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El Auge de La Humanidad
El Auge de La Humanidad
LOS LIBROS
DE SIRIO
INTRODUCCIÓN
Las situaciones contadas, tienen que ver con los primeros pasos de la
civilización que dio origen a todas las demás, pero dejando abierto el cómo
se originaron y lo que sucederá después, cosas que se cuentan en los otros
libros.
Muchas de las claves que están en el libro, tienen relación con las tareas
que nos esperan en el futuro.
Matías De Stefano
4
1
Alución y homenaje a la manera de comenzar una historia de los textos literarios antiguos.
5
PRÓLOGO
a
¡Yasin, Yasin, ven a ver esto, corre, rápido! (lengua árabe)
8
ciudad. Aun así, todos yacían sentados en las veredas, más bien los viejos,
ancianos que añoraban su juventud en los suburbios. ¿Qué había sido de
aquella modernidad que los había envuelto en una de las épocas más
oscuras de la era contemporánea? Los niños, ahora, tímidamente
dominaban las calles del atardecer. Jugaban en las plazas sin crear
problema alguno. Bueno, uno nunca puede pedir la perfección, pero esta
misma, como desde los comienzos, estaba en la cima de nuestras
prioridades.
Valentino había salido a por pan. Bajaba la calle en pendiente hacia la
plaza, donde se encontraba el negocio de los Baccioto, si es que así se
escribía. Las ventanas estaban abiertas, y de vez en cuando entraban
aquellas molestas pelusas que emanaban los árboles en su excitación
estival. Desde la silla donde yo estaba sentado, en la sala oeste de la casa,
donde había un gran espejo sobre aquel mueble, estandarte del recuerdo
europeo, de otras épocas, y una alfombra que pasaba por debajo de la mesa,
qué tontería, pensaba, la comodidad de los pies ensuciaba la casa;
Valentino tenía la costumbre de dejar caer varias cosas mientras comía, y
esa alfombra era símbolo de la esclavitud de quien limpiase; allí fuera,
como decía, podía oírse a través de la ventana a las mujeres que se
“gritaban” de un balcón al otro. El concepto de vecinos no era el mismo en
el norte que en el sur. Allí donde habita el frío, y donde por ende las gentes
son frías, en Inglaterra, los países bálticos, Alemania, donde cada uno se
crea un propio camino y nadie depende de otro para subsistir, no era más
que el reflejo opuesto a lo que era la vida más humana, la de los orígenes,
la mediterránea. Allí sí que se vivía la vecindad, que ni vecindad era, sino
que era toda una gran familia. Pensaban antes que la tradición de familia se
rompería, y así lo hizo en realidad, pero los genes eran mucho más fuertes
que cualquier otra cosa, y aquel concepto sureño, la “mamma”, no sería
desterrado tan fácilmente de esta ancestral nación.
_¡¡¡Carlo, Carlo!!! Lascia da gioccare con loro e vade già in piazza,
che fa d’hore che t’ho domandato il pane!!!a- los gritos de la “mamma”
incluso eran un gusto de ser oídos, a pesar de semejantes chillidos. Las
mujeres se apoyaban en los balcones, incluso parecía que caerían, pero
como las paredes estaban una tan cerca de la otra, estaba la posibilidad de
que se enganchase de las cuerdas de ropa, donde colgaban las enormes
sábanas, ya casi secas por el calor que había regido el día.
Debajo, en las calles, era todo un bullicio. Se oían los gritos de los
hombres en el mercado, parecía que discutían, pero simplemente hablaban.
Pasaba una moto, haciendo terrible ruido, pero a nadie le incomodaba. Sí
que había quejas, “¿a quién se le ocurría llevar una moto en este siglo?”
a
¡Carlo, Carlo! Deja de jugar con ellos y ve ya a la plaza, que ya hace rato que te pedí el pan!
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Todos marchaban hacia casa, los padres volvían de todos los sitios, las
viejas, estaban en casa, las mujeres volvían del trabajo y se encontraban a
hablar en las esquinas. A los niños se les hacía tarde, debían de llegar a
casa rápidamente, ya era la hora de comer. Yo me había quedado a hacer la
comida; era el invitado, pero era prácticamente de la familia. Valentino era
el hijo del mejor amigo de mi padre, y éramos casi como hermanos, yo a él
lo tenía como un hermano. Su nieto, Mariano, era como nuestra gran perla,
también como mi nieto, se me llenaba de amor y gozo el corazón cuando
me decía “abuelo”, mi gran nieto, ese niño de tan sólo nueve años de edad,
era un santo, un puro cristal sacado desde los fondos de la tierra.
Estaba preparando aquello que tanto le agradaba a mi padre, cosa que
durante su vida había amado, que era la paella española. Siempre quiso que
yo aprendiese a cocinarla, para que de viejo yo las preparase y él pudiese
disfrutarlas. En el día de hoy, mi padre ya había degustado varias paellas, y
yo seguí haciéndolas para la familia, a Valentino le encantaban.
Un bao de estrato de ajo revoloteaba increscendo por la ventana de la
cocina, que daba a las escaleras internas de los pisos contiguos, ellos les
decían casas a pesar de ello, y sobresaltaba ante la falta de condimento aún
de la salsa del arroz. Los trabajadores del campo, ¡tenían que ser!, el
vecino, Roberto, llegaba de su parcela en las afueras, he aquí la explicación
de semejante olor, olor “viril” del campo, sí, así, sin más decir, un olor a
transpiración que desmayaba. Se asoma por la ventana echando el olor
dentro de la casa, y con su indiscreta voz:
_ ¿È in casa Valentino!?
_ No, no, è andatto a cercare il pane.- decía yo en un italiano no muy
seguro del todo.
_ Okey, ci vediamo doppo! Arrivederci!b
La noche no tardó en ponerse, ya eran las nueve y media, y así y todo
aún se veía un vestigio de claridad entrando por la ventana.
_Mariano, alista il tabolo, prego.c- le dije inmediatamente que le oí
abrir la puerta.
_Ciao, nonno!; dond’è el nonno Valentino?d- me preguntaba en un
español muy camuflado con el italiano.
_ Fue a por el pan, ya debe de estar por llegar.
_ Qué piattos pongo?-
_ Se dice “platos”; pon aquellos hondos que están en la vitrina del
comedor.
Mariano ponía la mesa, y yo terminaba con los retoques de la comida.
Ya estaba todo listo, aún faltaba aquel rico pan italiano, para mojar en la
salsa; seguro que Valentino se había entretenido hablando con alguien.
b
¿Está en casa Valenino? / No, no, se fue a buscar el pan. / Bueno, nos vemos después! Hasta luego!
c
Mariano, pon la mesa, por favor
d
Hola, abuelo!; dónde está el abuelo Valentino?
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_Bueno, sí, algo así, de todas formas, esa es la historia más fantástica,
la que contaban los viejos de la época a los jóvenes, son tradiciones orales.
_ Eso es de vero?- dijo Mariano con los ojos bien abiertos.
_Uno puede decir que sí, otro puede decir que no, yo por mi parte,
creo las historias de mi padre.
_ Yo sí- dijo Francesco, con lo cual le sonreí.
_¡¡E yo!!- dijo Mariano mientras agarraba el helado que traía
Valentino para cada uno.
_Mmmm gelattie de los buenos- dije tomando una cucharada.
_Nonno Lucas! nos contarei contos del tu papa?
_¿Ahora?
_ Sí!, sí, dai, dai, prego!
_ Lasciate al nonno in pace, che c’è stancato dal viaggio! (dejen al
nono en paz que está cansado del viaje)
_ Bueno, eso es verdad, estoy tan cansado que se me cierran los ojos
después de esta comida. Mira, Mariano, hoy me dejas dormir, y mañana
estaré lúcido para contarte los cuentos que quieras.
_ D’acuerdo!- dijo con una gran sonrisa.
Ya era casi las once de la noche, y al día siguiente, pensábamos
levantarnos temprano para salir a caminar por el pueblo y el monte.
Mariano nos acompañaría, seguro que sería un guía incansable.
milenios atrás, unos seres bajaron del cielo y se apoderaron de las montañas
de Elion. Uno de esos seres, envuelto en luz, bajó de aquellos montes altos
del Oleípoles, y durante dos mil años, raptó mujeres y hombres, las mujeres
y los hombres más jóvenes, hermosas y hermosos de todas las islas del país
y las llevó consigo a las montañas. Allí engendraron muchos hijos, hijos
que tenían poderes, fuerzas sobrehumanas, humanos que ya no lo eran. Este
ser, fue adorado por las gentes mundanas de Elion, y fue llamado por ellos
como Zeíon. Muchas historias sucedieron entre estos mismos seres que
fueron poco a poco adorados como dioses. Libraron batallas con los
humanos, tenían hijos con ellos, los dirigían, incluso los ayudaban, pero un
día, todo cambió. Elion se había convertido en un mundo dirigido por seres
que se hacían llamar dioses, regidos por Zeíon, a quien también las cosas se
le escapaban de las manos. Sus hijos se extendían por el mundo, y algunos
dioses, incluso su mujer, Heria, se ponía en su contra por los celos. ¿Celos?
¿Qué dioses pueden tener celos? Ninguno, Mariano, los celos no existen
entre los dioses. Los cultos comenzaron a darse cuenta de que estos dioses,
eran falsos. Cuando los dioses estaban siendo investigados por filósofos de
otras regiones del mundo mediterráneo, estalló una gran guerra que
mantuvo a todos en un período de oscuridad y de guerra mundial en la que
todos los ejércitos del mundo, se vieron impulsados a dirigirse al gran
desierto, el Sahara. Los pueblos de Elion creyeron que esto había sido un
castigo por parte de los grandes dioses de las montañas, y los adoraron aún
más, incluso hasta el punto de dar la vida por ellos. En este momento,
Zeíon mandó a llamar a todos los demás dioses y se reunieron en el monte
Oleípoles, donde dijeron de permanecer ocultos hasta que el mundo se
calmase. Pasaron siglos, y el mundo ya se había vuelto a estabilizar. Los
dioses continuaron con sus quehaceres durante varios siglos después, hasta
que una guerra cambiaría sus realidades. Tres mil años más tarde, otra
guerra estalló en el Mar Negro, la guerra de Ilion. En ese entonces, Zeíon
se llamaba Zeyus, y el monte de los dioses, Oelimpô. Los dioses se
dividieron en dos bandos dentro de la guerra, y sus enfrentamientos detrás
de los ejércitos helénicos e ilionios, llevó a que tuviesen que ser exiliados a
nuevas juntas sobre el monte. Los humanos habían ejercido su deber en el
resto del mundo, y la junta mundial emprendió una persecución contra
todos aquellos seres que gobernaban a los humanos desde lo incógnito. Un
rayo de luz atravesó el cielo, y un sacerdote leyó el veredicto: “los dioses
humanoides debían abandonar las tierras”. Zeyus bajó la cabeza, sabía que
ya no tenía el suficiente poder como para luchar contra tantos humanos.
Elion, o Hélade, siguió rindiendo culto a estos dioses que durante milenios
los habían acompañado, pero este era el fin para ellos. Todos se reunieron y
Jefistion construyó un enorme barco para los dioses, que se dirigían al
exilio. Ellos rodearon las aguas del mar central de Elion, cruzaron la pata
del dragón y se dirigieron a las aguas de la Gran Grecia. Los humanos les
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habían dicho que no podían pisar las tierras de los vivos, por lo que Zeyus
dirigió a sus hijos a la tierra de los muertos. En las tierras itálicas, sólo
existían dos puertas a los mundos del Infierno, el inframundo, dos volcanes
en el sur. En la punta de estas tierras, el ser Karíbidis prohibió la entrada de
los exiliados a su isla, por lo que pidieron permiso a Eskilé para atravesar el
conducto montañoso de Ternia hasta el segundo volcán. Mira, hijo, mira las
montañas del oeste, ¿las ves?- dije señalándolas.
_...Sí…-
_ Allí, por aquellas montañas, los dioses pasaron caminando hasta el
Aguijón de Jadess, donde se encontraba en la bahía el segundo volcán, la
segunda puerta a los infiernos, a los caminos subterráneos del planeta que
llegan hasta el calor infernal del centro terrestre, obligados a permanecer
allí hasta la muerte, que para los dioses… es la eternidad.
_Wooow! ¿Y esa puorta… está aquí in Italia!?- dijo sorprendido.
_Hay varias puertas en el mundo, pero ésta es la más conocida de
todas, ya que varias personas bajaron por allí, atravesaron el río de Karonte,
y visitaron el mundo del Averno, y todo ello, habiendo salido vivos para
contarlo! Como Eneas, el Troyano, lo hizo una vez…
_ ¿Y dónd’è la puorta, nonno?f
_ Está allí, en un sitio donde has estado varias veces… es el Vesubio,
hijo, el volcán a los pies del cual yace Nápoles.
f
¿Y dónde está la puerta, abuelo?
g
Marianito, ¿¡pero qué dices!?
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2
Intento de escribir fonéticamente cómo hablaría un árabe traduciendo al español
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El Cairo - Egipto
los aromas de las especias egipcias, la mirra, el dulce té, los humos de la
cocina, o ese olor característico que emanaban las tiendas de antigüedades
y las de alfombras. Todo lo que había en esa ciudad, era un constante
éxtasis para los sentidos: colores vivos, olores fuertes y tajantes, mucha luz,
tacto áspero, seco, y mojado de sudor, calor incalculable, agobio,
cansancio, pero a la vez alegría y viveza; los olores de los té eran tan
fuertes que incluso podían degustarse, limón, canela, frutos secos,
delicias… aroma a pescado recién extraído del mar, penetraba en la nariz,
junto al dulce aroma de las frutas, dátiles, que tanto gustaban por su azúcar,
melones, sandías, cocos, bananas, melocotones, toda una orgía de sabores y
aromas que enriquecían el paladar y el mismo cerebro. Todo se
contrarrestaba con el fuerte olor a cuero que emanaban los asientos del
coche, ese olor tan característico de los coches viejos que se impregna y
cuesta de sacar en el día. La brisa fresca del aire acondicionado lo
debilitaba y hacía de mi tacto más húmedo, reparaba los cortes secos que se
habían creado en mi mano no más bajar del avión, esa sensación que
incluso crea un gusto extraño en la boca, que pide con ansias más saliva,
más agua.
Pensando constantemente en el agua, de repente veo el río, ese gran río
histórico del que mi padre siempre hablaba, “la cuna del mundo conocido”,
el Nilo, río que a estas alturas de su curso se veía sucio por las ciudades que
había ya pasado. Mi padre decía: “es como ver el reflejo del cielo en un
hilo de agua en la tierra, un espejo interminable, lágrimas de los dioses
caídas desde la montaña que acarician el desierto”, ahora, el agua se veía
gris a la distancia, incluso marrón, ya no era aquel espejo del cielo en la
tierra, y sólo un llanto de los dioses, no las lágrimas, podrían remediar
semejante error humano. Luego lo perdí de vista. Ya salíamos de la ciudad,
entrábamos en los barrios periféricos, hasta llegar a aquella enorme casa,
adornada al más puro estilo árabe, con columnas lánguidas en su frente,
arcos de cerradura en la entrada y las ventanas, vivos colores que resaltaban
con las palmeras y los arbustos que la rodeaban.
Un caminito tras una verja nos llevó a pie hacia el portal, donde el
señor Nsser tocó al timbre del portero automático y una voz atendió.
_ ¿Wa; shkun?h
_ Ana; Abdul, saidi; esstá aquí “said De Sstefanos3”
_ Ah! Wa, wa, dentro… por favor’…- dijo con una voz alegre, viva,
con esa particular bienvenida con que los árabes reciben a todo el mundo
en sus casas.
La puerta se abrió y entramos los dos.
h
¿Sí, quién es?
i
Yo; Abdul, señor;
3
said: se refiere a la palabra “señor” en árabe.
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Había un largo pasillo que dirigía hacia un jardín interno al final, a los
lados, con dos grandes portales, se entraba a dos salones de estar, uno
familiar, y el otro para visitas y fiestas, nosotros entramos en ese. Abdul me
ofreció asiento en un espectacular sofá árabe al que no pude rechazar.
Abdul se ofreció a traerme un baso de agua, y fue hacia la cocina. Un niño
de unos diez años pasó corriendo por el pasillo y gritó hacia el interior de la
casa un fuerte: _“Zlama, mama!”j- y mirándome de reojo salió fuera de la
casa. Ahmed era un hombre de familia, se veía que la cuidaba bien.
Mientras esperaba, observaba toda la decoración magnífica de la casa, con
jarrones egipcios y árabes, reliquias colgadas de las paredes, cuadros de la
familia, fotos de las pirámides, de excursiones, de sus hijos y mujer, de la
Esfinge… había estatuillas por todas partes. Una lámpara de araña colgaba
del techo, en el centro de la sala, y los sofás, parecían rodearla en un
cuadrado sobre decoradas alfombras persas que cubrían el piso de lajas de
la casa. Otra puerta más arriba comunicaba con la cocina, lo supe puesto
que Abdul volvía desde allí con el baso de agua.
Por la abertura principal del salón, apareció la mujer del said Ahmed,
con un precioso vestido color turquesa que llegaba hasta sus talones,
traslúcido, de una forma que podía verse el resto de sus ropas por debajo,
unos pantalones claros muy femeninos y una hermosa camisa de mujer.
Llevaba un pañuelo claro en la cabeza, y los ojos bien pintados y el rostro
maquillado. Era una mujer de unos cincuenta y cinco años de edad, pero
lograba aparentar unos cuarenta y pocos. Con un caminar sigiloso se acercó
a mí y me estrechó la mano:
_ Disce la sseniora Ahmed que ess un placer tenerle en cassa y que
disculpe la tardanzsa de ssu marido. Se esstá vistiendo para la ocassión.-
La mujer sonrió y volvió a dirigirme la palabra:
_ La sseniora Ahmed disce que se ssienta como en cassa, y que la
disculpe pero debe marchar al mercado con ssus hermanass.
_Oh, no, no, por favor, dígale que no se preocupe- dije yo ya de pie.
_ A’ Salam Aleikum, said…- dijo haciendo una pequeña reverencia
con su cabeza, a lo que yo respondí igual: _ Aleikum Salam.- en ese mismo
instante, cogió su bolso de un perchero junto a la puerta principal y se
marchó.
Cinco minutos más tarde, el señor Ahmed aparece por el portal del
salón con los brazos abiertos en señal de disculpa por la tardanza, marcado
con una gran sonrisa. Iazid Ahmed era un hombre de apariencia amigable,
delgado, pero más relleno que Abdul, cosa que demostraba su estatus en la
familia y en la sociedad. Estaba delicadamente afeitado, sólo una
prominencia de barba grisácea recorría toda su mandíbula inferior desde las
orejas hasta unirse en el mentón. Estaba levemente calvo por delante, tenía
j
Adiós, mamá!
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unos rasgos fuertes, nariz ensanchada, ojos redondos pero agatizados, piel
más bien oscurecida por el sol, leves arrugas en los ojos y la frente, me
hacía recordar en cierta forma a las fotos que mi padre me mostraba de mi
bisabuela y tatarabuela, que tenían descendencia española y del Al-
Ándalus. Llevaba una camisa blanca desabrochada en las mangas y los
primeros botones del cuello, con un pantalón caqui de explorador. Se
acercó a mí con un cierto ímpetu de familiaridad y me estrechó ambas
manos con sus dos manos a la vez simultáneamente, me dio unas cuantas
palmadas en los hombros y la espalda mientras me preguntaba cómo me
había ido el viaje y si me había gustado El Cairo, y luego, como me había
enseñado mi padre, al final terminó por estrecharme por última vez la mano
y llevarse la suya al pecho, cosa que yo también hice. Hizo unos gestos
muy movidos con los brazos, como estimulándome a que le acompañe
mientras esperaba que Abdul tradujese.
_ El ssenior’ disce que le acompañe a ssu despacho; por aquí, por
favor’.
Me llevó a través del pasillo mientras hablaba volátilmente sobre la
estructura de su casa. Parecía halagarse a sí mismo con todo lo que había
logrado, y alardeaba sobre su familia y sus hijos en especial. Hablaba de su
trabajo también, todo en cortas frases. Había estudiado arqueología, se
había dedicado años a las antigüedades, a las leyendas, a las historias sobre
el Mediterráneo y sus civilizaciones. Entramos al despacho, que más que
despacho era una enorme biblioteca que lo ocupaba todo, con planos
dispersos por un gran escritorio, con estanterías llenas de estatuillas,
símbolos, fotos, libros antiguos, plumas de escribir, papiros, diplomas en la
única pared libre… todo aquello que había en esa sala, lo hacía más una
reliquia de museo que un simple despacho de un arqueólogo.
Tomó una de las sillas de frente al escritorio de madera y la retiró para
que yo pudiese sentarme. Abdul se sentó en la otra mientras él se sentaba
en su gran silla frente a nosotros. Acomodó papeles que tenía delante, cerró
carpetas y enrolló documentos. Lo colocó todo en una punta del escritorio,
creando una pila de papeles enorme. Dejó vacío el frente, sólo colocó allí
una finísima carpeta, prácticamente vacía, con un bolígrafo arriba de la
misma. Apoyó sobre ésta sus dos manos juntas y me miró fijamente.
Suspiró con la boca abierta como intentando articular una palabra, e hizo
una señal a Abdul para que empezase hablar, al parecer, habían estado
practicando cómo hacerlo anteriormente, ya que con un movimiento de
mano, Abdul comenzó a traducir en primera persona, y sus palabras ya no
me sonaban tan extrañas como al principio:
_ Señor De Stefano, espero haya tenido un vuelo agradable, estará
cansado, ¿verdad?
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_...mmm… no puede leerse muy bien, y está escrito de una forma muy
rudimentaria sólo logro leer con claridad dos palabras, …esta de
aquí…emm… “n… tah…” y esta de aquí… “p-ia…ntw”…
_¿Qué significa?
_No lo sé, sólo entiendo palabras sueltas, esto llevará su trabajo
descifrarlo.- dije mirándolos alucinado.
_De acuerdo… el señor Ahmed dice que copie lo que hay escrito, que
le llevará a casa para que juntos puedan traducir el texto.
_¡Pero esto tal vez lleve días, incluso semanas, y necesito libros,
apuntes!- Abdul habló cuidadosamente con Iazid, ambos asentaban con la
cabeza. Luego Abdul se giró hacia mí.
_El señor Ahmed dice que está dispuesto a ofrecerle lo que necesite si
acepta quedarse a trabajar junto a él en lo que él califica el descubrimiento
del siglo… aunque muy precipitadamente.
Yo me giré hacia Iazid, observé detenidamente los bloques de piedra
de la cantera, y hablé sin espera de ningún receptor, simplemente al aire:
_…Es el deber, y un último favor…- me quedé mirando a la nada,
mientras los dos me observaban esperando una respuesta de mi boca.
Luego, me giré precipitadamente hacia ellos, y lo dije: _Necesitaré algo
para anotar… hay que copiarlo si queremos trabajar a gusto.
_¡¡Insh’Alá!!- dijo Iazid moviendo sus manos y estrechando las mías.
Durante dos días, con Iazid, como los niños que se entretenían con un
juego nuevo, no dejamos las palabras más que para almorzar y cenar. La
facilidad de ganar tiempo en Iazid, es que no era un devoto árabe, y no
rezaba ni un solo día, él sabía que la respuesta a la salvación no residía en
rezar seis veces al día, no obstante, gran parte de la población musulmana
estaba tomando en cuenta esta consideración de la religión; siempre un
paso atrás que los católicos en la evolución personal, pero más fieles a Dios
que éstos, ya que observé en mis tiempos de juventud, aunque más
atrocidades me contaba mi padre, que los católicos simplemente dejan la fe
de lado y a Dios lo ponen como símbolo de su imposibilidad de guiarse por
sí solos; los árabes, no son así, y por eso se les gana tanto respeto.
Al final de ese día último de arduo trabajo, si es que ese día había
tenido un final acaso, ambos pudimos leer un esbozo de la traducción de
los glifos:
“uor walon na-tah se árin-toh, sau halunn si hunn navtaris gudak yuth
uor navunn, akh eyuran bu hisath yeli pria-ntu naswg abap zbatof… worish
u inbrah un tah…”
Ambos suspiramos al leerlo, con una suave sonrisa de satisfacción en
el rostro y los ojos rojos del cansancio, supimos que debíamos dejar la
traducción para el día siguiente. Ese día nos levantamos tarde, y
caminamos un poco por el parque intentando absorber un poco de luz y aire
puros, bueno, es decir, de aire que no estuviese estancado. Platicamos,
como intermediario Abdul, por supuesto, de la lengua y las formas de
traducirlo. Estaba claro que había tecnicismos de la época, y tal vez, frases
hechas sacerdotales, tal vez, no era más que una lista de la compra, o un
gravado al estilo moderno de: “por aquí ha pasado el más guapo del
mundo, que lo sepan todas”, uno nunca podría saber eso a simple vista. De
todas formas, yo sí había deducido algo. Comenté que “pria” era como una
partícula que simbolizaba el hecho de hablar, y si ese pria iba unido a un
pronombre, el de tercera persona del plural, tal vez querría decir un verbo:
“hablan, comentan, dicen, cuentan…”. La palabra que pude descifrar,
“tah”, era horizonte, pero para aquella época, horizonte podía querer
simbolizar varias cosas, como “ir más hacia lo lejos; alejarse; venir de
lejos; amanecer; alba; venir; nacer; línea; etcétera…”, ¿cómo saber en qué
contexto estaba?
Toda la semana siguiente estuvimos trabajando en ello. Iazid procuró
que llegase desde Argentina con extremo cuidado todos los apuntes y libros
que guardaba de las lenguas de mi padre, para trabajar sobre ellas y probar
las relaciones entre las palabras.
Dos días más tarde llegaron, y comenzamos a trabajar sobre ello.
Buscamos palabras, frases, letras, sílabas, y lo unimos todo, pudimos ver
que habíamos tenido errores en la traducción fonética, y no tardamos en
arreglarlo. Al final, pudimos leer lo más cercano posible a lo real:
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“wor waelon nas-tah sih harin-toh, sau halunn sihunn nabtahlis godak
yuth wor navunn, ath edhuran bu hisath dheli pria-ntw nasong abo
zbatof… worish u ibrah w tah…”
Una semana más tarde, buscando palabra por palabra, relacionando los
significados entre sí y haciendo las relaciones, o siguiendo las pautas, que
mi padre había establecido para lo general, pudimos traducir algo que tenía
sentido y que nos llenó de una enorme emoción y satisfacción erizando
nuestra piel a pesar de nuestra ignorancia ante su significado:
“navegando desde el alba la barca hacia la sima del sol, y dios sonríe
y señala el campo del oeste donde la barca desciende, y en la noche mil y
siete estrellas, hablan desde lejos sobre (una / la) respuesta… el arca
renace en el alba…”
_ ¿Qué significa, Lucas?- preguntó Iazid en el traducir de Abdul.
Yo me quedé pensando, mirando a la nada, estuve divagando en mi
mente durante un rato mientras Iazid, luego de la pregunta, al verme a mí
en un estado de letargo pensativo, continuó con sus tareas ordenando la
habitación. Abdul le ayudó, y yo me quedé sentado en el sillón, pensando
en esa frase. Di vueltas a lo que bien sabía Iazid al haberla leído, era
aquella vieja leyenda, aquella historia explicada en el Libro de los Muertos
del nacer del dios Ra en el horizonte elevándose en su barca de sol, hasta
ponerse en el oeste, luchar en las tinieblas por los vivos y surgir renacido
en cada alba, situación a la que los egipcios rezaron siempre, incluso siendo
árabes sin darse cuenta, que es el sentido de la reencarnación, del culto al
dios sol, ruegan que nunca pierda una batalla que libra en el nombre de la
luz y los humanos.
Marian, la mujer de Iazid, nos trajo el té, con un exquisito pan árabe
para acompañar y unas tortitas que había preparado su hermana. Nos
sentamos los tres en el escritorio a tomar el té, que por cierto no es nada
que ver al inglés, podría pasarme horas tomando ese dulce té. Yo seguía
pensando, pero entablaba cortas conversaciones con los otros dos hombres
también en un profundo silencio pensativo. No sé si Abdul igualmente se
estaba dejando llevar por las hipótesis, o simplemente restaba sentado
esperando que alguien hablase para ejercer su profesión y poder llevarse un
sueldo digno. Yo seguía pensando, sin lograr encontrar aún esa relación
que necesitaba encontrar, hasta que, de repente… una gota de té se rebalsó
de mi tasa y cayó sobre la mesa. La observé, extendida en forma circular,
temblando como la gelatina, siendo ella misma una leve colina de agua
colorida de miel, que a pesar de su miniatura, logró causar semejante
sentimiento hacia mí que me incautó, me hizo prisionero de su misticismo
circular y me introdujo en su esencia. El círculo de agua, un círculo… un
ciclo… y en mis ojos, leído de la misma gota de té… las palabras que
siempre repetía mi padre:
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Carta al rey:
18 de Agosto del año 861
“Señor, hay muy buenas noticias. Siguiendo las costas por el sur
hemos encontrado un cruce de agua entre dos tierras, son como brazos
sosteniendo la entrada a un nuevo mundo. Del otro lado hay un extenso
mar que se pierde en el horizonte.”
Carta al rey:
1 de Febrero del año 866
“Señor mío:
Escribe Khom, ayudante del filósofo Åbu. Debo notificarle de una
mala noticia, y una buena. Åbu ha visto uno de sus objetivos, encontrar un
mundo nuevo en el océano de los Pilares. Se ha encontrado cerca de la
costa continental interior tres islas y cuatro islotes, de las que Åbu conoció
sólo dos. Murió en las costas de la isla más grande, a la cual él mismo
llamó en su lecho de muerte como Taknah, nombre de su pueblo natal.”
Hacía poco que los pájaros habían cantado. Los colores del alba
comenzaban a desvanecerse entre el azul pálido del cielo iluminado por un
fuerte sol, que comenzaba a imponer su reino en el día luego de la ardua
batalla en el mundo de las tinieblas. Se sentía inevitable la razón de un
cambio de clima pronto. Las aves migratorias surcaban el cielo en busca de
un hogar, normalmente cigüeñas moteadas en blanco y negro, quienes
seguramente aguardaban atentas de que nadie se percatase de su presencia
para sabiamente establecerse sin ningún tipo de vergüenza sobre los
tejados, donde aguardaban sus viejos nidos construidos años atrás y
utilizados año tras año. Sabias eran en este aspecto, puesto que parecían
conocer las leyes de la ciudad: si no había nadie para ahuyentarlas en vuelo
vivo, con colocar la primera pata sobre el suelo, ya tenían derecho de
anidar allí. Por eso, durante todo aquel mes, las mujeres, o aquellos
hombres a quienes mandaban las mujeres, se sentaban en los techos de las
viviendas con una escoba o un palo al que ataban fuertemente una bandera
o trapo, con el que simulando todos estar sacudiendo alfombras como en
los días de limpieza o como ganada una batalla en que se eriza una bandera,
gritaban y espantaban a las cigüeñas en su bajo vuelo sobre las terrazas.
Los patos venidos del este, tras las mismas aves de cuello largo, inundaban
los lagos y los puertos. Los pelícanos se convertían en una molestia diaria
para los pesqueros, a quienes robaban los peces que con apurado trabajo
35
4
Moneda de Khefislion, Khefis
36
sus padres, yacían en casa, acostados, o ayudando a sus parientes con las
tareas del hogar.
Tras las ventanas abiertas de las habitaciones, hacia los patios internos,
allí donde se hacían los primeros amigos en la infancia, se oían los
comentarios de la gente: “coloca esto aquí”, “estira la sábana”, incluso los
tarareares de canciones típicas que suelen cantarse bajo los rayos del sol,
que atravesando las ventanas e iluminando el blanco de las casas y las
sábanas recién lavadas, inspiraban como musas los olores puros y la luz, a
las caseras a realizar cánticos de alegría que provenían de los más
profundos sentimientos de la felicidad humana.
_¡Correo!- gritó uno con un bolso colgando del hombro. Era el cartero
del Registro.- Carta para Ejoni... carta para Tasmek... carta para Ebel...- de
repente se exaltó. ¿Una carta para él? ¿De quién? No conocía a nadie más
que de su barrio, y que no estaba muy lejos de allí. Entonces, tomó la carta,
se sentó y leyó detenidamente el remitente. Las cartas venían en rollos,
como un diploma, y el remitente o lugar de procedencia, se colocaba con
signos en la parte izquierda, y el receptor, en la derecha. Entonces leía para
sí en voz baja:
_Procedencia: “Léthan, distrito sur de Elektria”... Remitente: “Yefu
Karkonis de Akanis”… ¿Por qué me escribe este hombre?- se preguntó,
recordando a aquella víctima del gobierno con tal mal humor, que no dijo
siquiera adiós a la hora de irse. ¿Por qué le escribía, y por qué desde
Elektria? Y había otro detalle; por más que haya estudiado geografía, jamás
hubiese pensado nada sobre Elektria, ni siquiera dónde estaba. Se dispuso a
leerla:
“Ebel Konis de Khefis,
Te sonará raro que te escriba yo a ti, pero es
que no pude dejar de culparme por no agradecerte tu interés por gente
como yo. Por ello te ruego mil disculpas, y las gracias desde mi corazón te
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sala. Ebel miró a su lado, y el viejo lo miró con el rostro fruncido y los ojos
tan pequeños cubiertos por las arrugas que creó al enfadarse, que daba aún
más aire de terror a la situación. Sin decir una sola palabra, ambos
entendieron todo lo que debían decirse. Ebel se retiró tomándose las manos,
como queriendo asegurarse de que no le había roto ningún dedo de verdad,
y Habe, abrió el cajón para ocuparse él.
salida. Estaría listo en ese entonces, para coger todas las monedas de su
sueldo y dirigirse al puerto de Tanes, no muy lejos de la capital. Estaría al
alba del segundo día a pie esquivando los caminos del reino, y esa mañana
zarparía. Todo estaba a pedir de boca.
Esperaron ansiosos esos tres días, y al fin, la noche del día tercero,
había llegado. Intentaba disipar todo nervio de su cuerpo, inspirando y
exhalando profundamente. Caminaron hacia las afueras, hasta donde se
encontraban las puertas bajas del alcantarillado.
_Ten cuidado...- le dijo su compañero. Asintió con la cabeza, y
desapareció en la oscuridad extendiendo el hilo blanco. Iba acompañado de
un pequeño farol que iluminaba sólo su contorno y tres pasos más allá de
sus pies. Todo estaba frío y húmedo, era terrorífico y el miedo comenzaba a
hacerse visible en los bellos de su piel, que comenzaban a erizarse. Pero
todo sea por salvar esos papeles de la humedad y de los insectos, o del Rey,
y buscar un nuevo sentido a la vida.
Luego de media hora de camino, dio con un entramado mayor, ese era
el pasillo que lo llevaría hasta las cámaras subterráneas. Corrió sin miedo
por el pasillo hasta el final, y a la derecha, un hueco precedido por dos
escalones, daban a una cámara, al fin. Ésta estaba repleta de cajones y
papeles por doquier; ahora comenzaba el trabajo de búsqueda. Comenzó a
buscar en los cajones más grandes, pero no había nada, lo había cambiado
todo de sitio. Entonces, cuando estaba perdiendo las esperanzas, vio
colgado de una biga, un bolso con un grabado a mano en tinta, que decía:
“Åbuis Nemineki” (Archivos de Åbu).
_¡Sí!- se dijo a sí mismo en canto de victoria. Lo cogió, miró en su
interior, llenó el bolso que llevaba consigo de los archivos, y cuando iba a
dejar el bolso nuevamente:
_¡¡Ey!!- otra luz apareció en la cámara. Un miedo terrible subió por
todo su cuerpo hasta ponerlo rojo y empapado de transpiración en un
segundo. Su corazón comenzó a palpitar a una velocidad terrible, y parecía
que no daría más con sus fuerzas, sus manos se debilitaban por los nervios.-
¿¡¡Quién eres!!?- quitó el guardia ya corriendo hacia él por entre los
archivos y cajones. No supo de dónde, pero desde el estómago subió una
fuerza que antes no estaba, ni que jamás había sentido, creyó que pudo
haber sido aquello llamado “adrenalina”, puesto que en un acto de reflejo,
cogió uno de los archivadores de madera y lo partió contra el cuerpo del
guardia, quien cayó al suelo desmayado. Comenzó a correr por los pasillos,
y sus nervios volvieron a subir. Otro comenzó a seguirlo, y venía mucho
más rápido de lo que iba él. Tenía ventajas, porque era más pequeño, y se
movía con mayor facilidad por el alcantarillado, pero así y todo, el guardia
no se resistía. Entonces comenzó a escuchar a su compañero cantar, más
bien tararear una canción, y supo que estaba cerca, le gritó.
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parado al ras de los últimos rayos del sol, como si se tratase de un híbrido
entre hombres y dioses. Sostenía un arpón en la mano, y en el suelo, yacía
el guardia con la cabeza empapada en sangre.
_Yussa decir tú deber llegar a tierra tú querer, y tú llevar mí a casa.
_¡Has matado a un hombre!
_Yussa decir si yo no matar a él, él matar a ti.- La mole, aunque no tan
grande al Ebel estar de pie. Lo cogió y lo llevó al barco.
_Viene conmigo- agregó al subir.
_Esto se está poniendo un poco raro y fuera de contexto, se escapa de
mis límites- decía Taken.
_¡¡Vamos!! ¡¡Vayámonos antes de que lleguen más!!- el barco zarpó.
_¡Me habéis metido en un lío!- gritaba Taken- ¡¡Llevo un asesino y un
prófugo del Reino, eso implica mi decapitación!!
_Ven con nosotros y encontrarás cobijo, ¡ahora, vamos!
Sin pensarlo Taken aceleró la marcha. Veinte de cada lado en las fosas
del barco, remaban sin cesar. Ebel se unió para ayudar, y Auhmehh lo hizo
también. Pronto se perdieron entre las olas, las olas que daban paso al
comienzo del Mar de Athlas.
No podrían parar a repostar en Tabnis, por lo que siguieron adelante,
como próximo destino: Elektria.
_¿Es Dios?
_Sí, Dios... Yussa habla a nos en sueño, quien oye, también despierto;
Yussa viene a tierra de mí, junto río donde árboles pocos. A veces habla
con viejos; ellos dicen en pequeño sol viene y habla de nos y de todo.
_¿Y él te habló de mí?
_Ella no antes, poco tiempo hace me dijo de ti existir, en mío sueños.
Ella dice tu vivir para seguir a nueva tierra.
_¿Ella te hizo naufragar?
_Ella hacer todo; naufragar para a ti encontrar, fue su hacer, porque
era mío deber.
Ebel pensó mucho en ello. ¿Qué necesidad tenía esa tal Yussa de verlo
llegar al Nuevo Mundo? ¿Y por qué utilizaba a Auhmehh? El día pasó, y
así el siguiente, y el norte estaba cada vez más cerca.
_Uma, yatak sven be…- dijo en un dialecto athlante del que dedujo
que quería que su mujer atendiese. Y sí, así fue. La mujer tomó su lugar. El
hombre se limpió las manos con un trapo que estaba sucio de pescado, y se
dirigió fuera del escaparate, apartando a Ebel de la clientela. Entonces,
susurró a pocos centímetros de la cara de Ebel con un tono amenazador:
_Tú vienes de la Capital, ¿verdad?
_Sí, señor...
_¿Qué quieres de Hauekeneptut?
_Es un viejo amigo, él me dijo que viniese.
_¿Cómo puedo creerte?
_Yo soy el que le ayudó a venir aquí...- el hombre refunfuñó y se
volvió hacia atrás mientras seguía limpiándose las manos, las que
emanaban un fuerte olor a pescado.
_En el puerto...- dijo al fin.- lo encontrarás si preguntas por él cerca de
un barco que se llama Haue Genon.
Ebel dio las gracias y se marchó bajo la constante vigilancia del
comerciante.
Cuando llegó al puerto, no tardó en divisar el barco. Se acercó y gritó
a un hombre que arriaba las velas, preguntando si conocía a Hauekeneptut.
_Yo soy Hauekeneptut.-dijo sin darse la vuelta.
_¿Yefu? ¿Yefu Karkonis?- entonces se giró.- Es imposible...
_¿Quién me busca?
_Soy Ebel.- entonces saltó del barco en dos brincos tomándose de las
cuerdas que colgaban desde lo alto, y se colocó frente a él. Lo miró, y de
repente, le dio un abrazo.
_¡¡Qué alegría verte!! Pensaba que jamás vendrías por aquí.
_Te veo… muy diferente.
_Pues, la verdad que sí, estoy completamente renovado. Afeitado
como si fuese rico, peinado como si fuese un juez...
_¿Y las cicatrices de tu rostro?
_Aquí lo curan todo! Vamos a comer, te lo contaré todo, y tú me
contarás sobre ti, como quiénes son los que te acompañan, por ejemplo.-
decía con una amplia sonrisa con la que mostraba sus amarillentos dientes.
En una taberna del puerto, mientras comían, se contaron todo lo que
había ocurrido. A Yefu le fascinó completamente la historia de Ebel y
Jepeu, y los comentarios fantásticos de Auhmehh. Yefu estaba muy
protegido por los comerciantes, porque sabían su historia, y como todos
desconfiaban del Gobierno Central, pensaban que todo aquel que
preguntase por él, sería para llevarlo a ser juzgado, pasándose las normas
por donde termina la espalda.
_Ey, chicos, si es necesario, ya os llevaré yo- dijo Yefu cambiando
totalmente de tema.
_¿A dónde, de qué hablas?
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_Tú sabes muy bien cómo lo he llevado yo. Las mujeres de Elektria
somos fuertes, y todas las mujeres de nuestra familia bebieron del mismo
cáliz, llevamos la fuerza en nuestro interior, tu puedes hacer cuanto quieras
y cuanto desees hacer, no hay ser sobre la tierra excepto Dios, capaz de
quitarnos la fuerza…
_...Lo sé…
_En cuanto encontremos el mundo del que mami nos hablaba- decía
Sawe a su hermana cogiéndola por los hombros y hablándole a 5
centímetros de su rostro, ojos ante ojos, arrodilladas una frente a la otra y
duras como la piedra- te vendré a buscar, te lo prometo… y te haré reina de
todo un reino, de toda una isla!- eso produjo una sonrisa en su hermana.
Ambas se acercaron, apoyaron sus frentes y narices y se tomaron de las
manos a la altura de la cabeza.
_ Sawema, tarialni arinta…- (Señora Lider y Majestuosa, respetada y
onrada señora Sawe, tomo de tu mano el poder de los caminos…)
_ Sa odarilith…- (Y yo te los ofrezco hasta la luz eterna…) Se quitó
del cuello un bello colgante de perlas de mar y caracolas con un rombo
largo de esmeralda que colgaba entre sus pechos, corona de la casta fémina,
y lo colocó suavemente en el cuello de su hermana.
La tradición era entre estas mujeres especiales, el mutuo contacto
durante el traslado de poder, la unión de la mente y el aire, es decir la frente
y la nariz, y el paso de la corona o cetro, todas postradas en un collar
simple pero hermoso, y curioso era aquello de que no era quien abandonaba
su puesto aquel que lo ofrecía a su abdicado, sino que era este mismo quien
lo hacía, y el líder debía decidir la aprobación o la negación. En este caso,
fue muy bien y rápidamente comprendido todo.
En poco tiempo, salió de la carpa y se dirigió con los dos. Cuando se
estaban alejando de la zona de hospedaje, un grito les pone en aprietos y la
piel de gallina.
_¡Ey, alto!- era un feriante, vestido de blanco.
_Tranquilo.- susurró Sawe,- es joven.
_¿A dónde va, señora?
_¿Acaso tú me vigilas?
_...No... pero usted es del clan, y debe estar protegida por nosotros y
protegiéndonos usted a nosotros.
_Ahora está mi hermana...
_No puedo permitir que se vaya, le diré a los mayores.- dijo dando dos
pasos hacia atrás.
_Espera...-
_Espera!- interrumpió Ebel.- Si te callas, los dioses te darán buena
vida... y... y la Señora Sawe te traerá regalos para ti y para tus padres a su
regreso...- el chico miró con cara de indiferencia. Entonces Sawe aclaró a
Ebel en voz baja:
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El Tagokk, Athlanis
genes eran mucho más potentes que los de los demás, eran prácticamente
“hombres de las estrellas”. Tres niñas y dos niños, de entre los cuales uno
era uno de los mellizos, fueron llevados a las estrellas de los Fundadores
para vivir con ellos. Los demás, quedaron en este mundo. El mellizo que
quedó aquí, al crecer mostró grandes habilidades telepáticas, digna de los
dioses, y por ello, fue nombrado Rey, por su poder y su sabiduría. Sus
genes quedaron latentes al pasar a su hijo, y éste los continuó pasando sin
quedar demostrados, aunque la leyenda dice, que un día en que el Rey del
cielo se junte con el Señor de las Tierras, y la estrella Roja, antiguo hogar
de los Fundadores, hable a nuestro mundo de cerca, aquellos que
mantengan el linaje en la sangre desde la primer copulación, renacerán de
las cenizas, y crearán un nuevo mundo. Los seres de las Estrellas siguen
habitando, según sé, en las tres islas de las sacerdotisas, y cada tanto se
asoman al Gobierno Central. Seguramente la muerte del Rey los hará
aparecer tarde o temprano.
_Siento que digas que estoy preparado, pero no logro creerme esta
historia… Es una historia fascinante, y lo que más me fascina de ella, es
que digas que yo lleve genes de ese estilo, que mi sangre sea humana, y de
otro ser que no es de aquí, es algo que no me entra en la cabeza.
_Nadie que habite estas tierras, el Reino de Khefis incluidas todas las
islas, tiene la sangre pura humana. ¿Por qué crees sino, que no se recuerda
un comienzo duro de este país? Quiero decir: ¿Ha habido peleas o lapsos
intermedios de historia que nos hallan permitido llegar hasta aquí? …No,
esas partes de la historia no existen en Khefis, porque nunca las hubo, todo
fue hecho por el orden, y por los Fundadores. El único que todos hemos
conocido sin sangre de los antiguos linajes, es tu amigo, el oscuro, él es
totalmente humano, desde los comienzos.
_¿Qué sabes de Athlanis?
_Athlanis fue creada por los expedicionarios que viajaban en busca del
Nuevo Mundo. Esta ciudad es la única habitada por gente, y todos son
protectores del Canal Medio, el único paso a las aguas del Nuevo Mundo.
El mar de Athlas y el Tagokk, han sido, una vez olvidados por el Gobierno
Central, moldeados por las manos de los Fundadores, ellos enseñaron
muchas cosas a los habitantes del Tagokk y a los habitantes de las Siete
Islas, por ello esta es tierra sagrada. La ciudad intenta ser una réplica de la
Capital, con sus calles en círculos y puentes, está casi introducida en el
mar, porque de él vive. Dicen que del norte se encontraron con otros
humanos, puros, no tan oscuros como tu amigo, que caminaban por las
costas y los centros del Tagokk; por ello, hoy la gente de Athlanis, es de las
más mestizas de la época, y sus formas son muy bellas para ser, la mayoría,
de tez oscura. Esto demuestra que el negro del humano prevalece por sobre
el blanco de los Fundadores, y el calor tiene mucho que ver. Cuanto más
calor y sol hay, más oscuro uno es, y cuanto más frío, el rubio y el blanco
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ganan, eso es porque los sitios donde los Fundadores vivían, todos eran
fríos.
_¿Quién sabe qué nos encontraremos más allá de Athlanis, verdad?-
preguntó Ebel con una mirada perdida, preguntando más bien al todo que a
ella.
_Espero que belleza y riqueza, en resumidas cuentas, el legendario
Nuevo Mundo.
No habían anclado aún, que la gente ya los miraba como lo que eran
allí, extraños. Todos parecían ser muy reservados, y más aún ante un barco
que indicaba claramente pasajeros del Reino. Se detuvieron y bajaron a los
andenes del puerto. La ciudad se veía hacia atrás, ya que una enorme calle
dirigía al centro de la misma, aunque para llegar al interior se debían cruzar
algunos puentes, como en la Capital, aunque no tan grandes. Por allí
caminaron hasta llegar a la casa de gobierno escoltados por las miradas de
los ciudadanos. La ciudad no era muy grande, tal vez se concentraban en
ella todos los habitantes del Tagokk entero, y como muchos hablaban entre
sí, daba a entender que todos se conocían, como si en vez de ser ciudad,
fuese un pueblo. Aquí la gente no vestía como en la capital. Vestían túnicas
hechas de cueros de animales, ropajes de cabras, ovejas, vacas y otros no
conocidos por los visitantes. En los pelos se hacían peinados con diferentes
instrumentos, huesos perfectamente tallados hacían de peinetas, y llevaban
tanto mujeres como hombres aros de piedras brillantes. Escultores sentados
en las calles hacían figuras con barro y piedra, ladrillo, calcaban en imagen
a las mujeres y los niños, animales y a los hombres. Iban muchos
descalzos, como si ellos hubiesen llegado del futuro en lugar de venir del
Reino. Algunas mujeres, caminando entre el gentío, hablaba realizando
cánticos, mientras otras aplaudían. Largas vocales y chillidos salían desde
sus gargantas, estirando la cabeza hacia atrás, por el éxtasis que provocaba
la canción, tal vez, o la mayoría, simplemente por llevar la compra atada a
la cabeza. Extraño, pero cierto; llevaban canastas envueltas en sábanas que
ataban a los hombros y a la frente, que ejercía la función de un apoyo o
sujetador. Había niños que iban desnudos, y casi todos eran morenos. Las
casas en un principio eran cuadradas en la base, pero los techos eran como
74
¿Habéis visto? Esto no es más que una leyenda, y si hoy hubiese alguno, el
Rey ya lo habría matado.-
_Imposible... han asesinado al Rey.- entonces el ambiente se llenó de
seriedad y tensión. Las sonrisas de ambos hombres se borraron de los
rostros. Los ojos se abrieron de par en par, y quedaron perplejos ante tal
respuesta. Suspiraban miedo, inseguridad, pero a la vez, se pudo percibir un
aire liviano de entre tanta pesadumbre. El secretario tragó saliva y volvió a
emitir una sonrisa, esta vez falsa.
_Lo siento... me he quedado sin palabras...- dijo duro.
_Es igual, le creemos, preguntaremos a alguien más, o viajaremos al
pueblo del oeste, si allí no nos saben responder, tal vez, esto se haya
acabado. Gracias de todas formas.
Dieron media vuelta y salieron por el portal a través del pasillo de
columnas.
Se dirigían hacia la plaza, mientras hacían entender a los demás que
era imposible encontrarlos. Cuando se reunieron, planearon un viaje al
oeste del Tagokk dos días más tarde, si no se tenía respuesta de la
existencia de aunque sea algo referente sobre el clan de los Khómobis.
Ahora no quedaba más que las esperanzas, puestas en las manos de los
dioses, en la diosa del Azar, en la misma existencia; no había más que
decir, ni más que hacer.
Prefirieron no llamar la atención dentro de Athlanis, por ello
durmieron en el barco. En el gobierno de la ciudad ya sabían que por
cualquier novedad respecto al tema, el barco estaba identificado, y por lo
tanto, abierto a cualquier noticia tanto del secretario, como de un
ciudadano.
Toda la noche se pasó observando esa extraña moneda más grande que
cualquiera de las que había visto. Su color plateado, más bien metálico, lo
hipnotizaba, era tan extraña, que no podía dejar de observar cada una de sus
grietas. ¿Por qué?, pensaba, ¿por qué esta moneda tenía tanta importancia
para los Khómobis? ¿Qué significaba? Esto vivió incluso en sus sueños. No
dejó de mover su mente de un lado a otro respecto al tema. Una barca
enorme se alejaba, y veía cantidad de balsas, aunque vacías, pero que
remaban todas en una misma dirección. El cielo estaba enrojecido,
anaranjado, y el agua verdosa y teñida de un fuerte azul marino. Las tierras
se abrían ante el paso de las barcas por la majestuosidad con la que
viajaban. Un ave rozó el cielo, lo surcaba como si fuese parte de mismo
aire, tan veloz que no podía detectarse a simple vista. Se gira y ve una
ballena, una enorme ballena que sacaba todo su cuerpo del agua, como
intentando hablarle, tal vez lo hizo, le habló, y le dijo lo que sucedía, o tal
vez pronunció una de esas frases que cuestan descifrar, aquello que en una
isla, sabía, le habían puesto nombre: acertijos. Recordaba algo de lo que le
dijo la ballena dentro del mismo sueño al cursar un largo camino ya en el
77
fijo, tapaba la mitad de sus orejas y rozaba las cejas con su desparejo
flequillo, se revolvía entre la suave brisa del amanecer, y las olas del mar
parecían ondular en el mismo sentido, dirección y forma, que aquellos
trazos más largos de su cabello en lo alto de su cabeza, como un mar de oro
opaco y terrazgo de primavera. Cerraba los ojos a medida que avanzaba el
sol, aún sin verse, pensando que sin ver el paisaje, lo percibiría con más
fuerzas; una leve y ciega sonrisa invadió su rostro, intentando saborear la
plenitud, sentía todo lo tenía a sus pies, y en caso contrario, en sus manos...
Entre esa melosa música del mar que parece despertar a las sirenas en su
canto, una fría mano rompió el encanto de la situación posándose en el
hombro desnudo de Ebel, quien se exaltó y tomó rápidos reflejos como
para en un segundo ver cara a cara a su “agresor matinal”.
Por un momento, se llevó un terrible susto, ¡Un fantasma!, pensó de
primero, puesto que para él, de golpe, fue como reencontrarse con aquel
que le salvó la vida, quien ahora se había convertido en un regicida, y lo
que era peor aun, en un cadáver. Un hombre de su misma estatura vestía
una túnica negra de pies a cabeza, igual y con los mismos modos que aquel
de la Capital. Cuando Ebel estaba por decir alguna frase incoherente, sin
dejarlo siquiera respirar una gota de aire más envuelta de la insaciable
intranquilidad y duda, el hombre se quitó la capucha, descubriendo su
rostro.
_Ebel Konis, ¿verdad?- preguntó con un rostro no muy gustoso.
_¿Qué desea? ¿Quién es? ¿Por qué viene a estas horas?- preguntó
exaltado.
_Las respuestas van como las preguntas, joven... de a una...- decía
mientras miraba alrededor intentando divisar algo.- He oído que buscáis a
los Khómobis, ¿verdad?- entonces Ebel lo recordó.
_¿Usted es aquel hombre que estaba leyendo en la casa de Gobierno?
_...Sí...- la respuesta tardó un poco en llegar.-¿Qué queréis de los
Khómobis?
_¿Existen, viven?
_¿Desde cuándo una pregunta es respuesta a otra pregunta, jovencito?
_Lo siento...- retomó la pregunta anterior- Un Khómobis de la Capital,
tal vez el único en la Gran Isla, me dijo que me dirija a Athlanis y busque a
los suyos, para dar a su familia un recado, y que así ellos me guiarían al
Nuevo Mundo...
_¿Al Nuevo Mundo? Estás loco, chico, nadie va allí, es más, ni
siquiera existe.
_¿Entonces por qué se interesa en saber sobre lo que queremos?
_Lo que yo no entiendo es una cosa... ¿Por qué un Khómobis confiaría
a un joven chiquillo de la Capital un recado para su familia, tan importante,
y la búsqueda del Nuevo Mundo?
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Villa Thania
el mapa de la tierra que quiso para siempre olvidar. De ser aquel viejo
desagradable que conocía Ebel, pasó a ser su héroe y ejemplo claro de
valentía.
_Él me dio esto para usted...- dijo Ebel sacando una pequeña bolsita de
tela atada con un hilo. Imau lo tomó en sus manos y la abrió. Cuando sacó
de su interior la moneda de plata, su rostro cambió totalmente, el rostro que
pondría un pobre al abrir la puerta de su casa y encontrarse un millón de
lingotes de oro entre perlas, joyas, diamantes y cristales. Ebel jamás se
hubiese creído que esa moneda tendría tanto valor; ¿de qué servía una
moneda opaca y de plata? No lo sabía, pero Imau seguramente que sí. Éste
tomó la moneda con dos dedos, se levantó y la mostró a todos los
presentes. Todos murmuraron y pusieron el mismo rostro que Imau al
principio, se pusieron de pie sin dudarlo, asombrados. Ebel seguía sentado,
sin entender nada. Entonces Imau pronunció levemente unas palabras.
_ “Ekh badai Habeis te badai Ebelis, towe Khop Wabis ekumei!”-
(Desde las manos de Habe y las manos de Ebel, tenemos la llave del Canal
Medio!). Todos en ese momento se arrodillaron e inclinaron la cabeza ante
la moneda, la llave, en realidad, la “llave del Canal Medio”. ¿Cómo? Pensó
Ebel en ese momento, ¿cómo se debe tener llave para cruzar por un canal
que según Khom, medía unos ocho o nueve kilómetros de distancia? ¿Qué
puerta era esa? Todas las respuestas las tenía Imau, y seguramente se las
respondería encantado.
_Dime, Imau- dijo Ebel levantándose, una vez que todos dejaron de
homenajear la llave- ¿Qué viene ahora?
_Mañana bien temprano, cuando salga el sol, toda la Villa será avisada
ante la situación, la celebración se llevará a cabo entre los jóvenes durante
el mediodía, los adultos lo harán por la tarde, los ancianos al atardecer, y
todos luego nos reuniremos para celebrarlo en la ceremonia de Aka Ehi
Salathá, en la que se convoca a todos los espíritus del campo, del mar, de
los ríos, de los bosques, del cielo, las estrellas y el universo, todos vendrán
a el Tagokk desde los confines y las cercanías, y tres días antes de la luna
llena, comenzará la caravana de Thania al Canal Medio, donde la llave será
colocada, y los brazos del Negro y el Blanco se unirán.
_He soñado con ese acertijo, el Negro y el Blanco, ¿qué son?
_Hoy hay que dormir, mañana será un largo día, y luego la larga
ceremonia de espera.
_No puedo estar mucho tiempo aquí, he dicho a mis compañeros que
me esperasen en las costas del Canal Medio, sin atravesarlo.
_La luna llena llegará en siete días, joven, mañana se celebra el
Crecimiento, pasado mañana el Aka Ehi Salathá, dos días de espera a los
espíritus luego, y al amanecer del día siguiente, la Villa Thania migrará al
sur.
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como nunca ante ese hombre que lo sacudió para que se despertase. El
hombre le entregó una túnica blanca y unas sandalias, de la misma forma
en la que iba vestido.
_La tradición es que todos nos vistamos de vírgenes en la madrugada,
para recibir con pureza y paz las bendiciones de los dioses en el
Crecimiento.
Cuando Ebel salió acompañado del hombre, se encontró a todos los
del Consejo unidos y vestidos de blanco, con sus barbas limpias y sandalias
claras. En la puerta, había dos mujeres vestidas con colores bien claros,
blancos en diversos tonos, violáceos pálidos, y algún celeste indefinido.
Llevaban en sus cabezas una coronilla de flores y en sus manos cada una
llevaba una cesta pequeña llena de pétalos de flor. En hilera comenzaron
todos a salir detrás de Imau. Ebel se colocó al final, junto a aquel hombre.
Fuera, avisados antes del alba por un mensajero del Consejo, el pueblo ya
estaba expectante en la plaza.
Imau cogió una larga vara, casi de su altura, y la colocó delante
mientras hablaba.
_Amigos, hermanos, hijos, mujeres, niños, hombres, ancianos... hemos
aquí un día de gloria, en que la luz del disco solar y la sabiduría de la
madre tierra nos han brindado un regalo. El padre Athlan nos ha traído a un
hombre que en su mano llevaba todo aquello que a Thania representa.-
todos oían con atención.- Podéis ver que nuestros trajes de juventud están a
la orden, y que el sol está por bañar las colinas Hodei a su paso antes de
abrazar a Thania, y por ende, a cada uno de nosotros. Hoy, el sol nos honra
como nosotros lo hacemos cada día hacia él, porque hoy comienza nuestro
renacer, comienza nuestro Crecimiento...- en el aire y los rostros de todos
los presentes, se podía sentir el latir del corazón comunitario, como si se
tratase de un coro conjunto, las ilusiones y la emoción estaban a flor de
nacer, pero esperaban surgir al pronunciar Imau las últimas palabras tan
esperadas.- Änglu, la tierra, Athlan, el mar, Abthiur, el sol, y Athery, el
cielo, han creado el camino para un hombre que llevaba en su mano el
camino de todo un pueblo, y que sin saber de nuestra real existencia, ha
dado con nuestro paradero, y ha sabido integrarse en nuestro corazón... En
su joven mano, ha traído a nosotros... ¡¡La Llave del Canal Medio!!- dijo
elevando la vara a los cielos y sus brazos en plegaria y gloria al mismo,
como todos lo hicieron eufóricos, gritando y cantando de alegría, llorando
las mujeres de emoción entre su canto, y los hombres y jóvenes saltando
como los niños, quienes reían ante la festividad y copiaban a sus abuelos,
los ancianos, que se arrodillaban e inclinaban siete veces la cabeza al suelo
honrando al sol.- ¡Iur nekheis taekeuone! ¡¡Istùé!!- gritaba mientras todos
repetían esa frase en un coro que ponía la piel en escalofrío por esa tan
fuerte sensación, de poder sentirse parte de la emoción. Todos lo gritaban y
87
ancianos, y el camino de los jóvenes, por eso: Luz toque vuestras almas y
corazón, sea en vosotros la gloria y la fuerza del cielo. En mis manos llevo
el agua de los dioses, quienes me utilizan para hacer de vosotros hombres y
mujeres santos...)
El hombre seguía sermoneando, moviendo sus manos y lanzando agua
a los jóvenes. Luego, acabando sus palabras, guió a los doce hacia el otro
lado del río por el camino de piedras, para introducirse en el bosque, donde
la sacerdotisa finalizaría la ceremonia.
Todos caminaron hacia el bosque, por entre esos árboles que a pesar
de no ser altos, lo cubrían todo. Pronto llegaron a un claro, donde en el
centro había una mujer, rodeada de flores y pétalos, entre vasijas de agua y
guirnaldas. Los hizo colocar a todos de la mano en círculo a su alrededor y
cantar con la nariz un canto fuerte y entonado, sin tristeza, pero sin alegría,
un canto que no pretendía tener que gustar a nadie, aunque lo hiciese, sino
que debía equilibrar el cuerpo y el alma en una misma vibración, la
vibración que aceptaba la protectora del bosque.
_Wanhei të wank nae saua Thania want, wanhei-khu te dï döng
agaleheiú...- (Cantad la canción que la diosa Thania canta, cantadla y
viviréis en armonía...) decía la mujer mientras todos la cantaban
fuertemente sin abrir la boca.- Thania taeket...-anunciaba la llegada de la
diosa: “Thania llega”. Sin decir más palabras se hizo todo. Lanzó flores y
puso una guirnalda a cada uno, a los jóvenes en el cuello, y a las chicas en
la cabeza como una coronilla. Luego, ofreciendo plegarias al bosque,
salieron caminando por entre los árboles a otro claro, donde siete vueltas a
un monolito debieron dar, y luego siguieron el camino que en forma de S
los llevó hasta la plaza principal nuevamente de Villa Thania.
Cuando hubieron llegado, todos los jóvenes ya estaban allí, y eran los
viejos quienes en ese mismo momento partían. El atardecer ya había
llegado para entonces, y todos sin comer ni beber, todos desde la
madrugada purificados. Las mujeres y hombres que ya se encontraban en el
pueblo, comenzaban a preparar la fiesta para la noche. Ésta comenzaría a la
llegada de los ancianos a la plaza, tarde, ya que eran los que más lento iban,
y los que más purificaban su cuerpo y alma, ya sea por enfermedad,
pecados, vejez, todo valía. Ebel tuvo que ayudar, él mismo se ofreció como
un Khómobis más.
Allí conoció a Ram, quien tenía veinte años y lo había acompañado
toda la jornada. Ram estaba encantado de tener a su lado a aquel que trajo
la Llave, y Ebel estaba encantado de que éste le tratase como a uno más de
la familia. Ambos fueron a buscar leña y paja junto a otros para la gran
hoguera que se haría en el altiplano del pueblo, en las afueras, y allí Ram
explicó a Ebel cómo funcionaba la iniciación del Aka Ehi Salathá.
_Dime, Ram...- decía Ebel mientras bajaban por la ladera hacia los
almacenes de leña y el granero.- ¿Para qué se hace esta hoguera?
89
_¿Dejaréis todo?
_Sí, sólo nos llevaremos lo esencial. Esto te puede parecer raro, pero
la verdad, es que todo lo que ves dentro del pueblo, no es más que señal de
nuestra huída del reino, nuestro exilio está grabado en esas cosas... la
marcha de los Khómobis, será para jamás volver, sino para seguir adelante,
al Nuevo Mundo que los dioses les prometieron siglos atrás.
_¿Siglos atrás? Pero si Khom fue el primero en saber sobre el mundo.
_Khom fue el primero en poder explorarlo, pero la leyenda del Nuevo
Mundo, es mucho más vieja. Él se entusiasmó tanto que decidió buscarlo, y
pudo hacerlo. Pero faltaba algo, y todo el que lograba ir más allá del Canal
Medio, moría.
_¿Por qué?
_No lo sé.- hubo silencio, un silencio frío, por lo que Ebel decidió
cambiar de tema mientras volvían ya con la carga hacia el altiplano.
_¿Todos sois Khómobis?
_Sí, claro.
_Pero, ¿sois todos familia?
_Claro.
_¿O sea que tenéis hijos con vuestras hermanas?
_¡Oh! ¡no, claro que no!
_Entonces...?
_Antiguamente los Khómobis eran una familia, la familia que trajo los
ideales y la “religión” del Nuevo Mundo. Muchos se unieron a ellos, y por
eso cuando el rey los expulsó, hizo que exterminaran a todos los que
intentaban ir en contra de sus ideales, en ese momento el rey era un loco,
alguno tenía que haber, y a raíz de ello, todos lo que tenían esos ideales,
fueron llamados Khómobis, y al ir al exilio, todos agregaron el tercer
nombre a sus familias, y ahora formamos parte de una gran familia que
acabó por convertirse en un clan, los Khómobis.
_Debéis ser los únicos en todo el mundo que tenéis apellido.
_Eso nos identifica mejor, nuestro nombre, el nombre del padre al que
pertenecemos, y el apellido, del clan al que pertenecemos. Dice Imau que
cuando haya mucha más gente, y desde las Islas migren a las nuevas tierras,
todos crearán clanes y tendrán un tercer nombre.
Colocaron la leña y comenzaron a apilar organizadamente los troncos
y la paja. Todo estaba servido en la plaza, y los ancianos ya habían llegado,
agotados, pero renovados. Sentaron a Ebel a su lado, aunque él prefería
tener charla con los de su edad, pero sólo sería por media hora tal vez,
luego tendrían tiempo para liberarse a la juventud. Los ancianos agradecían
a Ebel el viaje que había hecho por encontrarlos, y realizaron brindis en su
honor. Comieron como nunca, entre corderos y verduras, viña, patos, jugos,
jugos de néctar, mieles, dulces, todo fue espectacular, a lo grande, enorme
y divertido. Una antorcha encendida por Imau prendió en su totalidad la
91
Como si fuese una ola blanca, en conjunto todos se inclinaron las siete
veces al sol, quien luego de alabarlo, ya se veía completo en el horizonte.
Todos cruzaron sus manos sobre el corazón, y repitieron en grito las
92
Tres veces sonó el estruendo del platillo dorado, para no ser tocado…
nunca más. El cuerno sonó largo rato, pensaba Ebel qué pulmones debía de
tener ese hombre que lo tocaba. Los asnos comenzaron a salir del pueblo
bajando por el monte, todos juntos, guiados al frente por el rojo estandarte
y el sonido del cuerno, que aún seguía sonando. Imau iba en la cabecera,
dirigiendo a su paso el camino al sur. Algunos se giraban para dar un
último vistazo a Villa Thania, quien ahora quedaba lejos en la colina,
abandonada, despojada… Las vasijas llenas en las casas, mesas con platos
y vasos aun puestos, camas hechas, trigo en el desván, ciudad donde con
semejante lujo, ahora sólo habitaban fantasmas.
Al alba siguiente, llegarían a Egathes, y siguiendo su curso hacia el
sur, cruzando el paso de Akoriom, un puente improvisado hecho por los
antiguos, que daba paso al este del Tagokk, desde donde como una flecha
bajarían al sur, donde se toparían con la bahía de Athlan, el fin del Tagokk
y el comienzo del Canal Medio.
En el segundo día de viaje, Ebel acompañó a Imau a su lado durante
largo tramo del trayecto, haciendo todas esas preguntas que antes había
querido realizar.
_Imau, ¿me contarás la leyenda?
_Claro que sí, hijo mío, claro que sí. Verás, esto va más allá del
descubrimiento del Tagokk, es del tiempo en que las sacerdotisas de
Badawess llegaron a Méroi, la tercer isla de las Siete. Cuentan que cuando
Grile, una de las comadronas, bajó del barco escoltado por solamente
mujeres y un solo hombre, ésta fue sorprendida por una luz que apareció de
entre las colinas y los árboles del monte, una luz que brillaba tanto que
logró encandilarlos a todos, pero Grile pudo ver. Ella quedó envuelta de
luz, y no vio nada más, dicen que incluso en sus narraciones, contaba que
no le parecía estar pisando la tierra, ni oír el mar, simplemente un
reconfortante silbido. Entonces se le acercaron tres seres enormes, que
medían como cuatro metros, según ella, y que sus rostros eran de unas
facciones rectas y duras a comparación de los humanos, parecidos a
algunos de ellos en la Capital. Pudo ver a uno más de cerca, de un cabello
rubio del color de la luz, pálido, como sus celestes ojos. Éste le dijo a Grile,
que eran los Fundadores de Khefis, y explicó la historia de su creación...
_Sí, una amiga de Elektria, Sawe, me contó esa historia, muy popular
en las Siete Islas.
_Ah, muy bien, me alegro de que sepas una parte de la historia.
_Sí, yo quería saber la otra, la parte que tal vez ella no creía que yo
estuviese listo para escuchar.
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caso contrario, si se lograba unir la fuerza de las llaves, y aquel que lo logre
fuese un plebeyo que portase una de las cuatro, el trato de la profecía se
rompería, y el paso al Canal Medio se abriría, y el Nuevo Mundo estaría
ahí, para todos.
_¿Y si no pasase eso hoy?
_Lo dudo mucho, y si mi corazón me dice que todo saldrá bien, es
porque saldrá bien... a menos que tengas una objeción.
_No, claro que no. Y dime, ¿Por qué se los llama Negro y Blanco a los
extremos del Canal Medio?
_Dicen que en el lado sur, habitan los oscuros, y en el lado norte, los
claros, y fue esa la razón más lógica de su nombramiento. Lo que sucede,
es que el Canal Medio es el punto Gris al colisionar ambos, esto qué
significa, que es el punto neutro, por eso es un lugar sagrado, y la Real
Puerta.
Imau continuó contándole anécdotas y leyendas a Ebel, quien escuchó
atento a cada una de ellas. Así el tiempo pasó rápido, y todos disfrutaron
del viaje en su totalidad, hasta que saltó la alegría entre toda la caravana, en
el momento en que uno gritó:
_¡¡Sentid...!!- todos quedaron en silencio.- El aire está espeso, hay
humedad...- inspeccionó alrededor, olfateó e intentó saborear el ambiente.
De repente hizo correr a su asno y salió disparado hacia la colina. Desde
allí arriba, mientras todos lentamente subían, gritó lo esperado- ¡¡El mar!!
_¡Se oye!- gritó un viejo- ¡¡Se oye!!- dijo tan emocionado que su voz
se quebraba casi en llanto mientras se paró saltando de su asiento
levantando su bastón de rama por los aires hacia la luna, señalándola como
hicieron los demás en conjunta emoción, agradeciéndole al gran Faro de la
Noche. Jepeu preguntaba aún qué ocurría, puesto que su oído no estaba
bien agudizado como los de los jóvenes o los de los nativos; pero no
alcanzó Ebel a aclararle el suceso cuando por sus propios medios lo oyó.
En las lejanías sonaba cada vez más fuerte y extenso la canción
monorrítmica de un cuerno.
_¿Qué cuerno es este que suena tan fuerte?- preguntó Yefu a Imau.
_Es el cuerno de Gokon, es más grande que uno común, fue hecho
especialmente junto a otros nueve para esta ocasión.
_¿Diez?
_Sí, dispersos por todo Athlas y el Ïvssa Eubahth.- en ese momento,
todos escucharon a Imau atentamente, a pesar de que muchos seguían
oyendo al cuerno de Gokon.- Había comenzado el problema llamado
Nuevo Mundo. Las familias nobles se pusieron en contra del Rey por las
drásticas medidas que tomaba con aquellos que viajaban a las nuevas
tierras. El rey decidió ignorar las expediciones y todo se había terminado,
puesto que no podía haber más muertes a cargo de la realeza; lo que
sucedía, era que llamaban al Canal Medio, la “Maldición de los
expedicionarios”, porque todo el que lo atravesaba, moría. Aquel que logró
llegar más lejos, fue el filósofo Åbu y su ayudante, Khom. Los seguidores
de Khom se unieron en contra de las familias nobles que deseaban
exterminar y sellar la Puerta, poniendo en peligro la autoridad del reino,
por lo que el rey los exilió del país, y aquel que no marchase, moriría.
Comenzaron los saqueos a los Khómobis de todo el Reino, y así fue como
desaparecieron dos de las Llaves de las manos de sus poseedores. En un
ataque, una de ellas fue robada del palacio real, y a pesar de que el intruso
fue asesinado, el Gobierno Central jamás volvió a saber de la Llave. Esa
llave cayó en buenas manos, y llegó a parar nuevamente a las tierras de las
Siete Islas, olvidando su último aposento, las manos del sabio del norte de
la Gran Isla, quien fue asesinado por cómplice de traición al Reino. La
última piedra, quedó perdida, escondida en los aposentos subterráneos del
palacio Real de la Capital. Años después, se cumplió la profecía de “el
Aviso”. Se crearon diez cuernos de Gokon clandestinamente a tres pueblos
más allá de la ciudad capital de Kélen, el pueblo santo de Gókonis. Éstos
fueron distribuidos por diez regiones del reino y más allá: uno en Méroi,
con las sacerdotisas, otros dos en los extremos Negro y Blanco del Canal
Medio, y los otros, dirigidos hacia el centro sur del Ïvssa Eubahth, donde se
encontraba la cuarta Llave. El Aviso, consistía en que cuando la cuarta
Llave faltante llegase al Tagokk para ser colocada, los cuernos sonarían
para avisar a los demás que las tres Llaves ya podían ser colocadas. Es por
99
ello que los Khómobis enviaron a uno de los suyos para integrarse en el
gobierno de la Capital, con el fin de obtener todo el patrimonio antiguo
echado a perder, y para obtener la cuarta Llave nuevamente. Una vez
hecho, el último aviso llegaría, y las Puertas del Nuevo Mundo se abrirían,
para toda la eternidad.
_Y ese hombre logró hacerlo- agregó Ebel.- Robó la Llave, aunque yo
había maltrecho su plan robando los mapas antes que él en la víspera del
final del Reino. Él no podía hacer todo el trabajo, y supo que podía confiar
en mí, entonces me dio el trabajo a mí, y él acabó con el mayor bache de
los Khómobis, el Rey.
_Así es...
_Pero, si lo que quería era que nadie del reino intervenga en esta
expedición, ¿Por qué grabó la insignia del mapa del Canal Medio en la
espalda del rey?
_Unos pueden pensar, que lo hacen normalmente, que lo hizo por una
venganza y para que en la vida del infra-mundo se lleve tal “preciado
regalo” con él, para sufrirlo eternamente, pero no es así. La profecía
aclaraba que en la muerte de un rey por mano de las tierras nuevas, era su
hijo quien cuidaría del cuerpo hasta que su madre volviese de las montañas
para la ceremonia de entierro, pero la frase decía algo así como: “El templo
de un rey muerto es cuidado por un hijo plebeyo, quien en ver un emblema
prohibido, desgarra de sus entrañas un sentimiento perdido...”
_¿Esto significa, ¡que el hijo del rey no es su hijo!?- dijo Jepeu
sorprendido.
_Así es, y por ello el viejo Habe grabó en su espalda la insignia del
Nuevo Mundo, porque sabía que su hijo la vería, y cambiaría la historia
durante su reinado.
_Fascinante...
Para entonces, los cuernos de Gokon ya habían sonado para las tierras
debidas, desconcertando a varias gentes de Elektria y Athlanis; el silencio
del gran desierto y el gran mar se vio perturbado en su sueño por el sonar
de los cuernos, que hacían llegar su fuerte sonido en cadena hacia las
tierras de los nativos guardianes del Anillo, la tercer Llave.
puerta del templo a la joven que subía por las escalinatas rocosas de la
colina templaria, quien se acercó al altar dorado, donde protegida dentro de
un cofre adornado de rubíes, se encontraba la primer Llave. La tomó, y sin
decir una sola palabra, corrió por el camino empinado hacia el monte
Zhelo, donde se hallaba el aposento, el “cerrojo”, de la primer Llave.
Agotada pero sin pensar en ello, llegó a la sima, y subiendo con extremado
esfuerzo por los caminos sinuosos de las laderas, alcanzó el templo
circular. Las columnas que lo rodeaban se veían mágicas sosteniendo aquel
techo blanco. Dentro, con un cuidado máximo y frunciendo el seño en la
concentración, colocó la primer llave en su hueco, allí en un pedestal de
mármol blanco y negro, de metro y medio de alto, octogonal, donde en su
centro, una hendija circular esperaba la piedra santa. La colocó y giró
fuertemente hacia abajo, quedando ésta trabada. Cuando lo vio listo, gritó
en un canto de alegría, eufórica; observó el acontecimiento: un sonido
metálico se oyó dentro del pilar octogonal, seguido de algo fantástico. Un
brillo azulado subió desde la base por los vértices del octágono haciendo
brillar los bordes del mármol negro; al llegar arriba, el azul líquido se volcó
en las hendijas de la base, formando guirnaldas y círculos azulados,
bañando letras y símbolos que al menos ella no comprendía. En llegar al
centro, el contacto de aquella piedra, de la llave, con el brillante líquido
espeso, emitió un chispazo que creó fuego, un fuego que se extendió por
todo lo alto del pilar octogonal, quedando una enorme flama, mágica e
hipnotizante. La joven cogió la antorcha de plata del pedestal, en frente del
pilar, y la encendió con la flama incandescente. Corriendo desde allí
mismo, por las escalinatas del templo hacia el techo blanco, cumbre más
alta de toda la isla, encendió la gran pira que yacía en su centro, la primera
gran pira, tan grande como toda la abierta cúpula del templo circular.
Su fuego creciente se vio desde diferentes ángulos de cinco de las
Siete Islas, un punto titilante, naranja, rojo y amarillo en el horizonte; en
una de ellas, Elektria, en plena oscuridad, nació la segunda pira en el monte
Jernoh, la pira que iluminaba las costas del Tagokk en plena noche.
Mientras tanto, en el cuerno Negro del Canal Medio, entre la
oscuridad, los guardianes de la tercer Llave aguardaban la segunda señal
desde el sur, la que no llegaba. En el sur, los Sahaji tenían problemas.
Las tribus de dos clanes se peleaban por una cuestión de honor marital,
y el ruido de las lanzas detenía al silencio, clave del sonido de los cuernos.
Pero un joven refugiado en las afueras lo oyó, y corrió a más no poder al
templo de Yawesnu, donde cogió sin permiso de los sacerdotes la llave
segunda. Robó un asno para dirigirse al monte Aknwr. Los gritos seguían
tapando el sonido del pequeño cuerno que el joven hacía sonar para que
parasen la batalla, que aunque pequeña y familiar, parecía una guerra entre
reinos. Se olvidó de aquellos que sabían y cobró fuerzas para colocar él
mismo la llave. Si lo hacía incorrectamente, una maldición caería sobre
101
Mar de Tierras
la costa del Nuevo Tagokk hasta el cuerno de tierra. En línea recta a unos
veinte o treinta grados al norte respecto al este, se encuentra la primera isla,
Naguhk.
_¿Fue habitada?
_No, la única habitada fue Täknah, la más grande, a unos cuarenta
grados o cincuenta al sur respecto al este.
_Bien, allí nos dirigiremos. Realizaremos el mismo recorrido que
Khom, desde Täknah al sur, debemos saber de qué tierras habló en su
último mensaje.- decía Ebel.
_¿Y mi gente?- preguntó Imau.
_Tu gente se quedará en el Nuevo Tagokk, por las costas, hasta nuevo
aviso, debemos saber si son tierras seguras. Veremos cómo va todo en la
Capital, y probaremos de traer más barcos para trasladarlos a todos a las
islas, donde estarán seguros.
_De acuerdo.
_Nosotros seguiremos...- acabó Ebel mirando fijamente el mapa.
Imau volvió a tierra en cuando pudo para seguir con la caravana hacia
el golfo, a realizar el último honor y ceremonia a los dioses. Mientras tanto,
el barco avanzó al este, en uno o dos días tal vez llegarían.
El viaje se hizo plácido y fluido, sin tormentas, más que un suave oral
que soplaba desde el sur. Acompañado de unos delfines que buscaban los
bancos de peces más en el norte, divisaron tierra, la tan mágica, solitaria y
legendaria Sshenaff. Rodeando sus ricas costas, donde los delfines se
quedaron a disfrutar de su riquísimo festín, se pudo ver una de las dos islas
que narraba Åbu como “Los peldaños de la riqueza”; esto era porque
Sshenaff era rica en varios aspectos, marinos y minerales eran los más
destacados, y estas dos islas unían a la pequeña Sshenaff con la “gran”
Naguhk, la isla superior. Ambas no eran habitadas, al menos ahora, cosa
que seguramente sería similar en el norte, en Täknah, a la que verían en
algunas horas.
Decían los escritos cartográficos que para llegar a la colonia de la isla,
se debía atravesar exactamente por entre el sureste de Täknah y el norte del
islote llamado por el filósofo: Tejne. Así lo hicieron no más hecho el
reconocimiento de que esa tierra que se veía en el horizonte, era Tejne, la
pequeña. Al fin se sintieron realizados, al menos por una parte, de haber
logrado seguir los pasos exactos del filósofo y el cartógrafo que únicos lo
habían hecho en su momento.
tan rápidos, que un golpe seco en el pecho del hombre que venía volando
por los aires, lo descolocó, dejándose caer al suelo asfixiado y sin fuerzas
para levantarse. Entonces, una flecha entró por la ventana y se clavó en la
pared por un mal disparo, ya que iba dirigida a la cabeza de Jepeu. Cuando,
desconcertados, en el aire se sintió el silbido de otra flecha disparándose;
desde la ventana saltó un hombre que se arrojó contra Ebel lanzándolo al
suelo. Ebel intentó quitárselo de encima, cuando vio que la flecha se clavó
justo en el sitio donde él se encontraba. Intentó calmarse y ver quién era la
persona que le había salvado la vida.
_¿¡Ram!? ¿¡¡Qué diantre haces aquí!!?
_Os he seguido, si no lo hubiese hecho, estarías muerto!
_Lo sé, lo sé, y te lo agradezco, pero... ¿Cómo has llegado? ¡¡Es
imposible!!
_Sabía que nosotros deberíamos ir al Golfo de Abar, y que tú seguirías
con tu grupo a las islas, yo quería conocerlas, pero lo que en realidad
quería, era seguir tus pasos, descubrir el mundo nuevo...!
No tuvo tiempo para responder a eso, que los ocho ya se vieron
rodeados de hombres y mujeres con arcos y flechas rústicos, vestidos de
marrones y blancos, todos con un rostro tan serio que emanaba respeto y
temor, como un padre que está por regañar a un niño luego de mandarse
una grande. A las mujeres, el pelo oscuro les tapaba la mitad de la cara,
aunque otras tenían tensas o peinados hechos hacia atrás. Los hombres
tenían también el pelo un poco largo, suelto, y otros atados también hacia
atrás, atados con paños color rojo o azules, con colgantes, bolitas de
decoración, atadas a los cabellos, sin igualar a la cantidad que poseían las
mujeres. Brazaletes cubrían sus brazos, también paños envueltos en sus
muñecas u hombros, sosteniendo sus ropas, las que no se asemejaban a las
conocidas hasta entonces; vestidos de color tierra o todos blancos sucios,
más parecidos en los bajos a harapos, y en el torso, los hombres desnudos y
las mujeres cubriendo parte de la espalda y los senos, sostenido con tela
desde los brazaletes de los codos. Todos tenían marcas de pintura roja y
azul en la cara, líneas que rodeaban la circunferencia de sus rostros, y el
rojo intenso marcado en cortas líneas, dos, a los nados de la nariz por
debajo de los ojos. Todos tenían los bordes de los ojos pintados de negro,
cosa que los hacía seres terroríficos. De entre todas esas flechas
apuntándolos dentro de un círculo de la muerte, fueron disparadas primero
unas palabras duras de comprender.
_Güdë gowe litë!?- dijo gritando como en forma de regañarlos.-
Hwpruonem güde gowe litë!!
_¡Qué dice! ¡¡No le entendemos!! ¿Qué es lo que están diciendo?- el
ambiente se estaba tensando, y el hombre cada vez se irritaba más al ver
que nadie le respondía. Pero de pronto, de entre los ocho, una voz dijo
dudosa:
105
âtune shans dáshu dhuwegê laiar korph... ïgu kanië nbuwë slav, të sayoh sá
ware sanëraiu... ¿Steryu’k?
_...- Ram dudó por un instante, hasta que dijo alegremente:- Jop Wäbi
ŏwet...- En ese momento el hombre cogió su arco y su flecha y apuntó justo
entre los ojos de Ram sosteniéndola con una fuerza extraordinaria. Ram
comenzó a sudar de miedo y sus ojos se pusieron rojos esperando a
explotar en llanto.
_...Jarkchu...- dijo al final el hombre. (...Incorrecto...)
_¡¡Espera!!- dijo Ebel colocándose frente a Ram poniendo las palmas
de la mano frente a la flecha, mostrando que estaba limpio, sin trampas.-
¡Ram, traduce la frase!
_Es una frase de esas tontas que lo dicen todo...
_¡¡Dila!!
_¡De acuerdo!, dijo...: “Cuando se ilumina el cielo donde nace la
ballena, el canto de los negros ilumina el altar dorado, y de las estrellas
bajan los ojos de Dios, que en fuego rodean al agua, y llaman al camino
del desierto para que el águila traiga la antorcha de esperanza... en los
montes se abren las puertas, y el mundo como cristal se ilumina... ¿Qué
es?”
Todos quedaron en silencio, pensando, mientras Ram interrumpía una
y otra vez de que era una frase lógica, era para todas la misma respuesta, la
que él había respondido: el Canal Medio, pero al parecer, no lo era, y cada
segundo que tomaban rebuscando palabras en sus pensamientos, lo perdían
en sus vidas. Pero entonces, una dulce voz lo calmó todo. Fue Sawe, quien
suavemente, contra la espalda de Auhmehh, dijo:
_…Aghe loi Ságehnoi…- las flechas se calmaron, los brazos ya no
ejercían la misma tensión que antes, y el hombre bajó el arma.
_¿Huh khokhä-lik? ¿Güd’ ŏwehä?
_Pregunta cómo lo sabes, y quién eres- tradujo Ram.
_Dile que mi madre me contaba cuentos sobre las gentes del nuevo
mundo y de las Siete Islas, que las sacerdotisas de Badawess le enseñaron a
mi abuela ese acertijo, que no es tan rebuscado, eso es obvio, pero que
confunde a muchos.- Mientras Ram lo explicaba al hombre, Ebel se giró
para preguntarle a Sawe cuál era esa respuesta que buscaban.
_Es una frase que significa mucho, Ebel, pero más o menos te diré que
hace referencia al nombre que lleva la Unión de las Hogueras con sus
protectores y la luna, obviamente ante el abrir de las puertas del Canal
Medio, pero no es esto en este caso.
El hombre chistó unas palabras, y todos bajaron las flechas. El hombre
se acercó a Sawe y besó su mano mientras la ayudaba a levantarse. Entre
sonrisas y sin muchas palabras, los condujeron fuera de la casa, donde
vieron en la calle a un gran número de personas, tal vez, todo el pueblo.
107
La noche había caído, y los ocho fueron invitados de honor a una cena
entre los dirigentes de la región y sus familias. El consejo, pequeño, estaba
lleno de gente, y todos comían, bebían y bailaban, mientras los grandes
platicaban. Ram traducía todas las conversaciones, era su deber ese ahora,
aunque le cansase.
Celebraron alegremente, unos en el Consejo, y la mayoría del pueblo
en las calles, la apertura de la Puerta. Bailaban ante el fuego y cantaban a
las estrellas, saltando y encorvando sus cuerpos, gritando mientras se
mantenían en un solo pie moviendo y aplaudiendo, batían en el aire paños
de colores, y tiraban a los aires sal de mar y flores. Las fiestas eran
tremendamente salvajes a pesar de haber nacido de una civilización culta.
Contaron que su pueblo, los woyak, se habían convertido en mercenarios
del Aghe loi Ságehnoi, mezclando su raza con nativos del norte del
Tagokk, por ello se comportaban de manera tan extraña con los
inmigrantes. No debían dejar pasar a nadie sin saber que las hogueras ya se
habían encendido, y celebraban que al fin lo habían hecho.
Tarde, la fiesta cesaba, y todos se iban a dormir.
_¿Qué sucede?- dijo Ebel casi sin oírse y moviendo de un lado a otro
sólo sus ojos, expectantes.
_...Alguien venir aquí...- en ese momento, unos hombres tapados hasta
los ojos y los dedos aparecieron por la duna de la derecha sobre unos
brillosos asnos negros que relinchaban como diablos. Bajaron como un
rayo oscuro uno al lado del otro y empujaron a Ebel y Auhmehh al suelo,
robando todo lo que tenían, el agua, el bolso, la comida, todo. En un
santiamén desaparecieron por las dunas de la izquierda gritando a sus asnos
para que apresurasen el paso.
_¡¡Dios de los Cielos!! ¡¡Nos han dejado sin nada!! ¿Por qué lo han
hecho, Auhmehh!? ¿Por qué no nos han matado como era lógico?
_Ellos querer que desierto ocupar de nuestras muertes... pero ellos no
saber que yo conozco ellos...
_¿¡Los conoces!?
_Sí. Viejos de mío gente juntaban en noche de estrella grande con sus
viejos. Yo sé dónde ellos vivir, y por su gesto de querer nosotros morir en
desierto, sé que ellos tener a hombres de remo.
_¿Cómo logras saber tantas cosas sin ver nada?
_...Porque, amigo Ebelehh, esta mía tierra es...-Auhmehh había
encontrado su basta tierra, esta vez por el camino del Nuevo Mundo.- Tú
me traído has, Ebelehh, cumplido has tu parte, mío sueño que Yussa dijo,
ahora yo terminaré mío trabajo. Vamos...
Lo llevó hasta los pies de una gran colina, una montaña en la que le
explicó que estas gentes del desierto habitaban los sitios altos de las
cumbres y se internaban en sus huecos, donde por las noches se conseguía
agua que brotaba del aire fresco.
Cuando hubieron llegado a la cumbre, allí, entre las grietas del monte,
vieron a los prisioneros. Una mujer anciana estaba sentada frente a ellos y
preguntaba como si fuese un interrogatorio extremo de gobierno, incluso
gritándoles y amenazándoles con una vara de hierro que tenía puesta sobre
una hoguera que la había tornado toda roja como una brasa. Hombres
estaban afuera afilando sus armas para una tortura segura. Ebel se
preguntaba cómo Cuarenta hombres y un capitán, habían caído en las
manos de gente del desierto. Cuando estaba pensando qué hacer, vio que
Auhmehh ya se alejaba de él bajando por una ladera.
_¿¡Qué haces!?- preguntó exaltado.
_Tú quedar ahí, no mover, yo hablar con ellos.- Ebel quedó con el
corazón en la boca, pero confiaba en Auhmehh, e hizo lo que le ordenó.
Mientras se secaba el brotado sudor que recorría toda su cara y cuerpo, vio
cómo lentamente se acercó a la población, y cuando dos de los hombres lo
vieron, se lanzó al suelo en forma de reverencia. Quedó estirado en el suelo
con las rodillas sobre las piedras y las manos estiradas hacia delante lo más
posible, mientras apoyaba su cabeza en el piso. Los dos hombres lo
112
_Calor duro aquí es...- dijo Auhmehh frente a los ojos de Ebel que
lentamente se abrían para la vista borrosa. A su alrededor, vio nativos, y a
Yefu y los remadores libres.
_¿Qué pasó? ¿Cómo lo hiciste Auhmehh!?
_Contado he la historia que tú siempre contar, y ellos saber mucho
sobre Yussa y Aghe loi Ságehnoi. Dicho me han que Yussa pronto venir a
tierras del sur, Yussa seguro querer conocerte.
_¿Vendrá? ¿Pero no es una diosa?
_Ella hija de Dios, ella venir de los cielos, ella hablar con viejos de
mío pueblo, su pueblo y pueblo de oasis Kajnuff, al sur, en río, tú poder
venir, ella querer conocerte a tú.
_Pero antes debemos ir a donde Jepeu y Sawe...
_No, Yefu irá con hombres suyos, y gente de aquí acompañará ellos a
mar, tú venir con Zshawy y yo al sur en asno del desierto, no tiempo en
forma contraria...
_De acuerdo, lo haremos.- Ebel quería ir al mar y seguir con su
camino por el mismo, por el Nuevo Mundo de los mapas, pero había otra
fuerza, un sentimiento interno que pedía a gritos que se dirigiese al sur,
hacia otro mundo, al mundo donde conocería a la diosa Yussa.
Al día siguiente, cuando ya habían descansado del duro viaje, todos se
dividieron, unos al norte y los otros al sur del monte. Yefu le había pedido
mil perdones a Ebel por haber cometido tal atrocidad de no informar sobre
la situación. Al ver que habían llegado tan pronto a tierra firme, no
quisieron despertarlos, y se dispusieron a buscar por la costa y más adentro
algunos árboles que diesen comida, o alguna fuente y río con abundante
agua y fruta, pero al final, durante la búsqueda, cometiendo el error de no
dejar a nadie vigilando el barco, los tomaron por sorpresa los guardianes
del desierto, el desierto del nuevo mundo al que llamaron Desierto Nuevo.
Pero todo ya había sido pasado, y Ebel lo comprendió.
Al bajar la ladera, Ebel se encaminó por una gruta mientras los dos
hombres bajaron por otro lado. Sin darse cuenta, Ebel se había alejado más
de lo previsto, y llegó a una pequeña planicie. Allí, mirando detenidamente
a su alrededor, buscando a sus dos compañeros de camino, llamó a
Auhmehh para ver si le oía, pero en lugar de su voz, un ruido espeluznante
y aterrador, salió retumbando desde una cueva. La cueva estaba a unos
113
metros de Ebel, y el sonido hacía un eco tan terrible que podía incluso
sentir el vibrar sobre su piel. De pronto el ruido se fue incrementando hasta
el momento en que pareció tenerlo detrás, delante y a los lados. Cuando
comenzó a llamar nuevamente a Auhmehh, desde la cueva salió un enorme
animal que emanaba grandes dosis de saliva por su extraña boca, detrás de
la cual había una enorme cabeza con ojos saltones y negros en lo alto de un
largo y curvo cuello. Las patas eran tan largas como las palmeras, y una
enorme joroba nacía de su espalda como una montaña. Ebel comenzó a
gritar mientras la bestia emitía unos abrumadores ronquidos y bramidos.
Entonces, apareció Auhmehh con una gran tranquilidad y riendo.
_¿¡¡De qué ríes!!?- preguntó exaltado Ebel y poniéndose detrás de
Auhmehh.
_¡¡Ebelehh, amigo... ¡eso un asno del desierto es!-
Al acercarse, el animal pareció más amistoso, y sus ojos negros como
los del demonio, se volvieron dulces como sus orejas y todo su rostro.
_Mira, gente sentada en montaña del animal va...- explicaba
Auhmehh. Ebel comenzaba a tener confianza, y aunque ir sentado sobre
una joroba tan alta no le sentaba tan bien como ir sobre un asno de verdad.
Auhmehh le explicó que un asno se muere en el desierto tanto tiempo
aunque tome agua, pero este animal, no lo hacía, podía aguantar días, tal
vez una semana y algo más sin beber un sorbo de agua.
Con la confianza ya tomada, partieron hacia el sur.
y frescos lagos color celeste y agua cristalina y pura para bañarse y beber.
Varias plantas hacían de la zona una delicia para los ojos, extendida en
forma de ríos entre las colinas sureñas. A sus orillas, yacía un pueblo hecho
de barro y paja, troncos y piedra, en el cual varias gentes rondaban a pie y a
asno, unas ya hospedadas, otras recién llegadas, como ellos tres, pero todos
bien recibidos.
Hacía tanto calor, que muchos viejos estaban sentados a la sombra del
oasis con los pies en el agua, mientras los niños saltaban desde las rocas y
los árboles al agua. Era fiesta ese día, ya que todos habían llegado ya y se
preparaban para la ceremonia de bienvenida. Faltaban dos días para la
llegada de Yussa, y esos dos días los emplearían para darse a conocer.
Caravanas del desierto entraban en filas sobre sus asnos, burros y asnos del
desierto, cargados de equipajes envueltos en mantas blancas, lilas o negras,
todos con la cabeza cubierta de telas blancas, nadie podía verse más que en
las manos que sostenían las riendas de los animales. Otros entraban a pie,
caminando durante días a través del desierto, sólo para reunirse en estos
días tan especiales.
Auhmehh se encontró con su familia entre la multitud. Su madre
corrió a abrazarlo inmediatamente que lo vio entre lágrimas y gritos de
alegría, y su padre, respetando cierta seriedad, hizo lo mismo. Era
fantástico el verlos actuar con esa naturalidad animal, nada de ceremonia
de encuentro familiar, con un simple abrazo fuerte y unas lágrimas, no,
ellos gritaban a los aires extendiendo sus brazos. Sus hermanos habían
quedado al mando de sus tierras propias en las colonias del noroeste, y por
ello no tuvo la alegría de verlos a todos. Auhmehh contó a su padre todo lo
ocurrido hasta esa misma tarde, y él, observando con una mirada muy
extraña a Ebel, los tomó de repente a ambos de la mano y los llevó ante el
consejo del pueblo. Durante el camino, pudo verlos a todos, la gente, los
que venían y los que allí vivían, esta vez, sus rostros, sus cuerpos, libres de
aquellas túnicas que los protegían del calor, todos cantaban sin necesidad
de una razón, todos gritaban a los aires o corrían con los brazos abiertos,
otros ofrecían agua al extraño Ebel… sí, ahora él era el extraño, podía
sentir aquello que Auhmehh sentía en las islas, se sentía observado,
diferente, extranjero… estaba rodeado en la tierra de los negros.
Los ancianos no salían del consejo en días, durante una semana,
purificando su alma antes de la llegada de Yussa, y fue por ello que no los
recibieron. Intentó explicarle a los guardias, pero todos cerraron sus oídos a
cualquier tipo de explicación. De todas formas, la ceremonia era así, y se
debía de comprender, por eso Ebel les dijo que no se preocupasen; si el
camino hacia Yussa se le había abierto, era porque debía verla, y así sería.
Los dos días de fiesta fueron religiosos, pero en danzas y comidas,
bailes con serpientes, con cabezas de animales, danzas de saltos, historias
contadas en canto del desierto, retumbando en los valles casi
115
Esto dio a entender a Ebel, que pronto llegaría la hora en que se vería
cara a cara con la diosa del Anillo.
El viejo, mientras contaba la historia, observó a Ebel, quien estaba
cubierto de una túnica gris, pero que no se escapaba de los ojos de los
negros; parecía un punto blanco en la inmensidad. Los negros parecían ser
salvajes, vivían como en los comienzos y hablaban lenguas extrañas, casi
de sonidos metálicos, bruscos, pero no obstante ello, sin tener bibliotecas,
ni templos, ni edificios, ni barrios, ni nada que se asemejase a una
civilización, como el orden o la vestimenta, poseían, supo Ebel, un
conocimiento más extremo del mundo que los propios athlantes. El viejo
insinuó con su mano llamando a Ebel que se le acercase. El joven dudó,
pero ante la insistencia de los allí presentes, bajo sus blancas sonrisas,
accedió. Se arrimó al viejo, quien lo tomó con sus manos fuertemente por
los lados de la cara. Acercó su rostro al del joven asustado, y miró
fijamente dentro de sus claros ojos. La profundidad de las pupilas del
anciano, rodeada su cabeza de un paño violáceo, embrujaron a Ebel, quien
pareció, al igual que su compañero frontal, poder ver más allá de sus ojos,
su espíritu, su vida, su alma…
_Nu watata kamm saemé, josw shiokat… Koga sari oupatkamm…-
susurró frente a su rostro sin apartar las pupilas de las suyas. Sonrió y lo
soltó. Hizo una reverencia y lo dejó marchar. Todos lo miraron hasta que
desapareció junto a Auhmehh entre las tiendas.
_¿Qué fue lo que me dijo, Auhmehh?
_Él decir que tu venir de campos donde saber hay, hijo de los dioses, y
decir que Señora llevará a ti a campos donde tu harás nuevo saber, al
mundo, y nuevo rey.
_¿Todo eso en tan pocas palabras?
_No necesitar tantas como en tierra tuya, Ebelehh, aquí saber de qué
hablar…
Esa noche fue extraña, porque durmió tranquilamente. No soñó, o al
menos no recordaba haberlo hecho. Se sentía tranquilo, relajado a pesar de
estar echado en el suelo sobre unos cueros de cabra y camello. Dormía en
la misma tienda que Auhmehh y sus padres, y al verse cobijado por tantos,
no le fue tan crudo el frío nocturno del desierto. Fue incapaz de pensar esa
noche, porque su cabeza no logró siquiera tocar el improvisado almohadón,
que ya se había dormido profundamente como un pequeño cachorro luego
de mamar.
Sabía que el día siguiente, sería dedicado a la meditación. El pueblo se
sucumbía al silencio, las calles se convertían en caminos de cementerios, el
viento soplaría y retumbaría en los rincones hablando solo, porque el
pueblo moriría en el silencio y la soledad del alma. Pero así lo veía un
ingenuo como Ebel, ajeno a todo esto. La supuesta muerte del pueblo,
como él le decía, era la plena vida, la mismísima armonía a flor de piel, y el
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silencio, la soledad, eran la máxima unión con el Todo y con todos. Así fue
el día. Había quienes ni siquiera comían ni bebían. Ebel sí hubo de hacerlo,
no aguantaba el clima de la región, en realidad, no aguantaba ningún clima
del continente. Recordaba en esos momentos de silencio, cuando los
pensamientos retumban y parecen oírse como voces ajenas, a sus tierras,
Khefis, el paraíso mismo. De árboles, casas blancas, palacios de mármol,
oro lúcido, verdes praderas, olor húmedo de la hierba fresca, las corrientes
de la montaña y el suave sonido de los riachuelos... un mundo que vivía en
armonía y en silencio, dentro del bullicio y movimiento que un país de tal
magnitud creaba. Pero volvía a su presente en un instante, y se veía
consciente de tener que purificar su alma.
La noche caía, tan rápido como nunca. El Tiempo había dado tregua a
la meditación, y según los sabios y viejos: “Cuando el Tiempo no te echó
ojo encima, es que estás hecho un tigre”, una frase un poco grotesca, que
daba a entender que la juventud es la flor de saber utilizar el tiempo.
La luna se colocó en el cielo; miraba a los humanos, y los humanos la
admiraban a ella, como si un bebé estuviese mirando al rostro de su madre
desde la cuna mientras ésta le canta una nana que le calma y adormece. El
silencio era inquietante pero armonioso. El cielo se tornaba cada vez más
oscuro, en azul marino, perdiéndose en la oscuridad de un negro azulado
del que se valía la luna para resplandecer. Pero pronto, su luz fue atenuada
a las miradas, porque una contrincante encendió sus luces.
El anillo, el anillo circular que brillaba desde el cielo, allí estaba, sobre
las cabezas de los súbditos, robando todo el protagonismo a la luna. La luz
se veía mover, en círculos. Lentamente bajaba, hasta que pareció encontrar
su lugar, a varios metros sobre el centro del pueblo, el cual estaba rodeado
de gente formando un círculo viviente y silencioso. Los ancianos estaban
los primeros, firmes y con sus mejores galas, simulando estar ellos solos
entre todos los hechos y la gente. Los niños se asustaban, era la primera vez
que lo veían, y temían sin saber a qué. Ebel se encontró aterrorizado, pálido
y con el corazón en la garganta, pero a la vez fascinado y completo, como
si todo se le estuviese revelando en su temprana juventud.
Su corazón palpitó como tambores mientras oía un leve zumbido que
emitía la luz, pero dejó de oír la fuerza de sus bombeos cuando un grueso
rayo de luz fue disparado desde el centro del anillo del cielo hacia la tierra,
de la misma forma que los rayos del sol caen verticalmente por entre los
huecos que las espesas nubes forman en verano. Era todo un acto de magia.
Como si de la nada fuese, un ser apareció en el centro, sin precisar
escaleras ni ningún sistema portátil, simplemente apareció.
La luz se atenuó, y pudo verse su contorno. Todos se arrodillaron de
repente, menos Ebel, quien no supo qué hacer y quedó duro y de pie, como
un poste.
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uno sobre el otro. Sus manos eran enormes, y daban impresión al lado de la
cabeza de un simple humano como lo era Ebel. Este ser colocó sus dos
manos en los hombros de Ebel, intentando tranquilizarlo.
_Cálmate, no te haré daño...
_¿Eres Yussa?
_Así es...
_¿Eres hija de Dios?
_Claro que soy hija de Dios... como tú...
_¿Qué quieres decir? ¿No eres una diosa, pues?
Yussa sonrió y emitió una pequeña carcajada inofensiva y
enternecedora.
_Vamos, hablaremos...- dijo, y en ese momento, una luz los rodeó.
Una sensación extraña invadió su cuerpo, algo que jamás sintió, sintió que
todo su cuerpo se disipaba, se deshacía como polvo por un instante, y
volvía a ser un completo. Pisaba suelo, pero de una sala tan blanca que
parecía emitir luces de cada centímetro de las paredes. Todo era perfecto,
plano, como nada que haya visto antes. En el centro, una mesa blanca y
metálica, con dos sillas de la misma forma. Yussa invitó a Ebel a sentarse,
y aunque era una silla alta, logró hacerlo. Yussa se sentó frente a él, del
otro lado de la mesa redonda, y luego de un pequeño silencio, comenzó a
hablar.- ...No, no soy una diosa, soy como tú, un ser del Universo, una
parte insignificante del Todo, pero que aún así, lo completo, así como sin
una mosca, el Todo no es nada.
_¿Y por qué dejas que te traten como a una diosa?
_Eso no está en mis manos, yo no les obligo a nada. Ellos ven que
nuestras luces se parecen a la de los ángeles y a la de los astros que adoran,
y piensan que somos ellos mismos, los astros y sus guardianes... y... a pesar
de ello, no se equivocan del todo. Nosotros nacimos en el Universo, y
somos del Universo. Nuestro hogar, está en las 12 Estrellas, y desde allí
venimos protegiéndoles desde los comienzos.
_¿Vosotros... sois los Fundadores?
_...Sí, así es...
En ese momento Ebel sintió un escalofrío interior. Tenía delante de su
mirada a un “pariente” lejano y a una persona tan importante para la
humanidad como no lo era nadie.
_¿Vosotros creasteis Khefis, verdad?
_No, nosotros ayudamos a su construcción. Khefis nació del propio
esmero humano por el crecimiento y el conocimiento, cosas que con o sin
nosotros, tarde o temprano hubiesen surgido. Pero la legión Universal, la
Junta de los Grandes del Universo, exige ciertos aspectos en un mundo para
poder ser miembros de la Unión con un representante propio, por ello
nosotros decidimos intervenir, para ayudaros a crecer. Verás… este mundo
es tan importante para los que lo habitan como para muchos más que no lo
120
Ebel encargó dirigirse hacia el este, hacia la última costa que se dirija
hacia el mismo, y así lo hicieron. Partieron ese mismo momento.
_Lo primero es el mar y sus costas- se dijo a sí mismo- el interior de
las tierras es el próximo trabajo.
_Uno se atrevió a decir que al ver los gráficos que su padre tenía
escritos en la espalda a carne viva, tuvo visiones sobre su pasado, su
presente y su futuro, y eso lo cambió por completo.
_Eso parece ser verdad. Se tienen rumores de que el príncipe discutió
con su madre esa misma noche y rompió todas sus pertenencias de niño,
porque, decían unos, que le gritaba “mentirosa” y “mala madre”.
_Dicen que el príncipe Talem vio su pasado, incluso antes de haber
nacido, o concebido, puesto que vio a su madre con otro hombre en el
lecho de su habitación de veraneo en la montaña. Su padre lo supo, pero
aceptó por diplomacia el cuidado del niño, al que no le dio mucho amor.
_El “Príncipe del Mal-Colchón” lo llamaron las malas lenguas; otros
lo llamaron el “Príncipe que nunca lo fue”, otros el “Príncipe Bastardo”,
entre tantas otras tonterías, pero la voz popular, comenzó a llamarlo “Talem
el Joven”, porque dándole ese nombre, daban a entender que lo querían a él
como próximo Rey de Khefis, y no a un viejo, no a un amargado, no a un
temporal, ni a una adúltera.
_Dicho y hecho, fue coronado Rey, el rey más joven de Khefis en toda
su historia. Talem ordenó cambiar varias leyes que su padre y sus ancestros
habían dictado, y una de ellas fue la famosa: No Salida, abolida el segundo
día de su mandato. Investigó durante una semana casi sin dormir, todo lo
que tenían sobre el Nuevo Mundo, historias y leyendas, pero faltaban todos
los escritos que debían de estar allí, en los Archivos Generales.
_Por ello ordenó no más sabido su paradero desde la Unión de
Guardias, que buscasen a Ebel Konis, la única persona que sabía todo sobre
cómo allegarse al Nuevo Mundo.- en ese momento Jepeu interrumpió.
_Pero ¿para qué lo quiere?
_Nos dijo el mismísimo Rey que admira a esta gente que da su vida
por una causa así, y quiere que aquel que más cerca tuvo toda su vida, lo
guíe por las tierras desconocidas. El rey lo ordenó así, y daba recompensa a
quien lo encontrase y lo convenciese para volver a la Capital.
_Tenemos un escrito firmado por el mismísimo rey en el que jura
solemnemente cumplir con la palabra en la que cree, y que, en un principio
es liberar al Reino de las Islas de su encierro marítimo. Las pistas nos
llevaron hasta este sitio, en realidad, hasta el mar. Allí nos encontramos con
una tormenta en la que lo perdimos casi todo. De los veinte hombres que se
dispusieron a prestarse para el viaje, sólo ocho sobrevivimos a la fuerte
tormenta, y dos días más tarde varamos en estas costas.
_Por suerte os hemos encontrado.
Entonces Auhmehh habló para todos, aunque dirigiéndose a Ebel:
_Dioses dar tormenta para crear encuentro que lleva a la gran gloria de
que Yussa ha hablado nos...
_Tiene razón...- dijo Sawe.
_Quisiera ver ese escrito que decís- dijo Ebel.
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_ “Abi banin omam lirym, amlabi doryin, nali mytet ifiss…”- (Ten en
tu mano mi frágil alma, sostenme en tu lecho, dame fuerzas para seguir…)
La estatua de Athalea, diosa de los vientos, brillaba en su esplendor en
el absis blanco, rodeada de laureles. Escoltada de dos águilas a su lado,
talladas con infinita delicadeza. Sus formas femeninas, de ropas mojadas,
frente en alto y peinado atado, athlante, con ruedos de oro, ojos firmes en el
horizonte, apoyada con frágil firmeza en el puño de una larga vara en
punta, una extraña espada, cetro de la diosa de los aires, quien con ella
corta los vientos. Su rigidez facial inspiraba respeto, incluso temor, y su
altura, de cuatro metros, atemorizaba a los humanos que le rendían culto.
Imagen humanoide de los vientos athlantes. Se tomaba con la otra mano de
laurel por la cintura, y permanecía recta frente a sus súbditos. Un jardín
aireado, con pocas plantas, rodeaba el templo circular, infinito, espacioso,
como su verdadero hogar, sitio de culto, de silencio, de grandes ventanales
a los lados, y un pórtico tallado con símbolos, personas y ángeles, escudos
y aves. Sus ojos redondos todo lo veían en el salón, y atenta oía las
pregarias de los humanos.
Las paredes eran de yeso blanco, liso, espacioso espacio, con
columnatas a los bordes exteriores, un templo alto, con guirnaldas vivas y
otras de piedra en los bordes del techo y las iluminadas ventanas, largas
133
Cabalgó a las tierras del norte, atravesó Hethis como un rayo sin decir
nada, flameando su capa aterciopelada, blanca, apresurando el paso a su
burro. Corrió por el camino de Heire, donde cruzó el poblado de Gadan y
su enorme puente en el río Sagas, toda envuelta de la esencia primaveral
que ella veía invernal a través de sus ojos cristalizados. Cabalgó hacia las
colinas de Iborn, donde en sus penumbres bosques, los sacerdotes de Arian,
el dios de los fuegos, quienes hacían culto al rey muerto, guardaban aquello
sobre lo que durante el viaje, no hizo más que pensar.
La soledad y culpa que envolvía el espíritu de la matriarca,
carcomía su cuerpo, envejeciéndolo a una enorme velocidad con cada paso
que daba el tiempo sobre su piel. Las flores le eran espinas, y los colores
difusos; la luz, no era más que objeto de su ceguera, el aire, no era más que
el veneno de su alma, exhausta, agotada, moribunda. Décadas había pasado
esperando a su marido, a su rey, ofreciéndole incluso la vida… todo
aquello de lo que pudiese ser dueña. ¿Por qué? Ahora se preguntaba ella.
¿Qué le había llevado a tomar semejante traición ante su marido? La moral
estaba por los suelos, pero no por la simple situación de haber realizado
sexo, insensato, con otro hombre, no, en este tiempo, la moral marital no
existía más que cuando se rompía la confianza y el respeto del uno con el
otro. Eso era aquello que le aterrorizaba a la reina: su hijo fue una burla
ante los dioses, ante los escritos a los que su marido rendía culto. Sola,
perdida se encontraba, sin padres, sin marido, y ahora sin hijo…
135
Kharia cabalgó sin parar durante los siguientes días por las costas del
río. Entrando a la capital, que brillaba ya desde las colinas más lejanas
hacía unas horas, ahora se veía elegante, enorme, indiferente a todo cuanto
los sabios y reyes ya se preocupaban por sus futuros. La gente seguía
tranquilamente cosechando, sembrando, cultivando, pescando,
construyendo y criando, a expensas de lo sucedido en el gobierno central,
la vida para ellos seguía, y mientras el sistema diese vistos de seguir en pie,
a ellos no les importaba. Entraba por la calle de Dohr, una de las
principales que unían el centro de la ciudad, en la primer isla, con el norte
de la isla en su totalidad, una de las más importantes médulas del país. Allí,
los guardianes observaron quién era aquella persona con gran detenimiento,
hasta que en darse cuenta, sin murmurar nada se dedicaron a acompañarla a
138
su lado, escoltarla hasta las puertas del palacio, tal y como lo decían las
normas del Palacio Real.
Muchos en las calles se inclinaban para saludarle, y ella no emitía más
que falsas sonrisas, no porque odiase o repeliese al pueblo, sino porque no
sentía en su alma ánimo de sonrisa ni respeto, era simplemente un saco de
huesos y carne que aun respiraba.
Habiendo ya cruzado los dos puentes principales, llegó a las puertas
del palacio, a un lado del gran Palacio, lleno de gente que recorría las
afueras y sus plazas, tramitando, paseando, trabajando, y realizando todo
aquel tipo de trabajos o acciones que se ejercían en aquella isla central. Se
bajó del asno delante de las grandes escalinatas, y comenzó a subir
lentamente, pero con un cierto aire de velocidad, sujetándose el vestido
para no pisarse y tropezar, abriéndose camino entre gente elegante, a
quienes no saludó, sin mirar a la belleza de sus alrededores, aunque muy
conocida ya para ella, postró la mirada en la gran puerta de madera que
abierta se veía tras las columnas gigantes de piedra, y allí entró sin decir
nada. Sabiendo todos quién era, permitieron su paso a las escaleras
internas, por las cuales subió hasta el piso de la realeza, donde se
encontraban las bibliotecas y salones reales, salas de extrema lujosidad y
belleza, altas y elegantes; pero ella no buscaba exactamente eso, buscaba el
tercer piso, donde se encontraban los despachos reales y el jardín del
temple real a las afueras, sobre los otros dos pisos visibles. Allí, entre el
verde de los arbustos y las hiedras, entre fuentes de agua cristalina,
caminos de piedra blanca y columnas, capillas abiertas, hechas solo de
techo y columnas, y estatuas de reyes y dioses, allí, paseando, Kharia pudo
ver a su hijo.
Quedó anonadada, como cualquier madre, con una sonrisa de orgullo
casi invisible, intentando escapar a ese rostro frío y desolado; se apoyaba
en el marco de la enorme puerta, bajo la mirada de algunos guardias que
escoltaban al rey joven… Mas éste caminaba en solitario, tomándose por
las manos en la espalda, pensativo miraba el suelo y sus pies, se tambaleaba
levemente sobre ellos, y miraba al cielo, estirando su cuello como si le
doliese por haber dormido mal.
_...Mi hermoso niño… es todo un rey…- se dijo en voz baja para sí.
Talem suspiraba, pensaba en las responsabilidades que ahora tenía en
su mano, gobernar a todo un reino no era tarea fácil para un joven de
diecisiete años; había perdido a su padre, quien supo que no lo era, su
abuelo había vuelto a la región del golfo, en el oeste, su madre estaba lejos,
en un estado enfermizo por la situación vivida, y el resto de su familia, no
más hacía que intentar quitarle el trono. Él simplemente, al igual que aquel
joven que se escapó y que mandó a buscar en el Mar de Tierras por
marineros y otros que no lo eran, deseaba explorar nuevos horizontes que le
hiciesen ver una luz de esperanza dentro de la oscuridad que su familia le
139
había demostrado. Nada era verdad de todo aquello que veía, y gobernar a
su pueblo era lo único que le quedaba, pero, así y todo, si para él en estas
tierras ya nada tenía sentido, veía a su mismo pueblo como un estanque de
peces mojarras, que jamás salen de su charco, y sus vidas dependen
simplemente de que el charco no se seque, permanecen eternamente igual,
repitiendo día tras día la misma acción, sin poder escapar de ese pozo, sólo
que para Talem, ese pozo de agua era de tierra, y la basta tierra que a las
mojarritas rodeaban, era el inmenso mar.
Volvía a suspirar y miraba la ciudad por los balcones… siempre igual.
_ ¿Qué hace?- preguntó Kharia a un guardia sin alejarse mucho de la
puerta.
_El Rey Talem pasea todos los días por el jardín,…piensa…- aclaró.-
¿Desea que le diga que está usted aquí, majestad?
_No, no le diga, por favor, no quisiera romper su silencio y borrar sus
ideas… Ya lo veré más tarde.- dijo entrando.
Talem volvió a suspirar, pero esta vez, como la última. Se volvió hacia
la puerta y se encaminó sin decir nada, más que dándole unas palmaditas en
el hombro a uno de los guardias, y subió las escaleras hacia los baños y su
cuarto, el cuarto real.
El guardia del pasillo, vestido diferente que los demás, ya que servía y
cuidaba las habitaciones, por lo que vestía de colores claros con mayas y
simples sandalias, abrió la puerta del cuarto, que enorme se vio de repente.
Talem se sentó en su cama, preparándose para cambiarse de ropa. Un rey
no podía vestir en todas las ocasiones de la misma forma. El joven llevaba
la toga típica de un interior familiar y de confianza, pero al dirigirse al
senado, o al gobierno, o al palacio, o al mercado, o al pueblo, para todos
estos sitios, tenía ropas diferentes, incluso para entrar a los templos o
bibliotecas. Se quitaba las sandalias de cuero, cuando miró a su lado una
sombra.
_ ¿¡Madre!? ¿¡Qué haces aquí!?- dijo poniéndose rápidamente de pie.-
¡Me has dado un susto de muerte!
_ ¡Lo siento hijo, lo siento, no quería hacerlo, es que estabas tan
concentrado allí abajo que decidí esperarte aquí arriba! ¡Siéntate, por favor,
siéntate… déjame verte… un mes que no te veo… tenía tantas ganas de
verte… estás muy guapo como rey! Te sienta perfectamente…- decía
acariciándolo y tomándolo de las mejillas con las palmas de sus manos.
_A veces creo que me sienta demasiado grande, madre…
_No… esto es lo normal, no te preocupes, a todos les pasa lo mismo al
ser nombrados reyes…- decía con una pequeña sonrisa.- Estoy muy
orgullosa de ti…
_No lo estés, soy rey porque mi…- balbuceó en lo que quería decir-
…Tatlone… fue asesinado…
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todo el control sobre la situación, al verse único cuerdo en esa sala y, tal
vez, en todos los templos de Hethis.
_Tu padre supo que algo así sucedería… que tú rechazarías el
renunciar al Nuevo Mundo, tierra de bastardos y oscuros…
_Madre… ¿por qué idiotez hablas de esta forma!?- gritó al final
incomprendiendo la situación y las palabras de su madre.
_...Fue por eso que tu padre…
_¡¡Él no es mi padre!!¡¡Estoy harto de que lo llames así!!- dijo rojo en
furia.
_¡¡Habiendo sido o no tu padre en los aposentos nupciales, no implica
que no lo haya sido durante tus diecisiete años, jovenzuelo!!- gritó
enardecida acercándose a su hijo como una fiera. Lo miró fijamente a los
ojos y el ambiente se tensó. Volvió a su postura inicial mientras desprendía
sus ojos de los de Talem como si estos estuviesen clavados los unos a los
otros.- …tu padre… se dirigió al templo de Arian, donde escribió un
testamento. El testamento hablaba sobre las posibilidades de que esto
sucediese, con lo cual marcó unas pautas a seguir si esto no era contrariado
por las fuerzas de los dioses. Arian, en la ceremonia de petición, sólo
aceptó una parte: “si aquel que sin sangre no aceptase las plegarias de los
grandes ni rechazase sus deseos por el bien de su pueblo, una daga
forjada bajo el fuego de Arian marcaría una maldición para la familia del
rey que derrumbaría todo lo conseguido más allá de los límites del reino”
pero, una vez forjada la daga sobre la cual el rey debía jurar devoción al
fuego y permanecer en las islas, Athalea levantó la mano, y pronunció una
objeción sobre Dorya…
_¿Quién es Dorya?
_Dorya es la daga sobre la cual pesa la maldición, maldición que debe
ser revertida. Dorya cayó de su pedestal junto a la flama eterna, única flama
que no se apagó de todos los fuegos que había allí esa noche, y ellos
tomaron juntos la decisión… pronto fue cambiada la palabra de Arian,
quien la ofreció a la diosa de los vientos, aquella que ves a tus alturas,
frente a ti- dijo señalándola.
_¿Qué decisión fue aquella que tomaron?
_Nadie lo sabe, los dioses hablan entre ellos pero no tratan con los
humanos. Solo los sacerdotes fueron capaces de oír aquello que había sido
decidido. Arian quedó tapado por la majestuosidad de Athalea, quien tomó
las riendas de la situación, y despojó al reino de su maldición, la maldición
de Dorya. Ella dijo que, así libre como los vientos, los humanos deben ser,
pero sólo de una forma el mundo no caería bajo las aguas del Athlón.
_¿Cual es esa forma…?
_...La diosa… Athalea misma…- decía temblando mientras
comenzaba a largarse en llanto- … puso una condición al reino, a tu
padre... petición que tu padre susurró a mi oído el día de tu nacer…
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Su madre, aquel mismo ser del que somos prolongación, parte; nido de
la vida, ser que más allá de cualquier cosa ama a sus hijos, había sido
obligada a deshacerse de él, matar a su congénito, a su propia luz de vida,
su razón de ser. Años esperaron aquel momento bajo la mirada de los
dioses, bajo la mirada de los sabios del fuego, bajo la mirada de un rey
desesperado que honraba a su nación, y todos ellos pusieron en las manos
de la única persona más cercana a un hombre, el destino del mismo y de
toda una nación. Los hombres, en su frialdad de conciencia, en su
conciencia de deber, harían cual fuese la acción pedida con tal de rendir
culto a los dioses, al superior, o a su simple honor, llegando a extremos
inimaginables para obtener esa medalla, ese brillo en la palabra de la
historia y trono ante los amados dioses. Los sacerdotes, los guardianes de
los elementos, ciegos habían sido a pesar de la luz de sus templos,
encerrados aprendiendo y sabiendo sobre la vida, obedeciendo a aquellos
147
que la crearon y formaron, pero sin si quiera jamás, haberla vivido. Los
dioses, aquellos seres magnánimos a los que sus súbditos daban forma,
enviaban los mensajes y profecías a los oídos de los sabios, hablaban entre
ellos, y creaban entre ellos; todo cuanto había dependía de los seres que no
se veían, pero que allí estaban… Los dioses, los dioses del universo y del
mundo, habían creado el amor humano, lo habían formado y perfeccionado,
lo habían moldeado a las diversas situaciones, pero jamás lo sintieron en
piel. Creadores que no gozan de sus creaciones, son capaces de
quebrantarlas si es necesario para el bien y el orden, pero, a pesar de su
sabiduría, de sus fuerzas y poder, fueron torpes a la hora de tomar una
decisión: poner en las manos de una madre, la vida de un hijo. La madre, el
ser humano más magnífico de todos, siendo y sabiendo en conciencia que
lo es, ni en la más terrible locura, ni por el máximo deber encomendado por
los dioses, sería capaz de matar a un hijo, y ese fue el gran error de los
sabios y los grandes del mundo, porque la madre, es copa de vida de sus
frutos…
_ ¿...Y cual cree usted que es su deseo…?- preguntó sin mirarle a los
ojos, como asustado, pero seguro.
_El bien del pueblo, mi señor… el bien de la sociedad que usted
gobierna.- dijo acercándose al rey.
_Su deseo, mi señor, era que yo viviese y fuese rey, simplemente, lo
demás, sólo le concierne al Rey, que es su deber, no importa más que eso, y
sólo a mí debe importarme el pueblo, no a mi madre…-
_...Lo siento, no quería ofenderle… lo siento…- dijo retirándose
mientras agachaba la cabeza.
Durante la ceremonia de entierro, en que el Rey colocaba flores y un
cristal sobre la tumba abierta del fallecido, los gobernantes esperaban de
pie, detrás, rodeado el ambiente de cientos de personas monocromadas de
naranja rojizo. Entre la muchedumbre, un hombre se acercó a los
gobernantes, sigiloso y en silencio. Tenía un aspecto duro, de facciones
muy rectas, encapuchado, y con unas enormes cejas. Por detrás, y sin
tocarlo, susurró algo al oído de aquel gobernante que se atrevió a darle
consejo al rey, y éste, con una amarga seriedad, afirmó en voz baja para
este intruso:
_Sí, avísales… esto está en nuestras manos…- y se incorporó sin ver
cómo aquel hombre se alejaba de la ceremonia por los caminos adversos al
principal.
El Rey mantenía firme sus decisiones, y ante la presión de tantos
cambios prontos, su cabeza volaba en pensamientos de determinaciones
casi dictatoriales al respecto de su país. Todo parecía caérsele de las manos.
Era un joven, un niño para muchos, que gobernaba por cuestiones de
estricta necesidad momentánea, no tenía idea de cómo era gobernar, ni de
la importancia que tenían las palabras que los mayores tenían para todas las
situaciones, tal como la vivida en estos últimos días. El poder lo
representaba él, pero quien sujetaba la vara del mando, eran los
gobernantes y sacerdotes a su alrededor. El país, ante ojos invisibles, se
estaba desmembrando, y la sociedad pedía explicaciones al gobierno, un
gobierno que aún no se decidía a tomarlas. El joven Talem, era la estatuilla
que cuidaba del cofre, antes de que los saqueadores la derrumbasen y
volviesen polvo.
_Señor mío, ¿desea usted que cancele todas las citas de esta semana?-
preguntó su secretario personal y, ahora, mejor amigo.
_No, no se preocupe, haré lo que haya que hacer. Ya me dirás.
Recuerda que para dentro de dos días hay que preparar una comitiva de
bienvenida, comida, reunión, todo debe ser impecable y justo, ya que
vendrán nuestros invitados más especiales…-
_Señor… le recuerdo que el gobierno no está muy de acuerdo con esta
visita, lo ven una amenaza contra el pueblo.
149
_No, Tremi, amigo, no lo son, son la luz que abrirá nuestro futuro. Las
alianzas con la gente del norte y las gentes de las nuevas tierras, no darán
más riquezas y felicidad, y nos llevarán a horizontes jamás soñados. Ellos,
y no los dioses, son la esperanza de nuestro pueblo.
_...- Tremi emitió una sonrisa, temerosa, tanto que temblaron sus
piernas, ya que aquella última frase, era una tremenda y bestial blasfemia.-
Iré a la recepción, si me lo permite, señor, tal vez me necesiten…- dijo
evadiendo cualquier tipo de conversación al respecto.
_Sí, ve, tranquilo, yo estaré aquí, encerrado, como siempre, a la espera
de la luz…
Los honores
los principales personajes de esta jornada: el Rey, Ebel, Jepeu, Sawe, Ram
y Auhmehh se postraron asombrados estos cinco últimos en el palco, ante
aquello que vieron, espectacular, majestuoso. En la plaza principal, casi sin
verse el suelo marmolado, una multitud de cabezas cubrían la enorme plaza
de Athlan, quien sobre aquel pilar enorme parecía gobernar un mar de
gente que se movía lentamente como las olas. Todos allí, convocados por el
Rey, para un discurso multitudinario, el discurso que abriría las puertas al
mundo nuevo para todo el país.
decisión tomada. Síla, sin siquiera saber cómo llegar a la capital de las
reuniones Familiares, decía cada tanto que era capaz de realizar esa labor.
Su madre se lo prohibía, no abandonaría a merced del pueblo a su hijo de
dieciséis años. Tamen oscilaba en escribir esas cartas de llamamiento o si
apoyaba a Kario, quien lo veía todo como algo imposible. Las mujeres,
sentadas sobre las butacas y sofás de lino, con vestidos de seda de casa,
tomando infusiones en tasas de yeso, platicaban sobre lo que decían los
hombres. Ellas temían por el bien de sus hijos y se su familia, pero no
sabían qué hacer.
Los hombres a veces levantaban el tono de sus voces en las
discusiones. Los dos viejos planificaban y observaban la situación desde un
puesto más sabio y considerado, preguntándose qué hacer y cómo.
Síla intentaba dar opiniones, pero nadie le escuchaba. Su hermana,
más pequeña, le abrazaba, para que no se sintiese excluido de la realidad
que se estaba viviendo.
_¡Papá!- se sintió con voz indiferente a la situación de desesperación.
Sin ser oído, más que por las mujeres, entró el niño que fuera jugaba alegre.
Con una sonrisa en el rostro, y detrás, el perro, que no sabía si ir fuera o
quedarse dentro mientras caminaba en círculos.
_¿Qué sucede, cariño?- preguntó su madre acercándose a él.
_Es a papá, un hombre le busca a él y al abuelo.- su madre miró hacia
la puerta, por la que entraba la madrona con la cabeza media gacha ante su
señora, abriendo paso al hombre que detrás se arrimaba y pedía sin palabras
paso. Envuelto en una túnica negra casi sin forma, casi como la viva
imagen de la muerte cristiana, nada se veía de su piel al paso. Sandalias que
cubrían sus dedos, de color marrón, de cuero, con una capa en la cabeza
que cubría su rostro. La mujer se asustó al verlo y dio unos pasos hacia
atrás tomando al niño por los hombros y empujándolo contra sí. El hombre,
o ser, mostró su rostro de refilón ante la corriente de aire que se creó entre
la casa y el exterior. Su piel, de tez clara, dejó ver unos ojos azulados y
acuosos, enormes, y un cabello tan pálido como su rostro que se escondía
lacio tras el velo. Un fantasma, parecía, pero sonrió al niño, y cuando su
rostro volvió a ocultarse de la luz, dijo con una voz casi mística:
_Saemna… edinda Meiehis Tamen korgo Tamenis Rewon…- (El bien
sea con vosotros… vengo buscando a los Meiehis Tamen y su yerno
Rewon…) La mujer señaló hacia el salón principal, donde los hombres
seguían hablando, cosa que dejaron todos de hacer, incluso los sentados
poniéndose de pie, al ver entrar esa figura tenebrosa que sin embargo
estaba envuelta de una misticidad mágica y serena. Se acercó a ellos
lentamente, con pasos de rey, y de entre el harapo negro extendió su brazo
blanco como la leche fuera, tomando con su mano frágil un rollo de
pergamino al que todos observaron. Cogió el pergamino cuidadosamente
con ambas manos y de un tirón lo abrió hacia abajo. Todos leyeron lo que
167
allí había escrito. Sólo hubo una exclamación entre los nueve que hasta el
momento habían estado discutiendo: “Los dioses nos tengan en sus
manos…”
Los rostros de preocupación, hicieron desfallecer sobre las sillas a
varios de los allí presentes, aturdidos por un mensaje que los demás no
pudieron leer.
El hombre se retiró así como entró, sólo que esta vez, acariciando con
su mano blanca el rostro del niño. Montó en su carro allí fuera, y arrastrado
por tres burros desapareció entre los bosques.
Dentro de la casa, Tamen, sin pretender la espera de una opinión,
aclaró:
_Envía hoy mismo a Síla hacia la Karianta, que lleve el mensaje a los
representantes del consejo Familiar, y que ellos se encarguen de llamar a
las Familias de todo el reino. Les dirás que es palabra mía- dijo
dirigiéndose a Síla- y que debe cumplirse por decreto. Los dioses nos
aguarden…- y casi en un suspiro perdido exclamó:- …esto es el fin…
Nadie se opuso, todos en silencio, aterrados por lo sucedido, se
repartieron por la casa a seguir con sus labores diarias. Y Síla, saludado por
sus padres como si fuese a la guerra, y por su abuelo, cabizbajo, quien sin
mover un músculo pareció apoyar a su nieto con todo su espíritu, se subió a
uno de los burros del establo, cogió el pergamino que su abuelo había
escrito, y tomó camino hacia el norte.
Corrió y corrió hacia Karianta, la gran ciudad sede de las Dasnai, por
prados y bosques, llanuras y montes hasta la ciudad gris. Los bordes,
puertas y techos de la ciudad, eran de aluminio y platino, con ventanas
cristalinas y murales de piedra gris y caliza. Varias casas rodeaban a los
templos centrales en la explanada, y un edificio central, el Templario
Familiar, alto y largo, como una torre se veía a la lejanía, acabado en una
cúpula platinada en forma de cono, ramificada como la punta de una
catedral germana, que relucía ante el sol. Toda la ciudad parecía un
pequeño espejo entre el verde de alrededor. Campesinos en burro volvían al
atardecer de sus tierras foráneas, cargados los lomos peludos de los asnos
con bolsas y sacos de semillas y vegetales, todos en procesión hacia sus
casas o los graneros de la ciudad. Unas mujeres iban a pie, cargando con el
consumo de sus familias, envueltas en velos coloridos, a través de los
cuales de refilo veían por el camino al joven Síla, quien se adentraba en la
ciudad.
Se postró, pues, bajo las extrañas columnatas del palacio, brotadas
como los troncos de los árboles, árboles de roca y plata, nacidos de una
tierra marmolada. Escalinatas expandidas como las ondas acuáticas frente
al jardín central, núcleo de la ciudad. En la puerta, cuatro guardias
detuvieron a Síla, preguntando su nombre y situación. Él explicó que venía
168
_¿Qué te creías? ¿Qué era como tú? – Preguntó sin esperar respuesta-
¿Qué te dijo?
_Nananananada, sólo hablamos sobre los peces y sobre dónde
veníamos…
_¿De dónde te ha dicho que venía?
_...No lo dijo, dijo que su padre era campesino, pero nada más… Lo
siento si le he ofendido en algo, es que yo…- le interrumpió.
_¿Y tú?
_¿Yo…?
_¿De dónde vienes?
_ Del sur, señor, de la Casa Meiehis.
_Eres un Meiehis, eh? ¿Cómo te llamas?- Síla creyó haber metido la
pata bien hondo, tal vez, ambos eran del campo, y si se enterasen de que
ellos eran una de las Familias que iban en contra de tal orden, le matarían
ahí mismo.- ¿Me contestarás?- dijo inclinando su cabeza un poco,
esperando respuesta. Pensó que ya era muy tarde, sabía su apellido, daba
todo igual.
_...Síla… Síla Rewonis Meiehis…
_Encantado de conocerle, Síla Rewonis Meiehis, mi nombre es Meb
Targunis Mifis- ¡Mifis! Era un Mifis, pensó alegre Síla; los Mifis eran otras
de las Familias, y esta en especial, una de las Familias en concordia con la
suya.
_Lo mismo digo, ya no me siento tan solo en esta ciudad.- dijo más
relajado.
_Oh, no, no te preocupes, estoy a tu disposición. Es más, te invito a
asistir a la cena Familiar que este atardecer se convoca, estaría muy
contento con tu presencia, y seguro que a los demás les alegrará ver a un
joven Meiehis… Así es que te encuentras solo, ¿no?- dijo acercándose a él,
incitándolo a dar un paseo poniéndole la mano sobre el hombro.
_Pues sí, he venido en nombre de mi abuelo.
_¿A presentar algún documento?
_Algo así…- dijo intentando evadir respuestas.
_Yo también he venido en nombre de mis mayores, de mi padre y mi
tío, concretamente; al parecer, se avecinan muchos problemas desde la
Capital y las zonas aledañas, y a nuestra presencia se le llama “en
representación de”, debería de ser “en lugar de los miedosos”. El temor que
les impide salir de sus casas acabará por destruirlos.
_Pensaba de una forma similar, pero mi abuelo dijo que era por si los
campesinos se alzaban en Karianta, así no estaban todos reunidos y el
trabajo se les hacía más fácil a la hora de retenerlos a todos.
_Es una buena explicación para alguien con genio… mas, veo que tú
mucho no posees.
_¿Por qué lo dices?
174
vuelan las malas lenguas que a escondidas dicen que su bello cutis, suave y
terso, se debe a utilizar como crema exfoliante o suavizadora y humectante-
decía con tono ya sarcástico-… el semen de su hermano Lian.
_¿¡Qué!? ¡Por todos los dioses! ¡Es algo abominable!- decía
sorprendido y entre risas.
_Sí, sí, joven amigo, el semen de su hermano como crema; hay quien
dice que lo roba cuando el chico lo deja en el cántaro, y hay quien dice que
su mismo hermano se lo ofrece o, atento a esto, se lo vende!- Síla ya reía,
por suerte, entre las charlas de los mayores, quienes no le oían mucho.-
Frente a ti tienes a los Banis, tres hermanos que viajan a Variante juntos
desde hace 10 años seguidos, ellos se encargan de todo cuanto es
mensajería en el norte de las regiones, suerte que los puedas ver, casi nunca
están aquí. A su lado, dos de los jefes del Consejo, Birno Akaostis, uno de
los más ilustres del Consejo, junto a su mujer, Meina. Son tan discretos con
todo, que jamás pudo saberse nada extraño sobre ellos. No obstante, a su
lado, sobre Jasar Yokoris, hombre de un porte muy serio y casi militar, se
dice que, hace dos años, puede que no haya sido la muerte de su hermano
por un accidente en los graneros, del cual culpa echaron a uno de los
campesinos, quien fue ejecutado, sino que dicen algunos que tal vez, haya
sido su propia mano quien otorgase paso al mundo de los muertos a su
mismo hermano. A tu lado- dijo muy bajo en su tono de voz- Tienes a
Taara Fidhis, representante del conjunto de mujeres de la Capital, una
mujer muy seca y con falto sentido del humor, y a Yakion Gabenis,
representante de las Familias en la isla Ekar. Quien se sienta al lado de mi
mujer, es Pirin Dolmenis, guardián de los libros Familiares en los templos
de las villas del oeste, en las montañas. Es un hombre muy reservado, aún
más que el viejo Kyor, nunca habla más de cinco palabras, si no hay nada
que decir, simplemente resta serio o sonríe cuando se dirigen a él; y que no
te engañe su aparente juventud, sus supuestos cuarenta y tantos años, en
realidad son setenta y cuatro. Nadie sabe cómo logra que su cuerpo y piel
aún sigan tan jóvenes, y, cuidado, no creas que se baña en orín y se unta
con el semen de su hermano…
Síla estalló en una carcajada de la que los que estaban a su alrededor
no pudieron resistirse oír. Los dos viejos que ya conocía lo miraron
atentamente, y el rudo Jasar, cogiendo el tridente, en un acto involuntario,
señaló con poca fuerza y dirección, simplemente sosteniendo el cubierto en
su mano, a Meb, y dentro del silencio que se creó por su acto, dijo:
_Hermano Meb Mifis, se ve que deleitas con tus habladurías al joven
Meiehis, ¿no? Espero le estés contando anécdotas de tu enérgica y rica
vida…- acabó, tajante.
_¡Meiehis!- exclamó, al parecer contento, el viejo anfitrión- ¿¡Cómo
es que no se me dijo que tenía un invitado de una de las Familias del sur!?-
178
la puerta y los jarrones frente a las ventanas, con tal de oír cuales cosas
sucediesen o intentasen irrumpir su sueño.
Se cubrió bien con las mantas, mirándolo todo con temor, y fue gracias
a ese terrible temor, tal vez mezclado con las ansias, nervios e inseguridad
por ser la primera vez que se encontraba fuera de casa y en tales
circunstancias, que pudo dormir plácidamente al relajarse. La noche, al
menos desde su punto de vista, había sido plácida.
algo que un carroñero animal no haría. Tomó una bolsa y comenzó a meter
todos los alimentos que había sobre la mesa, y a la vez, luego de dar unos
pasos rápidos hacia la mesa central, comenzó a hacer lo mismo con los
demás alimentos. Dos personas más, o tres, que se hallaban en el lugar
desayunando también, lo observaron con desprecio y sorpresa, como si un
muerto de hambre hubiese usurpado el lugar. Síla, lo observaba mientras
masticaba de una forma indiferente y lenta, al ver aterrado y sorprendido la
acción de su amigo. Lentamente se levantó mientras acababa, de pie, la
leche que quedaba en el tazón, y se acercó disimuladamente a Meb, como
para que los demás no se percatasen de la relación entre ambos.
Tímidamente y sin mirarlo directamente a él, habló:
_¿...Qué sucede, Meb…?
_Hubo cambio de planes…- dijo mientras seguía llenando el bolso con
alimento y bebidas. De repente, dejó de hacerlo y se giró con rapidez ante
Síla. Lo tomó por los hombros con extremada fuerza, incluso dañándolo
con la presión. De los nervios lo sacudía un poco, como intentando hacerle
entender lo que sucedía, mas sólo dijo:-…tú te vendrás con nosotros…
_...¿¡qué!?... ¿De qué hablas? ¿A dónde…?
_ Debemos huir, hacia el oeste, ahora mismo!- dijo mientras retomaba
su labor.
_¡No! ¡No pienso irme a ningún lugar! ¡Debo volver a casa, con los
míos, al sur!
_...Ya no es transitable ese camino, vendrás con nosotros…
_¿Cómo que ya no es transitable? ¿¡Qué sucede, Meb!?- dijo
tomándolo ahora él por uno de sus brazos volteándolo frente a sí. Meb
agachó la cabeza, mientras, respirando, intentó calmar sus ánimos, que más
bien eran histeria.
_...Los campesinos, desde la Capital… las burdas masas han tomado
Athlas Este… el Principado ahora es tierra de campesinos. Se dirigen hacia
aquí. Ya comenzaron a tomar las regiones sur y este de Karianta y se
dirigen a las del norte. Hay focos por todos lados, Bagglaf, Khefis, Khanis,
Ergoi, Hekton, Kalaefen, todos se han puesto de acuerdo. Sákabis, no
obstante, declaró detención a Kalaefen, y otros poblados están en contra de
tal determinación. Se está formando una guerra interna entre el mismo
pueblo. Han matado ya a algunos, y a otros los destierran. El camino de
Limpo, hacia el sureste, está tomado, si te ven, te matarán. Ruega que no
hayan llegado a la casa de tus parientes…
_...Pero…- Síla había perdido su último aliento de esperanza. El
mundo en el cual se había envuelto una vez ya no existía, así como la
seguridad de las Familias, del Reino, de su padre y su madre, ya nada había
más que Meb y el oeste.
_Mirar atrás es símbolo de cobardía…- dijo Meb-…Y tú añoras en tu
interior un gran coraje. Sé digno de él, pues sólo así renacerás a la vida.
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Ya no había más que hacer. El silencio del joven, fue más que
suficiente para el Mifis, no había porqué tardar. Lo tomó por la muñeca y
lo arrastró consigo fuera. Había dos asnos esperándolos, sobre uno, se
encontraba la bella joven, Jara, siempre en silencio delante de su marido,
envuelta en velos. Sostenía las riendas de ambos asnos, y se las extendió a
su marido.
_Toma ésta.- le asignó al joven dándole una de las riendas.-
Cabalgarás sobre él junto a nosotros hacia el oeste, allí nos encontraremos
con nuestro guía.
A una exagerada velocidad, los asnos rebuznaron en el galope
huyendo por las puertas de la ciudad. El camino se extendía al frente entre
los montes, y más allá en el horizonte, los montes que indicaban el
comienzo de la cordillera de Ithon. A kilómetros de camino por los prados
y sembradíos, bosques y ríos, una figura se hallaba en el horizonte del
camino. Oscura y húmeda se veía por los colores del atardecer, que
enrojecían, anaranjeaban y ennegrecían los montes y plantas.
Síla abrió los ojos enormemente, sorprendido al ver que aquel hombre
sobre el oscuro burro, era el ermitaño Dolmenis. Zarandeaba la cabeza del
burro que parecía serpentear en un movimiento brusco.
_¡Rápido! Hace rato que os espero. Debemos acelerar el paso. El
camino de Agkon por Essilath está siendo tomado por los poblados
circundantes, hay que tomar el camino de Hirin, por las montañas,
tardaremos unos días en llegar.
_¿¡Llegar a donde!?- dijo Síla desesperado.- ¿¡Qué están tramando!?
_Ahora mismo te explico.- respondió Meb avanzando hacia el
Dolmenis, quien se hallaba serio.
Parloteó algunas cosas con el viejo, que luego avanzó por delante
incitándolos a seguirlo.
El joven se acercó a Meb con rostro preocupado, y éste, en un suspiro,
lo miró y procuró explicar cuanto sucedía.
_La región de Berian, el Principado, y las circundantes Kalaefen,
Essilath y ahora Karianta, están siendo tomadas por los campesinos. Se
dirigen hacia el oeste, norte y sur, y los revoltosos en la ciudad de Bagglaf
amenazan con llegar a las fuentes y rivas de la plana y el golfo Endher, al
oeste, y hacia los pies del Ithon, impidiendo el escape de cualquier persona
hacia donde se pone el sol, lejos de los flujos problemáticos.
Las ciudades que albergaban a las Familias y políticos están cayendo;
Karian, Rindor, Thorn e Isthes, entre otros poblados del norte, están en
manos de los sublevados, y nosotros, sus dirigentes y terratenientes, no
tenemos dónde ir a parar. No podemos volver a nuestros hogares…
_¿¡Y a dónde estamos yendo!?
_Pirin, el viejo Dolmenis, supo sobre nuestras desgracias antes de que
comenzasen a ser coherentes en nuestra propia mente. Creyó que no vale la
183
……………………
……………………
mula más que una dama. Su rostro oscuro sostenía velado unos bellos ojos
que se olcutaban al igual que sus palabras.
Síla se acercó a ella.
_¿Por qué crees que nos desviamos a esta población?
_No lo sé, es dificil de comprender a quienes nos guían a veces, pero
normalmente tienen razón.
_¿Pretendes pasar toda tu vida guiada por Meb?
_Es mi único camino… Al menos por estos días.
“Al menos por estos días”, ¿qué es lo que habrá querido decir con
eso?, pensaba Síla. Había aptitudes y palabras que no comprendía de ella, y
prácticamente la veía como un objeto de intriga. Ese triste rostro, oculto
bajo el velo rojo…
_Háblame sobre Khu-ma-khat.- La joven lo miró seriamente. Bajó la
mirada, observó repentinamente al cielo, momento en que sus ojos brillaron
de una forma muy diferente, y luego, en un suspiro, recordó su tierra
pronunciando unas palabras que parecía articular con su corazón.
_ “Iara najreen dï Khu-ma-bap, agha-khat bapath, sah gonekhis
taupen…” (Brilla con su fuerza el maíz en los campos de Khu, piedras
blancas del maizal, sol de las personas del lugar…)- se resignó ante la
petición.- Mi familia no era de las más grandes, como otras en el terreno.
Mi padre era un gran campesino, y mis madres labraban los cultivos razos.
Mi progenitora, con mis dos hermanos, que son más pequeños que yo,
recorrían las sendas juntando olivos y viñedas, frutos del suelo y hortalizas.
Mis otros tres hermanos, hijos de mi matrona, labraban las tierras de maiz
con mi padre, y mis hermanas cuidaban de la casa, menos Khiarin, que ya
tenía su propio marido en su propia casa. El pueblo vivía del campo, y yo
despigaba los trigos y desgranaba los maices con mis abuelas y otra de mis
hermanas. La más pequeña, Hio, los lavaba, y luego las colocábamos en
grandes cestas de mimbre, las cuales se tapaban y se vendían tanto en Khu-
ma-khat como en las demás ciudades de alrededor, como a la Capital. Casi
todos nos conocíamos allí, éramos casi como de la familia, una enorme
familia que vivía del campo. Unos cultivaban, otros arrendaban, otros
comerciaban, otros regaban, otros sembraban, y todos formábamos una
enorme cadena. A unas calles de la nuestra, vivía un muy amigo mío, lo
conocía porque era uno de los que nos traían las espigas y los choclos; se
llamaba Wiron- dijo luego de hacer una pausa-, era un hermoso joven,
siempre sonreía y me invitaba a dar paseos por los campos. Me encantaba
dar paseos con él, era muy atento y veía lo bueno de todo, normal en los
chicos del campo…
_Parece como si te hubieses enamorado de él, ¿no?
_...Bueno…
_¿Cómo es que acabaste con Meb, entonces?
187
_ ...Y acepté.- dijo suspirando. Hace tiempo que estoy con Meb,
siguiendo los pasos de los Dasnai. Los ancianos me entregaron una paloma
con su cartucho. Debía informarles de cuanto sucediese. Y así lo hago.
Pero, por favor, no digas nada a Meb, prometo dejar de hacerlo, sé que os
afectará a todos…
_ Ahora pienso… todas tus insinuaciones… hacia mí, no fueron más
que por conseguir información… ya no sólo de Karianta, Khu, Atrion y
Khefis o Essilath, sino que incluso del sur, de mi tierra, Naïlion…- dijo con
rostro asqueado.
_ No soy una traidora, soy víctima del propio sistema que han creado
nuestros mayores. Sino, mírate a ti mismo. Muerto en vida, no tienes a
nadie y ni siquiera llegas a los diecisiete años. Desconfías de todos. Has
vivido situaciones que te han acobardado, y todo ello, por tus mayores.
También me quejo de mis padres, de los ancianos… por más sabios que
todos ellos juntos sean, no tienen ni idea de lo que a nosotros nos
190
momento, se topó con Hik, y no pudo hacer más que caminar entre las
rocas y los montes sinuosos hasta cruzar todo Ithon. En las planicies del
Alathar, las aves, volvieron a encontrarse, y cumplieron con cuanto su
encontrar correspondía: revertir los deseos. El hombre fue pobre y
expulsado de las planicies. Perdió su familia y sus riquezas. Hik fue
imposible de cruzar, y el hombre, rogó a las aves que le ayudasen a volver
a su hogar. Las aves, sabias, le otorgaron un último deseo, cruzar el Hik,
pero… el hombre no especificó cómo, por lo que las aves le obsequiaron
una pala. El hombre cabó durante días, semanas y meses, y así pudo llegar
al otro lado. Las aves habían enseñado que no es lo bello lo que nos lleva a
obtener nuestros deseos, sino el arduo trabajo y la humildad, que nos da lo
justo y necesario que a nosostros nos corresponde.
_...Este hombre se llamaba Nerma…- susurró Pirin.
_ ¿Qué?- dijo Meb.
_ Debemos dejar aquí a los asnos. Tomen lo justo y necesario para el
último trayecto… cruzaremos el camino de Nerma.
Jara observó la nueva posición, los hombres, se encaminaban a pie por
los peñascos hacia el norte… y Essilath y el fuerte de Isthes, eran ahora en
el este. Esto comenzó a preocuparla, pues la situación había cambiado.
El camino se hacía cada vez más complicado, pues no tenía forma de
camino. Las nubes estaban a su altura, incluso más abajo, en los valles. No
había grandes picos, pero las montañas eran intransitables. Había bosques
que los rodeaban, incluso algunos que debían atravesar. La noche había
llegado, y todos se propusiron domir bajo los arbustos de los bordes del
camino.
_Por la mañana cruzaremos el camino oculto- comentó el Dolmenis a
Meb. Éste asintió con la cabeza y dio las buenas noches:
_Ágadan…-
Tomaron sus posiciones. Jara y Meb, juntos, Síla a sus pies, y Pirin,
acurrucado en otro arbusto.
Síla pudo observar durante esa noche cierto nerviosismo por parte de
Jara. Se movía de un lado al otro, y no durmió en toda la noche,
murmurando y temblando. Pensaba “¿está nerviosa, tiene frío, está
incómoda?”. Esta aptitud, puso también nervioso a Síla, quien tampoco
pudo pegar un ojo.
La noche fue dura, y para completar, Pirin los despertó a todos incluso
antes de que el primer rayo de sol se asomase por el horizonte.
Se levantaron, y así como se encontraban, continuaron por entre los
pinos y bosques hasta que, de repente, el viejo solitario se percató de una
cueva entre los arbustos. Los insitó a seguirlos. Jara dudó antes de entrar,
pero Meb, sin esperar respuesta, la envolvió entre sus brazos, como
protegiéndola, y la acampañó durante la entrada. Síla se recogió su capa
193
El pacto de Thorn
situación, con tal que nadie revelase su ubicación. Llevó consigo a los
prisioneros a Thorn, con Irnin de estrategia.
Las uniones revolucionarias, escuadrones del pueblo, quienes tomaban
las ciudades mediante las protestas y el paro del comercio, se dirigían tras
las caravanas hacia Isthes, mientras, por camino totalmente opuesto, los
supremos mandatarios del país, permanecían ocultos y a salvo.
deben regir todos los aspectos del gobierno, pues está impuesto así por ley
divina.
_ Nombrado fui por el abuelo del rey muerto…
_ Un asesino a los ojos de la nación. No tiene valor su posición.
_ Poseo el apoyo de los ministros, y del mismo pueblo ahora.
_ ¿Y de qué forma logras el apoyo de quien tan descontento está?
_ A veces subestimas el sentido común de los que no pertenecen a las
castas nombradas, ¿verdad, Karianis? He dado al pueblo lo que deseaba.
_...- esperaban dudosamente una aclaración con las palmas de las
manos extendidas, en gesto de petición.
_ He enviado al Nuevo Mundo a los exploradores encarcelados y les
he prometido las tierras que encontrasen como suyas, a cambio de un
porcentaje de sus riquezas.
_ ¿¡Qué locura estoy oyendo!?- gritó despavorido Ywkuon, mientras
Lenué se paseaba a sus alrededores apaciblemente.
_ Tranquilo, hermano, calma. Jamás volverán, no pondrán un pie en
las islas jamás, bajo pena de muerte.
_ ¿Quién sabe esto?
_ Unos fieles guardias, y yo.
_ Imprudente eres de todos modos. Crees que conoces este mundo,
pero no tienes idea, jamás has salido de estas tierras, y crees que lo sabes
todo.
_ ¿Acaso ustedes han salido alguna vez de estas islas?- todos
estuvieron en silencio. Hasta que Kogo tomó la palabra.
_ Nosotros no, pero hay quienes sí…- todos lo observaron.- Como
bien sabemos, las Familias son doce… pero hay una que no pertenece a la
real casta.
_ ¿De qué hablas?- exclamó Ywkuon.
_ Cuando comenzaron los problemas internos entre las juntas de los
Dasnai, y las disputas se llevaron hasta el límite del odio y el repudio, una
de las Dasnai-Meh fue expulsada de la gran isla y remplazada por unos
terratenientes, los Koyris.
_ El día en que las Familias acaben con su orden, esta Familia volverá,
y ninguno de nosotros podrá gobernar ni dejar su herencia. Khefislion ya
no será el mismo, todo el sistema caerá- agregó Birno.
_ ¿De qué doceaba Familia estamos hablando?- preguntó Lenué.
_ Hablamos de los Khomobis.
_ Tus prisioneros exiliados, “héroes” gracias a ti, son los máximos
representantes de los Khomobis, habitantes exiliados del Tagokk, ellos los
traerán de nuevo.
_ Pero morirán si lo hacen…- dijo Lenué preocupado, intentando dar
razón y validez a sus actuaciones.
_ Esto no lo solucionarás con dos lanzas.
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El nuevo orden