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LOS LIBROS
DE SIRIO

“EL AUGE DE LA HUMANIDAD”


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Autor: Matías De Stefano


ISBN: en trámite
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INTRODUCCIÓN

El Auge de la Humanidad es uno de los libros que forman parte de la Saga:


“Libros de Sirio”, que comencé a escribir a los 19 años con la finalidad de
contar la historia de la Humanidad en forma de Novela.
Esta historia está incompleta, pues se relaciona a las demás que aún no
están terminadas.
Narra la vida de Ebel, un joven atlante que vive en los comienzos de su
Civilización, contada según los recuerdos de Lucas, un anciano del año
2100 de nuestra era, que intenta armar la historia de los orígenes debido a
un hallazgo en Egipto.

Las situaciones contadas, tienen que ver con los primeros pasos de la
civilización que dio origen a todas las demás, pero dejando abierto el cómo
se originaron y lo que sucederá después, cosas que se cuentan en los otros
libros.

El presente, es el primero en que se nombran las 4 Llaves Towei Lûmbar,


ya que la época en que Ebel vivía, fue el momento de Abrir las Primeras
Puertas.

Muchas de las claves que están en el libro, tienen relación con las tareas
que nos esperan en el futuro.

Recordemos la historia como algunos la vivieron, para poder empezar a


escribirla con nuestros propios pasos.

Matías De Stefano
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“Alìnali, Ube, alìnali yoráadhyium apotàhiram,


aokladìpapum mô, alìnali merix morixium yu
hetemibalna mô keye hemselna mô.
Walìnali adeiíkori, wamùdetuii nis alea kiirsy faesum,
meninkoy, Kleio, famsem.” 1

(Cuéntame, Musa, háblame sobre


las Gloriosas páginas de la historia olvidada,
sobre las acalladas vidas de nuestros orígenes,
háblame sobre aquellos hombres y
mujeres que caminaron por nuestras
tierras y crearon nuestra historia. Cántame
las hazañas de los vivos, para que en tu
canto pueda yo hablarle al mundo sobre
el pasado, que bien sabes, Clío, es el futuro…)

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Alución y homenaje a la manera de comenzar una historia de los textos literarios antiguos.
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PRÓLOGO

Desde hace varios milenios, culturas antiguas del mundo predijeron en


conjunto el cambio de las eras. Las últimas en hacerlo, marcaron desde el
cielo el fin de la humanidad conocida, cambios que surgieron alrededor de
los años 1990 y 2040, y que dieron paso a una nueva era. La humanidad
cayó en una destrucción final a través de guerras entre países, el hambre de
la sociedad, las pestes provocadas por las guerras y las tecnologías
atómicas, y la muerte de miles y millones de personas, lo que llevó a un
desorden colectivo y caos mundial. La Tierra se sumió en los cambios
climáticos más rápidos y fuertes jamás vividos en el planeta desde la
desaparición de los dinosaurios, cambios que aún después de estas fechas
siguieron su curso sin reversión. El caos aparecido en el hemisferio norte y
el nacimiento del poder en los países del sur, conllevaron a una
reorganización mundial que produjo un cambio aplastante en los gobiernos
mundiales. Una nueva manera de pensar rigió el mundo, y llevó al
entendimiento de la verdadera razón del hombre en la Tierra. Había
comenzado la Era de Acuario, la era del humano en su mayor esplendor
mental y espiritual, un nuevo orden que necesitaba nuevos guías y
maestros.
La gente denominada “Índigo”, discriminada en un primer momento
por los demás, junto a los fuertes humanos llamados “Cristal”, y los guías,
llamados según la gama de colores, “Violeta”, tomaron el mundo al crecer,
y trajeron sus verdades y conocimientos a la humanidad. Para entonces, la
humanidad entera se sellaba bajo estos colores, formando un nuevo mundo.
Aún permanecían los conflictos culturales y político-sociales, de los
que la gente ya estaba agotada, razón por la cual los nuevos partidos
políticos surgieron y gobernaron. Los partidarios de la historia, deliberaron
la determinación de que las antiguas profecías marcaban el pasado y el
futuro, con lo que estudiando los caminos de los antepasados, obtuvieron
los resultados para mejorar el futuro de la humanidad.
No obstante los conocimientos humanos de la época, la razón seguía
siendo líder en determinación, por lo que no fue hasta el momento de un
hallazgo arqueológico insignificante, origen de otros cientos de ellos, que
la verdadera historia a la que se rendía culto desde la Grecia más antigua,
obtuvo palabra ante la humanidad, hallazgo que determinaría los próximos
pasos de la misma.
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Gizeh - Egipto. Año 2107

_ “¡Yassin, Yassin, taala, sariaan, li kai tara ma hada!”a

El calor del desierto abrazaba las espaldas de los hombres. El reflejo


del sol en lo alto provocaba espejismos, mantas nebulosas de agua en el
aire que manchaban, distorsionaban, las imágenes de más allá. Tres puntas
iluminadas por el reflejo del este se asomaban por aquella cortina
traslúcida, y curvas de camellos se asomaban por las colinas circundantes.
Egipto, como tantos otros países, había surgido de entre las cenizas luego
de la Tercer Guerra Mundial.
Los árabes habían sido discriminados, pero las convergencias de poder
de los países pluriculturales, tal como lo era éste, obtuvieron, gracias a su
presidencia, la suficiente ayuda como para salir de aquel agujero en el que
se habían metido. Las alianzas árabes estaban debilitadas, Irán había sido
aislado del mundo, muchos emigraron. El comercio chino, fue substituido
por la mano de obra africana, esto comportó un gran despliegue en la
sociedad negra y discriminada, que había proclamado sus derechos en un
mundo que siempre los había tenido como esclavos. Las uniones de Europa
y Sudamérica, apoyadas en parte por Rusia, quien había quedado entre dos
potencias cuando China se alzó, obtenían ahora los mayores
nombramientos en el poder de estructuración mundial. Los Estados Unidos
de América, habían sido derrotados por primera vez en su historia, aunque
ayudados por las confederaciones del planeta salieron adelante. La macro
economía capitalista había sido vencida, y los dirigentes de estilo socialista
y comunista liberal, dentro de un capitalismo regulado, tomaron las riendas
del mundo e igualaron los derechos de los continentes.
Nuevas construcciones se llevaban a cabo, alianzas, una reestructurada
infraestructura, economía, política y sociedad, incluso la moral,
derrumbada tras el inminente fallido de las religiones monoteístas más
grandes del planeta. La fe, ahora, se basaba en el hombre y en el universo
estrechando lazos entre estos dos mismos, sin ningún intermediario. Esto
dio fuerzas a las civilizaciones a levantarse y aceptar los cambios.
El cambio climático que afectaba al planeta desde hacía ya un siglo,
acabó por ser el detonador del fin de la Era Contemporánea y el comienzo
de la Nueva Era, proclamada así globalmente. “La Tierra se enfada con el
hombre, esto es el fin!” decían los fanáticos, con lo que los científicos
reclamaban a su favor: “No es más que un lógico desorden tectónico y

a
¡Yasin, Yasin, ven a ver esto, corre, rápido! (lengua árabe)
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atmosférico que ha producido una corriente de sucesos en cadena tras la


emanación de gases en masa a la atmósfera y la cantidad de agua dulce
llegada a los océanos por el derretimiento de los polos”. Sí, la Tierra
estaba cambiando, no estaba ni enfadada ni simplemente fue un cambio
tectónico, fue mucho más que eso, fue el cambio que así como con la
desaparición de los dinosaurios trajo una magnífica evolución, hoy, el
humano, había vivido lo mismo, la última gran guerra, y el último
Apocalipsis.
Ciudades habían desaparecido de las costas, otras simplemente
tuvieron que ser abandonadas. Zonas enteras sufrieron grandes
emigraciones e inmigraciones; el Mediterráneo, la cuenca en sí, comenzaba
a secarse poco a poco, los desiertos se agrandaban, y los polos se
descongelaban más y más. Las precauciones para una posterior glaciación
fueron tomadas, y se desalojó todo el extremo norte y sur del planeta. Se
creó el proyecto Arca de Noé como una organización global; nuevas
ciudades eran fundadas, y las existentes se mejoraban, para albergar a
centenares de personas que emigraban.
Sí, el mundo estaba cambiando irremediablemente, y aunque todo
alrededor de la gente parecía un enorme caos, en desesperación y falta de
fuerzas, otros millares veían la luz al final del camino, es más, la “luz” ya
estaba aquí, todo retomaba un buen camino. “A partir del caos, nació el
universo”, me dijeron una vez, y cada mundo, es un universo en renovación
constante…

_ “¿Mada yajrí, Karim?” (¿Qué sucede Karim?)


_ “¡Chuf, Chuf!” (Mira, Mira!)
_...- sus ojos se tornaron brillosos y grandes, sorprendidos de la misma
forma en que se podría ver un fantasma; sentir escalofrío en medio de 50
grados de temperatura.
_ “¿Mada takul, ah? Ma hada?” (¿Qué dices, eh? ¿Qué es?)
_ “…alaina an nantadera a said…” (...hay que llamar al señor…)

Campagna - Salerno - Italia. Un año más tarde

La tarde caía irremediablemente. La noche estaba al acecho. Un


lánguido aire esculpía los tejados de las casas suavemente bajo el canto de
las palomas. Era domingo, un domingo de Julio del año 2108. El verano era
en su cúspide, y un calor embriagante desmayaba las almas viejas de la
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ciudad. Aun así, todos yacían sentados en las veredas, más bien los viejos,
ancianos que añoraban su juventud en los suburbios. ¿Qué había sido de
aquella modernidad que los había envuelto en una de las épocas más
oscuras de la era contemporánea? Los niños, ahora, tímidamente
dominaban las calles del atardecer. Jugaban en las plazas sin crear
problema alguno. Bueno, uno nunca puede pedir la perfección, pero esta
misma, como desde los comienzos, estaba en la cima de nuestras
prioridades.
Valentino había salido a por pan. Bajaba la calle en pendiente hacia la
plaza, donde se encontraba el negocio de los Baccioto, si es que así se
escribía. Las ventanas estaban abiertas, y de vez en cuando entraban
aquellas molestas pelusas que emanaban los árboles en su excitación
estival. Desde la silla donde yo estaba sentado, en la sala oeste de la casa,
donde había un gran espejo sobre aquel mueble, estandarte del recuerdo
europeo, de otras épocas, y una alfombra que pasaba por debajo de la mesa,
qué tontería, pensaba, la comodidad de los pies ensuciaba la casa;
Valentino tenía la costumbre de dejar caer varias cosas mientras comía, y
esa alfombra era símbolo de la esclavitud de quien limpiase; allí fuera,
como decía, podía oírse a través de la ventana a las mujeres que se
“gritaban” de un balcón al otro. El concepto de vecinos no era el mismo en
el norte que en el sur. Allí donde habita el frío, y donde por ende las gentes
son frías, en Inglaterra, los países bálticos, Alemania, donde cada uno se
crea un propio camino y nadie depende de otro para subsistir, no era más
que el reflejo opuesto a lo que era la vida más humana, la de los orígenes,
la mediterránea. Allí sí que se vivía la vecindad, que ni vecindad era, sino
que era toda una gran familia. Pensaban antes que la tradición de familia se
rompería, y así lo hizo en realidad, pero los genes eran mucho más fuertes
que cualquier otra cosa, y aquel concepto sureño, la “mamma”, no sería
desterrado tan fácilmente de esta ancestral nación.
_¡¡¡Carlo, Carlo!!! Lascia da gioccare con loro e vade già in piazza,
che fa d’hore che t’ho domandato il pane!!!a- los gritos de la “mamma”
incluso eran un gusto de ser oídos, a pesar de semejantes chillidos. Las
mujeres se apoyaban en los balcones, incluso parecía que caerían, pero
como las paredes estaban una tan cerca de la otra, estaba la posibilidad de
que se enganchase de las cuerdas de ropa, donde colgaban las enormes
sábanas, ya casi secas por el calor que había regido el día.
Debajo, en las calles, era todo un bullicio. Se oían los gritos de los
hombres en el mercado, parecía que discutían, pero simplemente hablaban.
Pasaba una moto, haciendo terrible ruido, pero a nadie le incomodaba. Sí
que había quejas, “¿a quién se le ocurría llevar una moto en este siglo?”

a
¡Carlo, Carlo! Deja de jugar con ellos y ve ya a la plaza, que ya hace rato que te pedí el pan!
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Todos marchaban hacia casa, los padres volvían de todos los sitios, las
viejas, estaban en casa, las mujeres volvían del trabajo y se encontraban a
hablar en las esquinas. A los niños se les hacía tarde, debían de llegar a
casa rápidamente, ya era la hora de comer. Yo me había quedado a hacer la
comida; era el invitado, pero era prácticamente de la familia. Valentino era
el hijo del mejor amigo de mi padre, y éramos casi como hermanos, yo a él
lo tenía como un hermano. Su nieto, Mariano, era como nuestra gran perla,
también como mi nieto, se me llenaba de amor y gozo el corazón cuando
me decía “abuelo”, mi gran nieto, ese niño de tan sólo nueve años de edad,
era un santo, un puro cristal sacado desde los fondos de la tierra.
Estaba preparando aquello que tanto le agradaba a mi padre, cosa que
durante su vida había amado, que era la paella española. Siempre quiso que
yo aprendiese a cocinarla, para que de viejo yo las preparase y él pudiese
disfrutarlas. En el día de hoy, mi padre ya había degustado varias paellas, y
yo seguí haciéndolas para la familia, a Valentino le encantaban.
Un bao de estrato de ajo revoloteaba increscendo por la ventana de la
cocina, que daba a las escaleras internas de los pisos contiguos, ellos les
decían casas a pesar de ello, y sobresaltaba ante la falta de condimento aún
de la salsa del arroz. Los trabajadores del campo, ¡tenían que ser!, el
vecino, Roberto, llegaba de su parcela en las afueras, he aquí la explicación
de semejante olor, olor “viril” del campo, sí, así, sin más decir, un olor a
transpiración que desmayaba. Se asoma por la ventana echando el olor
dentro de la casa, y con su indiscreta voz:
_ ¿È in casa Valentino!?
_ No, no, è andatto a cercare il pane.- decía yo en un italiano no muy
seguro del todo.
_ Okey, ci vediamo doppo! Arrivederci!b
La noche no tardó en ponerse, ya eran las nueve y media, y así y todo
aún se veía un vestigio de claridad entrando por la ventana.
_Mariano, alista il tabolo, prego.c- le dije inmediatamente que le oí
abrir la puerta.
_Ciao, nonno!; dond’è el nonno Valentino?d- me preguntaba en un
español muy camuflado con el italiano.
_ Fue a por el pan, ya debe de estar por llegar.
_ Qué piattos pongo?-
_ Se dice “platos”; pon aquellos hondos que están en la vitrina del
comedor.
Mariano ponía la mesa, y yo terminaba con los retoques de la comida.
Ya estaba todo listo, aún faltaba aquel rico pan italiano, para mojar en la
salsa; seguro que Valentino se había entretenido hablando con alguien.

b
¿Está en casa Valenino? / No, no, se fue a buscar el pan. / Bueno, nos vemos después! Hasta luego!
c
Mariano, pon la mesa, por favor
d
Hola, abuelo!; dónde está el abuelo Valentino?
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_Lo siento, Lucas- me dijo al entrar- es que me encontré con el señore


Dell’Oro, y ya sabes, aquí todos hablan mucho!- era de suponerse.
_No te preocupes, en Argentina también hablamos mucho, y a veces
demasiado- dije riendo.
_ ¿Es caldo ahora a l’Argentina, nonno?
_¿Calor dices, Mariano? No, no, no, no, qué va! Ahora es invierno,
hace mucho frío! Al menos donde yo vivo…
_ A la selva no, vero?
_Claro que no, hijo, allí siempre hace calor! Pero en el sur, uyyyy en
el sur, allí sí que hace frío, tanto como en los Alpes cuando es invierno! O
más!!
_ Uooo! E la gente cómo puede vivire alì!?
_ Mira, uno se acostumbra, mirá vos, cómo haces para recorrer este
pueblo donde hay calles que la gente sólo puede pasar en fila india!, aquí
un argentino, bueno, un americano, se volvería loco!- Mariano reía por las
caras que ponía.- Va, presto, presto, andiamo, que la cena ya está lista.
Nos sentamos los tres, Valentino estaba esperando con ansias que le
sirviese el plato de ese arroz tan bueno, y Mariano esperaba que llenase su
plato con todos los bichos posibles.
_ ¿Cuándo vuelve Chiara, Valentino?- preguntaba por su mujer, que se
había ido de visita de sus parientes de Bari, en la costa opuesta a donde
estábamos nosotros.
_ Creo que volverá el miércoles, en tres días, o tal vez el jueves, bah!
Da igual, seguro que se la estará pasando bien, a ella mucho la montaña no
le gusta, ya lo sabes.
_ Esta viejita hace sufrir a todos con sus terribles agobios…
_ Mariano!, sai dov’è Francesco?- preguntó Valentino de repente.
_ Non lo so, nonno, mi penso che già torna, sono quasi le dieci!
Francesco era el nieto más grande de Valentino, tenía trece años, y no
paraba de ir de un lado a otro, era un trotamundos, divagaba en sus paseos
con los amigos y perdía la noción del tiempo; no le culpo, yo jamás tuve
noción del tiempo. Mi padre siempre me decía que el tiempo es algo que
creamos nosotros, aunque no hay que burlarse de él, o podríamos conocer
su verdadero rostro, el más despiadado. Hoy en día, éramos todos unos
espíritus libres; no obstante, esto no quería decir que el mundo ya estuviese
en paz con el tiempo y la misma gente, desde Napoli, aún salían bándalos
que no eran de fiarse, y como Francesco y Mariano eran los dos tesoros
más grandes que Valentino podía tener, se dedicaba estrictamente a
protegerlos. Sus padres habían ido de vacaciones al norte, por Roma, luego
hacia Pissa, la costa de la Toscana y no sé si llegarán hasta Milán, por ello
ambos estaban en la casa de su abuelo. Francesco no había estado en todo
el día, había salido al monte con sus amigos; Valentino me dijo que había
sitios preciosos por allí por los cuales pasear, que ya me llevaría cuando
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estuviese descansado, ya que yo había llegado desde el aeropuerto esa


misma tarde, luego de la hora de almorzar.
_¡¡Nonno!!- se escuchó luego del crujido de la puerta principal.
Francesco había entrado.- ¡Mà cosa fai tu quà!? ¿Quando sei arribato?
_¡Hola hijo mío!- dije dándole un fuerte abrazo mientras nos reíamos.
Hacía por lo menos dos años o más que no nos veíamos.- ¿Come stai? Qué
grande te has puesto!
_Viste!? Es que comí musho! Je je je! Nonno Valentino- dijo mirando
hacia donde éste se encontraba- Ho escoltado desso la piazza la tua
domanda da dove io erò!
_Così mi piace. Vade, vade in bagno e doppo in tabolo, che la mangia
resta quì!
La cena estuvo gratificante, todos nos quedamos llenos. Y en ese
segundo que nos quedamos callados, así como son los niños, Mariano lanzó
la primera pregunta de la noche.
_Nonno… como è que conoshes al nonno Valentino?
_Uy! Eso es una historia larga, hijo; digámoslo así, el padre de tu
abuelo, y mi padre, se estuvieron buscando toda la vida, desde que nacieron
prácticamente, hasta que un día se encontraron, y se hicieron como
hermanos, por eso somos como de la familia, es más, somos una familia.
_ ¿Y cómo puode sere que desde que nashieron?
_Porque se conocían incluso de antes de nacer, mucho antes! Eran
como “almas gemelas”, se necesitaban, requerían estar juntos y trabajar
juntos. Y así lo hicieron cuando se encontraron. Incluso se habían
comunicado por sueños!
_Wow! Por sueños! Yo por sueños hablo con un ángel- dijo sonriendo.
_Seguro que es tu ángel guardián, yo también hablaba con el mío, pero
casi no me hacía falta, mi padre hacía de todo lo que necesitase, incluso a
veces de madre!- dije riendo.
_ ¿De madre?
_ Sí, él fue varias veces mujer en otras vidas.
_Ah! Ecco, jeje. E que más te decía el tu papa.
_Me contaba cosas sobre la vida, la gente, cómo debía comportarme,
cómo debía estudiar, me contaba cosas del mundo, del cielo, del universo,
y de la historia, siempre me contaba cosas que recordaba.
_Ricuerdo cuando me contabas cuentos de tu padre- dijo Francesco.-
Era uno d’un’hombre, credo, que decía que tenía que defendere su paíse, y
gritaba fuorte ai sus enemigos e diseba… emmm decía, perdón, que los
mataría por la patria, y una nube de arena los rodió a todos en su grito y
nadie pudo ver la matanzza, e il díos Horus voló por arriba d’ellos y alabó a
los guerreros fashiendo que las alnimas… emm, a… a… almas, volasen
con él al cielo y fuesen reyes de las estrellas… algo así…
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_Bueno, sí, algo así, de todas formas, esa es la historia más fantástica,
la que contaban los viejos de la época a los jóvenes, son tradiciones orales.
_ Eso es de vero?- dijo Mariano con los ojos bien abiertos.
_Uno puede decir que sí, otro puede decir que no, yo por mi parte,
creo las historias de mi padre.
_ Yo sí- dijo Francesco, con lo cual le sonreí.
_¡¡E yo!!- dijo Mariano mientras agarraba el helado que traía
Valentino para cada uno.
_Mmmm gelattie de los buenos- dije tomando una cucharada.
_Nonno Lucas! nos contarei contos del tu papa?
_¿Ahora?
_ Sí!, sí, dai, dai, prego!
_ Lasciate al nonno in pace, che c’è stancato dal viaggio! (dejen al
nono en paz que está cansado del viaje)
_ Bueno, eso es verdad, estoy tan cansado que se me cierran los ojos
después de esta comida. Mira, Mariano, hoy me dejas dormir, y mañana
estaré lúcido para contarte los cuentos que quieras.
_ D’acuerdo!- dijo con una gran sonrisa.
Ya era casi las once de la noche, y al día siguiente, pensábamos
levantarnos temprano para salir a caminar por el pueblo y el monte.
Mariano nos acompañaría, seguro que sería un guía incansable.

Espectacularmente, nos levantamos por el canto de unos gallos; me


fascinó, hacía años que no despertaba así, tal vez décadas! Mariano había
estado preparándonos el desayuno, aunque había puesto al café sólo agua y
leche, ya que no llegaba a la estantería donde se encontraba el café, qué
gracioso, poberino. Desayunamos los tres. Francesco siempre se levantaba
más tarde, y quedaba con sus amigos para jugar o rondar por el pueblo. A
las casi nueve de la mañana, salimos a la calle.
Los aromas de las flores de los balcones inundaban el ambiente
lumínico del día que se presentaba totalmente despejado. Dos mujeres,
aburridas, ya barrían las estrechas veredas; otras sacaban ropas a las sogas;
los ancianos emprendían su recorrido diario por la plaza y los negocios ya
abrían. Sacaban las verduras fuera, las tiendas de frutas o productos del
campo relucían las calles grisáceas, unos se fijaban en la madurez de los
frutos, otros ya de buena mañana se sentaban en los bancos y observaban,
como supervisando todas las actuaciones, de los demás, los más jóvenes.
Pocos coches recorrían las calles. La mayoría se había ido ya a trabajar, era
Lunes, y aún no habían comenzado las vacaciones.
_ Aspeta, già torno…- me dijo Valentino mientras iba a buscar el
periódico. (espera, ya vuelvo)
e
helados
dejen al nono en paz, que está cansado del viaje
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_ Mira alí, nonno- dijo Mariano tomándome de la mano y señalando


hacia un balcón de las casas que rodeaban la plaza- Alí vive el mío amigo
Tomaso, dishe que se acuerda de la prima vez que nació!
_¿Sí? ¿Y qué era?
_ Un gas… hasta él ríe, jajajaja- comenzó a reírse a carcajadas, con lo
que respondí de la misma forma.
Valentino nos hizo una seña y lo seguimos. Bajamos desde la plaza
por una calle hasta el barrio de la periferia. Por allí salimos a un camino
que nos dirigió al campo. Un camino hermoso, lleno de flores y árboles
frutales. Las mariposas y las abejas ya habían salido y se posaban de flor en
flor, los labradores del campo saludaban a Mariano, quien a todos les tenía
guardado un saludo; paraban, lo miraban con una sonrisa y nos saludaban a
los tres mientras se secaban con un trapo sucio la transpiración que brotaba
de sus frentes. Se acomodaban su boina y seguían con la azada o
arrancando malezas. Las viejas juntaban frutos de los árboles en una cesta.
Me asombraba cómo se mantuvieron las tradiciones a pesar de las
adversidades.
El camino se perdía entre los colores del cielo amanecido y los montes
floridos. Los agricultores cosechaban, limpiaban y acomodaban sus
cosechas, sus árboles, y algún que otro pastor se veía recorrer los montes
más altos rodeados de sus cabras, una de las imágenes más bellas del sur
italiano.
Caminamos por sitios preciosos entre caminos por los altos montes.
Desde una parte, podía verse toda la ciudad. Allí nos sentamos un buen
rato, que fue cuando Mariano me pidió que le contase una historia.
_ ¿Ves toda esta tierra, Mariano? Antes era de un país llamado Hélade,
o Grecia.
_ Este paíse essiste!
_ Claro, está aquí al lado, en el este, pero ese país es muuuy viejo, y
antes, todo el sur de Italia, pertenecía a él. Lo llamaban Magna Grecia,
pero, esta no es toda la historia de la región; lo que no se sabe hoy, es que
esta tierra no fue sólo producto de una invasión griega a través de los mares
que la llevó a dominar este mundo itálico, sino que fue una herencia.
_ ¿Herencia?
_ Eredità…
_ Ah! Sigue, nonno…- dijo apoyando su mentón en el dorso de las
manos unidas sobre la rodilla. Los tres estábamos sentados en grandes
piedras, y Valentino y yo nos apoyábamos en dos varas de tronco que nos
servían de bastón.
_ Fue una herencia de un país aún más viejo, que se lo otorgó al reino
de un rey llamado Eufilon; el país era Elion, y se extendía desde las
planicies del mar Negro hasta la isla de Sicilia por toda la costa, incluso en
la actual Turquía. La leyenda cuenta que un día, hace ya unos ocho
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milenios atrás, unos seres bajaron del cielo y se apoderaron de las montañas
de Elion. Uno de esos seres, envuelto en luz, bajó de aquellos montes altos
del Oleípoles, y durante dos mil años, raptó mujeres y hombres, las mujeres
y los hombres más jóvenes, hermosas y hermosos de todas las islas del país
y las llevó consigo a las montañas. Allí engendraron muchos hijos, hijos
que tenían poderes, fuerzas sobrehumanas, humanos que ya no lo eran. Este
ser, fue adorado por las gentes mundanas de Elion, y fue llamado por ellos
como Zeíon. Muchas historias sucedieron entre estos mismos seres que
fueron poco a poco adorados como dioses. Libraron batallas con los
humanos, tenían hijos con ellos, los dirigían, incluso los ayudaban, pero un
día, todo cambió. Elion se había convertido en un mundo dirigido por seres
que se hacían llamar dioses, regidos por Zeíon, a quien también las cosas se
le escapaban de las manos. Sus hijos se extendían por el mundo, y algunos
dioses, incluso su mujer, Heria, se ponía en su contra por los celos. ¿Celos?
¿Qué dioses pueden tener celos? Ninguno, Mariano, los celos no existen
entre los dioses. Los cultos comenzaron a darse cuenta de que estos dioses,
eran falsos. Cuando los dioses estaban siendo investigados por filósofos de
otras regiones del mundo mediterráneo, estalló una gran guerra que
mantuvo a todos en un período de oscuridad y de guerra mundial en la que
todos los ejércitos del mundo, se vieron impulsados a dirigirse al gran
desierto, el Sahara. Los pueblos de Elion creyeron que esto había sido un
castigo por parte de los grandes dioses de las montañas, y los adoraron aún
más, incluso hasta el punto de dar la vida por ellos. En este momento,
Zeíon mandó a llamar a todos los demás dioses y se reunieron en el monte
Oleípoles, donde dijeron de permanecer ocultos hasta que el mundo se
calmase. Pasaron siglos, y el mundo ya se había vuelto a estabilizar. Los
dioses continuaron con sus quehaceres durante varios siglos después, hasta
que una guerra cambiaría sus realidades. Tres mil años más tarde, otra
guerra estalló en el Mar Negro, la guerra de Ilion. En ese entonces, Zeíon
se llamaba Zeyus, y el monte de los dioses, Oelimpô. Los dioses se
dividieron en dos bandos dentro de la guerra, y sus enfrentamientos detrás
de los ejércitos helénicos e ilionios, llevó a que tuviesen que ser exiliados a
nuevas juntas sobre el monte. Los humanos habían ejercido su deber en el
resto del mundo, y la junta mundial emprendió una persecución contra
todos aquellos seres que gobernaban a los humanos desde lo incógnito. Un
rayo de luz atravesó el cielo, y un sacerdote leyó el veredicto: “los dioses
humanoides debían abandonar las tierras”. Zeyus bajó la cabeza, sabía que
ya no tenía el suficiente poder como para luchar contra tantos humanos.
Elion, o Hélade, siguió rindiendo culto a estos dioses que durante milenios
los habían acompañado, pero este era el fin para ellos. Todos se reunieron y
Jefistion construyó un enorme barco para los dioses, que se dirigían al
exilio. Ellos rodearon las aguas del mar central de Elion, cruzaron la pata
del dragón y se dirigieron a las aguas de la Gran Grecia. Los humanos les
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habían dicho que no podían pisar las tierras de los vivos, por lo que Zeyus
dirigió a sus hijos a la tierra de los muertos. En las tierras itálicas, sólo
existían dos puertas a los mundos del Infierno, el inframundo, dos volcanes
en el sur. En la punta de estas tierras, el ser Karíbidis prohibió la entrada de
los exiliados a su isla, por lo que pidieron permiso a Eskilé para atravesar el
conducto montañoso de Ternia hasta el segundo volcán. Mira, hijo, mira las
montañas del oeste, ¿las ves?- dije señalándolas.
_...Sí…-
_ Allí, por aquellas montañas, los dioses pasaron caminando hasta el
Aguijón de Jadess, donde se encontraba en la bahía el segundo volcán, la
segunda puerta a los infiernos, a los caminos subterráneos del planeta que
llegan hasta el calor infernal del centro terrestre, obligados a permanecer
allí hasta la muerte, que para los dioses… es la eternidad.
_Wooow! ¿Y esa puorta… está aquí in Italia!?- dijo sorprendido.
_Hay varias puertas en el mundo, pero ésta es la más conocida de
todas, ya que varias personas bajaron por allí, atravesaron el río de Karonte,
y visitaron el mundo del Averno, y todo ello, habiendo salido vivos para
contarlo! Como Eneas, el Troyano, lo hizo una vez…
_ ¿Y dónd’è la puorta, nonno?f
_ Está allí, en un sitio donde has estado varias veces… es el Vesubio,
hijo, el volcán a los pies del cual yace Nápoles.

_ Ohh!! Wooow! Nonno Valentino! ¿Podemos ir un día al Vesubio y


entrare?
_ Jajaja, Marianino, mà cosa disci!?g
_ No, no, Mariano, esas puertas están cerradas, no puede entrar ningún
humano ya, jejeje.- reímos los tres.- Ay… este niño…
_ Andiamo, vayamos volviendo que ya se va a hacer la hora de
comer.- dijo Valentino mientras se ponía de pie.
Nos levantamos y bajamos por el mismo camino hacia el pueblo,
bueno… la ciudad, y a mitad de camino nos encontramos a Francesco con
dos amigos que nos venían gritando.
_ ¡¡Nonno, nonno!! Han llamado por teléfono, que querían hablare con
te.
_ ¿Quién era?
_ No lo se, hablaba estranio, dijo que te llamaría después de la hora de
comer, que era urgente.
_Ok, a esperar entonces.

f
¿Y dónde está la puerta, abuelo?
g
Marianito, ¿¡pero qué dices!?
17

Comimos unos tallarines ese mediodía que había preparado Rosanna,


la mujer de Roberto que se ofreció a darnos porque había hecho mucho.
Estaban exquisitos, sin palabras. Nos sentamos en el sofá mientras veíamos
un poco la tele, y en ese momento sonó el teléfono.
_ Es por te, nonno- dijo Mariano.
_Ya voy… ya voy…- dije levantándome del sillón. Agarré el tubo del
teléfono y hablé:- Sí, diga…?- pregunté.
_ Buenoss díass, ¿habblo cun el ssenior’ Lucass Disstefanos? 2
_ De Stefano…Sí, el mismo- dije pensando en el extraño tono árabe
que tenía esa voz, origen que luego comprendí.
_Mi nombre ess Abdul Nsser, soy traductor de espanioll del ssenior’
Iazid Ahmed, prropietario de coleccioness antiguass de Egipto,
contribuyente del Museo Egipcio y Biblioteca Egipcia de El Cairo y de
Alejandria. Esstaria el ssenior’ Ahmed muy agradessido de que usted sse
pudiesse prressentar’ durante essta ssemana en la ressidessia Ahmed en lass
afuerass de El Cairo para tener’ una charla sobre objetoss de la historia
egipssia…
_...Emmm… me encantaría, pero no tengo dinero para hacerlo, y en
una semana y media se efectuará mi vuelo para Buenos Aires.
_Por ello no debe ussted hacersse prrobblema, el ssenior’ Ahmed se
encargará de todoss suss contratiemposs, pagará los vueloss, el hotel, la
espera, su regresso a ssu paíss’, y de todoss los gasstoss necessarioss. Por
favor, a finaless de la ssemana le esperamoss a ussted’ en el aeropuerto de
El Cairo para realizsar este encuentro. El avión del vierness por la maniana
le estará essperando; ssenior’, ruego assissta.
_ Pero, le agradecería saber de qué va todo esto…-
_ Yo no lo ssé ssenior’, el ssenior’ Ahmed quiere habblar con ussted’
ssin intermediarioss. Esspero verle el Vierness por la tarde en nuesstro
paíss’, esstaremoss encantadoss de recibirle. A’ Salam Aleikum.
_...Aleikum Salam…- dije colgando el tubo lentamente, como en
shock por lo extraño de esta llamada.
_¿Quién fue, nonno?
_Uno… un egipcio…
_¿Como el de le tus historias?
_ …No… no, hijo… no- dije mirando a la nada y cada vez más
despacio, como en un simple suspiro. Luego tomé fuerzas y fui hacia
Valentino. Lo miré fijamente, con ojos claros, y casi ya borrándose la duda
de ellos; suspiré, dejé de mirar a la nada para mirarlo a él, y dije: -
Valentino… el viernes me voy a Egipto.

2
Intento de escribir fonéticamente cómo hablaría un árabe traduciendo al español
18

El Cairo - Egipto

_ Bienvenido a El Cairo, ssenior’ De Sstefano; yo soy Abdul Nsser.


Sígame por favor’.
Abdul, era un hombre muy flaco, de rasgos árabes bien definidos, con
bigote negro de apariencia falsa, como aquellos que se compran en las
tiendas de disfraces. Llevaba un elegante traje color marfil y unos zapatos
italianos, extraño, pensé, en un simple traductor de español. Sus ojos
enormes demostraban que tenía grandes dotes para aprender cosas, y me di
cuenta cuando supe que no sólo traducía al español, sino que lo hacía a
varios de los dialectos árabes, al inglés, al ruso, el español, por su puesto, el
italiano, alemán, hebreo, griego y turco, entre otros dialectos del
Mediterráneo.
Me acompañó hasta un coche oscuro siempre un paso por delante de
mí. Abrió la puerta trasera y me invitó a entrar. En el viaje hasta la
residencia Ahmed, sólo hubo una pregunta, saliendo del protocolo, a un
nivel mucho más coloquial.
_ ¿Ha esstado usted’ ya en Egipto?
_ Una vez, hace muchos años, mi padre me trajo, decía que lo debía
conocer.
_ Y no sse equivocaba, ess un ssitio que merece sser conocido…- me
miró, y luego miró hacia fuera, observando el trayecto como si supervisase
que íbamos por el camino correcto. Yo observé con más detenimiento las
calles del Cairo; antes no las había visto con los mismos ojos, estaba claro,
era joven en aquel entonces; ahora podía ver la forma en que vivían sus
gentes, igual que hacía siglos, comercializando, yendo de un sitio al otro,
niños correteando, animales por las calles, una congestión enorme de
automóviles, aunque las leyes comenzaban a prohibirlo alrededor del
mundo, pero esta ciudad, siempre fue a parte de todo, parecía moverse
como un ser vivo que restaba en movimiento paralelo a como lo hacía el
mundo mismo. El Cairo se sumía en un calor apabullante, incluso los
vidrios se empapaban por el bao de la evaporación de la poca humedad que
yacía en las sombras de las calles cerradas. Un olor a transpiración de
animales se apoderaba de los olores más mundanos, entremezclándose con
19

los aromas de las especias egipcias, la mirra, el dulce té, los humos de la
cocina, o ese olor característico que emanaban las tiendas de antigüedades
y las de alfombras. Todo lo que había en esa ciudad, era un constante
éxtasis para los sentidos: colores vivos, olores fuertes y tajantes, mucha luz,
tacto áspero, seco, y mojado de sudor, calor incalculable, agobio,
cansancio, pero a la vez alegría y viveza; los olores de los té eran tan
fuertes que incluso podían degustarse, limón, canela, frutos secos,
delicias… aroma a pescado recién extraído del mar, penetraba en la nariz,
junto al dulce aroma de las frutas, dátiles, que tanto gustaban por su azúcar,
melones, sandías, cocos, bananas, melocotones, toda una orgía de sabores y
aromas que enriquecían el paladar y el mismo cerebro. Todo se
contrarrestaba con el fuerte olor a cuero que emanaban los asientos del
coche, ese olor tan característico de los coches viejos que se impregna y
cuesta de sacar en el día. La brisa fresca del aire acondicionado lo
debilitaba y hacía de mi tacto más húmedo, reparaba los cortes secos que se
habían creado en mi mano no más bajar del avión, esa sensación que
incluso crea un gusto extraño en la boca, que pide con ansias más saliva,
más agua.
Pensando constantemente en el agua, de repente veo el río, ese gran río
histórico del que mi padre siempre hablaba, “la cuna del mundo conocido”,
el Nilo, río que a estas alturas de su curso se veía sucio por las ciudades que
había ya pasado. Mi padre decía: “es como ver el reflejo del cielo en un
hilo de agua en la tierra, un espejo interminable, lágrimas de los dioses
caídas desde la montaña que acarician el desierto”, ahora, el agua se veía
gris a la distancia, incluso marrón, ya no era aquel espejo del cielo en la
tierra, y sólo un llanto de los dioses, no las lágrimas, podrían remediar
semejante error humano. Luego lo perdí de vista. Ya salíamos de la ciudad,
entrábamos en los barrios periféricos, hasta llegar a aquella enorme casa,
adornada al más puro estilo árabe, con columnas lánguidas en su frente,
arcos de cerradura en la entrada y las ventanas, vivos colores que resaltaban
con las palmeras y los arbustos que la rodeaban.
Un caminito tras una verja nos llevó a pie hacia el portal, donde el
señor Nsser tocó al timbre del portero automático y una voz atendió.
_ ¿Wa; shkun?h
_ Ana; Abdul, saidi; esstá aquí “said De Sstefanos3”
_ Ah! Wa, wa, dentro… por favor’…- dijo con una voz alegre, viva,
con esa particular bienvenida con que los árabes reciben a todo el mundo
en sus casas.
La puerta se abrió y entramos los dos.

h
¿Sí, quién es?
i
Yo; Abdul, señor;
3
said: se refiere a la palabra “señor” en árabe.
20

Había un largo pasillo que dirigía hacia un jardín interno al final, a los
lados, con dos grandes portales, se entraba a dos salones de estar, uno
familiar, y el otro para visitas y fiestas, nosotros entramos en ese. Abdul me
ofreció asiento en un espectacular sofá árabe al que no pude rechazar.
Abdul se ofreció a traerme un baso de agua, y fue hacia la cocina. Un niño
de unos diez años pasó corriendo por el pasillo y gritó hacia el interior de la
casa un fuerte: _“Zlama, mama!”j- y mirándome de reojo salió fuera de la
casa. Ahmed era un hombre de familia, se veía que la cuidaba bien.
Mientras esperaba, observaba toda la decoración magnífica de la casa, con
jarrones egipcios y árabes, reliquias colgadas de las paredes, cuadros de la
familia, fotos de las pirámides, de excursiones, de sus hijos y mujer, de la
Esfinge… había estatuillas por todas partes. Una lámpara de araña colgaba
del techo, en el centro de la sala, y los sofás, parecían rodearla en un
cuadrado sobre decoradas alfombras persas que cubrían el piso de lajas de
la casa. Otra puerta más arriba comunicaba con la cocina, lo supe puesto
que Abdul volvía desde allí con el baso de agua.
Por la abertura principal del salón, apareció la mujer del said Ahmed,
con un precioso vestido color turquesa que llegaba hasta sus talones,
traslúcido, de una forma que podía verse el resto de sus ropas por debajo,
unos pantalones claros muy femeninos y una hermosa camisa de mujer.
Llevaba un pañuelo claro en la cabeza, y los ojos bien pintados y el rostro
maquillado. Era una mujer de unos cincuenta y cinco años de edad, pero
lograba aparentar unos cuarenta y pocos. Con un caminar sigiloso se acercó
a mí y me estrechó la mano:
_ Disce la sseniora Ahmed que ess un placer tenerle en cassa y que
disculpe la tardanzsa de ssu marido. Se esstá vistiendo para la ocassión.-
La mujer sonrió y volvió a dirigirme la palabra:
_ La sseniora Ahmed disce que se ssienta como en cassa, y que la
disculpe pero debe marchar al mercado con ssus hermanass.
_Oh, no, no, por favor, dígale que no se preocupe- dije yo ya de pie.
_ A’ Salam Aleikum, said…- dijo haciendo una pequeña reverencia
con su cabeza, a lo que yo respondí igual: _ Aleikum Salam.- en ese mismo
instante, cogió su bolso de un perchero junto a la puerta principal y se
marchó.
Cinco minutos más tarde, el señor Ahmed aparece por el portal del
salón con los brazos abiertos en señal de disculpa por la tardanza, marcado
con una gran sonrisa. Iazid Ahmed era un hombre de apariencia amigable,
delgado, pero más relleno que Abdul, cosa que demostraba su estatus en la
familia y en la sociedad. Estaba delicadamente afeitado, sólo una
prominencia de barba grisácea recorría toda su mandíbula inferior desde las
orejas hasta unirse en el mentón. Estaba levemente calvo por delante, tenía

j
Adiós, mamá!
21

unos rasgos fuertes, nariz ensanchada, ojos redondos pero agatizados, piel
más bien oscurecida por el sol, leves arrugas en los ojos y la frente, me
hacía recordar en cierta forma a las fotos que mi padre me mostraba de mi
bisabuela y tatarabuela, que tenían descendencia española y del Al-
Ándalus. Llevaba una camisa blanca desabrochada en las mangas y los
primeros botones del cuello, con un pantalón caqui de explorador. Se
acercó a mí con un cierto ímpetu de familiaridad y me estrechó ambas
manos con sus dos manos a la vez simultáneamente, me dio unas cuantas
palmadas en los hombros y la espalda mientras me preguntaba cómo me
había ido el viaje y si me había gustado El Cairo, y luego, como me había
enseñado mi padre, al final terminó por estrecharme por última vez la mano
y llevarse la suya al pecho, cosa que yo también hice. Hizo unos gestos
muy movidos con los brazos, como estimulándome a que le acompañe
mientras esperaba que Abdul tradujese.
_ El ssenior’ disce que le acompañe a ssu despacho; por aquí, por
favor’.
Me llevó a través del pasillo mientras hablaba volátilmente sobre la
estructura de su casa. Parecía halagarse a sí mismo con todo lo que había
logrado, y alardeaba sobre su familia y sus hijos en especial. Hablaba de su
trabajo también, todo en cortas frases. Había estudiado arqueología, se
había dedicado años a las antigüedades, a las leyendas, a las historias sobre
el Mediterráneo y sus civilizaciones. Entramos al despacho, que más que
despacho era una enorme biblioteca que lo ocupaba todo, con planos
dispersos por un gran escritorio, con estanterías llenas de estatuillas,
símbolos, fotos, libros antiguos, plumas de escribir, papiros, diplomas en la
única pared libre… todo aquello que había en esa sala, lo hacía más una
reliquia de museo que un simple despacho de un arqueólogo.
Tomó una de las sillas de frente al escritorio de madera y la retiró para
que yo pudiese sentarme. Abdul se sentó en la otra mientras él se sentaba
en su gran silla frente a nosotros. Acomodó papeles que tenía delante, cerró
carpetas y enrolló documentos. Lo colocó todo en una punta del escritorio,
creando una pila de papeles enorme. Dejó vacío el frente, sólo colocó allí
una finísima carpeta, prácticamente vacía, con un bolígrafo arriba de la
misma. Apoyó sobre ésta sus dos manos juntas y me miró fijamente.
Suspiró con la boca abierta como intentando articular una palabra, e hizo
una señal a Abdul para que empezase hablar, al parecer, habían estado
practicando cómo hacerlo anteriormente, ya que con un movimiento de
mano, Abdul comenzó a traducir en primera persona, y sus palabras ya no
me sonaban tan extrañas como al principio:
_ Señor De Stefano, espero haya tenido un vuelo agradable, estará
cansado, ¿verdad?
22

_ Bueno, en realidad no, todo este movimiento con el que me he


topado en estos últimos días me ha despertado el espíritu, y no ha sido un
viaje tan agotador como el que toma ir hasta mi país…
_ Me alegro...- se quedó mirándome con una sonrisa, como si pensase
cómo comenzar a explicar lo que quería.- Veamos, le he llamado por una
razón, una razón por la cual jamás me hubiese pensado que le llamaría,-
dijo riendo- y es que, verá, soy una persona muy escéptica aunque no lo
parezca. Como bien ya sabe, mi trabajo se basa en la historia, analizar la
historia, las leyendas, todo desde un punto de vista científico, arqueológico
en mi caso, pero, puedo observar que desde hace ya varias décadas, el rigor
científico está siendo apaleado por nuevas ramas de la investigación.
_ Me lo imagino muy claramente, señor Ahmed, lo he visto y
estudiado con mis propios ojos, y tratado con todos mis sentidos.
_ Perfecto. Pues, verá, como estas nuevas corrientes de investigación
perecían obtener mucha certeza en las cosas más que nada comunes de la
vida humana, cosa de la que me avergüenzo no ser un buen predicador ni
conocedor si quiera, me aventuré a realizar este tipo de investigación en mi
campo de estudio, el de la historia egipcia, buscando hasta las leyendas más
extravagantes que pueda haber oído… ni se imagina lo que dicen algunos
fanáticos, jejeje- dijo riendo.- Pero no por ello desprestigié a todas…- me
miró seriamente ahora.- Leí varios artículos de historia humana
relacionadas con el suelo que estamos pisando en este momento, señor, y
de todos pude sacar cosas buenas, es decir, eran, dentro de lo que cabe,
creíbles o hipotéticamente aceptables, y… de entre estas que leí
atentamente… estaba la de su padre.
_…Las historias de mi padre…- dije sin ningún tipo de sentimiento
nuevo, sorpresa, alegría ni temor, sino con una tranquilidad que tal vez
poseía por mi senectud.
_Sí, exacto. Sus historias, las leí atentamente, buscando en esos
artículos hasta el más mínimo error, y puedo decir que los encontré- dijo
con una sonrisa presuntuosa, como de haber logrado descubrir que no todo
era verdad en las teorías de mi padre.
_Uno no puede pretender llegar a la máxima verdad, said, es
imposible llegar a ella, mi padre decía que ni siquiera…- pensé antes de
decir “Dios” en una frase que rebajaría la fe árabe- …nadie, tiene toda la
verdad.
_Bien, bien, sí, lo comprendo, pero, no obstante ello, hay otras cosas
que sí, decían la verdad… y, mi pregunta es en un primer lugar, ¿de dónde
sacó su padre esta información?- dijo inclinándose hacia mí, apoyándose en
su mano derecha, que descansaba con el codo firme sobre el escritorio,
envuelto en un aire puramente dudoso y de aspiración a Sherlock Holmes.
_Él no la sacó de ningún sitio, sólo tomó prestadas las palabras del
castellano para representar sus pensamientos…
23

_¿Me está diciendo que nunca estudió egiptología o historia de la


humanidad para determinar estas conclusiones?
_Él sólo aprendía las cosas si se las contaban, o las veía en
documentales de la televisión, mi padre nunca fue aficionado a leer
historia, y menos a estudiarla, decía que era en un 60 por ciento una
pérdida de tiempo, porque la mitad de lo que se decía era mentira, como
que Ramsés fue el que construyó la Gran Esfinge, o Keops la gran
pirámide…-
_...- hizo una risita indiferente, lejana, pero como ocultando cierto
temor y duda al retirarse hacia atrás, como si esa afirmación de mi boca
hubiese sido como un tiro directamente disparado hacia su pecho. Luego se
reincorporó y volvió a inclinarse hacia delante: _De acuerdo, usted afirma
que no fue así esta historia, como veo.
_Simplemente, creo en las “hipótesis probables” de mi padre…
_Bien… bien… ehém...- tosió bajando la vista como intentando dar
otro giro a la conversación.- He leído- comenzó- que su padre había
diseñado una lengua para este país, hablada antes incluso del nacimiento
del rey dinástico Menes I, ¿su padre también “dedujo” esta lengua, como
todo lo demás?
_En realidad, no toda. Así como lo demás, él no sólo dedujo…- dije
inclinándome hacia él- sino que, aunque extraño de oír sea, lo recordaba.
_¿Qué?, jeje- rió luego de haberse quedado perplejo- Es una broma,
verdad? ¿Cómo puede haber recordado la historia antigua y una lengua?
_En realidad, recordó dialectos de lenguas de aquel tiempo. Puedo
remarcarle que él diseñó una hipótesis del nacimiento de las lenguas desde
el Atlántico, África y Oriente Medio, hacia todo el mundo, y algunas de las
palabras o frases a las que él les daba un origen y su propia etimología,
encajaban con otras lenguas antiguas, como con el griego clásico.
_...Tengo entendido que su padre también hizo una especie de
diccionario con palabras y grafías de dialectos antiguos… verdad?
_ Sí, exactamente.
_¿Usted sabe alguna?
_Bueno, no es que se haya dedicado a enseñarme todos los dialectos
de aquella época, simplemente me enseñó la lengua que él creó a partir de
todos ellos.
_¿Qué lengua, señor?
_Él la llamaba “Sayónico”, una lengua originada a partir de todos los
dialectos que él recordaba, cosas de mi padre, era su hobby- dije sonriendo.
_ Es decir que, ¿usted sabe esta lengua?
_Bueno, digamos que sí…
_¿Puede ser que esta lengua se escriba de arriba hacia abajo, como los
jeroglíficos, pero en silábico? ¿Me entiende?- decía gesticulando mucho
con sus manos y brazos.
24

_Sí, claro, le entiendo. Bueno, esta lengua tenía la gracia de escribirse


de la forma que sea más cómoda a su escritor, había diseñado una amplia
ramificación de escritura y de simbología, sí, puede ser que se escriba en
jeroglíficos.
_He visto los de los escritos de tu padre en los archivos de la Internet,
y hay unos que se asemejan a los escritos de Gizeh…
_ ¿Qué?- exclamé al oír esta afirmación- ¿Me está diciendo… que han
encontrado escritos en la lengua de mi padre?
Ahmed giró la carpeta que tenía debajo de sus puños. La abrió frente a
mí y me mostró una foto casi borrosa por los extremos.
_¿La ve bien? Dígame, ¿reconoce algún símbolo?- Yo quedé perplejo,
boquiabierto, estupefacto, sin palabra que pudiese articular.
Tartamudeando, pude decir al final mirando fijamente a Iazid:
_ Es proto-sayónico… es la lengua a la que mi padre llamaba
“gaíptico”!
_¿Puede usted entender algo!?- decía Iazid ansioso, con los ojos en
pleno brillo.
_Distingo un pronombre… “ntu”, significa “ellos”…- Ahmed cerró de
golpe la carpeta, la apartó a un lado y se levantó al mismo tiempo que
Abdul. Le murmuró algo a éste, y luego me miraron.
_Señor, vamos a por el coche, el señor Ahmed desea mostrarle el
resto.

Al oeste de la Meseta de Gizeh

El coche viajó tambaleándose por la carretera. Cruzamos por el


costado de las tres pirámides, era una vista magnánima, brillantes, rodeadas
de turistas y camellos. Había autobuses a su alrededor, y todo parecía
menos que hormigas bajo sus pies, eran indescriptibles, “ater tumti”, como
decía mi padre, “el cielo en la tierra”.

El coche siguió más allá, al horizonte, y las tres pirámides dejaron de


verse tan magnánimas, aunque no dejaban de verse espectaculares; no
podía creerme que estuviese allí mismo y en tal situación.
_Acompáñeme señor.
25

_Por favor, llámeme Lucas.


_De acuerdo… Lucas- sonrió.
Unos obreros se nos acercaron y se dirigieron al said Ahmed.
Hablaron entusiasmados y sorprendidos, y Iazid me miró de la misma
forma, sonrió y me hizo señal de que le siga.
_Los obreros trabajan para el señor Ahmed, hace años que trabajan en
las excavaciones- me explicaba Abdul mientras subíamos una colina de
arena.- Yassin es el jefe de los excavadores, bueno, “arqueólogos”…
_¡¡Taala, sariaan, sariaan!! - gritó Iazid. Lentamente, o lo más rápido
que pude por mi edad, subí esa colina de arena, uno en la pampa no sube
todos los días una colina de arena bajo 50 grados centígrados… y al fin
llegué.
Era un pozo que se asemejaba a una cantera romana, ahuecada por
todos los lados en un radio circular y con un pilar en el medio, como un
molde para hacer flan; pero aquella extremidad que había en el medio, no
era una simple columna para medir la profundidad en la cantera, no, eso
eran piedras bien colocadas, con milenios de antigüedad, denotados por la
corrosión de los lados, eso, eso… eso era exactamente…
_...disce Yassin que es un obelissco.- interrumpió Abdul a mis
pensamientos.
_ Sí, es exactamente eso…
Me ayudaron a bajar hasta la piedra gravada.
_Encontraron un símbolo, parece el antiguo caduceo- tradujo Abdul de
las palabras excitadas de Ahmed- es una serpiente rodeando una vara,
seguramente es una cobra, por el arco que se crea en lo alto del
serpenteo…- decía siguiendo el trayecto del tallado rugoso como
acariciándolo sin si quiera tocarlo.
_No, no es un caduceo. Tal vez, pueda ser su antecedente, ya que el
dios que fue llamado “mensajero, médico, guía” y otros rangos más, obtuvo
este símbolo por ser el “serpenteo infinito”.- Ahmed se acercó lenta y
dudosamente a mí, para escuchar bien lo que decía.
_¿Dices que no es un caduceo? ¿¡Que puede ser su origen!?
_Según me enseñó mi padre, ese símbolo representaba la eternidad, el
tiempo, el siempre, y era un símbolo muy usado entre los dioses antiguos,
que luego se diversificó.
_¿Significa “lo eterno”?
_Bueno, es una traducción que podría aceptarse, pero la leyenda
contaba que la verdadera traducción es mucho más simple, es decir, “para
siempre”, lo llamaban “hasseph”.
_...aham… Venga, venga, el señor quiere que intente leer esto.
Me acerqué y observé detenidamente. Saqué los lentes de la camisa y
me los coloqué para ver mejor.
26

_...mmm… no puede leerse muy bien, y está escrito de una forma muy
rudimentaria sólo logro leer con claridad dos palabras, …esta de
aquí…emm… “n… tah…” y esta de aquí… “p-ia…ntw”…
_¿Qué significa?
_No lo sé, sólo entiendo palabras sueltas, esto llevará su trabajo
descifrarlo.- dije mirándolos alucinado.
_De acuerdo… el señor Ahmed dice que copie lo que hay escrito, que
le llevará a casa para que juntos puedan traducir el texto.
_¡Pero esto tal vez lleve días, incluso semanas, y necesito libros,
apuntes!- Abdul habló cuidadosamente con Iazid, ambos asentaban con la
cabeza. Luego Abdul se giró hacia mí.
_El señor Ahmed dice que está dispuesto a ofrecerle lo que necesite si
acepta quedarse a trabajar junto a él en lo que él califica el descubrimiento
del siglo… aunque muy precipitadamente.
Yo me giré hacia Iazid, observé detenidamente los bloques de piedra
de la cantera, y hablé sin espera de ningún receptor, simplemente al aire:
_…Es el deber, y un último favor…- me quedé mirando a la nada,
mientras los dos me observaban esperando una respuesta de mi boca.
Luego, me giré precipitadamente hacia ellos, y lo dije: _Necesitaré algo
para anotar… hay que copiarlo si queremos trabajar a gusto.
_¡¡Insh’Alá!!- dijo Iazid moviendo sus manos y estrechando las mías.

Pasé toda esa semana siguiente descifrando junto a Iazid en su


despacho, que se había convertido en mío también, esos escritos de la
piedra, que asemejaban haber estado escritos en un último suspiro de vida,
con letra apresurada. Había llamado a mi familia tanto en Italia como en
Argentina para aclarar dónde pasaría las próximas semanas. Sabía que esta
era mi última voluntad y trabajo como viejo, ¿qué otra cosa más grande,
importante y semejante podría hacer en los años que me quedasen de vida?
Y si me quedaban muchos, esperaba que fuesen descifrando los mundos
perdidos de mi padre, haciendo su sueño realidad, incluso el sueño de
cualquier historiador.
Mientras ambos pensábamos entre comida y comida no más que en
estos escritos, buscando similitud con jeroglíficos que Iazid conocía, con
los dialectos que yo conocía y diversas palabras y relaciones silábicas,
usábamos incluso noches enteras a veces buscando información, el tiempo
se nos hacía relativo. Yo conocía a su familia, sus hijos y mujer, todos muy
amables y amigables, aunque no podía entablar ningún tipo de
conversación que durase más de tres palabras, pero así y todo comíamos
juntos, reíamos juntos y paseábamos algunas tardes, juntos. Como invitado
de la familia en su cuarto de invitados, me sentí totalmente halagado y bien
atendido, como si formase parte de una familia que hacía tiempo no veían,
o de la que simplemente ahora sabían que existía.
27

Durante dos días, con Iazid, como los niños que se entretenían con un
juego nuevo, no dejamos las palabras más que para almorzar y cenar. La
facilidad de ganar tiempo en Iazid, es que no era un devoto árabe, y no
rezaba ni un solo día, él sabía que la respuesta a la salvación no residía en
rezar seis veces al día, no obstante, gran parte de la población musulmana
estaba tomando en cuenta esta consideración de la religión; siempre un
paso atrás que los católicos en la evolución personal, pero más fieles a Dios
que éstos, ya que observé en mis tiempos de juventud, aunque más
atrocidades me contaba mi padre, que los católicos simplemente dejan la fe
de lado y a Dios lo ponen como símbolo de su imposibilidad de guiarse por
sí solos; los árabes, no son así, y por eso se les gana tanto respeto.
Al final de ese día último de arduo trabajo, si es que ese día había
tenido un final acaso, ambos pudimos leer un esbozo de la traducción de
los glifos:
“uor walon na-tah se árin-toh, sau halunn si hunn navtaris gudak yuth
uor navunn, akh eyuran bu hisath yeli pria-ntu naswg abap zbatof… worish
u inbrah un tah…”
Ambos suspiramos al leerlo, con una suave sonrisa de satisfacción en
el rostro y los ojos rojos del cansancio, supimos que debíamos dejar la
traducción para el día siguiente. Ese día nos levantamos tarde, y
caminamos un poco por el parque intentando absorber un poco de luz y aire
puros, bueno, es decir, de aire que no estuviese estancado. Platicamos,
como intermediario Abdul, por supuesto, de la lengua y las formas de
traducirlo. Estaba claro que había tecnicismos de la época, y tal vez, frases
hechas sacerdotales, tal vez, no era más que una lista de la compra, o un
gravado al estilo moderno de: “por aquí ha pasado el más guapo del
mundo, que lo sepan todas”, uno nunca podría saber eso a simple vista. De
todas formas, yo sí había deducido algo. Comenté que “pria” era como una
partícula que simbolizaba el hecho de hablar, y si ese pria iba unido a un
pronombre, el de tercera persona del plural, tal vez querría decir un verbo:
“hablan, comentan, dicen, cuentan…”. La palabra que pude descifrar,
“tah”, era horizonte, pero para aquella época, horizonte podía querer
simbolizar varias cosas, como “ir más hacia lo lejos; alejarse; venir de
lejos; amanecer; alba; venir; nacer; línea; etcétera…”, ¿cómo saber en qué
contexto estaba?
Toda la semana siguiente estuvimos trabajando en ello. Iazid procuró
que llegase desde Argentina con extremo cuidado todos los apuntes y libros
que guardaba de las lenguas de mi padre, para trabajar sobre ellas y probar
las relaciones entre las palabras.
Dos días más tarde llegaron, y comenzamos a trabajar sobre ello.
Buscamos palabras, frases, letras, sílabas, y lo unimos todo, pudimos ver
que habíamos tenido errores en la traducción fonética, y no tardamos en
arreglarlo. Al final, pudimos leer lo más cercano posible a lo real:
28

“wor waelon nas-tah sih harin-toh, sau halunn sihunn nabtahlis godak
yuth wor navunn, ath edhuran bu hisath dheli pria-ntw nasong abo
zbatof… worish u ibrah w tah…”
Una semana más tarde, buscando palabra por palabra, relacionando los
significados entre sí y haciendo las relaciones, o siguiendo las pautas, que
mi padre había establecido para lo general, pudimos traducir algo que tenía
sentido y que nos llenó de una enorme emoción y satisfacción erizando
nuestra piel a pesar de nuestra ignorancia ante su significado:
“navegando desde el alba la barca hacia la sima del sol, y dios sonríe
y señala el campo del oeste donde la barca desciende, y en la noche mil y
siete estrellas, hablan desde lejos sobre (una / la) respuesta… el arca
renace en el alba…”
_ ¿Qué significa, Lucas?- preguntó Iazid en el traducir de Abdul.
Yo me quedé pensando, mirando a la nada, estuve divagando en mi
mente durante un rato mientras Iazid, luego de la pregunta, al verme a mí
en un estado de letargo pensativo, continuó con sus tareas ordenando la
habitación. Abdul le ayudó, y yo me quedé sentado en el sillón, pensando
en esa frase. Di vueltas a lo que bien sabía Iazid al haberla leído, era
aquella vieja leyenda, aquella historia explicada en el Libro de los Muertos
del nacer del dios Ra en el horizonte elevándose en su barca de sol, hasta
ponerse en el oeste, luchar en las tinieblas por los vivos y surgir renacido
en cada alba, situación a la que los egipcios rezaron siempre, incluso siendo
árabes sin darse cuenta, que es el sentido de la reencarnación, del culto al
dios sol, ruegan que nunca pierda una batalla que libra en el nombre de la
luz y los humanos.
Marian, la mujer de Iazid, nos trajo el té, con un exquisito pan árabe
para acompañar y unas tortitas que había preparado su hermana. Nos
sentamos los tres en el escritorio a tomar el té, que por cierto no es nada
que ver al inglés, podría pasarme horas tomando ese dulce té. Yo seguía
pensando, pero entablaba cortas conversaciones con los otros dos hombres
también en un profundo silencio pensativo. No sé si Abdul igualmente se
estaba dejando llevar por las hipótesis, o simplemente restaba sentado
esperando que alguien hablase para ejercer su profesión y poder llevarse un
sueldo digno. Yo seguía pensando, sin lograr encontrar aún esa relación
que necesitaba encontrar, hasta que, de repente… una gota de té se rebalsó
de mi tasa y cayó sobre la mesa. La observé, extendida en forma circular,
temblando como la gelatina, siendo ella misma una leve colina de agua
colorida de miel, que a pesar de su miniatura, logró causar semejante
sentimiento hacia mí que me incautó, me hizo prisionero de su misticismo
circular y me introdujo en su esencia. El círculo de agua, un círculo… un
ciclo… y en mis ojos, leído de la misma gota de té… las palabras que
siempre repetía mi padre:
29

“vivimos el presente por dos razones: para recordar el pasado, esto


es aprender de los errores, y construir el futuro… el presente no es más
que un período muy corto que el Tiempo nos dio para pensar en lo que
fuimos y en lo que seremos. El recordar el remoto pasado en el hoy, nos
ayuda a saber qué será del futuro mañana…”
_¡Exacto! ¡Lo tengo, Iazid!- dije con una enorme sonrisa. Me puse de
pie y reí a carcajadas como en un gran triunfo. Una victoria más que podía
apuntarme en mi vida.- “El pasado nos guía al futuro, said!”- casi gritaba
en éxtasis a los dos hombres que me miraban perplejos esperando una
explicación clara que surgiese de tanta parafernalia que yo mismo estaba
montando. Tomaba sus manos, las estrechaba y las sacudía alegremente, y
volvía a repetirle esa frase una y otra vez a Iazid mientras Abdul le
traducía. Yo, a su lado, de pie, y él sentado en su silla, expectante, señalaba
yo cada palabra explicándole lo que significaba.
Lo habíamos logrado, descifrar un misterio, el “Misterio de la Roca”,
los glifos decían en una forma muy codificada: “El pasado nos guía al
futuro”… “Seremos lo que fuimos”…

Alejandría - Egipto. Un año después

Iazid Ahmed había procurado que llegue con el mayor recibimiento y


comodidad posible luego de habernos distanciado unos meses. Yo volvía
de mi país, y me reunía con él por una enorme razón, una conferencia que
él mismo había convocado con algunos arqueólogos y egiptólogos
cercanos, venidos del mismo Egipto, Libia, de Inglaterra, de Francia,
Noruega, Estados Unidos y Alemania, una conferencia amistosa, sin mucha
parafernalia, más bien una reunión íntima en la que Ahmed pretendía
presentar ante sus colegas un nuevo descubrimiento, el eslabón perdido
entre las civilizaciones, la existencia de un Egipto anterior al
históricamente conocido.
Me dijo que yo trataría el desarrollo una vez presentado el tema, ya
que era yo quien tenía el conocimiento y la palabra, capaces de convencer a
estos profesionales y mecenas de la arqueología de seguir investigando esta
historia perdida. Me sentía honrado y lleno de alegría, aunque un cierto
nerviosismo recorría mi cuerpo.
30

Me senté delante de ellos, en un podio de un salón de actos de la


historia egipcia, y una vez presentado el tema por Iazid, cosa que provocó
murmullo entre los diez o quince espectadores, éste me cedió el lugar.
Suspiré profundamente, visualicé en ideas todo aquello de lo que quería
hablar, apreté fuertemente las manos y los ojos, y luego me relajé.
_Ehém… buenos días a todos… Bueno, tal como me ha presentado el
señor Iazid Ahmed, yo les hablaré sobre la hipótesis, la hipótesis que mi
padre creó al respecto de esta historia. …Él decía que la historia era
circular, y un círculo lleva a que los hechos vuelvan a repetirse, no
idénticos, pero semejantes. Dentro de este círculo uno va evolucionando,
cambiando aquello que en la primera vuelta hizo mal, por ello…- dije
señalando un fragmento de la frase en una pantalla de diapositivas- nos dan
el presente- dije mientras explicaba el resto señalando las otras partes-, para
poder aprender de los errores del pasado y revertirlos como buenas
acciones en el futuro. Los antiguos egipcios se basaban en esta creencia, la
reencarnación, planteada de una forma bastante espiritual y codificada
dentro del Libro de los Muertos, y mi padre era un fiel seguidor de ello,
razón por la cual se dedicó a planificar el desarrollo de una civilización,
civilización nacida hace unos 18.000 años más o menos, sobre la cual
planificó un sistema nuevo pedagógicamente estructurado según la época
contemporánea y la nueva era, para cumplir al pie de la letra este ciclo, que
decía, el dios Cronos nos ofrecía. Siempre me había dicho que tarde o
temprano, esta civilización saldría de las arenas del desierto y recobraría su
poder en la historia, no para ser digna de reliquia de museo, sino digna de
estudio y contemplación, como ejemplo para la estructura de la nueva era,
que decía, era un reflejo del intento al que se había querido llegar en
aquella época. Y, señores míos, frente a ustedes tienen el primer indicio de
que esa civilización de la que hablaba mi padre, existió. Fue hallada en las
afueras de la meseta de Gizeh una piedra a veinte metros bajo la arena y la
tierra seca- dije colocándome los lentes y mirando el papel frente a mí- en
la que había escrito este mensaje: “navegando desde el alba la barca hacia
la sima del sol, y dios sonríe y señala el campo del oeste donde la barca
desciende, y en la noche mil y siete estrellas, hablan desde lejos sobre una
respuesta… el arca renace en el alba…”. ¿Qué nos depara el futuro? Esa es
una pregunta que a muchos se les ha cruzado por la cabeza durante toda la
historia. No sé si a ustedes se les ha ocurrido pensar esto alguna vez, pero
mi padre me dijo que sólo mirando muy al pasado podíamos ver nuestro
futuro, y ese era su trabajo en la vida, demostrar que el pasado puede
guiarnos a crear un futuro mejor; mirar nuestros orígenes, juzgar nuestro
presente, y así saber a dónde vamos. Yo, personalmente, quiero que la
voluntad de aquel viejo, la cual comparto firmemente, pueda ser cumplida,
escuchada, que su hipótesis sea estudiada… sólo necesitamos el permiso y
31

la aprobación, puesto que las ganas y la esperanza, ya están puestas desde


el principio...
Hubo un murmullo en la sala, y cientos de preguntas bombardearon a
Iazid y a mí. Preguntas simples, otras complicadas, otras largas, otras
cortas; otras eran inteligentes y parecían buscar razones más certeras a los
ojos de un científico, hasta que uno habló:
_Creo que hablo en nombre de todos cuando digo que antes de tomar
cualquier tipo de decisión ante el asunto, se debería considerar el problema
que causaría en la sociedad el tratamiento de una historia oculta.- esto
generó un debate enardecido.
_¿Pero qué está diciendo? La verdad no daña a nadie.- alardeó otro.
_Ya fue suficiente con que se descubriesen tantas mentiras de la
Iglesia y otras religiones, un terrible golpe para la humanidad; ahora,
¿pretenden ustedes arrebatar lo único más seguro que el humano ha tenido
hasta el momento!? ¿¡¡Pretendéis arrebatarnos la historia!!?
_¡Jamás querríamos hacer eso! No seamos retrógradas, amigo, la
humanidad ya está lo bastantemente crecida como para enterarse de todas
las verdades. Simplemente se desea presentar una teoría probable para una
historia anterior a la historia conocida!.
_Todos sabemos que los imperios del mundo no pudieron comenzar
así de golpe, tuvo que haber un precedente a todo ello.
_La historia es profunda, no sabemos cuánto se puede avanzar y
cuánto se puede retroceder, el hombre moderno, no olvidemos- decía uno
mirándonos a todos- ha logrado en doscientos años cosas que no se
lograron en mil quinientos años!
_¡¡No hay pruebas de que haya habido edificios en el Egipto de
Menes, si es lo que pretende!! ¿O ahora quiere elaborar una teoría de que
en el Cretácico los dinosaurios ya usaban pantalones? ¡Por Dios!- dijo un
francés, lo que causó unas risas en los más escépticos.
_¡No se burle de las teorías, señor Saissac, esto no es tema de risa, es
algo muy serio!.
_Podemos pretender que la historia de las civilizaciones no nace a
partir de Egipto y del año 3.500 antes de Cristo, sino que lo hace mucho
antes de eso, y… pongamos como súper ejemplo, que la Atlántida haya
sido el origen de todo esto…
_Podría decirse que lo fue- interrumpí.
_ ¿...Me dice que también hay una explicación para el mito de
Platón…?- preguntó el alemán.
_Siguiendo las teorías de mi padre, se puede llegar a varios sitios, sin
querer nunca alardear de ello, está claro.- todos rumiaron en silencio o
cotilleando algunos.
_¡Lo que me gustaría a mí es saber esa hipótesis!- dijo el francés.
_Lo mismo digo…- agregó el americano.
32

_Sí… saber las historias de las que habla…-


_¡Sí, sí!- agregaron los otros interesados, algunos colocándose los
lentes o frunciendo el seño mientras se inclinaban hacia el frente o se
acomodaban en sus butacas.
_Bueno- comencé dudando y mirándolos a todos.- No hay un sitio
concreto por el cual comenzar a contar semejante historia. Mi padre solía
resumírmelas todas en cuentos diversos, pero también se interesaba por el
detalle, detalles que a veces me narraba y explicaba con detenimiento.
Había veces, de niño, que incluso podía imaginarme, sentir, que yo estaba
allí, en aquella época, acompañando a los protagonistas de sus historias,
como él siempre decía… que lo había hecho. “La historia es muy larga,
Lucas”, me decía, “pero te contaré lo que más me gustó vivir de ella… el
auge de la misma humanidad…”

En algún lugar del Océano Atlántico

13 de Enero del año 853


“Hace dos semanas que zarpamos del Puerto Grande de la Capital.
Ya hemos dejado atrás las últimas costas de la isla de Ekar, último indicio
de Khefis. El horizonte se extiende en agua, infinito. Viajamos por el mar
del dios Athlan, a quien agradecemos el buen oleaje.”

22 de Enero del año 853


“Hemos divisado costa en el horizonte. Un grupo de islas en el norte
de Athlas, son dos hasta ahora. Ricas en tierra se ven. Buscamos tierra
firme, se avecina una tormenta que acarrea fuerte oleaje.”

Carta de Åbu al rey:


5 de Noviembre del año 856
“Señor mío:
Hace un año que recorremos sin descanso tierra firme.
Es una planicie rica y sana. No hay indicios de vida humana, sus
costas están rodeadas de varias islas, en especial, las más grandes y
habitables, son 7, exploradas en sus costas, como las tierras grandes que
33

pisamos. Ruego navíos para su investigación y para su posible


colonización. Seguimos avanzando hacia el interior y por sus costas.”

Julio del año 860


“Se ha encontrado vida humana. Viven en las montañas más al norte.
La mayoría no viste, otros llevan cuero y palos en el pelo. Interpretamos
por sus gestos que no tenemos paso libre hacia el norte, es la tierra de sus
dioses. Seguimos recorriendo las costas.”

Carta al rey:
18 de Agosto del año 861
“Señor, hay muy buenas noticias. Siguiendo las costas por el sur
hemos encontrado un cruce de agua entre dos tierras, son como brazos
sosteniendo la entrada a un nuevo mundo. Del otro lado hay un extenso
mar que se pierde en el horizonte.”

21 de Diciembre del año 863


“Han sido meses de tormenta. No podemos avanzar por mar. Estas
aguas parecen no ser de Athlan. Vamos por tierra. Se me ha informado
sobre la fundación de un fuerte en la planicie a la que llamamos Tagokk.
Espero tener noticias sobre próximos poblados.”

Carta al rey:
1 de Febrero del año 866
“Señor mío:
Escribe Khom, ayudante del filósofo Åbu. Debo notificarle de una
mala noticia, y una buena. Åbu ha visto uno de sus objetivos, encontrar un
mundo nuevo en el océano de los Pilares. Se ha encontrado cerca de la
costa continental interior tres islas y cuatro islotes, de las que Åbu conoció
sólo dos. Murió en las costas de la isla más grande, a la cual él mismo
llamó en su lecho de muerte como Taknah, nombre de su pueblo natal.”

Carta de Khom al rey:


4 de Mayo del año 869
“Señor mío:
Una tormenta nos desorientó en el trayecto hacia el este. Llegamos a
una tierra desconocida, una costa árida de arenas blancas en su litoral. He
podido enviar este último halcón que ha sobrevivido al naufragio. Enviad
ayuda por favor, nos persiguen. Humanos de pieles oscuras nos están
persiguiendo por las costas. No sabemos exactas coordenadas, tal vez
estemos en el sureste, o en el sur del mar, pasando los Pilares. Han muerto
34

cinco hombres en el naufragio y ocho fueron asesinados o raptados por los


nativos. Rogamos ayuda los seis supervivientes.
La expedición del grupo de Åbu, ha concluido.”

Khefis - Capital Oceánica. Dos siglos y medio más tarde

Y se erigía como ondas acuáticas


Flameando en aros blancos de techo en punta
Rodeada de árboles y en flores románticas
Sacando pluma y flecha en corazón juntas.
Ciudad de aromas diversos,
Almas sabias y guerreras de puño en alto,
Azules se elevan los estandartes
Del mar profundo, de sirena canto…

Hacía poco que los pájaros habían cantado. Los colores del alba
comenzaban a desvanecerse entre el azul pálido del cielo iluminado por un
fuerte sol, que comenzaba a imponer su reino en el día luego de la ardua
batalla en el mundo de las tinieblas. Se sentía inevitable la razón de un
cambio de clima pronto. Las aves migratorias surcaban el cielo en busca de
un hogar, normalmente cigüeñas moteadas en blanco y negro, quienes
seguramente aguardaban atentas de que nadie se percatase de su presencia
para sabiamente establecerse sin ningún tipo de vergüenza sobre los
tejados, donde aguardaban sus viejos nidos construidos años atrás y
utilizados año tras año. Sabias eran en este aspecto, puesto que parecían
conocer las leyes de la ciudad: si no había nadie para ahuyentarlas en vuelo
vivo, con colocar la primera pata sobre el suelo, ya tenían derecho de
anidar allí. Por eso, durante todo aquel mes, las mujeres, o aquellos
hombres a quienes mandaban las mujeres, se sentaban en los techos de las
viviendas con una escoba o un palo al que ataban fuertemente una bandera
o trapo, con el que simulando todos estar sacudiendo alfombras como en
los días de limpieza o como ganada una batalla en que se eriza una bandera,
gritaban y espantaban a las cigüeñas en su bajo vuelo sobre las terrazas.
Los patos venidos del este, tras las mismas aves de cuello largo, inundaban
los lagos y los puertos. Los pelícanos se convertían en una molestia diaria
para los pesqueros, a quienes robaban los peces que con apurado trabajo
35

consiguieron durante toda la jornada. Las aves pequeñas, gorriones,


canarios, y tantos otros que, no obstante vivir siempre en la isla, parecían
crecer en número durante este mes, cantaban no más salido el sol en el
horizonte marino, revoloteando junto a las palomas que llenaban las plazas
y daban oficio eterno a los limpiadores, ya que todos los edificios, escaleras
y estatuas de mármol o de fina y blanca piedra, estaban llenos de manchas
por las sucias aves. En el puerto, además del grito de los albatros y otras
aves de mar, se oían ya los prontos “ae, ae” de los marineros, quienes
llamaban a la labor. Arrían las velas, cocían unas y tejían redes; los niños
jugaban en la costa con los delfines, quienes como todos los días, llegaban
bien temprano desde su incierto mundo nocturno para acompañar a las
barcas en la pesca, ayudar a los marineros en su trabajo de recolección, y a
la vez, para esperar un tributo a cambio por su compañía y su gran parte
funcional en el trabajo.
El comercio se abría en el foro, y los mayores ya recorrían las calles
para platicar sobre precios y mercancías: “_bah!- decían unos- tres Alis4
por esas demacradas naranjas! Si es que no hay consideración, mal llevados
sean los comerciantes de hoy.” Y otro asentía “_Los del norte... a vender al
norte, los del este… a vender al este, que una naranja de montaña no sabe a
dulce como en la costa…” Todos los ancianos, tenían algo por lo cual
discutir, y los comerciantes, no se quedaban atrás: “_El comercio es el
comercio, abuelo, o compra o se marcha, o se queja y al polvo vaya, ¡que
hay que ir con el tiempo, señores, no se nos queden en los tiempos de las
colonias! ¡¡TOMATES, MAÍZ, DATILES, TODOS FRESQUITOS,
COOOOMPREN AQUÍ!!
El foro era enorme, ocupaba metros y metros de largo y de ancho, y
formaba parte de una de las plazas principales de la gran ciudad. Cientos de
calles dependían de ella, y los puentes del río Edora, la unían con los islotes
centrales, al centro de la capital, al centro del mundo mismo. La ciudad se
extendía en los escampados de la costa, con varias plazas de las cuales
surgían calles en forma radial y diagonales, que unían todas las calles de la
ciudad incluso las dos islas circulares del centro. El foro se encontraba en
el este, cerca del puerto, donde llegaban todos los barcos de las ciudades
del norte y del sur, incluso de las demás islas, como Ekar. Las columnas de
las calles principales, guiaban a los centros educativos de la ciudad, a
donde la mayoría de los niños se dirigían para obtener su educación oficial,
de unos siete años. Los edificios más altos se encontraban en el centro de la
urbe, y solían ser sedes políticas o económicas, aunque también, de los más
grandes, foros internos, teatros y templos. Apariencia de los más modernos
edificios de la Grecia clásica, pero enormes, impactantes. Todos poseían
escalinatas con hermosas estatuas talladas por Solonte, el gran artista de la

4
Moneda de Khefislion, Khefis
36

ciudad. Todas las estatuas reflejaban a los grandes gobernadores o a los


dioses y fundadores de la ciudad. Todas ellas pintadas con diversos colores
y barnizadas de tal modo que solían brillar todo el día al reflejo del sol.
Bajo los obeliscos, en las plazas y bajo los árboles, palmeras y arbustos,
sentadas en el suelo mismo o en los bancos de piedra y madera, las
mujeres, rodeadas de sus pequeños niños, cotilleando, hablando del día, de
la casa, de sus trabajos y de sus hijos y maridos, de sus problemas
cotidianos o gastando bromas y piropos a los ancianos que con ellas reían
mientras filosofaban entre ellos. La mayoría de los hombres de los barrios
del oeste, se habían ya dirigido a los campos de alrededores, a trabajar los
huertos del reino y los propios. Allí se podía encontrar de todo, desde
hortalizas a frutales, huertos de hierbas verdes, té, regadíos de arroz, lomas
de frutos de ras de tierra, campos extensos de maizales y juncos de azúcar,
granjas de ganado, con vacas y ovejas, cerdos y gallinas. Allí los viejos
enseñaban los secretos y trucos del trabajo campestre a sus congénitos, y
éstos a sus jóvenes hijos el oficio más viejo de la humanidad.
En el ágora central, los políticos y oradores se reunían bajo la sombra
de las columnas marmoladas a debatir los problemas o propuestas para la
comunidad. Las mujeres ponían fuertes palabras y argumentos firmes,
demostrando cuán valiosas eran en el gobierno por su sensibilidad ante el
pueblo, mas cuando una hablaba, logrando silenciar a los hombres, éstos,
dotados de gran parafernalia catedrática, de tanto en tanto armaban grandes
discursos con los pensamientos de las mismas hasta decorarlos a tal punto
en que parecían decir algo totalmente diferente, sabiendo llegar al oído y
cerebro de los hombres, por lo que los aplausos se los llevaba él.
Discusiones por ello ha habido en días anteriores, que provocaron incluso
la destitución de algunos diputados.
Mas el ágora poseía puertas abiertas en los días de sol, y una enorme
tribuna cuadrangular, permitía que cualquier persona del pueblo pudiese oír
e incluso participar de estos asuntos. Los niños oían admirados los
discursos mientras se recostaban en las tribunas, a pesar de que varios
preferían dormir allí, por el cálido sol y calor emanado del laminado suelo,
que daba sueño a los segundos de haber colocado la espalda sobre el
mismo.
No obstante estaban quienes no se preocupaban por ello, como los
trabajadores de la calle, quienes con que el gobierno les pagase aquello
debido para vivir bien, no se preocupaban por lo que sucediese en los
tribunales. Éstos recorrían las calles limpiándolas y puliendo las altas
columnas suaves que las aves manchasen. Los gatos recorrían los pasillos
foráneos y jardines públicos con aire de indiferencia y dominación. Los
burros, asnos, transportaban a la gente de la periferia de un sitio a otro por
las estrechas calles laterales, y a pie, llegaban al sitio desde el cual partían
los caminos hacia los edificios más importantes: la Casa Real, el Congreso,
37

la Casa de Justicia, Palacio de Asuntos Internos y Externos, los templos al


Sol, la Luna y el Mar, y los pequeños panteones de los elementos. Los
puentes se convertían en caminos anchos por los que transitaba una enorme
cantidad de gente, y los árboles provocaban un fuerte choque visual con el
blanco brillante de las paredes principales. En el centro, el enorme palacio
de Khefis, con una cúpula que brillaba en su más alto extremo.
Las estatuas del frente y los templos que la rodeaban, impartían tal
majestuosidad a cualquiera que por allí pasase, que no importaba cuan
seguido uno transitara esas calles frontales, siempre se detendría a mirarlo
todo. La posición del gran Palacio con sus formas cuadrangulares y
circulares, hacían contraste con los templos circulares en la base del puente
principal y la ubicación geográfica de los grandes palacios de alrededor,
que parecían seguir el eje circular del islote, asemejaban ser una
construcción divina, como si los dioses la hubiesen diseñado, y estos
mismos se veían vigilando la maravilla que crearon: en la enorme plaza
circular del centro que libre dejaban los templos, un enorme obelisco se
elevaba en cuya punta, de pie, sosteniendo un tridente y coronado en oro, el
dios del Mar, Athlan, vigilaba la ciudad imponente en la cima de la gran
urbe; maravilloso. Entre estos altos pilares templarios que sostenían
tímpanos de decorados y pulidos tallados en los frontales de los templos,
encontrándose uno una vez dentro de este mundo de arte helénico,
jerárquico y divino, el sonido de las palabras retumbaban en los oídos de
todos, los aleteos de las palomas se escuchaban como si fuese un viento
apaciguado, el hojear de los árboles daba a uno la sensación de una tan
suave lluvia, que sólo era capaz de oírse en el corazón. Las energías
vibraban de otra forma allí, y parecía uno encontrarse en otro mundo, otra
dimensión en que nada era real, sino que era fantástico y perfecto. Los
puentes llevaban hacia los suburbios, los barrios y pueblos de alrededor,
donde la gente reía y transitaba por las calles mientras hablaban,
compraban y vendían. Los niños correteaban, los adolescentes salían de sus
casas para encontrarse con sus amigos e ir a observar a sus padres trabajar,
otros iban a la escuela elemental, y otros permanecían aún en casa. Las
madres y señoras solitarias, hablaban entre ellas a través de los balcones
mientras sacudían las cortinas y las alfombras, limpiando toda la casa; un
arte cotidiano se puede considerar. Dentro de las casas, el aroma de la
mañana hacía que el yeso de las paredes oliese a puro y fresco, dando
espacio al respirar y a la luminosidad. Las cortinas flameaban y las mesas
yacían vacías aún, las literas deshechas, así como la cocina, y los trapos y
harapos que las mujeres llevaban encima, daban a entender que era el día
de la limpieza general.
Sin faltar a este día, las jóvenes aprendían esto de sus madres, y los
jóvenes que aún no se decidían por salir a explorar el campo y aprender de
38

sus padres, yacían en casa, acostados, o ayudando a sus parientes con las
tareas del hogar.
Tras las ventanas abiertas de las habitaciones, hacia los patios internos,
allí donde se hacían los primeros amigos en la infancia, se oían los
comentarios de la gente: “coloca esto aquí”, “estira la sábana”, incluso los
tarareares de canciones típicas que suelen cantarse bajo los rayos del sol,
que atravesando las ventanas e iluminando el blanco de las casas y las
sábanas recién lavadas, inspiraban como musas los olores puros y la luz, a
las caseras a realizar cánticos de alegría que provenían de los más
profundos sentimientos de la felicidad humana.

Entre ellos, y las charlas de las cotillas menopáusicas en el jardín


mientras se tiende la ropa, se oía la charla de dos personas, dos personas
que deliberaban temas y decisiones propias de los jóvenes, cuando el hogar
de la infancia, se les comienza a hacer pequeño tras el paso del tiempo.

_ No lo sé, Tai, es que eso me parece algo aburrido, bueno, en


realidad, me parece un trabajo asqueroso.
_ Que no te escuche papá, porque te largará un buen sermón.
_ Es igual, ya tengo diecinueve años, soy mayor, y el gobierno me
sustenta, puedo hacer lo que me plazca.
_ No lo tomes tan a pecho, Ebel, las cosas no son tan así. Tarde o
temprano lo entenderás.
_ Pienso que si nuestro sistema está basado en la libertad de expresión
y en el bienestar común, debería de haber una ley que proteja el derecho de
los emancipados a una libertad propia de trabajo.
_Ebel, nuestro sistema lo rigen los Ancianos y el Rey, son quienes
promueven las leyes, y la democracia popular está dividida en familias, o
sea, de padres a hijos, bien lo sabes, y por más emancipación que tengamos
desde lo alto del gobierno, seguiremos siendo guiados por nuestros padres
hasta que estos crean que somos lo suficientemente mayores como para
arriesgarnos.
_Lo que quieren es hacerse un seguro de vida barato y reforzado
sabiendo que los mantendremos de viejos...-
_No digas eso, o te van a cortar la lengua- dijo al final en broma
mientras acababa de barrer la habitación.
Tai, ante las charlas con Ebel, demostraba que era una chica muy
maternal, preocupada por todos y cariñosa con los de su familia; no
obstante ya haber sido transformada en mujer, por sus veintidós años de
edad, por razones culturales vividas en la Gran Isla, seguía bajo el cuidado
de sus padres, hasta el día en que encontrase marido, y eso la convertía en
39

la ayudante de su madre y en la guía, musa y “profesora” de Ebel, su


hermano. Ebel tenía unas ideas muy arriesgadas para con el Reino de
Khefislion, pensándolo así, más bien era la rebeldía del adolescente común,
aunque para aquella época, pensar en buscarse un trabajo propio ya
significaba un rechazo a la autoridad; sus pensamientos iban más allá de
todo, y, como decía su hermana, siempre miraba detrás del horizonte, jamás
a este mismo, por ello se mostraba indignado, porque su padre le cortaba
las alas: dejaba de ser un adolescente, para convertirse en un adulto con
responsabilidades. Pero esto no le pasaba simplemente a él, sino que a la
mayoría de la clase media de todo el reino, es decir, prácticamente a todos,
tanto en la Gran Isla como en Ekar y Evnoh. El sistema Familiar de la
política del reino, a pesar de ser muy liberal, se regía por el orden
jerárquico de la familia, y hasta que el varón hijo no obtuviese su propia
cabecera de familia, no podía asentar la cabeza en sus propios
pensamientos, ya que durante ese período, todo ello pertenecía al padre.
El padre de Ebel, Kon, quería que su hijo trabajase para el gobierno
como administrador y organizador de papeleo. Dicho así, parece algo tonto
o extraño, aunque para Ebel, eso era aburrido. Esto consistía en tomar nota
de todos los acontecimientos grabados en papel, nacimientos, cartas,
necrológicas, más que nada era para la organización del servicio público, sé
que es el trabajo de un funcionario ordinario, pero para aquella época era
un oficio muy bien visto y respetado, ya que pocos lo podían hacer, y
además era bien pagado por el gobierno central. A pesar de que muchos lo
impulsaban a esos aires de clase media alta, a la que su padre, por ser
comerciante, nunca pudo llegar a obtener por falta de ingreso económico,
Ebel no estaba muy contento con ello, y simulaba una falsa sonrisa al
hablar del tema, porque era orgullo de su madre.
_¿Así que comienzas en dos días, eh Ebel?- dijo su tío, hermano de su
madre, quien venía a comer los medio días, cuando Kon se encontraba en el
forum de comercio.
_ ¿¡Qué!?- dijo Ebel cayéndosele el trozo de carne de la boca.
_ Tu trabajo... en el Thémtheroi... el “Registro Civil”- dijo moviendo
sus manos de un lado a otro como si Ebel no le entendiese aún.
_¡Pero si no me dijeron nada!- el tío quedó en silencio, y Tai bajó la
cabeza limpiándose la boca con una servilleta de tela.
_Come, Ebel...- dijo su madre.
_ ¡Pero mamá! ¿Tú lo sabías?
_...Hijo, qué más podía haber hecho yo...? Me dijo tu padre que sería
una sorpresa, que no dijese nada, él te quería dar la noticia, cree que te
emocionaría, estaba orgulloso de que te aceptasen... Hijo, eres inteligente,
trabajador, un gran pensador e innovador, eres el orgullo y la esperanza de
tu padre...
40

_¿Orgullo? ¿Esperanza? ¿¡Qué dices, madre!? Este trabajo lo tengo


que hacer porque él no pudo hacerlo...
_Podrías, pues, complacer un poco a tu padre, está muy ilusionado...
_Si algo le tiene que hacer ilusión, que se compre un asno, pero que no
me use como objeto de sus limitaciones... ¿Entonces a mí quién me
complace? ¿Cuándo, dime, he de complacerme yo?
_ ¡Egoísta!- dijo levantándose y golpeando la mesa, su madre- No eres
más que un egoísta, no piensas en asentar cabeza, tu padre te lo está dando
todo, y tú lo pisoteas, ¿sabes el esfuerzo que tuvo que hacer para que tú
tengas lo que tienes?
_ Pues podría haberse guardado todo ese esfuerzo para él, y para ti,
jamás habláis, jamás os veo reír, ¿por qué no pone un poco de esmero en
vosotros también, eh? Porque cuando alguien carga tanto empeño en
alguien, madre, el perjudicado es aquel quien lo recibió, porque se siente
presionado: si no lo haces bien, arruinas las ilusiones de los demás. Tal vez
deberíamos de ser todos un poquito más egoístas, tal vez así nos
preocuparíamos por el bienestar de lo que es personal, y de lo que es uno
mismo.-
_No me metas a mí en esto, arréglalo con tu padre... hagan lo que
quieran... ahora acaba de comer.
_No, no acabaré de comer, señora, porque tengo que ir a rellenar mi
formulario, mañana mismo empiezo a trabajar para el gobierno.-
Se levantó y se fue. Tai y su tío quedaron mudos y en la misma
posición hierática, fría, con la que se quedaron ante el primer grito que
hubo en la mesa. La madre continuó comiendo, sin ganas, y con lágrimas
en los ojos.
Esa noche no volvió a casa, se fue a la casa de un ex compañero de
enseñanza alta, un amigo, y por más intento que su padre haya hecho por
comunicarse con él, no tuvo noticias. Al día siguiente, temprano por la
mañana, ya se había presentado en el Registro Civil, en el centro de la
ciudad. La plaza del frente y los pasillos externos del edificio del Registro,
estaban muy recurridas por la gente no sólo de la capital, sino de todos los
alrededores. Él se dirigió entre la gente hasta la recepción, donde contó lo
de su trabajo.
_Según veo aquí- dijo el hombre muy seriamente, con una frente
arrugada y una leve calva que indicaba sus cincuenta o sesenta años de
edad.- no deberías comenzar hasta el día de mañana.
_No tengo nada que hacer, ni que perder; ¿podría comenzar hoy?
Necesito el trabajo.
_Veamos... hoy es día primero, hay muchos vecinos de pueblo que
vienen a pagar sus impuestos; ¿sabes cómo funciona?
_Parte de mi estudio se dedicaba a esto...
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_ De acuerdo, mira. Dirígete junto aquel señor, el gordito, te sientas a


su lado, y le ayudas. Toma asiento propio, organízate el papeleo, y una vez
listo, pides a aquel guardia que cree otra cola, ¿entendido?
_Sí, señor.- Entonces fue e hizo todo lo que el recepcionista le indicó.
Su trabajo consistía, hoy, en firmar papeles y corroborar que los impuestos
estén sellados. Una vez hecho, se almacenaba una moneda de plata junto a
la firma del ciudadano, y el papel sellado, corroborando que la mercancía
de tributo esté en buen estado. El sellado lo proporciona el jefe en Trueque,
quien supervisa la revisión de las mercancías o la contabilidad de la paga,
según el oficio del trabajador. Ebel debía apuntarlo todo y almacenar los
papeles por oficio y clase social.
Estuvo así horas, sin parar siquiera para comer al mediodía. Los
primeros de cada mes eran concurridos, pero no tanto como este. Lo que
sucede, es que cada seis meses, el primero de ese mes determinado, es el
día en que los tributos e impuestos tienen relación a toda la región basta
sur, sureste y suroeste de la Gran Isla, y los pueblerinos de toda la redonda
se dirigen al Registro Civil a notificar todo, cosa que puede tardar, a veces,
días. Pero esta era simplemente una ocasión, todo lo otro referente al
Registro Civil, como casamientos, nacimientos, muertes, etc., estaban
prohibidas notificarlas el primero de estos dos meses, se hacía un día o dos
más tarde.
Esa misma tarde, de entre tantos que pasaron por la cola de Ebel, tuvo
un altercado, como no podía faltar, alguien estaba descontento.
_¿Qué viene a notificar?- decía Ebel ya sin mirar siquiera al cliente en
esa primera pregunta. Entonces, de repente, oye una voz ronca en un tono
muy débil, que dice:
_...Os mataré a todos...- Ebel levantó la vista desconcertado. Era un
hombre, de unos treinta y cinco años o más, con barba corta, vestido de
marinero, que se apoyaba en el mostrador con los nudillos, haciendo fuerza
con los puños, tal vez, esperando romper la tabla con la presión. Sus venas
se saltaban del cuello y la frente.
_¿Cómo dice...?- preguntó con voz entrecortada.
_...Os mataré a todos... funcionarios asquerosos...
_¿Por qué lo dice?
_¿¡Se atreve a hablarme con mera indiferencia!?- dijo elevando el todo
de voz, con lo que los de detrás se apartaron.
_ No señor, simplemente mantengo la postura que en mi trabajo
debemos tener. ¿Qué le sucede?
_ ¿Qué me sucede? Yo le explicaré qué me sucede...- decía irritado-
Yo vengo de la región este de Selah, en un pueblo portuario llamado
Akanis; hace un año, o más, viajé junto a mi padre y mi familia a las costas
norte. Hubo una tormenta, y todos cayeron por el acantilado. Yo sobreviví.
Volví caminando desde el norte al este de la isla por bosques y montañas,
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hasta llegar nuevamente a un camino del reino, que me llevó a Akanis. Al


llegar, me encontré a unos vecinos, que me explicaron que el gobierno
había venido y se había llevado nuestro barco, había dejado sin trabajo a
nuestros pesqueros, habían requisado nuestro hogar y todas nuestras cosas,
¿y por qué? Porque no había quien pagase los impuestos durante todo un
año y medio. Nadie se percató de que no estábamos!, ¿me entiende?
¿Acaso alguien se preguntó dónde estaban los que debían pagar? No!, ¡eso
sería un gasto! ¡Y ahora llego, y me encuentro con que no tengo nada, mi
familia ha muerto y el gobierno se desinteresa, me han robado todo, y no
me dicen nada! ¿¡¡Le parece bastante!!? ¡Sois unos ladrones y en especial
el Rey!
Un guardia se estaba aproximando al sitio de la discusión.
_Ey, usted, acompáñeme...
_¡No lo pienso hacer!- gritaba entre el forcejeo.
_Señor, no podemos...- Ebel recapacitó, vio en el rostro de este
hombre el mismo espíritu que el suyo, de rebelión, de libertad y justicia, y
no pensaba en quedarse atrás.-¡Pare, por favor!, ¡Déjelo!- gritó al guardia.
Ambos se desconcertaron.- ...Si es que yo opino lo mismo que usted... me
da asco tener que trabajar para gente así. Acompáñeme, veremos qué
podemos hacer.
Ebel llevó al hombre frente al presidente de la Cámara, y planteó la
problemática. El juez estuvo pensando muy detenidamente, observando
todos los papeles. Con el rostro fruncido bufaba y regañaba para sí mismo,
hasta que habló.
_Mirad, no prometo nada, pero este altercado gubernamental será
presentado ante el Rey Tatlone II, quien decidirá. Como juez, puedo dar
una solución solamente en papel, hasta que sea aprobada.
_Me gustaría oírla- dijo el hombre.
_¿Cuál es su nombre completo?
_Yefu Karkonis de Akanis.
_Bien, señor Yefu, mi aportación es esta: El barco se le devolverá, y
todas sus pertenencias. A raíz del mal funcionamiento que obtuvo el
sistema gubernamental de Impuestos y “Patrimonio” en el caso de Akanis,
se le perdonará la deuda de este año y el próximo... con la condición de que
realice ciertas jornadas para el Rey, es la ley, lo siento hijo.
_¿Debo trabajar para el rey?
_Es mejor que nada...- añadió Ebel. Yefu suspiró, recapacitó en
silencio para sí mientras los dos esperaban una respuesta.
_...¿Cuál sería el trabajo?- preguntó al fin.
_Eso lo designará el Rey.
_De acuerdo.- sin decir si quiera una palabra, se retiró.
Ebel había solucionado su primer gran problema del trabajo, ahora,
todo lo demás, le sería muy corriente y fácil. Así pasó un día, y otro, y
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semanas, durante las cuales se encontró con su hermana y madre. Ambas


estaban más tranquilas. Su padre, aún se encontraba irritado, pero siempre
le contaban que por dentro se sentía muy orgulloso.
Ebel había comenzado a pensar en comprarse una casa, a parte de la de
su amigo, aunque tenía más claro el alquilar un piso en una residencia del
centro, cerca del Registro Civil. La ciudad tenía un poco de todo, a pesar de
que por ser la más grande del mundo, era pequeña, y ello era porque no
mucha gente vivía en la capital. El Rey estaba poniendo un plan de
inmigración para incrementar la población, así tendría a sus súbditos mejor
protegidos. El Rey, a pesar de su política y sus seguidos fallos, se
interesaba por el país, eso no se podía negar.
Las trágicas semanas de trabajo forzado respecto al papeleo, habían
acabado, y todo volvía a estar en orden. Cada uno se dedicaba ahora a un
aspecto en especial. Ebel fue sustituido por un juez menor, y él pasó a las
cámaras de detrás, a acomodar viejo papeleo. Dijeron los Ancianos que
había que organizar un poco el pasado y estructurarlo mejor; lo guardarían
todo en unos subterráneos, eran cosas que ya no tenían valor. Ebel adoraba
la historia, y se temió lo peor: la política innovadora del Rey haría
desaparecer todo intento de desestabilizar el país, por eso se concentraban
en el futuro de la isla, sin pensar en más. Estarían días muchos funcionarios
en esas cámaras acomodando viejos papeles, sólo salían para la hora de
comer.

_¡Correo!- gritó uno con un bolso colgando del hombro. Era el cartero
del Registro.- Carta para Ejoni... carta para Tasmek... carta para Ebel...- de
repente se exaltó. ¿Una carta para él? ¿De quién? No conocía a nadie más
que de su barrio, y que no estaba muy lejos de allí. Entonces, tomó la carta,
se sentó y leyó detenidamente el remitente. Las cartas venían en rollos,
como un diploma, y el remitente o lugar de procedencia, se colocaba con
signos en la parte izquierda, y el receptor, en la derecha. Entonces leía para
sí en voz baja:
_Procedencia: “Léthan, distrito sur de Elektria”... Remitente: “Yefu
Karkonis de Akanis”… ¿Por qué me escribe este hombre?- se preguntó,
recordando a aquella víctima del gobierno con tal mal humor, que no dijo
siquiera adiós a la hora de irse. ¿Por qué le escribía, y por qué desde
Elektria? Y había otro detalle; por más que haya estudiado geografía, jamás
hubiese pensado nada sobre Elektria, ni siquiera dónde estaba. Se dispuso a
leerla:
“Ebel Konis de Khefis,
Te sonará raro que te escriba yo a ti, pero es
que no pude dejar de culparme por no agradecerte tu interés por gente
como yo. Por ello te ruego mil disculpas, y las gracias desde mi corazón te
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doy. También puede serte rara la procedencia de esta carta; te contaré el


porqué, ya que tú permitiste que esto sucediese.
Cuando hube llegado a mi pueblo natal, no pasaron dos días, que una
carta del Gobierno Central llegó a mi puerta. Firmada por el mismo Rey,
decía que lamentaban lo sucedido y rogaban a los dioses cobijo y gracia a
mi persona; no obstante, aún debía trabajar para el gobierno. Me
explicaron que los buenos pescadores iban al norte, a las costas norte de
la Gran Isla, pero que tenían conocimiento de que los grandes bancos de
peces se encontraban en el mar norte de Athlas. El problema, era que los
buenos pescadores de familia, no querían arriesgarse a irse de sus tierras,
y preferían asentar cabeza cerca del lecho de su nacer, por ello buscaban
gente sin familia, como yo, con la que poder contar frente a la nueva
economía de piscifactoría y pesca. Me juntaron con otros varios
marineros, y zarpamos desde Akanis al norte, a las Siete Islas. La más
poblada es Elektria, la isla más grande, donde en su capital no había
muchos dedicados a grandes pescas. Así que aquí estoy, recobrando vida.
En esta isla son muy diferentes a la gente de Khefis, porque miran más allá
del horizonte, esperando algún día encontrar un nuevo mundo, cosa rara.
Tal vez te gustaría venir alguna vez a Elektria, según he visto, encaja con
tu estilo.
Si no fuese por ti, hoy sería un asesino condenado a muerte, pero no,
soy jefe de barcos pesqueros en tierras nuevas, y todos me conocen por
“Hauekeneptut” (El hombre loco de la vela); lo que sucede, es que aquí
los barcos no tienen vela, y nadie aquí es tan loco como yo… Si algún día
decides venir por aquí, ya sabes dónde abordar, amigo.
Desde Elektria,
Yefu”

Su cara se tornó en una sonrisa, ya estaba deseando viajar a una tierra


que sólo por casualidad en la vida, había sabido que existía. Pero lo
descartó por el momento, sabía que no podría irse así sin más, no es fácil
dejar el trabajo de funcionario. Pero lo que no había tenido en cuenta hasta
el momento, es que los dioses estaban moviendo hilos para que un día estas
cadenas se borrasen.

Se encontraba acomodando papeles de un lustro de antigüedad en las


estanterías de la galería sur. Allí todo era un enjambre de cajas y papeles,
algunos ilegibles, otros ya negros por la humedad y el paso del tiempo.
Acomodaba las cajas en sus sitios ya sin siquiera razonar el orden, como si
fuese una máquina, postrado en la pared como un retrato de movimiento
fijo, como el péndulo de un reloj que ejerce un vaivén eterno y afín al de
sus ojos, de un lado a otro; ya casi ni pensaba, y pocas veces hablaba, si
más no para preguntar sobre algo referente a su trabajo a un superior, o un
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“pon esto aquí”, o “¿cómo se llama esto?” a algún compañero de trabajo.


Se veía como una araña, que no más hace que tejer y destejer en un
esquema invariable todos los días sobre el mismo sitio, una y otra vez,
instintivamente… cuando, entre esa oscilación leve de los ojos, un cajón
logró llamarle la atención. Decía en su frente:
“Gaubum Joasis Nemineki: Hekebésuri”
Archivos del Mar del Norte: Exploradores
Miró hacia ambos lados, y abrió el cajón lentamente. Estaba repleto de
pergaminos. Cogió uno y sopló. Una pequeña nube de polvo salió por los
aires. Abrió lentamente el pergamino, y, aunque estaba con una letra
rápida, pudo leer:

22 de Enero del 853


“Hemos divisado costa en el horizonte. Un grupo de islas en el norte de Athlas,
son dos hasta ahora. Ricas en tierra se ven. Buscamos tierra firme, se avecina una
tormenta que acarrea fuerte oleaje.”
_¿Norte de Athlas?- se preguntó a sí mismo pensativo.- ...Allí están las
Siete Islas...- se dijo sorprendido.- Esto es de hace unos doscientos años...-
cogió más pergaminos y los colocó todos dentro de un bolso. Nadie se
percataría de que faltasen. Acabó con el trabajo, y se fue a casa. Allí
desplegó todos los pergaminos por la mesa, y comenzó a organizarlos por
años y hechos. Eran cientos de pergaminos, y un diario personal. Allí
estaban destacadas las rutas de navegación del norte un siglo antes. Pero su
adrenalina, su emoción e impulso a levantarse y no poder estar quieto por
las ansias de aventura y de conocer nuevos horizontes, todos se despertaron
al leer la última nota de todas:
4 de Mayo del 869
“Señor mío:
Una tormenta nos desorientó en el trayecto hacia el este. Llegamos a una tierra
desconocida, una costa árida de arenas blancas en su litoral. He podido enviar este
último halcón que ha sobrevivido al naufragio. Enviad ayuda por favor, nos persiguen.
Humanos de pieles oscuras nos están persiguiendo por las costas. No sabemos exactas
coordenadas, tal vez estemos en el sureste, o en el sur del mar, pasando los Pilares. Han
muerto cinco hombres en el naufragio y ocho fueron asesinados o raptados por los
nativos. Rogamos ayuda los seis supervivientes.
La expedición del grupo de Åbu, ha concluido.”
Esas ultimas palabras dignas de una narración de acción, se quedaron
grabadas en su cabeza, y todo el día siguiente, se siguió repitiendo en su
interior, como si algo le obligase a expandir esa curiosidad, y salir a un
nuevo mundo. Mientras trabajaba se iba repitiendo a sí mismo: “Hekebex
Åbuis togo, kateneuone” (La expedición del grupo de Åbu, ha concluido).
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Con su mente en blanco, sólo esa frase merodeando de un lado a otro,


sin pensarlo se levantó, y preguntó al más viejo de todos, su más creciente
duda.
_Habe, dime- preguntó- respecto al archivo del Mar del Norte, aquel
de allí... ¿Qué pasó que jamás se acabó la expedición?
_ ¿Estuviste leyendo los archivos?
_ Lo siento, ¿no debía, verdad?- dijo arrepentido y nervioso.
_No deberías haberlo hecho... no obstante, no te culpo... eso llama
mucho la atención.
_Cuéntame lo que sucedió.
_Mientras esta familia real reine, esto será un tema tabú, es mejor
mantenerlo en silencio, nada quieren saber sobre las nuevas tierras.
_ ¿Hay más tierras?
_El filósofo Åbu, los dioses lo tengan en la gloria, descubrió todo un
nuevo mundo, un nuevo océano, aparte, separado del Océano Athlón,
donde, según dicen, hay más islas y tierras tan ricas y extensas que uno no
se puede imaginar. Es un mar caliente y bello. Decían que era habitable, y
el rey confió en su palabra. Pero no mucho después de la muerte de Åbu,
hubo problemas. Las nuevas tierras estaban pobladas, y destruyeron a todo
el que se allegó a sus costas. Cuando el halcón sobreviviente hubo llegado
a la capital, el Rey frunció el seño y se calló la boca. No dijo nada. Había
narrado cosas que aterraban al orden de Khefis y que amenazaban al reino
si éste se extendía por tierras que, al parecer, no le pertenecían. Desde
entonces, Khefislion fue mundo de aguas, y mundo de islas. Se permitió
simplemente colonizar las Siete Islas del norte de Athlas, y sólo dos bases
en la planicie Tagokk, aquella que nos suena tan utópica, inexistente... Pero
no sólo fue ese el factor que generó un propio encierro y delimitación del
reino, sino que también la preocupación de que más gente muriese. Te
explico. Hasta entonces, los grandes exploradores, eran de la familia real o
muy amigos de la misma; el mismo rey y los parientes de los exploradores,
rogaron piedad y justicia, y culparon al Rey de abandono, por ello, decretó
una ley de No Salida, Khefis se había transformado entonces en el reino de
las Islas. No intentes promover esto, el dolor está muy inculcado en la
familia real, hasta que no se cambie con la tradición, esto seguirá así, y
todos debemos cumplirlo, ¿me has entendido? Ahora, ¡vuelve a trabajar,
que no tenemos todo el tiempo del mundo, hay un plazo para esto...!
Ebel se retiró de la par del viejo de mal genio. Pensaba con qué razón
le había contado esa historia; Habe nunca parecía estar para nadie, nunca
sonreía, y mandaba a todo el mundo con desprecio.
Pensando en esto, el tiempo pasaba. Cuando quiso acercarse al cajón
que tanto le interesaba, se llevó un susto enorme. Habe golpeó con una
larga vara el cajón de tal modo, que si Ebel ya hubiese tenido los dedos por
sobre la manija, se los hubiese quebrado todos. El seco ruido invadió la
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sala. Ebel miró a su lado, y el viejo lo miró con el rostro fruncido y los ojos
tan pequeños cubiertos por las arrugas que creó al enfadarse, que daba aún
más aire de terror a la situación. Sin decir una sola palabra, ambos
entendieron todo lo que debían decirse. Ebel se retiró tomándose las manos,
como queriendo asegurarse de que no le había roto ningún dedo de verdad,
y Habe, abrió el cajón para ocuparse él.

Un día, su hermana fue a visitarlo al trabajo, para ponerlo al día de


cómo iban las cosas por la casa. Todo seguía igual. Pero no para Ebel; él
tenía otros planes.
_Tai, necesito que me hagas un favor.
_Lo que necesites.
_Ve hoy mismo al puerto, y pregunta cuándo zarpa un barco con
destino a Elektria.
_¿Elektria?
_Sí, y si no lo hay de pasajeros, intenta disimular, pregunta si hay de
cargas, di que necesitas enviar un recado a alguien que vive en la isla,
invéntate una excusa. En caso de que no haya ningún barco de este estilo,
quiero que preguntes dónde se puede coger uno.
_¿Por qué tanto interés por ello?
_Pienso ir a Elektria.
_¡Pero eso está muy lejos!
_Lo sé, por eso mismo, quiero salir de aquí, tomar nuevos aires.
_Pues viaja al oeste.
_No!, quiero conocer algo fuera del alcance del gobierno, algo
diferente, donde, aunque las leyes sean las mismas, la gente se rija de
forma diferente. Un nuevo mundo...
_...Oh, Ebel…- renegó su hermana envuelta en desesperación y
tristeza- …Lo haré, pero no cometas locuras, te lo ruego.
_ De acuerdo... lo prometo…-
Había estado hablando con su compañero de este tema. Planearon algo
descabellado, algo que era de cierta forma inmoral, pero que para
“escapar”, valía, y lo que fuese. El tema consistía en robar los archivos
durante la noche, y ese mismo alba, zarpar en el barco con destino a
Elektria, que su hermana había averiguado, salía desde la ciudad portuaria
de Tanes. Lo harían tres días después del traslado general a las cámaras de
almacenamiento subterráneo. Las cámaras tenían varios corredores
subterráneos, y parte del alcantarillado se entrelazaba con éstos. Lo sabían
porque de pequeños jugaban por los posos subterráneos, aunque no se
podía. Ebel se introduciría esa noche por el alcantarillado de las afueras y
seguiría el camino hacia los subterráneos, donde se hallarían los archivos.
Buscaría todo lo que encontrase, y seguiría el hilo dejado para saber cómo
volver por el camino correcto. Mientras tanto su compañero vigilaría la
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salida. Estaría listo en ese entonces, para coger todas las monedas de su
sueldo y dirigirse al puerto de Tanes, no muy lejos de la capital. Estaría al
alba del segundo día a pie esquivando los caminos del reino, y esa mañana
zarparía. Todo estaba a pedir de boca.
Esperaron ansiosos esos tres días, y al fin, la noche del día tercero,
había llegado. Intentaba disipar todo nervio de su cuerpo, inspirando y
exhalando profundamente. Caminaron hacia las afueras, hasta donde se
encontraban las puertas bajas del alcantarillado.
_Ten cuidado...- le dijo su compañero. Asintió con la cabeza, y
desapareció en la oscuridad extendiendo el hilo blanco. Iba acompañado de
un pequeño farol que iluminaba sólo su contorno y tres pasos más allá de
sus pies. Todo estaba frío y húmedo, era terrorífico y el miedo comenzaba a
hacerse visible en los bellos de su piel, que comenzaban a erizarse. Pero
todo sea por salvar esos papeles de la humedad y de los insectos, o del Rey,
y buscar un nuevo sentido a la vida.
Luego de media hora de camino, dio con un entramado mayor, ese era
el pasillo que lo llevaría hasta las cámaras subterráneas. Corrió sin miedo
por el pasillo hasta el final, y a la derecha, un hueco precedido por dos
escalones, daban a una cámara, al fin. Ésta estaba repleta de cajones y
papeles por doquier; ahora comenzaba el trabajo de búsqueda. Comenzó a
buscar en los cajones más grandes, pero no había nada, lo había cambiado
todo de sitio. Entonces, cuando estaba perdiendo las esperanzas, vio
colgado de una biga, un bolso con un grabado a mano en tinta, que decía:
“Åbuis Nemineki” (Archivos de Åbu).
_¡Sí!- se dijo a sí mismo en canto de victoria. Lo cogió, miró en su
interior, llenó el bolso que llevaba consigo de los archivos, y cuando iba a
dejar el bolso nuevamente:
_¡¡Ey!!- otra luz apareció en la cámara. Un miedo terrible subió por
todo su cuerpo hasta ponerlo rojo y empapado de transpiración en un
segundo. Su corazón comenzó a palpitar a una velocidad terrible, y parecía
que no daría más con sus fuerzas, sus manos se debilitaban por los nervios.-
¿¡¡Quién eres!!?- quitó el guardia ya corriendo hacia él por entre los
archivos y cajones. No supo de dónde, pero desde el estómago subió una
fuerza que antes no estaba, ni que jamás había sentido, creyó que pudo
haber sido aquello llamado “adrenalina”, puesto que en un acto de reflejo,
cogió uno de los archivadores de madera y lo partió contra el cuerpo del
guardia, quien cayó al suelo desmayado. Comenzó a correr por los pasillos,
y sus nervios volvieron a subir. Otro comenzó a seguirlo, y venía mucho
más rápido de lo que iba él. Tenía ventajas, porque era más pequeño, y se
movía con mayor facilidad por el alcantarillado, pero así y todo, el guardia
no se resistía. Entonces comenzó a escuchar a su compañero cantar, más
bien tararear una canción, y supo que estaba cerca, le gritó.
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_¡¡Toma la bolsa, corre, escóndela en el lugar menos esperado, que


nadie te vea!!
_¿¡Qué pasa!?
_¡¡Nos persiguen!! ¡¡Corre, yo los despistaré!!
Su amigo tomó la bolsa y corrió por entre los arbustos desapareciendo
en la oscuridad. Ebel corrió y corrió, pero el farol se había apagado, y no
vio más nada. Tropezó y cayó al suelo, fue entonces cuando sintió que una
mole se le lanzaba arriba. El guardia lo tenía por la espalda, y fue todo tan
rápido, que no se dio ni cuenta de que ya estaba maniatado. Cualquier
intento de escapar, sería estúpido. Todo estaba perdido. A los empujones lo
llevaron a los calabozos, sitios en los que no muchos iban, puesto que
pocos ladrones habían en todo el reino. Lo metieron en uno y cerraron la
gruesa puerta de madera. Se arrinconó aún con las manos atadas, buscando
un lugar que no esté frío ni húmedo, y donde se sintiese protegido. Se temía
lo peor. Si el Rey se enterase de esto, cosa obvia que sucedería, podría ser
incluso castigado con la decapitación. Pensaba que ni siquiera pudo dejarle
la carta que dos días antes había escrito a su familia, aquella en la que
explicaba todo lo que iba a suceder, aunque no contaba con esto. Si su
cabeza no se fuese a convertir en alimento para animales, lo más normal es
que se pudriese en el calabozo. Las antiguas leyes no eran así, pero este
rey, quiso exterminar todo indicio de maldad de su reino, lo peor, es que
combate el mal con mal.
Pasaba el tiempo; no se daba cuenta, pero había calculado que ya era
de día. Rogaba que su amigo esté a salvo, seguramente lo estarían
buscando ahora mismo, pero él es astuto, no lo encontrarían. Prefirió
dormir, para que el tiempo pasase más rápido. Aunque pareció ser
imposible cualquier intento de cerrar los ojos. El tiempo pasaba igual de
despacio. Unas gotas de agua caían desde el techo a un charco pequeño en
el suelo rocoso. Miraba las paredes intentando pensar en una posible
escapatoria, pero el ruido de las gotas lo ponían nervioso. Era imposible
escapar, esa cámara debía de estar a unos tres o dos metros bajo tierra,
como la mayoría del cuartel, del calabozo.
Cuando estaba al fin por descansar la vista, y su mente parecía
también quererse unir a esa ceremonia al fin, un ruido lo exaltó, un fuerte
golpazo que sonó duro a roca y metal, un rechinido que hizo entender la
presencia de un largo metal, tal vez una cuchilla, una daga. Entonces, la
puerta se abrió. Muy lentamente se adentró un bulto negro. Ebel se puso de
pie, asustado. Lentamente, pudo distinguir que era una capa negra, que
cubría todo, no se veía ni si quiera de refilón el rostro o las manos de quien
la vestía; parecía un fantasma, o un demonio, no decía una sola palabra.
Cuando se colocó a dos metros de Ebel, se lanzó sobre él tan rápidamente
que no pudo hacer nada. Una mano empuñaba una daga, la que no pudo
ver, pero si sentir, ya que el desconocido la había colocado en diagonal
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sobre el estómago de Ebel. Con el otro brazo, a una gran velocidad, lo


empujó contra la pared, colocando su antebrazo en el cuello de Ebel, casi
impidiéndole tragar saliva, y con su muñeca doblada, apuntaba a su cuello
con un pincho, similar a un clavo de biga, al que envolvía con todo su
puño. Acercó su cabeza, encubierta por el capuchón negro de la capa, a la
cabeza de Ebel, y entonces, con una voz entrecortada, dijo:
_Debería matarte por tu atrevimiento... Despellejarte aquí mismo para
que no vuelvas a estropearlo todo... pero ya es demasiado tarde. Tú tienes
los mapas y los escritos, pero no sabrás cómo llegar.- Entonces, dejó de
presionar con la daga el estómago de Ebel, y sacó de su interior un
pergamino. Lo colocó frente al rostro del joven asustado- ¡Tómalo!- Ebel
lo hizo.- Sigue las coordenadas del mapa. Es un mapa diseñado
rigurosamente por Khom, el ayudante del filósofo, que guía al llamado
“Mar de Tierras”. Sigue las costas del Tagokk cuando llegues a Elektria,
encontrarás el Paso del que los escritos hablan. Pregunta a los nativos.
_¿Qué le dice que lo haré?- preguntó desafiante, a lo que el
encapuchado apretó con más fuerza el antebrazo contra su cuello.
_Lo harás, porque está en ti, y no hay más explicación. Tú y yo, somos
los únicos que conocemos el camino al nuevo mundo. Yo pronto moriré, y
sólo quedarás tú.
_¿Quién eres?
_Soy el nieto del nieto de Khom. Nací en Athlanis, la segunda colonia
única poblada por gente en la planicie del Tagokk. Ve allí y pregunta por
los Khómobis, ellos te guiarán, todo vendrá solo con el tiempo.
_Pero estoy en el calabozo, el barco zarpa mañana mismo al alba, no
podré llegar por más que quiera.
_Eso no es problema, fuera te espera un asno negro, sube, ¡coge el
mapa! Busca los demás escritos, te guiarán. El asno es de sangre pura, te
llevará en un par de horas a Tanes. Toma- dijo dándole un pequeño saco
que cabía en la palma de la mano.- dentro hay diez monedas de oro, y una
de plata, la más grande. Cuando llegues al puerto, pregunta por Taken, él es
el jefe de la nave que zarpa a Elektria, a él le darás cinco monedas de oro.
El resto, lo usarás para pagar el próximo viaje hacia el Tagokk. Cuando
llegues a Athlanis, y encuentres a los Khómobis, te presentarás ante el más
anciano de la familia, y le darás la moneda de plata. Ahora vete, ¡corre,
niño!
_¿Y tu qué harás?- preguntó mientras el encapuchado cortaba la soga
que le ataba las manos.
_Yo me ocuparé de mi deber, tú ocúpate del tuyo.
_Dime tu nombre...
_Si lo supieses nos matarían... ¡¡Veeeeeteeee!!!!- gritó con una voz
fantasmagórica señalando la puerta.
51

Ebel corrió hasta más no poder. Al salir, se dio cuenta de que el


guardia estaba muerto, el desconocido lo había matado antes de entrar a
verlo. Fuera, en la pequeña plaza, estaba atado con las riendas el asno
negro del que le había hablado. Lo montó y a un paso rápido se perdió en la
oscuridad de la noche.
Se dirigió a la casa de su amigo, quien desde la ventana le dijo dónde
lo había escondido. Así es que fue hacia el campo, en las colinas, al templo
que su amigo le dijo. Allí, debajo de unas rocas traseras entre los arbustos,
estaba el bolso. Lo cogió y siguió adelante, hacia el este, en dos horas o un
poco más, Tanes aparecería en el horizonte.

Evitó cruzar por el medio de la ciudad. El áurea oscura del horizonte


se tornaba azulada, lo que indicaba que el alba estaba cerca. Se dirigió a
una gran velocidad colina abajo hasta el puerto, que estaba prácticamente
vacío. Preguntó uno por uno a los marineros entre dormidos si conocían a
Taken, el marinero. Le indicaron que al final del puerto, allí donde estaban
las embarcaciones con destino al norte. Así fue. Uno de los marines gritó al
capitán.
_¿Qué desea?
_Quisiera que me llevase con usted a Elektria, ese es vuestro destino,
¿verdad?
_Así es... y... dime, ¿qué gano a cambio?
_Cinco monedas de oro.
_¿Cinco? ¿Es una broma?
_¿No es correcto?- en ese momento pensó en varias cosas: una traición
por parte del encapuchado, un regateo por parte del marinero, una lección
para un joven como él...tal vez de todo un poco.-Pues es lo único que
tengo, y necesito viajar.
_Y mis marines necesitan comer, ¿y usted come, verdad?- dijo
riendo.-¿Quién pagará esos gastos? Las cinco monedas sólo pagan el
importe del viaje.
_Me manda un importante jefe en gobierno, y me debe llevar
urgentemente.
_El gobierno me es irrelevante, mi señor...y no me mienta, sé que el
gobierno no mandaría nunca a un adolescente.
_De acuerdo, no tengo más explicaciones, tal vez me haya timado
quien me dio las monedas...
_¿Quién te dio las monedas?
_Un hombre, da igual.- dijo volviéndose hacia el asno.
_No me da igual...- ambos quedaron mirándose fijamente.
_No vi más que su mano, era un hombre vestido con una capa negra.
52

_...El viejo de la capa...- divagó dentro de sí un momento, el otro


marinero lo observaba razonar- recapitulemos, joven, mis más sinceras
disculpas...
Ahora nadie entendía nada.
_¿Por qué?
_Debí pensármelo bien, ni siquiera me recordé lo de las cinco
monedas.
_¿Conoce a usted a este hombre?
_Muy pocos lo conocen, pero se hace respetar a sí mismo por el clan
al que pertenece. Vamos, te acompañaré a tu litera.
Dentro del barco se presentaron. El barco era grande, justo para
superar un viaje de tal magnitud por el mar y el océano. Había unos
cuarenta tripulantes a bordo, sin contar a Ebel ni a Taken.
_Ahora mismo zarparemos- le comentó uno a Ebel al pasar.
_¿Viajaremos directamente a Elektria?
_No, ¡eso es imposible! No aguantaríamos, necesitamos municiones.-
respondió- Pararemos en la costa noreste de la Gran Isla, en una ciudad
portuaria llamada Empöl Khanis. Más tarde ya habremos salido de la
región del Principado (junto al golfo) con destino a Kalaefen y Sákabis, las
ciudades unidas por el gran puente de Tokhu. Cuando dejemos el puerto,
donde se nos unirá el profesor marino Jepeu, tomaremos destino a la última
ciudad de la Gran Isla, Hekton. Desde aquí, tendremos el transcurso más
largo por el océano Athlón hasta llegar a las costas de Ekar. Cuando
hayamos pasado ya el puerto de Kao Louostis, entraremos en el Mar de
Athlas. Tendremos que parar en el último puerto antes de dejar Ekar, en
Tabnis. Desde aquí cruzaremos todo el Mar de Athlas hasta llegar a Thenis,
en Elektria.
_Bien, ¿cuánto tardaremos?
_Una semana y media, o dos, tal vez, si no hay tormentas.
Entonces llegó la hora. El naranja y el amarillo ya reinaban el cielo del
Este, el alba había llegado, y nosotros dejábamos el puerto, para, al menos
yo, escapar al norte.
El primer tramo del viaje, lo dedicó a descansar, estaba agotado de
todo lo que le había sucedido, y ahora, a pesar de que se sentía triste por no
haber podido siquiera despedirse de su familia, podía respirar tranquilo, se
sentía libre. Pero no quería dormir todo el momento, quería conocer las
nuevas ciudades, y pidió que lo despertasen al llegar a Kalaefen. Así lo
hicieron. Salió a cubierta y se colocó al frente para ver esa ciudad, tan
bella. Un enorme puente unía a la ciudad de la Gran Isla con la ciudad de
Sákabis, en la isla de Thaise. Sus arcos eran tan enormes y altos, que los
barcos podían pasar por debajo. Sákabis estaba construida casi toda ella
sobre peñascos y colinas cortadas, por lo que en las paredes laterales
también había casas y templos, parecía una ciudad mágica, como casi todas
53

las ciudades isleñas. Kalaefen estaba en un plano más arriba de la costa,


donde se encontraba el puerto, y se veía a casi la altura de Sákabis. El gran
puente se introducía en ambas ciudades, y siempre estaba recurrido por
cientos de viandantes. El puerto era magnánimo y perfecto, incluso con
barcas pintadas de blanco que relucían con el brillo del sol. Las oceánicas,
aquellas que viajaban a las islas de Ekar, Íkar y Evnoh, tenían grabados de
dioses y algunos seres mágicos, como sirenas, en la proa, quienes guiaban
su trayecto por territorio de Dioses. Todo esto no quiere decir que en la
Capital no lo hubiese, es más, era todo mucho más grande y brilloso,
bellísimo, pero ya lo tenía visto desde su infancia. Allí mismo, en Sákabis,
pararon para recoger al profesor marino Jepeu, un hombre de extensa barba
gris, de ojos grandes y expectantes. Vestía una túnica amarronada, y
llevaba un equipaje donde, seguramente, llevaba sólo libros. Él compartiría
la habitación con Ebel, puesto que esa era la habitación destinada a los
invitados. Allí fue donde tuvo la posibilidad de conocerlo.
_Así que, usted es profesor...- preguntó desde su litera.
_Sí, algo así. Soy cartógrafo y biólogo marino.
_¿Cartógrafo?
_Exactamente.- Ebel pensó en que el destino había puesto en marcha
un gran plan, ya que no era capricho de la casualidad que un cartógrafo
compartiese habitación con alguien que poseía un mapa difícil de descifrar.
_Si le mostrase un mapa, ¿sabría descifrármelo?- preguntó sin rodeos.
_Creo que podría, veámoslo...- Ebel abrió su bolso y buscó el mapa
que le había dado el encapuchado. Cuando lo tuvo en sus manos, pensó que
era demasiado arriesgado mostrar ese mapa, por lo que tomó otro.
_Tome- dijo dándoselo y expandiéndolo sobre el escritorio. El mapa
no hacía más de la medida de un papiro de escriba, ya que lo había
dibujado Khom entre sus escritos diarios. El cartógrafo se colocó un lente
redondo en el ojo, y arrugándolo se lo sostuvo sin necesidad de aguantarlo
con su mano. Con ambas sostenía las puntas del mapa, y de vez en cuando
acariciaba el mapa con dos dedos como intentando buscar algo. Entonces,
sin mirarlo, preguntó:
_¿De dónde lo has sacado?
_Me lo han regalado...-dijo pronunciando lo primero que se le vino a
la cabeza.
_¿Regalado? ¿Un mapa diseñado por Khom, el gran cartógrafo!?
_¿Cómo supo que era de Khom?
_Joven, nosotros los cartógrafos hemos estudiado a todos los que nos
antecedieron, y la familia Khómobis de los siglos anteriores, fueron los
mejores cartógrafos de aquel entonces, y tal vez los serán para siempre. El
hijo de Khom, cuyo nombre era Khom también, conocido antaño por
“Khom Khomis Khómobis de Alkir”, fue elegido por el filósofo y
explorador Åbu, en su paso por esa ciudad en el norte de Ekar. La familia
54

se trasladó a las nuevas islas descubiertas, y más tarde, se perdió su rastro,


dijeron que se habían ido al Tagokk, a una base junto a un río. Hoy se ha
convertido en un puerto y pueblo, y los únicos que las habitan son las
familias de todos los que pasaron por allí, y nadie más.
_¿Usted conoce a los Khómobis?
_Imposible por dos razones. Jamás fui más allá de la isla de Maye, hoy
es la primera vez que me allegaré a Elektria, y es todo un honor para mí, y
la segunda, es porque este clan desapareció años después de la desaparición
de Khom, que, según dicen las lenguas comunes, a espaldas del rey, murió
en manos de nativos del llamado “Nuevo Mundo”, sitio que no es más que
una leyenda. Pero...
_¿Pero qué?- ambos quedaron en silencio mientas Jepeu volvió a
observar el mapa.- Mira esto. ¿Sabes qué es? Se llama “Canal Medio”. Está
todo bien estructurado, las coordenadas, los límites, los ríos, el oleaje, aquí
con los puntos, esos son los grados de oleaje, ¿ves?, las corrientes marinas
y oceánicas, la distancia que hay desde Elektria a Tagokk, y desde la
colonia... la colonia de... Athlanis, por costa hasta el Canal... Joven, esta es
la Puerta al Nuevo Mundo. ¡Tienes el mapa de la puerta al Nuevo Mundo!
Esto es el sueño de cualquier cartógrafo, de cualquier investigador...!
...pero se nos está prohibido.- bajó el tono apagando su euforia y bajando la
vista.
_No a mí...- dijo convencido.
_¿Cómo?
_He dicho que no a mí. Yo debo ir en su búsqueda, por eso viajo a
Elektria, de allí, tomaré un barco al Tagokk.
_Imposible, nadie va al Tagokk.
_Conozco a quien lo hará por cinco monedas de oro. Tendré que ir
solo, pero no me vendría mal compañía inteligente.
_¿Estás insinuando... que te acompañe?
_¿Vendrías? Eres un buen cartógrafo.
_No lo sé, puede ser muy arriesgado...- bajó la vista al suelo. Pensó en
todas las posibilidades, pero la razón le enseñaba que uno debía mantenerse
en total calma y con los pies firmes en la tierra. Cuando desilusionado
estaba por decir a Ebel que no podría ir, Ebel habló.
_Llega un momento en la vida de la gente como nosotros, en que los
hados que se nos presentan no son mero azar, son oportunidades de ver
nuestros propios límites, de conocer el mundo y a nosotros mismos. No se
trata de la simple aventura, se trata de sentirnos mejor, vivos, y de cumplir
con un deber, el de los dioses, porque si ellos nos han unido y nos han dado
todo a pedir de boca, es porque es nuestro deber. ¿Qué me dices ahora,
vienes conmigo?
55

_La razón la tengo incrustada, me es imposible, y menos a mis años,


ya estoy cerca de los sesenta, se me hará imposible tanta movida. No lo
creo lógico.
En ese momento, Ebel se decidió a sacar el mapa que el desconocido
le había dado. Lo colocó sobre la mesa y se lo mostró a Jepeu.
_...A veces la lógica se encuentra detrás de una ilusión...
Jepeu se exaltó, se puso de pie, y no sabía si era su propia impresión y
desconcierto ante lo que vio, o si eran las olas del océano que azotaban al
barco, pero se sacudió y debió aferrarse a la silla para no caer. Para
cualquiera, tal vez ese mapa no era más que un viejo dibujo de tierras y
ríos, pero para un cartógrafo, y un cartógrafo como Jepeu, ese mapa lo
significaba todo, era la ilusión de cualquiera, una utopía hecha realidad.
_¿¡...De dónde lo sacaste...!?- preguntó agitado y sin quitarle la vista
de encima.
_Me lo dio alguien muy importante, ¿Sabes qué es?
_¿Cómo no voy a saberlo!? ...Es el “Gaubum Angluis”, el “Mar de
Tierras”!.
Ebel contó toda la historia a Jepeu, quien quedó asombrado al saber
que los Khómobis aún existían en la ciudad única del Tagokk, Athlanis.
Simplemente haciendo todas las preguntas que hizo, le dio a entender al
joven Ebel, que se convertiría en su compañero de viaje, y no sólo hasta
Athlanis, sino que hasta más allá del Canal Medio, a donde el nuevo mundo
esperaba para ser descubierto.

De Kao Louostis a Thenis

Ya había terminado el transcurso del océano, y las costas de Ekar ya se


divisaban en el horizonte. Desde ese momento, no se tardó mucho en llegar
hasta Kao Louostis, la capital portuaria de la isla. Allí tuvieron que
detenerse unas horas, ya que se cargaría mercancía con destino a Elektria, y
a todos les vendría bien un descanso del mar. Bajaron todos a estirar los
pies. Jepeu, lo llevó a conocer el centro de la ciudad, ya que él había estado
hacía unos años. Dijo que deberían comprar algunas cosas para la
expedición, ya que él no traía tantas cosas como esperaba utilizar, y
seguramente en Thenis no encontrarían nada de cartografía.
Lo acompañó por todos los puestos de comercio del centro. No era una
gran población la que recorría las calles pedradas del centro de la ciudad.
Las casas eran de colores piedra o blancas, y no muy altas en los barrios
circundantes. Las calles no estaban organizadas como en la Capital, todas
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seguían un recorrido poco común, aunque tres grandes calles llevaban al


centro de la ciudad, una plaza de comercio, donde se extendían mercadillos
y pequeñas tiendas. Había bastantes arbustos y palmeras allí, y la gente
vestía túnicas de colores frutales. En el fondo podía oírse a alguien tocar un
cuerno, y sonaba muy musicalmente retumbando en las calles. Con Jepeu
esquivábamos a la gente que pasaba con canastas o bolsas de tela y cestas
de mimbre llenas de alimentos u objetos que habían comprado o que
llevaban para vender o canjear. Se respiraba un aire de continuo verano,
con una atmósfera polvorienta y una música de flauta somnífera. Se oían
platillos vibrar, eran ollas que chocaban entre sí ante tanto movimiento de
las estanterías mercantiles. Recorrieron mercados y tiendas por las calles
principales, hasta llegar a “La guarida de Eifisem”. Eifisem era uno de los
hijos del dios Athlan, aquel que guía a los marineros por entre el oleaje,
dicho así, el dios de las olas. En este lugar, había todo lo que un marinero
necesitase para la investigación y guía marítima, o simplemente para la
pesca. Dos viejos sentados en unas extrañas sillas de madera, uno
comiendo una naranja, y el otro fumando una pipa tan larga como un
bastón, observaron atentamente. Parecían estar camuflados entre los cientos
de trastos que colgaban de las paredes y yacían sobre los mostradores de la
tienda, donde aquel de la larga pipa, que se apoyaba en un taburete,
recalzaba sus codos sobre unas telas que cubrían la mitad del escaparate
donde esparcidos por sobre se encontraban arpones y otros objetos de mar
que Ebel no sabía ni cómo llamarlos.
_¿Qué desean?- preguntó el que comía la naranja, luego de escupir una
semilla al suelo.
_Buenos días, señores- comenzó Jepeu.- Necesitaría unos
instrumentos de navegación y de cartografía marina y terrestre, si es que la
tenéis.
_Por su puesto que sí. Espere un momento- dijo mientras se levantaba.
Ebel observaba todo con detenimiento a su alrededor. Pronto apareció en
viejo con un enorme cajón y lo colocó, más bien lo lanzó, sobre el
mostrador. Jepeu se acercó y comenzó a hurgar para ver qué necesitaría.
Ebel, mientras, se asomaba por todos los rincones. Inspeccionaba todo
aquello que le resultaba extraño: imitaciones de peces colgando de arpones
y sogas desde las paredes, las cuales no podían ni verse por las maderas,
tablones de barcas, remos, velas, y cientos de cosas más, todas apiladas e
indescifrables en conjunto, y algunas ni siquiera por solitario. En eso,
mientras realizaba doble tarea, la de escuchar lo que hablaban los mayores,
y la de chusmear, se paralizó al toparse de frente con una figura que no
pertenecía al estampado parietal, sino que era un ser con vida, un hombre.
Se asustó y dio dos pasos hacia atrás. El hombre no lo miró, siguió adelante
y se sentó en un cuartito muy pequeño que estaba a la vuelta de todo el lío
de la tienda. Comenzó lentamente a cortar tiras de cuero sin decir nada y
57

con un rostro de agotamiento cotidiano. No simplemente le asustó el


repentino encuentro cercano este individuo, sino que más aun lo hicieron
las formas de este hombre. Su piel era oscura, muy oscura, tanto como la
misma oscuridad, muy diferente a la de cualquier isleño de las cuatro
grandes islas de Khefis. Sus ojos eran marrones, oscuros, y un pelo más
similar a hierba que a pelo en su contextura. Unos brazos largos precedidos
de manos grandes y de palmas moteadas de blanco, y demasiado alto para
ser un isleño de Ekar. En ese momento, se decidió a hablar, con una voz y
una pregunta que exaltaron a Ebel.
_¿Mi conoce tú?- preguntó al ver a Ebel a los ojos.
_Yo creo que no...
_Mi sí conoce tú... de Yussa...
_¿Yussa?
_De mío sueños...
_¡¡Ey, no molestes a los clientes, tú!!-interrumpió el viejo de la larga
pipa.
_No, es igual, no importa.- dijo Ebel, pero para entonces, el oscuro ya
se había callado y se fue a otra habitación. Ebel quedó aturdido por eso, y
la duda le carcomía la conciencia. Aprovechó que Jepeu y el otro viejo se
fueron a otra habitación, a ver más instrumentos, y se acercó al viejo que
largaba una fina bocanada de humo.
_¿Qué desea, joven?- preguntó.
_¿...De dónde es...?
_¿Quién? ¿Aquél?- dijo despectivamente.- apareció hace dos años. Mi
hermano y yo estábamos en el barco y apareció flotando, sin fuerzas. Lo
recogimos, y ahora trabaja para nosotros.
_¿De dónde viene?
_No lo sé, a nadie le importa, además, no sale de aquí dentro.
_¿Es un esclavo?
_No...- dijo indiferente mientras miraba a otro lado-, digamos que nos
debe la vida...
_¿Cómo se llama?
_Yo le digo Yé, pero no sé cómo se llama, a penas sabe hablar.
_A mí me habló.
_Boberías-
_De verdad, me dijo que me conoce de sus sueños.-
_...- El hombre quedó en silencio. Fumó otra larga bocanada de menta,
y tardó un momento en largar la larga humareda. Hizo una cara de
indiferencia y no volvió a decir nada más.
Jepeu seguía debatiendo precios con el vendedor. En las islas son
todos muy hábiles para los negocios, y hay que saber lidiar con ellos para
no caer en una trampa. A pesar de ello, no eran malas personas los dos
viejos, simplemente eran cascarrabias, como dos viejos hermanos
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cualquiera, sin familia y que nunca se han separado, viviendo un cincuenta


por ciento de su vida solos en el mar; eso le traía unos pensamientos un
poco cómicos al decir verdad: ¿Habrán alguna vez estado con una mujer?
¿Qué hacen dos hombres la mitad de su vida solos en un barco? Intentó
disipar ese pensamiento para no reírse y tener que dar explicaciones.
Caminó hasta cerca de la puerta, disimulando que se allegaba a la
habitación donde se encontraba “Yé”. Se arrimó, suspiró, y preguntó:
_¿Cómo te llamas?- dijo casi susurrando.
_Auhmehh, tú Ebelehh- dijo haciendo unos movimientos muy
expresivos con las manos, movimientos no muy propios de la cultura de las
Islas.
_No, sólo Ebel, pero… ¿cómo sabes mi nombre?- preguntó
sorprendido.
_Yussa, ella dice todo nosotros saber y querer. Tu querer
caminar...más allá de tierra corta...-decía intentando explicarse y buscando
palabras fáciles para él-...Yo querer... libertad... casa con míos... donde ojo
del cielo sale... allá- decía señalando al este-... tú llevar mí a tierra de
Yussa...
_¿Cómo sabes que quiero ir lejos de las islas?
_Yussa dice mí...- decía mientras seguía moviendo sus manos
extravagantemente.
_No puedo hacerlo...
_Yussa dice sí.
_Yo no sé quién es Yussa, por eso no puedo llevarte al este, yo voy al
norte.
_Yussa dice podrás...- en ese entonces grita Jepeu que ya era la hora
de irse.
_Lo siento, adiós-
Salieron fuera y se dirigieron al puerto. Allí, sentados en los bancos
blancos y de hierro brilloso, Jepeu le enseñaba a Ebel todos los
instrumentos y cómo usarlos.
_Si el viaje se prolonga, tú deberás saber cómo seguir adelante.- Le
decía convencido de que el viaje sería tan largo, que moriría en el trayecto.
El sol se estaba poniendo, y la embarcación estaba a punto de zarpar.
_¡Todos abordo!- gritó Taken desde la proa.
Cuando todos comenzaron a subir, y Jepeu y Ebel se levantaban del
banco, algo les hizo exaltar el corazón.
_¡¡Deteneos!! ¡¡Alto en nombre de la ley!!- un guardia se acercaba a
toda máquina desde la parte sur del puerto hacia Ebel y Jepeu. Ebel empujó
a Jepeu para que éste corriese a bordo. Ebel intentó despistar al guardia,
pero este se lanzó a sobre y lo detuvo en el suelo.-¡¡Queda detenido en el
nombre de la ley por robo al Gobierno Central!! ¡¡Levántese y ...!!- un
golpe hizo que callase. Ebel se giró, y vio a aquel hombre de tez oscura
59

parado al ras de los últimos rayos del sol, como si se tratase de un híbrido
entre hombres y dioses. Sostenía un arpón en la mano, y en el suelo, yacía
el guardia con la cabeza empapada en sangre.
_Yussa decir tú deber llegar a tierra tú querer, y tú llevar mí a casa.
_¡Has matado a un hombre!
_Yussa decir si yo no matar a él, él matar a ti.- La mole, aunque no tan
grande al Ebel estar de pie. Lo cogió y lo llevó al barco.
_Viene conmigo- agregó al subir.
_Esto se está poniendo un poco raro y fuera de contexto, se escapa de
mis límites- decía Taken.
_¡¡Vamos!! ¡¡Vayámonos antes de que lleguen más!!- el barco zarpó.
_¡Me habéis metido en un lío!- gritaba Taken- ¡¡Llevo un asesino y un
prófugo del Reino, eso implica mi decapitación!!
_Ven con nosotros y encontrarás cobijo, ¡ahora, vamos!
Sin pensarlo Taken aceleró la marcha. Veinte de cada lado en las fosas
del barco, remaban sin cesar. Ebel se unió para ayudar, y Auhmehh lo hizo
también. Pronto se perdieron entre las olas, las olas que daban paso al
comienzo del Mar de Athlas.
No podrían parar a repostar en Tabnis, por lo que siguieron adelante,
como próximo destino: Elektria.

Cuando hubieron llegado a cierta distancia, pudieron calmarse y


descansar un poco, aunque no tardarían en volverse a colocar en posición
los cuarenta hombres de Taken. El mar estaba nocturno, pero podía verse
cierta inestabilidad, ya que algunas estrellas desaparecían.
_¿Viene tormenta?- preguntó Ebel a Taken.
_Pareciese que sí...
_No.- interrumpió Auhmehh en la conversación.- Yussa da tormenta a
barcos que siguen nos.
_¡Tú y tu Yussa casi nos ponen a todos entre la comida para las
gallinas, maldito oscuro!- gritó Taken enfurecido.
_Cálmate, amigo- dijo Ebel- Me ha salvado la vida, y nos ha ayudado
a escapar del gobierno.
Ebel llevó a Auhmehh a su habitación, donde le preguntó cosas sobre
Yussa. Lo sentó lentamente en la litera y Ebel en un taburete, delante del
oscuro, encorbado, como agitado, y sus flequillos, mojados por el sudor de
la desesperación, rozaban sus párpados, a lo que él respondía moviéndolos
a un lado a cada momento. Auhmehh parecía ser inmune al calor, y
simplemente esperó sentado, mirando fijamente con ojos blanquecinos y
labios gruesos bordeados de gotas de sudor, a que su contrario comenzase a
hablar.
_Háblame sobre Yussa, Auhmehh.
_Yussa hijo de Kaabúh, es. Kaabúh padre de nos, padre de todos nos.
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_¿Es Dios?
_Sí, Dios... Yussa habla a nos en sueño, quien oye, también despierto;
Yussa viene a tierra de mí, junto río donde árboles pocos. A veces habla
con viejos; ellos dicen en pequeño sol viene y habla de nos y de todo.
_¿Y él te habló de mí?
_Ella no antes, poco tiempo hace me dijo de ti existir, en mío sueños.
Ella dice tu vivir para seguir a nueva tierra.
_¿Ella te hizo naufragar?
_Ella hacer todo; naufragar para a ti encontrar, fue su hacer, porque
era mío deber.
Ebel pensó mucho en ello. ¿Qué necesidad tenía esa tal Yussa de verlo
llegar al Nuevo Mundo? ¿Y por qué utilizaba a Auhmehh? El día pasó, y
así el siguiente, y el norte estaba cada vez más cerca.

Las Siete Islas

_¡¡Tierra!!- gritó uno. Todos fueron a la proa, al menos los que no


remaban, y Auhmehh, quien también había optado por remar como favor a
su llevada.
_¿Ya llegamos?- preguntó alegre Ebel.
_Aún no- respondió Jepeu.- Esta isla es pequeña. Estamos frente a la
isla de Maye, la primera de las Siete Islas de Khefis.
Sus costas se veían verdes y ricas. El puerto, pequeño, estaba del otro
lado, al oeste. Ellos simplemente seguirían hacia el norte, preferían no
detenerse hasta el destino final. No pasaron muchas horas hasta que
Elektria, al fin, se divisó en el horizonte. La más grande de las Siete estaba
emergiendo de la nada para todos ellos, y Ebel se sentía realizado; el
primer destino de su viaje, estaba concluido.
El puerto comenzó a verse claramente. Pocos barcos rondaban por allí.
Thenis no era muy grande, aunque era la más grande de las Siete Islas. Sus
casas eran todas de piedra, la mayoría pintadas de blanco, que resaltaban el
contraste verde de detrás. Los arcos de madera venían plenos de peces y
sal. La mayoría de la gente parecía vivir de la pesca, aunque había
ganadería y agricultura más al centro de la isla, incluso por los lados se
pudieron ver ovejas pastando junto a un pastor. Anclamos en el puerto, y
nos recibieron muy bien. Taken se quedó realizando sus negocios. Entre las
islas pasaría otras dos o tres semanas antes de volver a Khefis, aunque
61

comenzaba a pensarse eso de volver, puesto que, si habían cogido su


nombre, él y toda su tripulación, eran ya enemigos del Reino.
En el centro de la ciudad, había una bella plaza con un obelisco en
medio y una fuente de agua. A su lado había mesas donde unos cocineros
vendían viandas recién hechas. Allí mismo tomaron ese manjar los tres:
Auhmehh, Jepeu y Ebel.
_La comida está muy buena por aquí- dijo Jepeu al cocinero
viandante.
_Muchas gracias, se hace con especias de la zona, según sé, allí en el
sur no tenéis estos lujos de exquisitez.
_Bueno, con las nuevas economías, seguramente los tendremos
pronto, pero tal vez no tan bien cocinados como lo hacen aquí- decía
halagando al cocinero, justo en el momento en que Ebel interrumpió.
_¿Sabe usted cómo llegar a Léthan?
_¿Léthan? Sí, claro. No hay más que seguir por este camino de aquí.
Desde la plaza misma se parten los cuatro caminos que dirigen a las cuatro
puntas de la isla, en todas pasa lo mismo, simplemente hay que saber a
dónde se va, Léthan está hacia el sur, así que iréis por ese camino.
_¿Se va a pie?
_Quien quiere... también se puede ir a asno, ¿tenéis asno?
_No.-
_Bueno, mirad; esta misma noche parte una caravana de comerciantes,
feriantes, al sur, van a Ákaptar, donde se reúnen siempre por estas fechas
todos los comerciantes de la isla, y Ákaptar no está más que a cinco o siete
kilómetros de Léthan, caminando llegaréis.
_Muchísimas gracias.
_No, no hay de qué. En media hora, llegarán los feriantes a la plaza,
esperad, y preguntad.
Así lo hicieron. En poco menos de media hora llegaron los feriantes
con sus asnos y dos carros. Jepeu se puso a hablar con los hombres de la
caravana, regateando un precio justo. Mientras tanto, Ebel observaba todo
junto a Auhmehh: los asnos, los carros... Los feriantes eran gente extraña,
cerrada, casi como todos los isleños, y con unas coordinaciones que sólo
ellos se entendían con los gestos mismos de la cara, sin necesidad de decir
una sola palabra; estaban hechos para el regateo. Las mujeres se cubrían
con un velo color naranja, y los hombres vestían de negro y gris, los más
jóvenes se vestían de blanco. Seguramente, lo hacían para diferenciar la
virginidad de los pertenecientes al clan, o sea, su pureza. Las mujeres
vestían de colores fuertes, menos las jóvenes, que vestían tonos suaves para
la vista, otro indicio de su virginidad o escasez de matrimonio. A Ebel le
llamaba mucho la atención todo entre ese grupo, tan diferentes a la gente de
la Capital.
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De repente, desde la ventanilla de uno de los carros, un velo color


calabaza se asomó, y a pesar de que su rostro era invisible, podía sentir
cómo el rostro de la mujer lo seguía. Él sonrió, y la mujer hizo un gesto con
la cabeza que no pudo entender. Cuando poco a poco se acercó, la mujer
bajó el velo, y puso al descubierto sus redondos ojos color miel. Habló con
las pestañas. Ebel entendió esta vez. Dio unos pasos y se acercó lo bastante
como para establecer una conversación.
_Hola- dijo tímido. Hubo un silencio y dos risas ajenas a ella se
sintieron en el interior del carro. Luego de un momento, al fin habló con
una dulce voz.
_¿A dónde se dirige, buen hombre?
_Me dirijo a Léthan, mi señora; mi compañero está viendo la forma de
pago con la que vuestro clan nos permita viajar con vosotros.
_¿Cuál es su nombre?- decía sin descubrirse el resto de la cara.
_Disculpe mi falta de respeto... mi nombre es Ebel, soy de la Capital.
_¡De la Capital!- dijo al fin con otro tono.- Son muy bonitas las cosas
por allí, ¿verdad?
_Pues sí, lo son, y si me permite, como usted...
_¿Cómo lo sabes si no me has visto...?- preguntó desafiante.
_Por sus ojos...-
_¿Vais con urgencia?- prosiguió evadiendo la conversación anterior.
_La verdad es que sí, espero que el jefe de su clan nos lo permita.
_...Lo mismo digo...- cerró la cortina y la conversación terminó.
Poco más tarde, se encuentra con Jepeu, quien le dice que todo intento
fue fallido. Ahora no sabían qué hacer, si comenzar a caminar, o esperar a
otro clan de feriantes. Asnos no podían comprar, puesto que el dinero no
les alcanzaba más que para comer un día más, todo lo habían gastado en los
instrumentos de navegación.
Se sentaron en uno de los bancos de la plaza, ya de noche, pensando
en cómo y dónde dormirían. No tenían a nadie conocido, no tenían dinero
para una pensión, ni siquiera sabían si aquí había de eso. Lo daban por
perdido todo, al menos por esos días. Pensaban ir el día siguiente a algún
sitio donde enviasen correspondencia, así le avisarían a Yefu que se
encontraban en Elektria.
Entonces, cuando ya se estaban acomodando en los bancos para
dormir y despertarse temprano por la mañana, un hombre se les para
delante.
_Ey, amigos- abrieron los ojos y vieron a un joven vestido de blanco.-
Podéis venir.
_¿A dónde?
_Con los feriantes, lo han debatido y os dejan venir con nosotros.
Rápido, han dicho que si los alcanzamos, ellos siguen el paso.
63

Se levantaron de golpe y corrieron. Ebel llevaba el bolso, y Jepeu no


había logrado salir de la ciudad que ya estaba agitado. Auhmehh se lo
colocó en la espalda y corrió con él encima. Unos minutos más tarde,
alcanzaron la caravana, la que se detuvo para que éstos pudieran subir.
Auhmehh y Jepeu se subieron primeros al carro sin techo, y cuando lo
estaba por hacer Ebel, el joven lo coge por el hombro.
_Usted no, aquí no. Lo llaman en el otro carro.
Ebel se sorprendió, pero siguió al joven. No alcanzó ni a subirse, que
ya habían comenzado a andar nuevamente. Cuando se sentó, observó
delante, y vio a dos mujeres cubiertas por velos de color calabaza, y una
túnica de amarillo limón una, y la otra de un tono celeste pálido. Esta
última, miró a la otra, y ésta salió del carro subiéndose al techo del mismo,
el cual era amplio y llevaba mantas y paquetes, todo equipaje para montar
tiendas.
_Está sudando...- observó la mujer.
_Luego de correr diez minutos por la oscuridad, la humedad y con un
bolso lleno de cosas sobre el hombro, cualquiera estaría sudado.
_Tome...- dijo entregándole un pañuelo para que se secase.
_¿Qué desea con mi presencia?
_Hablar...¿eso le molesta?
_Oh, no, por favor...- dijo secándose el rostro.
_Dígame, ¿con qué fin viaja a Léthan?
_Busco a un amigo, tiene un barco pesquero, antes vivía en Khefis, la
isla, pero hoy trabaja aquí.
_¿Y esa es la urgencia?- parecía ser muy astuta y dudosa ante todo.
_No...- no sabía qué decirle, qué excusa ponerle.
_¿De dónde es su amigo, el oscuro?
_Es del este, la tierra del sol, más allá de las islas del Reino.
_¿Y cómo llegó hasta aquí?- preguntó exaltada.
_Su “diosa” lo trajo... naufragó- dijo en tono irónico aclarándolo al
final.
_¿Su dios es una mujer?
_No, sólo una...- hubo silencio.
_...Así como usted vio en mis ojos, yo veo en los suyos que desearía
conocer las tierras de su amigo...-
_Lleva verdad.-
_¿Piensa ir?
_Sí... lo haré.
_...Lléveme...
_¿¡Qué!?
_Llévame contigo lejos de esta isla, y te regalaré gratis tu segundo
viaje...
_¿Mi segundo...? ¿...Usted dejó que nos llevasen con vosotros?
64

_Sí- dijo quitándose el velo y dejando al descubierto una bella cara


redondeada, como sus ojos.- En los clanes de las Siete Islas, las mujeres
son la cabeza de la jerarquía, porque las tradiciones lo dicen. Fueron musas,
sacerdotisas, quienes fundaron la Unión de las Siete Islas, por eso son
tierras sagradas de los dioses, no deben ser mal tocadas, y las mujeres son
más importantes de lo que te pueda parecer. Yo soy por linaje de los
feriantes, la líder tras la muerte de mi madre, hace dos años. Por ello mismo
puedo hacer lo que pretenda que los dioses tienen encomendado para mí, y
una de esas razones, es salir de la isla de Elektria, sé que lo debo hacer, y tú
eres mi razón, mi vía y pasaje de salida.
Ebel dudó. Se apoyó en el respaldo y suspiró.
_Señora...-
_Dime Sawe...-
_...Sawe... el viaje no será lujoso. El barco simplemente nos llevará y
nos repostará en el Tagokk. Desde allí caminaremos y navegaremos muy
rudimentariamente.
_Escúchame; te he dicho que quería alejarme de todo esto, y desde
pequeña supe que mi vida iba a cambiar, para bien, o para mal, pero
cambiaría, y eso es lo que deseo. No pienso pasarme el resto de la vida
como una simple comerciante de Elektria. Haremos un trato. Diré que os
lleven en mi carro hasta Léthan. Tú busca a tu amigo y has lo que tengas
que hacer. Dos días más tarde, te estaré esperando en el puerto de Ákaptar
con balsas de los comerciantes. Caben seis personas dentro...
_¿Piensas remar hasta Athlanis?
_Lo que haga falta para salir de este lugar.- Ebel comenzó a admirar
la fuerza de voluntad, la alegría, euforia y valentía que emanaba Sawe a
todo su alrededor.- Daré el mando a mi hermana, y me iré sin decir nada,
con vosotros.- decía muy despacio para que nadie le oyera y acercándose
cada vez más el uno al otro.
_...De acuerdo... te agradezco enormemente lo que estás haciendo por
nosotros, y no me queda más opción que seguir a tus instintos, tu
intuición.- dijo sonriendo.
_No lo hago simplemente por vosotros, lo hago por mí... y por mi
madre.
_¿Por tu madre?
_Cuando yo era pequeña, mi madre me contaba cuentos antes de
dormir, cuentos fantásticos sobre mundos nuevos, y lo mejor, es que están
cerca, decía; existen. Ella esperaba que algún día yo me fuese de la isla, a
conquistar nuevos mundos, con la mano, y con el corazón.
_...Lo haremos...- aclamó Ebel casi en un suspiro mientras sonreía
levemente.
Esa noche durmieron como ningún día en todo el viaje, sabiendo que
estaba todo listo, todo planificado, y todo saldría bien.
65

Al día siguiente, ya habían llegado a Ákaptar. El paisaje era rocoso y


repleto de arbustos; unas colinas se extendían en el oeste, aunque no muy
altas, y algunas cabras se precipitaban al mismo camino por donde ellos
pasaban bajando hacia la ciudad en la costa. Todos se saludaron con un
gesto de cabeceo leve, pero hubo uno de esos gestos que destacó entre los
demás velos coloridos, un gesto que al fin Ebel pudo leer; era Sawe, quien
moviendo de arriba abajo la cabeza y su mano levemente en semicírculo,
no le dijo “adiós”, sino “hasta luego”.
Los tres subieron al carro y uno de los comerciantes condujo los asnos
hasta Léthan, sitio que no tardó en aparecer por el horizonte entre las
pequeñas colinas.
Allí, se veía que desde la llegada de los grandes pesqueros desde
Khefis, todo había cambiado y se había revolucionado ante la nueva
economía del mar. El puerto estaba repleto de bellos barcos: transmarinos,
largos, barnizados y con anchas velas; barcos coloniales y barquitas les
rodeaban; los de comercio isleño, redondeados y altos; los de pesca,
ovalados y con amplias velas... las casas y los comercios estaban
impregnados de olor fresco de mar. Salineras, pescadería, marisquería,
pulperías, sitios de herramientas de pesca, talleres de barcos, talleres de
redes, de arpones... todo era un mundo de mar. Las poblaciones se
concentraban en las costas, y los templos y campos rurales, que no
abundaban, estaban en el centro de las islas, menos en Méroi, Táigeth y
Alkion, donde sólo había templos y pueblos de sacerdocio, tierras de
dioses.
La gente rondaba por toda la calle principal, y esto hacía un poco
difícil el preguntar si sabían dónde encontrar a Yefu. Entonces, se pararon
en los comercios que parecían ser más importantes ante la pesca, y
preguntaron.
_Disculpe, ¿conoce usted a Yefu Karkonis de Akanis?
_No, lo siento joven... ¡¡Siguiente!!
_¿Está seguro? Trabaja en el puerto, es alguien muy conocido por
aquí, es un poco más alto que yo, con barba, una cara maltratada, de
hombros anchos...
_Lo siento chico, no lo sé... ¡¡Siguiente!!- entonces, cuando la gente ya
se había puesto delante y le impedían seguir hablando, Ebel recordó una
cosa, y se le iluminó el rostro.
_¡¡Es el loco del mar!!- comenzó a gritarle.
_¿Qué dices, chico?- decía sin mirarlo y cogiendo pescado.
_Aquí le dicen, ehmm, es una palabra lugareña, el loco de... ¡sí, ya lo
sé! ¡Hauekeneptut!- Entonces, el vendedor, de aspecto sucio y gordo como
una ballena, lo miró con ojos desafiantes y amenazadores. Sin dejar de
mirarlo, gritó hacia atrás.
66

_Uma, yatak sven be…- dijo en un dialecto athlante del que dedujo
que quería que su mujer atendiese. Y sí, así fue. La mujer tomó su lugar. El
hombre se limpió las manos con un trapo que estaba sucio de pescado, y se
dirigió fuera del escaparate, apartando a Ebel de la clientela. Entonces,
susurró a pocos centímetros de la cara de Ebel con un tono amenazador:
_Tú vienes de la Capital, ¿verdad?
_Sí, señor...
_¿Qué quieres de Hauekeneptut?
_Es un viejo amigo, él me dijo que viniese.
_¿Cómo puedo creerte?
_Yo soy el que le ayudó a venir aquí...- el hombre refunfuñó y se
volvió hacia atrás mientras seguía limpiándose las manos, las que
emanaban un fuerte olor a pescado.
_En el puerto...- dijo al fin.- lo encontrarás si preguntas por él cerca de
un barco que se llama Haue Genon.
Ebel dio las gracias y se marchó bajo la constante vigilancia del
comerciante.
Cuando llegó al puerto, no tardó en divisar el barco. Se acercó y gritó
a un hombre que arriaba las velas, preguntando si conocía a Hauekeneptut.
_Yo soy Hauekeneptut.-dijo sin darse la vuelta.
_¿Yefu? ¿Yefu Karkonis?- entonces se giró.- Es imposible...
_¿Quién me busca?
_Soy Ebel.- entonces saltó del barco en dos brincos tomándose de las
cuerdas que colgaban desde lo alto, y se colocó frente a él. Lo miró, y de
repente, le dio un abrazo.
_¡¡Qué alegría verte!! Pensaba que jamás vendrías por aquí.
_Te veo… muy diferente.
_Pues, la verdad que sí, estoy completamente renovado. Afeitado
como si fuese rico, peinado como si fuese un juez...
_¿Y las cicatrices de tu rostro?
_Aquí lo curan todo! Vamos a comer, te lo contaré todo, y tú me
contarás sobre ti, como quiénes son los que te acompañan, por ejemplo.-
decía con una amplia sonrisa con la que mostraba sus amarillentos dientes.
En una taberna del puerto, mientras comían, se contaron todo lo que
había ocurrido. A Yefu le fascinó completamente la historia de Ebel y
Jepeu, y los comentarios fantásticos de Auhmehh. Yefu estaba muy
protegido por los comerciantes, porque sabían su historia, y como todos
desconfiaban del Gobierno Central, pensaban que todo aquel que
preguntase por él, sería para llevarlo a ser juzgado, pasándose las normas
por donde termina la espalda.
_Ey, chicos, si es necesario, ya os llevaré yo- dijo Yefu cambiando
totalmente de tema.
_¿A dónde, de qué hablas?
67

_A Athlanis, os llevo yo, vamos, tomadlo como un regalo de


agradecimiento por esta nueva vida.
_Pues, nos sería muy oportuno y amable de tu parte, no sabríamos
cómo agradecértelo...- en ese momento, la conversación es totalmente
silenciada, así como la de todos los que estaban en el bar, seguramente
hablando sobre quiénes eran estos recién llegados, por un hombre que entra
agitado a la taberna; se sienta y pide una bebida fermentada. El de la barra,
seguramente amigo, se arrima con desconcierto. Ebel agudizó el oído,
como los demás en la mesa. Jepeu comía, y Yefu tenía las orejas alerta y la
boca llena de comida, la cual no se acababa de meter toda dentro, se veía
hambriento.
_¿Qué pasa, Kosem?
_¿¡No habéis sabido nada aún!?
_No, ¿qué sucede?
_Han llegado rumores desde Ekar por barqueros de transporte, que en
la Capital ha ocurrido un grave incidente.- en ese momento, todos dentro de
la taberna se quedaron en silencio, y los de la barra se pusieron todos alerta,
para que el hombre les contase a ellos también. Al fin, pronunció las
palabras: _Han asesinado al Rey!- dijo en voz baja y tenebrosa, casi
vibrante, y de una forma como si aquello que fuese a decir era blasfemia.
Todos hicieron una exclamación. Yefu dejó de masticar a lo bestia, e
intentó tragarlo todo de una vez. Jepeu se dio la vuelta, al igual que Ebel,
quien más se sorprendió.
_¿Saben quién lo ha hecho?- preguntó uno de otra mesa, sin poder
darse cuenta Ebel si con preocupación o con ganas de ponerle una corona al
asesino. El hombre se dio la vuelta y se dirigió a todos.
_Según dicen, fue un hombre con una túnica negra, que parecía un
fantasma y se movía con un sigilo de ángeles negros. Fue de noche, e iba
muy bien camuflado. Dicen que le clavó como treinta veces una daga en el
pecho dentro de su habitación, y luego, cuando hubo muerto, lo giró y
grabó con la misma daga en la espalda una X separada por el medio y un
círculo en el lado derecho de la misma. Los guardias prácticamente lo
despedazaron al verlo. Fue un viejo, nadie sabe quién era, ni tampoco lo
dicen. Podría tratarse de una conspiración de una secta para hacerse con el
control del gobierno a través de crear el terror entre la población. Dicen que
hay cientos de ellos por todas las islas. La unión de guardias de Khefis,
dice que están buscando por todo el Reino, porque se sabe que hay
cómplices del asesinato, y autores de un gran robo a la corona!
Los isleños siempre exageraban un poco las cosas, pero eso no
significó que estuviesen en mal camino con sus noticias. Ebel miró
fijamente a Jepeu, y Yefu, dándose cuenta de lo que sucedía, aportó en muy
voz baja.
68

_Nos iremos esta misma noche... No debemos arriesgarnos a que


descubran nuestro paradero.
Ebel asintió sin pensar en nada, más que en las palabras que aquel
desconocido le había dicho mientras lo liberaba: “_Yo me ocuparé de mi
deber, tú ocúpate del tuyo”.
Su deber, era matar al mismísimo Rey. ¿Qué propósito tenía ahora el
desconocido? Estaba muerto, y no podía hacer nada. Ebel comprendió el
dibujo de la espalda que había hecho; no era un X, era el Canal Medio, y el
círculo, el claro gráfico de “el Nuevo Mundo”. Pero, ¿con qué fin pone en
lógica el destino al que debíamos encubrir? Había tres conclusiones: una
era que él sabía lo que hacía, la otra es que estaba loco, y una tercera podía
ser el que los había traicionado.
Llegó la noche y Ebel le explicó a Yefu que debían parar en Ákaptar
para recoger a otra persona. Yefu asintió con la cabeza simplemente, y
puso marcha al norte.

Dejó el barco a orillas de la arena, no muy a la vista del puerto. Ebel y


Auhmehh se dirigieron entre la oscuridad por la playa y los matorrales,
para llegar con facilidad y rapidez hasta el centro de la ciudad. Preguntaron
a los primeros viandantes nocturnos que vieron, sobre dónde se hospedaban
los feriantes en esta ciudad. Les señalaron por dónde debían dirigirse y así
lo hicieron. Los feriantes montaban carpas grandes y allí dormían, a la
intemperie. Ambos recorrieron todas las carpas espiando a su interior, a
paso de gato para no ser oídos. Cuando vieron la carpa más grande,
supieron que era esa en la que se hospedaba Sawe. Fueron y Ebel se asomó
por una hendija, una pequeña ventana de tela que solían tener esas grandes
carpas. Miró al interior y vio a Sawe y dos de sus hermanas durmiendo a su
alrededor. Comenzó a llamarla muy bajo para despertarla sin despertar a
los demás. Sawe lo oyó, y sonrió al verlo, pero supo que no era este el día
correcto.
_¿Qué haces aquí hoy? Era mañana en el puerto, aún no he conseguido
la barca.
_Es igual; ha habido problemas, debemos partir esta misma noche, lo
siento. Mi amigo nos lleva a Athlanis, en barco, un transmarino, ¿vienes?
_...Sí, espera...- dijo levantándose. Ebel retiró la cabeza, ya que Sawe
se comenzó a vestir. Ella llamó a su hermana mayor, y le explicó todo.
_¡¡¿Por qué te marchas?!! No deberías hacerlo… ¡no nos abandones!
_Escúchame, escúchame, mamá dijo que cuando oigamos el sonido
del viento naciente venido de donde nace el sol, debíamos encontrar
nuestro camino. Oye el viento… viene desde el este, ahora es mi turno,
debo marchar hacia el sol, hermana mía…
_Pero… temo tener que tratar con esto… con esta vida…
69

_Tú sabes muy bien cómo lo he llevado yo. Las mujeres de Elektria
somos fuertes, y todas las mujeres de nuestra familia bebieron del mismo
cáliz, llevamos la fuerza en nuestro interior, tu puedes hacer cuanto quieras
y cuanto desees hacer, no hay ser sobre la tierra excepto Dios, capaz de
quitarnos la fuerza…
_...Lo sé…
_En cuanto encontremos el mundo del que mami nos hablaba- decía
Sawe a su hermana cogiéndola por los hombros y hablándole a 5
centímetros de su rostro, ojos ante ojos, arrodilladas una frente a la otra y
duras como la piedra- te vendré a buscar, te lo prometo… y te haré reina de
todo un reino, de toda una isla!- eso produjo una sonrisa en su hermana.
Ambas se acercaron, apoyaron sus frentes y narices y se tomaron de las
manos a la altura de la cabeza.
_ Sawema, tarialni arinta…- (Señora Lider y Majestuosa, respetada y
onrada señora Sawe, tomo de tu mano el poder de los caminos…)
_ Sa odarilith…- (Y yo te los ofrezco hasta la luz eterna…) Se quitó
del cuello un bello colgante de perlas de mar y caracolas con un rombo
largo de esmeralda que colgaba entre sus pechos, corona de la casta fémina,
y lo colocó suavemente en el cuello de su hermana.
La tradición era entre estas mujeres especiales, el mutuo contacto
durante el traslado de poder, la unión de la mente y el aire, es decir la frente
y la nariz, y el paso de la corona o cetro, todas postradas en un collar
simple pero hermoso, y curioso era aquello de que no era quien abandonaba
su puesto aquel que lo ofrecía a su abdicado, sino que era este mismo quien
lo hacía, y el líder debía decidir la aprobación o la negación. En este caso,
fue muy bien y rápidamente comprendido todo.
En poco tiempo, salió de la carpa y se dirigió con los dos. Cuando se
estaban alejando de la zona de hospedaje, un grito les pone en aprietos y la
piel de gallina.
_¡Ey, alto!- era un feriante, vestido de blanco.
_Tranquilo.- susurró Sawe,- es joven.
_¿A dónde va, señora?
_¿Acaso tú me vigilas?
_...No... pero usted es del clan, y debe estar protegida por nosotros y
protegiéndonos usted a nosotros.
_Ahora está mi hermana...
_No puedo permitir que se vaya, le diré a los mayores.- dijo dando dos
pasos hacia atrás.
_Espera...-
_Espera!- interrumpió Ebel.- Si te callas, los dioses te darán buena
vida... y... y la Señora Sawe te traerá regalos para ti y para tus padres a su
regreso...- el chico miró con cara de indiferencia. Entonces Sawe aclaró a
Ebel en voz baja:
70

_Es de familia comerciante, lo único que lo hará callar será el


dinero...-
_¡Te daré dinero!- dijo enseguida.
_¿Cuánto?-
_Cinco monedas de oro, y quedamos en paz...- entonces pensó que si
un marinero rechazó cinco monedas, un comerciante ya lo daría por
perdido. El chico dudó. Sawe lo miró con admiración y sorpresa.- ...Seguro
que me manda a donde ya sé...- se dijo a sí mismo. Pero el chico continuó.
_¿Cinco monedas cómo?
_De la Capital, de plata.
_¡¡Wauuu!!- exclamó el chico, quien corrió hacia ellos, tomó las
monedas, hizo un gesto de silencio, tapándose la boca con el dedo índice y
lanzándolo al cielo, desde lo más profundo del alma que Sawe entendió, y
se marchó corriendo, seguramente a esconderlos.
_¡Le diste cinco monedas de plata!
_...Y...- dijo sin entender nada.
_No sé cuánto será en la Capital, pero en las Siete Islas, cinco
monedas de plata para un chico, es mucho!
_Pues me alegro que lo sea, corramos.- dijo tomándola de la mano y
dirigiéndose hacia la playa. Entonces pensó que aquel encapuchado,
parecía tener también acciones predictivas, puesto que era verdad: las otras
cinco monedas, pagarían el seguro del viaje último hacia el Tagokk.
Se subieron al barco, y la marcha comenzó. En sólo medio día, una
nueva vida comenzaría para todos, una vida que podía deparar buenos y
malos caminos, pero que a pesar de ello, lo único que importaba era el
conocer y el saber.

El Tagokk, Athlanis

Mientras Jepeu indicaba a Yefu las coordenadas que había de seguir


para llegar a las costas del Tagokk, y este señalaba a los hombres que
remaban, en un vocabulario específico para los marineros, Ebel se había
sentado en cubierta junto a Sawe, quien le contaba las mismas historias que
una vez le contó su madre de pequeña.
_...En las islas hay muchas leyendas y cuentos sobre hechos históricos
y hechos futuros. Mi madre me contaba uno diferente cada noche, cuentos
sobre cosas que ocurrieron en la Gran Isla y que ni siquiera sus pobladores
las saben. Cuentos que vienen desde los cielos.
71

_¿Desde los cielos?


_Sí. Cuentan que en llegar el barco de las sacerdotisas de Badawess a
las costas de la tierra a la que llamaron Méroi, se encontraron con luces que
bajaron del cielo apenas ellos pusieron un pie en la arena. De esas luces,
emergieron unos seres vestidos de blanco, que brillaban, de unos ojos
celestes como el agua de los ríos, y un cabello tan espléndido como los
rayos del sol. Parecían seres hijos de un Dios, pero ellos dijeron que no lo
eran. Las sacerdotisas no cuentan esto a cualquiera, simplemente se lo
cuentan a quien creen que está preparado para oírlo.
_¿Y tú crees que estoy preparado?
_Tú vas mucho más allá de todo, por ello estás preparado. Las
sacerdotisas se lo contaron a mi abuela cuando era pequeña, y ella a mi
madre, y mi madre a mí, y yo ahora te lo cuento a ti.
_¿Quiénes eran esos seres?
_Les dijeron a las sacerdotisas, que eran los fundadores de Khefis. Su
raza venía desde las estrellas con el propósito de crear un mundo
espectacular para unos seres que recién nacían a la razón… los humanos.-
dijo encorvando las cejas.
_¿No eran de este mundo?
_No, eran de otro mundo. Dijeron que antes vivían muy cerca, y que
luego hubieron de trasladarse a un bello grupo de estrellas, al que las
sacerdotisas veneran diariamente. Dijeron éstos, que habían reunido siglos
atrás a muchos humanos de alrededor del mundo, y los colocaron en una
isla, tu isla, Ebel, e hicieron de ella un mundo nuevo, un mundo santo
aparte del resto, y diferente, dijeron, a cualquiera en todo el universo. Una
parte de la población, fue mágicamente conectada a roce de piel con
algunos de estos seres, quienes se enamoraron entre sí. De esas diez
mujeres y diez hombres que se juntaron con diez seres masculinos y diez
seres femeninos, nacieron varios bebés, bebés totalmente diferentes a
muchos de los que había por todo el mundo hasta entonces.
_¿Cómo eran?- preguntó ya muy metido dentro de la historia.
_Eran como tú...
_¿¡Qué!?- dijo sorprendido.
_Nacieron niños de tez clara, con amplios hombros y larga nariz; de
cabellos claros, rubios, y ojos verdes y azules intensos, ya no pálidos. Las
mezclas provocaron el mestizaje, y los colores se fueron diversificando y
propagando, hasta crearse una nueva raza, la raza clara, tu raza.
_¿Y tú de dónde vienes?
_Del mismo sitio que tú, pero tus genes son más fuertes que los míos,
por ello tengo colores opacos y oscuros en el cabello y los ojos. Entonces,
fue cuando nacieron de entre ellos, mellizos, dos mellizos tan blancos como
la leche, y su pelo tan fino y suave, que no era ni siquiera rubio, sino que
era del color de la luz. Ellos fueron separados de los demás, porque sus
72

genes eran mucho más potentes que los de los demás, eran prácticamente
“hombres de las estrellas”. Tres niñas y dos niños, de entre los cuales uno
era uno de los mellizos, fueron llevados a las estrellas de los Fundadores
para vivir con ellos. Los demás, quedaron en este mundo. El mellizo que
quedó aquí, al crecer mostró grandes habilidades telepáticas, digna de los
dioses, y por ello, fue nombrado Rey, por su poder y su sabiduría. Sus
genes quedaron latentes al pasar a su hijo, y éste los continuó pasando sin
quedar demostrados, aunque la leyenda dice, que un día en que el Rey del
cielo se junte con el Señor de las Tierras, y la estrella Roja, antiguo hogar
de los Fundadores, hable a nuestro mundo de cerca, aquellos que
mantengan el linaje en la sangre desde la primer copulación, renacerán de
las cenizas, y crearán un nuevo mundo. Los seres de las Estrellas siguen
habitando, según sé, en las tres islas de las sacerdotisas, y cada tanto se
asoman al Gobierno Central. Seguramente la muerte del Rey los hará
aparecer tarde o temprano.
_Siento que digas que estoy preparado, pero no logro creerme esta
historia… Es una historia fascinante, y lo que más me fascina de ella, es
que digas que yo lleve genes de ese estilo, que mi sangre sea humana, y de
otro ser que no es de aquí, es algo que no me entra en la cabeza.
_Nadie que habite estas tierras, el Reino de Khefis incluidas todas las
islas, tiene la sangre pura humana. ¿Por qué crees sino, que no se recuerda
un comienzo duro de este país? Quiero decir: ¿Ha habido peleas o lapsos
intermedios de historia que nos hallan permitido llegar hasta aquí? …No,
esas partes de la historia no existen en Khefis, porque nunca las hubo, todo
fue hecho por el orden, y por los Fundadores. El único que todos hemos
conocido sin sangre de los antiguos linajes, es tu amigo, el oscuro, él es
totalmente humano, desde los comienzos.
_¿Qué sabes de Athlanis?
_Athlanis fue creada por los expedicionarios que viajaban en busca del
Nuevo Mundo. Esta ciudad es la única habitada por gente, y todos son
protectores del Canal Medio, el único paso a las aguas del Nuevo Mundo.
El mar de Athlas y el Tagokk, han sido, una vez olvidados por el Gobierno
Central, moldeados por las manos de los Fundadores, ellos enseñaron
muchas cosas a los habitantes del Tagokk y a los habitantes de las Siete
Islas, por ello esta es tierra sagrada. La ciudad intenta ser una réplica de la
Capital, con sus calles en círculos y puentes, está casi introducida en el
mar, porque de él vive. Dicen que del norte se encontraron con otros
humanos, puros, no tan oscuros como tu amigo, que caminaban por las
costas y los centros del Tagokk; por ello, hoy la gente de Athlanis, es de las
más mestizas de la época, y sus formas son muy bellas para ser, la mayoría,
de tez oscura. Esto demuestra que el negro del humano prevalece por sobre
el blanco de los Fundadores, y el calor tiene mucho que ver. Cuanto más
calor y sol hay, más oscuro uno es, y cuanto más frío, el rubio y el blanco
73

ganan, eso es porque los sitios donde los Fundadores vivían, todos eran
fríos.
_¿Quién sabe qué nos encontraremos más allá de Athlanis, verdad?-
preguntó Ebel con una mirada perdida, preguntando más bien al todo que a
ella.
_Espero que belleza y riqueza, en resumidas cuentas, el legendario
Nuevo Mundo.

_¡¡Mirad!!- comenzó a gritar Jepeu- ¡¡Venid a ver esto!! ¡¡Athlanis!!


Entonces la vieron, y una sonrisa apareció en el rostro de todos.

Rodeada de mares en su lecho,


Puerta al nuevo mundo frente al estrecho,
Nacida del continente deformado,
Luz hacia el futuro más dorado…

No habían anclado aún, que la gente ya los miraba como lo que eran
allí, extraños. Todos parecían ser muy reservados, y más aún ante un barco
que indicaba claramente pasajeros del Reino. Se detuvieron y bajaron a los
andenes del puerto. La ciudad se veía hacia atrás, ya que una enorme calle
dirigía al centro de la misma, aunque para llegar al interior se debían cruzar
algunos puentes, como en la Capital, aunque no tan grandes. Por allí
caminaron hasta llegar a la casa de gobierno escoltados por las miradas de
los ciudadanos. La ciudad no era muy grande, tal vez se concentraban en
ella todos los habitantes del Tagokk entero, y como muchos hablaban entre
sí, daba a entender que todos se conocían, como si en vez de ser ciudad,
fuese un pueblo. Aquí la gente no vestía como en la capital. Vestían túnicas
hechas de cueros de animales, ropajes de cabras, ovejas, vacas y otros no
conocidos por los visitantes. En los pelos se hacían peinados con diferentes
instrumentos, huesos perfectamente tallados hacían de peinetas, y llevaban
tanto mujeres como hombres aros de piedras brillantes. Escultores sentados
en las calles hacían figuras con barro y piedra, ladrillo, calcaban en imagen
a las mujeres y los niños, animales y a los hombres. Iban muchos
descalzos, como si ellos hubiesen llegado del futuro en lugar de venir del
Reino. Algunas mujeres, caminando entre el gentío, hablaba realizando
cánticos, mientras otras aplaudían. Largas vocales y chillidos salían desde
sus gargantas, estirando la cabeza hacia atrás, por el éxtasis que provocaba
la canción, tal vez, o la mayoría, simplemente por llevar la compra atada a
la cabeza. Extraño, pero cierto; llevaban canastas envueltas en sábanas que
ataban a los hombros y a la frente, que ejercía la función de un apoyo o
sujetador. Había niños que iban desnudos, y casi todos eran morenos. Las
casas en un principio eran cuadradas en la base, pero los techos eran como
74

los iglúes, seguramente esa especie de bolsa de caoba almacenaba no sólo


los alimentos en un altillo, sino que ejercía función de oxigenación en
verano y globo de aire caliente en invierno. Al ver unas casas con las
puertas abiertas, eso pudo ser más o menos corroborado: las camas no
yacían a ras de suelo o sobre tablas de madera alta, sino que estaban
colgadas de las paredes, casi a la mitad de las mismas o a un metro de alto
o más, con tal de obtener en invierno el mayor aire caliente posible. Bien se
las apañaban en la región, habían optado por tomar todo lo bueno de las
culturas e innovaciones tecnológicas a partir de esas culturas de la
península o tierra grande del Tagokk.
Las calles más importantes estaban pedradas, y los puentes eran de
madera y piedra. Había templos, uno grande con dos altas columnas, torres
que por no tener ningún valor estético o teológico, Ebel no logró entender.
Era cierto, en las islas, el peligro no existía más que por las fuertes
tormentas o los tiburones, pero, vivir en tierras donde otras poblaciones
menos civilizadas también comparten las riquezas, como bien dijo Sawe,
comportaba todo un nuevo sentido a la cultura nacida del Athlantan… las
torres, aquellas dos torres no intentaban llegar al cielo, con los dioses,
intentaban divisar el horizonte, eran las primeras torres de vigilancia de la
historia. Vigilancia, la protección de la ciudad fortificada. No mucho
peligro había, por lo que Ebel no lograba comprender la función de
aquellas enormes paredes que rodeaban a la ciudad por el norte hasta la
costa, convirtiéndose en paredes de los templos marinos, aquellos de los
cuales sus cimientos se perdían en las arenas sumergidas de las playas;
“murallas”, murallas y torres de vigilancia… era la primer ciudad
fortificada de la historia de la humanidad. No obstante ello, no existía
mucho peligro. La gente que vestía cueros de animales sin ningún tipo de
estética, que se peinaba con huesos sin tallar y que comía sin cocinar,
habitaba en el norte la mayor parte del año, sólo en el invierno bajaban, y
ese era el temor de la población athalense, que entrasen a su ciudad. En
invierno cerraban las tres puertas del norte, y todos se abastecían con los
alimentos y el agua obtenidos durante los otros meses y almacenados en los
desvanes de los techos ovoides.
Las vigilancias, así como el cierre de puertas, lo ejecutaban los
hombres de la “Guardia del Legislado”, el grupo de ancianos que mantenía
el gobierno de la ciudad y la región de Tagokia, eran como una pequeña
guardia del Reino, pero que no cumplían función de proteger al Reino, sino
la ciudad y a los ancianos, ni siquiera rendían culto a un rey que no más
habían hecho que haber oído su existencia. Dos de ellos vigilaban las
puertas del edificio central, la casa de gobierno, por delante de la cual
pasaron los visitantes, observados por hasta los inexistentes y expectantes
ojos de los árboles y las paredes. A su lado, luego de aquellas grandes
columnas de la construcción, otra se alzaba, aunque no más alta que esta
75

primera, de forma piramidal, enorme, que con una estructura de tejado


circular, semejante a las casas pero lujoso y columnado, y era hacia ésta a
la cual se dirigían los exiliados.
Cuando llegaron a la casa de gobierno, Jepeu, Ebel y Sawe entraron
con mucho sigilo bajo las miradas de dos hombres que salían de él, y los
demás, Yefu, Auhmehh y otros dos, se quedaron en la plaza de delante.
_¡Bienvenidos! Sois de Khefis, ¿verdad? De la Capital, quiero decir.
_Sí, así es...- los rumores ya había corrido como eco entre las
murallas.
_¿En qué puedo ayudarles?, por favor.- decía amablemente el
secretario de gobierno. Permanecía de pie, detrás de su mesa de mármol en
el centro de la sala. Había sillas alrededor, contra las paredes, y unos
maceteros con plantas tropicales. Las paredes eran lisas y pintadas de un
claro color amarillo o naranja, surcadas por colores azulados. Sobre la
cabeza del secretario había una bella pintura de unas mujeres bailando una
danza tradicional, saltaban vestidas de animales, semidesnudas, con fuego
en las manos y bajo un cielo estrellado iluminado por la luna en el claro de
un bosque. Sobre la mesa gruesa y alta, sobre un peldaño por arriba de
quienes entraban después de subir aquellas escalinatas, había papeles de
rollo, plumas y tinta de miel de árbol. Ebel adelantó un paso hacia el
escritorio, viendo cómo su sombra se reducía, ya que un claro en el techo
dejaba pasar la luz, y a través de la puerta un gran destello de día marcaba
hasta lejos las sombras de sus dos acompañantes pasos detrás de él.
_Verá, buscamos a la familia de los Khómobis.
_¿¡Khómobis!? Uy, uy, uy, lo siento señores, pero los Khómobis se
extinguieron, por decirlo así, de Athlanis, y tal vez del mundo entero.
_Un Khómobis me dirigió hacia aquí- agregó Ebel.
_¿¡Qué!? Imposible, le habrán mentido, no consta en ningún archivo
de todo el Tagokia ni en ningún sitio, la existencia de un Khómobis desde
el año... espere que lo mire...- decía mientras miraba unos papeles de un
mueble detrás suyo- ¡sí! Desde el año… 891, en que nació el último
Khómobis notificado, se llamaba... Dagnei Thagnois Khómobis... sí, así
fue. Y...
_Me envía con urgencia, señor...
_Mire, joven- dijo cerrando la libreta empolvada y apoyando
fuertemente sus nudillos en la mesa de recepción- en todo el Tagokk, no,
eso no es nada, en el mundo entero!- dijo moviendo sus brazos alrededor,
sacudiéndolos- los Khómobis no son más que una leyenda, a no ser que se
hayan cambiado el nombre...- dijo entre riendo, a lo que un hombre que
estaba sentado en una de aquellas sillas de los rincones habiendo pasado
desapercibido en un principio tal como un fantasma, rió a carcajadas
acompañándolo en tono sarcástico al secretario mientras hojeaba un libro-
76

¿Habéis visto? Esto no es más que una leyenda, y si hoy hubiese alguno, el
Rey ya lo habría matado.-
_Imposible... han asesinado al Rey.- entonces el ambiente se llenó de
seriedad y tensión. Las sonrisas de ambos hombres se borraron de los
rostros. Los ojos se abrieron de par en par, y quedaron perplejos ante tal
respuesta. Suspiraban miedo, inseguridad, pero a la vez, se pudo percibir un
aire liviano de entre tanta pesadumbre. El secretario tragó saliva y volvió a
emitir una sonrisa, esta vez falsa.
_Lo siento... me he quedado sin palabras...- dijo duro.
_Es igual, le creemos, preguntaremos a alguien más, o viajaremos al
pueblo del oeste, si allí no nos saben responder, tal vez, esto se haya
acabado. Gracias de todas formas.
Dieron media vuelta y salieron por el portal a través del pasillo de
columnas.
Se dirigían hacia la plaza, mientras hacían entender a los demás que
era imposible encontrarlos. Cuando se reunieron, planearon un viaje al
oeste del Tagokk dos días más tarde, si no se tenía respuesta de la
existencia de aunque sea algo referente sobre el clan de los Khómobis.
Ahora no quedaba más que las esperanzas, puestas en las manos de los
dioses, en la diosa del Azar, en la misma existencia; no había más que
decir, ni más que hacer.
Prefirieron no llamar la atención dentro de Athlanis, por ello
durmieron en el barco. En el gobierno de la ciudad ya sabían que por
cualquier novedad respecto al tema, el barco estaba identificado, y por lo
tanto, abierto a cualquier noticia tanto del secretario, como de un
ciudadano.
Toda la noche se pasó observando esa extraña moneda más grande que
cualquiera de las que había visto. Su color plateado, más bien metálico, lo
hipnotizaba, era tan extraña, que no podía dejar de observar cada una de sus
grietas. ¿Por qué?, pensaba, ¿por qué esta moneda tenía tanta importancia
para los Khómobis? ¿Qué significaba? Esto vivió incluso en sus sueños. No
dejó de mover su mente de un lado a otro respecto al tema. Una barca
enorme se alejaba, y veía cantidad de balsas, aunque vacías, pero que
remaban todas en una misma dirección. El cielo estaba enrojecido,
anaranjado, y el agua verdosa y teñida de un fuerte azul marino. Las tierras
se abrían ante el paso de las barcas por la majestuosidad con la que
viajaban. Un ave rozó el cielo, lo surcaba como si fuese parte de mismo
aire, tan veloz que no podía detectarse a simple vista. Se gira y ve una
ballena, una enorme ballena que sacaba todo su cuerpo del agua, como
intentando hablarle, tal vez lo hizo, le habló, y le dijo lo que sucedía, o tal
vez pronunció una de esas frases que cuestan descifrar, aquello que en una
isla, sabía, le habían puesto nombre: acertijos. Recordaba algo de lo que le
dijo la ballena dentro del mismo sueño al cursar un largo camino ya en el
77

agua, a una velocidad espeluznante: “Los brazos se unen en hermandad,


mas son difíciles de ambos a la vez tocar... uno es blanco, otro es negro, el
del pez en el desierto...Una cabeza, un camino, un asno te guía el
recorrido... escalera rota, no te caigas, coge de la mano manga...y de
quien sabe aprenderás, que las tierras de matemáticas se dan, agua azul,
agua fría, mas caliente es la mía, quien señala, quien te guía, lejos de
tierra sombría, donde verdes, agua y comida, serán el oro de tu día. Si
pasas, te comemos, si nos hablas, lo pensamos, danos la luz que buscamos,
y te daremos el paso... De luna pedrada se marca la llave, en tierra florida
de pilar cristalino, donde en abrir la puerta nueva, de luz se abre el
camino... Mas si bien no das el giro, caerás en el vacío!!”. En ese
momento, un pozo se abrió bajo sus pies, donde desapareció el agua y la
tierra, las barcas comenzaron a caer y Ebel detrás, cayendo al vacío sin
parar, y en aquel momento cuando estaba por llegar al suelo, si es que lo
había, se despertó de un salto gritando y transpirado, rojo del calor de la
noche húmeda, y blanco del miedo. Pero cuando parecía que iba a salir
disparado pegando gritos y golpes a lo que se cruzase, dos enormes manos
lo apretaron contra el colchón y taparon su boca tranquilizándolo. Cuando
sus ojos cobraron la vista después de una ceguera repentina en que todo lo
vio nublado, pudo ver que era Auhmehh, con el rostro serio, como siempre,
y los ojos bien abiertos, haciendo fuerza con sus brazos hacia abajo, hasta
que la tensión de Ebel desapareciese. Acercó su rostro al de Ebel, y susurró
para que los demás no se despertasen.
_Yussa hablado te ha.
_¿¡Qué!?
_Yussa dicho ti haber camino si sabes cómo caminar camino. Tú tener
llave, Yussa querer tu abrir puerta.
Quedó tan sorprendido ante la aclaración rebuscada que su compañero
de viaje le había dado ante su pesar, que por más que las manos de
Auhmehh ya no ejercían esa fuerza poderosa sobre su torso traspirado, ya
que se retiraba lentamente hacia su litera, Ebel quedó petrificado contra el
colchón como si un yunque estuviese aplastando todo su cuerpo. Su
agitación comenzó a cesar, y respiró unas cuantas profundas bocanadas de
aire, para retomar oxígeno en su cuerpo y mente, intentando aclarar a esta
última en especial.
Desde ese momento, no pudo dormir más. Cogió la moneda plateada y
continuó observándola hasta el amanecer, que no tardaría mucho en llegar.
No alcanzó si quiera un rayo del sol asomarse por el horizonte, que ya salió
del barco a tierra firme, para respirar aire de la mañana, puro, revitalizador
y fresco. Su cuerpo se manchaba de los colores del alba. Su figura se
marcaba desde la cabeza a los pies en una extensa gamas de colores, desde
un rojo intenso que rodeaba su cabello, a un amarillo pálido, casi marfilado,
que tornaba el brillo de sus pies. Su pelo, el cual sin un estilo de peinado
78

fijo, tapaba la mitad de sus orejas y rozaba las cejas con su desparejo
flequillo, se revolvía entre la suave brisa del amanecer, y las olas del mar
parecían ondular en el mismo sentido, dirección y forma, que aquellos
trazos más largos de su cabello en lo alto de su cabeza, como un mar de oro
opaco y terrazgo de primavera. Cerraba los ojos a medida que avanzaba el
sol, aún sin verse, pensando que sin ver el paisaje, lo percibiría con más
fuerzas; una leve y ciega sonrisa invadió su rostro, intentando saborear la
plenitud, sentía todo lo tenía a sus pies, y en caso contrario, en sus manos...
Entre esa melosa música del mar que parece despertar a las sirenas en su
canto, una fría mano rompió el encanto de la situación posándose en el
hombro desnudo de Ebel, quien se exaltó y tomó rápidos reflejos como
para en un segundo ver cara a cara a su “agresor matinal”.
Por un momento, se llevó un terrible susto, ¡Un fantasma!, pensó de
primero, puesto que para él, de golpe, fue como reencontrarse con aquel
que le salvó la vida, quien ahora se había convertido en un regicida, y lo
que era peor aun, en un cadáver. Un hombre de su misma estatura vestía
una túnica negra de pies a cabeza, igual y con los mismos modos que aquel
de la Capital. Cuando Ebel estaba por decir alguna frase incoherente, sin
dejarlo siquiera respirar una gota de aire más envuelta de la insaciable
intranquilidad y duda, el hombre se quitó la capucha, descubriendo su
rostro.
_Ebel Konis, ¿verdad?- preguntó con un rostro no muy gustoso.
_¿Qué desea? ¿Quién es? ¿Por qué viene a estas horas?- preguntó
exaltado.
_Las respuestas van como las preguntas, joven... de a una...- decía
mientras miraba alrededor intentando divisar algo.- He oído que buscáis a
los Khómobis, ¿verdad?- entonces Ebel lo recordó.
_¿Usted es aquel hombre que estaba leyendo en la casa de Gobierno?
_...Sí...- la respuesta tardó un poco en llegar.-¿Qué queréis de los
Khómobis?
_¿Existen, viven?
_¿Desde cuándo una pregunta es respuesta a otra pregunta, jovencito?
_Lo siento...- retomó la pregunta anterior- Un Khómobis de la Capital,
tal vez el único en la Gran Isla, me dijo que me dirija a Athlanis y busque a
los suyos, para dar a su familia un recado, y que así ellos me guiarían al
Nuevo Mundo...
_¿Al Nuevo Mundo? Estás loco, chico, nadie va allí, es más, ni
siquiera existe.
_¿Entonces por qué se interesa en saber sobre lo que queremos?
_Lo que yo no entiendo es una cosa... ¿Por qué un Khómobis confiaría
a un joven chiquillo de la Capital un recado para su familia, tan importante,
y la búsqueda del Nuevo Mundo?
79

_Porque tengo los mapas de Khom, el gran cartógrafo, y soy el único


que lo sabe de todo el Reino de las Islas, ahora que aquel Khómobis ha
muerto.
_¿Muerto? ¿Cómo?
_Eso no es de su incumbencia.- El hombre refunfuñó, gruñó, suspiró
fuertemente, y retomó su postura inicial.
_¿Cuántos años tienes?
_Tendré mis veinte años.
_...Tendré mis veinte años... tendré mis veinte años...-dijo en tono
burlón.- Deberías preocuparte por estar en tu casa, con tu familia y en el
presente, que si tu mente viaja tanto al futuro puede que se pierda, y tu
cuerpo quede solo, y por ende, caiga fusilado por tu propio arma, el olvido
del presente. Has lo que tú quieras, pero cuando estés conmigo, no tendrás
nada más y nada menos que diecinueve años, niño.- dijo gruñón.
_Una vez dado este discurso, ¿podría decirme qué es lo que quiere?
¿Es usted un guardia? ¿Pretenden echarnos?
_Sólo quería ver cuáles eran vuestras intenciones, y las sabré si logras
responder a este indicio: “Dabei dï felismu adawethe zu kenilei wemi-ku
dïlen bans owethe...¿Stiniuktoy?”
_“Stiniuk Khop Wab owet...”- el viejo quedó anonadado, perplejo, sin
decir nada, se preguntaba cómo había sabido la respuesta. Fue lógico
saberlo, al menos para Ebel, puesto que ya había soñado con esa frase en
sus sueños, aquella que decía “Los brazos se unen en hermandad, mas son
difíciles de ambos a la vez tocar...¿Qué significa?”, y todo aquel tiempo
que estuvo pensando mientras esperaba al alba, tuvo lugar la revelación de
su respuesta, la primer respuesta de tantos acertijos a los que aún no se las
encontraba, pero con firmeza, así como lo debía hacer para impresionar al
viejo desconocido, dio en el clavo con la respuesta: “Significa que es el
Canal Medio...”.
_¿Cómo...?- el viejo ni se atrevió a acabar la pregunta. De pronto, se
rindió a tanta prueba y cedió a la verdad. Tomó fuertemente la mano de
Ebel en señal de presentación.- Mi nombre es Joké Tayanis Khómobis.-
Ebel quedó totalmente sorprendido, y una sonrisa apareció con retardo en
su rostro. El pronunciar su nombre de clan, fue todo un nuevo despertar
hacia el camino de las esperanzas.- A pesar de tu edad, es verdad que estás
preparado para recorrer el camino. Vamos, te llevaré con los Khómobis,
debemos marchar ahora para llegar mañana por la noche.
_¿Cómo? Pero, ¿no viven en Athlanis?
_No, yo soy uno de los dos que hay en la ciudad, los demás viven en
Villa Thania, hacia el centro del Tagokk, fuera de los límites de Tagokia.
Debemos partir antes de que nos vea alguien, no deben saber a dónde
vamos.- dijo mientras miraba que el sol estaba a punto de emerger.
_Pero debo avisar a mis compañeros de viaje...
80

_No hay tiempo, no podemos ir todos.


_Al menos déjeme escribirles una nota.- al ser dada la aprobación por
parte del viejo, corrió rápidamente al barco, cogió un papel y un mapa.
Hizo un círculo en un punto del mapa, unas coordenadas que Jepeu
entendería, y dijo que partiesen al despertar, allí se encontrarían.
Tomó su bolso y el resto de los mapas, guardó muy bien protegido el
valioso recado, y corrió fuera.
_¡Vamos!- gritó el viejo en voz baja. Ebel lo siguió con ligereza, y el
hombre corría sin mirar a los lados. Caminaron por la costa unos siete
kilómetros bajo la luz del sol nacido. Agitado por el largo camino, Ebel se
acercó a Joké, quien lo observó ya con un rostro diferente.
_Si caminaremos hasta el centro de la región, ¿cree que llegaremos en
sólo dos días?
_No seas ingenuo, faltan dos colinas más y encontraremos mi casa, allí
hay cinco asnos, cogeremos dos y partiremos rumbo al norte.
Así fue, no más haber cruzado las dos colinas, apareció una casa de
aspecto viejo, pequeña, pobre, y con un pequeño huerto a su lado. Más allá
había un pequeño bosque, y un pequeño riachuelo, que satisfacía la región
con fresca agua dulce, transcurría su camino. Los asnos estaban sueltos,
pastando. Entraron a la casa, agachando la cabeza para no chocarse con el
marco de la enana puerta. Dentro estaba todo fresco, por la humedad. Las
paredes eran de piedra, algunas tan molidas que hacían pensar en un
derrumbe inminente. En el centro de la casa había una mesa descentrada y
aguantada por un lado con una piedra, ya que una de las patas era más corta
que las otras. Una antorcha apagada iniciaba todo un recorrido hasta el
techo de hollín, y la mancha negra del techo daba a entender que siempre
había estado la antorcha allí. Dos sillas rechinantes y dos pequeñas literas,
una de cada lado de la única habitación. En la pared frontal, había colgado
un estante del que prendían las montaduras, las sillas, las correas, todas las
piezas de equitación que una gente tan solitaria se podía permitir. Joké
cogió un par de cada instrumento, entregó un equipo a Ebel y ambos
salieron fuera a coger los asnos.
_¿Sabes montar, verdad?
_Lo hice en la Capital, sí, creo que podré.
Lo que no sabía era colocar todas esas piezas. Eran para un viaje largo,
y como él jamás había hecho largos viajes, siempre que montó, lo hizo a
pelo, Joké los colocó a ambos asnos, se subieron, y uno detrás del otro, se
dirigieron hacia las colinas del norte.
81

Villa Thania

Al atardecer, no muy lejos de la llegada de la noche, se encontraron


con un gran río que subía hacia el norte y se desviaba al noreste más arriba.
Joké le dijo que era el río que daba vida a la zona entera. El río desbordaba
cerca de Athlanis.
_¿Este es el río Egür?- preguntó Ebel algo sorprendido.
_Antiguamente se llamaba así, hoy posee el nombre de Egathes. ¿De
dónde lo sabías?
_En los mapas de Khom aparece un extenso río que fluye desde el
sudeste hasta el norte, desembocando cerca de la capital territorial, y su
nombre era ese, decía: Egür Thá.
_Sí. Khom siguió a este río hasta su nacer, unos decían que se había
hecho con todo el sur del Tagokk, para él solo, ya que Åbu buscaba las
costas, que eran su pasión. Más en el norte es donde se encontraron con los
nativos; mañana, cuando lleguemos a Thania, podrás ver en el horizonte las
altas colinas que marcan el fin de las tierras del Reino en el Tagokk, el
límite con las gentes oscuras del norte.
Toda la noche, Ebel la pasó pensando en si sus compañeros habían
comprendido el mensaje. Pensaba en que Sawe era muy lista, y lo sabría
comprender, y Jepeu, era uno de los mejores y sabría cómo llegar; lo que le
importaba saber ahora, era el tiempo que tardaría en convencer a los
Khómobis, y el tiempo que tardaría en llegar a donde los demás, en las
costas del sur. El día ya había comenzado, y faltaba ya menos de la mitad
del camino. En tramos caminaban junto a los asnos, se arrimaban a tomar
agua a los riachuelos que encontraban, puesto que ya habían dejado al
Egathes atrás la noche anterior. Iban tranquilos entre los bosques, y a fuerte
galope en los claros. Todo atajo era bien recibido. El sol ya se estaba
poniendo, y los colores y aromas del atardecer ya habían inundado todo el
ambiente. Cuando Ebel, entre el extenso silencio de Joké, ya se estaba
dando por vencido de tener que hacer un día más de viaje por culpa de las
paradas que habían hecho, Joké habló.
_Ahí la tienes, Villa Thania...- Ebel levantó la vista y se le iluminaron
los ojos y una sonrisa floreció en su rostro. Allí en una pequeña colina
cerca de la cuenca de un río afluente del Egathes, se encontraba ese pueblo
que no figuraba en ningún acta, ningún mapa, ni siquiera en ninguna
leyenda de todo el Reino.
Las casas eran de piedra y barro, camufladas en la inmensidad de los
montes, con calles estrechas y curvas, de techos con punta de cono,
caminos floridos hasta el río, asnos y ovejas pastando, y las aves buscando
sitio donde dormir ante la amenazante noche. Muy lentamente se
introdujeron en el pueblo. Tres niños que rondaban por la calle adversa a la
82

principal, se quedaron mirándolos muy seriamente. Un grupo de jóvenes,


de entre catorce y dieciséis años observaron a ambos con una frialdad
incalculable, desafiando a los intrusos, hasta que una de las jóvenes saltó de
alegría y se lanzó sobre Joké.
_¡¡Abuelo!!- dijo abrazándolo. Joké la abrazó mientras reía y la subió
al asno consigo.-¿Quién es?- le susurró al oído.
_Es un amigo que viene de muy lejos, viene a hablar con Imau.
_¿Para qué?
_¿Quién te ha metido tantas preguntas en esa pequeña cabeza que tú
tienes?- dijo evitando una respuesta. A pesar de ser abuelo, Joké se veía
joven, tenía unos cincuenta años, tal vez menos. Aquí, la gente era joven,
más de lo normal, porque su necesidad, era crear un gran clan y salir
nuevamente a la luz el día en que se les revele la luz. El más viejo era el
jefe del clan y de todo cuanto le rodeaba, era como aquel imán, cura,
sacerdote o rabino al que todos pedían consejo.
_Apresura el paso, Ebel, te llevaré al concejo de ancianos.- decía al
joven que se entretenía viendo cómo las mujeres molían grano y los
hombres volvían con la cosecha del día al hombro, los viejos charlaban en
la calle antes de entrar la noche, y los niños corrían cada uno a sus casas,
como lo hizo la niña al despedirse de Joké. Todos, al verlo pasar, festejaron
su llegada con cánticos de alegría haciendo vibrar sus gargantas. Era todo
un gran acontecimiento: si alguien venía de Athlanis, era porque había
noticias. Al fin había llegado a esa casa enorme, a comparación de las
demás lo era. Tenía cuatro columnas al frente y una pequeña plaza que
daba luz al recibidor de la fachada. Dejaron los asnos atados a los
correspondientes postes y se introdujeron en el edificio. Dentro, en la
entrada misma, había un viejo sentado que pidió referencias.
_Queremos hablar con Imau.- respondió Joké.
_¿Quién es el joven, Joké?
_Es de la Capital...
_¡Estás loco!- dijo interrumpiendo el viejo mientras se levantaba-
¿¡Qué pasa si es un espía!? ¡Fuera!¡No aceptamos a gente del Gobierno
Central.
_Cálmese, Taku, cálmese, viene en nombre de un Khómobis de la
Capital.
_¿...Un Khómobis... en la Capital...?- el viejo miró al techo, y luego
detenidamente al suelo, sus ojos se movían de un lado a otro como si
estuviese leyendo, leyendo dentro de sus pensamientos en un libro de
memorias que seguramente por su edad estaba atrofiado.- ¿Para qué te
envía?- dijo ahora más sereno.
_Me envía a traerle un recado a su familia, él me dijo que debo llegar
al Nuevo Mundo.
_¿...Tú...? ¿Qué dices?
83

_Necesito vuestra ayuda, por favor.


_¿Cómo saber que dices la verdad?
_El Gobierno me persigue a mí también, he robado los mapas de
Khom porque los iban a desechar, y ahora soy prófugo del Reino, como
vosotros. Este Khómobis, me dijo que era tataranieto del mismo Khom, y
que sólo él y yo éramos los que sabíamos el camino al Nuevo Mundo...
_Espera un momento- dijo mientras se fue hacia atrás y entró por una
puerta grande que dirigía a la cámara central. Luego de unos pocos
minutos, se asomó.- Puedes pasar.
Al fin estaba listo. Entró a esa cámara circular, donde sentados en
círculo sobre cojines de diferentes colores, se hallaban los viejos del
Consejo. En el fondo, sentado más alto que los demás, un viejo de larga
barba y una túnica de aspecto muy viejo y campestre, hizo una seña para
que se sentase en el centro del círculo, moviendo su mano de esta misma
forma. Ebel se sentó en el círculo cruzando sus piernas y colocando todas
sus cosas entre éstas.
_Yo soy Imau, ¿tú quién eres?
_Me llamo Ebel Konis, y vengo de la Capital.- Ebel contó toda la
historia a Imau, quien quedó fascinado por la corta odisea que había sufrido
a tan corta edad, pero más quedó perplejo y sin palabras cuando habló
sobre la muerte del rey y el descuartizamiento del desconocido. Luego de
un murmullo bajo, hubo un terrible silencio en la sala, que el anciano
interrumpió.
_Quien ha muerto en la Capital, era un buen Khómobis, el único con
la suficiente valentía y el inmenso espíritu de voluntad que se atrevió a
proteger los archivos de Khom. Él era mi primo, hijo de Tayen.- el rostro
de Ebel se tornó de dudas cuando oyó ese nombre. Levantó la vista
mirando fijamente al anciano.
_Ese nombre me suena, lo he oído una vez... Tayen... Tayenis...
Tayenis Heb… Heb…- entonces, su rostro cambió totalmente. La sorpresa
fue tal, que puso su piel de gallina, entonces, entre un tartamudeo, pudo
pronunciar al fin el nombre de ese misterioso Khómobis, héroe del pasado
y el presente, salvador del futuro, protector de los archivos: _...Habe
Tayenis...
_Sí, Habe...-dijo Imau ignorando el razonamiento que había hecho
Ebel en ese momento. Jamás hubiese pensado que ese viejo amargado,
cerrado, tan gruñón y sedentario, pudiese haber hecho todo lo que hizo:
proteger durante cincuenta años, si más no, los archivos, haberlo rescatado
de las fauces del gobierno a Ebel matando a un guardia con una daga, y
luego, haber sido tan valiente de introducirse al palacio real y asesinar al
rey para simplemente dejar el paso libre a las nuevas generaciones de
exploradores, y luego de ello, dejar gravada aquella insignia en su torso,
para que sepa y lleve consigo para toda la eternidad sobre su sangre y piel,
84

el mapa de la tierra que quiso para siempre olvidar. De ser aquel viejo
desagradable que conocía Ebel, pasó a ser su héroe y ejemplo claro de
valentía.
_Él me dio esto para usted...- dijo Ebel sacando una pequeña bolsita de
tela atada con un hilo. Imau lo tomó en sus manos y la abrió. Cuando sacó
de su interior la moneda de plata, su rostro cambió totalmente, el rostro que
pondría un pobre al abrir la puerta de su casa y encontrarse un millón de
lingotes de oro entre perlas, joyas, diamantes y cristales. Ebel jamás se
hubiese creído que esa moneda tendría tanto valor; ¿de qué servía una
moneda opaca y de plata? No lo sabía, pero Imau seguramente que sí. Éste
tomó la moneda con dos dedos, se levantó y la mostró a todos los
presentes. Todos murmuraron y pusieron el mismo rostro que Imau al
principio, se pusieron de pie sin dudarlo, asombrados. Ebel seguía sentado,
sin entender nada. Entonces Imau pronunció levemente unas palabras.
_ “Ekh badai Habeis te badai Ebelis, towe Khop Wabis ekumei!”-
(Desde las manos de Habe y las manos de Ebel, tenemos la llave del Canal
Medio!). Todos en ese momento se arrodillaron e inclinaron la cabeza ante
la moneda, la llave, en realidad, la “llave del Canal Medio”. ¿Cómo? Pensó
Ebel en ese momento, ¿cómo se debe tener llave para cruzar por un canal
que según Khom, medía unos ocho o nueve kilómetros de distancia? ¿Qué
puerta era esa? Todas las respuestas las tenía Imau, y seguramente se las
respondería encantado.
_Dime, Imau- dijo Ebel levantándose, una vez que todos dejaron de
homenajear la llave- ¿Qué viene ahora?
_Mañana bien temprano, cuando salga el sol, toda la Villa será avisada
ante la situación, la celebración se llevará a cabo entre los jóvenes durante
el mediodía, los adultos lo harán por la tarde, los ancianos al atardecer, y
todos luego nos reuniremos para celebrarlo en la ceremonia de Aka Ehi
Salathá, en la que se convoca a todos los espíritus del campo, del mar, de
los ríos, de los bosques, del cielo, las estrellas y el universo, todos vendrán
a el Tagokk desde los confines y las cercanías, y tres días antes de la luna
llena, comenzará la caravana de Thania al Canal Medio, donde la llave será
colocada, y los brazos del Negro y el Blanco se unirán.
_He soñado con ese acertijo, el Negro y el Blanco, ¿qué son?
_Hoy hay que dormir, mañana será un largo día, y luego la larga
ceremonia de espera.
_No puedo estar mucho tiempo aquí, he dicho a mis compañeros que
me esperasen en las costas del Canal Medio, sin atravesarlo.
_La luna llena llegará en siete días, joven, mañana se celebra el
Crecimiento, pasado mañana el Aka Ehi Salathá, dos días de espera a los
espíritus luego, y al amanecer del día siguiente, la Villa Thania migrará al
sur.
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_¿Todos? Niños, ancianos, adultos, mujeres, bebés... ¿todos?-


preguntó desconcertado mientras entraban en la habitación donde se
quedaría a dormir.- ¿Dejaréis todo, vuestras vidas sedentarias, vuestro
ganado, vuestras tierras, vuestra pequeña nación propia, por un camino que
ni siquiera conocéis?
_Así es. Puede parecer una locura para alguien que se crió en la razón
de la Capital, pero no lo es para nosotros. Esto comenzó como una simple
expedición, pero los años hicieron de esto nuestra cultura y religión, y
respetamos las leyendas que los ojos de los cielos nos brindaron. Dios
confía en nosotros para complementar el trabajo clausurado. Haremos lo
que sea necesario por esa razón, que para nosotros, es la pura verdad y la
pura lógica, lo abandonaremos todo, porque nada es nuestro, más que
aquello que por nuestros propios méritos conseguimos, y no te creas que
son las tierras o las riquezas, sino que lo valioso que esperamos conseguir,
es nuestra libertad. Este pueblo no es nuestro, esta villa es nuestra prisión,
el destino de nuestro exilio; Todo lo que nos encontremos, es de Dios, y de
nadie más, pero hoy, buscamos aquello que es verdaderamente nuestro, la
Libertad. Me extraña que alguien como tú, quien deja su tierra, su familia,
su reino, su país, su nación, todo por una leyenda y una esperanza
simplemente, me haga esta pregunta que me has hecho al principio. Tú
buscas esa libertad que nosotros buscamos, y no es porque el Reino vaya
mal o sea injusto, no, nada que ver, es más que eso, es eso que sólo uno
comprende cuando le toca vivirlo, la necesidad de Libertad de espíritu.
Joven, has venido al sitio indicado, y los hados te han hecho el camino
favorable, puesto que has venido a la tierra donde todos somos como tú,
todos aquí somos Ebel, y tú para nosotros, eres un Khómobis...- el viejo se
retiraba cuando Ebel interrumpió.
_Pero, lo que quiero saber...
_...Todo lo sabrás. Durante el viaje responderé a todas tus preguntas;
estos días son para abrir la mente, no llenarla de dudas, respira hondo y
suelta todo al aire, te pido cuatro días, y al alba del cuarto, recupéralas
todas.- antes de salir por la puerta, lentamente se giró hacia Ebel, sonrió.-
...Gracias, chico... Dios y los dioses nos han abierto los caminos, te han
traído hasta aquí, han hecho el viaje y los hados favorables, las aguas
buenas y los días sanos, pero tú, y sólo tú con tu voluntad, fuiste quien trajo
con honor la Llave a mi pueblo... gracias...- sonrió nuevamente y cerró la
puerta.
Ebel inspiró fuertemente, expiró todo hacia fuera, y como si el aire del
lugar se valiera de magia única, se llevó consigo todos los nudos que tenía
en su mente, y pudo dormir tranquilo por primera vez en tiempo.
El sol no había siquiera expuesto los primeros rayos en el horizonte
desfigurado por las montañas y los montes, sólo algunos pálidos colores
señalaban que el alba se acercaba, cuando lo despertaron. Se desperezó
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como nunca ante ese hombre que lo sacudió para que se despertase. El
hombre le entregó una túnica blanca y unas sandalias, de la misma forma
en la que iba vestido.
_La tradición es que todos nos vistamos de vírgenes en la madrugada,
para recibir con pureza y paz las bendiciones de los dioses en el
Crecimiento.
Cuando Ebel salió acompañado del hombre, se encontró a todos los
del Consejo unidos y vestidos de blanco, con sus barbas limpias y sandalias
claras. En la puerta, había dos mujeres vestidas con colores bien claros,
blancos en diversos tonos, violáceos pálidos, y algún celeste indefinido.
Llevaban en sus cabezas una coronilla de flores y en sus manos cada una
llevaba una cesta pequeña llena de pétalos de flor. En hilera comenzaron
todos a salir detrás de Imau. Ebel se colocó al final, junto a aquel hombre.
Fuera, avisados antes del alba por un mensajero del Consejo, el pueblo ya
estaba expectante en la plaza.
Imau cogió una larga vara, casi de su altura, y la colocó delante
mientras hablaba.
_Amigos, hermanos, hijos, mujeres, niños, hombres, ancianos... hemos
aquí un día de gloria, en que la luz del disco solar y la sabiduría de la
madre tierra nos han brindado un regalo. El padre Athlan nos ha traído a un
hombre que en su mano llevaba todo aquello que a Thania representa.-
todos oían con atención.- Podéis ver que nuestros trajes de juventud están a
la orden, y que el sol está por bañar las colinas Hodei a su paso antes de
abrazar a Thania, y por ende, a cada uno de nosotros. Hoy, el sol nos honra
como nosotros lo hacemos cada día hacia él, porque hoy comienza nuestro
renacer, comienza nuestro Crecimiento...- en el aire y los rostros de todos
los presentes, se podía sentir el latir del corazón comunitario, como si se
tratase de un coro conjunto, las ilusiones y la emoción estaban a flor de
nacer, pero esperaban surgir al pronunciar Imau las últimas palabras tan
esperadas.- Änglu, la tierra, Athlan, el mar, Abthiur, el sol, y Athery, el
cielo, han creado el camino para un hombre que llevaba en su mano el
camino de todo un pueblo, y que sin saber de nuestra real existencia, ha
dado con nuestro paradero, y ha sabido integrarse en nuestro corazón... En
su joven mano, ha traído a nosotros... ¡¡La Llave del Canal Medio!!- dijo
elevando la vara a los cielos y sus brazos en plegaria y gloria al mismo,
como todos lo hicieron eufóricos, gritando y cantando de alegría, llorando
las mujeres de emoción entre su canto, y los hombres y jóvenes saltando
como los niños, quienes reían ante la festividad y copiaban a sus abuelos,
los ancianos, que se arrodillaban e inclinaban siete veces la cabeza al suelo
honrando al sol.- ¡Iur nekheis taekeuone! ¡¡Istùé!!- gritaba mientras todos
repetían esa frase en un coro que ponía la piel en escalofrío por esa tan
fuerte sensación, de poder sentirse parte de la emoción. Todos lo gritaban y
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lo cantaban, y Ebel se animó a hacerlo también: “¡Ha llegado el día de la


victoria! ¡¡Libertad!!
Así, todos se quedaron frente a la plaza. En un silencio mortuorio y
espeluznante, todo había quedado de repente, esperaban algo. No pasó
mucho, minutos, tal vez, y fue entonces que algo interrumpió el silencio.
Un hombre golpeó una vez un enorme platillo de color dorado con un mazo
de madera y cuero en lo alto del Consejo, resonando su sonido
ensordecedor por toda la región y el valle, anunciando el comienzo del
Crecimiento, ya que el sol, estaba asomado ya en el horizonte. En ese
momento, todos los niños, de cero a cinco años, fueron llevados colina
abajo por sus madres, quienes iniciarían su “Gran Bautismo” y Ceremonia
junto al río. Los introducían en el agua y lavaban sus rostros con el agua
que un sacerdote bendecía. Todo el río hoy era sagrado, porque todos se
volverían a purificar para comenzar una nueva vida.
Dos veces sonó el platillo más tarde, y los niños de seis a nueve años
bajaron. Lo mismo hicieron, aunque esta vez entonando una canción, un
coro en el que la música envolvía de energía pura su cuerpo.
De diez a catorce años fueron los siguientes, quienes se bañaron en el
río y pronunciaron unas plegarias y agradecimientos a los dioses. Aunque
tal vez resumo mucho todo lo que hacían.
Cuatro veces sonó, y los de quince a dieciocho se encaminaron al río.
Ellos, luego, fueron al bosque, donde la sacerdotisa llamaría a su espíritu,
Thania, la protectora, para que los santifique en su nueva vida, se iniciaban
a la mayoría de edad, por ello su ceremonia fue doble.
Cinco veces sonó, y era la hora en que Imau tomó a Ebel por los
hombros y le dijo que era su turno. Bajó con los otros pues, de diecinueve,
veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro y veinticinco años.
Bajaron por la ladera de la colina hacia el valle que surcaba el río Eburin.
No eran muchos los de esta edad, relativamente, eran unos diez, o doce, y
todos iban en silencio. Al llegar, los esperaba un sacerdote de la montaña,
gente que no vivía en la villa se encargaba de esto. Estaba introducido en el
agua con sus brazos hacia la luz extendidos. El sol ya estaba en pleno cielo.
Bajó uno de sus brazos y poco a poco todos se introdujeron en el agua del
río.
_ “Iur yonsuhei, ánumi, iur saghe te felo heiis owet. Laburhei thailan
hobu tháis, sojhei bada emis te warokhei ahny te dhaany tò evenu saion.
Najres breiis owehei, álagh deveiis, te athum naghuiis, teloh: Sanh dahi te
kjrus heiis nabektyë, nelekh te najres atheris dï hei owetyë. Dï badai emis
thailan sauis dhuwem, güri pautethe em ans hobui goneki te gonaiki yh hei
skala…”.- decía mientras movía sus brazos y tocaba con agua la frente de
cada joven. (El día os honra, hijos, el día es vuestro amigo y hermano.
Beban el agua del sagrado río, tomen mi mano y caminen al nuevo mundo,
limpios y sanos. Sois la fuerza de los mayores, la esperanza de los
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ancianos, y el camino de los jóvenes, por eso: Luz toque vuestras almas y
corazón, sea en vosotros la gloria y la fuerza del cielo. En mis manos llevo
el agua de los dioses, quienes me utilizan para hacer de vosotros hombres y
mujeres santos...)
El hombre seguía sermoneando, moviendo sus manos y lanzando agua
a los jóvenes. Luego, acabando sus palabras, guió a los doce hacia el otro
lado del río por el camino de piedras, para introducirse en el bosque, donde
la sacerdotisa finalizaría la ceremonia.
Todos caminaron hacia el bosque, por entre esos árboles que a pesar
de no ser altos, lo cubrían todo. Pronto llegaron a un claro, donde en el
centro había una mujer, rodeada de flores y pétalos, entre vasijas de agua y
guirnaldas. Los hizo colocar a todos de la mano en círculo a su alrededor y
cantar con la nariz un canto fuerte y entonado, sin tristeza, pero sin alegría,
un canto que no pretendía tener que gustar a nadie, aunque lo hiciese, sino
que debía equilibrar el cuerpo y el alma en una misma vibración, la
vibración que aceptaba la protectora del bosque.
_Wanhei të wank nae saua Thania want, wanhei-khu te dï döng
agaleheiú...- (Cantad la canción que la diosa Thania canta, cantadla y
viviréis en armonía...) decía la mujer mientras todos la cantaban
fuertemente sin abrir la boca.- Thania taeket...-anunciaba la llegada de la
diosa: “Thania llega”. Sin decir más palabras se hizo todo. Lanzó flores y
puso una guirnalda a cada uno, a los jóvenes en el cuello, y a las chicas en
la cabeza como una coronilla. Luego, ofreciendo plegarias al bosque,
salieron caminando por entre los árboles a otro claro, donde siete vueltas a
un monolito debieron dar, y luego siguieron el camino que en forma de S
los llevó hasta la plaza principal nuevamente de Villa Thania.
Cuando hubieron llegado, todos los jóvenes ya estaban allí, y eran los
viejos quienes en ese mismo momento partían. El atardecer ya había
llegado para entonces, y todos sin comer ni beber, todos desde la
madrugada purificados. Las mujeres y hombres que ya se encontraban en el
pueblo, comenzaban a preparar la fiesta para la noche. Ésta comenzaría a la
llegada de los ancianos a la plaza, tarde, ya que eran los que más lento iban,
y los que más purificaban su cuerpo y alma, ya sea por enfermedad,
pecados, vejez, todo valía. Ebel tuvo que ayudar, él mismo se ofreció como
un Khómobis más.
Allí conoció a Ram, quien tenía veinte años y lo había acompañado
toda la jornada. Ram estaba encantado de tener a su lado a aquel que trajo
la Llave, y Ebel estaba encantado de que éste le tratase como a uno más de
la familia. Ambos fueron a buscar leña y paja junto a otros para la gran
hoguera que se haría en el altiplano del pueblo, en las afueras, y allí Ram
explicó a Ebel cómo funcionaba la iniciación del Aka Ehi Salathá.
_Dime, Ram...- decía Ebel mientras bajaban por la ladera hacia los
almacenes de leña y el granero.- ¿Para qué se hace esta hoguera?
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_ Bueno, el fuego es un elemento muy potente en las ceremonias,


porque significan la fuerza del espíritu, el fuego atrae la fuerza de los
espíritus y despierta las pasiones, por ello se hace una enorme hoguera,
para llamar a todos los espíritus a la fiesta, los espíritus del Universo y el
Mundo. La fiesta es realizada entre todos hasta comenzada la madrugada,
luego, comienzan las fiestas grupales, normalmente los niños se van por un
lado, los jóvenes por otro, los adultos por otro, y así lo hacen también los
ancianos, cuatro grupos, y la fiesta sigue hasta el amanecer; cuando el sol
está por asomar en el horizonte, comienza el Aka Ehi Salathá. Aquí lo que
se hace, es honrar al sol y la luz, al Creador y al Universo, al cielo y la
tierra, al mar y al fuego. Todos se colocan en el altiplano, y rezamos una
oración, la que dirige un sacerdote desde un podium más en lo alto. Luego,
cuando el sol asoma su primer indicio, todos en un mismo canto debemos
inclinarnos ante él alabándolo. El sacerdote dirá en forma de oración
cuándo debemos inclinarnos y cuando levantarnos, las siete veces, el
tiempo justo para que con la última alabanza, todos veamos de pie al sol ya
asomado en el horizonte, es algo muy bello, se hace una vez al año, cuando
llega el nuevo, pero no será como hoy, hoy es especial. Y, no sé cuáles son
tus intenciones, pero, no habrá nada de relaciones, ya me entiendes, durante
todos los días de la ceremonia, no se puede ni siquiera insinuar, porque
todos somos en esos días vírgenes, aunque ya no lo seas, ¿entiendes?
_Claro.
_Todo el día será rendido a las ceremonias que organizarán los
sacerdotes, ceremonias de iniciación, de purificación, de alabanza, para el
sol, para la luna, para las estrellas, un largo seguido de ceremonias, que
acabarán con la llegada de la Medianoche. En ese momento, sonarán trece
veces los platillos del Consejo, y un cuerno dará paso a la apertura de la
nueva noche y del nuevo día. Cuando suene dos veces largas, será la hora
de dormir. En ese momento, el descanso de los vivos, ¡todos hemos de
dormir!- exclamó- los espíritus llegarán a Thania por los cuatro elementos
y por el Khonth, el Camino del Universo. Los mayores nos preparan en
esto desde que somos muy pequeños, pero jamás pensé que yo lo viviría,
estoy muy emocionado!
_Me imagino...- dijo sonriendo.- ¿Y luego? Digo...¿qué pasa cuando
los espíritus hayan llegado?
_El cuerno sonará tres veces... luego sonará cuatro veces el platillo, y
un largo sonar del cuerno, anunciará el despertar del nuevo día, el día de
“la Ida”.
_¿“La Ida”?
_Sí. Todos ya despiertos y bien arreglados, tomaremos nuestros asnos
y la insignia de los Khómobis, la bandera roja, y dejando todo atrás,
comenzará la caravana hacia el sur, justo en el momento en que la luna se
asome por el horizonte.
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_¿Dejaréis todo?
_Sí, sólo nos llevaremos lo esencial. Esto te puede parecer raro, pero
la verdad, es que todo lo que ves dentro del pueblo, no es más que señal de
nuestra huída del reino, nuestro exilio está grabado en esas cosas... la
marcha de los Khómobis, será para jamás volver, sino para seguir adelante,
al Nuevo Mundo que los dioses les prometieron siglos atrás.
_¿Siglos atrás? Pero si Khom fue el primero en saber sobre el mundo.
_Khom fue el primero en poder explorarlo, pero la leyenda del Nuevo
Mundo, es mucho más vieja. Él se entusiasmó tanto que decidió buscarlo, y
pudo hacerlo. Pero faltaba algo, y todo el que lograba ir más allá del Canal
Medio, moría.
_¿Por qué?
_No lo sé.- hubo silencio, un silencio frío, por lo que Ebel decidió
cambiar de tema mientras volvían ya con la carga hacia el altiplano.
_¿Todos sois Khómobis?
_Sí, claro.
_Pero, ¿sois todos familia?
_Claro.
_¿O sea que tenéis hijos con vuestras hermanas?
_¡Oh! ¡no, claro que no!
_Entonces...?
_Antiguamente los Khómobis eran una familia, la familia que trajo los
ideales y la “religión” del Nuevo Mundo. Muchos se unieron a ellos, y por
eso cuando el rey los expulsó, hizo que exterminaran a todos los que
intentaban ir en contra de sus ideales, en ese momento el rey era un loco,
alguno tenía que haber, y a raíz de ello, todos lo que tenían esos ideales,
fueron llamados Khómobis, y al ir al exilio, todos agregaron el tercer
nombre a sus familias, y ahora formamos parte de una gran familia que
acabó por convertirse en un clan, los Khómobis.
_Debéis ser los únicos en todo el mundo que tenéis apellido.
_Eso nos identifica mejor, nuestro nombre, el nombre del padre al que
pertenecemos, y el apellido, del clan al que pertenecemos. Dice Imau que
cuando haya mucha más gente, y desde las Islas migren a las nuevas tierras,
todos crearán clanes y tendrán un tercer nombre.
Colocaron la leña y comenzaron a apilar organizadamente los troncos
y la paja. Todo estaba servido en la plaza, y los ancianos ya habían llegado,
agotados, pero renovados. Sentaron a Ebel a su lado, aunque él prefería
tener charla con los de su edad, pero sólo sería por media hora tal vez,
luego tendrían tiempo para liberarse a la juventud. Los ancianos agradecían
a Ebel el viaje que había hecho por encontrarlos, y realizaron brindis en su
honor. Comieron como nunca, entre corderos y verduras, viña, patos, jugos,
jugos de néctar, mieles, dulces, todo fue espectacular, a lo grande, enorme
y divertido. Una antorcha encendida por Imau prendió en su totalidad la
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pira, que iluminó todo su entorno y más. Se realizaron bailes a su


alrededor, bailes en los que chicos bailaban con chicas, chicos con chicos,
chicas con chicas, ancianos con adultos, nadie tenía edad, ni sexo, ni cargo
en esa noche, porque todos eran súbditos de la magia que recorría el
ambiente.
Cuando los cuatro grupos se unieron, la fiesta siguió al ritmo de los
bellos instrumentos, instrumentos que habían variado desde la música
Khefisse a la isleña, y luego a la del Tagokk, música movida y alegre, con
sonidos altos y sonidos bajos, de flautas, cuernos, tambores y arpas entre
otros. Luego algunos marcharon a dormir. Otros fueron a hacer compañía a
los asnos, a quienes les esperaba un largo recorrido a partir de pasado
mañana, y otros siguieron con la fiesta. Los jóvenes a penas hicieron turno
para dormir, aunque Ebel intentó hacerlo, no lograba llevar el ritmo de los
nativos ante la fiesta. Una hora antes despertó, Ram lo guió en todo, todo
aquello que le explicó anteriormente que debían hacer.
_Klaermei Galaipen, Sauen, kjran na olu mei... klaermei Anglusahàän,
angluen, dhane meiis, klaermei atheren te gaubumen, héxori meiis,
klaermei soidahien ëdiuris te iuris, klaermei sanhen, klaermei enkuen...
(Hablemos al Universo, a Dios, padre de todos nosotros... hablemos al
Planeta, a la tierra, nuestra madre, hablemos al cielo y al mar, nuestros
guías, hablemos a los espíritus de la noche y del día, hablemos a la luz,
hablemos a la luna...)- dijo el sacerdote cuando la luz ya daba paso al alba.
Todos esperaban ansiosos, intentando desvanecer los nervios que les
acechaban.- Agah Ganaipen, Beresen, ëdiuren…- dijo, y fue la primer
alabanza, a la que le siguieron:
Agah Kjranen, phoulien, wuien…
Agah Dhanean, tháän, angluen...
Agah Felismuen, gobreien, yadheien...
Agah Agahan, gokeen, dahan...
Agah Enkuen, athumen, khoknayen…
Agah Sahen, sanhen, iuren…

(Vida al Universo, al Gran Rey, a la noche…


Vida al Padre, a las estrellas, a los ojos...
Vida a la Madre, a los ríos, a la tierra...
Vida a la Hermandad, a los animales, a las plantas...
Vida a la Vida, al cuerpo, al alma...
Vida a la Luna, al camino, la sabiduría...
Vida al Sol, a la luz, al día...)

Como si fuese una ola blanca, en conjunto todos se inclinaron las siete
veces al sol, quien luego de alabarlo, ya se veía completo en el horizonte.
Todos cruzaron sus manos sobre el corazón, y repitieron en grito las
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palabras que gritaba en canto a más no poder el sacerdote desde su


aposento:
_ ¡¡Bwelmei Skaflah, bwelmei ne Sah, bwelmei meiis Berslah, waer
Dak Berslah!! (¡¡Honremos al Creador, honremos al Sol, honremos a
nuestro Señor, el único Gran Señor!!)
El resto del día, fue como Ram había explicado, una sarta de
ceremonias, a las que todos asistieron.
Al fin, había llegado la noche. El cuerno ya había tocado, y todos
fueron a dormir. La noche, fue pasada con nerviosismos por todos. Sus
vidas estaban a punto de cambiar totalmente, estaban por dejarlo todo, todo
aquello que desde hacía más de un siglo conocían. Pero intentaban
olvidarlo, sabían que había más por delante, que la luz al final del camino
estaba allí, esperando ser alcanzada, y ellos podrían tocarla. Era algo así
como “la Tierra Prometida”, así le decían algunos en el pueblo; los años de
leyenda hacían que se volcasen las esperanzas en ese sitio donde según los
sacerdotes, todo era santo y bello, una tierra donde todos eran libres y
felices, donde abundaba todo lo que pidiesen y deseasen, donde las
enfermedades no eran problema, donde el cielo siempre estaba celeste y las
aguas frescas y tibias para el baño, una tierra verde llena de manantiales y
animales, de flores y bellos hogares, tierra digna de una nación con
esperanzas y fe. Pero había un viejo que a pesar de compartir esa emoción,
recordaba que no existía tal Tierra Prometida, puesto que todas las tierras lo
eran: “No hay tierra que Dios haya elegido para el humano como digna,
sólo existe aquella tierra que el humano haya elegido como tal”; así
resumía esa variante de la leyenda el viejo. Lo que quería decir con sus
palabras sabias, era que todas las tierras eran dignas de ser vividas y
respetadas, lo único que las hacía diferentes era el ojo que el hombre le
echase encima, y las ganas y esperanzas que tenía por llegar a ella. Así
como para uno del Tagokk el Nuevo Mundo lo era todo, uno del Nuevo
Mundo, podía pensar al revés. “El humano es un animal que vive de las
esperanzas, porque siempre espera tocar aquello que no puede ver”,
también aclaraba, y era esa, y no otra, la razón de La Ida.
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Hacia el Nuevo Mundo

Tres veces sonó el estruendo del platillo dorado, para no ser tocado…
nunca más. El cuerno sonó largo rato, pensaba Ebel qué pulmones debía de
tener ese hombre que lo tocaba. Los asnos comenzaron a salir del pueblo
bajando por el monte, todos juntos, guiados al frente por el rojo estandarte
y el sonido del cuerno, que aún seguía sonando. Imau iba en la cabecera,
dirigiendo a su paso el camino al sur. Algunos se giraban para dar un
último vistazo a Villa Thania, quien ahora quedaba lejos en la colina,
abandonada, despojada… Las vasijas llenas en las casas, mesas con platos
y vasos aun puestos, camas hechas, trigo en el desván, ciudad donde con
semejante lujo, ahora sólo habitaban fantasmas.
Al alba siguiente, llegarían a Egathes, y siguiendo su curso hacia el
sur, cruzando el paso de Akoriom, un puente improvisado hecho por los
antiguos, que daba paso al este del Tagokk, desde donde como una flecha
bajarían al sur, donde se toparían con la bahía de Athlan, el fin del Tagokk
y el comienzo del Canal Medio.
En el segundo día de viaje, Ebel acompañó a Imau a su lado durante
largo tramo del trayecto, haciendo todas esas preguntas que antes había
querido realizar.
_Imau, ¿me contarás la leyenda?
_Claro que sí, hijo mío, claro que sí. Verás, esto va más allá del
descubrimiento del Tagokk, es del tiempo en que las sacerdotisas de
Badawess llegaron a Méroi, la tercer isla de las Siete. Cuentan que cuando
Grile, una de las comadronas, bajó del barco escoltado por solamente
mujeres y un solo hombre, ésta fue sorprendida por una luz que apareció de
entre las colinas y los árboles del monte, una luz que brillaba tanto que
logró encandilarlos a todos, pero Grile pudo ver. Ella quedó envuelta de
luz, y no vio nada más, dicen que incluso en sus narraciones, contaba que
no le parecía estar pisando la tierra, ni oír el mar, simplemente un
reconfortante silbido. Entonces se le acercaron tres seres enormes, que
medían como cuatro metros, según ella, y que sus rostros eran de unas
facciones rectas y duras a comparación de los humanos, parecidos a
algunos de ellos en la Capital. Pudo ver a uno más de cerca, de un cabello
rubio del color de la luz, pálido, como sus celestes ojos. Éste le dijo a Grile,
que eran los Fundadores de Khefis, y explicó la historia de su creación...
_Sí, una amiga de Elektria, Sawe, me contó esa historia, muy popular
en las Siete Islas.
_Ah, muy bien, me alegro de que sepas una parte de la historia.
_Sí, yo quería saber la otra, la parte que tal vez ella no creía que yo
estuviese listo para escuchar.
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_Ahora sabes que lo estás... Méroi fue colonizada por sacerdotisas y


sacerdotes, aunque fue gente también, proveniente de Elektria. Por esa
razón, la pureza de las tierras se perdía, y las sacerdotisas, simplemente
ellas, sin hombres ni ayudantes, tomaron rumbo por la noche en una larga
balsa por el mar; sabían que llegarían a un destino firme, puesto que una
luz las guiaba desde el cielo por buen camino. Pronto tocaron tierra, la
tierra que llamaron Alkion, la isla más pequeña de las Siete. Los
Fundadores construyeron templos para las sacerdotisas y les enseñaron a
utilizar todo el potencial de sus mentes, cuentan que incluso podían elevar
rocas de mil toneladas con sólo verlas. Pero un día, hubo un aviso. Una
sacerdotisa, Yawe, cayó en pánico y se desvaneció, había sufrido un infarto
cerebral, pero no por estar enferma, sino por la desesperación de lo que vio.
Había visto el fin, el fin de todo el mundo, el planeta entero
desvaneciéndose a la Nada. Ella misma había descrito:
Nace un hombre sin conocimientos de la Luz, nace un hijo del
demonio que obtiene poder por la sangre misma que hereda de su padre...
El trono se le hace frío al tener noticias sobre la verdor de un suelo que no
más que problemas le trae... Lleva la desgracia a todo aquel que vive en
las entrañas del mar nuevo y destruye la libertad que se les ha otorgado...
Reina la tierra nueva y desgarra la vida entera. Su odio trae a los hijos que
crea el nuevo mundo en las afueras y expande sus creencias hasta los
confines desconocidos... Crea todo un nuevo mundo antes de la Gran
Guerra... Del espacio vienen a buscar regalo preciado, y nace la guerra
por el desagrado. Se juegan el futuro, se juegan la vida en la existencia.
Los reinos del mundo se alían sin importar lo que digan los guías,
declaran la guerra a los invasores, y éstos lanzan nubes de fuego a los
veteranos y jóvenes reinos. Consiguen aquellos del cielo la caja azul que
desvive al universo, y como regalo último en post guerra, destruyen
nuestra tan preciada tierra...

Cuando Grile oyó esto- comentaba Imau- lo contó urgentemente a los


Fundadores, quienes comprendieron el mensaje en todo su esplendor. La
profecía servía para ser ella misma destruida.
_¿Cómo es eso? ¿No es una profecía algo que pasará?
_No, una profecía, hijo, es algo que “pasará si...”, el futuro es algo
inestable, y las profecías no están hechas para decirnos lo que pasará al pie
de la letra, están hechas para decirnos lo que pasará si no remediamos el
hecho o no hacemos bien las cosas, el futuro puede cambiarse, por ello la
profecía sería bien escuchada. Las sacerdotisas construyeron con elementos
regalo de los Fundadores de otros mundos, cuatro piezas en el templo de
Agahbexur, en la más alta colina de Alkion. Las cuatro, fueron llamadas
“Towei Lûmbar Eibtiis”, algo así como: “Las Llaves Maestras de las
Riquezas”. Las cuatro eran diferentes, e incluso en material. Cada material
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venía de un mundo diferente: uno vino de las estrellas hermanas, donde


habitaban los Fundadores; otra de un planeta lejano, hogar de seres
protectores de los materiales azules del universo, hogar del la caja azul que
nombraba la sacerdotisa; otro de una estrella en los confines de la galaxia,
y uno último, de diferentes materiales de nuestro mundo, los más bellos.
Los cuatro fueron forjados allí de la mano de los Fundadores y las
sacerdotisas, repletos de los sagrados linajes energéticos y fuerzas tan
increíbles que se nos escapan del conocimiento. Una sacerdotisa fue
elegida de entre las Siete Islas. Nadie sabe ni sabía su nombre. Contaban
que era tan fuerte como diez hombres y tan ruda como una jauría de lobos,
feroz como un oso hambriento, y tan veloz con el asno y la flecha, que
nadie podía verla de arriba abajo al pasar. Jamás se veía su rostro, era como
un demonio, más era todo un ángel. Las sacerdotisas confiaban hasta la
muerte en ella, y le entregaron las cuatro llaves. Ella navegó, cabalgó, y
hay quien dice que incluso voló, para llevar las cuatro a sus destinos. Fue la
única capaz de atravesar sola todo el desierto del Ïvssa Eubahth para llevar
una de las llaves a su objetivo. Una de ellas, Aktar Lé, fue entregada al
sabio Weref, quien vivía en las altas cumbres de la Gran Isla, apartado de
todo simplemente con sus súbditos y aprendices; la otra, Yeloh, fue
entregada a los Yassúwe, una tribu que habitaba las colinas del lado Negro
del Canal Medio; otra, la Ainow, fue entregada a los Sahaji, las gentes del
desierto, los aprendices sabios de los seres del universo, apartados de todo.
Y por última, joven, una llamada Tagu Gokk, la que llevas en tus manos.
Ebel miró a su bolsillo, donde estaba bien guardada la Llave, no podía
creer lo que escuchaba.
_¿Me está diciendo que la llave que llevo conmigo, fue hecha por los
Fundadores con metales de otro mundo?
_Sí, y aún la historia no ha acabado. Junto a las llaves, fue dada una
misiva a cada uno de los líderes que las poseían, diciendo que los
expedicionarios ni los reyes, podían avanzar más allá de las costas de
Khefis, y aquel que se atreviese a cruzarlas, acabaría muerto.- Esta
explicación hizo que todo lo que Ebel había escuchado hasta entonces,
cobrase sentido; sus sueños, los cuentos, las leyendas... todo.- Sólo aquel
que lograse reunir las cuatro llaves luego de la muerte del rey, cualquiera
que haya estado en ese momento en el poder, podría abrir el paso al Nuevo
Mundo, definitivamente.
_¿Y por qué antes no?
_Mira; si los reyes posteriores al bisnieto del nieto del híbrido rey
primero, obtenían el poder sobre todas las islas, y se extendían por el mar
cerrado hacia el nuevo mundo, comenzaría una expansión enorme por el
mundo de sus credos, que, como anteriormente te expliqué, hubiesen
creado una unión tan fuerte con el Gobierno Central que a la hora de librar
la batalla de la Gran Guerra, el mundo sería destruido en su totalidad. En
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caso contrario, si se lograba unir la fuerza de las llaves, y aquel que lo logre
fuese un plebeyo que portase una de las cuatro, el trato de la profecía se
rompería, y el paso al Canal Medio se abriría, y el Nuevo Mundo estaría
ahí, para todos.
_¿Y si no pasase eso hoy?
_Lo dudo mucho, y si mi corazón me dice que todo saldrá bien, es
porque saldrá bien... a menos que tengas una objeción.
_No, claro que no. Y dime, ¿Por qué se los llama Negro y Blanco a los
extremos del Canal Medio?
_Dicen que en el lado sur, habitan los oscuros, y en el lado norte, los
claros, y fue esa la razón más lógica de su nombramiento. Lo que sucede,
es que el Canal Medio es el punto Gris al colisionar ambos, esto qué
significa, que es el punto neutro, por eso es un lugar sagrado, y la Real
Puerta.
Imau continuó contándole anécdotas y leyendas a Ebel, quien escuchó
atento a cada una de ellas. Así el tiempo pasó rápido, y todos disfrutaron
del viaje en su totalidad, hasta que saltó la alegría entre toda la caravana, en
el momento en que uno gritó:
_¡¡Sentid...!!- todos quedaron en silencio.- El aire está espeso, hay
humedad...- inspeccionó alrededor, olfateó e intentó saborear el ambiente.
De repente hizo correr a su asno y salió disparado hacia la colina. Desde
allí arriba, mientras todos lentamente subían, gritó lo esperado- ¡¡El mar!!

La tarde caía, el sol estaba en el horizonte oeste. La caravana comenzó


a bajar por las pequeñas colinas a los planos de las costas. Ebel agudizó la
vista, y en la costa, más al sur, pudo ver el barco; habían entendido bien las
coordenadas. Todos cabalgaron por las costas hasta el barco, guiados por
Ebel.
Jepeu y Sawe, estaban sentados en la borda cuando escucharon el
cabalgar de los asnos. Ambos giraron la cabeza, sin entender lo que
sucedía. Se miraron entre sí, mientras Sawe se ponía de pie. Caminó hasta
la popa y vio a toda la caravana a los rayos de la luz de atardecer,
galopando hacia el barco, flameando el estandarte, y Ebel, al principio. En
su sonrisa, gritó de alegría a Jepeu y a todos los demás: _¡¡Lo ha logrado!!
¡¡Ebel lo ha logrado!!- todos corrieron a la popa, a ver tal espectáculo.
Jepeu sonrió involuntariamente, y suspiró:
_Los Khómobis, escapan del exilio...
Con una fuerza enorme, Ebel se lanzó a los brazos de sus compañeros,
y dio paso a la unión de los Khómobis con los expedicionarios, todos
exiliados.
Bebieron agua fresca del barco, en especial los niños, quienes jamás
habían hecho tal viaje. Mientras todos comían y bebían celebrando la
llegada, el sol ya comenzaba a esconderse, y fue entonces cuando Imau se
97

puso de pie con toda su majestuosidad. Tomó un vaso de viña en sus


manos, y pronunció unas palabras.
_Años fueron los testigos del largo caminar de nuestra familia, testigos
el cielo y la tierra, el mar y el sol, de tal majestuosa historia que caía en las
tinieblas al olvido... pero hoy, en el momento en que la luna asome en su
gran esplendor, todo habrá terminado, y la vida, volverá a surgir para
todos... ¡Dagahlé meiesuowön!- Todos aplaudieron, hicieron cantos y
gritos, silbidos y saltos de alegría, algunos incluso derramaron lágrimas de
emoción, brindando por el bienestar y el buen camino de todos y de todo.
De repente, se creó un enorme silencio. Ebel sabía que debía estar callado,
pero los demás compañeros, lo hicieron por temor a hacer algo mal.
_Enku egalah...- dijo uno suavemente como si fuese poesía, y todos
miraron al este con gran esperanza. Entonces, como si se tratase del
nacimiento de un salvador, de un Mesías, todos observaron cómo aún de
día, la luna emergía de las montañas del este, y sus rostros, con alegría,
bañados algunos en lágrimas, sonrieron y se inclinaron al surgir del farol de
noche. En ese momento en que el sol y la luna parecían tirar uno del otro
con una cuerda recta desde el este al oeste, y el sol bajaba, y la luna subía,
Imau rompió el silencio.
_...Ya es la hora...- un jinete se acercó y tomó la Llave colocándola
dentro de un cofre pequeño. Hizo una reverencia y corrió a su asno.
_¡¡Éa, éa!!- Gritó sacudiendo las riendas, y el asno salió disparado
como un rayo hacia donde la luna.
_¿A dónde va?- preguntó Jepeu a Imau.
_Se dirige a la Puerta Blanca, él sabe cómo colocarla y dónde. Una
vez realizada la acción, un guardián del Canal Medio corroborará a su paso
por aquella tierra sur, y si todo está en orden, tal como la profecía lo indica,
la señal llegará, y las puertas al Nuevo Mundo, se abrirán definitivamente.
Esta historia a todos fascinaba, y Jepeu quedó sin palabras ante todo lo
que en poco tiempo se le había revelado. La espera fue dura, debían esperar
largo tiempo hasta que la roca estuviese puesta donde debía.
Los niños ya dormían, los ancianos echaban cabeceadas y cerraban los
ojos contra su voluntad, que era ver y estar alerta a todo lo que sucediese.
Los jóvenes hablaban entre sí, y Ebel contaba a Sawe y Jepeu todo lo que
había vivido con los Khómobis. Entonces fue, que cuando la luna estuvo
casi en el centro del cielo, un chistido los exaltó a todos.
_¡¡¡Shhhhhhhhhhhhhhh!!!- chistó un joven, a lo que todos
respondieron en silencio y alerta. Con sus ojos recorrían todo, sin mover un
pelo, el joven había oído algo, algo que hizo vibrar fuertemente a su
corazón.
_Lo oigo...- exclamó otro.
_Sí, sí, está ahí!
98

_¡Se oye!- gritó un viejo- ¡¡Se oye!!- dijo tan emocionado que su voz
se quebraba casi en llanto mientras se paró saltando de su asiento
levantando su bastón de rama por los aires hacia la luna, señalándola como
hicieron los demás en conjunta emoción, agradeciéndole al gran Faro de la
Noche. Jepeu preguntaba aún qué ocurría, puesto que su oído no estaba
bien agudizado como los de los jóvenes o los de los nativos; pero no
alcanzó Ebel a aclararle el suceso cuando por sus propios medios lo oyó.
En las lejanías sonaba cada vez más fuerte y extenso la canción
monorrítmica de un cuerno.
_¿Qué cuerno es este que suena tan fuerte?- preguntó Yefu a Imau.
_Es el cuerno de Gokon, es más grande que uno común, fue hecho
especialmente junto a otros nueve para esta ocasión.
_¿Diez?
_Sí, dispersos por todo Athlas y el Ïvssa Eubahth.- en ese momento,
todos escucharon a Imau atentamente, a pesar de que muchos seguían
oyendo al cuerno de Gokon.- Había comenzado el problema llamado
Nuevo Mundo. Las familias nobles se pusieron en contra del Rey por las
drásticas medidas que tomaba con aquellos que viajaban a las nuevas
tierras. El rey decidió ignorar las expediciones y todo se había terminado,
puesto que no podía haber más muertes a cargo de la realeza; lo que
sucedía, era que llamaban al Canal Medio, la “Maldición de los
expedicionarios”, porque todo el que lo atravesaba, moría. Aquel que logró
llegar más lejos, fue el filósofo Åbu y su ayudante, Khom. Los seguidores
de Khom se unieron en contra de las familias nobles que deseaban
exterminar y sellar la Puerta, poniendo en peligro la autoridad del reino,
por lo que el rey los exilió del país, y aquel que no marchase, moriría.
Comenzaron los saqueos a los Khómobis de todo el Reino, y así fue como
desaparecieron dos de las Llaves de las manos de sus poseedores. En un
ataque, una de ellas fue robada del palacio real, y a pesar de que el intruso
fue asesinado, el Gobierno Central jamás volvió a saber de la Llave. Esa
llave cayó en buenas manos, y llegó a parar nuevamente a las tierras de las
Siete Islas, olvidando su último aposento, las manos del sabio del norte de
la Gran Isla, quien fue asesinado por cómplice de traición al Reino. La
última piedra, quedó perdida, escondida en los aposentos subterráneos del
palacio Real de la Capital. Años después, se cumplió la profecía de “el
Aviso”. Se crearon diez cuernos de Gokon clandestinamente a tres pueblos
más allá de la ciudad capital de Kélen, el pueblo santo de Gókonis. Éstos
fueron distribuidos por diez regiones del reino y más allá: uno en Méroi,
con las sacerdotisas, otros dos en los extremos Negro y Blanco del Canal
Medio, y los otros, dirigidos hacia el centro sur del Ïvssa Eubahth, donde se
encontraba la cuarta Llave. El Aviso, consistía en que cuando la cuarta
Llave faltante llegase al Tagokk para ser colocada, los cuernos sonarían
para avisar a los demás que las tres Llaves ya podían ser colocadas. Es por
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ello que los Khómobis enviaron a uno de los suyos para integrarse en el
gobierno de la Capital, con el fin de obtener todo el patrimonio antiguo
echado a perder, y para obtener la cuarta Llave nuevamente. Una vez
hecho, el último aviso llegaría, y las Puertas del Nuevo Mundo se abrirían,
para toda la eternidad.
_Y ese hombre logró hacerlo- agregó Ebel.- Robó la Llave, aunque yo
había maltrecho su plan robando los mapas antes que él en la víspera del
final del Reino. Él no podía hacer todo el trabajo, y supo que podía confiar
en mí, entonces me dio el trabajo a mí, y él acabó con el mayor bache de
los Khómobis, el Rey.
_Así es...
_Pero, si lo que quería era que nadie del reino intervenga en esta
expedición, ¿Por qué grabó la insignia del mapa del Canal Medio en la
espalda del rey?
_Unos pueden pensar, que lo hacen normalmente, que lo hizo por una
venganza y para que en la vida del infra-mundo se lleve tal “preciado
regalo” con él, para sufrirlo eternamente, pero no es así. La profecía
aclaraba que en la muerte de un rey por mano de las tierras nuevas, era su
hijo quien cuidaría del cuerpo hasta que su madre volviese de las montañas
para la ceremonia de entierro, pero la frase decía algo así como: “El templo
de un rey muerto es cuidado por un hijo plebeyo, quien en ver un emblema
prohibido, desgarra de sus entrañas un sentimiento perdido...”
_¿Esto significa, ¡que el hijo del rey no es su hijo!?- dijo Jepeu
sorprendido.
_Así es, y por ello el viejo Habe grabó en su espalda la insignia del
Nuevo Mundo, porque sabía que su hijo la vería, y cambiaría la historia
durante su reinado.
_Fascinante...
Para entonces, los cuernos de Gokon ya habían sonado para las tierras
debidas, desconcertando a varias gentes de Elektria y Athlanis; el silencio
del gran desierto y el gran mar se vio perturbado en su sueño por el sonar
de los cuernos, que hacían llegar su fuerte sonido en cadena hacia las
tierras de los nativos guardianes del Anillo, la tercer Llave.

Cuando el sonido llegó desde la cumbre de Elektria a las costas de


Méroi, las sacerdotisas rezaron una plegaria sorprendidas. Zagnia, ordenó a
la joven Wali que corriese lo más rápido posible hasta la cumbre Saalón en
su asno y entrase con bandera blanca en mano al templo de Afisen. Lo
hizo, lo hizo lo más rápido que pudo, el resto, ya sabía en qué consistía. El
cuerno seguía tocando y retumbaba en las montañas y colinas, recordando
que se debían apurar, que en esa misma noche, las puertas debían abrirse.
Cuando hubo llegado, las guardianas, en ver la bandera blanca, abrieron la
100

puerta del templo a la joven que subía por las escalinatas rocosas de la
colina templaria, quien se acercó al altar dorado, donde protegida dentro de
un cofre adornado de rubíes, se encontraba la primer Llave. La tomó, y sin
decir una sola palabra, corrió por el camino empinado hacia el monte
Zhelo, donde se hallaba el aposento, el “cerrojo”, de la primer Llave.
Agotada pero sin pensar en ello, llegó a la sima, y subiendo con extremado
esfuerzo por los caminos sinuosos de las laderas, alcanzó el templo
circular. Las columnas que lo rodeaban se veían mágicas sosteniendo aquel
techo blanco. Dentro, con un cuidado máximo y frunciendo el seño en la
concentración, colocó la primer llave en su hueco, allí en un pedestal de
mármol blanco y negro, de metro y medio de alto, octogonal, donde en su
centro, una hendija circular esperaba la piedra santa. La colocó y giró
fuertemente hacia abajo, quedando ésta trabada. Cuando lo vio listo, gritó
en un canto de alegría, eufórica; observó el acontecimiento: un sonido
metálico se oyó dentro del pilar octogonal, seguido de algo fantástico. Un
brillo azulado subió desde la base por los vértices del octágono haciendo
brillar los bordes del mármol negro; al llegar arriba, el azul líquido se volcó
en las hendijas de la base, formando guirnaldas y círculos azulados,
bañando letras y símbolos que al menos ella no comprendía. En llegar al
centro, el contacto de aquella piedra, de la llave, con el brillante líquido
espeso, emitió un chispazo que creó fuego, un fuego que se extendió por
todo lo alto del pilar octogonal, quedando una enorme flama, mágica e
hipnotizante. La joven cogió la antorcha de plata del pedestal, en frente del
pilar, y la encendió con la flama incandescente. Corriendo desde allí
mismo, por las escalinatas del templo hacia el techo blanco, cumbre más
alta de toda la isla, encendió la gran pira que yacía en su centro, la primera
gran pira, tan grande como toda la abierta cúpula del templo circular.
Su fuego creciente se vio desde diferentes ángulos de cinco de las
Siete Islas, un punto titilante, naranja, rojo y amarillo en el horizonte; en
una de ellas, Elektria, en plena oscuridad, nació la segunda pira en el monte
Jernoh, la pira que iluminaba las costas del Tagokk en plena noche.
Mientras tanto, en el cuerno Negro del Canal Medio, entre la
oscuridad, los guardianes de la tercer Llave aguardaban la segunda señal
desde el sur, la que no llegaba. En el sur, los Sahaji tenían problemas.
Las tribus de dos clanes se peleaban por una cuestión de honor marital,
y el ruido de las lanzas detenía al silencio, clave del sonido de los cuernos.
Pero un joven refugiado en las afueras lo oyó, y corrió a más no poder al
templo de Yawesnu, donde cogió sin permiso de los sacerdotes la llave
segunda. Robó un asno para dirigirse al monte Aknwr. Los gritos seguían
tapando el sonido del pequeño cuerno que el joven hacía sonar para que
parasen la batalla, que aunque pequeña y familiar, parecía una guerra entre
reinos. Se olvidó de aquellos que sabían y cobró fuerzas para colocar él
mismo la llave. Si lo hacía incorrectamente, una maldición caería sobre
101

todos, y el Nuevo Mundo se destruiría, pero sabía que desde su nacimiento,


por las marcas que su abuela leía de su mano, ese era su destino, su razón
de vida... y colocó la llave. Sin pensarlo tomó la antorcha de la cueva y
encendió la gran pira. Cuando el fuego rodeó a los troncos como una
serpiente del demonio, hipnotizó como una cobra a todos los presentes,
quienes dejaron de luchar al ver ese bello resplandor en la oscuridad, y en
el silencio, al fin pudieron oír a los cuernos del desierto. Las piras se fueron
encendiendo hasta llegar a la cumbre más alta de las montañas del lado
Negro del Canal Medio, donde en su extremo norte al verlo los dos
guardianes oscuros, colocaron la Tercer llave en el mismo momento que lo
hicieron en el lado Blanco. Entonces, del más máximo silencio fúnebre de
espera y nerviosismo de la noche, unos Khómobis comenzaron a saltar de
alegría, lo que hizo que todos mirasen al frente y vean el milagro.
Comenzaron a rodearse de piras en las cumbres, y al final, al sureste,
dos enormes piras, tan grandes como una ballena, se encendieron en ambos
lados del Canal Medio.
_ ¡¡¡Bwelmei meiis Berslah, waer Dak Berslah!!! ¡¡¡Mbuwe shibu
g’skalah!!!- comenzó uno a gritar: “Honremos a nuestro Señor, el único
Gran Señor. La Puerta se hace abierta”.
La marcha comenzó entre el fuego amarillo de las colinas. Los asnos
marcharon con los Khómobis eufóricos en alegría, cantando en canto
quebrado como indios, elevando banderas, mientras el barco avanzaba
hacia el Canal Medio. La emoción en todos podía verse por los ojos llenos
de lágrimas y emoción, al fin veían, vivían una leyenda en propia piel,
cruzaban el estrecho con sus puntas bañadas en fuego, y los asnos bañaban
las costas Blancas al norte. El Nuevo Mundo había abierto sus puertas, y
aunque el mismo, el aire se respiraba ya de un modo diferente. La luna
observaba trasmitiendo la misma alegría, y las estrellas bañaban las aguas
con su magia. El Nuevo Mundo, había comenzado.

Mar de Tierras

Imau, Ebel, Sawe y Jepeu, quedaron sentados hablando en el interior


del barco, tratando temas de distribución de gentes, si ir al sur, o ir al norte.
Mientras tanto, la caravana seguía su paso hacia el viejo golfo de Abar,
último indicio sur del Nuevo Tagokk. Lo primero que debían hacer, era
dirigirse a las islas descubiertas por Åbu en el este, en el llamado Mar de
Tierras.
_Según las coordenadas y escritos de Khom- decía Jepeu mirando los
mapas dispersos por la mesa, iluminados por varias velas- debemos seguir
102

la costa del Nuevo Tagokk hasta el cuerno de tierra. En línea recta a unos
veinte o treinta grados al norte respecto al este, se encuentra la primera isla,
Naguhk.
_¿Fue habitada?
_No, la única habitada fue Täknah, la más grande, a unos cuarenta
grados o cincuenta al sur respecto al este.
_Bien, allí nos dirigiremos. Realizaremos el mismo recorrido que
Khom, desde Täknah al sur, debemos saber de qué tierras habló en su
último mensaje.- decía Ebel.
_¿Y mi gente?- preguntó Imau.
_Tu gente se quedará en el Nuevo Tagokk, por las costas, hasta nuevo
aviso, debemos saber si son tierras seguras. Veremos cómo va todo en la
Capital, y probaremos de traer más barcos para trasladarlos a todos a las
islas, donde estarán seguros.
_De acuerdo.
_Nosotros seguiremos...- acabó Ebel mirando fijamente el mapa.
Imau volvió a tierra en cuando pudo para seguir con la caravana hacia
el golfo, a realizar el último honor y ceremonia a los dioses. Mientras tanto,
el barco avanzó al este, en uno o dos días tal vez llegarían.
El viaje se hizo plácido y fluido, sin tormentas, más que un suave oral
que soplaba desde el sur. Acompañado de unos delfines que buscaban los
bancos de peces más en el norte, divisaron tierra, la tan mágica, solitaria y
legendaria Sshenaff. Rodeando sus ricas costas, donde los delfines se
quedaron a disfrutar de su riquísimo festín, se pudo ver una de las dos islas
que narraba Åbu como “Los peldaños de la riqueza”; esto era porque
Sshenaff era rica en varios aspectos, marinos y minerales eran los más
destacados, y estas dos islas unían a la pequeña Sshenaff con la “gran”
Naguhk, la isla superior. Ambas no eran habitadas, al menos ahora, cosa
que seguramente sería similar en el norte, en Täknah, a la que verían en
algunas horas.
Decían los escritos cartográficos que para llegar a la colonia de la isla,
se debía atravesar exactamente por entre el sureste de Täknah y el norte del
islote llamado por el filósofo: Tejne. Así lo hicieron no más hecho el
reconocimiento de que esa tierra que se veía en el horizonte, era Tejne, la
pequeña. Al fin se sintieron realizados, al menos por una parte, de haber
logrado seguir los pasos exactos del filósofo y el cartógrafo que únicos lo
habían hecho en su momento.

La tierra de Täknah se veía enorme ahora, toda extensa en el


horizonte, alucinando a los tripulantes, quienes no sólo admiraban su
belleza, sino que admiraban su presencia, su existencia, ahora veían que los
cuentos pueden ser realidad.
103

_Según las coordenadas del mapa,- decía Jepeu mientras observaba el


mapa y la costa a la vez- la colonia de Bere Woyak debería de estar en este
sector de la orilla.
_¿Por qué no bajamos a inspeccionar a pie? Tal vez no esté tan en la
costa como dice el mapa.- propuso Ebel.
Yefu asintió con la cabeza, y ordenó que el barco se anclara en la
costa.
Ya todos fuera, en tierra firme, planearon la expedición según las
coordenadas de Jepeu, entonces se dirigieron hacia el norte en línea recta
atravesando las pequeñas colinas costeras. Con la agudeza de Jepeu ante
los mapas, y el sentido común de Ebel, no más cruzar dos pequeñas colinas
al norte, ya había divisado el pueblo. De lejos se veía igual que de cerca,
camuflado entre el ambiente, pequeño y vacío. Sí, vacío, porque no había
nadie. Todo parecía estar como si de un día a otro todos se hubiesen ido sin
dejar rastro de vida móvil. Los siete expedicionarios: Ebel, Jepeu, Sawe,
Auhmehh y tres remadores, caminaron por entre las cortas calles de un
pueblo que fue levantado para las familias de los que investigaban el Mar
de Tierras, y que por esa misma razón, no tenía apariencia de llegar a
albergar más de doscientos habitantes, contando cinco o seis personas por
casa.
_¡¡Ey, venid a ver esto!!- gritó uno de los remadores desde dentro de
una casa. Cuando todos se acercaron, lo vieron agachado recogiendo unas
cosas del suelo.- Mirad.- dijo poniéndolo frente a los ojos de todos. Era un
plato donde había grano molido, recién hecho, y algunos sin acabar, como
para hacer en ese mismo momento un buen pan. Pero también sorprendió
que una vasija sobre la mesa, estuviese llena de agua. Todos sacaban sus
conclusiones. Algo grave tendría que haber pasado para que se hubiesen
ido tan extremadamente, dejando incluso las cosas a medio hacer. Pero
mientras todos debatían, Auhmehh se veía serio y sin decir una sola
palabra, hasta que chistó, a lo que todos hicieron caso con un silencio
propio de catacumbas. Pasó un dedo por el agua de la vasija y lo lamió
degustándola, mientras todos le observaban. Él era más cercano a los
hechos de la naturaleza humana, porque sentía la naturaleza con el corazón,
ya que era gente del desierto, en cambio, los athlantes, a pesar de vivir en la
armonía, sus genes los bañaban en la razón, aspecto que hace sucumbir a
los más naturales y sencillos sentidos de la natura.
_Agua fresca... Cuando sol arriba en más grande calor de año, agua en
tierra no dura fría un día... agua nueva...- dijo con la mirada perdida.
_¿Qué quieres decir?- dijo Ebel acercándosele.
_Ellos no ir fuera... ellos seguir aquí...- en ese momento, desde un
techo interno, un “ático” donde se suele guardar despensas en invierno,
saltó un hombre a la espalda de Auhmehh con afán de destrozarlo, pero los
reflejos de este hombre tan hecho con las leyes de la natura humana, fueron
104

tan rápidos, que un golpe seco en el pecho del hombre que venía volando
por los aires, lo descolocó, dejándose caer al suelo asfixiado y sin fuerzas
para levantarse. Entonces, una flecha entró por la ventana y se clavó en la
pared por un mal disparo, ya que iba dirigida a la cabeza de Jepeu. Cuando,
desconcertados, en el aire se sintió el silbido de otra flecha disparándose;
desde la ventana saltó un hombre que se arrojó contra Ebel lanzándolo al
suelo. Ebel intentó quitárselo de encima, cuando vio que la flecha se clavó
justo en el sitio donde él se encontraba. Intentó calmarse y ver quién era la
persona que le había salvado la vida.
_¿¡Ram!? ¿¡¡Qué diantre haces aquí!!?
_Os he seguido, si no lo hubiese hecho, estarías muerto!
_Lo sé, lo sé, y te lo agradezco, pero... ¿Cómo has llegado? ¡¡Es
imposible!!
_Sabía que nosotros deberíamos ir al Golfo de Abar, y que tú seguirías
con tu grupo a las islas, yo quería conocerlas, pero lo que en realidad
quería, era seguir tus pasos, descubrir el mundo nuevo...!
No tuvo tiempo para responder a eso, que los ocho ya se vieron
rodeados de hombres y mujeres con arcos y flechas rústicos, vestidos de
marrones y blancos, todos con un rostro tan serio que emanaba respeto y
temor, como un padre que está por regañar a un niño luego de mandarse
una grande. A las mujeres, el pelo oscuro les tapaba la mitad de la cara,
aunque otras tenían tensas o peinados hechos hacia atrás. Los hombres
tenían también el pelo un poco largo, suelto, y otros atados también hacia
atrás, atados con paños color rojo o azules, con colgantes, bolitas de
decoración, atadas a los cabellos, sin igualar a la cantidad que poseían las
mujeres. Brazaletes cubrían sus brazos, también paños envueltos en sus
muñecas u hombros, sosteniendo sus ropas, las que no se asemejaban a las
conocidas hasta entonces; vestidos de color tierra o todos blancos sucios,
más parecidos en los bajos a harapos, y en el torso, los hombres desnudos y
las mujeres cubriendo parte de la espalda y los senos, sostenido con tela
desde los brazaletes de los codos. Todos tenían marcas de pintura roja y
azul en la cara, líneas que rodeaban la circunferencia de sus rostros, y el
rojo intenso marcado en cortas líneas, dos, a los nados de la nariz por
debajo de los ojos. Todos tenían los bordes de los ojos pintados de negro,
cosa que los hacía seres terroríficos. De entre todas esas flechas
apuntándolos dentro de un círculo de la muerte, fueron disparadas primero
unas palabras duras de comprender.
_Güdë gowe litë!?- dijo gritando como en forma de regañarlos.-
Hwpruonem güde gowe litë!!
_¡Qué dice! ¡¡No le entendemos!! ¿Qué es lo que están diciendo?- el
ambiente se estaba tensando, y el hombre cada vez se irritaba más al ver
que nadie le respondía. Pero de pronto, de entre los ocho, una voz dijo
dudosa:
105

_...Sau’etneh... ¡Sau’etneh!- luego de mirarse entre todos, supieron


que era Ram.
_¿Entiendes lo que dicen?- preguntó Sawe, sorprendida.
_Creo que puedo entenderles, pero no garantizo una buena traducción.
Habla un dialecto viejo, que se creó entre los comerciantes del Tagokk hace
dos siglos, más o menos, pero un siglo de aislamiento en esta isla,
apartados del mundo, lo ha hecho muy cerrado, un dialecto isleño, diferente
del original.
_Intenta hablarles más, traduce!- dijo Jepeu, angustiado y empapado
del sudor que le produjeron los nervios. Entonces, Ram se dispuso a hablar.
_ Meë ŏwe Khefissë të tagokksë... emmmmm... sí, ya lo sé...! emmm...
êk Mmathi thalaë Elektri të Khefis saywmeë tò thaglu etës ná Abu
tikosobiaskië... emmm... meë dasnak etës ŏwemeë...
_¡¡¡Et’ŏwe karonuë, et’ŏwe slevaië, aku sikh meës souvoietë!!!
_¿Qué dijo?
_Dijo algo así como que no somos su familia, eso le dije yo, dice que
somos invasores, ladrones, que no podemos atravesar su “ganado”.
_¿Ganado?
_Sí, ganado, tal vez el dialecto se haya modificado, tal vez ganado es
sinónimo de posesión, y pasó a significar “territorio”... espera- Ram se
acomodó para hablar otra vez.- ¿...“Sikh” etës mmathië ŏwet...?
_Sikh Saus ŏwet… soj pfríkny iş sranaget... şê gonko souvoi kos sikhë!
_Dame el mapa, el mapa y lo que tengas, ¡Dámelo todo!- dijo Ram a
Ebel y Jepeu sin mirarlos.
_Imposible, estos papeles son...
_¡¡Dámelos!!
_¿Qué dijo?- preguntó Ebel.
_Dijo que las tierras son de Dios, y que hasta que la Hoguera no se
encienda ningún hombre atravesará las tierras de Dios.- Ebel supo lo que
Ram quería hacer, y se lo entregó todo.- Sgahetë... “Evenu Saion”...
pfríkny sranaguone... khokhem hasa etës... hem saghe etës, hem Khómobis
ŏwem...
_¿Khómobis?
_Gèa! Khómobis.
_¿Qué le dices?- preguntó Ebel acercándose más a Ram.
_Le muestro los mapas, que vea que tenemos los mapas del nuevo
mundo, que la hoguera ya se ha encendido, les digo que sé su historia, que
soy amigo, soy un Khómobis.
_ Ie he’ Khómobis ŏwehe, preskelhe hwprouk hems…
_Dijo que si soy un Khómobis, debo responder a una pregunta suya...-
entonces, el hombre bajó el arma mientras los demás seguían apuntando.
_ Huva athu sanëraiu hutha aen brah, hognië wänş sanërai kanoû
takà, të êk polë yau Saus wüë, ko phage kjrorno thalan, të pèhthe eubahs
106

âtune shans dáshu dhuwegê laiar korph... ïgu kanië nbuwë slav, të sayoh sá
ware sanëraiu... ¿Steryu’k?
_...- Ram dudó por un instante, hasta que dijo alegremente:- Jop Wäbi
ŏwet...- En ese momento el hombre cogió su arco y su flecha y apuntó justo
entre los ojos de Ram sosteniéndola con una fuerza extraordinaria. Ram
comenzó a sudar de miedo y sus ojos se pusieron rojos esperando a
explotar en llanto.
_...Jarkchu...- dijo al final el hombre. (...Incorrecto...)
_¡¡Espera!!- dijo Ebel colocándose frente a Ram poniendo las palmas
de la mano frente a la flecha, mostrando que estaba limpio, sin trampas.-
¡Ram, traduce la frase!
_Es una frase de esas tontas que lo dicen todo...
_¡¡Dila!!
_¡De acuerdo!, dijo...: “Cuando se ilumina el cielo donde nace la
ballena, el canto de los negros ilumina el altar dorado, y de las estrellas
bajan los ojos de Dios, que en fuego rodean al agua, y llaman al camino
del desierto para que el águila traiga la antorcha de esperanza... en los
montes se abren las puertas, y el mundo como cristal se ilumina... ¿Qué
es?”
Todos quedaron en silencio, pensando, mientras Ram interrumpía una
y otra vez de que era una frase lógica, era para todas la misma respuesta, la
que él había respondido: el Canal Medio, pero al parecer, no lo era, y cada
segundo que tomaban rebuscando palabras en sus pensamientos, lo perdían
en sus vidas. Pero entonces, una dulce voz lo calmó todo. Fue Sawe, quien
suavemente, contra la espalda de Auhmehh, dijo:
_…Aghe loi Ságehnoi…- las flechas se calmaron, los brazos ya no
ejercían la misma tensión que antes, y el hombre bajó el arma.
_¿Huh khokhä-lik? ¿Güd’ ŏwehä?
_Pregunta cómo lo sabes, y quién eres- tradujo Ram.
_Dile que mi madre me contaba cuentos sobre las gentes del nuevo
mundo y de las Siete Islas, que las sacerdotisas de Badawess le enseñaron a
mi abuela ese acertijo, que no es tan rebuscado, eso es obvio, pero que
confunde a muchos.- Mientras Ram lo explicaba al hombre, Ebel se giró
para preguntarle a Sawe cuál era esa respuesta que buscaban.
_Es una frase que significa mucho, Ebel, pero más o menos te diré que
hace referencia al nombre que lleva la Unión de las Hogueras con sus
protectores y la luna, obviamente ante el abrir de las puertas del Canal
Medio, pero no es esto en este caso.
El hombre chistó unas palabras, y todos bajaron las flechas. El hombre
se acercó a Sawe y besó su mano mientras la ayudaba a levantarse. Entre
sonrisas y sin muchas palabras, los condujeron fuera de la casa, donde
vieron en la calle a un gran número de personas, tal vez, todo el pueblo.
107

La noche había caído, y los ocho fueron invitados de honor a una cena
entre los dirigentes de la región y sus familias. El consejo, pequeño, estaba
lleno de gente, y todos comían, bebían y bailaban, mientras los grandes
platicaban. Ram traducía todas las conversaciones, era su deber ese ahora,
aunque le cansase.
Celebraron alegremente, unos en el Consejo, y la mayoría del pueblo
en las calles, la apertura de la Puerta. Bailaban ante el fuego y cantaban a
las estrellas, saltando y encorvando sus cuerpos, gritando mientras se
mantenían en un solo pie moviendo y aplaudiendo, batían en el aire paños
de colores, y tiraban a los aires sal de mar y flores. Las fiestas eran
tremendamente salvajes a pesar de haber nacido de una civilización culta.
Contaron que su pueblo, los woyak, se habían convertido en mercenarios
del Aghe loi Ságehnoi, mezclando su raza con nativos del norte del
Tagokk, por ello se comportaban de manera tan extraña con los
inmigrantes. No debían dejar pasar a nadie sin saber que las hogueras ya se
habían encendido, y celebraban que al fin lo habían hecho.
Tarde, la fiesta cesaba, y todos se iban a dormir.

Pasada la media noche, Ebel salió a caminar por la playa, para


expandir sus pensamientos y aclarar las ideas. Se sentó sobre una roca
observando cómo las estrellas se acababan en el oscuro mar, al que tocaba
suavemente con su mano, tratando de sentir toda la magia que estaba por
ser descubierta.
Sawe lo observó desde la colina, sin decir nada por un momento,
observándolo atentamente y con una fina sonrisa en su rostro, que no había
jamás aparecido en ella. ¿Qué sería? Se preguntó a sí misma, ¿qué era eso
que sentía sobre su piel y en el interior de su pecho?. Decía ella para sí que
era honor, sentimientos de admiración ante la valentía de ese joven hombre
que a sus diecinueve años rompió más de diez leyes para seguir un sueño,
sentía real respeto, tal vez, en su interior, y era eso lo que la hacía sentir
completa y vacía a la vez. ¿Qué es lo que buscaba hurgando en el seno de
su templo, su cuerpo, intentando eludir pensamientos que sin palabras la
hacían sonreír?. Desde pequeña había oído cuentos de sirenas, ballenas que
hablan, dragones, fuego que sale de las montañas, mares que emanan olas
de metros de altura, cuevas que hablan, gentes enanas, oscuras y blancas,
mujeres que cantan para hacer llover, niños que juegan en el mar con los
delfines... había cosas que las había hecho, pero otras que se le hacían
imposibles de ver, sueños, "cuentos que han pasado y que pasarán en
nuestros corazones", así decía su madre cuando ella le hablaba de volar más
allá de los límites del hombre. Al crecer, sus raíces la habían atrapado, y
sabía que sus sueños seguirían siendo cuentos, o aún menos que eso, con
una vida atada al comercio, viajando siempre por las mimas ciudades y con
un horizonte corto y común, el mar. Vivir en la isla la había hecho sentir un
108

pájaro enjaulado, un prisionero sin cadenas de metal... hasta que al fin lo


vio, su rostro, sus ojos claros libres de todo apreso, libres de dolor,
profundos como la infinidad del mar, con una sonrisa esperanzadora, y su
voz joven le hizo saber que era él, Ebel, la persona que haría de sus cuentos
realidad, quien la sumergiría en la profundidad del mundo desconocido, a
vivir las historias que siempre había oído. Pensó entonces que si tanto
amaba sus cuentos, amaría a quien los hizo realidad, y fue eso lo que
descubrió dentro de su cuerpo, en su corazón, en su mente, en su vientre;
no era la admiración, no era el respeto... era el amor.
Bajó por la colina y sin decir una sola palabra se sentó a su lado. Ebel
la miró y sonrió. Ambos miraron perdidamente al horizonte, tal vez
intentando encontrar alguna tierra, sin importar lo lejos que esté, o con la
esperanza de oír el canto de una sirena, o las risas de los delfines, pero todo
se acalló, y no fue más que el ruido de dos corazones palpitar como
tambores al ritmo de las olas del mar lo que se oyó alrededor de ambos.
Sawe tomó la mano de Ebel y reposó su cabeza sobre el hombro de él. Ebel
suspiró profundamente antes de rodearla con sus brazos.
_Mañana al atardecer partiremos al sur, ¿vendrás?
_Por supuesto que iré- dijo Sawe.- Te acompañaré allí donde vayas,
siempre.

A la tarde del día siguiente, los woyak se despidieron hasta pronto de


los navegantes, con unas palabras esperanzadoras desde la orilla de la
playa, haciendo claro el hecho de que se volverían a ver, porque Bere
Woyak se había convertido esa noche, en el punto de partida para todas las
futuras expediciones.
El barco se dirigió al sur en línea recta, esperando toparse con la tierra
donde Khom y sus compañeros habían desaparecido.
El día fue largo, caluroso, con muy pocas nubes en el cielo. Ningún
pájaro rondó el cielo dando señal de tierra, y la noche amenazaba con caer
rápidamente. Esperaban que el oleaje no tome el mismo juego peligroso
que había llevado por mal camino a la expedición que Khom dirigía, ya que
no pretendían acabar con el barco sumergido y ellos náufragos en tierra de
caníbales.
Las estrellas ya dominaron el cielo, y todos, menos algunos
remadores, fueron a dormir. Yefu hizo alzar las velas para captar el viento
fresco norte de las noches. Los quince que siguieron navegando con
agrado, ponían aún todo su empeño y fuerza aunque el barco no avanzase
tanto como con todos remando. El viento tampoco era favorable, puesto
que no había, pocas olas de aire arrastraban unos metros la vela, y alguna
que otra ola de dos o tres metros movía no más que unos centímetros al
barco de su lugar. El suave oleaje adormecía a todos, por la simple razón de
que estar dentro del barco, se hacía parecer a una gran mecedora con los
109

tripulantes jugando el papel de bebés. Pero entonces un golpe en la cubierta


asustó al capitán, quien se levantó rápidamente de su litera. No alcanzó a
salir que un hombre se colocó a su frente. Era el mirador, quien al saltar
desde su puesto había emitido tal ruido.
_Lo siento, capitán, pero es que creí que le interesaría saberlo ahora, y
no más tarde.
_¿Qué sucede, dime?
_Hemos visto tierra al sur sureste, capitán.
_...Dejemos dormir a los demás tripulantes, están cansados por el
viaje. No hagáis ruido, cuando se despierten lo sabrán primeros.
Una o dos horas más tarde, Jepeu y Ebel se habían levantado a la vez
como si tuviesen un mismo despertador interno. Mientras se acomodaban
para salir, Sawe y Ram comenzaban a desperezarse. Cuando Ebel comió
unas dos frutas con Jepeu y Ram antes de salir a cubierta y Sawe se peinaba
tras su cortina particular, la puerta de cubierta se abrió con una fuerza
increíble mientras Auhmehh saltaba desde arriba hasta el suelo con una
rapidez propia de su capacidad, agitado y alterado. Todos se colocaron
rápidamente de pie, asustados.
_¿¡Qué sucede, Auhmehh!?
_¡Tierra!
_¿Tierra? ¿¡Tierra!? ¡¡Tierra!!- gritaron descontrolados mientras se
abrazaban alegres.- ¡¡Se ha visto tierra!!
_¿A qué distancia está?- preguntó Jepeu con una sonrisa de oreja a
oreja mientras se colocaba su chaqueta larga.
_ ...Es a cero metros...
_¿Cero metros? ¿¡Qué dices!?
_Nosotros estar a sobre tierra, señor, tierra es bajo barco.
_¿Cómo? ¿Lo sabe Yefu? ¿¡Cómo no nos avisó!?- decía Jepeu irritado
y confuso a la vez.
_Yefu no es en barco- dijo Auhmehh tranquilizándose.- Yefu y todos
hombres de remo idos han, no son en barco ni en tierra, no veo los!
_Espera...-interrumpió Ebel acercándose.- ¿Estás diciendo que no
están en ningún sitio?
_Sí, Ebelehh, no están en ningún sitio, ellos fuera.
Ebel salió inmediatamente sin decir nada más seguido por todos los
demás, asustados. Auhmehh se ponía muy cerca de Ebel, protegiéndolo de
que no le sucediese nada. El barco parecía haber estado unas dos o tres
horas ya sobre la tierra, puesto que era la marea que lo había rodeado de
arena simulando que el barco hubiese navegado hasta metros dentro de la
playa. La arena era blanca y se perdía entre las rocas y montañas secas del
horizonte. La luz del sol había encandilado a todos al salir, la tierra no
brillaba como en los demás sitios que ya habían pisado, esta tierra era
diferente, olía diferente, brillaba y se oía diferente, era una tierra tan
110

extraña que se asemejaba a un sueño, aquellos sueños en que uno nunca


sabe si pasará algo bueno o malo, donde uno no sabe si quiera si está de pie
o flotando.
_¿Dónde estamos?- preguntó Ram urgándose los ojos para
acomodarlos a la luz, como lo hicieron todos.
_No lo sé...
_Según las coordenadas, estamos exactamente en la línea que
debíamos seguir.- aclaró Jepeu mirando la bola de cristal mercurio.-
Debemos estar en la tierra de los que acabaron con Khom y sus hombres.
_¿Les habrá sucedido lo mismo a Yefu y los remadores?- preguntó
Sawe desde detrás.
_Espero que no...- dijo Ebel sin dejar de mirar al horizonte.
_Ebelehh, cosa debemos hacer ahora... esta tierra parecer a mía, huele
tú aire, ¡huele!- decía señalando.- Tras montaña hay desierto, yo saber
caminar en tierra sí, yo buscaré Yefu y otros hombres.
_Confío en tu palabra. Yo iré contigo- dijo Ebel organizando el plan.-
Ram, quiero que te quedes aquí a proteger a Sawe y Jepeu, intenten no salir
del barco, que parezca vacío. Si pasan cuatro días de nuestra ida, quiero
que enviéis un mensaje con el ave de los woyak para avisar de nuestra
pérdida.
_No digas eso... por favor...- dijo Sawe tomándolo de las manos,
preocupada y angustiada.
_Hay que ver todos los puntos de esta situación, Sawe, no podemos
ilusionarnos o inventar un resultado. Ram, trae agua, nos llevaremos
algunas frutas.
Ambos partieron a través de los montes. Todo el día estuvieron
atravesando las montañas a pie hasta llegar al otro lado en el desierto, tal
como Auhmehh había dicho.
Auhmehh hablaba poco durante el trayecto, parecía hablar con el
viento y los olores que arrastraba el mismo. Miraba el suelo y el cielo, todo
era esencial para detectar algún cambio.
_Mira- dijo Auhmehh tomando algo del suelo.- Por aquí pasado ha un
hombre de remo.
_¿Cómo lo sabes?
_Piedra.
_¿Por esa piedra insignificante!?
_Piedra esta se mete en zapato de marinero, piedra esta hecha por el
agua de mar, no por viento de desierto.
Con las dotes deductivas de Auhmehh, esa misma tarde del segundo
día del camino, ya habían hecho largo tramo, y bueno, por el desierto.
_¡¡Shhh!!- dijo Auhmehh a pesar de que ninguno de los dos estaba
hablando. Se arrodilló al suelo y puso su oreja en una piedra.
111

_¿Qué sucede?- dijo Ebel casi sin oírse y moviendo de un lado a otro
sólo sus ojos, expectantes.
_...Alguien venir aquí...- en ese momento, unos hombres tapados hasta
los ojos y los dedos aparecieron por la duna de la derecha sobre unos
brillosos asnos negros que relinchaban como diablos. Bajaron como un
rayo oscuro uno al lado del otro y empujaron a Ebel y Auhmehh al suelo,
robando todo lo que tenían, el agua, el bolso, la comida, todo. En un
santiamén desaparecieron por las dunas de la izquierda gritando a sus asnos
para que apresurasen el paso.
_¡¡Dios de los Cielos!! ¡¡Nos han dejado sin nada!! ¿Por qué lo han
hecho, Auhmehh!? ¿Por qué no nos han matado como era lógico?
_Ellos querer que desierto ocupar de nuestras muertes... pero ellos no
saber que yo conozco ellos...
_¿¡Los conoces!?
_Sí. Viejos de mío gente juntaban en noche de estrella grande con sus
viejos. Yo sé dónde ellos vivir, y por su gesto de querer nosotros morir en
desierto, sé que ellos tener a hombres de remo.
_¿Cómo logras saber tantas cosas sin ver nada?
_...Porque, amigo Ebelehh, esta mía tierra es...-Auhmehh había
encontrado su basta tierra, esta vez por el camino del Nuevo Mundo.- Tú
me traído has, Ebelehh, cumplido has tu parte, mío sueño que Yussa dijo,
ahora yo terminaré mío trabajo. Vamos...
Lo llevó hasta los pies de una gran colina, una montaña en la que le
explicó que estas gentes del desierto habitaban los sitios altos de las
cumbres y se internaban en sus huecos, donde por las noches se conseguía
agua que brotaba del aire fresco.
Cuando hubieron llegado a la cumbre, allí, entre las grietas del monte,
vieron a los prisioneros. Una mujer anciana estaba sentada frente a ellos y
preguntaba como si fuese un interrogatorio extremo de gobierno, incluso
gritándoles y amenazándoles con una vara de hierro que tenía puesta sobre
una hoguera que la había tornado toda roja como una brasa. Hombres
estaban afuera afilando sus armas para una tortura segura. Ebel se
preguntaba cómo Cuarenta hombres y un capitán, habían caído en las
manos de gente del desierto. Cuando estaba pensando qué hacer, vio que
Auhmehh ya se alejaba de él bajando por una ladera.
_¿¡Qué haces!?- preguntó exaltado.
_Tú quedar ahí, no mover, yo hablar con ellos.- Ebel quedó con el
corazón en la boca, pero confiaba en Auhmehh, e hizo lo que le ordenó.
Mientras se secaba el brotado sudor que recorría toda su cara y cuerpo, vio
cómo lentamente se acercó a la población, y cuando dos de los hombres lo
vieron, se lanzó al suelo en forma de reverencia. Quedó estirado en el suelo
con las rodillas sobre las piedras y las manos estiradas hacia delante lo más
posible, mientras apoyaba su cabeza en el piso. Los dos hombres lo
112

miraron con lanzas en la mano, dudaron, se miraron entre sí, y lo


levantaron. Lo acompañaron hasta una de las casas, y Ebel pudo ver cómo
más gente se dirigía a ese sitio, como para intentar oír a este nuevo hombre
que irrumpía en el pueblo de la nada.
Ebel, sediento, esperó una o dos horas, sin saberlo, ya que el tiempo se
le había hecho incalculable por la repentina ola de calor que comenzaba a
sufrir. Pronto dejó de ver, se desvaneció y perdió la conciencia.

_Calor duro aquí es...- dijo Auhmehh frente a los ojos de Ebel que
lentamente se abrían para la vista borrosa. A su alrededor, vio nativos, y a
Yefu y los remadores libres.
_¿Qué pasó? ¿Cómo lo hiciste Auhmehh!?
_Contado he la historia que tú siempre contar, y ellos saber mucho
sobre Yussa y Aghe loi Ságehnoi. Dicho me han que Yussa pronto venir a
tierras del sur, Yussa seguro querer conocerte.
_¿Vendrá? ¿Pero no es una diosa?
_Ella hija de Dios, ella venir de los cielos, ella hablar con viejos de
mío pueblo, su pueblo y pueblo de oasis Kajnuff, al sur, en río, tú poder
venir, ella querer conocerte a tú.
_Pero antes debemos ir a donde Jepeu y Sawe...
_No, Yefu irá con hombres suyos, y gente de aquí acompañará ellos a
mar, tú venir con Zshawy y yo al sur en asno del desierto, no tiempo en
forma contraria...
_De acuerdo, lo haremos.- Ebel quería ir al mar y seguir con su
camino por el mismo, por el Nuevo Mundo de los mapas, pero había otra
fuerza, un sentimiento interno que pedía a gritos que se dirigiese al sur,
hacia otro mundo, al mundo donde conocería a la diosa Yussa.
Al día siguiente, cuando ya habían descansado del duro viaje, todos se
dividieron, unos al norte y los otros al sur del monte. Yefu le había pedido
mil perdones a Ebel por haber cometido tal atrocidad de no informar sobre
la situación. Al ver que habían llegado tan pronto a tierra firme, no
quisieron despertarlos, y se dispusieron a buscar por la costa y más adentro
algunos árboles que diesen comida, o alguna fuente y río con abundante
agua y fruta, pero al final, durante la búsqueda, cometiendo el error de no
dejar a nadie vigilando el barco, los tomaron por sorpresa los guardianes
del desierto, el desierto del nuevo mundo al que llamaron Desierto Nuevo.
Pero todo ya había sido pasado, y Ebel lo comprendió.
Al bajar la ladera, Ebel se encaminó por una gruta mientras los dos
hombres bajaron por otro lado. Sin darse cuenta, Ebel se había alejado más
de lo previsto, y llegó a una pequeña planicie. Allí, mirando detenidamente
a su alrededor, buscando a sus dos compañeros de camino, llamó a
Auhmehh para ver si le oía, pero en lugar de su voz, un ruido espeluznante
y aterrador, salió retumbando desde una cueva. La cueva estaba a unos
113

metros de Ebel, y el sonido hacía un eco tan terrible que podía incluso
sentir el vibrar sobre su piel. De pronto el ruido se fue incrementando hasta
el momento en que pareció tenerlo detrás, delante y a los lados. Cuando
comenzó a llamar nuevamente a Auhmehh, desde la cueva salió un enorme
animal que emanaba grandes dosis de saliva por su extraña boca, detrás de
la cual había una enorme cabeza con ojos saltones y negros en lo alto de un
largo y curvo cuello. Las patas eran tan largas como las palmeras, y una
enorme joroba nacía de su espalda como una montaña. Ebel comenzó a
gritar mientras la bestia emitía unos abrumadores ronquidos y bramidos.
Entonces, apareció Auhmehh con una gran tranquilidad y riendo.
_¿¡¡De qué ríes!!?- preguntó exaltado Ebel y poniéndose detrás de
Auhmehh.
_¡¡Ebelehh, amigo... ¡eso un asno del desierto es!-
Al acercarse, el animal pareció más amistoso, y sus ojos negros como
los del demonio, se volvieron dulces como sus orejas y todo su rostro.
_Mira, gente sentada en montaña del animal va...- explicaba
Auhmehh. Ebel comenzaba a tener confianza, y aunque ir sentado sobre
una joroba tan alta no le sentaba tan bien como ir sobre un asno de verdad.
Auhmehh le explicó que un asno se muere en el desierto tanto tiempo
aunque tome agua, pero este animal, no lo hacía, podía aguantar días, tal
vez una semana y algo más sin beber un sorbo de agua.
Con la confianza ya tomada, partieron hacia el sur.

_¿Por qué sigues conmigo, Auhmehh?- le preguntó Ebel mientras iban


a través del desierto con dirección al sur, rodeados de dunas, que según
Zshawy se acabarían pronto.
_Al sur mía gente va ahora a recibir Yussa, yo veré ellos allí.
_De acuerdo...- pocas palabras hubo en el viaje. El calor del desierto
era sofocante, y aunque Auhmehh y Zshawy iban totalmente cubiertos
cuidándose del sol, Ebel llevaba poca cosa encima y un pañuelo húmedo
atado a la cabeza. En ese momento del mediodía, la peor hora del desierto,
una esperada charla tuvo lugar.
_ Wad yalhun akhe zhuu Qaparrta.- dijo Zshawy a Auhmehh.
_ ¿Zhuu jo akher grw?
_Yyw, sh’tek akhewt tha sorwoo nasseyej jo.
_¿Qué pasa?- preguntó Ebel.
_Zshawy decir mí que tras colina, pueblo Qaparr ser; yo preguntar si
él haber sido en pueblo, y él decir sí, que grande ser para construido estar
en desierto. Pronto llegaremos, Ebelehh, esta colina ser cual tras estar
Qaparr.
Efectivamente fue así. Cuando llegaron a la sima de la montaña
pasado el mediodía, en un plano se pudo observar un bello oasis, sitio
donde comenzaba la sabana y la pradera; los oasis eran cientos, con bellos
114

y frescos lagos color celeste y agua cristalina y pura para bañarse y beber.
Varias plantas hacían de la zona una delicia para los ojos, extendida en
forma de ríos entre las colinas sureñas. A sus orillas, yacía un pueblo hecho
de barro y paja, troncos y piedra, en el cual varias gentes rondaban a pie y a
asno, unas ya hospedadas, otras recién llegadas, como ellos tres, pero todos
bien recibidos.
Hacía tanto calor, que muchos viejos estaban sentados a la sombra del
oasis con los pies en el agua, mientras los niños saltaban desde las rocas y
los árboles al agua. Era fiesta ese día, ya que todos habían llegado ya y se
preparaban para la ceremonia de bienvenida. Faltaban dos días para la
llegada de Yussa, y esos dos días los emplearían para darse a conocer.
Caravanas del desierto entraban en filas sobre sus asnos, burros y asnos del
desierto, cargados de equipajes envueltos en mantas blancas, lilas o negras,
todos con la cabeza cubierta de telas blancas, nadie podía verse más que en
las manos que sostenían las riendas de los animales. Otros entraban a pie,
caminando durante días a través del desierto, sólo para reunirse en estos
días tan especiales.
Auhmehh se encontró con su familia entre la multitud. Su madre
corrió a abrazarlo inmediatamente que lo vio entre lágrimas y gritos de
alegría, y su padre, respetando cierta seriedad, hizo lo mismo. Era
fantástico el verlos actuar con esa naturalidad animal, nada de ceremonia
de encuentro familiar, con un simple abrazo fuerte y unas lágrimas, no,
ellos gritaban a los aires extendiendo sus brazos. Sus hermanos habían
quedado al mando de sus tierras propias en las colonias del noroeste, y por
ello no tuvo la alegría de verlos a todos. Auhmehh contó a su padre todo lo
ocurrido hasta esa misma tarde, y él, observando con una mirada muy
extraña a Ebel, los tomó de repente a ambos de la mano y los llevó ante el
consejo del pueblo. Durante el camino, pudo verlos a todos, la gente, los
que venían y los que allí vivían, esta vez, sus rostros, sus cuerpos, libres de
aquellas túnicas que los protegían del calor, todos cantaban sin necesidad
de una razón, todos gritaban a los aires o corrían con los brazos abiertos,
otros ofrecían agua al extraño Ebel… sí, ahora él era el extraño, podía
sentir aquello que Auhmehh sentía en las islas, se sentía observado,
diferente, extranjero… estaba rodeado en la tierra de los negros.
Los ancianos no salían del consejo en días, durante una semana,
purificando su alma antes de la llegada de Yussa, y fue por ello que no los
recibieron. Intentó explicarle a los guardias, pero todos cerraron sus oídos a
cualquier tipo de explicación. De todas formas, la ceremonia era así, y se
debía de comprender, por eso Ebel les dijo que no se preocupasen; si el
camino hacia Yussa se le había abierto, era porque debía verla, y así sería.
Los dos días de fiesta fueron religiosos, pero en danzas y comidas,
bailes con serpientes, con cabezas de animales, danzas de saltos, historias
contadas en canto del desierto, retumbando en los valles casi
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ininterpretrables; grandes hogueras y calderas en las que se cocinaba para


todos.
Muchos dormían en tiendas, otros al aire libre bajo los árboles, esos
eran los peregrinos del desierto, quienes venían a honrar la presencia de la
hija de Dios.
Ebel dudaba ante la presencia de Yussa. ¿A qué venía? ¿Por qué la
adoraban? ¿Los habría convertido en una especie de esclavos? ¿Era
realmente hija de Dios? Si algo le había enseñado la razón athlante, era que
los dioses son energías, y no pueden obtener forma física. Es más, Dios no
tiene hijos, porque la filosofía de su pueblo, decía que todo lo existente era
parte de Dios, y no hijo del mismo. Y si no lo era, si no era hija de Dios,
¿por qué se dejaba aclamar como tal?
Los dos días habían pasado, y la tarde del último se celebró una
ceremonia, la del Ainow, el Anillo del desierto. Ebel llegó a la razón de que
no estaba rodeado de gente del desierto visitada por una “Hija de Dios”,
sino que estaba entre los mismísimos Sahaji, los amos de la Segunda Llave.
Esto le daba más mérito a todo lo que veía, y más razón a la llegada de este
ser al que todos le llamaban diosa.
_Koga Wedey, fass nŏ gesh wahei krwl yu xah yooh Ainow neyow. Te
yer jyufu chunkel kòyo jo Srawehh shrahin’ goshw, nŏ khu tchàh-shaki jfuk
ewu...- contaba un viejo luego de comer, a los pequeños y los recién
llegados, aquellos que no sabían nada, sobre la historia de Yussa y la razón
de su llegada. Auhmehh traducía a Ebel la historia que contaba el viejo, ya
que Ebel se veía interesado en saber todo lo que sucedía. Comenzó a
traducirle sin que Ebel se lo pidiese desde su espalda, mientras Ebel estaba
parado detrás de algunos jóvenes de brazos cruzados, atento, como si fuese
a entender algo de escuchar tales palabras que parecían más gritos de pena
que una lengua.
_Él decir: Señora Blanca, baja del cielo por luz circular, como mismo
anillo de Ainow. Cada siete años venir al mundo y traer mensajes de
Universo. Desde lo más lejos de nuestro casa, allí en doce estrellas. Una
vez, bajó con seis hermanos suyos, cuando Qaparr era sólo tribu. Y entregó
a ancianos cuatro herramientas: vasija de hierro y fundidor y canaleta de
metal y molde de metal. Ella enseñó a fuertes cómo crear instrumentos con
fuego. Instrumentos de fuerza y decoración. Cuando gente ya saber hacerlo,
ella trajo desde doce estrellas, hermosa roca que brillaba, y dijo: “Esta será
una llave, llave que abrirá mundo”. Fundieron lo material y lo moldearon
hasta hacer anillo. Hermoso anillo de material, totalmente diferente de otro
en este mundo. Joya de dioses, traído desde su hogar, con el poder de ellos.
La llave protegida fue, hasta el día en que el mensaje llegar: puertas del
mundo debían abrirse para que nacer Nuevo Mundo. Y así fue. Por ello hoy
venir Yussa, para bendecir y honrar, con gloria, a Nuevo Mundo. Y a los
que abrieron suya puerta.
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Esto dio a entender a Ebel, que pronto llegaría la hora en que se vería
cara a cara con la diosa del Anillo.
El viejo, mientras contaba la historia, observó a Ebel, quien estaba
cubierto de una túnica gris, pero que no se escapaba de los ojos de los
negros; parecía un punto blanco en la inmensidad. Los negros parecían ser
salvajes, vivían como en los comienzos y hablaban lenguas extrañas, casi
de sonidos metálicos, bruscos, pero no obstante ello, sin tener bibliotecas,
ni templos, ni edificios, ni barrios, ni nada que se asemejase a una
civilización, como el orden o la vestimenta, poseían, supo Ebel, un
conocimiento más extremo del mundo que los propios athlantes. El viejo
insinuó con su mano llamando a Ebel que se le acercase. El joven dudó,
pero ante la insistencia de los allí presentes, bajo sus blancas sonrisas,
accedió. Se arrimó al viejo, quien lo tomó con sus manos fuertemente por
los lados de la cara. Acercó su rostro al del joven asustado, y miró
fijamente dentro de sus claros ojos. La profundidad de las pupilas del
anciano, rodeada su cabeza de un paño violáceo, embrujaron a Ebel, quien
pareció, al igual que su compañero frontal, poder ver más allá de sus ojos,
su espíritu, su vida, su alma…
_Nu watata kamm saemé, josw shiokat… Koga sari oupatkamm…-
susurró frente a su rostro sin apartar las pupilas de las suyas. Sonrió y lo
soltó. Hizo una reverencia y lo dejó marchar. Todos lo miraron hasta que
desapareció junto a Auhmehh entre las tiendas.
_¿Qué fue lo que me dijo, Auhmehh?
_Él decir que tu venir de campos donde saber hay, hijo de los dioses, y
decir que Señora llevará a ti a campos donde tu harás nuevo saber, al
mundo, y nuevo rey.
_¿Todo eso en tan pocas palabras?
_No necesitar tantas como en tierra tuya, Ebelehh, aquí saber de qué
hablar…
Esa noche fue extraña, porque durmió tranquilamente. No soñó, o al
menos no recordaba haberlo hecho. Se sentía tranquilo, relajado a pesar de
estar echado en el suelo sobre unos cueros de cabra y camello. Dormía en
la misma tienda que Auhmehh y sus padres, y al verse cobijado por tantos,
no le fue tan crudo el frío nocturno del desierto. Fue incapaz de pensar esa
noche, porque su cabeza no logró siquiera tocar el improvisado almohadón,
que ya se había dormido profundamente como un pequeño cachorro luego
de mamar.
Sabía que el día siguiente, sería dedicado a la meditación. El pueblo se
sucumbía al silencio, las calles se convertían en caminos de cementerios, el
viento soplaría y retumbaría en los rincones hablando solo, porque el
pueblo moriría en el silencio y la soledad del alma. Pero así lo veía un
ingenuo como Ebel, ajeno a todo esto. La supuesta muerte del pueblo,
como él le decía, era la plena vida, la mismísima armonía a flor de piel, y el
117

silencio, la soledad, eran la máxima unión con el Todo y con todos. Así fue
el día. Había quienes ni siquiera comían ni bebían. Ebel sí hubo de hacerlo,
no aguantaba el clima de la región, en realidad, no aguantaba ningún clima
del continente. Recordaba en esos momentos de silencio, cuando los
pensamientos retumban y parecen oírse como voces ajenas, a sus tierras,
Khefis, el paraíso mismo. De árboles, casas blancas, palacios de mármol,
oro lúcido, verdes praderas, olor húmedo de la hierba fresca, las corrientes
de la montaña y el suave sonido de los riachuelos... un mundo que vivía en
armonía y en silencio, dentro del bullicio y movimiento que un país de tal
magnitud creaba. Pero volvía a su presente en un instante, y se veía
consciente de tener que purificar su alma.
La noche caía, tan rápido como nunca. El Tiempo había dado tregua a
la meditación, y según los sabios y viejos: “Cuando el Tiempo no te echó
ojo encima, es que estás hecho un tigre”, una frase un poco grotesca, que
daba a entender que la juventud es la flor de saber utilizar el tiempo.
La luna se colocó en el cielo; miraba a los humanos, y los humanos la
admiraban a ella, como si un bebé estuviese mirando al rostro de su madre
desde la cuna mientras ésta le canta una nana que le calma y adormece. El
silencio era inquietante pero armonioso. El cielo se tornaba cada vez más
oscuro, en azul marino, perdiéndose en la oscuridad de un negro azulado
del que se valía la luna para resplandecer. Pero pronto, su luz fue atenuada
a las miradas, porque una contrincante encendió sus luces.
El anillo, el anillo circular que brillaba desde el cielo, allí estaba, sobre
las cabezas de los súbditos, robando todo el protagonismo a la luna. La luz
se veía mover, en círculos. Lentamente bajaba, hasta que pareció encontrar
su lugar, a varios metros sobre el centro del pueblo, el cual estaba rodeado
de gente formando un círculo viviente y silencioso. Los ancianos estaban
los primeros, firmes y con sus mejores galas, simulando estar ellos solos
entre todos los hechos y la gente. Los niños se asustaban, era la primera vez
que lo veían, y temían sin saber a qué. Ebel se encontró aterrorizado, pálido
y con el corazón en la garganta, pero a la vez fascinado y completo, como
si todo se le estuviese revelando en su temprana juventud.
Su corazón palpitó como tambores mientras oía un leve zumbido que
emitía la luz, pero dejó de oír la fuerza de sus bombeos cuando un grueso
rayo de luz fue disparado desde el centro del anillo del cielo hacia la tierra,
de la misma forma que los rayos del sol caen verticalmente por entre los
huecos que las espesas nubes forman en verano. Era todo un acto de magia.
Como si de la nada fuese, un ser apareció en el centro, sin precisar
escaleras ni ningún sistema portátil, simplemente apareció.
La luz se atenuó, y pudo verse su contorno. Todos se arrodillaron de
repente, menos Ebel, quien no supo qué hacer y quedó duro y de pie, como
un poste.
118

El ser emanaba cierta especie de paz, tan armoniosa y simple, que


adormeció los nervios de Ebel y de todos los allí presentes. Pudo
comprobar lo enorme que era cuando se acercó a los tres dirigentes del
pueblo. Pronunciaron juntos unas leves y cortas palabras. En el mismo
momento que acabaron, la luz volvió a aparecer. Seis más bajaron esta vez
y caminaron hacia donde el otro. Siete ancianos acompañaron a los seres en
el camino hacia donde se realizaría la junta, más atrás. Un salón simple,
circular y con un techo de cono. Auhmehh explicó rápidamente a Ebel que
allí se reunían siete de los seres, de los cuales uno era Yussa, el primero, y
siete sabios de la región, para debatir sobre temas del universo y del
tiempo.
Muchos quedaron rezando y orando en la plaza. Ebel se preguntó
cómo una sonrisa pudo causar tanto efecto sobre la gente. No podía
borrarse de la mente la sonrisa de ese ser, Yussa, quien sin mirar a nadie,
miró más allá de todos. ¿Era realmente una diosa? Todo apuntaba a que sí,
era como un ángel, irradiando paz, de blanco, los cabellos como el sol... Su
mente creía reconocer esas características, pero su mente estaba demasiado
cargada como para pensar y buscar. En lo único que pensó en ese momento
en que todos marchaban un momento a casa, fue en comer y beber algo que
lo saciase.
_¿Por qué creéis que pueden verse aquí los dioses?- preguntó Ebel
mientras comían. Hubo silencio antes de cualquier respuesta, pero:
_...Ebel...-
_¿Sí?- preguntó.
_...Ebel...-
_¿Lo habéis oído?- preguntó Ebel exaltado.
_¿Qué cosa, Ebelehh?- preguntó Auhmehh.
_...Ebel...
_¡¡Eso!! ¿¡Lo oís!?
_...Ebel... ven, te estoy esperando...- en ese momento, cayó en la
cuenta de que era un sueño, un sueño con los ojos abiertos, uno de esos
sueños como hacía días tenía, un sueño que no era un sueño, que era
verdad, era Yussa, llamándole.
_Nada, déjalo... creo que iré a fuera a tomar un poco de aire.- dijo
evitando preguntas.
_¿Voy con ti?
_¡No! No, déjalo, prefiero ir solo.
Entonces se dirigió afuera. Caminó por las calles hasta la plaza central.
Luego, intuitivamente caminó hacia uno de los laterales, hasta que... su piel
se volvió de gallina. Una mano había tocado suavemente su hombro
incitándolo a girarse. Lo hizo cautelosamente, y al ponerse firme, frente a
él vio a ese ser, Yussa, reluciente de blanco. Sus cabellos rubios y tez
blanca; ojos celestes como el agua, y tan alto como tres niños de cinco años
119

uno sobre el otro. Sus manos eran enormes, y daban impresión al lado de la
cabeza de un simple humano como lo era Ebel. Este ser colocó sus dos
manos en los hombros de Ebel, intentando tranquilizarlo.
_Cálmate, no te haré daño...
_¿Eres Yussa?
_Así es...
_¿Eres hija de Dios?
_Claro que soy hija de Dios... como tú...
_¿Qué quieres decir? ¿No eres una diosa, pues?
Yussa sonrió y emitió una pequeña carcajada inofensiva y
enternecedora.
_Vamos, hablaremos...- dijo, y en ese momento, una luz los rodeó.
Una sensación extraña invadió su cuerpo, algo que jamás sintió, sintió que
todo su cuerpo se disipaba, se deshacía como polvo por un instante, y
volvía a ser un completo. Pisaba suelo, pero de una sala tan blanca que
parecía emitir luces de cada centímetro de las paredes. Todo era perfecto,
plano, como nada que haya visto antes. En el centro, una mesa blanca y
metálica, con dos sillas de la misma forma. Yussa invitó a Ebel a sentarse,
y aunque era una silla alta, logró hacerlo. Yussa se sentó frente a él, del
otro lado de la mesa redonda, y luego de un pequeño silencio, comenzó a
hablar.- ...No, no soy una diosa, soy como tú, un ser del Universo, una
parte insignificante del Todo, pero que aún así, lo completo, así como sin
una mosca, el Todo no es nada.
_¿Y por qué dejas que te traten como a una diosa?
_Eso no está en mis manos, yo no les obligo a nada. Ellos ven que
nuestras luces se parecen a la de los ángeles y a la de los astros que adoran,
y piensan que somos ellos mismos, los astros y sus guardianes... y... a pesar
de ello, no se equivocan del todo. Nosotros nacimos en el Universo, y
somos del Universo. Nuestro hogar, está en las 12 Estrellas, y desde allí
venimos protegiéndoles desde los comienzos.
_¿Vosotros... sois los Fundadores?
_...Sí, así es...
En ese momento Ebel sintió un escalofrío interior. Tenía delante de su
mirada a un “pariente” lejano y a una persona tan importante para la
humanidad como no lo era nadie.
_¿Vosotros creasteis Khefis, verdad?
_No, nosotros ayudamos a su construcción. Khefis nació del propio
esmero humano por el crecimiento y el conocimiento, cosas que con o sin
nosotros, tarde o temprano hubiesen surgido. Pero la legión Universal, la
Junta de los Grandes del Universo, exige ciertos aspectos en un mundo para
poder ser miembros de la Unión con un representante propio, por ello
nosotros decidimos intervenir, para ayudaros a crecer. Verás… este mundo
es tan importante para los que lo habitan como para muchos más que no lo
120

hacen, y no es cuestión de manejar asuntos que no nos pertenecen, es decir,


vosotros mismos debíais organizar la administración del planeta, por ello os
ayudamos a crecer más rápido de lo normal.
_Las leyendas dicen que nosotros tenemos sangre vuestra, y que os
llevasteis algunos de esos hijos con vosotros... ¿es verdad?
_Sí. Las leyendas nunca mienten, hermano. El humano hubiese
tardado milenios en ubicarse como raza superior, como raza pensante, y
hasta entonces, los humanos que vivían en el planeta, eran homínidos, seres
con semejanza a los simios. La gente ya estaba cambiando, obteniendo sitio
en la cabeza para el cerebro, como tu amigo nativo. Nosotros aceleramos
ese proceso en un grupo determinado de gente, y salieron humanos más
capaces de librar saetas para el conocimiento.
_Pero...-
_Esto no quiere decir- interrumpió Yussa- que los humanos puros, los
oscuros, sean inferiores, no hermano. Lo que digo es que tardarían más
tiempo en llegar a ser como los khefien. Cuando el humano enseñase al
khefien a ser humano, el khefien le enseñaría al humano a ser un khefien, y
eso, hermano, es una de las claves para el Nuevo Mundo. Muchas razas
están siendo alertadas para este cambio. Khefis cambiará el curso de la
historia, y se convertirá en el mayor paraíso jamás creído, adorada por
todos los pueblos del mundo, quienes a su vez se extenderían como su
madre cívica. Más reinos se extenderán en el Mar Nuevo, y hacia el Oeste,
en las tierras largas. Más allá de donde sale el sol también la gente espera el
nacimiento de su gran imperio. Las razas del mundo, convivirán con las
especies del universo, y este planeta, será uno de los mejores, de todo el
Universo.
_Todo esto... por la humanidad...
_Todo. Vuestro mundo es único, así como vosotros. Creéis en lo que
no podéis ver, y eso os lleva a lugares inimaginables, sitios donde a otros
les costaría. Tú te empeñaste en una leyenda como verdad pura, y supiste
que era verdad, pero más allá de ello, la atravesaste y te arriesgaste por
saber más sobre esa leyenda, y sobre las que jamás fueron contadas. Tú
descubrirás y abrirás todas las puertas al Nuevo Mundo, donde el nuevo
reinado Khefien gobernará para bien. Muchos pueblos esperan la
resurrección y su nacimiento, y esto sólo ocurrirá al paso de los barcos
khefien. En esta época, hermano, las gentes que habitan el fin del Mar
Nuevo han comenzado a caminar hacia el este y el sur. Poblarán el mundo
de la Tierra de Penínsulas, y la Gran Tierra. Diles a todos que debéis uniros
a estos pueblos. Grandes reinos nacerán donde tú pises, amigo, y por ello
serás amado y protegido hasta el día de tu partida al Mundo de Dios, la
última tierra y única que redescubrirás.
_Me parece mucho para alguien que sólo tiene veinte años, no?
121

_No, no hay edades para esto, hermano, simplemente hay razón.


Procura caminar por donde debes, por donde Dios te lo dice en tus sueños y
en tu vida diaria, porque si todo sale tal como lo esperamos, los nueve
reyes esperados reinarán en los gobiernos del mundo antes de que el
décimo nazca. Todo saldrá bien, si este último no tiene hijo alguno.
_¿Qué sucedería en tal caso?
_Traería la penuria al Reino Central, y Khefis desaparecería quedando
de ella sólo los restos más humanos... las leyendas. Con su caída, arrastraría
la caída de varios pueblos de las costas del Océano Athlón, que deformaría
las costas de las tierras y mancharía de cenizas el cielo de medio mundo.
Con este hecho, los reinos secundarios surgirán como primarios y
gobernarán el mundo entre disputas. No obstante esperan unos milenios de
serenidad, la cual habréis de hacer perdurar para seguir adelante en la
reconstrucción de una sociedad planetaria en común.
_Si no, ¿qué sucedería?
_...Esto ya no está en tus manos... tú sólo debes hacer público en todos
los sitios que pises, estos hechos que hoy te comento. Hazlos historia, y
vive intentando remediar el futuro. Tus hijos, y los hijos de tus hijos, se
encargarán de lo siguiente. Hay tiempo aún, pero a nadie desesperes. No lo
hagas sagrado, hazlo más bien humano, cuenta cuentos a la gente sobre el
futuro, los cuentos sabrán qué hacer... Mientras tanto, cuentas con el apoyo
de mi especie, de mi raza, y pronto contarás con el apoyo de nuevas razas
humanas. Cuando el nuevo reino entre en vigor, mi raza y las demás de la
Unión, volverán a este planeta para reformar la Constitución Universal.
_¿Lo veré?
_Ojalá pudieras, mas tomará su tiempo, Ebel, ese no es tu tiempo, ese
es el tiempo de tu hijo y tu nieto.
_¿Los tendré...?
_Claro que los tendrás, ellos serán tus primordiales súbditos...- Yussa
sonrió, se levantó y tomó a Ebel de la mano:- Mira el camino y ama a los
que te rodean, mas piensa, no sólo sigue tu corazón, porque la razón
también es un arma poderosa.
Luego de una última gran sonrisa, la luz volvió a poner a Ebel sobre
tierra firme, en las afueras del pueblo esta vez. Desconcertado y lleno de
saber, miró a su alrededor, al cielo, intentado ver la luz, pero todo pareció
ser un sueño. Caminó hacia el pueblo nuevamente, donde tarde en la
madrugada se encontró con Auhmehh, preocupado por él, ya que hacía
tiempo no aparecía.
_Debo irme, Auhmehh.
_¿Dónde?
_Al Mar de Tierras, la expedición debe continuar. Debo marchar hoy
mismo, ahora si es posible.
_Pero tú no hablar con Yussa aún...!
122

_Sí, lo he hecho- dijo girándose hacia él. Auhmehh quedó en silencio,


meditando para sí sobre lo que le había dicho. Pronto levantó la vista y
respondió.
_Sí, iremos.
_¿Iremos? ¿Tú vienes conmigo? Pero tú querías...
_No. Cosa yo querer no es mismo que cosa yo deber. Yo deber con ti
estar hasta muerte de vida esta, porque yo nacer para nuevo mundo, no para
mío.
_Entonces, amigo- dijo colocando sus manos en los hombros de
Auhmehh al acercarse unos pasos- caminaremos juntos hacia la luz del
Nuevo Mundo, y lo primero que haré contigo durante nuestro trayecto
marítimo será... enseñarte a hablar bien...
_¿Qué decir?
_Hablas muy mal...- dijo riendo mientras rodeaba su cuello con un
brazo y lo acompañaba hasta la tienda explicándole qué era lo que quería
decir con eso.
Esa misma mañana partieron hacia el sur a través del desierto en busca
del Mar de Tierras.
Al llegar a la costa, vieron a alguien caminando cerca de unas rocas,
tirando piedras al mar, jugando al parecer, para ver hasta dónde llegaba.
Pronto su figura se giró al oír a los camellos. Pudo verse la euforia que
llevaba encima cuando saltó desde la piedra al suelo, desde donde comenzó
a correr inmediatamente hacia el interior. Ebel se bajó del asno y se vio de
repente rodeado fuertemente por los brazos de Ram.
_¡Creímos que habrías muerto!- decía con lágrimas en los ojos al oído
de Ebel. Ebel también lo abrazó.
_Pues aquí me tienes, estoy bien, y Auhmehh también. ¿Te han dejado
solo?- preguntó en el momento en que Ram se decidió a soltarlo, aunque no
del todo, ya que, tal vez por miedo a que se volviese a separar, lo sostenía
de la ropa.
_No, no, sabía que volveríais por aquí, y decidí quedarme y hacer una
tienda escondida para esperaros. Los demás siguieron, como dijiste, por la
costa hacia el este. No van rápido ni muy lejos de la costa, para que
podamos alcanzarlos. Dijeron que si se acababa la costa, aparecía un golfo
o una isla, esperarían a nuestra llegada para seguir adelante. Así que,
partamos ya, seguro nos están esperando.
Un poco asustado por la rareza del animal al que montaban, Ebel logró
subirlo al camello consigo, y partieron hacia el este por la costa.
El tiempo pasaba rápido, pero el trayecto no fue tan largo como
esperaban. Allí mismo en el cause de un río divisaron la nave en la costa.
Al acercarse, todos los recibieron con gran aprecio y celebración. Sawe no
se permitía soltarlo, aún menos que Ram al principio, y el viejo Jepeu reía
solo de alegría.
123

Ebel encargó dirigirse hacia el este, hacia la última costa que se dirija
hacia el mismo, y así lo hicieron. Partieron ese mismo momento.
_Lo primero es el mar y sus costas- se dijo a sí mismo- el interior de
las tierras es el próximo trabajo.

La vuelta al Mar de Tierras

Las costas se hacían onduladas, con varios golfos, penínsulas y semi-


golfos, todos acortaban el avance recto por la costa, lo que trajo una
decisión momentánea, introducirse en el mar unos kilómetros.
El capitán tomó las órdenes del joven veinte añero, y guió a sus
hombres hacia el noreste.
Al atardecer, el mar se tornó tranquilo, y Auhmehh se colocó en la
parte más externa de la proa. Ebel se acercó enseguida, porque sabía que su
amigo se comportaba siempre de una manera extraña antes de que algo
sucediese.
_¿Pasa algo, Auhmehh?- éste se giró levemente y volvió la cabeza al
cielo.
_Tormenta venir lejos pero caminando rápido...
_Ay... amigo, recuerda: “una” tormenta “viene” “a lo” lejos, pero “se
acerca rápidamente”
_De acuerdo... Ebelehh
_Ebel...
_Ebel...- ambos miraron al cielo.
_¿Crees que será grave?
_Tormenta... la tormenta fuerte es... pero sólo los dioses saber qué
hacer, cuándo y cómo.
Volvieron entonces a sus quehaceres. La noche había caído, y el aire
se había tornado frío y extraño. Un silencio total advertía de algo en esa
noche calurosa, pero hasta tarde no supieron qué fue. Una luz enorme
resplandeció en el cielo haciéndolo todo de día por unos segundos. Y un
ensordecedor trueno le precedió haciendo temblar todo en el interior del
barco. Tres más de esos y todos se hubieron levantado, en el preciso
124

momento en que la fuerte lluvia invadió el espacio golpeando la madera y


el metal del que la nave se provenía. El capitán despertó a todos, diciendo
que era mejor estar alerta.
Todos fueron al subsuelo para tomar sus respectivos puestos y hacer
fuerza contra el fuerte oleaje que de repente había invadido el mar.
Las olas eran muy altas y fuertes, y el barco amenazó con voltearse
más de dos veces. Los colores se enturbiaban y un paisaje infernal había
abatido todo alrededor. El mar picado parecía mil espejos en movimiento al
reflejo de los rayos, y el movimiento continuo de esa oscuridad insegura
mareaba a los tripulantes, hasta el punto que volaban de un extremo al otro,
empapados por las altas olas que llegaban hasta la proa. Yefu aclaró que
esta era una tormenta de mar, por lo que sería mucho más fuerte que una de
tierra firme, y duraría mucho más. El día y la noche había pasado, y
comenzaba otro día con el mismo aspecto. Los rojos del alba no hacían más
que tétrico y espeluznante el cielo nubloso, bordeando como de fuego los
espacios bajos de las negras nubes, una postal apocalíptica que se reflejaba
en la inquieta manta marina. Unos vomitaron, nada se quedaba quieto, y los
remos eran empujados por las olas con más fuerza de la que los hombres
podían remar.
_¿¡¡Por qué no para!!? – gritaba Sawe a todos esperando respuesta de
alguno mientras se sujetaba a los palos del centro del navío. Mojada,
empapada de pies a cabeza. Su melena parecía ahora algas que rodeaban su
cabeza, pecho, hombros y espalda, su vestido color calabaza se apretaba
contra su cuerpo mojado reflejando sus formas femeninas, encorvada por el
frío, tomándose de una soga, tiritando…
_¡¡Estamos en verano, señorita, aquí las tormentas duran días!!
El ruido del oleaje y los truenos impedían un habla normal. Ninguno
pudo dormir en esos largos cinco días que duró la tormenta fuertemente, sin
cesar. Ahora esperaban la suave llovizna y lluvia con mar en calma. El
cielo gris, y las pérdidas que habían sufrido durante la tormenta, los habían
dejado a la deriva, sin saber dónde estaban, dónde ir, ni dónde encontrar
comida. Ahorrando lo poco que tenían, crearon un plan de abastecimiento
para varios días, al menos, los alimentos aguantarían para una semana. El
viento se había detenido, remos se habían roto, y los hombres estaban
cansados y hambrientos. El barco no avanzaba, y pasaban los días.
Nadie hablaba con nadie. El hambre y la furia habían creado un total
silencio en el barco, como si el espíritu de todos hubiese muerto durante la
tormenta, ahogado. Nadie hablaba con nadie a menos que fuese necesario.
Preferían ni siquiera rozar sus cuerpos al pasar. La comida se acababa, así
como el agua potable que tenían almacenada, la poca que sobrevivió al
saqueo de los golpes el tercer día de la tormenta. Los ojos de algunos
marineros, parecían reflejar la desesperación, al borde incluso, pensó Jepeu,
del canibalismo. Éstos, sin embargo, acusaban a Auhmehh como único
125

salvaje, ¿quién podía saber si su tribu no comía carne humana? Ebel


defendía a su amigo dentro de este vórtice de desesperación.
La semana había pasado, y el agua y la comida, así como la ropa
limpia, se habían acabado. Pasaba un día, y otro. El horizonte era azul, el
cielo celeste de día, y negro de noche. Las estrellas eran lo único que
entretenían a los marineros, pero no a Ebel ni a sus compañeros, quienes
esperaban más de todo.
Pronto las esperanzas se fueron perdiendo. Los tiburones rodeaban el
barco cuando hacía calor, cosa que hacía imposible pescar un solo pez. Los
delfines no daban señal de vida, y las aves, aquellos seres que más se
deseaban en ese momento, no mostraban ni un reflejo en el cielo. La sal
incrustada en la piel desde hacía días atrás, quemaba con el sol tan caliente,
y el único viento en cinco días, fue aquel que en lo alto logró deshacer las
únicas cuatro nubes que surcaban en cielo.
Yefu apareció llorando en la cubierta, de rodillas como implorando a
los dioses. Ebel tocó su hombro en señal de compañía, pero no se esperaba
las palabras que saldrían de la boca de su amigo.
_Tayek y Woss, dos de mis hombres... se han suicidado... no
soportaron lo que estaban viviendo; ellos sabían una cosa, sabían que tarde
o temprano, todos acabaremos de la misma forma.
_Yo no lo creo, Yefu, nos rescatarán, si no los hombres, los seres del
universo, y si no ellos, lo harán los dioses...
_Los dioses nos pusieron en estas condiciones... ¿Qué podemos
esperar de ellos?
_Tal vez, lo hacen por alguna razón.
_Cae en la cuenta de la verdad de tus propios pensamientos, Ebel,
todos moriremos, tarde o temprano, todos moriremos.
Si la desesperación había llegado al capitán, era que el barco entero y
todo lo que iba a bordo suyo, estaba perdido. Ya no quedaban esperanzas,
todos se desplomaron en el suelo, esperaban la muerte en la deriva.
Auhmehh fue el único que estuvo sentado en la proa todo el tiempo, sin
decir una sola palabra, tal vez pensase en algo: la extraña desesperación
con la que los marineros se enfrentaron al mar, eso demostraba el poco
coraje de las gentes de las islas, clara razón de la cual el rey se había valido
para impedirles ir más allá. El suicidio de aquellos dos hombres, fue algo
inexplicable para él; un hombre no se suicida luego de cinco días a la
deriva, sino que lo hace más tarde, cuando realmente ya no quedan
esperanzas ni fuerzas, para él, había otra razón. Oía el aire del mar y las
olas del mismo. Elevaba la cabeza mirando el sol; de repente giraba de un
lado a otro el rostro, como viendo cientos de cosas en la mismísima nada.
Unos hablaban entre sí en voz baja, diciendo que el negro se había vuelto
loco. La mayoría aún pregaba por los dos hombres muertos en luto de mar.
Pero Ebel, desparramado en el suelo junto a Sawe, observaba
126

detenidamente el comportamiento de Auhmehh. Recordaba en ese


momento lo que le había dicho Yussa en su tan extraña charla: los humanos
deben aprender de los khefien, y los khefien de los humanos. Eso era algo
esencial en este momento. Mientras los khefien se desesperaban y perdían
la vida haciéndose esclavos de la locura, el hambre, la sed y la
desesperación, el humano se veía apaciguado, en armonía, con esperanzas
en el rostro. Movía una mano de una forma extraña, como acariciando el
aire, intentando sentir su espíritu. Estaba totalmente conectado con la
naturaleza y la vida.
Los Fundadores habían obsequiado a un gran grupo de personas hoy
vivientes, la razón y la conciencia, la tecnología y la filosofía, la escritura y
las matemáticas, pero poco a poco quitaron esa parte esencial del humano
que en un origen habían todos tenido. Poco a poco el khefien fue perdiendo
lo que lo hacía humano, que eran la naturaleza, el habla, el canto, la
esperanza, la creencia... la vida... Pero esto no fue porque así los
Fundadores lo habían querido, sino que fue simplemente porque el humano
khefien así lo decidió. “Decidió mal”, pensó Ebel. Ahora el khefien debía
aprender del humano nuevamente, para volver a serlo. “¿Aprender a ser lo
que en teoría uno es?” ese pensamiento le aterraba a Ebel, le daba terror
pensar detenidamente en lo que se habían convertido. Tal como dijo Yussa,
ella no era una diosa, pero ellos la consideraban como tal porque así lo
desearon, y así era como se sentían bien, y libres, se sentían como lo que
eran, humanos, animales del Universo, de los mejores. Y esto los hacía más
inteligentes aún, porque a diferencia del filósofo y el sabiondo, el
verdadero humano sabe cuándo usar la razón.
Fue entonces cuando Ebel se sentó. Fue lo primero que hizo antes de
sentirse humano, antes de ponerse de pie. Sawe lo observó detenidamente
desde el suelo, desconcertada ante lo que veía. Ebel se levantaba con una
sonrisa en su rostro, y fue en ese momento, en que escuchó decir a
Auhmehh:
_¡Wosnahh esh ijvs dajalák!- lentamente guió la mirada al cielo, y
Ebel lo hizo también. En conjunto sentían la armonía de lo que los rodeaba,
en el mismo momento en que viendo con el corazón, pudieron sentir la
brisa del viento, el oral que se asomaba del horizonte, y que sólo ellos dos
pudieron sentir. Pero esa oración elevada al cielo por la boca de Auhmehh,
no fue simplemente por la aceptación de Ebel al reino humano, fueron un
canto a la victoria, en respuesta a la gloria.- ...Cielo traer el mensaje de los
dioses, cuando dioses saber que tormenta cumplir objetivo...- dijo al final, y
todos sonrieron ante las palabras de Auhmehh, y no sólo por la profundidad
de las mismas y de cómo lo había dicho, sino porque vieron el mensaje. El
cielo, era surcado por aves.
127

_¡¡¡Tierra!!! ¡¡¡Costa, mi capitán!!!


_Indique posición.
_Sureste, señor, dirección sur.
_¡A toda marcha!
Las esperanzas inundaron la nave. Todos, incluso Sawe y Jepeu se
dispusieron a navegar. Antes de hacerlo, sin decir una sola palabra, Ebel
abrazó fuertemente a Auhmehh, quien con un gesto manual, indicó que él
no era merecedor de las gracias. Unos con los remos intactos y otros con
remos improvisados, comenzaron a sacar fuerzas de donde no había y
remaron a más no poder.
Una hora más tarde, habían anclado en la costa. Todos corrieron fuera
del barco para pisar y besar la tierra, en la que se revolcaron y en la cual se
envolvieron para estar seguros de que no era un sueño. Con palos y armas
en la mano, recorrieron la costa en busca de comida. Lograron encontrar en
los montes algunas frutas y algunas aves que comer. Ese mismo atardecer
celebraron un banquete especial en nombre de los dioses.
_Detrás de toda penumbra se encuentra una luz.- dijo Ebel brindando
con fresco agua con Auhmehh.
_Así es- respondió.
_¿Crees que esta tierra sea un continente, Jepeu?
_...por la constitución de la tierra costera y las corrientes del mar, no
tiene apariencia de ser un continente, a no ser que sea una península, eso sí.
_Pues pronto lo sabremos. Y no importa qué sea esta tierra, creo estar
de acuerdo con todos en que esta tierra será llamada “Victoria”.- dijo Ebel,
a lo que todos respondieron con un “éa” marinero.
Temprano, tan pronto se puso el sol, todos fueron a dormir a sus
respectivos sitios. Ebel, sin embargo, quedó acostado en la playa, mirando
las estrellas y respirando aire terrestre, cosa que le purificó los pulmones, la
mente y el alma. Pensando en blanco, oye que alguien se acomoda a su
lado de la misma forma que él. Al girar la cabeza, ve que es Ram, quien lo
mira y sonríe.
_Pensaba que te habías ido a dormir- dijo Ebel.
_Yo pensaba lo mismo de ti. ¿Te importa que te acompañe?
_No, claro que no, me siento mejor, con alguien que me apoya tanto.
_No lo hago por nada...- hubo silencio- ...Lo que sucedió en el barco
durante el naufragio, fue algo muy extraño, como si hubiese estado todo
pensado, ¿no lo crees?
_Tal vez estuvo pensado desde el día en que nacimos. Todos debemos
aprender a ser humanos otra vez, y hoy he despertado, por eso no tengo
sueño, a pesar de que hace días que no duermo...- dijo riendo.
_Ya lo creo...
_¿Tú qué crees? ¿Has despertado?
128

_No lo sé, no sé cómo es despertar. El único despertar que conozco es


el despertar de la mañana, el de antes de desayunar...
_...Pues no, está el despertar del nacer, el despertar de la vida, tu
despertar, el del sueño- dijo riendo-, e incluso está el despertar de la
muerte.
_¿¡De la muerte!?
_¡Sí! Uno despierta cuando muere, porque abre los ojos a la vida de
Dios, al día eterno.
_...Waw... estoy convencido de que los dioses te eligieron, eres muy
sabio... ojalá yo supiese todo esto.
_Lo sabes, está en tu interior, sólo debes despertar. Yo jamás había
pensado en todo esto, hasta el momento en que desperté como Humano
hoy, ya lo viste. Yo antes pensaba en descubrir el Nuevo Mundo, hacer
contra al Gobierno Central, escaparme de mi casa, ir más allá de todo, y
cuando algo se cruzaba en mi camino, creía que era un gran estorbo. Pero
ahora no, lo veo todo con los ojos más abiertos y claros, lo veo como un ser
vivo, y no como un ser racional. Todas son puertas a un nuevo mundo, y el
futuro y la gente está repleta de puertas. Mírate tú, dices que no eres sabio,
pero has sido sabio en elegir una decisión por ti mismo, el venir con
nosotros, estás siendo más que un amigo para mí, como un hermano.
_Muchas gracias, me halaga que me digas todo esto, me da aún más
esperanzas para seguir adelante... Cuéntame, ¿qué has hecho en el mundo
de Auhmehh? ¿Cómo es?
_ Pues, ellos viven en tierras que se hacen llamar “oasis”.
_¿”Oasis”?
_Sí, son tierras fértiles en el medio de un vasto desierto muy árido,
donde hay agua, plantas y animales. Ellos viven del desierto y de esas
fuentes naturales a través de todo el gran desierto. Ellos guardan el saber de
gran parte de la historia, y son hermanos, pero no de sangre, más bien
amigos de los Fundadores.
_¿¡Los Fundadores!?
_Sí.
_¿¡Los has visto!?
_¿Sabes el Yussa del que tanto habla Auhmehh?
_Sí... su diosa.
_He hablado con ella...- ante el rostro sorprendido de Ram, se giraron
ambos frente a frente aún acostados en la arena, y Ebel contó las mismas
historias que Yussa le había contado. Ram hacía una pregunta tras otra,
hasta que quedó en silencio, escuchando atentamente cada palabra de Ebel.
_...Es fantástico... no puedo creer que esté hablando contigo... yo creía
que mi vida sería dedicada a las ovejas en Villa Thania.
129

_Ram, yo tampoco me creía poder estar hablando contigo y ser tu


amigo. Tú llevas la sangre y hablas las lenguas de mundos que para la
capital, no son más que leyendas!
Ambos quedaron en silencio, mirando la arena. Varios pensamientos
cruzaban sus mentes, tantos, y tantos sentimientos, que pensaban en blanco.
Ebel se sentó y miró al horizonte, donde las fuertes estrellas desaparecían
en lo oscuro del mar.
_¡Qué grande que es el mundo!- dijo Ebel admirado y en voz baja,
tanto que Ram tuvo que hacer esfuerzos para entenderle.
_Sí, muy grande...- Ram se sentó en ese momento. Miró al cielo y
tomó fuertemente la mano de Ebel para que observase rápidamente al cielo.
Una bella estrella fugaz surcó el camino de las estrellas.-...Y el universo lo
es más...
Cuando Ebel giró su cara sonriente hacia Ram, se encontró con su
rostro a centímetros del suyo, y sus labios por sorpresa ya tocándose
mutuamente en un beso que duró unos pocos segundos. Luego Ram alejó
unos centímetros su rostro del de Ebel suspirando, en silencio, un aliento en
dejadez.
_Puede que no lo comprendas, pero en este momento he despertado.
_¿...Hacia qué despertar...?
_...Hacia el amor humano... uno en que no hay límites...- ambos
sonrieron y se volvieron a recostar en la arena. Pronto sus ojos se cerraron
mirando el cielo.

_¡Ebel, Ebel!- decía Ram susurrando mientras lo sacudía rápidamente


para despertarlo. Ebel abrió los ojos y vio que era temprano por la mañana.
_¿Qué sucede...?- preguntó bostezando.
_Hay alguien tras las rocas...- en ese momento Ebel se levantó
rápidamente.- allí, al este...
Ambos miraron detenidamente al este tras las rocas, hasta que el
corazón les palpitó a mil al ver que se movieron dos.
_Ram, coge el palo.- ambos cogieron sus palos y se dispusieron a
atacar a los espías. Lentamente buscaron refugio en las rocas y avanzaron a
hurtadillas por los matorrales de arbustos isleños. Entonces, con una señal
visual de Ebel hacia Ram, saltaron ambos sobre los hombres, a quienes
tomaron por sorpresa y aprisionaron contra el suelo empujando sus cuellos
hacia atrás con los palos en las nueces de sus gargantas. Los hombres
quedaron inmóviles y pálidos ante los gritos y tácticas salvajes por los que
habían optado los dos, dos rasgos muy humanos que tuvieron un oportuno
surgir.
_...Pero... ¿qué es esto...?- se preguntó Ebel en voz alta.- Espera Ram,
no les hagas daño.
130

_¿Por qué, quiénes son?


_...Son athlantes... ¿¡Qué hacéis aquí!?
_¿Vosotros también sois athlantes?
_Sí, ¿pero qué hacéis aquí?
_Venimos en nombre del Rey...
_¿¡Sois guardias del Gobierno del Rey!?
_No, pero esperad, escuchad, buscamos un tal Ebel Konis de Khefis.
_¿Qué queréis de él?- preguntó Ebel.
_El rey lo busca, dará recompensa a quien lo encuentre...
_¿Vivo o muerto?- preguntó Ram.
_¿Muerto? ¿Por qué lo iba a querer muerto?
_¿No lo desea muerto? Muchos rumores han llegado hasta aquí de que
el Gobierno Central lo buscaba por robo y traición a la corona...- dijo Ebel.
_ Eso cambió hace medio año, ahora lo busca el hijo del rey, Talem el
Joven.
_¿Y qué desea Talem el Joven de Ebel?
_Dice que es él quien conoce todo sobre el nuevo mundo, y que es él
el único que puede guiar al reino a través de éste.
Ebel pensó por un momento, y suspirando fuertemente, los puso de
pie. Los llevaron a la nave, donde les convidaron con un poco de agua y de
comida, para que contasen todo lo que sabían.
Pronto los dos se vieron rodeados de todos los tripulantes para
escuchar aquello que debían contar.
_Bueno, por si no lo sabéis- comenzó uno- el rey fue asesinado.
_Primero preséntate, imbécil. …Perdón- dijo dirigiéndose a los demás
nuevamente.- Mi nombre es Awes Thagneis y él es Kone Batrehis, somos
tripulantes del Pohgor, que zarpó desde la capital el mes pasado con veinte
hombres a bordo. Ahora sí; seguramente sabéis que el rey Tatlone II fue
asesinado. El cuerpo estuvo intacto durante todo el día en su habitación,
hasta que el resto de la familia real llegó para ver con sus propios ojos todo
lo sucedido. Su esposa, Kharia, no pudo siquiera entrar por el pasillo, pero
su hijo Talem, de diecisiete años, sí entró a la habitación acompañado de su
abuelo, Kalaefis V, quien por cierto ya está muy viejo. Mientras Kalaefis
rezaba unas palabras por su hijo asesinado, y maldecía el cuerpo
descuartizado del asesino, Talem observó la situación con la mayor
indiferencia posible.
_Dicen algunos que la relación con su padre no era muy buena, y que
puede que hasta él lo haya enviado a matar...
_ ¡Calla!- riñó mientras el otro se encogía de hombros- Lo que
sucedió, fue que al ver la espalda de su padre, los guardias comentan que su
rostro cambió de la máxima seriedad, a una leve sonrisa.
131

_Uno se atrevió a decir que al ver los gráficos que su padre tenía
escritos en la espalda a carne viva, tuvo visiones sobre su pasado, su
presente y su futuro, y eso lo cambió por completo.
_Eso parece ser verdad. Se tienen rumores de que el príncipe discutió
con su madre esa misma noche y rompió todas sus pertenencias de niño,
porque, decían unos, que le gritaba “mentirosa” y “mala madre”.
_Dicen que el príncipe Talem vio su pasado, incluso antes de haber
nacido, o concebido, puesto que vio a su madre con otro hombre en el
lecho de su habitación de veraneo en la montaña. Su padre lo supo, pero
aceptó por diplomacia el cuidado del niño, al que no le dio mucho amor.
_El “Príncipe del Mal-Colchón” lo llamaron las malas lenguas; otros
lo llamaron el “Príncipe que nunca lo fue”, otros el “Príncipe Bastardo”,
entre tantas otras tonterías, pero la voz popular, comenzó a llamarlo “Talem
el Joven”, porque dándole ese nombre, daban a entender que lo querían a él
como próximo Rey de Khefis, y no a un viejo, no a un amargado, no a un
temporal, ni a una adúltera.
_Dicho y hecho, fue coronado Rey, el rey más joven de Khefis en toda
su historia. Talem ordenó cambiar varias leyes que su padre y sus ancestros
habían dictado, y una de ellas fue la famosa: No Salida, abolida el segundo
día de su mandato. Investigó durante una semana casi sin dormir, todo lo
que tenían sobre el Nuevo Mundo, historias y leyendas, pero faltaban todos
los escritos que debían de estar allí, en los Archivos Generales.
_Por ello ordenó no más sabido su paradero desde la Unión de
Guardias, que buscasen a Ebel Konis, la única persona que sabía todo sobre
cómo allegarse al Nuevo Mundo.- en ese momento Jepeu interrumpió.
_Pero ¿para qué lo quiere?
_Nos dijo el mismísimo Rey que admira a esta gente que da su vida
por una causa así, y quiere que aquel que más cerca tuvo toda su vida, lo
guíe por las tierras desconocidas. El rey lo ordenó así, y daba recompensa a
quien lo encontrase y lo convenciese para volver a la Capital.
_Tenemos un escrito firmado por el mismísimo rey en el que jura
solemnemente cumplir con la palabra en la que cree, y que, en un principio
es liberar al Reino de las Islas de su encierro marítimo. Las pistas nos
llevaron hasta este sitio, en realidad, hasta el mar. Allí nos encontramos con
una tormenta en la que lo perdimos casi todo. De los veinte hombres que se
dispusieron a prestarse para el viaje, sólo ocho sobrevivimos a la fuerte
tormenta, y dos días más tarde varamos en estas costas.
_Por suerte os hemos encontrado.
Entonces Auhmehh habló para todos, aunque dirigiéndose a Ebel:
_Dioses dar tormenta para crear encuentro que lleva a la gran gloria de
que Yussa ha hablado nos...
_Tiene razón...- dijo Sawe.
_Quisiera ver ese escrito que decís- dijo Ebel.
132

_No podemos dárselo a cualquiera, podemos buscar entre todos a...


_Yo soy Ebel Konis de Khefis- dijo poniéndose de pie.
_Si eres ese tipo... deberás saber cómo se llama su hermana...- dijeron
con un rostro desafiante.
_Tai Konis de Khefis- dijo seguro de su palabra. Los dos se
disculparon y saltaron de alegría.
_Vamos, a unos kilómetros hacia el norte por la costa se encuentran
los demás, con el escrito. Espero nos devuelvan al Reino, verdad?
_Sí, os llevaremos.

Esa misma tarde, todos se encontraron reunidos frente al barco. Los


marineros arreglaban los desperfectos, calculaban que en unos días todo
estaría listo para partir. Esos días que todos emplearon para reformar sus
objetos personales y la estructura del barco, Ebel los utilizó para pensar
sobre todo lo que le había contado Yussa, y sobre cómo la realidad
comenzaba a encajar en sus narraciones.

Hethis - al Norte de la Capital

_ “Abi banin omam lirym, amlabi doryin, nali mytet ifiss…”- (Ten en
tu mano mi frágil alma, sostenme en tu lecho, dame fuerzas para seguir…)
La estatua de Athalea, diosa de los vientos, brillaba en su esplendor en
el absis blanco, rodeada de laureles. Escoltada de dos águilas a su lado,
talladas con infinita delicadeza. Sus formas femeninas, de ropas mojadas,
frente en alto y peinado atado, athlante, con ruedos de oro, ojos firmes en el
horizonte, apoyada con frágil firmeza en el puño de una larga vara en
punta, una extraña espada, cetro de la diosa de los aires, quien con ella
corta los vientos. Su rigidez facial inspiraba respeto, incluso temor, y su
altura, de cuatro metros, atemorizaba a los humanos que le rendían culto.
Imagen humanoide de los vientos athlantes. Se tomaba con la otra mano de
laurel por la cintura, y permanecía recta frente a sus súbditos. Un jardín
aireado, con pocas plantas, rodeaba el templo circular, infinito, espacioso,
como su verdadero hogar, sitio de culto, de silencio, de grandes ventanales
a los lados, y un pórtico tallado con símbolos, personas y ángeles, escudos
y aves. Sus ojos redondos todo lo veían en el salón, y atenta oía las
pregarias de los humanos.
Las paredes eran de yeso blanco, liso, espacioso espacio, con
columnatas a los bordes exteriores, un templo alto, con guirnaldas vivas y
otras de piedra en los bordes del techo y las iluminadas ventanas, largas
133

hacia arriba, ovoides. En el centro, un diván y una mesilla circular de


mármol ocupaban el espacio. Allí, arrodillada frente a la figura de la diosa,
yacía de rodillas, más bien desparramada, inerte, desmayada y
desesperanzada, Kharia, madre del nuevo rey. Unas lágrimas bordeaban sus
mejillas ante la diosa mientras pronunciaba su plegaria: - nali mytet ifiss…-
En el exterior, tres mujeres caminaban preocupadas por el corredor
columnado, una bajando las escalinatas, observando el verde paisaje y los
árboles floridos. Las tres esperaban al finalizar de los rezos de la mujer
desconsolada a la diosa, que por cierto, no poseía mucha fama de
misericordiosa. Cerraba fuertemente los ojos, hacía fuerza para que la diosa
le oyese y respondiese a su petición, pero no había ninguna repuesta.
_Isbalia kaman sili goudye tamgamta… marni…- (No debo permitir
que lleguen a obtener aquellos mares y tierras… lo sabes…)- decía en su
locura febril.- Isbalia… marni… bar siloy aubeliu…- (No debo permitir…
lo sabes… o todos morirán…)- exclamaba en suspiro moribundo,
despeinada en su flequillo ondulado, rasgada por arrugas que antes no
estaban allí, de ojos pesados, casi ebrios, enfermizos, tomándose las ropas,
esforzándose y rasgándolas como en un agudizante dolor de flecha, o de
parto… unas gotas de sudor incluso brotaban de su frente, y su vestido
blanco no hacía más que postrarla como un ángel revuelto en el suelo,
perdido en la inmensidad, en la desdicha, en la culpa.
Había perdido a su marido, asesinado como un cerdo, y ahora perdía a
su hijo, quien dejaba de quererla por tanta traición, tanta malicia oculta en
las verdades de sus padres.
_¡Balia kaptal, Dara!- gritaba a la diosa (¡Debo detener esto, Señora
mía!)- Balia… balia… aaaaaah!!!- gritó espeluznantemente al final de sus
suspiros como si hubiese visto algo tan terrible que era inimaginable hasta
para un demonio, agarrándose de los pelos, incluso arrancándose algunos
mientras se revolvía en el suelo como una loca enfermiza. Las tres
guardianas la socorrieron entre los gritos, gritos de sirenas, seres
terroríficos que asechan en los peñascos, gritos que se oyeron en las poblas
de Hethis y estremecieron a sus pobladores agrarios. ¿Qué habrá pasado?
¿Qué habrá visto? ¿Qué horror le ha mostrado su diosa? ¿Mostrado? Tal
vez nada le haya sido mostrado, y de entre su perdición, haya oído esas
palabras que una vez, hacía diecisiete años, su marido le había pronunciado
al oído mientras sostenía a su hijo en brazos en la cama del palacio real:
_ “Aceptaré este hijo, Kharia, lo haré, no por ti, ni por el honor de
nuestra familia o el mío propio… lo aceptaré como mi hijo simplemente
por mi pueblo, un pueblo que necesitará un heredero que garantice su
protección, pero bajo la furia de Athalea marco en tu sangre esto que a mí
me pesa, y llevarás con tigo una maldición eterna si por decisión de los
hados esto aquí hoy sellado se corrompe… si así es, dulce Kharia,
deberás…”
134

Entre los brazos de las tres mujeres sosteniéndola, cuando todas


creían que la mujer se había ya calmado de su histeria, nuevos gritos de
espanto nacieron de lo profundo de su ser, horrorizada:
_¡¡Amkami!! ¡¡AMKAMIII!!- Ayúdame, ayúdame, gritaba- ¿¡¡Mutha,
mutha!!?- por qué yo, por qué yo, gritaba en espanto- ¡¡Amkami Dara,
amkami karéy!!- ayúdame, Señora mía, ayúdame a escapar del mal, gritaba
forcejeando, queriéndose escapar de la mujeres- ¿¡Muthu seminam!?,
¡¡amawési!!- (¿¡por qué me haces esto a mí?, libérame!!) gritaba
espeluznantemente, lográndose escapar de las manos de las guardianas, con
lo que tiró todo lo que pudo y tuvo a su alcance; el cojín, el diván, las
guirnaldas, macetas, todo lo lanzó contra las paredes de yeso enloquecida,
allegándose a los pies de la estatua, donde se lanzó como si fuese agua,
llorando angustiada a sus pies, mojando su suelo santo de saliva y lágrimas
amargas.- …amawési…- susurró. Así durmió, durmió durante días, sin
siquiera abrir sus ojos, que plenos de agua salada se cerraron.
Las guardianas la cuidaron en el santuario, cubriendo su frente caliente
con paños fríos, cantándole suaves canciones, acariciándola, calmándola…
todo ello pareció servir. Su mente, ya se aclaraba a las reales ideas, y
fríamente, un día, despertó.

Cabalgó a las tierras del norte, atravesó Hethis como un rayo sin decir
nada, flameando su capa aterciopelada, blanca, apresurando el paso a su
burro. Corrió por el camino de Heire, donde cruzó el poblado de Gadan y
su enorme puente en el río Sagas, toda envuelta de la esencia primaveral
que ella veía invernal a través de sus ojos cristalizados. Cabalgó hacia las
colinas de Iborn, donde en sus penumbres bosques, los sacerdotes de Arian,
el dios de los fuegos, quienes hacían culto al rey muerto, guardaban aquello
sobre lo que durante el viaje, no hizo más que pensar.
La soledad y culpa que envolvía el espíritu de la matriarca,
carcomía su cuerpo, envejeciéndolo a una enorme velocidad con cada paso
que daba el tiempo sobre su piel. Las flores le eran espinas, y los colores
difusos; la luz, no era más que objeto de su ceguera, el aire, no era más que
el veneno de su alma, exhausta, agotada, moribunda. Décadas había pasado
esperando a su marido, a su rey, ofreciéndole incluso la vida… todo
aquello de lo que pudiese ser dueña. ¿Por qué? Ahora se preguntaba ella.
¿Qué le había llevado a tomar semejante traición ante su marido? La moral
estaba por los suelos, pero no por la simple situación de haber realizado
sexo, insensato, con otro hombre, no, en este tiempo, la moral marital no
existía más que cuando se rompía la confianza y el respeto del uno con el
otro. Eso era aquello que le aterrorizaba a la reina: su hijo fue una burla
ante los dioses, ante los escritos a los que su marido rendía culto. Sola,
perdida se encontraba, sin padres, sin marido, y ahora sin hijo…
135

_Vania yente Dara Dariath… yadem…- “Así es como lo ha dicho la


Señora y el Señor… y así es como es”, dijo el sacerdote al bajar Kharia del
burro frente a las puertas del templo. Sin columnas en su exterior,
cuadrangular y muy simple, de techo en caídas laterales, con tímpanos
ardientes, se erigía Zaerian, el Templo del Fuego. Con una mágica
majestuosidad, el sacerdote, de blanco vestido, acompañó de la mano a la
señora reina, quien caminó a paso angelical. Su capa flameó en los aires
mientras subió los escalones, y revolvió un enorme acolchado de hojas
caídas del bosque que yacían en todo el suelo de los alrededores, volando
en naranja como miles de mariposas.
En el interior, una puerta metálica, forjada con los fuegos de las
montañas, permanecía cerrada al día, ya que era santuario sagrado, cámara
central del templo, escoltada por dos farolas de antorcha viva, que guiaban
hacia otras más pequeñas por los lados, a los pasillos contiguos, sede de
sacerdotes. Cuatro puertas en total había en la cámara central, y en cada
una, los fuegos fundieron diferentes formas, diferentes seres, guardianes de
la flama sacra. Los sacerdotes recibieron a Kharia en el gran salón, bajo
tierra, donde se extendía larga una mesa rectangular y filas de galerías
repletas de textos y algunos libros. En la punta sentaron a la recién llegada,
que esparciendo frialdad a su paso, secó por un momento la humedad de las
paredes que hacía del aire una neblina pesada. Tomó asiento, y a su lado un
sacerdote, el mismo que la había recibido, con los codos sobre la mesa,
como rezando a alguien que viviese en el aire que le diese las justas
palabras para la ocasión. Enfrente, del otro lado de Kharia, otro sacerdote
se sentó, de brazos cruzados, esperando que el primero acabase aquella
especie de ritual, bajo la fría mirada de la reina. Ni una mueca prolongó en
la longitud de su rostro durante toda la charla, como si más que una
humana, fuese un ser diabólico, que desposeía un alma.
_ Sentimos todo lo ocurrido, señora mía, la muerte de su esposo fue un
gran golpe para todos nosotros…- comenzó al final.
_ Gracias por la cordialidad, sé que Tatlone tenía un gran afecto a la
devoción de Arian y concretamente a los sacerdotes de este templo. Tanto
fue así, que sé que aquí dispuso de su voluntad…
_ De eso es de lo que hoy tratamos… su voluntad, que es la nuestra-
dijo mientras ella clavaba una vacía mirada en los ojos del sacerdote.
_ Siga…
_ Sabe bien que si esto sigue adelante, Khefis desaparecerá de los
mapas del planeta en que vivimos. No podemos permitir que los deseos de
una secta, ideas que su hijo comparte, lleven a la perdición de todo este
maravilloso reino que fue creado a duras penas por los humanos de la isla.
_ Todo esfuerzo es honrado por los que rigen el reino…- dijo en una
mirada perdida.
136

_ Ante todo, majestad, está el pueblo, él será quien nos lleve a la


buenaventuraza, pero para ello debemos tomar parte en los asuntos que
rigen sus decisiones. Los agricultores no pueden decidir sobre el futuro del
país… Si no solucionamos esto, todos moriremos. Tatlone lo sabía, por
ello, en caso de su muerte, como desgraciadamente hemos observado los
hados han correspondido a sus visiones, te otorgó el deber de acabar con la
tarea.
_ Tarea que no por ser divina dejo de aborrecer…
_ Tarea que de no ser divina, aborrecería a toda la nación…
Unos mudos gestos en los tres dieron sentido de aprobación. El
segundo sacerdote se paró primero e invitó a la reina hacerlo también.
Ambos la guiaron hacia el pasillo principal, el cuadrangular, donde se
hallaban las puertas. Un sacerdote siguió caminando, mientras el otro
acompañó a la reina hasta una de las puertas de hierro. Introdujo en el
centro de la misma una llave similar a un árbol invernal, y la hizo girar. Su
esfuerzo ejercido sobre la llave, provocó los sonidos de las correas
metálicas del interior que destrababan la puerta y la abrían. El sacerdote la
empujó, y entonces, pudo ver la luz del centro: las paredes rodeadas de
antorchas, y en el centro, señalada por seis caminos de piedra desde un
vórtice circular de agua, para apagar las flamas en caso de su expansión, y
otra canaleta más pequeña, de aceite, que mantenían encendidas las flamas.
La pira del centro, espectacularmente diseñada, de piedra, acero, hierro y
bronce, representaban en sus pilares las batallas de la creación y el
obsequio del fuego eterno, la pira de Arian, con su flama eterna, roja,
naranja y amarilla, totalmente viva, iluminando la sala como un mismo sol,
y dando calor a toda la fría y húmeda galería templaria. El calor y el humo
se escapaban por un círculo abierto en la cúpula que se extendía sobre la
pira, y allí dentro, por ende, podía respirarse un aire tibio y tremendamente
espiritual, potente, y con una fuerza sobrehumana.
Por la puerta frontal, ahora entraba el otro sacerdote, con paso lento, al
mismo que la reina, ambos, uno de cada extremo, aproximándose al fuego
sacro. Ella flanqueada por la soltura de su capa, y él sosteniendo a la altura
de su pecho un cojín con algo envuelto y cubierto de fina seda.
_...Saldorin…- (observas la pira sagrada), dijo extendiendo en V sus
brazos al cielo.
_...Saldoram…- (la observo)
_...arkalien takam Tatlonis dágaka…- (así sobre su podio coloco el
testamento de Tatlone)
_...Sadoram…- (observo la pira sagrada)
_...Isdarin ammeret knogisi dauriis nyat...- (no permitas que los
hombres corrompan la sentencia de los dioses)
_...Au isdaram tàn…- (no lo permitiré jamás)
_...Garta tabninam…- (la sagrada flama en acero te entrego)
137

_...ath dágakata endiram…- (y este sagrado testamento entrego al


fuego)
_...athbari vantal magtalath, gek dir yendir ath hir yetir, yeistonyu...-
(y si en caso contrario lo dicho y jurado, aquello que el fuego queme y el
viento se lleve, no sea cumplido…)
_...linte, say marnyu taii, au gedirr diréy, au haerr hiréy ath au belik
Athlanis dotáat. - (…el pueblo, el mundo hoy conocido, arderá en fuego,
volará en aire, y morirá en las profundidades de Athlan.)
El sacerdote se acercó a Kharia y entregó aquello envuelto sobre el
cojín bordado de oro en seda roja. Tomó aquel paño recto, envuelto a
conciencia, y ambos quemaron en la flama sacra el corto testamento a
Kharia por Tatlone:
“… y llevarás contigo una maldición eterna si por decisión de los
hados esto aquí hoy sellado se corrompe… si así es, dulce Kharia,
deberás…”
Kharia se inclinó ante el sacerdote, y sin decir ni una sola palabra,
estando todo muy bien entendido, se lanzó a las afueras del templo, en
plena noche, cogió su asno y cabalgó, galopando con una fuerza increíble,
oculto en su saco bordado aquello ofrecido por el viejo, bendecido y
protegido desde hacía quince años en nombre del rey muerto, y siguió
camino recto hacia el sur, hacia el este, por el camino de Dohr, camino que
paralelo al Sagas, buscaba las costas hacia donde nace el sol, al este, donde
yacía Khefis.

La madre: el cáliz de los hombres

Kharia cabalgó sin parar durante los siguientes días por las costas del
río. Entrando a la capital, que brillaba ya desde las colinas más lejanas
hacía unas horas, ahora se veía elegante, enorme, indiferente a todo cuanto
los sabios y reyes ya se preocupaban por sus futuros. La gente seguía
tranquilamente cosechando, sembrando, cultivando, pescando,
construyendo y criando, a expensas de lo sucedido en el gobierno central,
la vida para ellos seguía, y mientras el sistema diese vistos de seguir en pie,
a ellos no les importaba. Entraba por la calle de Dohr, una de las
principales que unían el centro de la ciudad, en la primer isla, con el norte
de la isla en su totalidad, una de las más importantes médulas del país. Allí,
los guardianes observaron quién era aquella persona con gran detenimiento,
hasta que en darse cuenta, sin murmurar nada se dedicaron a acompañarla a
138

su lado, escoltarla hasta las puertas del palacio, tal y como lo decían las
normas del Palacio Real.
Muchos en las calles se inclinaban para saludarle, y ella no emitía más
que falsas sonrisas, no porque odiase o repeliese al pueblo, sino porque no
sentía en su alma ánimo de sonrisa ni respeto, era simplemente un saco de
huesos y carne que aun respiraba.
Habiendo ya cruzado los dos puentes principales, llegó a las puertas
del palacio, a un lado del gran Palacio, lleno de gente que recorría las
afueras y sus plazas, tramitando, paseando, trabajando, y realizando todo
aquel tipo de trabajos o acciones que se ejercían en aquella isla central. Se
bajó del asno delante de las grandes escalinatas, y comenzó a subir
lentamente, pero con un cierto aire de velocidad, sujetándose el vestido
para no pisarse y tropezar, abriéndose camino entre gente elegante, a
quienes no saludó, sin mirar a la belleza de sus alrededores, aunque muy
conocida ya para ella, postró la mirada en la gran puerta de madera que
abierta se veía tras las columnas gigantes de piedra, y allí entró sin decir
nada. Sabiendo todos quién era, permitieron su paso a las escaleras
internas, por las cuales subió hasta el piso de la realeza, donde se
encontraban las bibliotecas y salones reales, salas de extrema lujosidad y
belleza, altas y elegantes; pero ella no buscaba exactamente eso, buscaba el
tercer piso, donde se encontraban los despachos reales y el jardín del
temple real a las afueras, sobre los otros dos pisos visibles. Allí, entre el
verde de los arbustos y las hiedras, entre fuentes de agua cristalina,
caminos de piedra blanca y columnas, capillas abiertas, hechas solo de
techo y columnas, y estatuas de reyes y dioses, allí, paseando, Kharia pudo
ver a su hijo.
Quedó anonadada, como cualquier madre, con una sonrisa de orgullo
casi invisible, intentando escapar a ese rostro frío y desolado; se apoyaba
en el marco de la enorme puerta, bajo la mirada de algunos guardias que
escoltaban al rey joven… Mas éste caminaba en solitario, tomándose por
las manos en la espalda, pensativo miraba el suelo y sus pies, se tambaleaba
levemente sobre ellos, y miraba al cielo, estirando su cuello como si le
doliese por haber dormido mal.
_...Mi hermoso niño… es todo un rey…- se dijo en voz baja para sí.
Talem suspiraba, pensaba en las responsabilidades que ahora tenía en
su mano, gobernar a todo un reino no era tarea fácil para un joven de
diecisiete años; había perdido a su padre, quien supo que no lo era, su
abuelo había vuelto a la región del golfo, en el oeste, su madre estaba lejos,
en un estado enfermizo por la situación vivida, y el resto de su familia, no
más hacía que intentar quitarle el trono. Él simplemente, al igual que aquel
joven que se escapó y que mandó a buscar en el Mar de Tierras por
marineros y otros que no lo eran, deseaba explorar nuevos horizontes que le
hiciesen ver una luz de esperanza dentro de la oscuridad que su familia le
139

había demostrado. Nada era verdad de todo aquello que veía, y gobernar a
su pueblo era lo único que le quedaba, pero, así y todo, si para él en estas
tierras ya nada tenía sentido, veía a su mismo pueblo como un estanque de
peces mojarras, que jamás salen de su charco, y sus vidas dependen
simplemente de que el charco no se seque, permanecen eternamente igual,
repitiendo día tras día la misma acción, sin poder escapar de ese pozo, sólo
que para Talem, ese pozo de agua era de tierra, y la basta tierra que a las
mojarritas rodeaban, era el inmenso mar.
Volvía a suspirar y miraba la ciudad por los balcones… siempre igual.
_ ¿Qué hace?- preguntó Kharia a un guardia sin alejarse mucho de la
puerta.
_El Rey Talem pasea todos los días por el jardín,…piensa…- aclaró.-
¿Desea que le diga que está usted aquí, majestad?
_No, no le diga, por favor, no quisiera romper su silencio y borrar sus
ideas… Ya lo veré más tarde.- dijo entrando.

Talem volvió a suspirar, pero esta vez, como la última. Se volvió hacia
la puerta y se encaminó sin decir nada, más que dándole unas palmaditas en
el hombro a uno de los guardias, y subió las escaleras hacia los baños y su
cuarto, el cuarto real.
El guardia del pasillo, vestido diferente que los demás, ya que servía y
cuidaba las habitaciones, por lo que vestía de colores claros con mayas y
simples sandalias, abrió la puerta del cuarto, que enorme se vio de repente.
Talem se sentó en su cama, preparándose para cambiarse de ropa. Un rey
no podía vestir en todas las ocasiones de la misma forma. El joven llevaba
la toga típica de un interior familiar y de confianza, pero al dirigirse al
senado, o al gobierno, o al palacio, o al mercado, o al pueblo, para todos
estos sitios, tenía ropas diferentes, incluso para entrar a los templos o
bibliotecas. Se quitaba las sandalias de cuero, cuando miró a su lado una
sombra.
_ ¿¡Madre!? ¿¡Qué haces aquí!?- dijo poniéndose rápidamente de pie.-
¡Me has dado un susto de muerte!
_ ¡Lo siento hijo, lo siento, no quería hacerlo, es que estabas tan
concentrado allí abajo que decidí esperarte aquí arriba! ¡Siéntate, por favor,
siéntate… déjame verte… un mes que no te veo… tenía tantas ganas de
verte… estás muy guapo como rey! Te sienta perfectamente…- decía
acariciándolo y tomándolo de las mejillas con las palmas de sus manos.
_A veces creo que me sienta demasiado grande, madre…
_No… esto es lo normal, no te preocupes, a todos les pasa lo mismo al
ser nombrados reyes…- decía con una pequeña sonrisa.- Estoy muy
orgullosa de ti…
_No lo estés, soy rey porque mi…- balbuceó en lo que quería decir-
…Tatlone… fue asesinado…
140

_Pero el pueblo podría haber elegido a otro, con mucha más


experiencia que tú, y no, no lo hicieron, te eligieron a ti, porque eres un
alma tan buena que los dioses mismos te desearían como hijo…
_... ¿A qué has venido, madre?- interrumpió a los halagos de Kharia.
Ella suspiró profundamente volteando la cabeza hacia un lado, eludiendo el
rostro de su hijo, mirando perdidamente el suelo.
_He venido en nombre de tu padre, hijo…- dijo poniéndose de pié y
dándole la espalda mientras daba unos pasos hacia delante, con la cabeza
gacha.- Tú padre en cierta forma siempre supo que pasaría esto… Él… él
siempre supo la verdad, aunque no la aceptaba del todo… me sabe mal
hablarte de esto.
_No, por favor, madre, sigue- dijo poniéndose también de pié.
_...él sabía que su vida estaba en riesgo, y que tú asumirías el poder, y
guiarías tu pueblo… pero…
_¿Pero qué?- su madre se quejó con sonidos labiales, sosteniéndose el
rostro con una mano mientras sostenía su codo con la otra, cruzando su
brazo por su pecho, intentando equilibrarse, queriendo evadir un dolor de
cabeza.
_...pero… él no sabía una cosa, aunque la descifró en forma de
comentarios al respecto de los hados…
_Madre… ¿¡de qué me estás hablando!?
_¡¡Estoy hablando de los sectarios!!
_ ¿Sectarios? ¿Quiénes son?
_Sabes bien que aquí hacemos culto a ciertos dioses, y que todos
rinden culto a aquel que más le conviene, los pescadores a Athlan, los
ganaderos a Karea… pero ellos no hacían más culto que a un hombre, un
simple mortal… ese mortal fue el que nos llevó a las tierras de la oscuridad
y promovió muertes bajo el nombre de nuestra familia real. Hace ya
doscientos años de ello, y las familias en defensa de aquel hombre, en
contra de las familias conservadoras del reino, se unieron bajo un mismo
nombre, y fueron llamados por el senado sacerdotal como Sectarios, los
cuales, decían unos, ya a su poco tiempo de formación, habían
desaparecido de la faz de la tierra. Taham Shia Khomobis, un regente
anciano, representante de los sectarios en las islas, pactó con tu mayor
abuelo un trato que jamás, nadie, ni siquiera el senado o el gobierno
central, supieron. Tu tatarabuelo, como rey, pactó sobre mano la vida de los
sectarios a cambio de que ni uno quedase en las islas del reino, ya que para
todos, habían sido exterminados. De esta forma, mantuvieron el secreto que
calmó a las familias bienestantes del reino, y mantuvo la no enemistad de la
familia sectaria. Cada una década, aquel Khomobis, Taham, se acercaba a
la capital encubierto, para hablar con el rey. Hasta que un día ocurrió lo
inesperado.-dijo girándose hacia él.
_...- el joven hizo un mortuorio silencio, expectante.
141

_El rey había muerto. Pero el viejo no lo sabía. Las comunicaciones


con los sectarios no existían, ninguno recibía información del otro excepto
cuando se encontraban en el salón personal, bajo nosotros, por lo que
simplemente dio papel de audiencia con el rey bajo seudónimo de
“Sacerdote de los fuegos”, y así pasó. Al pasar, se encontró con tu
bisabuelo, quien al observar a aquel viejo, lo recordó de joven, cuando lo
había visto por primera vez en una junta gubernamental, a sus nueve años,
y supo, entonces, que aquel viejo era Taham, el Khomobis. Tu abuelo gritó
y pronunció destierro, y encarceló al viejo por traición al reino de las islas.
En las tierras donde éstos habitaban, al norte, en las últimas tierras
conocidas, esperaron una semana a la vuelta del viejo, y en no volver,
supieron que algo había sucedido. Fueron exiliados antes de que la mano de
la ley llegase, y poco a poco desaparecieron incluso de las tierras del sur.
Nadie supo a dónde migraron, pero tu bisabuelo, siempre supo que no
debía confiar en su real lejanía:
“_Ojos te serán vistos y en nadie podrás creer, la fuerza de los mares
sea en tu nido cuando de hijo impune veas en trono, y la señal de los cielos
traeré por mi mano para que de su padre nazca el ardor humano que os
lleve al exilio de la vida…”- pronunció el viejo al ser juzgado cara a cara de
su inculpador.
_ ¿Qué significa eso, madre?
_ ¡El viejo maldijo a la familia de tu bisabuelo… nos maldijo!- decía
cerrando los puños con enorme fuerza, enrabiada.
_ ¿Y acaso tu crees en el poder las maldiciones de un viejo, madre?
¡No seas ingenua!
_Jamás he creído en aquellos humanos, ni una sola palabra de la que
decían, todas parecían embrujos para el reino… pero, hijo… esto dicho, fue
así. Y era tu padre quien lo supo… Fue secreto de familia y jamás contado
a nadie del gobierno, sólo aquellos célibes que custodiaban las puertas del
dios Arian fueron avisados de los acontecimientos. Allí, la maldición fue
explicada a los dioses, pero no fue Arian quien respondió.- bajó la mirada,
entristecida- el día en que se forjó la ceremonia ante el dios de fuego,
donde se pedía en la pira la reversión de esta maldición, una fuerte
tormenta acechó la isla y apagó todas las piras del templo, menos la central,
la flama sacra. El viento, hijo mío, el viento fue quien respondió, y sus
guardianas leyeron en Hethis el mensaje entre los remolinos de polvo que
alzó aquel verano. “Entregadme en Dorya al hijo del trono sin sangre, y
detendré la maldición de la Luna Oriental.”
Talem oía atento y dudoso todo lo que decía su madre, postrada en
tristeza y arrugas, ojeras y exhausta.
_Hijo, tú sabes ahora tu verdadera historia, tal como dijo la diosa, hijo
del trono sin sangre… tú no eres de la realeza, pero reinas, eres tú quien
142

debe ir conmigo a Hethis a rendir culto a la diosa y detener la maldición,


detener las muertes del reino!
_¡Pero de qué muertes me estás hablando madre! ¿¡Qué muertes del
reino!?
_...Por favor, acompáñame mañana mismo a Hethis, debemos ir ante
los pies de Athalea… y rogar la salvación ante Dorya, lo debemos hacer,
hijo, o algo terrible sucederá.
_¡Explícamelo!
_Sólo podré hacerlo ante la diosa, compréndelo, Talem,
compréndelo…
Talem agachó la cabeza y asintió. Su madre le convenció para que se
dirigiese con ella en asno ese día siguiente hasta los aposentos de Athalea
en Hethis, donde ofrecerían “en Dorya al trono sin sangre…”
Kharia le abrazó fuertemente y le dio tres besos, en las mejillas, y
suavemente en la frente: -…Te quiero hijo mío, te quiero con todo mi
alma…- susurró a su oído, y lentamente se marchó a los cuartos de la reina
en el palacio.

Cabalgaron toda la mañana y la tarde a través de planas y bosques,


bordeando el río Sagas y cruzando los puentes hacia el centro, donde se
extendían las tierras de Hethis. En la colina se veía ya el templo circular, y
a sus pies, disperso por la plana, las fértiles tierras que alimentaban a los
poblados, Hethis, cientos de casas blancas sin un orden lógico que sin
temor a nada se extendía por los verdes prados.
Sin detenerse en la ciudad, fueron por el camino foráneo hacia los
templos, aún escoltados por guardianes del reino. En el primer
asentamiento templario, los burros y los guardianes fueron obligados a
permanecer en la espera. Los dos, escoltados por cuatro sacerdotisas de
elegantes trajes y paños blancos y amarillos, subieron por las escalinatas
hasta el templo de Tir, donde bebieron fresco agua que salía del interior de
las montañas, manantial del sacerdocio. Allí descansaron durante unos
segundos en los que no hubo casi ninguna palabra. Talem caminó de un
lado a otro, y su madre permaneció sentada todo el rato con el baso en la
mano, bebiendo tranquilamente. El aire era pesado, algo caluroso, y entre
las sacerdotisas podía respirarse cierto aire de tensión, como si a su
alrededor se estuviese formando una tormenta eléctrica que planeaba
disparar contra la misma ciudad y prenderla fuego. Una brisa de aire, que
refrescó los brazos desnudos de Talem, no fue más que un mensaje para las
sacerdotisas, quienes dijeron: -Taali pen…- (es momento de subir a la
cumbre).
Los seis subieron por las escalinatas hasta el templo circular. Allí
estaba Athalea, como siempre, imponente. Todas se inclinaron, menos
Talem, quien la miró fijamente a los ojos, aunque altos se encontraban. Las
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sacerdotisas desaparecieron de la vista de ambos, dejándolos solos frente a


la diosa.
_Dime, pues, madre, ¿a qué me has traído aquí?
_El mundo está bajo el mando de los reyes, y los reyes son el cerebro
de los mundos… Pero hay veces que los reyes no son los justos para un
mundo en concreto.
_¿Qué insinúas?
_No insinúo nada, hijo, digo lo que los dioses dicen, y lo que tu padre
oyó. “Bajo el trono de un rey sin sangre, el mundo se extenderá a los
confines, y cuando el negro y el blanco iluminen el camino de un mundo
nuevo, las islas padecerán las penumbras de los océanos ante la fuerza de
los continentes”
_¡...!- exclamó sin decir nada y sorprendido.
_Palabras de Mael, guardián de los saberes del Sol, quien advirtió
sobre los peligros de abrir las puertas nuevas.
_¿Hablas del Canal Medio? ¿Qué maldad puede haber en explorar
nuevos horizontes?
_Si los pueblos se extienden por los continentes desconocidos, se
crearán nuevos reinos, hijo mío, y los hijos de los reyes rechazarán el reino
de Khefis. Dicen que fuego caerá de los cielos, y que los océanos arderán
en brasa hasta que las aguas, furiosas, traguen las islas hasta sus abismos
más oscuros… ¡Los mundos de las islas desaparecerán! Todos moriremos
si no se sellan aquellas puertas. Tu padre decía que todo lo que hacía era
simplemente por el bien de nuestro pueblo, y no le importaba nada más…
hijo mío, te ruego que no abras esas puertas… por nuestro pueblo!
_Ya están abiertas madre, y yo no seré digno de vivir bajo unas
insensatas habladurías de viejos que jamás conocieron más que sus tierras
circundantes. El mundo es muy grande como para escondernos en las islas.
_¡Si los Fundadores escogieron las islas por algo fue! ¡El resto del
mundo está maldito! ¡Sólo aquí podemos vivir en paz, rey mío! No
provoques a los dioses, te lo suplico!- dijo arrodillándose ante Talem y
tomándolo de sus túnicas.
_Lo siento madre, pero como tú misma dijiste, cada uno rinde culto al
dios que se le es cercano, y yo no rendiré culto ni al viento ni al fuego, sino
a la Luna y al Sol, quienes nacen en el Nuevo Mundo.
_¡¡Por favor, acepta las palabras de los dioses!!
_¿¡O qué, madre!? ¿¡¡Cual será su objeción al respecto!!?- Kharia se
puso de pié. Puso su rostro serio y se secó las lágrimas de las mejillas. Giró
su cara y caminó en dirección contraria a Talem. Suspiró profundamente y
volvió a hablar, esta vez, sin titubear y tartamudear en nervios, fría como
hasta aquel momento antes de comenzar la charla con su hijo. Talem la
observaba desolado, sin comprender nada, pero a la vez, creyendo tener
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todo el control sobre la situación, al verse único cuerdo en esa sala y, tal
vez, en todos los templos de Hethis.
_Tu padre supo que algo así sucedería… que tú rechazarías el
renunciar al Nuevo Mundo, tierra de bastardos y oscuros…
_Madre… ¿por qué idiotez hablas de esta forma!?- gritó al final
incomprendiendo la situación y las palabras de su madre.
_...Fue por eso que tu padre…
_¡¡Él no es mi padre!!¡¡Estoy harto de que lo llames así!!- dijo rojo en
furia.
_¡¡Habiendo sido o no tu padre en los aposentos nupciales, no implica
que no lo haya sido durante tus diecisiete años, jovenzuelo!!- gritó
enardecida acercándose a su hijo como una fiera. Lo miró fijamente a los
ojos y el ambiente se tensó. Volvió a su postura inicial mientras desprendía
sus ojos de los de Talem como si estos estuviesen clavados los unos a los
otros.- …tu padre… se dirigió al templo de Arian, donde escribió un
testamento. El testamento hablaba sobre las posibilidades de que esto
sucediese, con lo cual marcó unas pautas a seguir si esto no era contrariado
por las fuerzas de los dioses. Arian, en la ceremonia de petición, sólo
aceptó una parte: “si aquel que sin sangre no aceptase las plegarias de los
grandes ni rechazase sus deseos por el bien de su pueblo, una daga
forjada bajo el fuego de Arian marcaría una maldición para la familia del
rey que derrumbaría todo lo conseguido más allá de los límites del reino”
pero, una vez forjada la daga sobre la cual el rey debía jurar devoción al
fuego y permanecer en las islas, Athalea levantó la mano, y pronunció una
objeción sobre Dorya…
_¿Quién es Dorya?
_Dorya es la daga sobre la cual pesa la maldición, maldición que debe
ser revertida. Dorya cayó de su pedestal junto a la flama eterna, única flama
que no se apagó de todos los fuegos que había allí esa noche, y ellos
tomaron juntos la decisión… pronto fue cambiada la palabra de Arian,
quien la ofreció a la diosa de los vientos, aquella que ves a tus alturas,
frente a ti- dijo señalándola.
_¿Qué decisión fue aquella que tomaron?
_Nadie lo sabe, los dioses hablan entre ellos pero no tratan con los
humanos. Solo los sacerdotes fueron capaces de oír aquello que había sido
decidido. Arian quedó tapado por la majestuosidad de Athalea, quien tomó
las riendas de la situación, y despojó al reino de su maldición, la maldición
de Dorya. Ella dijo que, así libre como los vientos, los humanos deben ser,
pero sólo de una forma el mundo no caería bajo las aguas del Athlón.
_¿Cual es esa forma…?
_...La diosa… Athalea misma…- decía temblando mientras
comenzaba a largarse en llanto- … puso una condición al reino, a tu
padre... petición que tu padre susurró a mi oído el día de tu nacer…
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Recordaba entonces…: “… y llevarás contigo una maldición eterna si


por decisión de los hados esto aquí hoy sellado se corrompe… si así es,
dulce Kharia, deberás…”, y estallaba en llanto mientras se apoyaba, débil,
en la pared… ardiendo en tremendo dolor, temblando, deformando su
rostro en una especie de mezcla sentimental en la que él ya no pudo
reconocer a aquella mujer que creía conocer.
_ ¿¡Qué pasa, madre!?- gritó desesperado acercándose a ella.
_ “Deberás…, deberás…”- decía en voz baja, cayendo sus lágrimas al
interior de la boca, envolviéndose en un sabor salado y amargo, húmedo,
que la hacía estremecerse de asco y dolor.- ¡¡Athalea, esa inmunda arpía!!-
gritó mientras se giraba loca, como una leona, a una espeluznante velocidad
aterradora, que asustó a Talem, al ver esos dientes rojizos en sangre por la
presión de sus encías que cortaron filamentos por los nervios de la mujer,
labios sin forma, finos, faltos de amor, con una nariz arrugada ante los ojos
fantasmales, redondos, casi fuera de sus córneas, mojadas sus arrugas de
lágrimas, tanto así que brillaba su piel como sus ojos; su cuello, así como
sus brazos, esqueléticos, postrados en un torso curvo, casi jorobado, ni su
vestido ahora parecía claro, sino que se teñía de su misma oscuridad
interior. Sus manos recorridas por venas hinchadas que rodeaban los huesos
de los finos y apretujados dedos, roja la mano derecha por su fuerza y su
velocidad, sujetando en su mano un brillo metálico que a una velocidad
aplastante rozó el vientre de su hijo. Un corte en las ropas blancas que las
manchó de rojo oscuro, un rasguño en su panza, que creó un tajo sangriento
que hinchó al joven de un terrible ardor y luego a un profundo dolor.
Manchada de sangre, empuñada en su mano, la daga de platino.
_...Dorya…- dijo Talem con rostro de espanto, con los ojos llenos de
lágrimas, sosteniéndose de pie, atónito.
_¡¡Esa horrible arpía ha mandado a una madre a hacer lo peor, lo peor
para una madre!! ¡¡Malditos sean los hados y malditos sus dioses!!- gritaba
desconsolada mientras caía al suelo.- ¡¡¡Bruja de los aires!!! ¡¡¡Jamás me
verás matar a un hijo!!! ¡¡¡No lo haré!!!
_¡¡Madre!! ¿¡¡Debías matarme!!? ¡¡Quién demonios te envía a
escuchar a un hombre que dice hablar con el viento!! ¡¡Paranoica te postras
en los suelos de una diosa que no es más que una estatua!!
_¡¡No juzgues a los dioses en su existencia… júzgalos en sus actos…!!
¡¡¡Crueldad divina!!! ¿¡¡¡Por qué!!!?- gritaba roja en furia y bañada en sus
aguas saladas.- ¡¡Jamás!!- repitió- ¡¡Jamás me verás matar a mi hijo!!-
arrepentida de lo que había hecho, rozar siquiera con Dorya la piel de
Talem, rogaba a su hijo la perdonase por semejante demencia, de la que
totalmente se cargaba en culpa.- Loca me he visto por oír las palabras de
los que realmente lo eran… ¡pensé incluso poder cometer semejante
atrocidad! …de la que ahora me arrepiento… ¡¡¡Caiga tu maldición,
Athalea de los vientos, caiga ante mí, mas jamás me verás vivirla!!!
146

En ese instante, con la misma Dorya, Kharia empuñó la punta


ensangrentada hacia ella.
_¡¡No madre, no lo hagas!! ¡¡Te perdono!! ¡¡Tú me has salvado!!
_Lo siento hijo… pero si yo vivo… la maldición de la diosa caerá
sobre ti también…- caliente el metal platino se introdujo en el estómago,
rasgando su interior cada vez más ante la presión de ambas manos. Talem
se lanzó espantado sobre su madre para quitarle la daga que ahora formaba
parte de su cuerpo, y en medio de un charco de sangre que crecía
incansablemente, irremediable, Kharia cayó a los brazos de su hijo.
Un hilo de sangre rozaba sus labios finos, y sus ojos blancos miraban
sin punto fijo hacia arriba, mirando más allá de la cúpula. Entre los gritos y
los llantos de Talem, que se había olvidado de su dolor físico, entre tantos
dolores que ahora le acarreaban su alma, abrazó a su madre, de quien
últimas palabras escuchó en un tono sordo y gutural:
-…Te quiero… mi Rey…- entonces, el llanto de su hijo no fue más
que de luto. Los ojos de su madre, así como su respiración y los latidos de
su corazón, se fueron perdiendo en la inmensidad del aire y el susurrar de
los altos vientos. Desfallecida en el suelo ensangrentado, observada por los
ojos fríos, sin alma, de su hijo, lleno de tristeza, pero envuelto en ira,
quedaban por doquier los despojos de una diosa, dispersos en pedazos,
simplemente por el sonido de un viento alto.
_ ¡Guardias!- gritó fuera del templo. Las sacerdotisas, horrorizadas por
lo visto, ambos ensangrentados, la reina en el suelo, muerta, aún tibia en su
piel, y él débil, sin sentido, borracho de ese aire que le envolvía. Con sus
córneas perdidas, ordenó a los guardias del rey en una voz casi mortuoria y
lenta:- …Destruid todos los templos de Athalea en la Gran Isla, en especial
éste, hacedlo trizas y lanzad los restos al océano, lejos, donde nadie los
pueda ver… Esta historia, hoy mismo, ha acabado para todo Khefis…-

Su madre, aquel mismo ser del que somos prolongación, parte; nido de
la vida, ser que más allá de cualquier cosa ama a sus hijos, había sido
obligada a deshacerse de él, matar a su congénito, a su propia luz de vida,
su razón de ser. Años esperaron aquel momento bajo la mirada de los
dioses, bajo la mirada de los sabios del fuego, bajo la mirada de un rey
desesperado que honraba a su nación, y todos ellos pusieron en las manos
de la única persona más cercana a un hombre, el destino del mismo y de
toda una nación. Los hombres, en su frialdad de conciencia, en su
conciencia de deber, harían cual fuese la acción pedida con tal de rendir
culto a los dioses, al superior, o a su simple honor, llegando a extremos
inimaginables para obtener esa medalla, ese brillo en la palabra de la
historia y trono ante los amados dioses. Los sacerdotes, los guardianes de
los elementos, ciegos habían sido a pesar de la luz de sus templos,
encerrados aprendiendo y sabiendo sobre la vida, obedeciendo a aquellos
147

que la crearon y formaron, pero sin si quiera jamás, haberla vivido. Los
dioses, aquellos seres magnánimos a los que sus súbditos daban forma,
enviaban los mensajes y profecías a los oídos de los sabios, hablaban entre
ellos, y creaban entre ellos; todo cuanto había dependía de los seres que no
se veían, pero que allí estaban… Los dioses, los dioses del universo y del
mundo, habían creado el amor humano, lo habían formado y perfeccionado,
lo habían moldeado a las diversas situaciones, pero jamás lo sintieron en
piel. Creadores que no gozan de sus creaciones, son capaces de
quebrantarlas si es necesario para el bien y el orden, pero, a pesar de su
sabiduría, de sus fuerzas y poder, fueron torpes a la hora de tomar una
decisión: poner en las manos de una madre, la vida de un hijo. La madre, el
ser humano más magnífico de todos, siendo y sabiendo en conciencia que
lo es, ni en la más terrible locura, ni por el máximo deber encomendado por
los dioses, sería capaz de matar a un hijo, y ese fue el gran error de los
sabios y los grandes del mundo, porque la madre, es copa de vida de sus
frutos…

Esa semana, hubo silencio en el país. La familia real y los


representantes del gobierno se dirigieron a la gran despedida, el entierro de
Kharia en los Campos Infraterrenos de las afueras de la Capital.
Talem lloraba en silencio tras las ropas de duelo, envuelto en rojo y
amarillo, como casi todos allí presentes, con mantas sedosas y brazaletes
platinados. Él, con una corona dorada, fina y poco llamativa, sobre un
palco, de pie, rodeado de los más grandes representantes de todas las
regiones de la Gran Isla. Todos se acercaban y daban una hoja del árbol
isleño al rey, señal tradicional de pésame. Talem pensaba confusamente en
aquellos instantes en que las palabras de los gobernantes parecían
balbuceos de bebé a sus oídos. Estaba sordo y ciego. “Los dioses le habían
querido matar a través de su madre”, ¿qué maldad tan grande era aquella?
Supo, pues, que aquellos dioses no eran dioses, eran vanas interpretaciones
de los absurdos sacerdotes, representantes de la naturaleza. Insolentes.
Ignorantes. Faltos de razón.
Su madre había muerto por protegerle de una maldición inexistente, de
puras habladurías sin sentido, y todo por salir de las islas mayores. Pensó,
pues, “aquel que haya pretendido que un humano restará esperando a su
muerte sin saber qué hay más allá de lo que ve, se equivocó al haberle dado
la razón, puesto que la razón humana lleva a buscar ese paisaje anhelado de
lo inconciente”.
_Tu madre ha muerto orgullosa de ti, mi Rey, espero rindas culto a su
deseo…- dijo uno entre tantos que hablaban al pasar.
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_ ¿...Y cual cree usted que es su deseo…?- preguntó sin mirarle a los
ojos, como asustado, pero seguro.
_El bien del pueblo, mi señor… el bien de la sociedad que usted
gobierna.- dijo acercándose al rey.
_Su deseo, mi señor, era que yo viviese y fuese rey, simplemente, lo
demás, sólo le concierne al Rey, que es su deber, no importa más que eso, y
sólo a mí debe importarme el pueblo, no a mi madre…-
_...Lo siento, no quería ofenderle… lo siento…- dijo retirándose
mientras agachaba la cabeza.
Durante la ceremonia de entierro, en que el Rey colocaba flores y un
cristal sobre la tumba abierta del fallecido, los gobernantes esperaban de
pie, detrás, rodeado el ambiente de cientos de personas monocromadas de
naranja rojizo. Entre la muchedumbre, un hombre se acercó a los
gobernantes, sigiloso y en silencio. Tenía un aspecto duro, de facciones
muy rectas, encapuchado, y con unas enormes cejas. Por detrás, y sin
tocarlo, susurró algo al oído de aquel gobernante que se atrevió a darle
consejo al rey, y éste, con una amarga seriedad, afirmó en voz baja para
este intruso:
_Sí, avísales… esto está en nuestras manos…- y se incorporó sin ver
cómo aquel hombre se alejaba de la ceremonia por los caminos adversos al
principal.
El Rey mantenía firme sus decisiones, y ante la presión de tantos
cambios prontos, su cabeza volaba en pensamientos de determinaciones
casi dictatoriales al respecto de su país. Todo parecía caérsele de las manos.
Era un joven, un niño para muchos, que gobernaba por cuestiones de
estricta necesidad momentánea, no tenía idea de cómo era gobernar, ni de
la importancia que tenían las palabras que los mayores tenían para todas las
situaciones, tal como la vivida en estos últimos días. El poder lo
representaba él, pero quien sujetaba la vara del mando, eran los
gobernantes y sacerdotes a su alrededor. El país, ante ojos invisibles, se
estaba desmembrando, y la sociedad pedía explicaciones al gobierno, un
gobierno que aún no se decidía a tomarlas. El joven Talem, era la estatuilla
que cuidaba del cofre, antes de que los saqueadores la derrumbasen y
volviesen polvo.

_Señor mío, ¿desea usted que cancele todas las citas de esta semana?-
preguntó su secretario personal y, ahora, mejor amigo.
_No, no se preocupe, haré lo que haya que hacer. Ya me dirás.
Recuerda que para dentro de dos días hay que preparar una comitiva de
bienvenida, comida, reunión, todo debe ser impecable y justo, ya que
vendrán nuestros invitados más especiales…-
_Señor… le recuerdo que el gobierno no está muy de acuerdo con esta
visita, lo ven una amenaza contra el pueblo.
149

_No, Tremi, amigo, no lo son, son la luz que abrirá nuestro futuro. Las
alianzas con la gente del norte y las gentes de las nuevas tierras, no darán
más riquezas y felicidad, y nos llevarán a horizontes jamás soñados. Ellos,
y no los dioses, son la esperanza de nuestro pueblo.
_...- Tremi emitió una sonrisa, temerosa, tanto que temblaron sus
piernas, ya que aquella última frase, era una tremenda y bestial blasfemia.-
Iré a la recepción, si me lo permite, señor, tal vez me necesiten…- dijo
evadiendo cualquier tipo de conversación al respecto.
_Sí, ve, tranquilo, yo estaré aquí, encerrado, como siempre, a la espera
de la luz…

Los honores

El barco de Yefu se adentraba en la bahía de la capital. Majestuoso,


recibido por los guardias como auténticos héroes. Escoltas los guiaron por
el puerto hasta la calle principal, donde todos los observaban de una forma
extraña, con miradas despectivas y dudosas. Todos se encaminaron por el
camino guiado hacia los majestuosos puentes del centro.
Sawe, Auhmehh y Ram se vieron fascinados por la maravilla de la
capital, centenares de personas caminando por sus calles, era como haber
unido todos los pueblos que habían conocido en su vida y unirlos en uno
solo, era todo una maravilla para estos extranjeros del mismo país. Para
Ebel, era volver a ver una imagen turbia, borrosa de su pasado reciente, que
le mostraba nuevamente una cárcel la cárcel donde había nacido, a pesar
de que esta vez, la celda se había abierto.
Sintió la necesidad de gritar a todos lo fantástico que era el mundo que
habían descubierto y sus sabias gentes. Observó a los ciudadanos,
campesinos, y pudo ver su ignorancia monótona, no era su culpa, así los
habían criado y educado, pero él sentía que muy en el interior, todos tenían
un cierto deseo de conocer y experimentar nuevas sensaciones fuera de lo
conocido. Más pensaba por su amigo y sus padres, y su bella hermana, de
quien esperaba poder ser bien recibido y acompañado hacia las nuevas
tierras. Deseaba mucho para su gente, más aún para los suyos, no quería
que su hermana caminase por el mismo sendero en el que su madre se
había sumergido.
150

A pie se dirigieron hacia el palacio del gobierno, donde en el gran


salón los esperaba con grandes cordialidades y comitiva política el rey
Talem el Joven.

_Bienvenidos a mi hogar…- dijo tímidamente, casi como un niño al


verlos entrar por la puerta. Se puso de pié y todos se inclinaron frente a él.
Los guió a sus asientos y él se colocó en la punta. Sin encontrar las
palabras justas, comenzó: -¿Habéis tenido un buen viaje?
_Oh, sí, claro, muchas gracias por preguntar, majestad- respondió
Jepeu.
_Decidme… buen hombre… ¿de qué tierras son vuestros
acompañantes?- preguntó señalando a los tres desconocidos del reino.
_Pues, permítame presentarle a Auhmehh, que es de las tierras de los
oasis del este, en la gran tierra seca, un gran humano de la tierra
desconocida. La bella Sawe es de las tierras de Elektria, comerciante,
majestad, renunció a su legado de líder de su tribu para corresponder a
nuestra causa.- El rey hizo un gesto amistoso hacia ella, de aprobación.- A
su lado, mi rey, tiene a Ram, habitante del Tagokk, y de la familia de los
Khomobis.
_ ¿¡Khomobis!?- se sorprendió con gesto muy expresivo.
_...Así es…- dijo dudoso Jepeu, como asustado por lo que aquel
nombre podía generar en la Gran Isla, pero el rey respondió con algo que
calmó los nervios de todos en la mesa.
_Es un placer conocer a alguien de la Familia… Y dígame- se giró
mirando a los otros tres junto a Jepeu.- ¿Quién de ellos es Ebel Konis?
_...Yo, majestad…- dijo levantando la mano tímidamente.
_Admiro tu coraje- decía como pensando todo aquello que decía,
dándose cuenta Jepeu que el traje de rey, es decir, su cargo, le pesaba
demasiado.- Me hubiese encantado ser yo quien se lanzase a vuestras
aventuras, pero así lo han querido los dioses…- prosiguió poniéndose aún
más recto en su alta silla real- Haremos honor a los dioses cumpliendo su
voluntad divina, vosotros nos guiaréis al Nuevo Mundo, y yo, desde mi
cargo, os abriré el paso a todo aquello que necesiten para engrandecer
nuestro precioso reino hasta más allá de donde nace el sol.- se puso de pie
ante las sonrisas de los visitantes- …Seguidme, por favor.
Todos se pusieron de pie, y aquellos guardias, políticos y sacerdotes
del Senado que estaban allí presente, escoltaron desde atrás a los honrados
visitantes encabezados por el rey. Su capa rojiza flameaba por el pasillo
principal mientras los blancos y dorados de su toga brillaban con el
contraste de las luces que se adentraban por las hendijas y ventanas de las
habitaciones.
Dos guardias en los pilares de un enorme portal, un ventanal que
guiaba a un enorme palco, guiaron de una forma muy recta, protocolaria, a
151

los principales personajes de esta jornada: el Rey, Ebel, Jepeu, Sawe, Ram
y Auhmehh se postraron asombrados estos cinco últimos en el palco, ante
aquello que vieron, espectacular, majestuoso. En la plaza principal, casi sin
verse el suelo marmolado, una multitud de cabezas cubrían la enorme plaza
de Athlan, quien sobre aquel pilar enorme parecía gobernar un mar de
gente que se movía lentamente como las olas. Todos allí, convocados por el
Rey, para un discurso multitudinario, el discurso que abriría las puertas al
mundo nuevo para todo el país.

_ ¡Pueblo de Khefis! ¡Vuestra presencia nos honra de una forma


inmensa, nos llena de alegría al gobierno y a los llegados extranjeros! ¡Os
presento a los grandes expedicionarios que fueron más allá de las Islas, más
allá del desierto, y más allá de las deformes tierras, extranjeros que llegaron
hasta más allá de donde nace el Sol!
Un murmullo colectivo invadió la plaza en asombro.
_ ¡Ellos liberarán a los ciudadanos de las islas, a nosotros, mi querido
pueblo, nos liberarán de esta prisión a la que llamamos Khefis! ¡Abrirán los
mares y nuestras costas crecerán hasta los confines del mundo! ¡Más
riquezas llegarán a nuestras casas, más belleza, más vida, nuestros hijos nos
lo agradecerán! ¡Siglos los athlantianos esperaron encerrados en las islas, a
la vista de un vestigio de luz infinita, más allá del mar, donde nuestras
vidas creciesen y la sabiduría estuviese al alcance de todos; y hoy, pueblo
mío, nosotros os lo podemos dar! ¡Todo cuanto habéis querido se os dará
en el Nuevo Mundo! ¡Ya no hay razón por la cual ocultarse, ni vivir
aferrados al campo de las afueras, por el mundo, hermanos míos, el mundo
entero nos pertenece!
Todos saltaron en una euforia total, cantos de alegría y elogios al rey y
los visitantes. El pueblo estaba enormemente contento, feliz ante las
palabras del joven rey, todos lo querían, lo idolatraban a pesar de su edad.
_ ¿¡Qué me decís, hermanos!? ¿Queréis el mundo?
_¡¡SI!!- gritaban eufóricos.
_¡¡Pues yo os daré el mundo!!- gritó contagiado por las masas,
extendiendo sus brazos, saboreando por primera vez la gloria de ser rey. El
poder y el carisma se habían transformado, desde ese momento, en partes
de su propio cuerpo.
Volvió hacia atrás y tomó las manos de sus compañeros. Las alzó por
los aires y gritó: _¡¡Ellos os darán el mundo!!
Luego de un momento en que todos saborearon aquello hasta más no
poder, iluminados por un radiante sol, saludando al pueblo desde semejante
palco real, ante una multitud desenfrenada de alegría ante las palabras del
rey, volvieron dentro del palacio, donde descansaron y comieron.
152

Ebel, a la mañana siguiente, se dirigió a su hogar. Caminó por las


estrechas calles de la urbe foránea, solo, mezclándose con los demás, sin
querer llamar la atención. En aquellas calles, temprano por la mañana, la
gente, los hombres, salían ya de sus casas para ir al campo a trabajar.
Vecinos que ni siquiera le reconocieron al pasar, cargaban bolsas en su
espalda y herramientas en las manos, con la cabeza gacha por sueño.
Pensó en qué podía decir al llegar a casa, qué les diría a su familia, qué
razones y explicaciones daría ante todo lo sucedido y aquel semejante
abandono que había hecho para con los suyos. ¿Estarían enfadados? Se
preguntaba… ¿qué es lo que debía decirles? ¿Cómo empezar? Para
entonces, ya se encontraba delante de la puerta, dispuesto a golpear, cuando
de repente se abre de par en par. Frente a él, su padre, con un rostro serio,
casi indiferente, pero sorprendido, tal vez, perplejo por la repentina
situación. No decía nada ni movía un solo músculo, por lo que Ebel se
dispuso a hablar.
_...Hola papá…
_...- suspiró fuertemente.
_ ¿Puedo pasar…?
_...nhm…- dijo en un tono nasal, agachando la cabeza y dando un paso
hacia atrás.
Ebel entró hasta la cocina, que era parte del mismo comedor luego del
recibidor, y se encontró a su madre, sentada, de espaldas a la puerta, a
punto de levantarse para recoger las cosas que había por el suelo de detrás
de la cocina. Parecía resignada, triste, estaba encorvada y sin peinar, casi
débil, sin fuerzas para levantarse del asiento.
_Mamá…- pero al oír esta palabra, se giró y lo observó no más de un
segundo. Supo que era su hijo al oír su voz, y pareció recobrar todas las
fuerzas, corriendo hacia él en llanto y abrazándolo fuertemente. No podía
soltarlo, estaba triste y contenta a la vez. Los gritos de alegría que emitió al
abrazarlo, despertaron a Tai, quien en darse cuenta de la situación, se lanzó
sobre Ebel tocándolo, procurando que no era un sueño aquello que estaban
viviendo.
Las dos lo sentaron y lo rodearon. Su madre frente a él, sentada, y Tai
arrodillada, con sus manos en las piernas de su hermano, mirándolo,
admitiendo que aquello era real.
_Puedo explicar porqué me fui tan repentinamente… yo sólo…
_No importa, hijo mío, no nos des más explicaciones, simplemente
deseábamos esto, que estés vivo, ya no teníamos esperanzas, creíamos que
habías muerto o te habían matado; para nosotros tu presencia ya es
demasiado.
_Pero… papá sigue enfadado… él sí necesita explicaciones.
153

_..No me las des…- dijo acercándose a la mesa, sin mirarlo.- No me


hacen falta tus explicaciones, da igual lo que haya pasado antes, tu madre
tiene razón, lo importante, es que estés vivo.
_Siento no haber hecho lo que me pediste papá, lo siento de verdad, lo
he pensado mucho mientras viajaba o me encontraba solo por las noches.
Pensé constantemente en que tal vez hubiese sido mejor que nada de esto
hubiese sucedido, y que yo te hubiese hecho caso, debería haberme
quedado… pero… allí afuera, en el mundo, he encontrado aquello que
necesitaba, la vida misma, la libertad, encontré gente como yo y seres
fantásticos.- decía cada vez más alegre y explicando a sus padres todo lo
que sentía en pocas palabras- He vivido sensaciones que jamás hubiese
experimentado aquí, he visto pueblos, gentes, diferentes de nosotros, con
culturas y formas de vida muy diferentes, otras lenguas, otros animales,
otros paisajes y otras formas de pensar. Aún queda por descubrir, y eso es
lo que el Rey nos está ofreciendo, ser nosotros quienes lo descubramos.
Dicen que podremos quedarnos con grandes extensiones de tierras, y
podremos montar allí nuestro propio mundo!
_Ebel, eso es fantástico!- decía Tai abrazándolo llena de alegría.
_Lo es, hijo mío, estás consiguiendo todo aquello que siempre
quisiste, y estamos orgullosos de ti.- decía su madre tomándolo fuertemente
de las manos.
_Cuando encontremos aquellas tierras, os llevaré conmigo, os daré
tierras propias que cultivar, tendréis casa, una enorme casa, seréis dueños
de propiedades en el nuevo mundo, todo un reino, un país, para nosotros, os
lo podré dar, todo cuanto deseéis!
_...Agradezco tu oferta, Ebel- dijo su padre cruzado de brazos y
girándose hacia él.- Pero no podemos aceptarla.
_¿Por qué no, padre?
_...Lo que has conseguido- decía mientras tomaba asiento-…es
aquello que tú deseaste, tú deseas ese cambio, esa vida de conocimiento,
deseas que todos vean cuanto descubriste y viviste, y está bien que lo
quieras compartir… pero eres joven, y no te das cuenta de una cosa: que no
todos somos como tú. La mayoría estamos bien como estamos, esta vida es
cuanto conocemos, hijo, no puedes pretender que a nuestros años la
abandonemos así sin más, simplemente por el mero placer de conocer
nuevos horizontes.
_Pero papá, allí podréis rehacer para bien vuestras vidas, hay muchas
cosas que…-
_No, hijo, no, no logras comprenderlo, es tu vida la que crearás en las
nuevas tierras, tu madre y yo seguiremos aquí, con Tai.
_Tai debería venir conmigo, ella es joven, y merece cambiar.
_Ella tiene su vida aquí, con nosotros, en esta isla, aquí está segura,
conseguirá marido, se unirán y tendrán hijos, no es su vida…
154

_¿Cómo puedes saberlo?- interrumpió su madre.- No puedes


determinar el futuro de nuestra hija.
_Querida, así es como debe ser…
_Así es como los ancianos dicen que debe ser. El mundo del que Ebel
nos habla, dará oportunidades a nuestra hija.
_...Es verdad, papá, allí en las islas del norte, la mujer tiene el poder en
la familia, Tai merece dirigir su vida, como las mujeres de Elektria.
_No veo bien que esto cambie así… ¡Te vas un día, vuelves cuando se
te da la gana, y ahora pretendes cambiar nuestras vidas, y robarnos la única
hija que queda con nosotros!
_¡No pretendo arrebataros nada, padre, jamás, siempre pretendo daros
más aún!
_No sabes qué es dar, Ebel, no tienes ni idea… Tú sólo quitas…
_¡Kon, ya basta!- gritó la mujer, entristecida.
_Lo entiendo, padre, te entiendo perfectamente. Veo que no sabes
aprovechar las oportunidades que los hados dan a tus hijos, no puedes
pretender que tú nos guíes en toda nuestra vida!
_¡Callaos!- interrumpió Tai- Ebel tiene razón, el mundo que está
descubriendo es para todo Khefis, no sólo para aquellos que se atrevieron
desde un momento, sus recursos, sus esperanzas, todo es compartido desde
su primer momento y nos pertenece en cierta forma, yo misma iría si Ebel
me lo ofreciese, porque es lo que un día desearía- dijo a su padre.
Lentamente, luego, giró su rostro y cuerpo hacia Ebel- …Pero no ahora…
Papá tiene razón, hermanito, no es momento de abandonar nuestras vidas,
porque son tal cual las vivimos. Los dioses nos la dan de esta forma,
porque en su voluntad está que aprendamos en este papel de humanos, hay
que esperar a sus llamados para abandonar aquello que nos dieron.
Nuestros padres, no pueden dejarlo, y yo, al menos aún, tampoco…
_...Entiendo…
_Lo importante es que has vuelto, y ahora, por estos momentos, estás
con nosotros, estamos juntos, como toda familia debe estarlo.
Su padre, aún distante, aceptó lo dicho por Tai, y todos así lo hicieron.
Las dos mujeres de la casa se vistieron, y Kon, sin decir más que “hasta
luego”, marchó al trabajo.
Ese día, Tai y su madre conocieron a Sawe, Auhmehh y Ram, quienes
acompañaron a Ebel y su familia al mercado de las afueras. Se podía
respirar entre todos un aire liviano, limpio, alegre, todo marchaba tal como
se había dicho. Pronto dejarían la isla y se lanzarían a los nuevos mares y
las nuevas tierras.

_¡¡Héroe perverso!!- se escuchó entre la multitud un grito exagerado.


Ebel no logró distinguir de dónde vino, hasta que de repente, se llevó un
155

gran susto. Alguien lo cogió fuertemente de la muñeca y volvió a gritar. Él


creyó verse en peligro… pero:
_¿Samé? ¡¡Samé!!- gritó abrazándolo de repente con una gran alegría,
riendo a carcajadas. Era su amigo, su compañero, aquel que le había sido
fiel hasta el último momento.
_¿¡Dónde te habías metido todos estos meses!? Yo estuve
preocupadísimo… y no sólo por ti! ¿Sabes que por tu culpa me he pasado
meses en la clandestinidad?? ¡¡Ni por las calles grandes me atrevía a
pasar!! He vivido atravesando callejones para no cruzarme con nadie que
me pudiese reconocer como amigo del convicto!!- reía a carcajadas- ¡¡Días
debajo de la cama he pasado!!
_Bueno, agradece que nunca te encontraron, o sí que hubieses acabado
mal, en un calabozo, sin cama, sin baño, te habrías meado encima!
_¿...de miedo…? ¿¡Quién te dice que no lo he hecho!?- rió a
carcajadas junto a su amigo.
Poco a poco, parecía que todo volvía a la normalidad para la vida del
joven al que todos ahora llamaban aventurero; su familia, sus amigos, el
gobierno y el nuevo mundo, eran sus deseos, hechos realidad.

El gobierno mismo se preparaba en buenos augurios, guiados


esperanzadamente por Talem, quien promovía avisos y fiestas por toda la
Capital y el país, honrando a los visitantes y afirmando ante la población
que las cosas cambiarían… y no sabía bien él cómo.

_Mi Rey- dijo Karak, un diputado gubernamental nacido en el oeste,


de ahí un nombre tan rudo. Se acercaba con paso sinuoso a espaldas del
rey, quien se postraba en su jardín, a lo alto, como siempre lo hacía,
observando desde atrás a la ciudad entera, pensativo. Las aves surcaban el
cielo y podía oírse la música en algunos barrios desde allí. Talem se giró
con una gran sonrisa, y dio dos pasos hacia su delegado en el Senado.
_Dime…
_Se le ve contento, majestad.-
_Sí, lo estoy, y mucho, todo sale a pedir de boca.
_...Ya… Debe de tener en cuenta una cosa, mi señor. Se ha precipitado
en hablar con el pueblo entero sin dejar respiro a las Familias.
_¿A qué te refieres?
_Las Familias benestantes de la Capital y toda la isla, mi señor, ya han
enviado misivas en respuesta a su conclusión y decisión al respecto de este
tema que nos acarrea a todos.
_Y ¿qué es lo que han dicho?
_Piden urgente cita con usted, majestad, creen que lo ha hecho de una
forma no muy uniforme al gobierno.
_¿Tú crees lo mismo, Karak?
156

_...Bueno, señor, el Senado ha devatido hoy su decisión, y la verdad


no es muy apropiada para los tiempro que corren…
_¿Qué tiempos corren…?- dijo dudoso, casi mirándolo de reojo.
_Pues, la pérdida del Rey, tu padre, luego la de la Reina, ahora el
gobierno de… un joven rey, incomprensible para muchos, y vuestras
precipitadas acciones con respecto al nuevo mundo, majestad, todo ello
crea discordia entre la población y el gobierno.
_Estamos al avismo de una grave respuesta por parte de la
población… ¿cree usted?
_No lo sé, majestad.
_¿¡Acaso alguien ayer u hoy de todo el pueblo se ha quejado de mis
decisiones!?- exclamó irritado.
_...Bueno…
_No hablo de los Mifis y los Akaostis, hablo de la gente del pueblo…-
dijo extendiendo sus manos hacia Karak en espera de respuesta.
_...No, señor…- Talem se vio triunfante y dio un giro hacia atrás, el
momento en que el hombre retomó la palabra luego de ese silencio.- Las
familias grandes de Khefis son el pueblo, majestad…
_…¿Qué ha dicho?- dijo girando el rostro.- ¿Acaso ha desprestigiado a
las familias que nos rodean y nos dan de comer? ¡A ti, amigo, te alimentan
a ti y a mí!
_Comprendo su posición, majestad, usted es joven, y cree que lo
bueno es preocuparse por la población baja, pero no son ellos quienes
pueden desestabilizar nuestro sistema, son precisamente a los que usted
pretende eliminar de su camino!
_ ¡Ellos simplemente se quitan de él! ¡Son niños, como yo, no saben ni
tienen una más mínima idea de aquello por lo cual se quejan! Sus padres,
sus abuelos les dijeron, les contaron historias absurdas acerca del mundo, y
ahora se las creen, como si fuesen sabios! …No, Karak, no dependemos de
unas pocas familias. El mundo es muy grande, y ellos son muy pequeños
como para desestabilizarlo.
_...Pero señor…
_Así se ha dicho, y así será… ve a responder mi decisión a las
Familias, y si necesitan algo más, que vengan y me lo reprochen a la cara.-
dijo temblando, casi sin saber en lo que se podía meter al decir eso.
_...Así lo haré señor, como usted ordene… pero recuerde, desde hace
meses le advertimos sobre esto…- se acercó a sólo centímetros de su perfil,
y al oído, casi susurrando, le dijo:-…Los dioses sean con vos, majestad…
Talem, el Joven…- Talem caminó hacia delante, eludiéndolo.
El hombre giró rápidamente su paso y se encaminó hacia dentro. Al
llegar a la puerta, sin mirar hacia atrás, se detuvo al lado de un hombre que
lo esperaba. Simplemente inclinó su cabeza hacia el hombre, que no movió
un solo músculo, y siguió adelante, dentro del templo gubernamental. El
157

hombre comenzó a caminar por el sendero principal, hacia el palco donde


se hallaba el rey, vestido de oscuro violeta, casi cubierto del todo, caminó
entre los guardias aligerando el paso. Se descubrió el lado derecho de la
capa y un brillo iluminó las paredes y columnas sin techo por el reflejo del
sol. Desde la otra punta del jardín, un grito exaltó a todo el mundo e
inquietó al Rey:
_ ¡¡Detenedle!! ¡¡Quiere matar al Rey!!- los guardias, exaltados,
corrieron hacia el hombre. Éste ya había sacado una daga de su manto y
apuntaba salvajemente a Talem, quien se apoyó contra el muro, sin saber
qué hacer, duro por el terror, congelado. El sudor corrió por su rostro y la
piel se le tornó de gallina, sentía ese metal frío dentro de su cuerpo,
rasgando sus órganos, o simplemente, morir aplastado en el suelo al
lanzarse por el palco. Su mente quedó en blanco, y no podía pensar en
nada. Cuando la daga rosó su pecho, una mano cogió de la capa al hombre,
al regicida, un guardia, que impidió que la daga empuñada cometiese más
que aquél rasguño a las ropas blancas del rey.
Todos se lanzaron encima y lo apresaron.
_¿¡Está usted bien, majestad!?- preguntó un guardia acercándose a él.
_Sí, sí, encárguese de lo que tenga que hacer, enciérrenlo.
_¡Vayan, vayan, quítenlo de nuestra vista!- gritó el viejo que se
acercaba por un lado, tomándolo por los hombros a Talem y dándole un
abrazo. Era su abuelo, agitado, quien había advertido sobre el asesino.
Los guardias se retiraron con el hombre atado y apuntado con las
dagas reales. Talem se apoyó en el palco, agitado, con el corazón
palpitando fuertemente, sudando y con jaqueca. Sus ojos no paraban de
moverse, parecía estar entrando en un shock o arritmia. Su abuelo lo colocó
en la sombra, allí se sentó, y comenzó a respirar con más tranquilidad.
_Tranquilo, hijo mío, tranquilo.
_...Esto… era de suponerse, abuelo.
_Debiste de habértelo imaginado antes de cometer semejantes
tonterías en tan poco tiempo.
_¿Tú también estás con ellos?
_Yo vivo por el pueblo, pero también me preocupo por ti, por mi
familia. Sabías bien que todo esto podía comportarnos problemas.- Decía
mientras lo envolvía entre sus brazos.- No debiste precipitarte, ahora sabes
que el gobierno y las Familias están en tu contra, ¿pretendes que en un
futuro no muy lejano, el pueblo también lo haga?
_...Ellos no lo harán…-
_Deberías saber que sí. Tu padre debe de haberte explicado las
historias que…
_Ya sé todas las historias, abuelo… pero no creo en ellas… creo en la
libertad del nuevo mundo.
158

_Ilusiones, barbaridades… ignorancia… Que tú no creas en ellas, no


significa que no sucedan.
_Nada de lo que dicen tiene sentido…
_El sentido, hijo mío, es algo que no existe en la vida… nosotros lo
creamos, y nosotros… lo destruímos…- Talem miró a su abuelo levemente
a los ojos. En ese momento, un filo plateado, frío, entró por un lado
rasgando la piel en un terrible ardor, entre las costillas, hasta llegar al
pulmón y el corazón. Los ojos de Talem se vuelven enormes y brillosos. Su
rostro, de temor, de dolor, de sorpresa, quedan perplejos, mirando a su
abuelo, quien sostiene el puñal de la daga triangular.
_¿...pero… por qué…?- preguntó con la boca llena de sangre, agitado,
y sin respiración, manchando su toga blanca de un rojo oscuro y espeso, así
como a las ropas de su abuelo.
_Habías llegado demasiado lejos, hijo mío- decía con lágrimas en los
ojos-. Pusiste en tu contra a los más importantes del país…- hablaba con
voz temblorosa y quebrada-, esto podría haber hecho que el mundo
cambiase totalmente, guerras entre el pueblo y las Familias, entre el
Gobierno y todos, hubieses creado un caos… alguien debía poner fin…
_...- los ojos de Talem comenzaban a desorbitar, sin sentido, aún
oyendo a su abuelo divagar.
_ “Para que todo esto se detuviese, Athalea ordenó que debía matarse
al primogénito del rey muerto, quien nos llevaría a la perdición…” todos en
el gobierno lo sabían, Talem, todos, y deseaban matarte, hasta tus amigos,
tus consejeros, todos! Hoy mismo las Familias con ayuda del gobierno
desaron hacerlo- decía con lágrimas que caían como catarátas hasta sus
labios-…Pero ellos no sabían una cosa…- comenzó susurrando al oído de
Talem- …Arian dijo: “Sólo la muerte de su sangre por manos de su sangre
romperá la maldición de los cielos”… por eso debía matarte yo… el único
que aún queda vivo con tu sangre!- En ese momento, Talem tomó fuerzas y
cogió a su abuelo por la funda del cuello acercándolo a su rostro, ambos
quedaron frente a frente, ojos con ojos, su abuelo envuelto en lágrimas, y el
joven, ahora, en ira. Y dijo susurrando, agitado y balbuceando:
_...Hay otra cosa que el gobierno no sabía, ….abuelo… Cuando mi
madré se quitó la vida por mí, ella estaba embarazada de Tatlone… tu
hijo… la verdadera familia real murió toda… porque hay algo que tu hijo
jamás confió a su padre del todo…
_...- El viejo comenzó a desesperarse, su rostro se horrorizaba de una
forma espeluznante.
_...Tatlone… no era mi padre… ni tú... mi abuelo!- en ese momento,
el cuerpo de Talem se desvaneció sobre la falda de aquel viejo desesperado,
anonadado, envuelto en escalofríos, con los ojos rojos en lágrimas, el rostro
mojado y arrugado, perplejo. Sus manos se separaron del joven y quedaron
colgadas en el aire. Su aire y corazón se agitaban, y en ese momento un
159

grito espeluznante salió de su garganta. Los guardias corrieron hacia ellos.


Desde la plaza central pudo oírse aquel grito aterrador; la gente y
consejales se giraron hacia la casa de gobierno, sorprendidos, todos en
silencio, sin saber lo que había ocurrido.
El viejo quedó con mirada perdida, las córneas rojas y bien abiertas,
asustado, sin darse cuenta de que los guardias lo habían rodeado. Los
líderes de gobierno que se acercaron, llevaron al viejo a cuestas hasta
dentro del palacio, donde lo sentaron.
_...No era de mi sangre… no lo era…- repetía sin mirar a nadie, con
lágrimas en los ojos, temblando, mirándose las manos, abiertas, como
garras rojas. La maldición no recidía en la sangre de aquel joven que ahora
yacía muerto, yacía en la trampa que cuidadosa y torpemente había
tramado el dios Arian… pero… ¿era el dios mismo quien en contra de
Athalea, juró venganza a quienes rendían culto a su hermana loca,
confundiendo a los humanos, a los hombres de la ciudad, y llevándolos a la
perdición, una perdición que ya no tendría salida… o eran los sacerdotes
los propulsores de estos hechos tan terribles?
Khefis, supieron los sabios del gobierno ante las palabras del anciano,
desde ese día estaba perdida.

_Nadie debe enterarse de lo sucedido… el pueblo no debe saber la


verdad de esto.
_Debemos callarnos, ni siquiera el Senado debe devatir esto como una
traición de los dioses y la muerte del mismo rey por manos de un familiar.
_¿Quién diremos que lo mató?
_Un desconocido, no identificado, diremos que vino de otras tierras,
podemos echarle la culpa a aquel negro que vino con los visitantes en el
barco, todos lo creerán culpable.
_No lo creo, será fácil descubrir que no fue él. Todos oímos los gritos
de un hombre blanco y desesperado.
_Pudo tranquilamente haber sido su abuelo quien gritó,- afirmaba otro-
quien se desesperó al ver el cuerpo ensangrentado de su nieto, eso no sería
del todo mentira.
_ Es mejor echar la culpa directamente a aquel que amenazó con
matarlo en un primer momento.
_No podemos, es un criado de la Familia Meiehis, las Familias se nos
volverían en nuestra contra y tomarían el poder del palacio central.
Debatían los sabios del consejo alrededor del viejo perdido en sus
pensamientos y desesperación, quieto, mirando el suelo, con la boca media
abierta, encorbado, apoyado sus brazos en las piernas, aún observando las
palmas de sus rojas manos, manos y ropas llenas de sangre virgen. Pero de
pronto rompió el silencio y acalló a los demás, quienes lo observaron.
160

_...La culpa es de aquellos visitantes que pusieron en peligro nuestra


nación, ellos son los culpables del regicidio, y ellos serán aprisonados.
Todos se miraron entre ellos, y aprobaron la determinación.
Los mismos guardias que custodiaron el cuerpo del rey, fueron
obligados a cumplir juramento de silencio, y enviados a buscar a los
visitantes.
Inmediatamente se pusieron en marcha. Corrieron por el palacio hacia
las afueras. Se subieron en las corrientes públicas y se dirigieron hacia las
afueras de las dos islas circulares. Mientras tanto, Ebel, Tai, su madre y sus
compañeros de viaje, caminaban por el mercado y las calles de la ciudad
mostrándole a Sawe, Ram y Auhmehh cómo era vivir en esta magnífica y
gran Capital.
En la casa de Sabiduría, en la segunda isla, dentro de aquel enorme
temple helénico, Jepeu fue sorprendido por un guardia que le arrestó y lo
acompañó hacia los calabozos de las afueras.
En el mercado, la gente abría paso a los apresurados guardias, que se
lanzaron sobre Ebel y los suyos. Dejaron a un lado a su hermana y madre,
quienes luchaban por conseguir liberarlo de los guardias. Todo el mundo se
detuvo a ver lo que sucedía.
_¿¡A qué viene esto!? ¿Qué hacéis?- gritó Ebel mientras lo ataban por
las manos.
_Estáis detenidos por asesinato.
_¿¡¡Asesinato!!?- preguntó exaltado Ram.
_...Sois condenados a prisión por asesinato y cómplices de regicidio.
_¿¿...Regicidio…?? ¿Qué es eso?- preguntó Sawe.
_¿¡¡Regicidio!!? ¡Pero eso es imposible! Honramos al Rey Talem,
jamás podríamos haberlo matado!
_¡Han matado al Rey!- gritó un ciudadano, lo que provocó estruendo
en el mercado.
_¡¡Es imposible!!- gritaba la madre de Ebel- ¡¡Ellos estuvieron toda la
mañana con nosotros!!
_Lo siento… ¡apártese, señora! El Senado así lo ha determinado.
Entre forcejeos, preocupación y abucheos de unos y otros allí
presentes, fueron llevados al mismo sitio que Jepeu, a los calabozos, sitio
que Ebel ya conocía de antemano.

Ninguno se explicaba la situación en la que se encontraban. Presos,


prisioneros de algo que no entendían ni nadie se dignó a explicarles. Fueron
todos encerrados en diferentes celdas: Ebel y Ram en una. Jepeu y
Auhmehh en otra, mientras Sawe, por ser mujer, fue puesta en una ella
sola. Había unas literas en malas condiciones, y el suelo era húmedo, un
sitio casi abandonado por la falta de uso.
161

_Comed esto- dijo un guardia dándoles un plato de verduras y cerales


a cada uno por entre las rejas.- el Primer Ministro dice que os merecéis una
sóla comida al día. Procurad que os dure.- acabó y ya marchaba.
_¿Primer Ministro? ¿Qué es eso?- preguntó Jepeu desconcertado al ser
la primera vez que oía hablar de esto. El guardia se giró sobre sí
dirigiéndose a responder la pregunta mientras juntaba algunas cosas que
había dejado en el suelo, mantas y platos de pan seco.
_El Ministerio Real nombró al más capacitado para llevar a cabo las
tareas del Rey. Lenué Yataris es ahora el Primer Ministro de Khefis.
La puerta del calabozo se cerró, y la luz que veían desde arriba, se
convirtió en un simple hilo de luz, junto a los leves destellos claros que
bajaban de los respiraderos. Ese aire húmedo, esa pequeña ráfaga de luz,
los platos diarios de verduras y cereales, la jarra de agua, y un silencio
aterrador roto sólo por la visita de aquel que los alimentaba, fueron los
únicos vestigios de vida para los cinco durante los siguientes cinco meses.

Ebel, en silencio, aguardaba en espera de la esperanza, tenía fe, pero


día tras día fue perdiéndose. Ya no confiaba en las palabras de los sabios
que había visto, ni en las alegrías de la población por suis logros, no, él ya
dejaba de pensar en ello, esa visión tan libertadora, política y social de los
jóvenes. Ebel comenzaba a sentir desde el fondo de su estómago, hacia su
corazón, envolviendo todo su cuerpo, un sentimiento puramente egoísta y
arrogante, un sentimiento que lo enloquesía y le hacía volverse contra
comentarios de su amigo Auhmehh desde la otra celda; ese sentido
comenzaba a bordear los instintos de los cuatro humanos civilizados que se
encontraban encerrados: el deseo de la vida, la lucha por la supervivencia,
eso es lo que comenzaba a ser primordial para ellos, no las esperanzas.
Jepeu, meditaba sentado, todo el día, apoyado en sus rodillas,
sosteniéndose la cabeza con las palmas o puños, cansado, con ansias de ver
el sol, el cielo, el mar…Esto lo llevaba a una desesperación senil, no sabía
cómo acomodarse en aquellas literas tan finas, de lana sucia, roncaba, se
quejaba en voz baja, a nadie en concreto, refunfuñaba, suspiraba, soplaba
enfadado, o agotado de estar allí. Flaco por el hambre, con lo justo para el
cuerpo, parecía que cien arrugas habían aparecido de repente en su rostro, y
sus ojos rojos por el esfuerzo de hacer un poco de vista entre la turbia
penumbra, lagrimaban de vez en cuando por el escozor. Una sensación de
sequedad en las manos de todos, hacían que sus gargantas y lengua se
tornasen secas, mientras las uñas eran cortadas por sus dientes,
amarillentos. Las cutículas desgarradas por los nervios, las uñas cortadas
como cuchillos, los dedos flacos, moribundos y secos, como toda la mano,
los brazos decaídos, los hombros casi por debajo del pecho. El calor los
había obligado a quitarse ropas, y yacían con mantos, estropajos de tela,
que envolvían partes de sus cuerpos. Aquellos sin civilizar, sin cultura
162

athlante, Auhmehh y Ram, permanecían sentados desnudos. La humedad


hacía que sus ropas se pegasen incómodamente al cuerpo, y se despojaron
de toda ella. Inteligentemente, la guardaron ambos, sin siquiera planearlo
en conjunto, dentro de sus colchones de lana, envueltas en el centro. “Más
valía el olor de la lana húmeda que el de la mierda”, pensó Ram. Esto se
debía a que una canaleta al fondo de los calabozos, unidas entre sí, en
pendiente, hechas simplemente con la misma piedra del suelo, un pozo,
utilizadas de lavabo comunitario, pasaban por allí arrastrando las orinas y
defecaciones de los presos. A veces, no había corriente de agua, por lo que
las eses permanecían allí, incluso días.
El olor de los cuerpos sudados por la humedad, brazos pegados al
cuerpo como un abrojo a veces, la tos constante de Sawe por los olores,
todo hacía de la estancia en prisión una calamidad desesperante, una
aberración que no comprendían.
Sawe habló durante la primera semana, durante la siguiente,
murmuraba palabras, y en la tercera, ya casi no hablaba, era su silencio
algo inquietante que hacía temer a Ebel aún más el silencio y el paso del
tiempo.
Ram, a veces hablaba, entablaba conversaciones cortas con Ebel. Los
dos estaban acostados, cada uno en su litera, poco se movían durante el día.
El día se había convertido en su noche, y la noche en el día. A pesar del
fresco nocturno, la oscuridad impedía el contacto entre ninguno, por lo que,
cada uno en su sitio, caminaba o se ejercitaba para que los músculos y
huesos, ni la mente aún menos, se atrofiasen.
Los dos jóvenes se dieron cuenta de los tiempos en que el agua
circulaba por las canaletas, y calcularon el tiempo en semanas en que el
agua quedaba limpia, de esta forma, vieron la opción del baño, refrescarse.
Los de la pendiente más baja eran los primeros en bañarse, y así hasta
Sawe, quien se hayaba más en lo alto.
El optimismo de Auhmehh, su enorme fe y devoción a Yussa,
comenzaban a agotar a los otros allí presentes. Era inexplicable cómo en tal
situación alguien podía sentirse normal, sentado en su litera o caminando
de un lado a otro sin esperar a la muerte, sino a la salvación. Los demás,
tornándose de un pesimismo extremo al ver que durante meses nada había
cambiado, comenzaron a rechazar las palabras de aliento del oscuro. A
veces entonaba canciones de su pueblo, y suavemente danzaba mientras los
demás dormían. Así era como él se liberaba, ninguno lo sabía, pero la
mente era el sitio más grande donde alguien podía estar libre de verdad, y
en su mente, se hallaba el mundo, se hallaba Yussa, y por lo tanto, su
enorme esperanza.
163

Había pasado otro mes, y fuera, las cosas parecían enturbiarse. La


situación del Primer Ministro no fue comprendida por la sociedad de la
Capital, querían explicaciones sobre dónde se encontraba el Rey Talem,
pero todos eludían respuestas. El padre de Ebel había presentado cargos
contra el nuevo Gobierno por la prisión sin pruebas inculpatorias sobre su
hijo. Una carta llegó desde el norte pidiento explicación por el encierro y
culpabilidad de Jepeu; eran su hija y su hermano, quienes pedían respuesta
tras largo tiempo sin mensajes de su familiar al haberse enterado de la
situación. Kon fue impulsado por los grupos extremistas de los poblados
circundantes, que movilizaron a sus compañeros de trabajo por la injusticia
dada en contra de su familia y de la misma sociedad, por lo que los
granaderos se unieron en una sola mano de fuerza asentándose frente al
Gobierno central deteniendo la producción agraria. Los pesqueros, quienes
dependían de los comercios foráneos de las Siete Islas hoy en día por los
grandes peces de alta mar y las costas del gran continente, también se
unieron en lo que podía llamarse una huelga multitudinaria. Los
comerciantes se quejaban por la baja en los pagos de los vendedores
mayoritarios. El gobierno había dado explicaciones sobre la situación, que
estaba en déficit por los pocos ingresos de aquellas dos últimas semanas,
pero estos no respondían con buen discurso.
Grupos de mujeres criticaron la falta de democratización del reino ante
la toma del poder de un ministro por determinación de otros a quienes no
conocían. Comerciantes del pan, pescado y carnes comenzaron a culpar a
los ganaderos y pescadores por su situación, lo que descontroló la
masificación en contra del poder central y llevó el problema entre las clases
sociales. Fue un período oscuro en el que nadie se ponía de acuerdo. El
Primer Ministro fue llevado a Thorn, uno de los volcanes más grandes de la
isla, donde se encontraba la sede gubernamental de la región este, segura
para los mandatarios en tiempos de crisis. La ciudad quedó dominada por el
pánico, el descontrol, y mandatarios del Ministerio y Consejo de Ancianos
intentaron tomar las riendas de la situación.
Pagaron subenciones a los ganaderos y pescadores para que
cosechasen al menos una porción de los cultivos lo suficiente como para
vivir el próximo mes. Pero no todos aceptaron esta propuesta que, según
dijeron unos, no llevarían al bienestar común ni a la justicia del pueblo
entero.
La Casa de Justicia no aclaró las decisiones tomadas al respecto sobre
el encarcelamiento de los navegantes. Kon presentó otra denuncia a la Casa
de Justiacia, quien cerró los ojos y lo ignoró. Desde Elektria, en enterarse la
población de lo sucedido, los pescadores tomaron el puerto e impidieron
que los barcos llevasen cargamento marítimo, cereales y peces a la Gran
Isla.
164

Los comerciantes se unieron en grupo y declararon una guerra interna


a los ganaderos. Robaron cabras, cerdos y aves de los campos, tambien
cereales y otras producciones. Se creó un mercado fraudulento al que todos
acudían. Tres ganaderos mataron a dos ladrones que estaban robando en
sus tierras, y eso desató una furia desenfrenada. La población de clase
media quiso tomar el control del pueblo. Los ganaderos, pescadores y
comerciantes libraron una batalla campal entre las calles de la ciudad.
Cientos de familias se exiliaron a los pueblos circundantes, a los cuales
llegó la revolución comerciante. Todo Khefis comenzaba a caer en una
revolución decadente sin sentido.

Dasnái: Las Familias

En las afueras de la ciudad de Akeliopon, al sur de la Capital, entre los


bellos montes labrados, bosques y riachuelos, yacía la domus de los
Meiehis. Su estilo de hogar grecolatino resaltaba entre el verde de las
praderas. La casa era enorme y poseía de los mismos requisitos que la
ciudad en una sola casa. Los sirvientes recorrian los pasillos de mármol,
vigilados por columnas y estatuas lujosas. Un techo plano por detrás y a
medio agua al frente con un ventanal era lo que se veía desde la colina del
valle. Asientos, bancos, jardines, todo rodeando la casa entre caminos de
piedra que dirigían al establo, a los baños familiares y otros puestos, como
la caldera de calefacción por vapor. El jardín parecía vacío, nadie lo
recorría como normalmente se solía hacer, las señoras de la casa en sus
paseos diarios. Las puertas permanecían semi abiertas, custodiadas por dos
guadianes. Cinco gatos recostados en los pasillos y dos jugando más a lo
lejos. Un colorido pájaro, un ave de pradera, tambien galardeaba por los
caminos de alrededor. Sólo un niño, el más pequeño de la casa, jugaba
fuera, bajo la mirada de su matrona, cogiendo juguetes de madera y
corriendo de un lado a otro por entre las plantas mientras un can le seguía
el juego con la boca abierta y la lengua colgando y babeante, alegre y
exhausto a la vez.
Las carcajadas del niño contrapesaban a lo que sucedía dentro de la
casa.
165

Un silencio se rendía en todas las habitaciones a excepción de la


central. Murales al fresco, en yeso, cubrían las paredes del recibidor y el
comedor. Las demás, pintadas con formas geométricas, cuadrados y
rectángulos de colores, algún que otro escudo pintado o decoraciones
florales alrededor de las campanas de fuego, ahora apagadas por la
excesiva luz del sol que atravesaban los ventanales. Mosaicos en la cocina
y el lavabo comunitario, alfombras en las habitaciones y camas de pluma y
lana tendidas con sábanas de seda de gusano. En la habitación central,
sobre la mesa, los brazos y manos apoyados de los habitantes Meiehis, una
de las Dasnai, las Familias, más importantes.
_El descontrol de la Capital es algo imperdonable al gobierno- decía el
viejo, con ojos somnolientos, sin mirar a nadie, tomándose las manos con
los dedos entrelazados.
_Nunca debieron dejar que el pueblo tomase el poder a tal extremo…-
dijo la mujer de la casa.- Esto podría llevar a la perdición de las colonias y
de la misma Isla si todo sigue en tal estado. Padre… debería actuar…
_Ya has visto hija, qué ideas tienen de las Familias en estos
momentos. La Familia del Rey nos tiene a nosotros como asesinos… los
debotos de Talem están al asecho de nosotros, el pueblo quiere más poder,
y desea destituír el orden Familiar, y ni hablar de los desordenes que los
navegantes encarcelados han creado, sobre el salir de la Isla.
_¿...Porqué no debemos salir de la isla, abuelo…?- preguntó el joven
Síla, a la par de su madre, queriendo entender la situación.
_Significaría la pérdida de nuestro poder sobre los estatus de las tierras
de la isla, el control lo tendrían los marineros, o quién sabe… tal vez los
campesinos o un absurdo consejo republicano. Las Familias mueven
Khefislion, y sin Khefislion… no hay Familias.
_Tamen, no podemos quedarnos así…- agregó el padre de familia,
sentado en la otra punta de la mesa, dirigiéndose a su suegro- Si nosotros
no podemos ni siquiera obtener el poder de los pueblos que nos rodean,
¿quién piensa usted que lo hará con la Capital?- se puso de pie y se dirigió
a un mueble de madera, donde había papeles y baras de escritura en tinta.-
Haré que Síla lleve mensajes a las demás Familias. Un consejo debe
realizarse con urgencia en Karianta.
_¿Pretendes que nos dirijamos todos, inclusos los de la Región Norte,
hacia Karianta? ¿Sólo por una reunión? Nadie aceptará- dijo un tío.
_Esa ciudad está prácticamente tomada, los Niartis tuvieron que irse a
las montañas, no soportaron la presión de los habitantes… todos son
campesinos, ¡allí todos están con los de la Capital!
_Insensata es tu propuesta, nos pondrías en peligro…
_¡Insensata es la propuesta de no hacer nada!
Los nueve habitantes de la casa discutían sobre hechos y derechos
realizables, sobre los problemas que se acarrearían a través de cualquier
166

decisión tomada. Síla, sin siquiera saber cómo llegar a la capital de las
reuniones Familiares, decía cada tanto que era capaz de realizar esa labor.
Su madre se lo prohibía, no abandonaría a merced del pueblo a su hijo de
dieciséis años. Tamen oscilaba en escribir esas cartas de llamamiento o si
apoyaba a Kario, quien lo veía todo como algo imposible. Las mujeres,
sentadas sobre las butacas y sofás de lino, con vestidos de seda de casa,
tomando infusiones en tasas de yeso, platicaban sobre lo que decían los
hombres. Ellas temían por el bien de sus hijos y se su familia, pero no
sabían qué hacer.
Los hombres a veces levantaban el tono de sus voces en las
discusiones. Los dos viejos planificaban y observaban la situación desde un
puesto más sabio y considerado, preguntándose qué hacer y cómo.
Síla intentaba dar opiniones, pero nadie le escuchaba. Su hermana,
más pequeña, le abrazaba, para que no se sintiese excluido de la realidad
que se estaba viviendo.
_¡Papá!- se sintió con voz indiferente a la situación de desesperación.
Sin ser oído, más que por las mujeres, entró el niño que fuera jugaba alegre.
Con una sonrisa en el rostro, y detrás, el perro, que no sabía si ir fuera o
quedarse dentro mientras caminaba en círculos.
_¿Qué sucede, cariño?- preguntó su madre acercándose a él.
_Es a papá, un hombre le busca a él y al abuelo.- su madre miró hacia
la puerta, por la que entraba la madrona con la cabeza media gacha ante su
señora, abriendo paso al hombre que detrás se arrimaba y pedía sin palabras
paso. Envuelto en una túnica negra casi sin forma, casi como la viva
imagen de la muerte cristiana, nada se veía de su piel al paso. Sandalias que
cubrían sus dedos, de color marrón, de cuero, con una capa en la cabeza
que cubría su rostro. La mujer se asustó al verlo y dio unos pasos hacia
atrás tomando al niño por los hombros y empujándolo contra sí. El hombre,
o ser, mostró su rostro de refilón ante la corriente de aire que se creó entre
la casa y el exterior. Su piel, de tez clara, dejó ver unos ojos azulados y
acuosos, enormes, y un cabello tan pálido como su rostro que se escondía
lacio tras el velo. Un fantasma, parecía, pero sonrió al niño, y cuando su
rostro volvió a ocultarse de la luz, dijo con una voz casi mística:
_Saemna… edinda Meiehis Tamen korgo Tamenis Rewon…- (El bien
sea con vosotros… vengo buscando a los Meiehis Tamen y su yerno
Rewon…) La mujer señaló hacia el salón principal, donde los hombres
seguían hablando, cosa que dejaron todos de hacer, incluso los sentados
poniéndose de pie, al ver entrar esa figura tenebrosa que sin embargo
estaba envuelta de una misticidad mágica y serena. Se acercó a ellos
lentamente, con pasos de rey, y de entre el harapo negro extendió su brazo
blanco como la leche fuera, tomando con su mano frágil un rollo de
pergamino al que todos observaron. Cogió el pergamino cuidadosamente
con ambas manos y de un tirón lo abrió hacia abajo. Todos leyeron lo que
167

allí había escrito. Sólo hubo una exclamación entre los nueve que hasta el
momento habían estado discutiendo: “Los dioses nos tengan en sus
manos…”
Los rostros de preocupación, hicieron desfallecer sobre las sillas a
varios de los allí presentes, aturdidos por un mensaje que los demás no
pudieron leer.
El hombre se retiró así como entró, sólo que esta vez, acariciando con
su mano blanca el rostro del niño. Montó en su carro allí fuera, y arrastrado
por tres burros desapareció entre los bosques.
Dentro de la casa, Tamen, sin pretender la espera de una opinión,
aclaró:
_Envía hoy mismo a Síla hacia la Karianta, que lleve el mensaje a los
representantes del consejo Familiar, y que ellos se encarguen de llamar a
las Familias de todo el reino. Les dirás que es palabra mía- dijo
dirigiéndose a Síla- y que debe cumplirse por decreto. Los dioses nos
aguarden…- y casi en un suspiro perdido exclamó:- …esto es el fin…
Nadie se opuso, todos en silencio, aterrados por lo sucedido, se
repartieron por la casa a seguir con sus labores diarias. Y Síla, saludado por
sus padres como si fuese a la guerra, y por su abuelo, cabizbajo, quien sin
mover un músculo pareció apoyar a su nieto con todo su espíritu, se subió a
uno de los burros del establo, cogió el pergamino que su abuelo había
escrito, y tomó camino hacia el norte.
Corrió y corrió hacia Karianta, la gran ciudad sede de las Dasnai, por
prados y bosques, llanuras y montes hasta la ciudad gris. Los bordes,
puertas y techos de la ciudad, eran de aluminio y platino, con ventanas
cristalinas y murales de piedra gris y caliza. Varias casas rodeaban a los
templos centrales en la explanada, y un edificio central, el Templario
Familiar, alto y largo, como una torre se veía a la lejanía, acabado en una
cúpula platinada en forma de cono, ramificada como la punta de una
catedral germana, que relucía ante el sol. Toda la ciudad parecía un
pequeño espejo entre el verde de alrededor. Campesinos en burro volvían al
atardecer de sus tierras foráneas, cargados los lomos peludos de los asnos
con bolsas y sacos de semillas y vegetales, todos en procesión hacia sus
casas o los graneros de la ciudad. Unas mujeres iban a pie, cargando con el
consumo de sus familias, envueltas en velos coloridos, a través de los
cuales de refilo veían por el camino al joven Síla, quien se adentraba en la
ciudad.
Se postró, pues, bajo las extrañas columnatas del palacio, brotadas
como los troncos de los árboles, árboles de roca y plata, nacidos de una
tierra marmolada. Escalinatas expandidas como las ondas acuáticas frente
al jardín central, núcleo de la ciudad. En la puerta, cuatro guardias
detuvieron a Síla, preguntando su nombre y situación. Él explicó que venía
168

en nombre de la familia Meiehis, y que pedía en nombre de su abuelo


audiencia ante el Consejo Familiar.
Un guardia, de ropas blancas y casco platinado, portando una lanza en
su mano, muñequeras y falda de ejército sobre unas largas botas que
dejaban ver gran parte de sus pies a través de los extensos cordones que
subían en cruces hasta sus rodillas, comentó al joven que la mayoría de los
consejeros, como su mismo abuelo, se hallaban en sus casas de campo, y
sólo dos, el viejo Birno Akaostis y el rudo Jasar Yokoris, se hallaban
dentro. Síla aceptó tener audiencia ante ellos dos, y el guardia, tras
revisarlo de pies a cabeza, permitió su entrada.
Un escolta blanquecino, tanto en ropas como en piel, tal como un
sacerdote, le guió por los pasillos laterales hasta la cámara de recepción,
donde le hizo sentar y esperar a los dos consejeros. La sala era como un
teatro que caía en forma algo ovoide hacia el centro, con tal que todos
pudiesen ver y oír bien a los consejeros, quienes se sentaban en los
enormes podios y cátedras del frente, sillones que desprendían un fuerte
olor a madera, material del cual, además de cobre, estaban hechos. Síla se
sentó en el medio, en los asientos de más abajo, esperando con fuerte pulso
por los nervios, a que los dos señores llegasen.
Pronto lo hicieron, por puertas de los laterales, puertas directas a los
podios. Los consejeros se sentaron y miraron fijamente a Síla. De repente,
el rudo Yokoris dijo:
_¿Qué traes ante nuestra presencia, jovencito?
_Vengo en nombre de mi abuelo, Tamen Meiehis, he venido desde el
sur, mi tierra, para traeros este mensaje de su mano.- dijo sacando el
pergamino. Uno de los dos guardias que allí en las puertas esperaban y lo
observaban todo protegiendo en cada momento a los viejos, se acercó a Síla
y cogió el pergamino llevándolo a las manos de Birno. Éste lo extendió y
leyó detenidamente. Lo acercó a su compañero y entre los dos lo miraron
paralizadamente.
_...También un Mensajero Azul vino a nuestro Consejo, joven, ¿cree
tu abuelo acaso que no somos tan importantes?
_Yo no sé muy bien de qué va todo esto, simplemente me envió con el
mensaje.
_¿Y pretende que hagamos esto que nos propone?
_...No sé qué es lo que propone…- dijo sorprendido.
_Ya…- emitió descordialmente el viejo- Tu familia siempre nos ha
tenido un poco desconcertados, la verdad, como los austeros Mifis. Hoy
puedes quedarte en los albergues de la ciudad, nosotros mismos cubriremos
con los gastos de tal viaje, pero al volver, dirás a tu abuelo que el Consejo
no aceptará tal despropicio de su parte, el pesimismo no es algo que nos sea
muy válido en estos momentos.
_...Pero… ¿qué es eso que no creéis apropiado…?
169

_Marcharnos de nuestros dominios, ir a las montañas en busca de


refugio. No daremos tal gusto a la población campesina, sin nosotros ellos
no son nada.
_Mi abuelo es de la misma opinión, y yo defiendo tal posición, las
Familias son muy importantes para el orden de Khefis ahora que no
tenemos rey, es sólo que cree apropiado, tal vez, dejar paso a ciertos
acontecimientos de los cuales no nos podemos hacer cargo nosotros.
_Pareces sensato, jovencito- agregó Jasar.- Tus razonamientos son
justos, pero no certeros. Dar la espalda a la situación comportaría un grave
peligro para todas las familias a la hora de nuestro regreso. Debemos hacer
frente a todas las adversidades.
_Ahora márchate, y recuerda lo que te he dicho- acabó Birno
poniéndose de pie.
El joven Síla se retiró del Palacio. El escolta y guardia le acompañó
hasta un albergue, destinado a los miembros de las Familias, un hostal de
alto nivel. Tenía unos tres pisos de altura, con un frente repleto de
columnas y techo a dos aguas al frente. Detrás, donde se encontraban las
habitaciones, un patio central con fuente y un bello jardín con cómodos
bancos donde sentarse a descansar, meditar o leer. En las paredes, blancas,
había algunos enormes mosaicos que reflejaban formas de paisajes de la
zona. Síla fue acompañado por uno de los dueños hasta su habitación, no
muy grande, ya que era él solo, y por una noche, con lo cual estaba provista
de pocos muebles y sólo una cama. En un mostrador había un jarrón con
agua, y a su lado la litera urinal junto a una pila de toallas. Los baños eran
familiares, había seis, y se hallaban en la parte inferior del edificio, cuando
él se encontraba en el segundo piso. Era temprano aún, y se le había
ocurrido salir a conocer la ciudad, pero en su hogar se lo habían prohibido.
Dados los ánimos de la multitud para con las Familias, era insensato por su
parte atreverse a cruzar las calles de la ciudad baja sin compañía de un
guardia. Joven como era, no se atrevió a preguntar a uno de los guardias si
le acompañaría a dar una vuelta por Karian, por lo que se quedó en su
habitación. Se recostó, apoyando su nuca en los antebrazos, mirando el
techo de una forma perdida. Ya había hecho lo que le habían mandado a
hacer, estaba libre de trabajo. Le preocupaba lo que sucedía a su alrededor,
pero era un adolescente, y le era indiferente cuantos problemas tuviesen sus
mayores. Restó mirando el techo y las paredes, con la mente en blanco.
Orinó en el bacín y lo colocó en el lado externo de la puerta. Pronto una
mucama lo recogería y pondría uno nuevo y limpio. Sin nada que leer hizo
aquello que cualquier joven de dieciséis años haría estando solo en una
cama. Su acción fue totalmente indiferente, se sentía con dominio sobre sí
mismo y sobre cuanto había a su alrededor. Cambió las toallas y al salir
decidió conocer el establecimiento.
170

Paseó por los pasillos, observando las habitaciones, cerradas, y alguna


abierta, ya que las mucamas estaban limpiando. Parecía un lugar vacío, era
lógico, tal y como estaba la situación, no habría nadie de ninguna de las
Dasnai que se atreviese a dormir tranquilamente en un hostal de Karianta.
Antes era refugio de las Familias, hoy era el lugar perfecto para que los
brutos y desesperados campesinos se dignasen a saltar sobre sus nobles y
los matasen como a ratas en un baúl. Sólo a él se le ocurría estar tan
tranquilo y hacer con total delicadeza todo cuanto había hecho. Había una
persona en el jardín, una joven de unos diecinueve o veinte años que
paseaba mirando los peces de la fuente. Síla, aburrido, intentó tomar
conversación con ella, pero no se atrevió a hablarle desde su posición, en el
segundo piso. Bajó cuidadosamente las escaleras y se acercó al centro del
patio. Se miraron, en un intento de reconocer a la otra persona,
simplemente para tener idea de la otra presencia que allí había, y volvieron
a dirigir sus miradas a la fuente.
_...No sabía que tenían peces en la fuente…- dijo Síla.
_...Ni yo que había más personas alojadas en este hostal…- Síla quedó
aturdido por esa observación.
_Me llamo Síla.- dijo presentándose.
_Yo soy Jara. Siempre hubo peces…- retomó- Al parecer no has
venido nunca por aquí.
_La verdad es que no, mi abuelo y mi padre han venido, pero yo nunca
tuve la posibilidad.
_¿Cuántos años tienes? Pareces joven.
_ Bueno, según desde qué punto lo mires… Tengo dieciséis años…
¿tú?
_Un poco más- dijo simplemente. Presumió como una reina entre las
plantas podadas mientras Síla simulaba a cortos pasos, y lentos, seguirla,
pero ella no dejaba que tuviese decisión sobre sus pasos, ya que volvía
hacia él, sin acercarse más de dos metros, mareándolo.
_¿De qué Familia eres?
_¿Por qué crees que soy de una de las Familias?- respondió con una
pregunta; qué ilógico, parecía ser de aquel tipo de mujeres que hacen
cualquier cosa por llamar la atención o hacerse las importantes, cuando su
mundo interno se desmorona implacablemente bajo una sonrisa falsa.
_Por tus formas, y porque este hostal, tiene cierto nivel… No creo que
seas una campesina llevando tales atuendos, ¿verdad?- dijo con rostro
dudoso, casi arrepentido inconcientemente por decir algo malo sin tener
aun respuesta.
_...Mi padre es campesino…- Ese fue el momento en que aprendió a
pensar antes de actuar y a callarse la boca ante las mujeres. Él también
quiso por ese momento hacerse el interesante.
_Y… ¿cómo es que estás aquí?
171

_¿Acaso una hija de campesinos no puede tener derecho a tales lujos?-


¡otra vez respondiendo con el mismo mazo!
_No he dicho eso…
_Pero lo insinúas…
_Tal vez… Es difícil de imaginarlo en estos tiempos…
_Tal vez, mi padre sea dueño de varias tierras cosechadas y venda sus
productos a las Familias, cosa que le daría muchos ingresos… ¿no crees? Y
por lo tanto, el derecho a que yo pueda estar aquí…
_Sí, lo siento, lamento mi ineptitud, discúlpeme.
_No te preocupes, como has dicho, cualquiera podría pensar esas
cosas, simplemente te estaba probando, quería conocerte.- dijo
acercándosele un metro más mientras se tomaba las manos por la espalda.
Esa aptitud, era típica de alguien que sabía qué hacer con los demás pero
que no sabía qué hacer consigo misma. En parte, Síla sintió pena, pero
odiaba que le tratasen de inútil.
_...De acuerdo…- sólo pude decir, y nada más. Volvió la mirada hacia
los peces, cuando la joven Jara ya se le había vuelto a acercar, esta vez,
como inspeccionándolo de cerca. Su fino rostro se acercaba al hombro de
Síla, y sus largos cabellos trenzados caían hacia delante por detrás de sus
orejas. Una coronilla de flores le daba contra la luz un toque casi mágico,
como si fuese una ninfa, una ser divino entre esas ropas tan claras y
translúcidas. Cerró levemente sus enormes ojos, como preparando a los
demás sentidos, incitándolos a actuar mejor. Pudo darse cuenta de ello,
cuando movió la nariz y le olió, como si en lugar de ser un humano, fuese
una tarta, un pastel, o cualquier tipo de comida que emanase un fuerte vaho
dulzón. Síla se retiró un poco, pero siempre en el mismo lugar, y se apoyó
en el borde de la fuente con el brazo recto como una columna más en el
jardín, inclinado hacia atrás, ocupando la cabeza de Jara el lugar donde
debería estar la suya si caminase erguido. En su rostro podía verse unas
expresiones de sorpresa y extrañamiento, no sabía qué era lo que hacía, no
entendía la postura de la chica.
_Hueles a campo…- dijo al fin.- Pareciese que has venido por entre un
montón de plantas y sobre un animal muy maloliente.
_Eso no dice mucho en mi favor- dijo a la vez que rió.
_...Da igual, hueles bien, pareciese que eres tú el campesino, y no
yo…
_... ¿por qué lo dices? …- preguntó con cara de asombro.
_ Porque hueles a trigo, a pasto… a burro y algo a sudor… todo ello
mezclado con cierto aroma a sexo…- Síla se puso rojo, avergonzado, no
sabía porqué había dicho eso, tan desinhibida, natural. Tragó saliva en
grandes tragos, sonido del cual ella se percató. Abrió los ojos y lo miró
fijamente.- No te avergüences… es sólo que me extrañó que estando sólo
huelas así…
172

_¿...Cómo sabes que estoy solo…?


_Soy muy observadora… y no hay olor ni presencia de una mujer… u
hombre… Y me extraña- dijo retomando su posición erguida mientras
colocaba una mano sobre la cintura de Síla- …porque alguien como tú,
podría obtener alguna mujer y no abastecerse de la propia soledad, como
muchos… Pero no te aflijas- dijo mientras adelantaba unos pasos hacia la
retaguardia de Síla acariciando en una pasada con la mano desde la cintura
por todo su abdomen hasta su pecho, y acercándose a su oído antes de
seguir su paso, susurró:- …aún hay tiempo de que estés con alguna…
Retiró su mano y siguió unos pasos hacia delante mientras a Síla le
temblaban las piernas y los brazos por la situación vivida, situación en la
que jamás se había imagino ver envuelto. Él había entrado en el territorio
de la joven para ser él quien dominase la situación, como primerizo, y en su
lugar, ella, siendo su territorio, le dominó hasta dejarlo sin aliento y
derrotado casi moribundo en mente, alma y cuerpo.

_¡Jara!- gritó desde lo alto una voz tranquila y masculina. Ambos en el


jardín miraron hacia arriba. Un hombre, más grande, había visto la
situación, y bajaba las escaleras con paso noble. Jara se acercó con una
sonrisa hasta el borde del umbral que daba a las escalinatas, donde le
esperó hasta el momento en que se dieron un fuerte beso apasionado. El
hombre le hizo una seña, y ésta, sin mirar más que a su amado, caminó
unos pasos hacia delante paseando indiferente a todo por el corredor de la
planta baja. El hombre, que se quedó observándola un momento con los
brazos cruzados por detrás de la cintura, recto, firme como si estuviese en
pleno protocolo, giró luego balanceando la cabeza hacia Síla, quien aún
estaba apoyado en la fuente, y dio los primeros lentos pasos dirigiéndose
hacia él. Caminó hasta postrarse a menos de dos metros del joven, quien se
puso firme, como su mayor, quien lo miraba fijamente.
_He visto todo ese regateo de palabras que has tenido con mi mujer…-
El hombre, de unos treinta años o algo más, quien le pareció mayor para la
joven, le estaba poniendo en una situación embarazosa y, tal vez, peligrosa
para un chico como él, que no conocía nada ni sabía nada de todo lo que
hasta hacía dos días atrás le había pasado.
_...Ss, ss, ss, sí, sí, pepero, verá, no es que estuviese haciendo yo
nada… de verdad…
_¿Cuántos años tienes?- preguntó serio.
_ Dieciséis- dijo casi tartamudeando.
_Un poco joven para estar coqueteando con una mujer de veintitrés
años, no?
_¿¡¡Veintitrés!!?- exclamó sorprendido con la misma cara que ponen
los chicos al enterarse de algo que les es asombroso y aterrador,
encobándose hacia delante y abriendo los ojos de par en par, como la boca.
173

_¿Qué te creías? ¿Qué era como tú? – Preguntó sin esperar respuesta-
¿Qué te dijo?
_Nananananada, sólo hablamos sobre los peces y sobre dónde
veníamos…
_¿De dónde te ha dicho que venía?
_...No lo dijo, dijo que su padre era campesino, pero nada más… Lo
siento si le he ofendido en algo, es que yo…- le interrumpió.
_¿Y tú?
_¿Yo…?
_¿De dónde vienes?
_ Del sur, señor, de la Casa Meiehis.
_Eres un Meiehis, eh? ¿Cómo te llamas?- Síla creyó haber metido la
pata bien hondo, tal vez, ambos eran del campo, y si se enterasen de que
ellos eran una de las Familias que iban en contra de tal orden, le matarían
ahí mismo.- ¿Me contestarás?- dijo inclinando su cabeza un poco,
esperando respuesta. Pensó que ya era muy tarde, sabía su apellido, daba
todo igual.
_...Síla… Síla Rewonis Meiehis…
_Encantado de conocerle, Síla Rewonis Meiehis, mi nombre es Meb
Targunis Mifis- ¡Mifis! Era un Mifis, pensó alegre Síla; los Mifis eran otras
de las Familias, y esta en especial, una de las Familias en concordia con la
suya.
_Lo mismo digo, ya no me siento tan solo en esta ciudad.- dijo más
relajado.
_Oh, no, no te preocupes, estoy a tu disposición. Es más, te invito a
asistir a la cena Familiar que este atardecer se convoca, estaría muy
contento con tu presencia, y seguro que a los demás les alegrará ver a un
joven Meiehis… Así es que te encuentras solo, ¿no?- dijo acercándose a él,
incitándolo a dar un paseo poniéndole la mano sobre el hombro.
_Pues sí, he venido en nombre de mi abuelo.
_¿A presentar algún documento?
_Algo así…- dijo intentando evadir respuestas.
_Yo también he venido en nombre de mis mayores, de mi padre y mi
tío, concretamente; al parecer, se avecinan muchos problemas desde la
Capital y las zonas aledañas, y a nuestra presencia se le llama “en
representación de”, debería de ser “en lugar de los miedosos”. El temor que
les impide salir de sus casas acabará por destruirlos.
_Pensaba de una forma similar, pero mi abuelo dijo que era por si los
campesinos se alzaban en Karianta, así no estaban todos reunidos y el
trabajo se les hacía más fácil a la hora de retenerlos a todos.
_Es una buena explicación para alguien con genio… mas, veo que tú
mucho no posees.
_¿Por qué lo dices?
174

_Yo he venido aquí porque detesto mi vida monótona en las serranías


del oeste, crianza de burros, pastores… después de eso, poco más
emocionante hay. Cuando vi la oportunidad de salir de aquel refugio al que
llamaban casa, me ofrecí y me lancé, sin miedos, porque la muerte es una
gran aventura de la cual no deseo privarme.- Síla discernía con esa visión, y
no comprendía muy bien a aquel hombre que, por su algo de barba marrón
parecía guardar algo de conocimiento.- En cambio, tú, jovencito, habiendo
más en la familia, fuerte, rápido y decidido, como la mayoría de la gente de
tu edad, era un claro objetivo para ser enviado. Si los campesinos atacasen,
sólo caería uno de la familia… tú.- dijo mientras se detenía y le miraba de
frente.
_Eso es imposible, mi familia no me haría esto; con todas mis
disculpas, pero que usted tenga esos problemas no quiere decir que también
sean los míos.
_Como tú desees… pero no habrías sido el primero…- eso enturbió el
pensamiento del joven, quien entre una expresión de enfado, pudor, asco y
duda, miraba de reojo al hombre antes de preguntar.
_¿Qué insinúa?
_Hace dos días, la Familia de los Lioris envió a uno de sus sobrinos,
Mewo, creo que se llamaba. Logró acceder a Karianta, presentó quejas de
sus mayores y todo cuanto se le había enviado a realizar… Volvía ese
mismo día a sus tierras, pero nunca llegó. Tres días más tarde le
encontraron muerto en las orillas del corto río Hobo, le habían desfigurado
la cara, y en el pecho, con una daga, le había escrito un mensaje: “las
tierras ya no son de nadie”. El pobre chico tenía unos dieciocho años;
novia, hermanos, y una gran familia, sí, grande, pero en cantidad, no en
valor ni compasión.
Síla estaba aturdido por lo que Meb le contaba, se sentía ahora
realmente solo aunque no acababa de creer del todo que su familia le haya
traicionado de tal forma. Su madre le despidió hasta pronto, como su padre,
aunque, tal vez, su abuelo lo había ideado todo y no pretendía decir nada a
sus hijos. Era algo abominable.
_Todo vale en esta guerra interna para ellos, esto es la supervivencia, y
aquí, no funciona como en la naturaleza, hermano mío, no dejan vivir al
joven, dejan al niño y al sabio, que es lo que más importa, no es
supervivencia… es honor. Aunque, visto lo visto, puedes llamarlo como
quieras…
Síla balbuceó dentro de su mente, tambaleándose como si se
encontrase mareado por lo que acababa de oír. Se negaba a creer esa
situación, pero todo apuntaba a esa infamia de la que todos estaban siendo
cómplices. No podía articular palabra, pero Meb hacía cuanto Síla no
podía. Lo tomó por los dos hombros acercando su rostro al del joven, casi
175

frente con frente, en un intento de vincular sus actos y personalidades, con


su labor, su profética amistad comenzada.
_No temas, hermano Síla, a expensas de lo que nuestras dos familias,
amigas, piensen y deseen, yo estaré aquí para apoyarte y protegerte.
Pídeme cuanto quieras, estaré a tu disposición.- lo soltó de repente y se
marchó, dejándolo atónito. Ese mundo tan apacible que había comenzado
en el hostal, se había transformado en una especie de infierno desde que
por el balcón vio a aquella mujer que caminaba como un ángel en los
jardines del lugar.

Más tarde, Meb acompañó al joven Síla al despacho de mucamas para


pedir un traje apropiado para la próxima gala a la que fue invitado. Vestido
con una fina y ajustada toga, brazaletes y el anillo familiar, peinado por
Jara, en silencio, y calzado de sandalias de cuero, ya se vio listo para
marchar junto a la bella Jara y el liberal y majestuoso Meb, escoltados los
tres por cinco guardias, hasta las puertas del complejo Familiar. Poca gente
ya había en las calles, y se consideraba, por el momento, una ciudad segura,
vigilada por los guardianes de las Familias. Había prácticamente un guardia
en cada esquina y un centenar en las afueras, más los escoltas del palacio.
Todo ello hacía de esa noche una noche muy segura en una ciudad muy
segura. El sol ya estaba puesto en el horizonte, y un noventa por ciento de
la población ya estaba en sus casas, el resto, unos doscientos, aún volvían
del campo o se acercaban a las últimas tabernas y bares o cocinas públicas
abiertas, que no eran muchas, ya que en casi todo el país, a la puesta del
sol, se plantaba una especie de toque de queda general, en el que sólo con
un permiso o justificación se podía recorrer libremente las calles.
En el convite, no habría mucha gente, ya se le fue dicho, no más que
diez personas. En el salón, la mesa estaba puesta. Todo estaba bajo un
estricto protocolo familiar. Las mesas donde se pondrían las diversas
comidas, el tridente y la vara, de platino ambas, cubiertos, podrían
llamarse, y copas de plata decoradas con finos tallados en cobre o en la
misma plata, con formas geométricas o muy naturales, flores y
ramificaciones. Un aperitivo con panes y frutas, pececitos y cuero de
conejo crujiente, junto a una salsa humeante con un cucharón de plata, en
una salsera para compartir.
Al tiempo en que llegaban los invitados, se inclinaban levemente en
forma de saludo cordial para sus iguales. Meb le mostró a Síla cómo debía
hacerlo. Todos creyeron que el joven pertenecía a la misma familia Mifis, y
así permaneció la creencia hasta que unos cuantos minutos después de su
llegada, entraron por la puerta los señores del Consejo que esa misma
mañana había rechazado el mensaje que portaba Síla. Ambos se
sorprendieron, pero no dijeron nada, simplemente se inclinaron y se
dispusieron a sentarse todos.
176

_Bienvenidos todos a mi casa- exclamó el de la cabecera alzándose


ante los demás. Un hombre mayor, algo gordo y con mucha barba, barba
que poseía los tres colores del cabello en su vejez, blanco, gris y negro.
Llevaba un extraño gorro morado que parecía un trapo y unos atuendos
similares al de quien fuese amo de toda la ciudad.- Espero disfrutéis del
banquete que mis preciadas trabajadoras os han preparado. ¡Que los dioses
bendigan esta comida!- pronunció alzando su copa llena de néctar de frutas.
Todos respondieron con un “¡Oá!” alzando un poco las suyas también.
Meb se inclinó hacia Síla para explicarle quiénes eran las demás
personas que compartían asiento con él.
_El de la cabecera, quien bendijo la mesa- decía en una voz
disimulada-, es el gran Fidion, de los Karianis, sus tierras son Karianta y
cuanto puedes ver hasta más allá en el horizonte, todo ello pertenece a él,
son sus dominios. Es un viejo muy engreído, arrogante y con un cerebro
dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de no dar el poder a quienes creen
saber qué es eso. No obstante, tiene muchos conocimientos y es poseedor
de un gran corazón y pasión por lo que hace. La mujer de su derecha, es
Kamem, su esposa, cree que ella es dueña de las tierras, pero su marido
siempre le calla en los momentos más extremos de sus habladurías, no
temas por algunos de sus comentarios, en el fondo muere de angustia tras
esa cara de alegría. La otra mujer, es la hija mayor de los Karianis, Zirien,
puede parecer muy dulce y joven a pesar de sus cuarenta años, pero es una
mujer rabiosa, sufre de extremos nerviosismos… por si te interesa, su pelo
de los nervios hace ya unos años se le comenzó a caer; lo que lleva, esa
descomunal melena, no es más que una peluca.- Síla no pudo contener una
pequeña risa por ese comentario.- Del otro lado, tienes al matrimonio
Warianis, Faba y Kyor, dos personas muy ensimismadas, no hablan mucho,
pero todo lo que escuchan lo intentan llevar a su terreno para su propio
beneficio… no les des ideas. Luego, tienes a la familia brancal de los
Isthiriis: quien se sienta apoyando los codos en la mesa, el barbudo, es
Kogo, el tío Kogo, un hombre que siempre emplea comentarios sarcásticos
a destiempo; su concuñada, Adder, es una mujer muy diplomática, dicen
que es la que lleva las cuentas en la casa. Ywkuon, su marido, el de porte
militar, es un extremista condecorado entre las Familias por su empeño en
mantener el orden. Sus hijos, Banga, la mayor, Lian, el chico, y Afem, el
pequeño, que cumplirá en poco tiempo los nueve años, son la honra de los
Isthiriis, por su amplio campo de visión de las cosas y su esmero por
aprender; dicen que tal vez ellos sean los futuros consejeros mayores de
Karianta y todo el Consejo, que sus padres les preparan para ello. Así y
todo, en todas las familias, hay secretos que es mejor no saber, no porque
sean trágicos, sino porque desvincularía de la diplomacia familiar a algunos
de los miembros de alto rango, y la pieza que podría hacer desequilibrar la
familia son sus dos hijos mayores. ¿Ves a Banga? Bella, ¿verdad? Pues
177

vuelan las malas lenguas que a escondidas dicen que su bello cutis, suave y
terso, se debe a utilizar como crema exfoliante o suavizadora y humectante-
decía con tono ya sarcástico-… el semen de su hermano Lian.
_¿¡Qué!? ¡Por todos los dioses! ¡Es algo abominable!- decía
sorprendido y entre risas.
_Sí, sí, joven amigo, el semen de su hermano como crema; hay quien
dice que lo roba cuando el chico lo deja en el cántaro, y hay quien dice que
su mismo hermano se lo ofrece o, atento a esto, se lo vende!- Síla ya reía,
por suerte, entre las charlas de los mayores, quienes no le oían mucho.-
Frente a ti tienes a los Banis, tres hermanos que viajan a Variante juntos
desde hace 10 años seguidos, ellos se encargan de todo cuanto es
mensajería en el norte de las regiones, suerte que los puedas ver, casi nunca
están aquí. A su lado, dos de los jefes del Consejo, Birno Akaostis, uno de
los más ilustres del Consejo, junto a su mujer, Meina. Son tan discretos con
todo, que jamás pudo saberse nada extraño sobre ellos. No obstante, a su
lado, sobre Jasar Yokoris, hombre de un porte muy serio y casi militar, se
dice que, hace dos años, puede que no haya sido la muerte de su hermano
por un accidente en los graneros, del cual culpa echaron a uno de los
campesinos, quien fue ejecutado, sino que dicen algunos que tal vez, haya
sido su propia mano quien otorgase paso al mundo de los muertos a su
mismo hermano. A tu lado- dijo muy bajo en su tono de voz- Tienes a
Taara Fidhis, representante del conjunto de mujeres de la Capital, una
mujer muy seca y con falto sentido del humor, y a Yakion Gabenis,
representante de las Familias en la isla Ekar. Quien se sienta al lado de mi
mujer, es Pirin Dolmenis, guardián de los libros Familiares en los templos
de las villas del oeste, en las montañas. Es un hombre muy reservado, aún
más que el viejo Kyor, nunca habla más de cinco palabras, si no hay nada
que decir, simplemente resta serio o sonríe cuando se dirigen a él; y que no
te engañe su aparente juventud, sus supuestos cuarenta y tantos años, en
realidad son setenta y cuatro. Nadie sabe cómo logra que su cuerpo y piel
aún sigan tan jóvenes, y, cuidado, no creas que se baña en orín y se unta
con el semen de su hermano…
Síla estalló en una carcajada de la que los que estaban a su alrededor
no pudieron resistirse oír. Los dos viejos que ya conocía lo miraron
atentamente, y el rudo Jasar, cogiendo el tridente, en un acto involuntario,
señaló con poca fuerza y dirección, simplemente sosteniendo el cubierto en
su mano, a Meb, y dentro del silencio que se creó por su acto, dijo:
_Hermano Meb Mifis, se ve que deleitas con tus habladurías al joven
Meiehis, ¿no? Espero le estés contando anécdotas de tu enérgica y rica
vida…- acabó, tajante.
_¡Meiehis!- exclamó, al parecer contento, el viejo anfitrión- ¿¡Cómo
es que no se me dijo que tenía un invitado de una de las Familias del sur!?-
178

elevó su copa saludándolo. Síla hizo lo mismo tras el codazo de Meb


incitándolo a seguir el juego diplomático.- Bienvenido a mi casa.
_Muchas gracias, estoy encantado de estar aquí.
_¿Cuál es tu nombre?
_Síla, Síla Rewonis Meiehis.
_Y, dime… Síla… ¿qué te trae aquí, solo y tan joven?
_Pues…- dijo quedándose con la palabra en la boca al verse
interrumpido por Birno.
_...Asuntos políticos de mayores, el joven no sabe muy bien cuanto su
abuelo me envió, es un mensajero… simplemente- acabó.
_Ah…- exclamó aturdido el Karianis.
_...Fue muy cortante con el joven, ¿no cree, hermano? El pobre chico
se quedó con el aire atravesado en la garganta- Agregó de repente uno de
los tres hermanos.
_Simplemente intento no tratar la política antes de comer… Nos
provocaría indigestión…- dijo con una sonrisa. Todos respondieron con
una conjunta risa a la gracia del consejero, y para entonces, las sirvientas ya
entraban con los platos de comida, fríos unos y humeantes otros.
Durante la cena, se evitó el tema por el cual el joven había ido a
Karianta.

El resto de la noche, la presencia del joven Síla fue tema evadido e


ignorado por los presentes. Al parecer, tanto el amo de las tierras de
Karianta como los representantes del Consejo, habían tenido espacio
durante el momento de receso entre las comidas para tratar el conjunto
rechazo a las palabras de la familia Meiehis.
_A Karianta ya no le importamos, joven amigo.- dijo Meb en un
rincón del jardín interno, donde Síla se hallaba sentado observando a los
mayores en su vanagloria.
_¿No le importamos…?- dijo sin interés, simplemente por decir algo.
_...Las Familias ya no poseen la misma fuerza que hace unos años. El
Consejo pretende mantenernos a todos unidos, cuando el pánico hace que
los líderes difieran en sus pensamientos y decisiones. Ya no existe la
misma unión. Quieren unos las tierras, otros estar a salvo, otros el orden,
otros el poder, todos quieren algo que no es relevante a las Familias en sí,
sino que a cada familia. Amigo… nosotros somos los futuros herederos de
nuestras Casas… debemos estar unidos, los Mifis y los Meiehis, juntos!
Debemos seguir a delante a expensas de lo que suceda entre los demás.
_¿Qué pretendes hacer?
_Aún no lo sé…- dijo calmando sus ánimos y poniéndose recto.- El
día en que esto no dé para más, las Familias caerán en las fauces del pueblo
inculto… y yo no pienso caer arrastrado por ellos, no, hermano mío, sea
como sea… no lo permitiré.
179

La fiesta había acabado, los hombres y mujeres se despedían, unos con


mucha emoción, y otros con gran indiferencia. Mientras Síla esperó a que
el anfitrión le saludase junto a su guía Meb Mifis, se percató de que como
una enorme presión etérica dos pesados ojos caían en mirada sobre su
espalda, haciéndolo sentir incómodo tal como si se tratase de llevar una
bolsa de papas desde el campo a los almacenes de la ciudad. No se atrevía a
girar, temía por quien sea aquel que le miraba atentamente. A paso lento,
aquella presencia se colocó a su lado. Oculto entre los mantos oscuros de
los ermitaños, de aire seco, envuelto en una aplastante serenidad y seriedad,
de reojo vio a los ojos que iguales le miraban sobre una larga nariz, sujetos
por dos bolsas arrugadas, sus ojeras, altas sobre pómulos rectos en una
larga cara, estirada hasta su mentón de calabaza. El hombre, hijo de los
Dolmen, le miraba como si supiera cuanto Síla tuviese en su mente. Eso lo
asustó, y tres una falsa sonrisita se alejó de él acercándose a Meb y
saludando al gordo, amo de la casa.
_Ha sido un placer tenerle aquí con nosotros en representación de su
abuelo, el viejo Tamen. Espero algún día usted vuelva por mis tierras.
_Gracias- respondió.- …algún día, quizá…- dijo sin saber qué decir.
Marcharon. Escoltados por dos guardias caminaron hasta el albergue.
La mujer de Meb, no hizo más que dos comentarios en toda la noche, uno
sobre la comida, y otro hacia la mujer del anfitrión, y no más fue
escuchada, al menos por el joven. Era sumisa, tal vez, opacada por las
energías vibrantes de Meb, quién podría pensar, mal, desde luego, que tal
vez ese enérgico cuerpo había dejado rasgos de fuerzas marcados sobre la
piel de tan suave mujer. No podía él juzgarlo, pues no sabía de qué se valía
su matrimonio, tal vez, simplemente era tímida.
Síla se percató de que más atrás se oían pasos que no pertenecían a
ninguno de ellos. Se oía un rechinido al sentirse ese caminar, como si dos
hojas de planito o bronce chocasen entre sí por el rápido paso del
individuo. Vio a tras luz, por un farol de fuego y a reojo, que los pies del
extraño se envolvían flameantes por encima con una túnica oscura.
_Nos siguen…- dijo el joven.
_¿Qué?... No seas paranoico, amigo- dijo Meb.
_¡De verdad! Nos están siguiendo…- dijo mientras lo tomaba por el
brazo, asustado. Un guardia se percató de lo que sucedía y giró la cabeza
hacia el camino paralelo, lugar donde aquella túnica se desvaneció
perdiéndose en la oscuridad.
_No pasa nada, quédate tranquilo…- le dijo rodeándolo con su brazo,
como lo hizo con su mujer.- estoy aquí para cuidarte, amiguito.
Eso le dio confianza al joven, quien no se separó de Meb hasta llegado
a su habitación. Cerró la puerta con llave al entrar, y colocó la mesa contra
180

la puerta y los jarrones frente a las ventanas, con tal de oír cuales cosas
sucediesen o intentasen irrumpir su sueño.
Se cubrió bien con las mantas, mirándolo todo con temor, y fue gracias
a ese terrible temor, tal vez mezclado con las ansias, nervios e inseguridad
por ser la primera vez que se encontraba fuera de casa y en tales
circunstancias, que pudo dormir plácidamente al relajarse. La noche, al
menos desde su punto de vista, había sido plácida.

La campana matinera sonó al alba, despertando a todos los


hospederos. Con pereza, entre los finos hilos de luz que a través de la
ventana se adentraban rozando en claridad a los jarrones que las sostenían,
Síla abría sus ojos y estiraba sus brazos mientras bostezaba de una manera
exagerada. Tal vez parecía haber dormido como nunca, los nervios suelen
hacer esa reacción a veces cuando uno llega al punto máximo de tensión
cayendo luego en un profundo manto somnífero que lo relaja todo, ya que
después de tal contracción muscular, no queda más que la relajación o la
muerte. No obstante ello, ejercitó su mandíbula al ponerse de pie, pues le
dolía desde las orejas a los dientes. Jamás había sentido tal sensación.
Como si se tratase de sonarse los dedos, algo normal en muchas
personas, salió del cuarto sonándose la carretilla, que emitía un extraño
sonido arenoso que no era muy agradable.
Se dirigió mirando a su alrededor, intentando ubicar un rostro
conocido, hasta el comedor, donde le servirían el desayuno, la última
vianda que probaría en Karianta antes de marchar hacia el sur nuevamente.
Un rico pan casero, “Thior”, con jugosas mermeladas y queso de
chivo. Un tazón de leche tibia con granos de cebada y café para moler.
Frutos e insectos disecados en melasa, un manjar para el estómago
mañanero.
En tanto bebía un sorbo de su tazón, y sostenía un pan untado en
mermelada con la otra mano, una palmada en la espalda le alteró el ritmo
del corazón. Era en este momento cual ratón, que se ve aturdido por
cualquier movimiento dentro de su serenidad al comer un trozo de queso.
Miró con rapidez al hombre, y bajo un suspiro enorme retomó la serenidad
mientras se secaba las tres gotas de sudor que bajaron por su frente sin
explicación alguna.
_¡Uff…! Eras tú, Meb, me diste un gran susto…- dijo ya sin mirarlo,
retomando su acción con lentitud, bebiendo nuevamente de su tazón. Pero
Meb no dijo nada más que emitir una leve y efímera sonrisa de reojo. Era la
primera vez que le veía tan alterado. No se sentó, tomó un trozo de pan y se
lo llevó a la boca. Lo masticó mientras miraba a su alrededor, como
espiando, mirando de que nadie le acechase; se semejaba a un carroñero
que con sigilo hurga las carnes muertas, que son su alimento, y a la vez
mira alterado a su alrededor con tal de ver a sus enemigos. Aunque hizo
181

algo que un carroñero animal no haría. Tomó una bolsa y comenzó a meter
todos los alimentos que había sobre la mesa, y a la vez, luego de dar unos
pasos rápidos hacia la mesa central, comenzó a hacer lo mismo con los
demás alimentos. Dos personas más, o tres, que se hallaban en el lugar
desayunando también, lo observaron con desprecio y sorpresa, como si un
muerto de hambre hubiese usurpado el lugar. Síla, lo observaba mientras
masticaba de una forma indiferente y lenta, al ver aterrado y sorprendido la
acción de su amigo. Lentamente se levantó mientras acababa, de pie, la
leche que quedaba en el tazón, y se acercó disimuladamente a Meb, como
para que los demás no se percatasen de la relación entre ambos.
Tímidamente y sin mirarlo directamente a él, habló:
_¿...Qué sucede, Meb…?
_Hubo cambio de planes…- dijo mientras seguía llenando el bolso con
alimento y bebidas. De repente, dejó de hacerlo y se giró con rapidez ante
Síla. Lo tomó por los hombros con extremada fuerza, incluso dañándolo
con la presión. De los nervios lo sacudía un poco, como intentando hacerle
entender lo que sucedía, mas sólo dijo:-…tú te vendrás con nosotros…
_...¿¡qué!?... ¿De qué hablas? ¿A dónde…?
_ Debemos huir, hacia el oeste, ahora mismo!- dijo mientras retomaba
su labor.
_¡No! ¡No pienso irme a ningún lugar! ¡Debo volver a casa, con los
míos, al sur!
_...Ya no es transitable ese camino, vendrás con nosotros…
_¿Cómo que ya no es transitable? ¿¡Qué sucede, Meb!?- dijo
tomándolo ahora él por uno de sus brazos volteándolo frente a sí. Meb
agachó la cabeza, mientras, respirando, intentó calmar sus ánimos, que más
bien eran histeria.
_...Los campesinos, desde la Capital… las burdas masas han tomado
Athlas Este… el Principado ahora es tierra de campesinos. Se dirigen hacia
aquí. Ya comenzaron a tomar las regiones sur y este de Karianta y se
dirigen a las del norte. Hay focos por todos lados, Bagglaf, Khefis, Khanis,
Ergoi, Hekton, Kalaefen, todos se han puesto de acuerdo. Sákabis, no
obstante, declaró detención a Kalaefen, y otros poblados están en contra de
tal determinación. Se está formando una guerra interna entre el mismo
pueblo. Han matado ya a algunos, y a otros los destierran. El camino de
Limpo, hacia el sureste, está tomado, si te ven, te matarán. Ruega que no
hayan llegado a la casa de tus parientes…
_...Pero…- Síla había perdido su último aliento de esperanza. El
mundo en el cual se había envuelto una vez ya no existía, así como la
seguridad de las Familias, del Reino, de su padre y su madre, ya nada había
más que Meb y el oeste.
_Mirar atrás es símbolo de cobardía…- dijo Meb-…Y tú añoras en tu
interior un gran coraje. Sé digno de él, pues sólo así renacerás a la vida.
182

Ya no había más que hacer. El silencio del joven, fue más que
suficiente para el Mifis, no había porqué tardar. Lo tomó por la muñeca y
lo arrastró consigo fuera. Había dos asnos esperándolos, sobre uno, se
encontraba la bella joven, Jara, siempre en silencio delante de su marido,
envuelta en velos. Sostenía las riendas de ambos asnos, y se las extendió a
su marido.
_Toma ésta.- le asignó al joven dándole una de las riendas.-
Cabalgarás sobre él junto a nosotros hacia el oeste, allí nos encontraremos
con nuestro guía.
A una exagerada velocidad, los asnos rebuznaron en el galope
huyendo por las puertas de la ciudad. El camino se extendía al frente entre
los montes, y más allá en el horizonte, los montes que indicaban el
comienzo de la cordillera de Ithon. A kilómetros de camino por los prados
y sembradíos, bosques y ríos, una figura se hallaba en el horizonte del
camino. Oscura y húmeda se veía por los colores del atardecer, que
enrojecían, anaranjeaban y ennegrecían los montes y plantas.
Síla abrió los ojos enormemente, sorprendido al ver que aquel hombre
sobre el oscuro burro, era el ermitaño Dolmenis. Zarandeaba la cabeza del
burro que parecía serpentear en un movimiento brusco.
_¡Rápido! Hace rato que os espero. Debemos acelerar el paso. El
camino de Agkon por Essilath está siendo tomado por los poblados
circundantes, hay que tomar el camino de Hirin, por las montañas,
tardaremos unos días en llegar.
_¿¡Llegar a donde!?- dijo Síla desesperado.- ¿¡Qué están tramando!?
_Ahora mismo te explico.- respondió Meb avanzando hacia el
Dolmenis, quien se hallaba serio.
Parloteó algunas cosas con el viejo, que luego avanzó por delante
incitándolos a seguirlo.
El joven se acercó a Meb con rostro preocupado, y éste, en un suspiro,
lo miró y procuró explicar cuanto sucedía.
_La región de Berian, el Principado, y las circundantes Kalaefen,
Essilath y ahora Karianta, están siendo tomadas por los campesinos. Se
dirigen hacia el oeste, norte y sur, y los revoltosos en la ciudad de Bagglaf
amenazan con llegar a las fuentes y rivas de la plana y el golfo Endher, al
oeste, y hacia los pies del Ithon, impidiendo el escape de cualquier persona
hacia donde se pone el sol, lejos de los flujos problemáticos.
Las ciudades que albergaban a las Familias y políticos están cayendo;
Karian, Rindor, Thorn e Isthes, entre otros poblados del norte, están en
manos de los sublevados, y nosotros, sus dirigentes y terratenientes, no
tenemos dónde ir a parar. No podemos volver a nuestros hogares…
_¿¡Y a dónde estamos yendo!?
_Pirin, el viejo Dolmenis, supo sobre nuestras desgracias antes de que
comenzasen a ser coherentes en nuestra propia mente. Creyó que no vale la
183

pena proteger a cuantos entes de las Familias había en la junta de anoche, y


los demás les pareció demasiado lejos su paradero como para hacerles
llegar el aviso de huída.
_¿Huída…?
_Sí. El ermitaño vive en las montañas de Irnon, al noroeste. Allí yace,
entre los picos de los cuernos de montaña, una ciudad de la que los
campesinos nada saben. Allí estaremos a salvo durante este periodo, sus
caminos sinuosos no son transitables más que a pie, nadie llegará a sus
puertas.
_¿Por cuánto tiempo permaneceremos allí escondidos?
_No lo sé… tal vez… nos lleve la vida.
Síla se vio envuelto en algo que jamás hubiese imaginado. Él no
deseaba más que estar en su hogar, sembrar semillas, cuidar sus tierras,
vivir junto a su padre y madre y hermanos. Oyendo las historias de sus
abuelos. Pasando tardes enteras junto al río Feron. Caminando por los
bosques de sus dominios. Era para él aquella la vida que sería digna. Pero
ahora, cuanto más caminase hacia Ithon, cuanto más se adentrase en las
montañas por el camino de Hirin, más lejos estaría de su vida deseada, de
su tranquilidad junto a la familia, y más ignorante y lejano ante las
eminentes muertes de sus parientes. Por su cabeza, un montón de ideas se
cruzaron. Querría correr desde allí mismo y atravesar todo lo que hubiese
en su camino sin importar lo que fuese y llegar hasta la casa de sus
mayores, tomarlos a todos y llevarlos con él a la ciudad perdida. No
obstante sabía él que era un pensamiento irracional. Maduraba en sus
creencias, y era capaz de darse cuenta que era lo suficientemente cobarde e
incapaz de tomar tal decisión por sí solo, no podía mover un músculo para
alejarse de Meb. Ahora se sentía seguro, él le guiaba, le dirigía a la
salvación, la vida y su seguridad.
Una lágrima rozó su rostro, era reflejo de su dolor; había perdido a su
madre, a su padre, y a toda su familia, su hogar y sus tierras. Todo ello
generaba semejante dolor en su corazón que no sabía si prefería morir ahí
mismo o caer, al día siguiente, muerto por manos de los campesinos. No
sabía porqué, pero un sentimiento interno le mantenía con vida a pesar de
que su corazón se había olvidado de latir y sus pulmones de respirar. Fue
por ello que, aunque cabizbajo, siguió el ritmo de sus dos mayores,
observado de reojo por Jara, quien de vez en cuando le sonreía, intentando
cambiar el rostro del joven. Parecía tener un fuerte instinto maternal, y lo
reflejaba en su sonrisa al darse cuenta por lo que Síla estaba pasando. Ella
semejaba tener en su interior el mismo dolor de la pérdida que el joven
mostraba en su rostro. Había dejado atrás a sus padres, hermanos y
familiares. ¿Dónde se hallarían ellos? De todas formas, ellos, según me
dijo, eran campesinos, o comerciantes… no lo recordaba, lo importante es
184

que de seguro estaban a salvo, en las ciudades… a no ser que se haya


armado otro revuelo entre campesinos y comerciantes…
La noche había legado para entonces. Síla intentó detenerse, creía que
pararían a descansar, pero ninguno hizo lo mismo. Pirin, seguía sin
detenerse. Parecía tener la intención de seguir toda la noche.
_...Estoy cansado…- dijo el joven, como para intentar meter en la
conversación la necesidad de dormir por la noche.
_No debemos parar, amigo- dijo enseguida Meb.- Por la noche pueden
avanzar más que de día, no debemos bajar la guardia. Mañana por la tarde
estaremos en Kirgos, el poblado de las montañas. Allí descansaremos hasta
antes del amanecer.
Asintió levemente.
El paso se hacía lento e inacabable, pero todo parecía estar controlado
por el viejo Pirin, y ahora, Síla, no tenía nadie más en quién confiar.

……………………

_Si se me permite hacer una acotación a su historia, señor De Stefano-


interrumpió el francés- Es racionalmente imposible que estas historias se
narren como si fuese un libro de texto, señalizando tantos nombres y lujo
de detalles de quienes las han vivido, pues es imposible saberlo!
_...Yo jamás he dicho que haya sido exactamente así como yo se lo
digo a ustedes… Simplemente les cuento la historia que mi padre decía
recordar; desde este punto, pueden sugerir cualquier versión o posibilidad
ante las “verdades racionales” a las cuales se refiere con tanto ferbor…
El francés calló entonces, para esperar la continuidad de la historia.

……………………

Camino de Ithon Atrion

Kirgos a la vista. Altas casas con pilares que sostenían balcones y


techados con plantas colgantes, y en el medio, una torre desde donde un
mirador vigilaba en las lejanías a los rebaños y pronosticaba las tormentas
y el viento en el horizonte. No era un sitio muy grande ni majestuoso,
simplemente era una aldea entre las colinas.
185

La noche había pasado. Bien temprano por la mañana, casi antes de


salir el sol, Pirin despertó al muchacho, quien yacía en la catre de al lado, y
golpeó la puerta de la habitación de Meb.
_Ya debemos partir.
Meb y Pirin se encaminaron delante, hablando entre ellos en un
cuchicheo llamativo, en el cual se notaba una complicidad en un
misticismo que no era muy comprendido por el joven.
_¿Siempre hace eso?- preguntó a Jara, quien no había hablado hasta
entonces. Ella lo miró de reojo, y siguió mirando hacia delante. Síla la
miraba, esperando la respuesta con un rostro extrañado y de desagrado, no
entendía porqué tanto silencio. Incomprendía la razón… De repente habló.
_Todos los hombres son así… ¿No lo crees?
_No sé, yo soy un hombre.
_Pero aun eres un niño…
_No es verdad… Fui hombre al cumplir mis quince años.
_Ya… todos dicen lo mismo.
_¿Tienes algo en nuestra contra?- dijo en tono de desprecio.
_No, claro que no.- hizo otro espacio. Síla parecía comprender la
postura de Jara, ante su silencio. Cada vez que habría la boca, parecía
atacar o escupir a alguien. Tal vez esa era la raón por la cual Meb no la
dejaba hablar demasiado.- Meb es un hombre que necesita de su soledad,
de su misticismo, no soporta compartir todo con los demás.- Otra de las
razones por las cuales al parecer pasaba mucho tiempo en los jardines de
los hoteles, tal vez pretendía dormir solo.
_¿Y cómo lo conociste?
_Digamos que era amigo de mi familia.
_¿Tú naciste en la Capital?
_No, nací en Khu-ma-khat, muy cerca de la Capital. Es un pueblo de
no muchos habitantes, todos agrónomos. Mi padre era agrónomo.
_Entonces tu padre lucha por los derechos de las Familias.
_¿...Por qué debería…?
_¿...No lo hace?- Síla quedó perplejo, aturdido. Y Jara volvió al
silencio.

_¡Debemos parar en Saga-khe!- dijo con solidez el viejo agrio.


_Pero… ¿para eso no debemos meternos por los bosques de Fiwe? Es
alejarnos del camino sin sentido.- acotó Síla.
_¡No te preocupes, joven amigo!- aclamó Meb.- volveremos al camino
muy rápidamente.
_Pero…-
_¡Vamos!
Fue silenciado, y no tuvo más que seguirlos. Jara en silencio, sobre su
nuevo asno. Envuelta en togas y velos, semejaba un cargamento sobre la
186

mula más que una dama. Su rostro oscuro sostenía velado unos bellos ojos
que se olcutaban al igual que sus palabras.
Síla se acercó a ella.
_¿Por qué crees que nos desviamos a esta población?
_No lo sé, es dificil de comprender a quienes nos guían a veces, pero
normalmente tienen razón.
_¿Pretendes pasar toda tu vida guiada por Meb?
_Es mi único camino… Al menos por estos días.
“Al menos por estos días”, ¿qué es lo que habrá querido decir con
eso?, pensaba Síla. Había aptitudes y palabras que no comprendía de ella, y
prácticamente la veía como un objeto de intriga. Ese triste rostro, oculto
bajo el velo rojo…
_Háblame sobre Khu-ma-khat.- La joven lo miró seriamente. Bajó la
mirada, observó repentinamente al cielo, momento en que sus ojos brillaron
de una forma muy diferente, y luego, en un suspiro, recordó su tierra
pronunciando unas palabras que parecía articular con su corazón.
_ “Iara najreen dï Khu-ma-bap, agha-khat bapath, sah gonekhis
taupen…” (Brilla con su fuerza el maíz en los campos de Khu, piedras
blancas del maizal, sol de las personas del lugar…)- se resignó ante la
petición.- Mi familia no era de las más grandes, como otras en el terreno.
Mi padre era un gran campesino, y mis madres labraban los cultivos razos.
Mi progenitora, con mis dos hermanos, que son más pequeños que yo,
recorrían las sendas juntando olivos y viñedas, frutos del suelo y hortalizas.
Mis otros tres hermanos, hijos de mi matrona, labraban las tierras de maiz
con mi padre, y mis hermanas cuidaban de la casa, menos Khiarin, que ya
tenía su propio marido en su propia casa. El pueblo vivía del campo, y yo
despigaba los trigos y desgranaba los maices con mis abuelas y otra de mis
hermanas. La más pequeña, Hio, los lavaba, y luego las colocábamos en
grandes cestas de mimbre, las cuales se tapaban y se vendían tanto en Khu-
ma-khat como en las demás ciudades de alrededor, como a la Capital. Casi
todos nos conocíamos allí, éramos casi como de la familia, una enorme
familia que vivía del campo. Unos cultivaban, otros arrendaban, otros
comerciaban, otros regaban, otros sembraban, y todos formábamos una
enorme cadena. A unas calles de la nuestra, vivía un muy amigo mío, lo
conocía porque era uno de los que nos traían las espigas y los choclos; se
llamaba Wiron- dijo luego de hacer una pausa-, era un hermoso joven,
siempre sonreía y me invitaba a dar paseos por los campos. Me encantaba
dar paseos con él, era muy atento y veía lo bueno de todo, normal en los
chicos del campo…
_Parece como si te hubieses enamorado de él, ¿no?
_...Bueno…
_¿Cómo es que acabaste con Meb, entonces?
187

_...La Familia de los Mifis, era terrateniente de los campos de Khu-


ma-khat. Lo conocí… me enamoré, hubo ceremonia, presentación,
matriarcado y aquí estoy.
Acabó la conversación. Siguió hablando de su padre y lo bueno que
era para emparejar los zurcos y hacer crecer los maizales bien iguales.
Habló de su madre y de algunas de sus hermanas, las cuales Síla confundía
por no prestarle mucha atención.

Llegados a su próxima parada, aquel poblado de no más de 30


habitantes, Pirin gritó imponiendo un sonido extraño con la lengua, un grito
semejante al alegre de los árabes en las fiestas, canto que le sirvió de
identificación. Enseguida llegó aquel viejo, de larga barba, envuelto en un
velo oscuro, amigo de Pirin. Susurró unas cosas al oído de su amigo luego
de darle un gran abrazo, y ambos se comentaron cosas a una muy corta
distancia. Ordenó no bajarse del caballo, pero todos se encontraban
sedientos. Pirin refunfuñó, pero el otro viejo, con una simple palmadita en
su espalda y un gesto amistoso, lo convenció de lo contrario.
Fueron guiados hasta una tienda, donde les sirvieron una jarrita de
agua a cada uno y Meb llenó su bolso de cuero para tener durante el viaje.
Jara insistió en su necesidad de ir al baño. Nadie pudo negarse a ello, era
algo necesario. Con ella, bajo el brazo, atado alrededor de su torso, aquella
cajita que jamás soltaba. Síla, indiferente, también se dirigió a los baños
luego de Jara. Se sentó en una de las letrinas, y mientras orinaba, se percató
de que por debajo de las mamparas, nadie había. ¿Dónde estaba Jara? Se
asomó cuidadosamente hacia el otro lado, y se sorprendió de lo que vio.
Jara, parada sobre las letrinas comunitarias, sostenía en su mano un trozo
de papel y en la otra una pequeña paloma, de las isleñas. Introdujo el
pedacito de papel dentro de un portador de cañita atado a la espalda de la
paloma, y la liberó por las altas ventanas.
Rápidamente, Síla volvió a las letrinas y volcó el tarro con agua para
que corriesen las secreciones. Al volver, Jara aparentaba no haber hecho
nada fuera de lo normal, y sonreía a Síla mientras la miraba extrañado.
Pirin, esta vez firme, impuso la orden de que siguiésemos. Debíamos
llegar a Moör, en las cumbres de Ithon.

_Vi lo que hiciste…- dijo Síla, desafiante.


_ ¿Qué cosa?- respondió indiferente.
_ El mensaje que enviaste desde el baño. ¿Qué fue eso?- Entonces, la
joven quedó shoqueada, miró hacia abajo y a Síla luego.- ¿Sabe Meb lo de
esos mensajes?
_ …No…
_ ¡Háblame! No me ignores como siempre. Estás haciendo cosas a
nuestras espaldas. No podemos permitir eso.- Dijo adelantando el paso.
188

_ ¡No! Espera, de acuerdo, te explicaré qué está sucediendo.- volvió a


pensar tristemente, como una mujer golpeada y desilusionada por todos los
hechos aplastantes de su vida. Parecía, a veces, tener cincuenta años en
lugar de estar por los veinte.
_ ¡Vamos!- insistió el joven Síla casi enfurecido, metros detrás de los
dos hombres.
_ En Khu-ma-khat…- comenzó con voz alta, haciéndolo callar.-
…como ya te he contado, éramos un pueblo dedicado al campo. Aquella
zona, las afueras de Khefis, envolviendo las zonas del Khu, pertenecían a la
familia Mifis. Ellos señoreaban nuestras cosechas y economía, incluso la
política y su jerarquía dentro de hasta, a veces, nuestras propias casas.
Pronto, se oyó las nuevas noticias, provenientes de escándalos ocurridos en
otras islas. Decían que unos delincuentes amenazaban la soberanía del
reino de Khefislion, y eso implicó un gran declive en la producción. Fue
causa de la incertidumbre. Los comensales del gobierno casi no aparecían
por Khu, y un emisario corroboró con las bancas de comercio centrales
que por fuertes tormentas en el océano se habían cancelado las
exportaciones al resto de las islas… largas tormentas al parecer. Varios
grandes empresarios realizaron una reunión con el jefe de comercio de la
sala del rey, pero no llegaron a ningún acuerdo. Se comentaron problemas
políticos y sobre varios encarcelados por ostentar amenazar las decisiones
del rey. Esto llevó a un choque en cadena ideológico y de frustración, ya
que algunos de los detenidos eran hijos de comerciantes. Los campesinos
se negaron a trabajar por las posturas autoritaristas del rey en todos los
aspectos hasta entonces ocurridos, y los comerciantes se unieron en una
guerra comercial que pronto pasó a las calles por la falta de circulación de
alimentos. La zona de Khu se vio afectada económicamente, y las Familias
querían adueñarse de las tierras que nos pertenecían y llevar a los ejércitos
allí. El rey ordenó terminar con todo cuanto los campesinos habían
comenzado, pero para entonces fue demasiado tarde.
_ Los campesinos comenzaron una guerra.
_ Una guerra por el honor del trabajo. Mi padre se reunió con los
ancianos, como todos los padres de familia lo hacían en Khu-ma-khat. Allí
se supo que los de las Familias se dirigirían a la Karianta para debatir en la
ciudad capital de Karian los hechos ocurridos y cómo afectaría todo ello a
la soberanía Dasnai. Hacía ya meses… el hijo menor de los Mifis… Meb,
había estado rondando por mis aposentos… deseoso de… poseerme. Yo
amaba a otro, ya lo sabes, pero mi padre me convenció de que sería lo
mejor, que así, su familia llegaría a obtener gran parte de Khu, y algún día,
poder ser gobernada por campesinos. Yo entendía a mi padre, aunque, me
había negado hasta entonces, hasta el día en que, bueno… las noticias
llegaron.
189

“_ Me marcho, Kemo, es la última oportunidad que tienes de dejar en


nuestras manos la salvación de tu hija, antes de que comience la guerra.-
decía el Mifis Meb al padre de la joven.
_ ¿Guerra?- preguntó el hombre.
_ Sí, aquella generada por los malditos comerciantes. Ojalá fuesen
todos como vosotros, fieles a vuestro deber, sin intrometerse en problemas
de los superiores.
_ Hacemos lo posible, señor mío.- dijo inclinando su cabeza.- Hoy
mismo se lo comunicaré a mi adorada hija, mañana podrá marcharse con
usted.
_ Perfecto. No se preocupe, hermano, ella estará bien…”

_ Mi padre sonrió- retomó Jara.- Lo aceptó. Yo lloré


despavoridamente al escuchar tal noticia. Prefería morir junto a mi familia,
pero mi padre insistió. Me llevó a una habitación aparte, y me sentó en la
cama. Se arrodilló delante de mí, mirándome a los ojos que estaban
bañados en lágrimas, cascadas en mis mejillas… y dijo:

“_ He estado hablando con los ancianos… y te necesitamos, hija mía.


Sabes bien cómo comportarte como una persona a la que nada le ocurre…
actuar…- dijo sonriendo.- deberás afrontar varias situaciones, algunas que
te desagradarán, pero, de esta forma, nos mantendrás al tanto de todo
cuanto suceda allí donde vayas con los Dasnai.
_ ¿...Pretendes decirme… que espíe a quien se convertirá en mi
marido, y en mi familia?
_ Sólo creemos en ti para que lo hagas… Khu-ma-khat, e incluso las
gentes de todo Empölion, se verán agradecidas a tu persona.”

_ ...Y acepté.- dijo suspirando. Hace tiempo que estoy con Meb,
siguiendo los pasos de los Dasnai. Los ancianos me entregaron una paloma
con su cartucho. Debía informarles de cuanto sucediese. Y así lo hago.
Pero, por favor, no digas nada a Meb, prometo dejar de hacerlo, sé que os
afectará a todos…
_ Ahora pienso… todas tus insinuaciones… hacia mí, no fueron más
que por conseguir información… ya no sólo de Karianta, Khu, Atrion y
Khefis o Essilath, sino que incluso del sur, de mi tierra, Naïlion…- dijo con
rostro asqueado.
_ No soy una traidora, soy víctima del propio sistema que han creado
nuestros mayores. Sino, mírate a ti mismo. Muerto en vida, no tienes a
nadie y ni siquiera llegas a los diecisiete años. Desconfías de todos. Has
vivido situaciones que te han acobardado, y todo ello, por tus mayores.
También me quejo de mis padres, de los ancianos… por más sabios que
todos ellos juntos sean, no tienen ni idea de lo que a nosotros nos
190

concierne, de nuestros miedos o incumbencias… Al principio, sí, fueron


insinuaciones falsas, pero no lo fueron al saber tu historia, una historia que
al fin y al cabo, desde diferentes puntos, compartimos.
Síla quedó en silencio. No habló más en todo el viaje por las montañas
hasta Moör. Muchas cosas cruzaron por su cabeza en ese momento; no
sabía a quién apoyar, no sabía quién era siquiera. Dónde se encontraba
parado, cuál era la razón. A dónde iban…

Moör y la sinuosa Essilath

Tres casas en la montaña. Blancas y helenas. En la sima, junto a unos


peñascos de los cuales nacía como si se tratase de un hongo, el monasterio
de Moör. Alargado y metálico. Sus adornos platinados en el tímpano de la
estructura, lo hacían similar a la corona de un dios. Curvas y círculos
florales de pétalos de la vida. Un verdadero árbol de mandalas, los
mandalas de Atrion.
Dos de los guardianes, ancianos que vivían en las casas inferiores,
observaban a los “intrusos” entrar por el camino lapidado, el cual barría
uno y el otro quemaba los pastos secos en una pira junto a las casas.
_ ¿Qué se les hace necesario?- preguntó uno.
_ Busco a Arek.- respondió Pirin.- Él sabe que lo busco…
_ …Pasen…- dijo el barrendero.
Todos, en silencio, respetando aquel murmullo de la ventisca de la
montaña. Era un silencio que semejaba al invernal, y los ancianos no
atentaban a romperlo.
A pie, subieron las escalinatas de la montaña que llevaban a las
puertas de Moör. De un lado, con suma tranquilidad, el viejo, apoyado en
una vara de roble, se acercó a Pirin sin dejarlo subir un escalón más.
_ Kala-hale…-dijo el viejo. (A buenas horas…)
_ Hemos venido en cuanto pudimos. El Camino de Essilath sur estaba
bloqueado. Debimos venir por Hirin…- el viejo refunfuñó.
_ Sígame. ¡Sólo usted!- dijo al ver que todos avanzaban. Pirin le
siguió. El viejo abrió la puerta, y con la mayor rapidez con la que podía
cerró la puerta.
Dentro, sentados sobre cátedras de robusta madera y platino, ambos
hombres conversaban en secreto:
_ ¿Hay noticias de la capital?- preguntó el anciano.
_ Me he desconectado de las noticias no más haber pasado los últimos
poblados. La situación es crítica.
191

_ El Ministro ya ha tomado camino a las cumbres de Essilath, al fuerte


de Isthes…
_ Entonces estaremos seguros. No obstante… no fue el Ma-Shas
tomado?- Arek hizo un gesto de impaciencia e incredulidad ante Pirin, a
pesar de que sabía aún más que el viejo… Suspiró, y dijo:
_...Ecuánimemente a Isthes…
_¿¡Cómo!?- aclamó asustado.
_ No desesperes, amigo… Nuevas han llegado desde lo alto.- el
hombre se puso de pie. Fue hasta un altar, y de allí tomó una manta, la cual
envolvía algo. Pirin esperaba, pero, impaciente, se puso de pie.- …Los
planes han cambiado para las Familias. El Ministro no es de sangre real, y
no es aceptado ante los Azules. Vosotros sois desendientes de los Dasnai-
Meh, regentes ancestrales de las once puntas de Khefislion. A vosotros, por
lo tanto, se os dará ascilo en la Ciudad Perdida.
_ ¡La Ciudad Perdida!- exclamó desconcertado, apavorido. Arek
extrajo de la manta el Rum, la vara del gong, y junto a ella, una campana de
bronce.
_ Tómalas. Los Azules nos han dicho que te dirijas por Gorok y el
camino oculto de Nerma, adentrándote en Hen-Ath. Lo demás, ya sabrás
hacerlo.
El Dolmenis asintió, y se dirigió con sus compañeros de viaje. Al oído
de Meb, susurró algo, y retomaron, pues, el camino. Los jóvenes, ignoraban
la dirección de los caminos, pues, en silencio, se dirigieron detrás de sus
mayores. Durante esa noche, recorrieron los altos límites de Essilath, por el
camino de Gorok.
Al amanecer, Pirin se detuvo. Miró a su alrededor y comprendió el
camino. Gorok acababa en el monte Hik, y Hik era el umbral de las
montañas. Decía la leyenda que en las bajas rías del Sagas, un ave de cien
colores volaba por las bajas tierras el mar, aunque nunca pisaba tierra. Era
deseosa para el hombre obtenerla, pues contaban que quien la lograse
atrapar, obtendría todos sus sueños en la palma de su mano. Un hombre,
osó capturarla, y con ingenio y astucia, lo hizo. La poseyó en su mano, y se
dignó a cumplir sus deseos. Deseaba ir más allá de las montañas, y obtener
todas las tierras y riqueza del oeste, y así fue que con el ave, atravesó las
tierras altas del Ithon, podría decirse que voló por sobre el monte Hik,
rompiendo las barreras de los vientos de las altas cumbres, y llegó a las
planicies de los grandes ríos. Allí se proclamó rey y gobernó, comiendo lo
que deseaba, haciendo lo que deseaba; pero, este hombre, no se había
percatado de algo: estas aves al crecer, escogían una pareja y vivían
eternamente unidos hasta el día de su muerte. Estas aves estaban tan
unidas, que si la una se alejaba de la otra, no podían volar más. El ave, no
voló, no pudo elevarse por los aires, y por no tener a su pareja, desfallecía.
Pero tomó fuerzas, y caminó desde el mar hasta las montañas. En ese
192

momento, se topó con Hik, y no pudo hacer más que caminar entre las
rocas y los montes sinuosos hasta cruzar todo Ithon. En las planicies del
Alathar, las aves, volvieron a encontrarse, y cumplieron con cuanto su
encontrar correspondía: revertir los deseos. El hombre fue pobre y
expulsado de las planicies. Perdió su familia y sus riquezas. Hik fue
imposible de cruzar, y el hombre, rogó a las aves que le ayudasen a volver
a su hogar. Las aves, sabias, le otorgaron un último deseo, cruzar el Hik,
pero… el hombre no especificó cómo, por lo que las aves le obsequiaron
una pala. El hombre cabó durante días, semanas y meses, y así pudo llegar
al otro lado. Las aves habían enseñado que no es lo bello lo que nos lleva a
obtener nuestros deseos, sino el arduo trabajo y la humildad, que nos da lo
justo y necesario que a nosostros nos corresponde.
_...Este hombre se llamaba Nerma…- susurró Pirin.
_ ¿Qué?- dijo Meb.
_ Debemos dejar aquí a los asnos. Tomen lo justo y necesario para el
último trayecto… cruzaremos el camino de Nerma.
Jara observó la nueva posición, los hombres, se encaminaban a pie por
los peñascos hacia el norte… y Essilath y el fuerte de Isthes, eran ahora en
el este. Esto comenzó a preocuparla, pues la situación había cambiado.
El camino se hacía cada vez más complicado, pues no tenía forma de
camino. Las nubes estaban a su altura, incluso más abajo, en los valles. No
había grandes picos, pero las montañas eran intransitables. Había bosques
que los rodeaban, incluso algunos que debían atravesar. La noche había
llegado, y todos se propusiron domir bajo los arbustos de los bordes del
camino.
_Por la mañana cruzaremos el camino oculto- comentó el Dolmenis a
Meb. Éste asintió con la cabeza y dio las buenas noches:
_Ágadan…-
Tomaron sus posiciones. Jara y Meb, juntos, Síla a sus pies, y Pirin,
acurrucado en otro arbusto.
Síla pudo observar durante esa noche cierto nerviosismo por parte de
Jara. Se movía de un lado al otro, y no durmió en toda la noche,
murmurando y temblando. Pensaba “¿está nerviosa, tiene frío, está
incómoda?”. Esta aptitud, puso también nervioso a Síla, quien tampoco
pudo pegar un ojo.
La noche fue dura, y para completar, Pirin los despertó a todos incluso
antes de que el primer rayo de sol se asomase por el horizonte.
Se levantaron, y así como se encontraban, continuaron por entre los
pinos y bosques hasta que, de repente, el viejo solitario se percató de una
cueva entre los arbustos. Los insitó a seguirlos. Jara dudó antes de entrar,
pero Meb, sin esperar respuesta, la envolvió entre sus brazos, como
protegiéndola, y la acampañó durante la entrada. Síla se recogió su capa
193

para no mancharla con los charcos de la entrada, producto de las lluvias


nocturnas de los montes, y se adentró al oscuro agujero, portal de Nerma.
Durante el camino, los hombres volvieron a tomar su posición de
guías. Síla, delante de Jara, no ponunciaba ni una sola palabra. Entre la
oscuridad, iluminados sólo por las antorchas que el viejo había preparado,
Jara intentó romper el silencio, haciendo alución a lo que estaba
sucediendo.
_ ¿No piensas por tu propia voluntad, acaso, niño?
_ ¿De qué me hablas?
_ Del camino… este no el camino hacia Isthes.
_ ¿Cómo lo sabes?
_ Todos saben que Moör se encuentra en Atrion, del otro lado de los
montes Ithon, sin embargo, Isthes está en las colinas del lado este, y este
camino, nos dirige al nordoeste.
_ ¿A dónde crees que vamos?
_ No lo sé, pero hacia allí, está Hen-Ath y las planicies de Alathar.
¿Acaso te importa esto?
_ ¿Por qué habría de importarme? Meb nos lleva a sitio seguro.
_ ¿Y si no…? Tal vez sí, pero yo tendría un poco más de
personalidad…
_ ¿Insinúas acaso que no la tengo?
_ Aún eres joven…
_ Soy un hombre!
_ Pero joven… no se es sabio hasta los sesenta años, amigo… en que
uno lo ha vivido todo.
Síla intentó demostrar una enorme seguridad, aunque, por dentro,
estaba tremendamente perturbado.
El silencio volvió a evolverlos a todos, hasta ser irrumpido por Pirin,
quien dijo:
_ La Salida…- pronto se vio la luz.
Siguieron adelante.
_A dónde vamos, ary?- preguntó Jara a Meb tomándolo del brazo de
una forma muy cariñosa, mientras caminaban por los vías de montaña.
_ A lugar seguro, arym, no temas.
Síla observó esta situación. Sin decir nada, y con un rostro serio,
avanzó unos pasos mirando fijamente al suelo.
No sabía cómo interpretar su actuación… ¿eran celos, acaso? ¿Temía
por su seguridad? ¿Quería defender y preservar a las Familias? ¿Estaba
frustrado, tal vez, por la situación en la que se encontraba? Volvía a pensar
en su familia, ¿estarán aún allí, en su casa de Naïlion? ¿Acaso los Meiehis,
seguían en pie? Todo esto, ofuscaba su persona, lo hacía mesquino, y era
muy comprensible, esto, era parte de madurar como hombre.
194

Supo, en ese momento, que el elixir de las Familias, se encontraba en


sus manos, pues era el único de los Señores Dasnai vivos, que sabía sobre
Jara, la “informante”.
Se acercó a Meb, procurando que Jara estuviese más atrás con tal que
no oyese la conversación de los hombres.
_ Meb… ¿puedo confiar en ti?- preguntó queriendo aparentar un
hombre, pero no pudo resguardar su característica niñez en el tono de s voz
e inocencia.
_ Claro que puedes, amigo… ¿porqué no podrías? ¿Hay algo que te
incomode?
_ Ehem… no, bueno… es que, estoy preocupado.
_ ¿…Por la razón de…?- preguntó esperando que prosiguiera.
_ Cambiamos de camino, cierto?, este no es el camino hacia Isthes.
_ ¿Por qué lo dices?
_ Porque sé que Isthes esá ahora en el este, y nosotros viajamos al
nordoeste…-
_ ¿Eso te preocupa? ¿Es porque hemos cambiado el rumbo…?
Verás… Isthes está rodeada, y no es segura. Yataris está allí. Dicen que
incluso se ha llevado prisioneros consigo, él los llama “salvaguardas del
pueblo”, eso lo hace más peligroso. Nosotros nos hemos adelantado. Desde
todos los sitios, las Familias han sido informadas, y muchos de ellos están
ahora en camino a Hen-Ath, la última fortaleza.
_ ¿Cuál? Jamás oí de ninguna en las cumbres de Hen-Ath.
_ “La Ciudad Perdida”…- el joven quedó anonadado, no era la
primera vez que lo oía, antes se le había hecho familiar, por leyendas, pero
jamás pensó que existiría. En ese momento, recordó:
_ …Y… dime… ¿si alguien informase sobre la ciudad perdida, al rest
de las poblaciones… qué sucedería?
_ No pasará eso, nadie sabe sobre nuestra posición y los caminos que
cursamos.- el joven asintió. Con una preocupada y desconforme sonrisa,
aminoró el paso. Pero, “¿qué estoy haciendo? ¿tan cobarde soy!?”; retomó
a la fuerza esos pasos perdidos, y volvió junto a Meb. Y retomó:
_ ¿Y si sí estuviese pasando?
_ ¿Qué es lo que te atormenta?- preguntó cansado de tal insistencia.
_ …Su mujer… Jara… Ella es de familia comerciante, del campo,
¿qué le hace pensar que es tan fiela usted uando su familia está donde está?
_ ¿Qué insinúas, que Jara nos traiciona dejando mensajes por los
caminos? Ridículo…
_ Los envía…- Meb quedó en silencio y miró de una ateradora forma
al joven. Parecía que iba a reventarle la cara, pero permaneció callado,
anonadado. Y Síla prosiguió: - La he visto hacerlo. Ella me ha contado que
lo hizo. Me ha hecho prometerle que nada diría. Pero, yo soy un Dasnai, y
defiendo a mis hermanos, mi pueblo, no quiero que caiga por una espía.
195

Meb permaneció en silencio, y no acotó palabra. Dio dos palmadas en


la espalda a Síla, y mirando al frente, continuó junto a Pirin.
El joven Síla, no sabía qué pensar: ¿está Meb enterado de esto? ¿Nos
traiciona también? ¿Con qué motivo…?
Síla no se atrevió a hacercarse si quiera al Dolmenis para contarle lo
que sucedía. Éste se le hacía distante y amargo, arrogante y lejano, le temía
en cierta forma.
Jara volvió a hacercarse; sonrió a Síla mientras pasaba a su lado…
¿falsamente?
El camino se hacía difícil, y éste se hallaba cada vez más cerca del
borde, del precipicio de los valles. Pirin, indiferente, delante de todo,
cortando ramas que se le interponían. Pronto, Jara alcanzó a Meb, y
abrazándolo del brazo, volvió a insistir en el camino.
Meb no la miraba a la cara, y ella, mientras hablaban, se separaba cada
vez más, hasta sólo tomarlo por la muñeca. Pegaba su hombro, junto al
firme pecho de Meb, y, preocupada, lo miraba desde su altura, más baja,
con preocupación, mientras articulaba paabras. Para Síla, Meb se hallaba de
espalda, y no podía verlo gesticular las palabras que sabía estaba usando.
Jara colocó su mano en el pecho, en señal de resentimiento, de llegar a la
compasión de su marido, pero él… él la tomó fuertemente por las muñecas
y la puso frente a su rostro. Sus palabras fueron tan fuertes, que las pudo
oír, esa discusión, que aminoró el paso de los cuatro hasta detenerlo. Pirin
giró sobre sí. Síla se detuvo, con rostro asustadizo. El corazón se le
aceleraba. Meb forcejeaba entre la discusión, gritando: “¡¡Me has mentido
todo este tiempo!¡¡Traicionado porla misma mujer a la que quiero, a la que
todo se lo he dado!!
_¡¡Jamás quise hacer esto!! ¡¡Fui víctima de mi propio padre y de ti y
tus caprichos!!
_¡Jamás debiste hacer esto! ¡Eres una basura! ¡Eres una perra! ¡No
eres sino lo que eres, un saco de maíz…!
_ ¡¡Y ustede, la malaria de Khefislion!!- exclamó a cuatro vientos,
gritándole en el rostro, casi escupiéndolo.
Meb la miró con rabia. La tomó de los brazos co fuerza. Y entre los
gritos y forcejeos…
_ ¡¡¡NOOOO!!!- Gritaron Pirin y Síla al unísono… pero, ya era
demasiado tarde. Meb, había empujado a Jara por el precipicio, y ahora,
ella caía al vacío, a los valles, sepulcros de su joven cuerpo…
Meb, se sentó en el suelo, con lágrimas en los ojos. Pirin impidió que
Síla se le arrimase. Éste, habló por primera vez con el viejo solitario,
preguntándole y afirmándole sobre la reacción de su amigo. Pedía perdón,
pues, no creía que llegaría a tal punto. Jara, a pesar de todo, había sido
buena amiga de Síla durante el poco tiempo en que la había conocido, pero:
196

_ El hombre comete errores- aclaró Pirin.- Es la desesperación la que


nos lleva a tal punto, hasta límites atroces. Meb la amaba, y lo hace aún, no
obstante, como todos sabemos, una persona, no vale la supremacía de las
Familias. Es lo que uno debe hacer, aunque a veces, las formas no sean las
adecuadas.- Dio dos palmadas en la espalda al joven, y volvió a su postura.
Al pasar por delante de Meb, aún en el suelo, dijo:
_ Se le rendirá memoria. Su familia será premiada y recompensada por
tal hija… sus actos, aunque nefastos para Khefislion, fueron humanos, y
valientes, esto no solo se premia en los cielos, sino también en las tierras.
Caminó e incitó al joven que lo siguiera.
_ Pero… ¿y Meb?- dijo al ver que quedaba atrás.
_ Pronto nos alcanzará.- rodeó al joven con su brazo, haciéndolo sentir
acompañado, y ya no solo. Pirin se había convertido ahora en su amigo,
abuelo, su protector. Síla, ya no confiaba en Meb, le temía, sin embargo, a
Pirin, ahora, lo comprendía, no deseaba separarse de él. Síla supo dos cosas
en ese momento: uno no puede confiar en nadie hasta que no sale lo mejor
o lo peor de cada no y llega a comprender su persona, y la otra, es que nada
es lo que parece.
Meb se puso de pie. Rompió de su capa un pequeño trozo, un paño
morado, y luego de secarse las lágrimas con él, todo como marcaba la
tradición, lo lanzó al vacío en forma de luto. En silencio, retomó el camino.

El pacto de Thorn

Lenué Yataris, gran visionario e idealista, predijo las situaciones


sucedidas mucho antes de que sucediesen como tal. Nunca pensó que él
acabaría como Primer Ministro, y menos que fuese él sobre quien cargase
el peso de todo un país. Planificó con bastante precaución los servicios y
situaciones de todos los fuertes de la región, y supo que no era allí, Isthes,
la regente de Essilath, a donde debía dirigirse. Ésta estaba rodeada de
campos, y los pueblos eran enteramente poblados por campesinos. Él supo
bien que debía permanecer oculto en Thorn, al sur de Atrion, en las fuentes
del río Arwok. Mandó a una caravana de comerciantes, es decir, guardias
disfrasados, que se encaminasen hacia, supuestamente, los pozos de Irnin,
camino a Henis, los cuales debían llevar a los Calabozos Olvidados a los
cuatro prisioneros. Él también se disfrasó de ciudadano, y se encaminó a
pie junto a sus guardias. Las Familias no fueron advertidas de esta
197

situación, con tal que nadie revelase su ubicación. Llevó consigo a los
prisioneros a Thorn, con Irnin de estrategia.
Las uniones revolucionarias, escuadrones del pueblo, quienes tomaban
las ciudades mediante las protestas y el paro del comercio, se dirigían tras
las caravanas hacia Isthes, mientras, por camino totalmente opuesto, los
supremos mandatarios del país, permanecían ocultos y a salvo.

_ ¿A qué se debe esta amabilidad de alojarnos en su palacio, Ministro


Yataris?- preguntó Jepeu mientras comían.
_ Soy un buen previsor de las cosas, compatriota… y sé que esto
puede darse de una forma aún peor.
_ ¿Habla de este caos en el cual se ha metido nuestro pueblo?-
preguntó Ebel.
_ Exacto. La situación es crítica, y, perdón si esto ofende a vuestra
integridad, pero la situación actual no es debida a vuestras actuaciones. No
sois héroes, como unos dicen, sino la excusa perfecta para algo que se
viene cociendo desde hace ya años. Hoy, hirvió… y es hora de rebajar el
fuego.
_ ¿A dónde quiere llegar?- preguntó Sawe, sin entender el punto.
_ Los problemas del comercio han afectado a la cultura de los pueblos
de Khefislion. Ustedes mostraron que hay un más allá del Athlas, y los
comerciantes quieren saber qué es eso que hay allí. De esta forma, he
determinado un plan.- en ese momento, un colaborador, secretario del
gobierno, ofreció en tabla de madera un rollo de papel. Lenué lo extendió
frente a los “prisioneros”, y comentó: - Vosotros ya no tenéis tierra. No
pertenecéis a ningún país ni estáis bajo las leyes que rige Khefislion. Sois
libres de este país, pues ya no pertenecéis a él… ni siquiera vuestras
familias.
_ ¿¡Cómo!?- exclamó Ebel.
_ Así es. Una embarcación ya ha puesto en sí todas vuestras cosas,
todos vuestros objetos personales, incluso sillas, mesas, jarras, todo cuanto
se ha podido, incluyendo a vuestros parientes. Pero, no lo tomen a mal…
desligados como estáis de la nación, todo cuando os encontréis más allá del
Tagokk, es vuestro. Detalladlo en documentos, y registrad cuantas tierras
conquistéis. Elegid un lugar, y allí establezcan vuestras casas, vuestro
nuevo hogar. La condición, es que un porcentaje de las riquezas
encontradas, concretamente el 60 por ciento de ellas, vendrán a las Islas,
para mantener el comercio a flote, rejuvenecido, y así, la población estará
contenta. Seréis los héroes, y así marcharéis. Lo hemos debatido mucho
con los consejos, y han creído que es apropiado salir de las islas para
engrandecer las riquezas y el conocimiento del mundo externo. Las gentes
quedarán agradecidas, y podrán viajar al exterior, a vuestras tierras. Habrá
un contacto permanente entre las tierras nuevas y las islas…
198

Todos permancieron durante largo rato, horas, debatiendo la nueva


situación presentada por el gobierno, y los reclamos y peticiones o
renovaciones de los documento por parte de los ex-prisioneros.
Al finalizar el día, habían llegado a un semi acuerdo. Durante esa
semana, se seguiría debatiendo el tema, en conjunto con los consejeros
gubernamentales y el representante del Consejo de Ancianos.
Ebel, Sawe y Jepeu, firmaron esta declaración, y el pacto fue sellado.
Hubo celebración, con música, vino, manjares y baile, como si nada
estuviese sucediendo fuera de las murallas de la fortaleza de Thorn.
Aquellos que en un primer momento fueron repudiados, exiliados,
repatriados y aprisionados, hoy marcharían como héroes, portadores de la
innovación. Ebel se encontraba enormemente feliz por tales acuerdos a los
que se llegó, y estaba ansioso por volver a la ciudad capital y embarcarse
en el navío.

En las puertas de Taabathar

De repente, el camino se detuvo para Pirin y Síla. Una enorme pared


de rocas impedía el paso al gran monte de Thor, parecía que el camino
hubiese sido comido por el tiempo, pues, desaparecía como si las rocas se
lo hubiesen tragado junto a las plantas de montaña.
Se encontraban desconcertados, sin entender, y menos aún Síla, sobre
lo que sucedía aquí; mas, esta desesperación fue disipada cuando unavoz
desdemás atrás en el camino, recordó:
_ “Ban taapén, hir pedén”- es decir: “El sonido que abre las puertas,
se viste de flora”. Síla entendió, pues, en los cuentos que su madre le
contaba de pequeño, esta frase era la clave por la cual se abrían las puertas,
aunque, en la leyenda, de una forma mágica y fantástica, simplemente con
las palabras.
Era Meb, que había llegado a su tiempo, tal como Pirin había dicho. El
gong, se encontraba, pues, tras los arbustos de las rocas. Pirin pidió a Síla
que subiese a las rocas y moviese las plantas que colgaban; mientras, Meb
quitaba las verdes ramas de los arbustos. Allí detrás, de un color plateado,
se hallaba el enorme gong. Pirin abrió su bolso, y desenvolvió las mantas;
extrajo la vara, el Rum, y tomó con la otra mano la campana de bronce. Se
paró frente al gong, y meditó durante unos segundos. En silencio y sin
199

moverse, intentaba recordar cada detalle de la “llave”, del “toc-toc” de las


puertas de la ciudad.
_ Un misterio se abre entre nosotros- dijo Meb a Síla. Éste asintió,
pues compartía este pensamiento, pero no dirigió palabra algunaa esta
persona a la que ahora temía. Aún se veía en este gran dilema, temía y
condenaba esta perversa y depravada acción,”asesino”, ahora era el
sinónimo que encontraba para Meb, aunque, por otra parte, se alegraba de
que Jara haya muerto, pues era clave para la supervivencia de los Dasnai.
Para entonces, Pirin comenzó. Golpeó con enorme fuerza el gong, el
cual sonó de una forma ruda, como si hubiese hecho sonar más un enorme
cuerno hueco que un platillo enorme, y luego, una prolongada vez a la
campana, volvió al gong, y luego dos veces a la campana; retomó dos veces
el gong, y dos veces a la campana, un espacio, silencio, y luego campana,
gong.
Unos pocos minutos más tarde, esas mismas rocas enormes del final
del camino, comenzaron a vibrar, se movieron hacia fuera, y dejaron ver un
hermoso camino empedrado. En su arco y portal interno, uno de los Azules,
envuelto en una blanca capa, encapuchado, dejando ver sus blancas manos
y su blanco rostro. Sus azules ojos los impactaron, y su cabello, de un
celeste agua, revalsaba como cataratas por sus hombros. Síla recordó el que
apareció en su casa, sólo que aquel, tenía una tenebrosa apariencia por sus
oscuras ropas, en cambio, éste, semejaba un ángel. ¿Qué clase de personas
eran éstas? El ser, al ver que los tres, perplejos, se arrimaron a los portales,
dijo:
_ Os estábamos esperando...
Detrás del hombre Azul, los tres tomaron camino delicadamente por la
vía empedrada de granito al principio, y de baldosas más tarde. Las paredes
eran la misma montaña, como si el sitio por donde transitaban, fuese un
sendero entre las grietas de Hen-Ath. Pronto se encontraro frente a los
portales magnánimos, de mármol, madera y plata, portal de simple
estructura, con refinadas vetas circulares y de estilo brancal, de una
exquisités delicada, fuera de lo normal para la época. Antes de golpear la
campana dorada del portal, el Azul se dio vuelta y los observó a los tres.
_ Esta ciudad no es como las demás ciudades que habéis visto en
vuestras cortas vidas. Mi nombre es AirimSa Karagakat, y yo os guiaré por
vuestro nuevo hogar.
Retomó su posición, hizo sonar la campana casi sin mirarla con un
pequeño rum, y dos guardias Azules, vestivos de un hermoso blanco y rojo,
con unos plateados brazaletes y una finísima áurea platinada alrededor de
sus cabezas que les daba esta clasificación social, abrieron el portal, y ante
los ojos de los simples khefislianos, un nuevo mundo se abrió.
_ Bienvenidos a Taabathar, la Ciudad Perdida…- dijo Airim dando los
primeros pasos al frente.
200

Perplejos, los tres hombres observaron boquiabiertos: entre las altas


cumbres del Ithon de Hen-Ath, viéndose las colinas más altas, de claros
colores, bañadas por un naranja lumínico del sol poniente, allí, prendida de
las montañas, estaba la maravilla más grande que jamás habían visto, un
pequeño cielo en la tierra; hogares de fina roca, blanca y platinada, palacios
de platino, relucientes como espejos, pendientes de las colinas como los
panales de las abejas. Cúpulas de cristales, hogares de techos circulares,
como compoteras puestas del revés; cristales en las plazas, personas que se
desplazaban sobre superficies planas que flotaban sobre las tierras. Las
calles eran de mármol, las puertas de fino bronce… Una ciudad reluciente,
que funcionaba como el hogar de los serafines, de luces y aromas dulces y
frescos, a jazmín, a manzano; las aves se vislumbraban como perlas y
mantas seda en los cielos, y se reflejaban en las paredes. Las personas,
eran altas, vestidas con pocas ropas, harapos finos y hermosos de blanco y
colores claros, todos con largo cabello, blanco o azulado. Todos se
diferenciaban por sus rostros, aunque no eran tan abruptas estas diferencias,
y sus ojos, verdes y azules claros. Personas de clara tez, los niños, como la
misma leche de cabra. Dentro de laciudad, muchas calles eran escalinatas,
y no había animales. Podía verse algún ave colorida, y flamencos, pero no
grandes bestiarios.
Airim los guiaba hacia el palacio principal, en el centro de la ciudad, a
lo alto, y en ese trayecto observaron los mercados, los hogares, las plazas,
todo reluciente, embadurnado de plata y bronce; en los mercados, tiendas
internas laberínticas, donde se podía dstinguir pescados, verduras, masas y
granos, cereales y especias, los aromas se difuminaban como el mismo
oxígeno, pero no carnes, ni rojas ni de aves. La gente sin dificultad
caminaba por las calles, y muchas casas permanecían con las puertas
abiertas.
En los templos, las personas llevaban flores y saumerios, muchos
había sentados en el suelo o las escalinatas, meditando, de una forma tan
pacífica, que por allí no se oían sonidos. Podía oirse un respirar profundo, y
parecía que todos coordinaban sus corazones en un mismo latido, el de la
tierra. Unos exhalaban por la boca, mientras otros inspiraban
profundamente. Síla, comentaba que podía sentir cómo, al pasar por
aquellos grandes templos, una hermosa vibración atravezaba todo su
cuerpo, desde los pies a la cabeza, como un escalofrío, y viceversa, que lo
armonizaba de tal forma que sentía que toda su familia estaba allí consigo,
dándole su incondicional amor. Las columnatas de blanco y platinadas
estaban envueltas en un ambiente lleno de armonía, y así las frágiles
estructuras se mantenían en pie.
Llegados a los grandes palacios, podían ver las grandes fuentes por las
cuales niños y ancianos se paseaban y nadaban, o simplemente mojaban sus
pies mientras hablaban. Así, al aire libre, se encontraba El Anciano, el
201

principal mandatario de Taabathar, recostado sobre los almohadones,


entablaba conversaciones junto a otros ancianos y niños, escuchándolos a
todos y cada uno.
Subieron los peldaños hasta la sala externa, donde esperaron que
Airim avisase al Anciano sobre la llegada de los hombres.
_ ¡Pasen, por favor, acérquense!- exclamó el anciano. Al acercarse los
tres, Airim habló:
_ Presento aquí a su Mayor Consejero, El Anciano DamBa, a los
señores representantes de las Familias: Meb de los Mifis, Pirin de los
Dolmenis, y Síla de los Meiehis.
_ ¡De sumo agrado me es encontrarme con los Señores del nordeste,
del sureste y de las montañas sur! Reúnanseme, hermanos, platiquemos.
_ Debo reverenciarme ante usted, Anciano DamBa- agregó Pirin
inclinándose frente al mandatario.- Ha logrado hacer de un recóndito lugar,
una de las grandes maravillas de este mundo conocido.
_ Oh, joven Dolmenis… Todo cuanto existe es una gran maravilla.-
dijo con una enorme sonrisa al final.
Síla se cuestionaba el porqué de que se refiriese a un viejo cincuentón
como Pirin, con el término “joven”.
Fueron invitados a sentarse a su lado, y éstos lo hicieron agradecidos.
Los niños tocaban las ropas de los hombres, pues estaban sucias y poseían
colores más oscuros que los utilizados en la ciudad. El mágico ambiente,
los hizo sentir como reyes, y a la vez, seres celestiales. Les ofrecieron
frutas y manjares de ríos, almejas de las altas riveras, con limón y pasta de
verduras salada. De beber, sumos de naranja y manzana. Mientras otro de
los ancianos encendía los puestos de saumerio de basija y candelabros, por
donde suaves aromas comenzaban a invadir el aire, tan puro como solo en
las montañas limpias puede olerse y respirar, fresco, el mismo aire ya
endulzaba sus cuerpos al inhalarlo.
_ Tengo entendido que representantes de las otras ocho Familias se
dirign ya hacia aquí.
_ Espero que éstas puedan llegar.- dijo Meb, preocupado. El anciano
lo miró de una forma extraña, con lo cual, Síla creyó que éste se había dado
cuenta de lo que el Mifis había cometido. Estaba nervioso, asustado ahora.
Pero se tranquilizó al ver que el Anciano, cambió rápidamente de tema.
_ Debéis de estar muy agotados por este largo viaje, ¿verdad? Se os ha
preparado habitaciones. Vayan, descancen por hoy, mañana hablaremos.
_ Le agradecmos enormemente- dijo Pirin mientras todos seponían de
pie.
_ No hay porqué preocuparse… Todos debemos descanzar tras un
largo camino, la recompensa ha sido vuestra llegada…- los tres sonrieron
mientras marchaban. Pero en ese momento, el Anciano retomó la palabra,
con algo que les dio escalofríos a los tres hombres, que simplemente
202

agradecieron esa aportación: -…Y recuerden esto, uno debe siempre


meditar sobre lo que se ha hecho en cada día los minutos antes de dormir,
sólo así somos libres de pecado…
Esa noche, los tres meditaron antes de cerrar sus ojos.

_ Donde habéis dormido…- habló Airim a los tres cuando se hubieron


levantado- … a partir de ahora es donde siempre dormiréis, pues es vuestro
nuevo hogar.
Los tres agradecieron a Airim reverenciándosele inclinando sus torsos
y agachando la cabeza.
Ese día, fueron a almorzar con DamBa. Este viejo agradable, de larga
barba y cabello blanco, mas no canoso, los acompañó amablemente en las
comidas, manjares de los ríos de montaña.
_ ¿Les es de agrado vuestro nuevo hogar?
_ No tenemos palabras para agradecerlo.
_ Junto a vuestros hogares en el palacio de residencias, habitarán los
demás Dasnai-Meh, en el momento en que lleguen, claro está. Esta
situación, la situación de Khefislion, nos ha afectado a nosotros también,
pues, vivimos de Khefislion, y de los alimentos que nos llegan del exterior.
No obstante, lo que más nos ha afectado, es el reciente desorden en las
castas reales y en las Familias. Se han cometido aberraciones por varias
partes: reyes muertos, ministros que se desentienden, ciudadanos
enloquecidos, prisioneros, desprestigio del orden establecido. Vuestro
sistema, ha colapsado.
_ Es simplemene un descontento, pronto se tomará en consideración.
Se solucionará, pues el mismo peso de la ciudadanía acabará con ella
misma.
_ Ese es el gran temor. Luego, no habrá pueblo.- siguió el Anciano.-
Todo debe ser reconstruído. Y ya es la hora. He vivido ya más de un siglo,
y desde que poseo uso de razón, y desde que gobierno esta ciudad, se ha
visto el desorden de Khfislion. Es comprensible que tarde o temprano esto
estallaría. Por lógica, vuestra situación es debido a vuestro estado de
humanos puros.
“¡Un siglo!” “¡Humanos puros!”, pensaba Síla. ¿Qué clase de gente
era aquella?
_ ¿Desde cuándo habitáis aquí?- preguntó Síla.
_ Desde el día en que los primeros humanos llegaron a esta isla.-
Luego prosiguió- Nosotros estamos dispuestos a albergar a las Familias
durante los momentos en que éstas se vean afectadas o amenazadas, pero
no nos compartaremos como lo hacn las demás “fortalezas”. Seréis
representantes delas tierras, pero no amos de ellas. Ya es la hora de que
Taabathar cumpla con su cometido.
_ ¿De qué me está hablando?- cuestionó Pirin.
203

_ Hace ya medio milenio, Los entes de las Doce Estrellas trajeron a


esta isla deshabitada un grupo de humanos. Los humanos, entes animales,
de tez oscura, dispersos por las tierras desde donde viene el sol, eran las
últimas y recientes creaciones de la Vida, de la Fuente, y los grandes de los
cielos, se vieron guardianes de los mismos. Los protegieron trayendo un
grupo de humanos a estas tierras aisladas de los peligros, y les enseñaron a
ser personas, a vivir como en el resto de los mundos. Sólo una casta, los
Taaba, fueron capaces de seguir con las enseñanzas de los supremos,
mezclándose con éstos. Los demás, quienes se reprodujeron con gran
facilidad, más que otras razas de gran inteligencia, poblaron las islas, y
fueron protegidos por los entes de las Doce Estrellas, los mismos que, a sus
discípulos, los Taaba, pidieron que siguiesen con su labor, ocultos, y que en
el momento en que los humanos, seres virulentos, brotasen en su desorden,
se encargarían de su reorganización, según manda la ley de Taabathar,
nuestras leyes. Fueron puestos doce hombres fieles en cada extremo de la
isla, doce Familias que se encargarían de la organización mantención
discreta de la colonia humana, los que llamaron “Dasnai-Meh”. Hoy, esas
doce Familias, ya no tienen su legítimo poder, y dioses sabrán quiénes
siguen vivos de ellas. Es por ello, que no más unidas en Taabathar todas las
Familias, mi pueblo resurgirá, para establecer el orden adecuado.

Al mismo tiempo en que los Mensajeros Azules se desplazaban hacia


donde las Familias, o sus supervivientes, se encontraban para enviar la
carta que los invitaba a resguardarse en la Ciudad Perdida, Sawe, Ebel,
Auhmehh y Jepeu, se reencontraban con sus familias y sus compañeros de
viaje en el puerto de Khanis.
Vestidos para la ocación, como verdaderos exploradores reinantes,
conquistadores de las nuevas tierras del más allá, saludaban a las gentes
cientas que en el puerto las saludaban con ferbor. El navío zarpaba y el
gentío bramaba en alegría. Flores volaban por los aires desde las torres del
mar, aquellas que poseían los faros en lo alto. Toda una enorme fiesta, que
alegraba los corazones. Resguardado en una de las torres, y coreado por las
gentes que agradecían este hecho, observaba el primer gran logro
establecido.
Por detrás, se arrima otro de los ministros, con un rostro alegremente
indiferente, y cuestiona:
_ ¿Qué se le ha dicho al pueblo que tan alegre se ve?
_ Se le ha dicho lo mismo que a los navegantes…- decía mientras
saludaba desde el palco.
_ ¿Que habrá nuevas conexiones y riquezas del exterior y que todos
podrán circular libremente?
_ Así es…
204

_ ¿…Y será así...?- Lenué miró ahora a su colaborador, y con una


sonrisa, dijo:
_ A veces las cosas no salen como las planeamos…- fue hacia adentro
y se aproximó al ministro de marina, al cual susurró: - quienes están en ese
navío, nunca más pisarán tierras del reino. Cierra el comercio al exterior de
Thenis y Athlanis en cuanto hayan cruzado el estrecho.
_ Sí, señor.- respondió.
_ Nunca más nos volverán a molestar…

Había pasado ya una semana, y las Familias habían sido advertidas.


Niartis, Isthiriis, Karianis, Koyris, Fidhis y Akaostis se habían reunido.
Debatieron hasta la pelea. Unos deseaban marchar, uír de esta situació,
creían que los Azules, creadores de las Dasnai, sabrían cómo solucionarlo.
Mientras que otros, incluso debatidos dentro de las mismas castas, Akaostis
e Isthiriis, por ejemplo, mantenían y convencían a Fidion también, de que
esto desprestigiaría el poder de los Dasnai, y acabaría con su poder sobre
las doce puntas de Khefislion. Dos días más tarde, de incógnito, mientras
los demás se dirigían hacia Hen-Ath, Fidion, Kogo, Ywkuon y Birno se
encaminaron con cuanta rapidez pudieron al palacio real de Khefis.
Lenué yacía sentado sobre su cátedra, revisando los documentos. Cien
guardias armados con lanzas custodiaban la gran puerta del palacio. Nadie
se atrevía a subir las escalinatas. De todas formas, por la zona, las cosas se
habían apaciguado. Los cuatro hombres, envueltos en harapos de oscuro
rojo, se allegaron a los guardias. Mostraron sus anillos y brazaletes, señal
de las Familias, y éstos les permitieron el paso.
Dentro, un ministro los recibió. Éstos insistieron en hablar con Lenué,
y que nada harían ni se marcharían si no hablaban directamente con él.
El hombre, consultó al atareado primer ministro, y éste accedió.
Pronto los cuatro hombres se adentraron a la enorme cámara del Consejo
General, donde los recibió Lenué, sentado en los estrados de la sala
circular. Fidion, tomó la palabra.
_ Mis saludos, Primer Ministro. Venimos directamente, y sin rodeos, a
presentarle nuestras molestias por lo que está sucediendo.
_ Las cosas se calman, por si no lo ve.- dijo casi en un tono arrogante
el ministro.
_ ¡Ignorante! Usted no tiene idea de lo que está haciendo… político-
dijo despectivamente Birno. A lo que retomó Fidion.
_ Con razón le hablamos de que vuestras medidas pueden atraer
desastre para la seguridad de la nación de la misma isla de Khefis. Bien
dice nuestra Ley suprema, que en caso de la caída del rey, las Familias
205

deben regir todos los aspectos del gobierno, pues está impuesto así por ley
divina.
_ Nombrado fui por el abuelo del rey muerto…
_ Un asesino a los ojos de la nación. No tiene valor su posición.
_ Poseo el apoyo de los ministros, y del mismo pueblo ahora.
_ ¿Y de qué forma logras el apoyo de quien tan descontento está?
_ A veces subestimas el sentido común de los que no pertenecen a las
castas nombradas, ¿verdad, Karianis? He dado al pueblo lo que deseaba.
_...- esperaban dudosamente una aclaración con las palmas de las
manos extendidas, en gesto de petición.
_ He enviado al Nuevo Mundo a los exploradores encarcelados y les
he prometido las tierras que encontrasen como suyas, a cambio de un
porcentaje de sus riquezas.
_ ¿¡Qué locura estoy oyendo!?- gritó despavorido Ywkuon, mientras
Lenué se paseaba a sus alrededores apaciblemente.
_ Tranquilo, hermano, calma. Jamás volverán, no pondrán un pie en
las islas jamás, bajo pena de muerte.
_ ¿Quién sabe esto?
_ Unos fieles guardias, y yo.
_ Imprudente eres de todos modos. Crees que conoces este mundo,
pero no tienes idea, jamás has salido de estas tierras, y crees que lo sabes
todo.
_ ¿Acaso ustedes han salido alguna vez de estas islas?- todos
estuvieron en silencio. Hasta que Kogo tomó la palabra.
_ Nosotros no, pero hay quienes sí…- todos lo observaron.- Como
bien sabemos, las Familias son doce… pero hay una que no pertenece a la
real casta.
_ ¿De qué hablas?- exclamó Ywkuon.
_ Cuando comenzaron los problemas internos entre las juntas de los
Dasnai, y las disputas se llevaron hasta el límite del odio y el repudio, una
de las Dasnai-Meh fue expulsada de la gran isla y remplazada por unos
terratenientes, los Koyris.
_ El día en que las Familias acaben con su orden, esta Familia volverá,
y ninguno de nosotros podrá gobernar ni dejar su herencia. Khefislion ya
no será el mismo, todo el sistema caerá- agregó Birno.
_ ¿De qué doceaba Familia estamos hablando?- preguntó Lenué.
_ Hablamos de los Khomobis.
_ Tus prisioneros exiliados, “héroes” gracias a ti, son los máximos
representantes de los Khomobis, habitantes exiliados del Tagokk, ellos los
traerán de nuevo.
_ Pero morirán si lo hacen…- dijo Lenué preocupado, intentando dar
razón y validez a sus actuaciones.
_ Esto no lo solucionarás con dos lanzas.
206

_ ¡Nos has metido en problemas, Yataris!- dijo Birno señalándolo de


una manera inculpadora.
_ …pero…-
_ No hay ninguno pero, Lenué. Hoy ya no hay vuelta atrás. Las
órdenes supremas de los Azules, ya han determinado que nuestro tiempo ha
acabado. Nos dan ascilo y vida próspera… pero… ¿qué hay del honor, de
la memoria?
_ ¡Debiste dejarlos encerrados, en Irnin!- seguía repudiando Birno
mientras Fidion agregaba:
_ Si no nos devuelves el poder del País de las Islas, los Azules saldrán
de las montañas y tomarán el país. No esperes que exista, pues, el
Ministerio como ahora crees que posees… y nosotros, ya no seremos
guardianes de las doce puntas de Khefislion, sino simples amos de tierras,
sin importancia alguna, razón por la que la historia nos tragará tal como se
traga a todo lo mundano en el olvido.
_ Hoy mismo debes darnos el poder.
_ Pero… no comprendo, ¿porqué no se me ha informado de toda esta
situación desde un primer momento?
_ ¿Crees que eres tan importante como para que se te revelen tantas
cosas?
Ywkuon tomó a Lenué e hizo decirles a todos que el poder había
vuelto a las Familias. Que todo volvería al orden primero y que el comercio
retornaría a su posición natural. Que la vida, sería próspera y envidiable a
los demás humanos.
Ese mismo día, se le fue comunicado al pueblo sobre la nueva
situación. Desconcertado, ya no sabía a dónde dirigirse.
Los escuadrones se reunieron y deteminaron que no era ésta la
adecuada solución. Por ello, decidieron formarse, y, de una forma
extremista, tomar el palacio central. Así el poder, sería del pueblo. Hubo
discusiones entre ellos mismos, discusiones que llevaron días, sobre si eran
realmente buenos hechos los planeados, sobre si era lógico que la gente del
pueblo gobernase… Mucho hubo que decir, y mientras tanto, las Familias
se reorganizaban. Quienes se allegaban por los caminos de Essilath y
Alatharis hacia Hen-Ath, fueron informados sobre estos últimos cambios,
por lo que se detuvieron y retornaron a sus sitios de origen. Cada uno
reorganizó la situación en sus hogares, para luego volver a instituirlas en
sus regiones corresponientes.
DamBa fue advertido sobre lo que ocurría, y dispuso a todos los
guardias, Ancianos, Mensajeros, Maestros y demás, para que se preparasen
a marchar a las tierras bajas.
Khefis, era ahora el entramado de una gran problemática
revolucionaria, y la gente se encontraba desorientada. Las noticias se oían
en las otras puntas del país, por Igúnis, Nörya, Empöl Irlis, e incluso por
207

Ssáufis, aunque no se hacían tan notorias como lo era en Ëmpölion, la Zona


de los Puertos, desde Hekton hasta Naïlis, a su vez, la problemática
también era notable en las planicies del Alathar, en todo el golfo Sigónh, y
dentro de la cual, la zona del Bagglaf, región entera tomada por los
campesinos, sitio al que ninguna casta podía ya tener acceso.

Por Khethis, el Sagas y Gadan, todos observaban con detenimiento a


esta enorme caravana de altos humanos, pálidos a los ojos de los
pueblerinos y ciudadanos, escoltando estandartes platinados, con hermosos
y extraños collares de cristal y frutos secos o semillas. Se dirigían hacia el
este, y muchos, en silenio, como si entendiesen lo que sucedía, los
siguieron como peregrinos en procesión.
El cambio estaba cerca.

El nuevo orden

En las puertas de Khefis, por el camino de Gadan en el puente Tîr, el


primero que cruza la isla Inissa en el río Sagas, la caravana, con más de
cien personas por detrás, se adentró a la ciudad luego de esos dos días y
medio de viaje. Seguidos por una enorme multitud, que, como si supiesen
lo que sucedía, llamaba a alaridos a todos los barrios hacia la plaza de la
isla central, donde se encontraba el gran Palacio de Khefis. El clamor se
pasó por toda la ciudad capital, y cientos de personas acudieron, incluso
llenando los puentes de acceso.
Fidion y Birno, escoltados por los guardias, y por detrás, Lenué y los
demás, salieron a las escalinatas, donde acababan las altas columnas, sitio
al que ahora se dirigía la caravana. Las gentes permancieron debajo,
observando junto a los demás lo que estaba por suceder, lo que se esperaba,
debido a los asustadizos y sorprendidos rostros de los actuales mandatarios.
_ Buenos días sean para vosotros- dijo a los hombres Dasnai el
Anciano DamBa.-…pues el cambio sonríe por más oscuro que parezca.
_ No podemos permitir que esto suceda, sabe bien, Anciano, que esto
es una locura, es la pérdida del orden.
_ El orden para el cual vosotros fuísteis creados. Pero hoy ya se ha
demostrado que hay gente que ya no respeta este orden, hecho lo
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suficientemente claro como para renovar el orden y crear uno nuevo,


recrear el existente. Así lo demanda la Historia.
_ Así vosotros lo demandáis, mi señor…- dijo tajante- Jamás pisáis
estas tierras, y decís entenderla… pues no sabéis nada…
_ Sabemos lo suficiente, pues también somos humanos. Lamento el
hecho de su honor… pero puede recuperarlo en cuantas vidas le han por
venir…
El Anciano giró sobre su propio paso, y descubriéndose así como los
demás, extendió sus brazos al pueblo, quien en silencio esperaba las
palabras de este magnífico ser humano, las cuales no tardaron en llegar:
_ ¡Pueblo de Khefislion, honrados seáis en los cielos de los Altos y
Supremos! ¡Mi nombre es DamBa, Anciano y Regente de Taabathar, la
Ciudad Perdida!- todos exclamaron sorprendidos- ¡Según las Sumas Leyes
de la tierra, no habrá dubitaciones a la hora de ejercer un cambio frente a lo
que resulta ya antiguo, en cuanto éste represente el bien para el pueblo! ¡¡Y
quién mejor que el pueblo para elegir este cambio!!- todos respondieron
con un “oé” unánime-. ¡Así es pues, que yo hoy vengo de la mano de las
Sacras Leyes del Comienzo, a ofrecerles un cambio, un nuevo orden que
haga de esta tierra la mejor de todas las conocidas por los cielos!-
nuevamente se oyó un fuerte “oé” que retumbó en todo el centro, en la
magnánime plaza y más allá.- ¡¡Os lo ofrezco desde las Doce Estrellas!!
Pronto, aquel “oé”, se convirtió en el adulado nombre del Anciano
DamBa, y éste con gran sonrisa, alentándolos a todos con el leve
movimiento de sus manos en lo alto, tomó por el hombro a uno de los
suyos, y dijo:
_ ¡Aquí tenéis al Honorado MeyTam! ¡Si buscáis el orden, él os guiará
hasta sus aposentos y os recostará en sus almohadones!
_ ¡¡MeyTam, MeyTam, MeyTam!!- podía oírse por toda la ciudad.
El Anciano DamBa, tomando suavemente de la espalda al pacífico y
bondadoso, pero seguro y firme MeyTam, extendió su brazo con la palma
de su mano bien abierta, y gritó:
_ ¡¡Pueblo de Khefislion!! ¡¡El nuevo Orden ha comenzado!!

Indiferentes a todo esto, los exploradores seguían por el mar de Athlas


hacia el sur, hacia el Nuevo Mundo a conocer. Pero no comprenderemos
cuanto más tarde suceda si no nos dirigimos tiempo atrás, más allá de los
límites conocidos, más allá de los fines de las tierras del Eubath, del
Tagokk y del poniente y saliente, siguiendo otra historia que tomaba
camino a su fin, historia de la que todos los humanos en un día muy futuro,
nos valdríamos para ser lo que hoy somos...
El fin de los grandes pueblos…

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