente y de trans
curso feliz no sea corto, absolutamente, para seme
jante viaje.” Esta parábola expresa una situación
típica de la poesía moderna, o sea la de no llegar ni
a la meta más inmediata. Como ejemplo lírico cita
remos la Canción de jinete de García Lorca. El ji
nete no ignora los caminos para ir hacia su meta, la
ciudad de Córdoba, pero sabe también que jamás lle
gará a ella; la muerte le mira desde las torres de la
ciudad; no regresará, sino que irá a la muerte en la
ancha llanura barrida por el viento. Una vez más,
una mirada a la poesía más antigua puede ayudar
nos a comprender la moderna. Ante todo, el soneto
“ Eeureux qui comme Ulysse” , de Joachim du Bellay,
poeta del siglo xvi. El que habla, que se halla en
Roma, siente añoranza por su lejano pueblo junto al
Loira. Se le van apareciendo imágenes íntimas: la
calma que rodea su casita, el humo de su chimenea,
las tejas de pizarra. La lejanía aparece claramente
en su alma y de ella emana una calma familiar, a
pesar de que no está allí. Pero la razón de que él
no esté allí pertenece a experiencias humanas perfec
tamente familiares: vive en el extranjero por nece
sidad profesional. Pasemos luego el poema de Goethe,
del boceto que empieza Dejadme llorar ( “ Lasst mich
weinen” ). También aquí el que habla se encuentra
muy lejos de su ideal. Pasa la noche en un desierto
inmenso, piensa en las millas que le separan de
Suleika y llora. Ambos poemas tienen de común que
en ellos hay un hombre que piensa en un ideal lejano
que le atrae. Pero este algo espacialmente remoto no
está lejos de é l; en realidad le pertenece como objeto
de su nostalgia, le sigue siendo familiar y en último
término asequible. Du Bellay siente añoranza, Goe
the llora “ por las enojosas tortuosidades que alargan
el camino” , pero en ambos casos del sufrimiento de
riva el consuelo. Uno y otro se consuelan recordando
figuras de la Antigüedad clásica; uno piensa en Uli-
ses y Jasón — si bien les envidie porque pudieron
regresar al fin; el recuerdo envidioso se mantiene
dentro de los límites de la hermandad humana — ;
el otro piensa en Aquiles, en Jerjes, en Alejandro,
y no se avergüenza de sus lágrimas, porque también
aquellos grandes hombres lloraron.
Volvamos ahora a García Lorca. A Córdoba se
la llama desde luego “ lejana” ; y ello no debe com
prenderse únicamente en el sentido espacial. El ji
nete ve ya ante sí la ciudad. Pero a pesar de que
266
en el espacio está más bien cerca que lejos, el poeta
la ha rechazado a una lejanía absoluta. Un misterio,
representado por la muerte, la ha hecho inalcanzable
y ha convertido el breve camino que conduce a ella
en infinito y mortal. No hay nostalgia ni lágrimas, es
decir, no hay sensaciones claras y distintas que res
pondan a ello. El alma se encierra en una determi
nación sin contornos. Un par de bruscas invocacio
nes al caballo, al camino, a la muerte: eso es todo.
Y además, las frases elípticas, que con su falta de
verbo crean el escenario lingüístico para la acepta
ción inmóvil de lo extraño. La profunda diferencia
salta a la vista. Allí, en los poetas antiguos, el ideal
espacialmente lejano permanece espiritualmente pró
ximo. Aquí, en los modernos, la proximidad espacial
se convierte precisamente en lejanía íntima. La Can
ción de jinete, de García Lorca, es la poesía del re
greso para siempre imposible, porque una fuerza des
conocida ha hecho extraño el cercano hogar.
La f u n c i ó n i n d e t e r m i n a t i v a d e l o s d e t e r m i n a n t e s
2C7
al mar” . Quienquiera que tenga una sensibilidad
lingüística normal se preguntará: ¿qué perla? Los
versos precedentes no hablaban de ninguna perla. Lo
anterior era un alentar, un rodar, que tenían por
ligero apoyo unos seres y unos objetos, o quizás más
propiamente sus mágicos nombres. La perla no es
otra cosa que uno de esos apoyos. En ella acontece
lo que es más significativo que ella misma: una sono
ridad del lenguaje y el movimiento absoluto del ro
dar hacia atrás. El artículo determinado no expresa
una determinación objetiva del substantivo que acom
paña. Se limita a introducirlo para convertirlo en
signo sonoro de un movimiento absoluto, que a su
vez invierte y cierra los movimientos en círculo y
hacia adelante de los versos anteriores. Lo que el
sustantivo significa, es decir, la perla, no había sido
preparado por nada, y precisamente porque el ar
tículo determinado choca con este desconocimiento,
produce una impresión de imprecisión y de misterio.
“ Una perla blanca...” hubiera trasladado el verso
a un ambiente distinto.
En el lenguaje normal, el artículo determinado
tiene por misión indicar una cosa que generalmente
es ya conocida o que ya ha sido presentada en el tex
to. Es el medio de que se vale el lenguaje para con
firmar lo que ya se conoce. En la poesía moderna, en
cambio, se le emplea de tal forma, que si bien llama
la atención como medio determinante, la desorienta
inmediatamente por la total novedad del objeto que
introduce. Este procediemiento aparece ya en los
líricos del siglo xix, especialmente en Rimbaud, que
aci
emplea los demás determinantes, como por ejemplo
los pronombres personales, adverbios de lugar, etc.
en este mismo sentido. Durante el siglo x x este pro
cedimiento se extiende prodigiosamente y se convier
te en uno de los rasgos estilísticos fundamentales de
la lírica contemporánea. Un poema de Jules Super
viene, L’Appel, contiene un acontecimiento fantás
tico: “ Las damas vestidas de negro..., el espejo..., el
violín de mármol...” Todos los elementos del pro
ceso están expresados en forma determinada, como
si ya hiciera tiempo que los conociéramos. Pero no
están relacionados con nada que nos sea familiar,
como suele ocurrir en los relatos de verdad. Los ejem
plos de ese procedimiento abundan sobre todo en
Eliot y en Saint-John Perse. En todos los casos, las
palabras determinantes, en contemporáneo contras
te con la indeterminación de lo que se expresa, crean
una tensión anormal del lenguaje y con ella una ma
nera de revestir de extrañeza las cosas que suenan a
familiares. La lírica moderna que, de por sí, tiene
una evidente preferencia por los contenidos incohe
rentes, introduce así elementos nuevos con sorpren
dente improvisación. Y los determinantes, al dar a
estos elementos un falso aspecto de familiaridad,
aumentan la desorientación y convierten lo nuevo,
aislado y sin origen, en algo todavía más enigmático.
O s c u r id a d , “ h e r m e t is m o ” , U ngaretti
260
un significado. La oscuridad ha llegado a ser el prin
cipio estético universal, por cuanto ella es la que dis
tingue principalmente la poesía de la normal fun
ción de comunicación del lenguaje, para mantenerla
fluctuando en una esfera desde la que más bien pue
de alejarse de nosotros que acercársenos. A menudo
se diría que la poesía moderna no es más que una
anotación de presentimientos y experiencias ciegas,
una anotación en vista a un futuro en el que pudie
ran encenderse presentimientos más claros y experi
mentos más afortunados. En ella hay un constante
“ poner a disposición ” algo que de momento no se
puede utilizar aún. A partir de Rimbaud y Mallar-
mé, el posible destinatario de la poesía es el por
venir, absolutamente indeterminado. Siempre hubo
poetas que se atribuyeron fines proféticos y hablaron
de sí mismos con profunda sublimidad. Pero la pro
fecía moderna no es nada sublime. El futuro no se
refleja en ella como una imagen clara. La lírica ac
tual gira inquieta alrededor de unas posibilidades
imposibles de fijar.
Esta oscuridad impera por igual en los conteni
dos que en los medios estilísticos. La poesía habla de
acontecimientos, seres u objetos, sobre cuya causa,
tiempo y espacio el lector no posee ni poseerá nin
guna información. Las expresiones no concluyen,
sino que se interrumpen. Muchas veces el contenido
no consiste más que en mudadizas actitudes lingüís
ticas, ora bruscas y precipitadas, ora suavemente
flúidas, para las cuales los acontecimientos objetivos
o afectivos son únicamente material, sin sentido pro-
270
pió. Los medios estilísticos que sirven de soporte a
la oscuridad del contenido son: cambio de función
de las preposiciones, de los adjetivos y adverbios y
de las formas verbales temporales y modales; alte
ración del orden normal de los períodos; tendencia
a las frases abiertas, que por ejemplo pueden constar
únicamente de nombres a los que no acompaña nin
gún verbo, o de oraciones subordinadas a las que no
sigue ninguna principal; sustantivos usados sin ar
tículo; empleo de palabras que sólo se explican por
su raíz, pero que actualmente ya no se usan, etc. Los
poemas modernos llevan muchas veces títulos que no
concuerdan con el contenido y que sirven para aña
dir a los textos un nuevo estrato de ambigüedad.
Otras veces la poesía demuestra su renuncia a tener
contenido, a vincularse a lo real y corriente, renun
ciando también a adoptar un título. Este procedi
miento encuentra su paralelo en Picasso, quien, como
es sabido, no solía dar título a sus cuadros, dejando
que lo hicieran los marchantes o los organizadores
de exposiciones.
Son frecuentes las manifestaciones de los líricos,
defendiendo programáticamente la poesía osctira y a
veces incluso argumentándola. De algunas de tales
manifestaciones hemos hablado ya en el capítulo I.
El afán de oscuridad trae consigo el problema de
la comprensión. La respuesta a éste va en el mismo
sentido en que la formuló Mallarmé, aunque sea me
nos premeditada. Yeats quiere que el poema tenga
tantos sentidos como lectores encuentre. Para T. S.
Eliot el poema es un objeto independiente, situado
271
entre el autor y el lector, pero las. relaciones entre
autor y poema no son las mismas que entre poema
y lector ; gracias a éste, el poema entra en un nuevo
juego de significados que tiene sus derechos propios,
aunque le aleje de la intención del autor — inten
ción *que, por lo demás, no se había precisado — .
Para el poeta español Pedro Salinas, la poesía cuen
ta ante todo “ con esa forma superior de interpreta
ción que es le malentendu. Cuando una poesía está
escrita^ se termina, pero no acaba; empieza, busca
otra en sí misma, en el autor, en el lector, en el si
lencio” . El concepto de la comprensión ha cedido
ante el concepto de la “ continuación” del poema:
continuación por obra del lector, pero también de
aquellas anónimas fuerzas poéticas de las que el pro
pio autor no sabía nada y que duermen inéditas en
su lenguaje e incluso en su silencio. Este pensa
miento es denso de contenido y oscuro, tan oscuro
como la poesía que acompaña. En el Cántico de Gui-
llén hay un poema, Cierro los ojos, que es una justi
ficación poética de la oscuridad poética, con ecos de
Mallarmé, de cuyo Surgi de la croupe adopta un
verso como lema (“ Une rose dans les ténèbres” ) :
372
Cierro los ojos. Y persiste un mundo
Grande que me deslumbra así, vacío
De su profundidad tumultuosa.
271 .
■ »■ r .i r .fs r c á u o d d b n i. -1 1
que se podrían incluir en este grupo a muchos otros
líricos. Lo interesante es que el hermetismo se haya
convertido en un concepto concreto de la crítica, que
con él acepta uno de los rasgos esenciales de la poe
sía moderna.
Ungaretti, único a quien citaremos como ejemplo y
muy rápidamente, recibió influencias de Mallarmé,
Apollinaire, Valéry, Saint-John Perse, pero también
de Góngora. Desde los años veinte, su lírica es una
lírica de extremada concentración de lenguaje. La
palabra, como él mismo dice, es una breve interrup
ción del silencio: lo mismo que en Mallarmé. Es sólo
un fragmento, que vibra entre el mundo ligeramente
rozado, pero muy misterioso, y el silencio que vuelve
a cerrarse a su alrededor. Todos los poemas de Un
garetti se distinguen por este carácter fragmentario.
La mayor eficacia se halla en los poemas cortos, en
los que es maestro, como García Lorca. No deben
leerse por su contenido, pues éste suele ser de una
desconcertante insignificancia, o absolutamente in
sondable. Hay que aceptar sus palabras (que no tie
nen equivalente en ninguna traducción) como líricas
formas sonoras que dejan tras de sí como una estela
de fascinación. Los poemas más largos tampoco tie
nen contenidos objetiva y necesariamente coheren
tes. Los movimientos (como por ejemplo: abrir, ilu
minarse, hundirse, desvanecerse temblando) son más
fáciles de captar que lo movido, y, sin embargo, son
plurivalentes en sí y podrían desarrollarse en un
orden distinto.
Veamos qué aspecto tiene la oscuridad de Unga-
274
retti en el poema de métrica libre U lsola (publicado
en Sentimento del tempo). El poeta expresa en pe
riodos balanceados, sonoros y sumamente sencillos,
un acontecimiento sin yo. El sujeto es “ él” . Pero
¿quién? No nos lo dicen: función indeterminadora
de los determinantes: en este caso, de un pronombre
personal. Esta indeterminación aumenta con la yux
taposición sin enlaces de las expresiones. El mate
rial del acontecimiento está formado por imágenes
tomadas de los idilios bucólicos: isla, bosques, ninfa,
pastor, corderos. “ De antiguas selvas absortas des
cendió,— Y se adentró, — Y llamó su atención ru
mor de plumas — Del latir estridente desprendido —
Del corazón del agua tórrida, — Y una larva... con
tem pló;— Que era una ninfa... — En sí, de simula
cro a llama verdadera — Vagando, llegó a un prado
y allí — Las sombras en los ojos se espesaban — De
las vírgenes...” (¿Qué vírgenes?). Aquí termina el
proceso, que no será más que un fragmento, sin causa
ni finalidad. El final es una inmovilización. La cone
xión de las palabras es cada vez más anormal: “ Des
tilaban las ramas — Perezosa de dardos una lluvia. —
Allí ovejas... ramoneaban — La alfombra luminosa;
— Las manos del pastor eran un vidrio — Afinado
por una leve fiebre” . ¿Dónde está “ él” , el que vino
a la orilla? El plácido cuadro final ha olvidado el
acontecimiento inicial como si éste y su sujeto no
hubieran existido jamás. Pero el sujeto tenía menos
importancia que el proceso mismo. El contenido del
poema está en las líneas de su movimiento: una lle
gada, un encuentro, un reposo. Los movimientos son
27«
abstractos, no tienen otro significado que sí miemos
y están henchidos del misterio del proceso incom
prensible en que aparecen. El final tampoco desen
traña aquel misterio, sino que sirve para añadir to
davía otro. Cierto es que su quietud pone fin a los
movimientos, pero la disonancia de sus imágenes (ma
nos como de vidrio) apunta a otro estadio superior, es
decir, al del lenguaje soberano e independiente, que
se pierde otra vez en la oscuridad.
La poesía hermética de algunos líricos da la im
presión de que su obra acaba con un “ portazo” , como
dijo en cierta ocasión Gaétan Picón. Pero cuando
no es más que una actitud de moda, da origen a una
charlatanería, que puede decir lo que quiera: se la
admira igual. Algunos autores “ de vanguardia” , que
se dan mucha importancia, ganan fama con frases
de la más pura estupidez. De vez en cuando, también
se le escaparon algunas a Kimbaud. La consecuencia
de un hermetismo convertido en moda, es la desorien
tación de la crítica. En Australia, hubo hace poco
un par de individuos que se divirtieron publicando
unos versos de lo más absurdo y presentándolos como
obra póstuma de un supuesto minero; la crítica se
conmovió ante la “ profundidad” de aquellos versos.
En una edición americana de Yeats, aparecía en un
determinado momento un “ soldier Aristotle” . Se tra
taba de una errata de imprenta, por “ solider Aris
totle” . Un joven poeta, que no se dio cuenta de que
era una errata, quedó sobrecogido ante el misterio
del “ soldado Aristóteles” . Pero el colmo se encuen
tra en el comentario epistolar de Eilke a su décimo-
2T*
sexto soneto a Orfeo: “ el soneto, hay que saberlo o
adivinarlo, está dirigido a un perro; yo no quisiera
tener que comentarlo” . Mallarmé, en tales casos, se
defendía con la autoironía.
M a g ia d e l l e n g u a j e y s u g e s tió n
277
tico. Para esta poesía lo único verdaderamente real
es la palabra, no el mundo real. Por esto los líricos
contemporáneos insisten siempre en que el poema
no significa, sino que es. Las múltiples definiciones
de la poesía pura no hacen otra cosa que glosar esta
idea.
El principio formulado por Poe, según el cual el
poema debe esbozarse a partir del poder sonoro del
lenguaje, anterior al significado, para darle luego
un significado — que no pasará nunca de ser secun
dario —, sigue en vigencia. Benn escribe: “ El poema
ya está terminado antes de empezar; sólo que el
autor todavía no sabe qué texto le dará” . En otro
pasaje que guarda una sorprendente analogía con
una frase de Novalis (véase pág. 36) dice también:
“ Sólo existen trascendencias verbales: los teoremas
matemáticos y la palabra como arte” . En la lírica
de Benn impera ese principio de la palabra como
fuerza motriz, especialmente como valor sonoro, ca
paz de convertir en lírica los contenidos más insig
nificantes. Su poema Chopin es una biografía sono
ra. Sus contenidos son fragmentos alusivos a acon
tecimientos, reflexiones, monólogos interiores, expre
sados con frases incompletas. Su curso no corres
ponde al orden temporal vida-muerte, sino viceversa.
Se intercalan nombres de pianos de cola, se habla de
unos honorarios, de una dirección y de unos datos
exactos acerca de la técnica de Chopin, se formula
también un diagnóstico médico (“ con hemoptisis y
cicatrizaciones” ). Pero incluso la expresión objetiva
más fría está atravesada por una vibración que, ori
278
ginada por lo fragmentado e interrumpido de su for
ma, sirve también para tender un arco que lo une
todo, y que convierte el poema en algo inolvidable.
En él se demuestra hasta dónde puede llegar la re
nuncia a temas líricos tradicionales, sin destruir la
sustancia lírica, la cual más bien se diría que cobra
libertad para llegar a ser una sonoridad nueva y
meditativa, por muy cerca que nos parezca estar
de la prosa.
Una vez más, nos referiremos a Juan Ramón Ji
ménez, cuyos poemas más recientes tienen unos efec
tos hipnóticos, debidos al hecho dg que algunos ver
sos están repetidos en forma de estribillo, mientras
otros tienen una forma interrogativa, sin que se les
dé ninguna respuesta. La repetición y la interroga
ción no contestada dan tal ingravidez a lo que se
dice, que lo elevan a un encanto puramente musical
y ondeante, que es el verdadero soberano de estos ver
sos. Escribir poesía partiendo del impulso de las
palabras o de la mera sonoridad conduce a múlti
ples fenómenos poéticos del tipo descrito al final del
capítulo sobre Rimbaud. En Henri Michaux encon
tramos lo siguiente: tldans la toux, dans H’atroce.
dans la transe” ; el lenguaje, obedeciendo a su pro
pio impulso combinatorio, crea un sentido incohe
rente, pero se clava profundamente en el oído; un
grupo de sílabas persistente ( “ dans la” ) desenca
dena un grupo sonoro variado, pero de sonoridad
parecida. Al final del Waste Land de Eliot suena de
pronto la sílaba sin sentido “ Da” , que se repite va
rias veces, y acaba dando origen a fragmentos de una
279
frase budista, en la que se intercalan cosas comple
tamente distintas; pero sólo hacia el final aparecen
un grupo de palabras sánscritas: procedimiento mu
sical, que sólo es posible en una lírica que emplee el
lenguaje principalmente como potencia sonora.
P aul V aléby
260
más, o sea una escena espiritual del propio arte poé
tico, para el cual la espera de la musa es más di
chosa aún que su advenimiento. El poema contiene
ambos significados‘y es imposible separar el uno del
otro, porque de lo contrario perdería la penumbra
en que artísticamente ha sido sumido.
En el fondo del pensamiento de Valéry hay un
decidido nihilismo epistemológico, que no es ahora el
momento de estudiar a fondo. Precisamente porque
el conocimiento es imposible, el lenguaje poético lo
gra la total libertad de proyectar sus creaciones en
la nada. Valéry llama a esas creaciones “ mitos” y las
define de la manera siguiente: “ mito es el nombre
de todo lo que no existe y sólo está presente gracias
a la palabra” . Pero la palabra “ es el medio de que
dispone el espíritu para reproducirse en la nada” .
Frente a la realidad, que por otra parte sólo existe
bajo la forma de lo casual y de lo caprichoso, la poe
sía opera una transformación constante hasta llegar
a aquella irrealidad que el propio Valéry califica de
“ ensueño” . En la poesía, el espíritu reconoce sus pro
pias fuerzas y las perfecciona dominando la resis
tencia de la forma rigurosa, exigida por sí misma.
Sólo sus propios actos son necesarios y por lo tanto
superiores a la realidad casual. Obsérvese cuán cer
ca están estas ideas de las de Mallarmé y hasta qué
punto el mayor lírico francés del siglo xx justifica
la poesía partiendo del puro subjetivismo (no per
sonal), cuya patria son el lenguaje y el “ sueño” , pero
no el mundo. Esta clase de poesía tiene la escéptica
clarividencia de reconocer que la condición de su
281
única posible realización, es decir, de su realización
poética, reside en el escaso valor de la realidad, así
como en la nulidad de la trascendencia. “ El poema
es un fragmento perfectamente realizado de un edi
ficio inexistente” , dice una de las frases más defi
nitivas de Valéry (Variété V, 1945, pág. 113). “ Ine
xistente” significa que su contenido tiene existen
cia únicamente como lenguaje: “ fragmento” signi
fica que el poema, frente al ideal, es siempre un fra
caso. Obsérvese cómo una vez más han sido necesa
rias dos definiciones negativas para apoyar lo único
que se puede expresar positivamente, o sea el acto
poético en sí. Otra frase de Valéry dice: “ Nada hay
tan bello como lo que no existe” . La semejanza de
esta frase con otra de Rousseau citada anterior
mente (pág. 29) salta a la vista. El fundamento, tan
distinto del de aquélla y tan absolutamente no-sen
timental, que sirve ahora de soporte a la idea, de
muestra el duro camino que ha recorrido de enton
ces acá el pensamiento acerca de la poesía.
Valéry califica el verso de “ maravilloso y sensi
bilísimo equilibrio entre la fuerza sensible y la inte
lectual del lenguaje” . Se puede decir que su propia
lírica posee este equilibrio. Más de una vez nos ex
plica cómo algunos de sus poemas nacieron de un
juego de ritmos y sonoridades todavía faltos de sen
tido, al que luego se añadieron palabras, imágenes
e ideas. En el poema terminado esta gradación gené
tica se conserva como gradación de valores; es decir,
el poema es canto y sólo en segundo término conte
nido. Así surgen versos de encantadora musicalidad,
282
como por ejemplo: “ Dormeuse, amas doré d’ombres
et d’abandons...” O: “ ...Puis s’ étendre, se fondre, ét
perdre sa vendange — Et sféteindre en un songe en
qui le soir se change” . Hay en estos versos nn subir
y bajar de vocales y nasales desde lo más alto a lo
más profndo, hasta volver otra vez a la media altura
del principio. Pero la iniciativa de las palabras pue
de arrancar también de su significado. El poema In-
térieur — cuyo proceso se desarrolla al mismo tiem
po en un espacio interior y exterior — empieza con
los versos siguientes: “ Una esclava de largos ojos,
agobiados por muelles cadenas — Cambia el agua a
mis flores, se zambulle en los espejos cercanos” . La
metáfora de las cadenas tiene su origen en la esclava
y el agua procede del hundirse en los espejos. Estos
versos no son descriptivos, sino que pretenden ser
aceptados como creaciones del lenguaje. Además,
los espejos llevan un calificativo que debe entenderse
como de tiempo, no de lugar (prochaines), que los
sitúa en una dimensión anormal, y que es a su vez
creación del lenguaje, es decir, el poeta renuncia al
calificativo que tenía más a mano: prochesf cerca
nos. Un poema de juventud, La Fileuse, parece un
eco del tema mallarmeano de la falta de contacto
entre el hombre y el mundo, realizado en puro sim
bolismo de imágenes. Una niña, sentada frente a una
ventana en el atardecer, se sumerge en el sueño y el
ensueño; en vano una rosa saluda desde el jardín
a la durmiente; mientras entre niña y flor ya no hay
ningún contacto, el lenguaje entreteje los dos seres
separados en una fusión irreal, por medio de pala
bras que se desprenden como espíritus de la palabra
que traduce el motivo conductor “ hilar” : “ La dur
miente hila una lana aislada, enigmáticamente, la
lánguida sombra se entreteje con el hilo de sus dedos
largos que duermen, hilada” ; pero fuera, el mundo
que vá al ocaso se convierte en “ hilandera” .
Claro está que la lírica de Valéry no puede defi
nirse únicamente a base de estos efectos de lenguaje,
sino que tiene también una ley del estilo interno, que
no consiste tanto en los temas como en que esta lírica
hace perceptibles, en el material de las imágenes,
unos actos espirituales que son puramente los de la
conciencia artística. Valéry habla en cierta ocasión
de la “ comedia intelectual” , que constituye el acon
tecimiento íntimo de un poema. Uno de los ejemplos
más claros de ello es Au Platane. Apenas es necesa
rio hacer observar que el árbol no está tratado en
este poema como objeto natural. Por su apariencia,
es pura dinámica, en tensión entre la libertad de lo
alto y el encadenamiento en lo profundo. El plátano
oye la llamada de los vientos, que quieren conver
tirse en él en lenguaje, pero siente al mismo tiempo
la necesidad de deber renunciar al lenguaje, todo
ello de acuerdo con las experiencias artísticas que se
conocen desde Mallarmé. Y lo mismo que en éste, la
tensión permanece insoluta. En las abstractas fuer
zas de tensión del poema habla una disonancia, pero
también habla en el hecho de que su contenido inso
luto contraste con un canto perfectamente resuelto.
Sorprende que, en la lírica de Valéry, ni los temas
ni las soluciones que se les dan tengan ninguna uni-
m
dad. Precisamente ello denota que lo que le importa
es la dramática espiritual como tal, o sea la " comé
die intellectuelle” . Por otra parte, los procesos inte
lectuales pueden cambiar mucho. Unas veces se tra
ta del despertar de las oscuridades caóticas del en
sueño hacia la luz de la conciencia; otras, al revés,
del hundirse en el ensueño. Por muy de cerca que
Valéry siga a Mallarmé, la rigurosa, aunque oculta,
fidelidad de aquél a sus temas, cede el paso a una
variabilidad de asuntos. Cantique des Colonnes es un
canto de las lineas puras de cuerpos arquitectónicos,
un canto silencioso para los ojos, que perciben al Ser
ordenado matemáticamente, que descansa en su re
poso de piedra. El espíritu armoniza con ese Ser.
Pero hablemos ahora del Cimetière marin. Ese fa
moso poema tiene un hálito lucreciano, y no sólo por
los temas e imágenes tomados de Lucrecio. Se trata
del poema de una crisis espiritual. La conciencia in
tenta identificarse con la existencia en reposo, con
el “ techo” del mar, con la diadema de la alta luz,
luego con el no-ser de los muertos. Pero el movi
miento de la vida la atrae más poderosamente, y a él
se entrega por fin, aun conociendo su falsedad. Las
precedentes metáforas del mar, primero estáticas y
luego dinámicas, desaparecen. El mar recobra sus
denominaciones naturales (olas, agua), lo cual nos
indica que la conciencia se ha abierto a la realidad
natural. Es como una retractación de la desobjeti-
vización extrema que se operaba en la lírica mallar-
meana, y como una contrapartida al Cantique des
Colonnes. Pero en otros poemas hallamos también
28»
soluciones completamente distintas. Lo que importa
no son las soluciones, sino que el acto espiritual se
convierta en canto, en el que armonicen inteligencia
y sensibilidad, claridad y misterio.
J orge G u il l é n
286
ella. Un gozo tranquilo, aunque ajeno al hombre, atra
viesa esta obra. Es el gozo intelectual de una fuerza
de contemplación que percibe en los objetos el repo
so de sus formas primigenias y que se sabe poseedora
del poder de dar, a todo cuanto es, el ser espiritual
y eterno en la palabra.
A Guillén se le ha llamado “ el más eleático de los
poetas” , pretendiendo indicar así su relación con la
existencia trascendente. Pero su lírica no es exac
tamente expresión del Ser en sí, pues de lo contra
rio no podría ser lírica. Es más bien movimiento:
movimiento hacia el Ser, movimiento desde el caos
a la luz, desde la inquietud al reposo. Su valor su
premo es la luz, como fenómeno inmaculado de la
existencia; los poemas que contienen mayor canti
dad de luz son también los formalmente más riguro
sos. “ Hay siempre luz” , dice un verso, pero la verda
dera acción en esta poesía es el advenimiento de la
luz, el “ supremo pasaje” . Su energía lírica deriva
de la tensión hacia un “ más allá” . Su fuerza consiste
en elevar un objeto hasta completarlo de momento
en su esencia natural, es decir, hacer el jardín “ más
jardín” , el puente “ más puente” para llegar) así a
la esencialidad categorial (como Mallarmé), por en
cima de la cual brilla finalmente la luz de la perfec
ción del Ser. Este proceso) abarca todo el mundo obje
tivo y sensible, en el que “ la materia obtuvo la gracia
de ser imagen” . Pero el poeta lo transforma y lo
aleja. Los objetos se inclinan “ llorando” ante la pura
Irrealidad. El lenguaje no se adorna, sino que des
liada su esencia, introducida en relaciones comple
28T
tamente irreales. Sobre una ciudad estival (“ ciudad
accidental” la llama el primer verso del poema), las
“ sedas, extremas sedas” de la. luz “ insinúan, esqui
van— ángulos fugitivos” . La ciudad, “ loca de geo
metría” , se llena de “ exactas delicias” , se convierte
en la( Ciudad de los estíos, en la “ ciudad esencial” .
Los paisajes pasan a ser tejido inmaterial de tensio
nes. La nieve y el frío son las palabras que simbo
lizan el absoluto, en el que no existe la necesidad
mortal de la vida, ni siquiera ésta, a pesar de que
Guillén parece a veces exaltarla en una especie de
panvitalismo. Lo visible pierde sus cualidades sen
sibles ante nuestros ojos. Nace así un vacío del es
pacio imaginativo, característico de Guillén, en el
que predominan los primigenios fenómenos estáticos
(círculo, línea, volumen) o los símbolos desobjetiva
dos de tales fenómenos (rosa, río, mar). La obra se
presenta como una especie de modelo del Ser, cons
truido estereométricamente y bañado de luz. En ella
no se deja al hombre ninguna humanidad normal.
La poesía amorosa, asimismo, es una poesía de cono
cimiento cada vez mayor del Ser. En el cuerpo de la
amada, no en su alma, el amante, qué lo contempla
pensativo, ve cómo surge el Ser y cómo progresa hacia
la plenitud de lo fenoménico; pero la amada no sabe
en absoluto que es “ una ventana en lo diáfano” ( Cán
tico, pág. 103). El brillar de la primavera no está des
tinado al corazón de los hombres; “ sobre el rumor
difuso el grito pasa — lejos ya y disolviéndose,—
blando grito de nadie para nadie” (pág. 119). Unos
niños juegan en la playa, pero no son ellos los prota-
gorristas, sino el sol y los hombres, y también las
manos de los niños, aunque convertidas en seres in
dependientes; y el poema concluye con un último
paso a la música de los conceptos: “ ¡Oh vínculos —
rubios! Y conchas, conchas. — Acorde, cierre, círcu
lo” (Playa). Porque en el círculo “ invisible dentro
del bloque del aire” , habla el misterio del Ser supe
rior a la vida, que en la luz “ refulge y se cela” —
como el poema (Perfección del Círculo).
Si sólo se habla de esta lírica a título informa
tivo, apenas se podrá dar a comprender que es canto,
canto metálico en la dura y vigorosa sonoridad de
la lengua española. Sus abstracciones son también
canto. De acuerdo con su temática, esta lírica tiene
que trabajar con un rico vocabulario de abstraccio
nes y conceptos geométricos: curva, plenitud, actua
lidad, infinito, sustancia, nada, centro. Entre estas
palabras y las que sirven para designar objetos sen
cillos, el lenguaje apenas establece frontera, como
tampoco la hay objetivámente entre los contenidos
conceptuales y los contenidos sensibles de este mun
do lírico. Hay un verso que, refiriéndose al cisne,
dice: “ Todo el plumaje dibuja un sistema — de si
lencio fatal” (pág. 147). En los poemas que contie
nen una escena, los actores suelen ser abstracciones.
Pero el lenguaje tiene también otros medios de adap
tarse a su temática. Preferentemente se vale de ex
presiones nominales pobres en verbos, con las que
aisla fenómenos y conceptos, los arranca del tiempo
o los invoca como en un himno. El lenguaje no fluye,
sino que avanza entre dudas e interrupciones, va dis
289
B. DB LA LÍBICA MODBBNA. - 19
poniendo bloques y luego viene de nuevo una breve
pregunta, que queda sin respuesta, o una cautelosa
tentativa. Guillén es un virtuoso del arte de arran
car ecos a las palabras más escuetas y hacerlas reso
nar largamente en un espacio lleno de misterio. Tam
bién en él, como en tantos otros modernos, existe un
contraste fundamental entre la aparente sencillez
de la sintaxis y la oscuridad de los contenidos. Por
que éstos, ya sean imágenes ya conceptos, aparecen
como fragmentos yuxtapuestos, ninguno de los cua
les deriva de otro anterior. Incluso los más tenues
puentes de enlace han sido suprimidos. En estos
poemas siempre ocurre algo, pero las fases de los
acontecimientos, mientras permanecen en el mundo
de lo empírico, no son necesarias en sí mismas, sino
gratuitas, y carecen de causa y de efecto. La necesi
dad no actúa hasta más tarde, en el transcurso o en
los cambios de las tensiones abstractas. Sólo está
clara una cosa: la total ausencia de familiaridad.
En el poema Noche de luna se ve el partido que
esta lírica puede sacar de un tema clásico. Lleva como
subtítulo: sin desenlace. Se trata de un paisaje de
conceptos: altitud, blanco, espera, voluntad, delga
dez. Estos conceptos señalan una especie de red de
esencias supraobjetivas, que encierra un proceso in
humano en la iluminada noche fría. Los pocos ele
mentos sensibles a la vista se deslizan como fantas
mas a través del proceso irreal, cuyo orden es de
movimiento, es decir, un descenso — mientras “ los
plumajes del frío — tensamente se ciernen” — ; una
corta estancia en una planicie — mientras “ callada
290
se difunde — la expectación de espuma” — ; un pri
mer ascenso desde el fondo, “ ascensión a lo blanco” —
mientras “ adorables arenas — exigen gracia al vien
to” — ; y un segundo, que sólo se realiza en una pre
gunta, pero que preguntando eleva el mundo a una
“ blanca, — total, perenne ausencia” . El poema está
formado por puros campos de tensión, que en virtud
de la pregunta no contestada que aparece al final
se quedan sin desenlace. No nos habla ningún yo. Sólo
habla el lenguaje que identificando lo visto con lo
ideado loa confina al frío de una fórmula casi mate
mática. Pero la fórmula canta.
P o e s ía a l ó g ic a
291
sueños no es precisa, sobre todo en su aplicación ar
tística. Es la línea divisoria que existe entre un prin
cipio psicológico y uno estético. Pero ambos princi
pios coinciden en afirmar que el sujeto no depende
de la realidad y que el hombre es el dueño del mundo
gracias a su capacidad de soñar.
La poesía alógica, lo mismo que la intelectual,
saca partido de la fantasía creadora de imágenes
irreales. Ella, empero, recibe sus contenidos pasiva
mente ^de los estratos más profundos de lo soñado
estando dormido o estando despierto, sin ordenarlos.
En actitud agresiva, frente al hombre, por cuanto
éste es un “ no-animal cerebral” (A. Bretón), esta
poesía lo identifica con la fuerza que predomina en
su fondo anónimo y prepersonal. Al hombre no se
le niega su poder; sólo se le motiva en forma distin
ta. Es significativo que un teórico de la poesía aló
gica hable elogiosamente de la “ dictadura del espí
ritu” (Tr. Tzara). El acento de esta fórmula recae
sobre “ dictadura” ; y el hecho de que el “ espíritu” ,
aquí, pretenda identificarse con el mandar o el no
mandar de los más profundos estratos alógicos, hace
aun más despótica su dictadura. Lo mismo vimos ya
al hablar de Rimbaud. Pero, entre tanto, habían ejer
cido su influencia las teorías de Freud y de C. G.
Jung. Este último explica la poesía a partir del im
pulso de unas oscuras “ visiones primigenias” , para
las que el poeta sólo es un “ médium” que deja fluir
a través de sí los materiales del inconsciente colec
tivo; la forma es cuestión secundaria. Esta teoría
tuvo sus consecuencias en los suprarrealistas.
20 2
Su predecesor inmediato es Apollinaire, al que se
debe también la palabra “ surréalisme” . En 1908,
Apollinaire escribió un poema en prosa titulado
Onirocritique. Este título transforma el concepto de
ensueño (que en francés tiene un significado tan
equívoco) en un tecnicismo científico, sin duda apo
yándose en la obra Oneirokritiké (Interpretación de
los sueños) del escritor helenístico Artemidoro de
Efeso. Estudiaremos a continuación algunos de sus
pasajes; y de acuerdo con su carácter, esta selec
ción puede ser tan arbitraria como la de los frag
mentos que omitimos: “ Los carbones del cielo esta
ban tan cerca, que me dio miedo su olor. Dos anima
les desiguales se aparejaron, y los brotes de los rosa
les dieron pámpanos, grávidos de’ los haces de la
luna. De la garganta del mono salieron llamas y
embellecieron el mundo con lirios. Los monarcas se
alegraron. Vinieron veinte sastres ciegos. Hacia el
anochecer se fueron los árboles volando y yo me
centupliqué. Los rebaños que yo fui, se sentaron
junto al mar. La espada apagó mi sed. Cien marine
ros me mataron noventa y nueve veces. Todo un pue
blo, prensado en el lagar, sangraba cantando. Desi
guales sombras oscurecían amorosas la púrpura de
las velas, mientras mis ojos se multiplicaban en los
ríos, en las ciudades y por encima de la nieve de las
montañas” .
El iniciado oirá la voz de Rimbaud a través de
estos versos y reconocerá su procedencia. Este texto
parece una continuación apócrifa de las Illumina
tions. Bajo el aspecto de un relato sucesivo se van
293
alineando imágenes irreales y fragmentos de sucesos
que no tienen ninguna clase de contacto entre sí y
que podrían perfectamente estar en un orden dis
tinto. Si casualmente existe una relación entre los di
ferentes procesos, es un enlace de metáforas absur
das, lo mismo que en los sueños (una cabeza se trueca
en una perla, unas notas en culebras). No aparece ni
un sólo hombre: siempre masas. Lo mismo las imá
genes que la forma de expresión están emparentadas
con los sueños. Pero se trata de un mundo de sueños
de la locura, de la fealdad, de la mueca y del asesi
nato. En ello, y no únicamente en la experimentación
de un estilo onírico, consisten los síntomas de mo
dernidad de esos poemas.
En comparación con lo que los suprarrealistas
mismos han hecho desde los años veinte acá, su pre
cursor Apollinaire es aún el poeta más original de
todos ellos. Los surrealistas sólo pueden interesar
nos por sus manifiestos, que con una armadura me
dio científica justifican un procedimiento poético ini
ciado ya en tiempo de Rimbaud. Convicción de que
el hombre puede extender hasta lo infinito sus expe
riencias en el caos del inconsciente; convicción de
que el enfermo mental no es menos “ genial” que el
poeta en la creación de una “ suprarrealidad” ; con
cepción de la poesía como dictado sin formas del in
consciente : he aquí algunos puntos de este programa,
qtie confunde el vómito — y por añadidura, artifi
cia l— con la creación. Pero de él no ha derivado
ninguna poesía de altura. Los líricos de elevadas cua
lidades que suelen incluirse entre los suprarrealis-
tas, como Aragón o Éluard, no deben su poesía a
aquel programa, sino a la general necesidad estilís
tica, que desde Rimbaud ha convertido la lírica en
lenguaje del onirismo alógico. El suprarrealismo es
una consecuencia, no una causa; es una de las múl
tiples formas del moderno “ anhelo de misterio”
(Julien Gracq).
Esta penetración de la lírica en crepúsculos de
Sonámbulo ensueño se observa por doquiera en Euro
pa. A diferencia de la poesía soñadora romántica de
otro tiempo, ésta se adentra más hondo al otro lado
del umbral, más acá del cual algunos residuos del
mundo de la vigilia podrían servirnos de apoyo. El
poema de Benn titulado Der Traum (El ensueño), es
una pura melodía de ensueño; por él ondean nom
bres exóticos; imágenes en irreales aparejamientos
surgen, se desvanecen y se rozan; “ hálito complacido
en sí mismo de flores ya nombradas” ; “ mujeres arro
dilladas, apenas en relación de figura con las cabe
zas colgadas muy alto en la oscuridad” ; el poema es
aquello mismo que dice del ensueño: “ sus nombres
no se refieren a nada en el mundo... Contemporáneos
son los mundos de este ensueño, y también jfconespa-
ciales, y ondean y caen...” .
G a r c ía L orca, “ R om ance so n á m b u lo ”
296
niña está a la luz de la luna junto a la baranda de
un balcón; en algún otro lugar, dos hombres hablan
uno con otro; más tarde también ellos se acercan al
balcón, más tarde aún, la niña yace muerta en el al
jibe. Pero semejante resumen, que termina en un
crimen de amor, destruye el poema. Porque lo que
ocurre es algo completamente distinto: es un sonám
bulo entrelazarse de residuos de acontecimientos
apenas indicados con un maravilloso embrujo irreal
de imágenes y palabras. El poema empieza con un
color: Verde. ("Verde que te quiero verde. — Verde
viento. Verdes ramas” .) Este color no tiene nada
que ver con la acción, ni con los objetos. No deriva
de ellos, sino que va hacia ellos: “ verde viento...,
verde carne, pelo verde” . El verde es una fuerza
mágica que lanza sus reflejos a través de todo el poe
ma, es algo así como un velo sonoro. (Encontramos
un antecedente de este verde en el poema La verde-
cilla, de Juan Ramón Jiménez, por el que también
este color se extiende de un modo irreal; pero allí
se le ve todavía como causalidad, es decir, el verde
tiene su arranque en los verdes ojos de la niña; en
cambio en García Lorca no hay arranque ninguno.)
Confusamente y sin relación entre sí, aparecen frag
mentos de paisaje y entre ellos acontecimientos tam
bién fragmentarios y perfiles humanos. “ Un barco
sobre la mar — y un caballo en la montaña” se ade
lantan juntos en dos versos y estos dos versos se
convierten en una fuerza sonora que va repitiéndose.
El curso del poema no es épico, sino lírico, y pres
cinde de toda precisión espacial, temporal y causal.
206
El verdadero tema, esto es, el amor y la muerte, no
se nombra. Pero brota como una fuerza no expre
sada, de los esbozos de aconteceres y de objetos. Sur
gen grandes metáforas: “ la higuera frota su viento
— con la lija de sus ramas” ; “ el monte, gato gar
duño— eriza sus pitas agrias” ; “ un carámbano de
luna — la sostiene [a la niña] sobre el agua” . En
lugar de una acción clara, sólo está claro lo que se
desarrolla en el ámbito soberano de las palabras y
los colores: en el verde, antes de que suene por últi
ma vez, se ha introducido un negro, signo de muerte
(“ cara fresca, negro pelo, — en esta verde baran
da!” ). Todo se evoca y todo queda abierto. Apenas
estamos aún sobre la tierra. De la misma manera que
no hay espacio entre los distintos lugares (sólo las
metáforas irreales forman espacio), el tiempo tampo
co transcurre. Primero es de noche, luego viene la ma
drugada herida por “ mil panderos de cristal” , y al
final vuelve a ser de noche. Pero no se trata de tiem
po épico, sino de perspectivas líricas del tiempo in
variable (como en la Fílense de Valéry, en la que de
la luz del anochecer se pasa a la noche y de ésta otra
vez al anochecer). El final, que repite los mismos
versos del principio, parece cerrar un círculo, pero:
“ Quizás no se movió absolutamente nada, sino que,
en el espacio de un instante, a la velocidad de la luz,
se abrió un abanico: imágenes que se despliegan en
tre los numerosos verdes, que lo sostienen como esta
cas” (G. Zeltner-Neukromm). Esta poesía, magnífica
y valiente, no necesita justificarse por medio de las
teorías de la psicología de los sueños.
397
Lo a b s u r d o ; e l “ h u m o r is m o ”
298
garra el cielo y pone al descubierto el “ inmenso mar
del vacío” ; el humor es la expresión de la incon
gruencia entre el hombre y el mundo, es el rey de
lo inexistente. Como puede verse, esta teoría no es
más que una variante de la poética moderna.
R e a l id a d
399
se refiere a cualquier ideal, se imponen términos
totalmente imprecisos o símbolos de pura misterio-
sidad.
La lírica contemporánea observa actitudes muy
diversas respecto al mundo, pero el resultado es
siempre el mismo: desvalorización de la realidad.
Lo mismo que en la novela, en la lírica el mundo real
se desmenuza en fenómenos de detalle, se criba cui
dadosamente y se coloca en lugar de un todo com
pleto. Estos fenómenos de detalle pueden presentarse
en una forma brutalmente concreta, referidos como
en un reporte periodístico, como en los poemas de
Blaise Cendrars, uno de cuyos tomos lleva el título
de Documentations, y originariamente se llamó in
cluso Kodak. Este procedimiento neutraliza hasta tal
punto el mundo, que no se diría sino que ya no tiene
nada que ver con el hombre. Una lírica “ mediadora”
que a través de objetos o de paisajes haga hablar a
un alma humanamente próxima, apenas pruede en
contrarse. Como en la novela ocurrió en otro tiempo
con Flaubert y hoy con Hemingway, la lírica trata
a menudo el mundo exterior como si fuera un inerte
obstáculo que se opone al hombre. Lo objetivo se
busca preferentemente en lo trivial y bajo, porque
ahí su peso parece todavía más abrumador y aisla
aun más al hombre. Detritus de las grandes ciudades,
vapores de agardiente, raíles, tabernas, patios de fá
brica, retazos de periódico y otras cosas semejantes,
aparecen, cuando los poemas son buenos, animados
por aquel “ estremecimiento galvánico” que Poe y
Baudelaire ya preconizaron para infundir lirismo a
300
la cotidianidad del mundo moderno. La fealdad, con
vertida desde Rimbaud en un excitante dinámico,
conserva su soberanía. Un poema de Benn, Bilder
(Retratos), consta de un solo período, cuya articula
ción, sin embargo, no es el resultado de recursos sin
tácticos formales — en los versos primero, trece y
quince se encuentra la expresión “ Siehst du...” (“ Si
ves...” ), como velada oración condicional, pero en el
último verso se lee ilDu siehst...” (“ Ves...” ), como ve
lada oración principal—, sino sólo por los juegos
de equilibrio internos y por el cambio de acento, de
morado liasta la conclusión. En este período único
aparecen varias imágenes de fealdad, enfermedad y
depravación, para culminar en la conclusión de que
todas ellas son obra “ del gran genio” . ¿Se trata de
un escarnio o de la interpretación de lo feo como
signo de un mundo superior? Probablemente de esto
último. El tono, quedamente extático, los ecos de
una indeterminada trascendencia, la ambigüedad del
significado, y todo ello en esa condensación de imá
genes de la fealdad, que es algo completamente dis
tinto de lo meramente opuesto a la belleza, consti
tuyen las características que permiten reconocer en
Benn a un lírico moderno.
Incluso la elección de la fauna y de la flora se
produce a un nivel más bajo. “ El laurel se cansó de
ser poético” viene a decir un verso de García Lorca.
Y se habla de algas, de fucus, de ajos, de cebollas,
de cornejas, caracoles, arañas. En Trakl se encuen
tran ángeles, de cuyos párpados “ gotean gusanos” .
Con ello concuerda el hecho de que Sartre en una
301
de sus novelas compare la vida con las raíces. Para
Goethe, las raíces algo confuso e informe, algo que
“ jamás lograría ascender” . Móntale tituló un libro
de poemas Ossi di Seppia (Huesos de jibia); una de
sus palabras favoritas es “ árido” ; también nos ha
bla de la “ sílaba torcida, que es seca como una
rama” . Como en Baudelaire, lo inorgánico aparece
como signo de espiritualidad superior a la vida.
Ejemplos de ello los encontramos en Valéry y en
Guillén. Pero también más de una vez lo encontra
mos deliberadamente colocado junto a lo orgánico
sin este valor aristocrático. Un poema sin título de
Móntale, que empieza: Addii... (en Le Occasioni),
habla de una despedida; como residuo humano, sólo
un “ tú” , sin ulterior determinación; todo el peso
de la expresión recae sobre los automatismos que
“ van apareciendo, cohibidos, por los corredores” , y
en la “ ronca letanía del tren expreso” .
T. S. E liot
302
rica moderna. Se manifiesta sobre todo en un pro
cedimiento que consiste en tomar fragmentos del
mundo real y reelaborarlos cuidadosamente en sí
mismo, pero procurando que sus superficies de frac
tura no concuerden unas con otras. En estos poemas,
el mundo real aparece rasgado por abigarradas vías,
y ha dejado ya de ser real.
De este modo llegamos a T. S. Eliot. Las inter
pretaciones de que la obra lírica de este poeta ha
sido objeto por parte de la crítica difieren hasta tal
punto que no se pueden conciliar. Sólo en un punto
concuerdan todas y es que esta obra llena de incon
gruencias resulta fascinadora por su “ musicalidad” .
Esta musicalidad es resultado de una mezcla de so
nidos, aunque no armónica, imposible de olvidar. El
lenguaje transcurre, siempre de modo imprevisto,
por las más diversas modulaciones: relato escueto,
nostalgia, contemplación, melodía de flauta, de vez
en cuando patetismo y luego otra vez ironía, sarcas
mo, estilo coloquial descuidado. Esta polifonía es
para cada uno de sus poemas una trabazón mayor
que la situación espiritual o anímica que pueda ha
ber en su fondo; pero está tan en su fondo que nadie
ha sabido decir todavía en qué consiste en realidad.
Claro está, sin embargo, que pueden reconocerse al
gunos temas, como por ejemplo la orfandad del hom
bre en el desierto de la gran ciudad, la inestabilidad,
reflexiones acerca de la función del tiempo y del ex
trañamiento del mundo. Pero estos asuntos, más que
servir de soporte a los poemas, pasan a través de
ellos. El verdadero soporte es lo que el propio Eliot
llama la emoción artística, qne debe comprenderse
como algo totalmente impersonal. Esta emoción tien
de hacia la altura y hacia la profundidad, “ vestida
de blanco y azul, los colores de la Virgen María, y
diciendo las cosas más triviales” , como se lee en dos
versos 'de Ash-Wednesday (Miércoles de Ceniza). La
emoción penetra en la “ correspondencia objetiva” ,
es decir en las imágenes, acontecimientos de seres
humanos o de cosas. Pero, ¿ qué imágenes y qué acon
tecimientos son ésos? Eliot dice en una ocasión que
los carácteres esenciales de la época actual son la
inestabilidad y el antagonismo llevado al extremo.
Pero precisamente éstos son también los caracteres
esenciales de su técnica poética. Por lo tanto aquella
afirmación de Eliot equivale a reconocer que su obra
corresponde a la civilización moderna, que con sus
complicaciones, sus contradicciones y su hipersensi-
bilidad nerviosa, exige una poesía de amplios ámbi
tos, pero que sólo sugiera y hable indirectamente, y
que por lo tanto ha de ser necesariamente difícil.
Al principio de The Waste Land leemos el si
guiente verso: “ Porque tú sólo conoces un montón
de imágenes rotas” , y al final: “ Con estos fragmen
tos he apuntalado mis ruinas” . Debemos aceptarlos
como adhesión al fragmentarismo, que es la ley de
la poesía de Eliot. El fragmentarismo determina su
modo de expresarse, que empieza por ejemplo con
un corto relato, lo interrumpe y prosigue con un
monólogo interior, interrumpido a su vez por una
cita que no viene a cuento, a la que sigue un frag
mento de diálogo entre personajes sin perfil. Lo que
304
se dice en un grupo de versos, se destruye en el si
guiente, o se olvida. Lo mismo ocurre con las imáge
nes y los acontecimientos, que son un centón de frag
mentos de origen heterogéneo, sin ordenación nin
guna en el tiempo ni el espacio. Muebles pasados de
moda, alumbrado de gas, ratas, automóviles, niebla
londinense, hojas secas, luego ninfas, Tiresias, pie
dras preciosas, pero también un mercader de Esmir-
na Sin afeitar: todo ello revuelto y sin orden. Al
lado de un camarero centellea el recuerdo de Aga
menón ; River Píate es al mismo tiempo Sacré Coeur,
es decir, los espacios culturales se superponen simul
táneamente. Eliot, en Four Quartets (Cuatro Cuar
tetos) , empieza la descripción de un día de noviem
bre y la interrumpe diciendo: “ Esta era una manera
de expresarlo — no muy satisfactoria” ; y luego pro
sigue con el mismo tema en un estilo totalmente dis
tinto y obtiene un contenido también plenamente dis
tinto; este procedimiento tiene su antecedente en
Lautréamont. La segunda parte de East Coker, en
el mismo poema, termina con un verso que parece
una sentencia: “ La única ciencia que podemos pre
tender— es la de la humildad, que es infinita” ; e
inmediatamente siguen, en forma completamente in
coherente, dos imágenes: “ Todas las casas yacen bajo
el mar. — Todos los que bailaban yacen bajo el co
llado” . El final parece significar una oculta relación
entre el contenido de aquella sentencia y dos sucesos
objetivos (de casa y bailadores, por lo demás, se ha
bía hablado en un pasaje muy anterior). Pero la
posible relación sólo se expresa en la dura e incohe
306
I. N U LÍKIOA U O D » V A . • 2 0
rente yuxtaposición de concepto y acontecimiento. La
relación se sugiere por medio de la no-relación.
¿En qué mundo se desarrolla esta poesía? En
The Waste Land aparece repetidamente la palabra
“ irreal” . En Ash Wednesday se nos habla de la “ vi
sión indescifrada en el sueño más alto” y de la “ pala
bra inaudita” . Estas expresiones se complementan.
Esta poesía sabe lo que se hace. Con el poder omní
modo del “ sueño” , destruye el mundo y lo lanza a la
irrealidad, para irradiar en ella misterios que, mien
tras el mundo sea real, no podrá irradiar jamás. La
mágica polifonía del lenguaje confina con lo inefa
ble y la música sorda del sueño sólo puede captarse
por medio de palabras entrecortadas.
S a in t - John P er sb
306
“ Universo del exilio” . La realidad qne contiene es
una realidad desconocida, extraña, procedente de
países exóticos, de culturas extinguidas, de mitos
raros. Es característico de Saint-John Perse intro
ducir en medio de las creaciones de su fantasía he
chos concretos, pero traídos de tan lejos o expresa
das de manera tan extraña o imprecisa, que su valor
de realidad ya no se pueda apreciar y se conviertan
en melodía de un “ canto no destinado a ninguna ori
lla” . Esta delirante búsqueda de infinito contrasta
ásperamente con la minuciosa precisión de sus indi
caciones acerca de detalles sensibles y corrosivos, to
mados sobre todo del mundo de los olores animales.
Pero incluso estos detalles se nombran de un modo
enigmático, porque el poeta recurre a vocablos ma
rineros, cinegéticos, botánicos, médicos, poco frecuen
tes, que ni siquiera el lector francés suele compren
der sin ayuda de un diccionario. Mejor es abando
narse a estas palabras como a la música de un ins
trumento exótico. Entre los detalles y la informe
infinidad, cualquier objeto, paisaje o situación pier
de su totalidad, por voluntad del poeta. Un^ pasaje
de Éloges puede, resumido, traducirse así: Frente
bajo manos amarillas, recuerdo de “ flechas, lanzando
a través del mar de los colores” ; naves musicales en
el muelle, montañas de madera azul; pero “ ¿qué se
biso de las naves? Palmeras” ; luego: “ un mar, más
hospitalario y aduendado por viajes invisibles, esti
bado como un cielo sobre los jardines, repleto de fru
tos dorados, de peces violetas y pájaros” ; los aromas
m elevan & alturas maravillosas “ y gracias al árbol
IOT
de la canela del jardín de mi padre gira vertigino
samente un mundo enajenado, deslumbrante de esca
mas y caparazones” .
Un mundo enajenado. El hombre que vive en él
va a la aventura a través de todos los tiempos y to
dos los espacios, es un príncipe que penetra en un
país inédito, es Alejandro Magno — por eso el poeta
tituló Anabase (Anábasis, en recuerdo de la expedi
ción de Alejandro a Asia) una de sus obras poéti
cas — . JPero el conquistador tiene que destruir todo
lo que es anterior a él. Un pasaje impresionante de
Pluies (Lluvias) dice: “ Borrad la mancha del ojo
del biennacido, la mancha del benemérito, del dota
do; borrad la historia de los pueblos, los grandes
anales y las grandes crónicas, borrad las tablas de
la memoria, borrad en el corazón del hombre las más
bellas palabras humanas...” Porque el conquistador
ya “ no se deja contaminar por el vino y las lágrimas
de los hombres” . Pero ¿dónde está su meta? Saint-
John Perse tampoco contesta a esta pregunta. Sólo
habla de partir hacia lo desconocido — “ cada vez
más lejos del lugar de nacimiento” —, y del “ poema
nunca escrito” . Este esquema es exactamente el mis
mo que el de Rimbaud, o sea, destrucción de lo fa
miliar para evadirse a lo desconocido; ante lo desco
nocido fracasa el lenguaje; sólo es capaz de emitir
sonidos extraños que proceden de las capas más pro
fundas del mundo de las palabras y que se acercan
al silencio o a la locura.
También Saint-John Perse, como Rimbaud, está
impulsado por una pasión creadora de imágenes que,
sos
aunque revestidas de cualidades sensibles, ya no per
tenecen a ninguna realidad. Bastará que citemos al
gunas de ellas: “ El mar en calambres de medusa” ;
“ La negra lana de los tifones” ; “ de la verde esponja
de un árbol chupa el cielo su jugo color violeta” ; un
hombre que contempla el cielo matutino “ apoya su
barbilla sobre la última estrella” ; “ pestilencias del
espíritu en el crepitar de la sal, en la lechada de cal
viva” ; “ matemática, colgada de los icebergs de la
sal” . Todos los fragmentos de estas imágenes son
sensibles, p$ro las imágenes son irreales porque en
ellas se fundé lo incongruente: irrealidad sensible.
Es curioso que Saint-John Perse introduzca tan a
menudo la “ sal” en sus imágenes. También lo hizo
Rimbaud. ¿Se trata de una exigencia de la estruc
tura como aquella “ sierra” de Lautréamont, que vol
vimos a encontrar en Éluard y en Picasso (véase
pág. 24)? Esta exigencia se confirmaría si esa “ sal”
procediera de las doctrinas alquimistas, en las que
es un elemento simple de la naturaleza al lado del
azufre y el mercurio.
Saint-John Perse ha sido traducido al inglés por
Eliot y al italiano por Ungaretti, y apreciado por el
español Guillén. En 1929, Hofmannsthal escribió al
gunas páginas de introducción a Atiabase. En ellas
define a Mallarmé, Yaléry y Saint-John Perse como
“ individuos creadores que se trazan a sí mismos el
lenguaje” ; y luego añade: “ Ésta fue siempre la ma
nera latina de acercarse al inconsciente, lo cual no
se realiza, como en el espíritu germánico, dejándose
llevar por un estado de ensueño, sino sacudiendo j
so*
mezclando los objetos y perturbando el orden” , en
un “ oscuro y poderoso autoencantamiento gracia» a
la magia de la palabra y de los ritmos” .
I m a g in a c ió n d ic t a d o r a
310
infinito, — ¡qué pura y larga herida — dejó su fan
tasía!” . Ortega y Gasset comenta: “ El alma lírica se
revuelve contra las cosas naturales, y las vulnera
o asesina” . Y para Gerardo Diego la poesía “ es crear
lo que nunca veremos” . Marcel Proust escribía: “ El
artista actúa como aquellas altas temperaturas bajo
las cuales las combinaciones de átomos se disgregan,
pára formar grupos completamente distintos” . Benn
califica al espíritu occidental, implicando en él tam
bién al arte, como “ disolución de la vida y de la natu
raleza y reconstitución a partir de una ley humana” .
Picasso llama a la pintura un “ quehacer de ciegos”
y con ello alude a la libertad del arte frente a toda
exigencia objetiva. El poder de la imaginación ini
ciado a fines del siglo x v i i i ha llegado en el x x a su
plenitud. También la lírica ha llegado definitivamen
te a ser el lenguaje de un mundo creado por la fan
tasía, que va más allá de la realidad o incluso la
destruye.
l
Apenas es necesario hablar de los efectos que un
principio tan absoluto de la poesía puede tener desde
el punto de vista del contenido y de la técnica del
lenguaje.
En la lírica, incluso el espacio se descompone,
perdiendo su coherencia y el orden normal de orien
tación de sus dimensiones. Schiller criticaba en cier
ta ocasión un poema porque hablaba de la falda de
an
las montañas e inmediatamente de un prado en el
valle; juzgándolo desde el punto de vista del orden
real del espacio, lo censuraba como un salto que
rompía “ la continuidad de las relaciones” . El lector
puede volver a leer las citas que anteriormente he
mos hepho de Eliot y de Saint*John Perse, para darse
cuenta de hasta qué punto un poema moderno puede
pasar sin transiciones de unas partes del espacio a
las que más alejadas estén de ellas. En un poema
de Trakl leemos: “ Una blanca camisa de estrellas
quema lós hombros que la llevan” ; en esta fusión de
las estrellas con la figura humana el espacio ya no
existe en absoluto. En Zone, de Apollinaire, reina la
simultaneidad de todos los espacios: Praga, Marse
lla, Coblenza, Amsterdam, son el escenario simultá
neo de una misma acción interior y exterior. En la
mayoría de los casos ni siquiera hay indicaciones de
lugar; en otros son empleadas al revés. En Valéry,
el mar duerme sobre las tumbas, en Alberti “ sobre la
estrella [está] el viento— y sobre el viento la vela” .
Pero ello forma parte de la general alteración del
orden de las cosas. “ El aire apura la fronda amarga”
(Quasimodo); “ Esta oscura humedad tangible huele
a puente” (Guillén). En este último ejemplo hay ade
más un adjetivo colocado fuera de su lugar: “ tangi
ble” , que en realidad corresponde a puente, se con
vierte en cualidad de la humedad casi inmaterial.
Este procedimiento (la hipálage, reconocida ya por
la retórica clásica, aunque no recomendada para ser
usada con frecuencia) va extendiéndose a partir de
Bipibaud j lo encontramos actualmente con gran
profusión porque se presta a la creación de irreali
dades y a aumentar el peso de la palabra trasladada.
“ Un anciano de oro con un reloj de luto” (Prévert)
en lugar de: un aneianó^cfc luto, etc. “ Rama triste y
corazón seco” (Juan Ramón Jiménez), en lugar de:
rama seca, etc.
El tiempo asume también una función anómala.
Unas veces porque viene a representar una cuarta
dimensión espacial, por cuanto cosas que en el tiem
po están separadas se unen por un solo instante, al
que corresponde un solo espacio visual; esto mismo
lo vimos ya en Eliot. Otras veces, porque los califi
cativos de espacio están sustituidos por calificativos
de tiempo: los “ espejos cercanos” de Valéry. Sin
embargo, el caso más frecuente suele ser el de la
completa supresión de las fases temporales, e inclu
so del propio tiempo. Ello se realiza sobre todo ha
ciendo pasar un poema de un tiempo a otro sin que
el contenido argumental se adapte a este cambio. Las
formas verbales son aquí exclusivamente perspecti
vas líricas de algo que está en reposo o que no está
en ningún tiempo, a menos que se las utilice mera
mente como variantes de sonoridad o de ritmo supe
ditadas al curso autónomo del lenguaje. Pero el
poeta dispone también de otros medios. En un poe
ma de M.-L. Kaschnitz titulado Genazzano, los pri
meros cinco versos contienen una oración nominal
sin ningún verbo, que parece un proceso real: subir
en burro hacia una pequeña ciudad de montaña;
luego' aparecen verbos, pero están en un imperfecto
supratemporal, que abarca distintas fases (entre ellas
un futuro), en las que se pueden situar lo» aconte
cimientos ulteriores, ya de puro ensueño — en ti caso
de que se tuvieran que “ pensar” — . Vemos, pue«, que
el acontecimiento real, que se desarrolla en el tiem
po empírico, aparece sin indicación de tiempo ver
bal, mientras que el acontecimiento irreal es presen
tado con varios verbos, cuyas fases temporales son
completamente irreales, porque, lo mismo si expre
san el futuro que el pasado, prescinden de esta di
ferencia.
Hay un poema de ocho versos de García Lorca,
Cazador, que procede como una suma óptica: “ ¡ Alto
pinar! — Cuatro palomas por el aire van. — Cuatro
palomas — vuelan y tornan. — Llevan heridas — sus
cuatro sombras. — ¡Bajo pinar! — Cuatro pálomas,
en la tierra están” . Acontecimiento narrado en el
lenguaje más escueto, sin que su concatenación cau
sal esté expresada, sino más bien sustituida por la
mínima conjunción copulativa “ y ” , así como por el
cambio de espacio (altura - suelo). Por un instante,
el lenguaje se acerca a lo doloroso (“ heridas” ), pero
inmediatamente lo evita hiriendo sólo las sombras.
El motivo del cambio de imagen y de espacio se calla:
el tiro del cazador contra las palomas. El principio
y el final del poema están por igual en presente, a
pesar de que ambos fragmentos de acción pertenecen
a momentos distintos, o pertenecerían a momentos
distintos si el poema se refiriera a la realidad. Pero
se trata de una imagen de movimiento creada por la
fantasía, que sustrae al acontecimiento real todo
cuanto es posible, entre otras cosas el tiempo y la
314
concatenación causal. Lo hemos citado como uno
de los innumerables ejemplos de supresión de la cau
salidad. Pero también puede ocurrir lo contrario. Un
verso de Eliot dice: “ Ve, dijo el pájaro, porque las
hojas estaban llenas de niños” . Este verso establece
una aparente relación de causa y efecto entre cosas
que no la tienen; sólo gracias a la fantasía lo que
se dice en el segundo hemistiquio se convierte en
“ motivo” del grito del pájaro. Lo que en la lírica
antigua era posible, pero poco frecuente, en la lírica
moderna se ha convertido en ley: la paradoja de
destruir relaciones materiales o encadenamientos ló
gicos suprimiendo las conjunciones causales, adver
sativas o de otra índole, mientras que por otra parte
se usan estas conjunciones para relacionar cosas y
acontecimientos que no tienen nada que ver entre sí.
Estamos en el reino fantástico de la imaginación.
Otra ley estilística que se ha convertido casi en
tópico consiste en situar a un mismo nivel lo tan
gible y concreto y lo abstracto: “ La ceniza de la ver
güenza” (Saint-John Perse); “ El candelabro atra
viesa vuestra inaccesibilidad” (Rilke, refiriéndose a es
pejos) ; “ La flotante consunción aletea como tm chor
lito” (W. Lehmann). Y finalmente la imaginación
se apodera de lo visible y audible por medio de colo
res irreales. Generalmente emplea el verde. “ Pasos
verdes” ; “ tus ojos verdes de púrpura” ; “ sol verde” ;
“ oro verde” ; “ olor verde” ; “ música verde” . Este fe
nómeno, o uno de sus aspectos, suele denominarse
sinestesia, pero en esta designación retórica se olvi
da que se trata de un acto de extrañamiento, de di
315
sonancia, del cual debe surgir un estremecimiento
como el que causa lo fabuloso.
T é c n ic a de r e f l e jo s y m etá fo ra s
31 6
Pero incluso cuando la metáfora no renuncia por
completo a su función comparativa, resulta ser el
procedimiento estilístico más adecuado a la ilimita
da fantasía de la poesía moderna. La metáfora sir
vió siempre para modificar poéticamente el mundo,
y Ortega y Gasset así lo expresó en uno de sus ensa
yos al afirmar que la metáfora es el más sublime po
der del hombre, por cuanto raya en la magia y es
algo así como un instrumento creador, que Dios dejó
olvidado en el interior de sus criaturas, como el ciru
jano distraído puede dejar olvidado un instrumento
dentro del cuerpo del operado. La metáfora clásica
está condicionada por la analogía entre objeto e ima
gen. Cuando llama oro al cabello, la analogía salta
a la vista sin necesidad de más. En algunas épocas
de la literatura posterior a la Antigüedad, la metá
fora sirve para realizar poéticamente aquella rela
ción entre las cosas, que según el pensamiento cris
tiano se funda en su común origen en Dios. La metá
fora moderna, en cambio, atenúa o destruye la analo
gía; no expresa una relación mutua, sino que fuerza
a unirse cosas entre sí incoherentes. Su característi
ca permanente es la distancia cuanto más grande
mejor entre objeto e imagen (lo cual, dicho sea de
paso, demuestra una vez más su parentesco con la
literatura barroca). Este procedimiento resulta en
detrimento del objeto y de su valor de realidad, pero
en cambio favorece la imagen, es decir, el resultado
de la fantasía creadora. La fuerza espiritual que
siempre había actuado en la metáfora se eleva ahora
a soberanía total. La metáfora se convierte en ima
*17
gen absoluta que sólo presenta ya lejanos restos de
“ copia” y que nace, más que de una comparación, de
un salto, y aun de un salto extraordinario. Ezra
Pound exige de la imagen metafórica que sea “ tor
bellino radiante en el que crucen veloces las ideas” ,
que tengan resonancia infinita. Un poema de Kay-
mond Queneau L’Explication des métaphores (en
Les Ziauto, 1943), dice: “ Las metáforas vierten sus
imágenes negativas en la nada, son pluralidad efer
vescente, dobles inventados de la verdad” . Y otro
poema dice: “ ...la poesía no olvida ciertamente que
el... viento unas veces se llama labios; otras arena”
(Aleixandre).
Para aclarar las ideas citaremos algunos ejem
plos. Éluard: “ En el tormentoso llano se pudren las
raíces de los suspiros” . García Lorca: “ La luna siega
lentamente el viejo temblor del río” . A veces la lírica
coloca la metáfora en forma de aposición inmediata
mente junto al objeto, creando así casi una identi
dad con él. Es famoso el escueto verso final de Zone
de Apollinaire que dice así: “ Sol — cuello cortado” ;
este verso transfigura la puesta del sol. O el de Gui-
llén: “ Octubre, isla de perfil preciso” . La metáfora
absoluta, en la que el objeto que se quiere comparar
ni siquiera se cita, o sólo se cita mucho más tarde,
se acerca aún más a la identificación y se aparta aún
más de la comparación. Así Krolow: “ Las monedas
de plata del río” . O Valéry: “ Este tranquilo techo” .
Sólo más tarde nos enteramos de que se trata del
mar. Si por un lado todas estas metáforas represen
tan una fusión forzada y anómala de cosas entre sí
lejanas, por otro las hay que son meramente diso
nantes. Alberti: “ Costas con frente de culebra” ;
García Lorca: “ La arena del espejo” ; Éluard: “ La
paja del agua” .
819
nes, exclusivamente propias, se mantienen en una
tensión deliberadamente insoluta frente a lo corrien
te y seguro. Incluso cuando semejante poesía es me
nos acentuada, se observa en ella esa extrañeza diso
nante, cuya congoja es encanto y cuyo encanto es
congcfja. La lírica moderna es como un gran cuento
jamás oído y muy solitario; en su jardín hay flores,
pero también piedras y colores químicos; frutas,
pero también drogas peligrosas; vivir sus noches
bajo las temperaturas extremas es terriblemente ago
tador. El que es capaz de oir, percibe en esta lírica
un amor duro, que quiere permanecer virgen y que
por eso mismo prefiere hablar a la enajenación o in
cluso al vacío que a nosotros. La realidad mutilada
o destrozada por la violencia de la fantasía es como
unas ruinas que sirven de base a la poesía. Encima
de ellas se edifican las irrealidades forzadas. Pero
en las ruinas y las irrealidades se encierra el miste
rio, y en virtud de éste escriben los líricos.
Lo que dicen, lo dicen en forma disonante: ya sea
expresando lo indeterminado por medio de deter
minantes, ya lo complicado por medio de frases sen
cillas, ya lo que no tiene fundamento por medio de
argumentos (o al revés), ya lo inconexo por medio
de conexiones (o al revés), ya lo espacial o lo intem
poral por medio de adverbios de tiempo, ya lo abs
tracto por medio de las fuerzas mágicas de las pala
bras, ya lo arbitrario por medio de formas rigurosí
simas, ya la imagen de lo invisible por medio de frag
mentos de imágenes sensibles. Éstas son las disonan
cias modernas de llenguaje poético. Pero continúa
320
siendo lenguaje, aunque sólo pocas veces sea un len
guaje destinado a la comprensión. Los poetas están
solos ante el lenguaje, pero éste solo basta para sal
varlos. Incluso los más solitarios saben que con ello
perténecen a una eternidad, es decir, a la eterna liber
tad del lenguaje para inventar, jugar, cantar y trans
formar.
Hemos tenido que recurrir casi exclusivamente a
conceptos negativos para describir la lírica moderna,
pero ha quedado demostrado con qué necesidad sus
distintas características, incluso anormales, derivan
unas de otras o se encadenan entre sí. Ésta es la
razón de que la lírica moderna pueda identificarse
en su estructura incluso cuando más misteriosamen
te habla o cuando más arbitrariamente procede. Su
íntima lógica al alejarse de la realidad y la norma
lidad, así como la aplicación de sus propias leyes de
extrema deformación del lenguaje, son también una
piedra de toque para apreciar la calidad de un poeta
y de un poema líricos. La antigua norma poética se
gún la cual un poema tenía que obedecer a una nece
sidad artística, no ha perdido vigencia. Únicamente
se ha transferido de las imágenes e ideas a las cur
vas sin significado del lenguaje o de la tensión. Éstas
pueden subyugar aunque aparezcan en un material
oscuro susceptible de múltiples interpretaciones; si
subyugan, el poema es bueno. Con el tiempo, y a base
de estas indicaciones, uno va aprendiendo a distin
guir a los seguidores de la moda de los verdadera
mente elegidos, a los charlatanes de los cantores.
Frente a la pintura y a la música moderna, la
sai
>. OS LA LÍBICA MODBBNA. - 21
gente se pregunta a menudo a dónde se irá a parar.
Las respuestas que se oyen no son satisfactorias,
porque no hay ninguna posible. Jamás se ha podido
pronosticar qué aspecto tendría un arte del porve
nir. Y la lírica moderna, que no menos que la pin
tura y la música parece haber agotado sus posibili
dades y a veces parece andar hacia su propia destruc
ción, tampoco sabemos cómo continuará. Lo único
que cabe hacer es comprender lo que es y cómo llegó
a serlo.
Es posible amarla y es posible rechazarla. Pero
lo mismo el amor que el alejamiento deben ser
conscientes.
APÉNDICE
Zone (1913)
(Fragmentos)
334
G u il l a u m e A p o l l in a ir e
Zona (fragmentos)
326
Me gusta la gracia de esta calle industrial de París
Situada entre la Avenue des Ternes y la Rué
Aumont-Thiéville
He aquí la calle joven y tú no eres sino un niño aún
Y tu madre te viste sólo de blanco y de azul...
327
Tu es debout devant le zinc d’un bar crapuleux
Tu prends un café à deux sous parmi les malheureux
Tu es la nuit dans un grand restaurant
Ces femmes ne sont pas méchantes elles ont des soucis
cependant
Toute^ même la plus laide a fait souffrir son amant
Elle est la fille d’un sergent de ville de Jersey
Ses mains que je n’avais pas vues sont dures et
gercées
J ’ai une pitié immense pour les coutures de son
? ventre...
829
P. V a lér y
Intérieur (1921)
330
P aul V a léry
Interior
Los Pasos
m
Si, de tes lèvres avancées,
Tu prépares pour l’apaiser,
A l’habitant de mes pensées
La nourriture d’un baiser,
P. Ê lü abd
8S9
Si, adelantando tu» labios,
Preparas, para calmarle,
A quien habita mi pensamiento
El alimento de un beso,
P. ÉLUARD
En la transparencia vagabunda
De tu cara superior
Son admirables esas bestias que flotan
Envidio su candor su inexperiencia
Tu inexperiencia en la paja del agua
Halla sin agacharse el camino de amor
sss
Par le chemin des côtes
Et sans le talisman qui révèle
Tes rires à la foule des femmes
Et tes larmes à qui n’en veut pas.
“ La violence...” (1982)
. Être (1986)
334
Por el camino de las cuestas
Y sin el talismán que revela
Tus risas a las mujeres en gentío
Y tus lágrimas a quien no las quiere.
La violencia
Ser
8SS
Tout le. reste est parfait
Tout le reste est encore plus inutile
Que la vie
Eœil (1942)
(Fragmentos)
S a in t - Jhon P er se
Destierro (fragmentos)
3ÍT
“ ...Moins de souffles flattaient la famille des
Jules; moins d’alliances assistaient les grandes cas
tes de prêtrise.
Où vont les sables à leur chant s’en vont les Prin
ces de l’exil,
Où furent les voiles haut tendues s’en va l’épave
plus soyeuse qu’un songe de luthier,
Où furent les grandes actions de guerre déjà blan
chit la mâchoire d’âne,
Et la mer à la ronde roule son bruit de crânes
sur les grèves,
Et que toutes choses au monde lui soient vaines,
c’est ce qu’un soir, au bord du monde, nous contèrent
Les milices du vent dans les sables d’exil...”
338
“ ...Menos susurros halagaban a la familia de lot
Julio8, menos alianzas asistían a las grandes castas
del sacerdocio
Donde van las arenas a su canto, van los Prínci
pes del destierro,
Donde fueron las velas tensas en alto se va el
pecio más sedoso que el sueño de un violero,
Donde fueron las grandes hazañas de guerra ya
blanquea la quijada de asno,
Y el mar a la redonda hace rodar su entrechocar
de cráneos contra los cantos de la playa.
Y que todo lo del mundo es para él cosa vana, he
aquí lo qué una tarde, al borde del mundo, nos con
taron
Las milicias del viento en las arenas del des
tierro...”
sso
monde m’est nouvelle!...” Et la naissance de son
chant ne lui est pas moins étrangère.
VI
VI
W j va pas
Tout est combiné d’avance
Le match est truqué
Et quand il apparaîtra sur le ring
Environné d’éclairs de magnésium
Ils entonneront à tue-tête lé TE DEUM
Et avant même que tu te sois levé de ta chaise
Ils te sonneront les cloches à toute volée
Ils te jetteront à la figure
L’éponge sacrée
Et tu n’auras pas le temps de lui voler dans les
plumes
Ils se jetteront sur toi
Et il te frappera au-dessous de la ceinture
Et tu t’écrouleras
Les bras stupidement en croix
Dans la sciure
Et jamais plus tu ne pourras faire l’amour.
J . PBáV BRT
No vayas
Todo esté, combinado de antemano
Está falseado el combate
Y cuando él aparezca en el “ ring”
Rodeado de fogonazos de magnesio
Entonarán a voz en grito el TE DETJM
E incluso antes de que te levantes de la silla
Doblarán por ti las campanas a voleo
Te arrojarán a la cara
La esponja sagrada
Y no tendrás tiempo de volar hasta sus plumas
Se lanzarán sobre ti
Y él te golpeará por debajo de la cintura
Y tú te desplomarás
Estúpidamente en cruz los brazos
En el aserrín
Y nunca más podrás volver a hacer el amor.
J. R. J im é n e z
A mi alma (1915)
me
en un tranquilo y puro vencimiento,
hace que la verdad ya no lo sea,
y que sea verdad eterna y sola
lo que no lo era.
SÍ.
¡ Sencillez divina
que derrotas lo cierto y pones alma
nueva a lo verdadero I
¡ Rosa no presentida, que quitara
a la rosa la rosa, que le diera
a la rosa la rosa l
Desvelo (1928)
El Grito (1921)
La elipse de un grito
va de monte
a monte.
¡A y!
¡A y!
¡A y!
El Silencio (1921)
Malagueña (1921)
La muerte
entra y sale
de la taberna.
La muerte
entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna.
>40
Canción (1921)
860
Canción de Jinete (1924)
Córdoba.
Lejana y sola.
Córdoba.
Lejana y sola.
SOI
Muerte (1935)
¡Qué esfuerzo!
¡Qué esfuerzo del caballo por ser perro!
¡ Qué esfuerzo del perro por ser golondrina!
¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja!
¡Qué esfuerzo de la abeja por ser caballo!
Y el caballo,
¡ qué flecha aguda exprime de la rosa!
¡ qué rosa gris levanta de su belfo!
Y la rosa,
¡qué rebaño de luces y alaridos
ata en el vivo azúcar de su tronco!
Y el azúcar,
¡qué puñalitos sueña en su vigilia!;
Y los puñales,
¡qué luna sin establos, qué desnudos!,
piel eterna y rubor, andan buscando.
Y yo, por los aleros,
¡qué serafín de llamas busco y soy!
Pero el arco de yeso,
¡qué grande, qué invisible, qué diminuto!
sin esfuerzo.
Alma ausente (1935)
358
DE) LA LÍRICA MODBBNA. - 23
Este es el prólogo (hacia 1935)
(Fragmentos)
Un libro de poesías
es el otoño muerto:
los versos son las hojas
negras en tierras blancas.
El poeta comprende
todo lo incomprensible,
y a cosas que se odian,
él, amigas las llama.
Poesía es amargura,
miel celeste que mana
de un panal invisible
que fabrican las almas.
354
B. A lb e r ti
“ Si mi voz...” (1924)
El ángel (1927)
355
No le preguntéis. ¡Prendedle!
No, dejadle.
Sin ojos, sin voz, sin sombra.
Ya, sin sombra.
Invisible para el mundo,
para nadie.
“ Se equivocó la paloma...”
Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.
Creyó que el mar era el cielo;
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.
Que las estrellas, rocío;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.
(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)
386
G. D iego
Insomnio (1930)
357
V . A i -b ix a n d r k
3R8
Las violentas alas
que azotan rostros como eclipses,
que parten venas de zafiro muerto,
que seccionan la sangre coagulada,
rompen el viento en mil pedazos,
mármol o espacio impenetrable
donde una mano muerta detenida
es el claror que en la noche fulgura.
Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navio, mitad noche mitad luz.
3G0
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Albor. El horizonte
Entreabre sus pestañas
Y empieza a ver. ¿Qué? Nombres.
Están sobre la pátina
862
Perfección del círculo ( 1950)
Su luz es divina:
Misterio sin sombra.
La sombra desdobla
Viles mascarillas.
Misterio perfecto,
Perfección del círculo,
Círculo del circo,
Secreto del cielo.
Misteriosamente
Refulge y se cela.
— ¿Quién? ¿Dios? ¿El poema?
— Misteriosamente...
308
Una Puerta (1950.)
Entreabierta, la puerta.
¿A quién busca esa luz?
Flúido el claroscuro.
Se trasluce, se esquiva
— ¿Para quién el silencio? —
Un ámbito en clausura.
Y el tránsito propone,
Dirige por un aire
Vacante, persuasivo.
Un silencio se aísla.
¿Familiar, muy urbano?
Huele a rosa diaria.
864
Noche de luna (sin desenlace) (1950)
Altitud veladora:
Descienden ya vigías
Por tanta luz de luna.
Y, planicie, la espera:
Callada se difunde
La expectación de espuma.
Voluntad de lo leve:
Adorables arenas
Exigen gracia al viento.
¡Ascensión a lo blanco!
Los muertos más profundos,
Aire en el aire, van.
Difícil delgadez:
¿Busca el mundo una blanca,
Total, perenne ausencia?
G. U n g a retti
L ’Isola (1925)
La Isla
367
Nascita d’Aurora (1925)
Canto (1932)
Canción
809
• na ?,* wr»n»RVi - * 4
E la crudele solitudine
Che in sé ciascuno scopre, se ama,
Ora tomba infinita,
Da te mi divide per sempre.
E. M o n ta le
“ Addii...” (1939)
370
Y la cruel soledad
Que cada uno, si ama, en sí descubre,
Ahora tumba infinita,
De ti me aleja para siempre.
E. M ó n ta le
Adioses
371
T. S. E l io t
( Fragmentos)
IT t
T. S. E liot
De La Tierra Desierta
374
iCuáles son las raíces que se hincan, cuál la rama
que sale
De esos restos de piedrat Hijo del hombre,
No lo puedes decir, ni adivinar, pues tú sólo conoces
Un montón de imágenes rotas, sobre el que cae el sol,
Sin que le dé cobijo el árbol muerto, ni consuelo el
grillo,
Ni el enjuto peñasco ruido de agua. Únicamente
Hay sombra debajo de esta roca roja,
(Vente a la sombra de esta roca roja),
Y te enseñaré algo que es por igual distinto
De tu sombra en la mañana que anda detrás de ti,
Y de tu sombra en el ocaso, que se levanta a tu
encuentro,
Te enseñaré la angustia en un puñado de ceniza.
375
And their friends, the loitering heirs of city
directors;
Departed, have left no addresses.
By the waters of Leman I sat down and wept...
Four Quartets
( Fragmentos )
V.
87«
Y sus amigos, los ociosos herederos de los directores
de bancos;
Se marcharon, sin dejar sus señas.
Junto a las aguas del Leman me senté y me eché
a llorar...
Cuatro Cuartetos
De “ Burnt Norton”
V.
377
Scolding, mocking, or merely chattering,
Always assail them. The Word in the desert
Is most attacked by voices of temptation,
The crying shadow in the funeral dance,
The loud lament of the disconsolate chimera.
ö . B bnn
Chopin (19%8)
Schwacher Liebhaber;
Schatten in Nohant,
wo George Sands Kinder
keine erzieherischen Ratschläge
von ihm annahmen.
378
Increpando, burlándose, o tan sólo charlando
Constantemente las acosan.
Y la Palabra en el desierto
Es la más atacada por voces tentadoras,
La sombra plañidera del baile funeral,
El lamento sonoro de la triste quimera.
(Trad. J. R. Wilcock)
G. B enn
Chopin
37«
im Gégensatz zu einem
mit Schmerzparoxysmen
oder durch Gewehrsalven:
man rückte den Flügel (Erard) an die Tür,
und Delphine Potocka
sang ihm in der letzten Stunde
ein Veilchenlied.
380
al contrario de aquella
con paroxismos de dolor
o a tiros de fusil:
arrimaron el piano (un Erard) contra la puerta,
y Delphine Potocka
le cantó en su última hora
una canción de violetas.
SAI
Wer je bestimmte Präludien
von ihm hörte,
sei es in Landhäusern oder
in einem Höhengelände
oder aus offenen Terrassentüren
beispielsweise aus einem Sanatorium,
wird es schwer vergessen.
M e eine Oper komponiert,
keine Symphonie,
nur diese tragischen Progressionen
aus artistischer Überzeugung
und mit einer kleinen Hand.
Bilder (1948)
882
■Quienquiera que le oyó
tocar ciertos preludios,
ya en una casa de campo,
ya en una tierra alta,
o desde las puertas abiertas de una terraza,
en un sanatorio, por ejemplo,
difícilmente lo podrá olvidar.
Jamás compuso una ópera,
ni una sinfonía;
sólo esas trágicas progresiones
por convicción artística
y con una mano pequeña.
Onda de la noche
Retratos
383
Brüchige Felle, Stoppeln, käsiger Bart,
blutunterflossenes Fett von Fuselräuschen,
gewandt, für Korn zu prellen und zu täuschen,
den Stummel fischend und im Tuch verwahrt;
K. K kolow
Liebesgedicht (1955)
Du bist schön.
Kühl und trocken ist deine Haut.
»84
resquebrajados pellejos, barbas mal afeitadas y
grasicntas,
gordura inyecta en sangre de inmundas borracheras,
hábil a estafar por trigo y a engañar,
pescando la colilla para guardarla en el pañuelo;
3L K holow
Poema amoroso
Eres hermosa,
Fresca y limpia es tu tez.
S86
>. D I LA LÍRICA MODBBNA. - 28
Dein Blick — sanft und sicher wie der eines Vogels.
Ich sage es dem schwingenden Wind.
Dein Nacken — hörst du — ist aus Luft,
Die wie eine Taube durch die Maschen des blauen
Laubes schlüpft.
M.-L. K a s c h n it z
Genazzano (1955)
Genazzano am Abend
Winterlich
Gläsernes Klappern
Der Eselshufe
Steilauf die Bergstadt.
Hier stand ich am Brunnen
Hier wusch ich mein Brauthemd
Hier wusch ich mein Totenhemd
Mein Gesicht lag weiss
Unterm schwarzen Wasser
Im wehenden Laub der Platanen.
Meine Hände waren zwei Klumpen Eis
Fünf Zapfen an jeder
Die klirrten.
886
Tu mirada — dulce y segura como la de un pájaro.
Se lo digo al viento que ondea.
Tu nuca — ¿me oyest — es de aire,
Que como una paloma se desliza entre las mallas del
follaje azul.
Levantas la cara.
Una vez más, sobre el muro de ladrillo, aparece como
una sombra.
Hermosa, eres hermosa.
Fresco como el agua era tu sueño.
A media voz hablo contigo.
Y la noche se quiebra como soda, azul y negra.
M. L. K a s c h n it z
Genazzano
387
SINOPSIS CRONOLÓGICA
390
Mallarmé, Divagations (poemas en prosa
y ensayos de teoría poética, compuestos
desde 1864 en adelante)
Mallarmé, Poésies (edición definitiva)
Mallarmé muere en Valvins
1898 Apollinaire se traslada 'a París
1898 Sáint-Johñ Perse se traslada a París
1899 García Lorca nace en Fuentevaqueros (Gra
nada)
1902 Alberti nace en Puerto de Santa María
(Cádiz)
1905 Picasso traba amistad con Apollinaire
1908 Apollinaire, L'Enchanteur pourrissant (en
él está contenida Onirocritique)
1910-: Ungaretti en París, donde establece con
tactos, entre otros, con Apollinaire.
1911 Saint-John Persé, Éloges
1913 Apollinaire, Les Peintres cubistes
Apollinaire, Alcools (en él figura Zone)
1914 Ungaretti se traslada a Italia
1914 Trakl, Oedichte
Trakl muere en Cracovia
1916 Apollinaire, Le poète assassiné
1918 Apollinaire, L'Esprit nouveau et les Poètes
Apollinaire, CalUgrammes
Apollinaire muere en Paris
1920 Menschheitsdâmmerung ; Symphonie jüng-
ster Dichtung, publicadas por K. Pinthus
1921 Garcia Lorca, Libro de poemas .
García Lorca, Poema del cante yondo
1921 Valéry, Charmes
1922 Saint-John Perse, Anabàse
1922 T. S. Eliot, The Waste Land
1922 Garcia Lorca traba amistad con el com
positor Manuel de Falla
1924 Primer manifiesto suprarrealista (André
Breton)
1924-] Valéry, Variété I-V
1924 Alberti, Marinero en tierra
1924 García Lorca, Canciones
391
1925 Ortega y Gasset, La deshumanización del
arte
1925 Móntale, Ossi di sepia
1925 García Lorca traba amistad con Guillén
y con el pintor Salvador Dalí
1926 Rilke muere en Val-Mont (Suiza)
1927 T. S. Eliot adquiere la nacionalidad in
glesa
1927 Benn, Oesammelte Oediohte
1928 Alberti, Sobre los ángeles
1928 Guillén, Cántico (primera versión)
1928 García Lorca, Canciones
García Lorca, La imagen poética en Don
Luis de Qóngora (conferencia, publicada
en 1932)
1928 y siguientes Móntale, Le Occasioni (1940) *
1930 y siguientes García Lorca en Nueva York; Poesías del
libro Poeta en Nueva York (1940)
1932 Éluard, La Vie immédiate
1932 Gerardo Diego, Imagen
1934 Segundo manifiesto suprarrealista (A. Bre
tón)
1935 García Lorca, Llanto por Ignacio Sánchez
Mejias
1936 üngaretti, Sentimento del tempo
1936 García Lorca es fusilado en Granada por
los franquistas
1936 Éluard, Les yeuso fertilea
1938 Valéry, Introduction d la poétique
1940 Saint-John Perse se traslada a los Esta
dos Unidos
1941 Gerardo Diego, Alondra de verdad (con
tiene composiciones anteriores)
1942 Aragón, Les yeuw d’Elsa
1942 Saint-John Perse, Exil
1944 Saint-John Jerse, Pluies
1944 T. S. Eliot, Four Quartets
1945 Valéry muere en Párís
1948 Alberti, A la pintura
1948 Benn, Statische Oedichte
802
1948 Stravinsky, Poétique musicale
1949 Prévert, Paroles
1950 Guillén, Cántico (redacción definitiva)
1950 Ungaretti, Terra promessa
1951 Benn, Probleme der Lyrik
1952 Éluard, Poèmes pour tous (contiene poesías
escritas desde 1917 a 1952)
1952 Krolow, Die Zeichen der Welt
1956 Benn muere en Berlín
893
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Mallarmé (1842-1898)
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revista Merkur, 1955).
6. Alem ania
406
Benn (1886-1956)
Trakl (1881-1914)
410
Lautréamont, Isidor Ducasse, Ovidio (Publio Ovidio Na-
ll’amado Conde de, 9, 24, són), 251.
4(5, 291, 305, 309, 389, 390.
Lehmann, W ., 315.
Palazzeschi, 13.
Lessing, G. E., 31.
Paracelso (T. von Hohen
Lévi, Éliphas, 210, 211.
heim), 166.
Locke, John, 29.
Petrarca, Francesco, 54.
Loerke, G., 10.
Picasso, Pablo, 24, 26, 125,
Lorca, v., Garcia Lorca.
170, 201, 271, 309, 311, 391.
Lucrecio (Tito Lucrecio Ca
Picon, Gaétan, 258, 276.
ro), 285.
Pichette, Henri, 255.
Pinthus, K., 7, 391.
Machado, Antonio, 29, 228. Platón, 92.
Maistre, Joseph de, 06. Poe, Edgar Allan, 50, 57, 58,
Mallarmé, Stéphane, 8, 37, 61, 63, 73, 74, 75, 76, 79, 85,
42, 47, 49, 54, 57, 58, 71, 106, 125, 141, 163, 164, 172,
76, 90, 147-220, 221, 223, 221, 230, 278, 300, 389.
225, 228, 229, 233, 236, 239, Ponge, François, 255, 258.
245, 249, 250, 270, 271, 272, Pound, Ezra, 105, 251, 252,
273, 274, 277, 280, 281, 284, 318, 390.
285, 286, 287, 302, 309, 389, Prévert, Jacques, 247, 313,
390, 391. 344, 345, 393.
Manet, Edouard, 390. Proust, Marcel, 134, 311.
Marc, Franz, 80, 319.
Marino, Giambattista, 175,
176. Quasimodo, Salvatore, 273,
Ménard, Louis, 142. 312.
Michaux, Henry, 279. Queneau, Raymond, 240, 318.
Michelet, Y. E., 211.
Montaigne, Michel de, 92. Racine, Jean, 25, 72.
Montale, Eugenio, 14, 251, Renan, Ernest, 89.
273, 302, 370, 371, 390, 392. Reverdy, Pierre, 237.
Musil, Robert, 259, 263. Rilke, Rainer Mariai, 13, 276,
Müsset, Alfred de, 40, 42. 280, 315, 316, 390,.
Rimbaud, Arthur, 8, 9, 25,
Nerval, Gérard de, 43, 389. 37, 45, 47, 68, 71, 83, 87-
Nobiling, 185. 119, 122-131, 133-135, 138,
Novalis (Friedrich von Har 139, 141, 142-148, 153, 159,
denberg), 23, 34-38, 48, 57, 161, 171, 179, 185, 186, 187,
58, 73, 74, 75, 80, 85, 119, 192, 199, 201, 205, 215, 217,
141, 172, 188, 215, 221, 242, 221, 224, 225, 226, 229, 233,
278, 389. 237, 239, 249, 251, 261, 264,
270, 276, 277, 279, 291, 292,
Orfeo, 219. 293, 294, 295, 298, 301, 306,
Ortega y Gasset, José, 228, 308, 309, 310, 312, 316, 389,
253, 254, 311, 317, 392. 390.
411
Rivière, Jacques, 8, 9, 145. Trakl, Georg, 13, 221, 259,
Rousseau, Henri (Le Doua 302, 312, 390, 391.
nier), 227. Tzara, Tristan, 292.
Rousseau, Jean-Jacques, 27,
28, 29, 80, 84, 63, 79, 94, Ungaretti, Giuseppe, 13, 148,
125, 180, 282, 389. 223, 235, 242, 255, 263, 269,
273, 274, 309, 366-370, 390,
Saint-John Perse (Alexis Lé 391, 392, 393.
ger), 18, 14, 105, 235, 238,
249, 250, 251, 252, 257, 259,
Valéry, Paul, 47, 57, 148, 165,
269, 274, 306-309, 312, 315,
336-343, 390, 391, 392. 181, 190, 211, 213, 223, 225,
238, 240, 242, 243, 244, 245,
Sainte-Beuve, Charles-Augus-
tin de, 213. 249, 250, 255, 274, 280-286,
Salinas, Pedro, 287, 272. 297, 302, 309, 312, 313, 318,
Sartre, Jeân-Paul, 258, 302. 330-332, 390, 391, 392.
Schelling, P. W ., 179, 195. Verlaine, Paul, 25, 28, 45, 47,
Schiller, Friedrich von, 23, 105, 116, 119, 122, 171, 255,
253, 311. 390.
Schlegel, Friedrich, 38, 43, Vico, Giambattista, 32.
62. Vigny, Alfred de, 40.
Sehröder, R. A., 10. Villiers de l’Isle Adam, Au
Shakespeare, William, 251. guste, 210.
Staël, Mme. de, 40. Virgilio (Publio Virgilio Ma
Stendhal (Henry Beyle), 60. rón), 72.
Stravinsky, Igor, 14, 57, 245,
319, 393.
Wagner, Richard, 251.
Supervielle, Jules, 269.
Swedenborg, Emmanuel, 69.
Swinburne, A. A., 148. Teats, William B., 13, 238,
271, 276.
Taine, Hippolyte, 89.
Tocqueville, Alexis de, 60. Zelter-Neukomm, G., 297.
412
ÍNDICE GENERAL
Pftgs.
P rólogo .................................................................................................... 7
I . Mira d a h a c ia a d elan te y m irada h a c ia a t r á s . 13
I I . B a u d ela ir e ............................................................................... 47
I I I . R im baud ...................................................................................... 87
IV . Malla r m é ................................................................................. 147
V . L a l ír ic a euro pea en e l siglo x x ............................. 221
A p én d ic e
Poemas del siglo x x con traducciones ............................... 323
G . A p o llin aire, Z o n e .............................................................. 324
P . V a lé ry, Intérieur ............ ............................................... 330
—, Les P a s ................................................................................. 330
P . É lu a rd , La Saison des A m o u rs ............................... 332
—, “ L a violence” ................................................................... 334
—, Être ....................................................................................... 334
Saint-John Perse, E æ i l ....................................................... 336
J . P révert, Le combat avec l’ange ........................... 344
J . R . Jim énez, A mi aima ................................................ 346
—, La luna blanca ................................................................ 346
—, Desvelo ................................................................................ 347
F . G arcía Lo rca, El O r ito ................................................ 348
—, El Silencio .......................................................................... 349
—, Malagueña ................... ...................................................... 349
—, Canción ................................................................................. 350
—, Canción de Jinete ......................................................... 351
—, Muerte ................................................................................. 352
—, Alma ausente ................................................................... 353
—, Este es el prólogo ....................................................... 354
418
Pága.
414
i! n e o m i i k n it i r: j i