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Seminario:
Temas de Psicogerontología II
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Clase 13

LA CRISIS DE LA EDAD MEDIA DE LA VIDA

Dr Edgardo Korovsky. * E-mail Korovsky@chasque.apc.org

Crisis
Cuando uno ya ha pasado
la crisis de la adolescencia
la crisis de los treinta
la crisis de los cuarenta
la crisis de los cincuenta
cree que ya ha pasado
todas las crisis.
También lo creía
cuando pasó la crisis de la adolescencia
y después de los treinta.
También lo creía
allá por los treinta y ocho
que es cuando comienza
la crisis de los cuarenta
y más tarde
a los cuarenta y siete
que es la edad
de la crisis de los cincuenta.
Cuando uno cree que ha pasado
todas las crisis
se da cuenta
que la última crisis
es darse cuenta
que uno ha pasado.
(“Desde ayer a penas”)

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Vale la pena definir las dos premisas del título: qué entendemos por crisis y por edad media
de la vida.
El Diccionario etimológico de Corominas (3) define Crisis, como “mutación grave que
sobreviene en una enfermedad para mejoría o empeoramiento”, “momento decisivo en un
asunto de importancia”, en latín, crisis, tomado del griego krisis, ‘decisión’, derivado de
krinö ‘yo decido, separo, juzgo’. Aunque pueda discutirse que la vida sea una enfermedad,
pese a que tiene mal pronóstico, sin duda es un asunto de importancia. A lo largo de ella se
van generando períodos o etapas en los que se producen cambios, mutaciones, momentos
nodales que requieren decisiones. Si nos planteamos la vida de un sujeto como un continuo
que tiene su comienzo en la concepción y el fin en la muerte, podemos también hacernos la
idea de una sucesión de períodos críticos.
El concepto de “período crítico” surge en embriología experimental, cuando se advierte
que determinados efectos se producen solamente en ciertos momentos del desarrollo.
Luego, en etología, Konrad Lorenz lo aplicó para el fenómeno de impronta, que se
adquiriría en un período determinado inmediatamente después del nacimiento.
Colombo, en 1982 (2), ha especificado criterios que permiten definirlo como el momento
durante el ciclo vital en el cual el organismo es más sensible a una determinada influencia
externa diferente de lo observable en otros momentos. Sin embargo, el término “período
crítico” ha sido habitualmente utilizado más como metáfora que en el sentido duro que lo
planteara Colombo. En el lenguaje popular se habla habitualmente de “período crítico” o
“edad crítica” también para referirse a la menopausia de la mujer.
No tenemos un diccionario que nos defina la “edad media de la vida”. Se estaría tentado a
concebirlo como un concepto estadístico referido a la media de vida de las personas en una
época y lugar determinado.
Con mayor propiedad deberíamos hablar de la crisis de la mitad de la vida, aunque es
difícil determinarla . Si tomáramos el criterio estadístico al que hacíamos referencia y
consideramos la expectativa de vida al nacer, actualmente en el Uruguay, el promedio es
aproximadamente 72 +2. En todo caso, no se trata exactamente de la media estadística; sino
de una etapa vivencial, aunque algunos autores hablan del “middle life syndrome” referido
a la post-cincuentena.
En consecuencia, cuando hablamos de la mitad de la vida nos referimos a un período
variable que abarca, según los individuos, desde los treinta y ocho hasta los cuarenta y seis
años, para algunos hasta la cincuentena, aunque las edades que remiten a la terminación de
una década, los llamados “números redondos”, aquellos acabados en cero, adquieren
afectivamente un carácter más significativos en cuanto a delimitar épocas o etapas
cumplidas o a cumplir. Corresponde, desde el punto de vista vivencial, al momento en que
se empieza a sentir que se puede estar envejeciendo, a admitir que existen límites a la
vida.
Tenía el Dante 37 años cuando escribió la Divina Comedia, la que comenzó diciendo:
“Hacia la mitad de la travesía de nuestra vida, me encontré con un bosque oscuro en el
que había perdido el camino recto. Ah, cuán difícil es hablar de ese bosque, salvaje,
áspero y denso, cuyo recuerdo renueva mi temor. Es tan amargo, que difícilmente la
muerte pueda serlo más.” Elliott Jacques propone la interpretación de este párrafo como la
metáfora poética mediante la cual el autor se refiere a la crisis de la mitad de la vida, a la
vez que la descripción del “primer enfrentamiento conciente, total y elaborado, del poeta
con la muerte”. En realidad, parece más la expresión del proceso elaborativo de un cuadro
melancólico.
Paralelamente a este aspecto vivencial, subjetivo, deberíamos considerar el “correlato
corporal”. En este sentido adquiere importancia lo que los biólogos denominan
“envejecimiento cerebral precoz”, especialmente del sistema neuronal dopaminérgico
neuroestriado, al que se le atribuye, en el plano somático, síntomas de fatiga, cansancio,

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disminución de la capacidad muscular y sexual; en lo afectivo, ansiedad y desinterés,
irritabilidad o inhibición y en lo intelectual, disminución de la capacidad de concentración,
de la atención, de la memoria y de la capacidad de expresión.
En esta etapa muy habitualmente se han concretado determinados logros: la familia
establecida; el trabajo o la actividad profesional organizada; los padres han fallecido, o si
aun viven, están jubilados o próximos a ello; los hijos han llegado a la adolescencia o están
transitando hacia la juventud.
En relación con esto último, un elemento interesante de constatar es la relación muchas
veces de simultaneidad existente entre las crisis de las tres generaciones, abuelos, padres e
hijos adolescentes. Si en estos últimos las ansiedades depresivas determinan los clásicos
duelos por el cuerpo y la identidad infantil y por los padres de la infancia, en la mitad de la
vida, en cambio, las depresiones ocurren por lo que no se ha podido realizar aún, y las
defensas más utilizadas, las maníacas., mientras que en la vejez, los duelos son por los
objetos de amor perdidos, por los cambios corporales que incluyen la pérdida o
disminución de funciones, y por la identidad socio-profesional al llegar el momento de la
jubilación.
Esta coexistencia crítica intergeneracional hace que se incrementen en el adulto en la etapa
crítica que nos ocupa las dificultades de relación con los hijos, y también con los propios
padres, aunque habitualmente habría una mayor posibilidad de identificación con éstos.
Según la definición de crisis, en este período de la mitad de la vida se produce una vivencia
depresiva vinculada al temor a que se “pase la vida”, a “envejecer”, con el sentimiento de
“no haber vivido” determinadas cosas, de “no haber cumplido”. Mientras que en la
adolescencia y la juventud existe el sentimiento de “tener tiempo” o que en el mañana se
concretarían las espectativas, en la etapa que nos ocupa aparece el miedo a “no tener
tiempo” o a tener que renunciar a lo que ya no se logró. Estos sentimientos quedan
vinculados básicamente a dos factores:
Por un lado, a la ruptura de la negación de la muerte propia, que diríamos “normalmente”
se realiza durante el período de infancia, adolescencia y juventud, en que la idea de la
muerte es más un concepto intelectual y se refiere a la experiencia de la muerte de los
otros, para pasar a tener un sentido más realista, con lo que también se renuncia a la ilusión
de inmortalidad..
Por otro lado, al juicio de los ideales insatisfechos, de lo que no se ha podido realizar hasta
entonces, que adquieren el carácter de un reproche. y generan sentimientos de culpa y
desilusión. Y es que, lo que habitualmente uno se reprocha, es lo que no ha hecho.
Precisamente, esos ideales, si bien tienen una historia gestada muchas veces en la infancia,
e incluso son la expresión de identificaciones pasivas recibidas de los padres, (el mandato
parental de cumplir los ideales insatisfechos de ellos) se han fortalecido y estructurado
durante la adolescencia.
Esta relación con los ideales insatisfechos puede llevar a :
1. estados depresivos que pueden llevar a la melancolía,
2. “actuaciones” que intentan demostrar que uno “está todavía vigente”, o que buscan
borrar el envejecimiento (por ejemplo, rupturas de parejas y formación de nuevas con
compañeros más jóvenes, con los cuales puede llegarse a tener nuevos hijos, o
recursos de cirugía estética, tanto en hombres como en mujeres);
3. manifestaciones hipocondríacas como defensa frente a la idea de muerte o enfermedad;
o bien
4. se activan las ambiciones, tratando de lograr urgentes realizaciones con el sentido de
“ganar o recuperar tiempo”.
Las condiciones de la realidad socioeconómicas pueden reforzar las demandas que
recaen sobre el adulto maduro, incrementando las ansiedades persecutorias al dificultar
la concreción de las aspiraciones ideales. Exigencias desmedidas que no son procesadas

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adecuadamente pueden resultar en enfermedades orgánicas, del tipo de infarto de
miocardio, gastritis o úlceras, hipertensión, impotencia o esterilidad., o bien aquella
manifestación somática de enfermedad que exprese mejor el conflicto concientemente
impensable.
Otra posible vicisitud de la crisis de cambio, cuando el conflicto entre el deseo de
cambio y la resistencia narcisista al mismo se hace inelaborable, es el accidente. La
colisión, el choque entre ambos impulsos, al no tener otra modalidad expresiva, puede
ser actuada, expulsada, y con los elementos que el azar y la realidad provee, se organiza
una escena, el accidente, que puede estar al servicio del cambio o del no cambio. Hay
quienes necesitan accidentarse para poder cambiar; otros se accidentan para evitar los
cambios.
Son también circunstancias provenientes de la realidad las que posibilitan se pongan de
manifiesto diferencias en las crisis por la que transitan los diferentes géneros.
Ya hemos mencionado, aunque someramente, la crisis de la menopausia en las mujeres.
Volvemos a encontrarnos con la raiz griega “krinö” incluída ahora en lo endócrino,
como crisis hormonal, de la que seguramente los hombres no son ajenos. Es para ellos
que ha sido creado el término “andropausia”.
Para algunas mujeres puede resultar difícil asumir la pérdida progresiva de atributos de
belleza física por la edad, en tanto, sometidas a un estereotipo social, ser joven y bella
equivale para ellas a ser atractivas y queribles.
También a las mujeres se les plantea el conflicto de cambio de roles cuando los hijos
crecen y comienzan a irse (el llamado “síndrome del nido vacío”) y la función de madre
de niños pequeños, que pudo haber ocupado el eje central de su vida por un largo
período, da lugar a la búsqueda de nuevos intereses.
Otra circunstancia crítica de la mujer madre de hijas adolescentes, al coincidir la
menopausia de una con la menarca de la otra, dando lugar a sentimientos de rivalidad
cuando estos procesos no han sido bien elaborados.
En términos generales, es el crecimiento de los hijos (tal vez mucho más que el
envejecimiento de los padres) lo que da la noción del transcurso del tiempo y del propio
envejecimiento.
Pero además, la incorporación de la mujer al mercado laboral ha determinado que
aumenten las exigencias que debe asumir, ya que se espera de ella que trabaje y además
se siga ocupando de la casa y la familia. Las circunstamcias de rivalidad y competencia
que se crean entre los géneros repercute también en la organización de las parejas y en la
consiguiente distribución de los roles. La posibilidad de la independencia económica de
la mujer la habilita a actitudes también de mayor independencia en otros planos de su
vida, lo cual contribuye a que pueda encarar con mayor libertad las decisiones a las que
se vea abocada.
Precisamente el crecimiento de los hijos enfrenta muchas veces a la pareja, al quedar
nuevamente solos, a su realidad, lo que establece una crisis de la cual puede emerger
fortalecida o no.
Todas estas situaciones críticas determinan entonces la necesidad de revisar el camino
recorrido y la posibilidad de decidir un replanteo, un cambio. Cuando esto es posible, y
se logra la “resignación” de determinadas metas ideales para plantearse otras más
realistas y viables, se genera el sentimiento de reconciliación consigo mismo. Es cuando,
al decir de Leclaire se logra “matar al niño narcisista”, a ese yo ideal que exige la
perfección y la inmortalidad..
Se utiliza aquí el término resignación no en su sentido religioso o de renuncia, sino en el
original, de darle un nuevo signo, un sentido diferente a esas metas. Resignar significa
etimológicamente, romper el sello, es decir, remover la marca, el signo, posibilitando así
la resignificación.

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Ciertamente habrá cosas que ya no se lograrán o que podrán quedar inconclusas, y que
será necesario duelar. Pero también será posible entonces aceptar la idea de que lo que
no se ha logrado realizar hasta los cuarenta años, por ejemplo, será preciso hacerlo de
otra manera a partir de los cuarenta.
Un ejemplo de ello lo proporciona el tema de la creatividad. Eliott Jaques (1965) en un
lúcido trabajo que ya tiene más de treinta años, plantea la relación entre la capacidad
creativa y la crisis de la mitad de la vida. Estudiando la etapa crítica de los creadores,
advierte que ésta puede expresarse de tres maneras diferentes:
a) puede acabar la creatividad por agotamiento o por muerte real;
b) la capacidad creadora puede comenzar a mostrarse por primera vez, o
c) puede producirse un cambio decisivo en la calidad y contenido de la creatividad.
El primer grupo lo integran genios como Mozart, Rafael, Chopin, Rimbaud, Purcell,
Baudelaire, Watteau; en el segundo grupo aparecen Bach, Racine, Goldsmith, Constable
y Goya. Como representantes del tercer grupo, aquellos en los que se produce un cambio
significativo, están Goethe, Miguel Angel y Freud.
Pero estas posibilidades creativas, seguramente en otra medida, están presentes en todos,
y no tienen que ser privativas del genio. Cada uno en su medida, sin necesidad de
estridencias geniales, puede encarar la segunda mitad de su vida de una manera más
genuina en tanto logre encontrar esa otra manera de resolver las ansiedades básicas de
esta etapa: la angustia ante la finitud de la vida, la necesidad de trascendencia, la
liberación de los ideales enajenantes recibidos de los padres que se tiene la obligación de
cumplir, el mantenimiento de la capacidad creadora y de la propia identidad. Una tarea
nada fácil, pero que permite intuir una madurez más serena y luego un envejecimiento
saludable.
Sin embargo, es preciso aclarar que estas consideraciones son de orden general, y cada
vida es particular y específica. La clásica expresión, posiblemente de Ajuriaguerra, de
que cada cual envejece según ha vivido, bien puede ser aquí aplicada.

Referencias Bibliográficas

1.Bianchi, H (1992) "Envejecer o los destinos del apego" En La cuestión del


envejecimiento.
Perspectivas psicoanaliticas, Bianchi y ot. Biblioteca Nueva. Madrid.
2. Colombo, J ( 1982) " The critical period concept: Research, methodology, and
theoretical issues. Psychological Bulletin, 91,260-265. Citado por Pérez Pereira, Miguel
(1995)
3. Corominas, Joan: Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Edit.Gredas,
1967.
4.Flores Tascón, y ot.( 1991) Gerontologia Experimental y envejecimiento cerebral
normal". Geriátrika. Edición Argentina. Vol.1, Año1 1991.
5. Jacques, Elliott (1995) " La muerte y la crisis de la mitad de la vida". Rev. De
Psicoanalisis. T. XXIII, N 4. Bs.As. 1966.
6. Korovsky, Edgardo, (1989) Desde ayer apenas. Ed. Proyeccion Montevideo.
7. Nueva Enciclopedia Sopena. Ed. Ramón Sopena, Barcelona.
8. Pérez Pereira, Miguel ( 1995) Nuevas perspectivas en psicología del desarrollo. Alianza
Editorial. Madrid.

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· Korovsky Edgardo. Médico. Psicoanalista. Miembro de la APA de Argentina y
Uruguay
Presidió la Asociación Uruguaya de Psicodomática durante tres períodos.
Docente e investigador asociado al área de Psicoanálisis de la Facultad de Psicología.
2 libros publicados y uno en col, en prensa. También dos libros de poesía.

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