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Arlette Farge (Francia, 1941) estudió derecho y luego historia del derecho. Se
doctoró con una tesis sobre El robo de alimentos en París en el siglo XVIII, a partir de lo
cual se consagró a la historia. Especialista en historia del siglo XVIII, se ha ocupado de
estudiar los comportamientos populares (opinión pública, familia, sensibilidades) a partir de
los archivos policiales. También ha dedicado su atención a la historia de las relaciones entre
hombres y mujeres, así como a la imagen, a la fotografía y a la escritura de la historia.
Conocida, entre otras obras, por haber dirigido el tercer tomo de la Historia de las mujeres;
es también directora de investigaciones en el Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas de Francia. Su investigación más destacada y una de las pocas publicadas en
español -junto con la que reseñamos a continuación- es “Efusión y tormento. El relato de
los cuerpos. Historia del pueblo en el siglo XVIII” recientemente publicada por la editorial
española Katz.
Aunque esta sea una reflexión e invitación general sobre el trabajo de archivo, Farge
utiliza su experiencia con el archivo judicial del siglo XVIII en Francia, formado por la
acumulación de hojas de demandas, procesos, interrogatorios, informaciones y sentencias
policiales que dan cuenta tanto de la ciudad 1 como de sus pobladores, de la elite y del
“pueblo”. Aunque su acercamiento no es solo general y reflexivo, pues en la primera parte
de este texto nos topamos con múltiples definiciones técnicas de los elementos constitutivos
de un archivo: Fuente, fondo, documento, etc. Así, por ejemplo, al iniciar una metáfora que
dé cuenta del carácter vasto (utilizando la analogía del “mar”) de un archivo, Farge explica
que esto se debe a su división en fondos, que son los conjuntos de documentos, bien sean
homogéneos por la naturaleza de las piezas que contienen, o encuadernados juntos
únicamente (pág. 9); así como también, al referirse a la utilización diferida que de él hace el
historiador en su práctica historiográfica (contrario al uso inmediato, propio de los usos
administrativos) la autora plasma la definición científica que se tiene comúnmente de
archivo:
“Conjunto de documentos, sean cuales sean sus formas o soporte material, cuyo
crecimiento se ha efectuado de forma orgánica, automática, en el ejercicio de las
actividades de una persona física o moral, privada o pública, y cuya conservación
respeta ese crecimiento sin desmembrarlo jamás” (pág. 9)
1
“Siempre despierta, la ciudad se mantiene vigilante; posee los medios para hacer que se manifieste su
opinión, buena o mala, sobre lo que le hace vivir, pues da miedo. Da miedo a las gentes de bien, a los
viajeros, a los policías como al rey, y conserva el misterio suficiente para hacer que nazcan a lo largo del
siglo XVIII innumerables notas de la policía que intentan que nada se oculte en su sombra. (…) el archivo
policial la muestra al desnudo, díscola casi siempre, a veces sumisa, siempre ausente, allí donde el sueño
policías desearía inmovilizarla definitivamente”. (pág.24)
En el pasaje “Huellas en bruto”, Farge intenta advertir sobre las implicaciones que
tiene enfrentarse a un archivo con ansias exclusivas de descubrir la verdad, pues el archivo,
como huella del pasado, petrifica momentos del pasado al azar y en desorden. Lo
importante entonces reside en la interpretación de su presencia, en la búsqueda de su
significación, en la ubicación de su “realidad” en medio de un sistema de signos (pág. 14).
Es decir, leer el archivo es una cosa y encontrar el modo de retenerlo e interpretarlo
(otorgarle sentido) es otra distinta, pues el archivo es solo un trozo de tiempo domesticado;
es solo más tarde, cuando se delimitan los temas, se formulan interpretaciones y se
organizan hipótesis para leer esas huellas que hemos legado del pasado, cuando aparece la
historia: Un encadenamiento que va precedido de, por lo menos, tres o cuatro momentos:
recolección, identificación2 y examinación. Para Farge, cada una de estas etapas estarían
diseñadas para privilegiar uno entre varios tipos de archivo: Los archivos judiciales: Por
ejemplo, al analizar la fase de recolección, Farge advierte que sea cual sea el proyecto al
que obedecemos, el trabajo de archivo obliga forzosamente a operaciones de selección y
separación de los documentos; la cuestión radica entonces en qué seleccionar y qué
abandonar, pues “la presencia de un archivo y su ausencia son signos que hay que poner
en duda, es decir, en orden”.
La reflexión ofrecida en este texto es, sobre todo, de carácter metodológico; solo así
podemos ubicar, por ejemplo, el pasaje a modo de epílogo titulado “del acontecimiento en
historia”, pues no podemos entender la función del archivo sin antes comprender o
peguntarnos por el objeto de nuestra atracción: los acontecimientos en historia. Los
acontecimientos suceden en la estrecha relación entre la palabra dicha (que podemos
rastrear y leer en los archivos cuando son consultados como fuente para la disciplina
historiográfica) y la voluntad de crear verosimilitud (es decir, la interpretación y uso que
hace de la lectura de los archivos el historiador), ya que cada actor da fe de lo que ha visto
y de la forma singular en que se ha vinculado al acontecimiento. Es sobre este punto que se
vuelve importante revisar si efectivamente el archivo sirve de observatorio social, pues
solamente lo puede hacer a través de la diseminación de informaciones fragmentadas: el
archivo aparece al historiador como uno de los lugares a partir de los que puede organizar
las construcciones simbólicas e intelectuales del pasado: “es una matriz que, por supuesto,
no formula “la” verdad, pero que produce, en el reconocimiento como en la extrañeza,
elementos necesarios sobre los qué basar un discurso de veracidad alejado de la mentira”
(pág. 75)
relaciones de poder y él mismo, relaciones que no solamente sufre, sino que las actualiza al verbalizarlas. Lo
visible, ahí, en esas palabras esparcidas, son elementos de la realidad que, por su aparición en un tiempo
histórico dado, producen sentido. Sobre su aparición es sobre lo que hay que trabajar a partir de ella hay
que intentar su desciframiento” (pp. 27-28)